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Ruptura
Sai siempre supo que su relación con Gaara sería como estar en una montaña rusa, con un sinfín de subidas y bajadas. Estuvo consciente de que el joven pelirrojo era como una de esas cajas fuertes que parecían casi imposibles de abrir, pero también sabía que Gaara tenía un punto débil que podía desarmarlo. Lastimosamente no era él y descubrirlo se había convertido en una tarea sin solución. Hasta que la verdad finalmente salió a la luz y la realidad golpeó de lleno en su cara.
Saber todo acerca de la familia de Gaara, o al menos una gran parte, solo fue el inicio de la última caída. Nunca estuvo seguro de porqué lo hizo, y tampoco le cuestionó sobre ello; en cambio, su mente se llenó de cientos de pensamientos girando en torno a ellos y la solidez de su relación. ¿Qué tan frágil era? No había pregunta que fuera tan insistente como esa, y quizás se debatía sobre si era a la que mayor atención debía prestarle o no, pero siempre llegaba a la misma conclusión: sí, esa era la pregunta que más le afectaba.
Existían muchas razones, sin embargo, la confianza era la que más pesaba sobre todas ellas. La confianza que Gaara parecía tenerle, no era suficiente si desde un principio había evitado hablar de su familia y todo el dolor y culpa que había estado cargando con el paso de los años, ni siquiera para decirle que había estado en una relación que significó mucho para él, más de lo que podía comprender. Quizás, lo peor fue enterarse por terceros.
Uno de los días que siempre recordará (y no porque fuera grato) será aquel en el que llevó a sus sobrinos al acuario, ese en el que había acordado reunirse con Gaara y los más jóvenes de su familia, para pasar una agradable tarde en compañía de su familia, las risas infantiles y los peces, pero que se convirtió en uno de los peores para él, tras enterarse del actuar de su pareja con el rubio doctor. El golpe que Sasuke le propinó al pelirrojo también fue doloroso para él, pero en su interior, agradeció a su hermano por hacerlo; su naturaleza era pacifica, pensar siquiera en herir a alguien le molestaba. Sin embargo, eso no fue impedimento para que reaccionara de aquella forma en la que se despidió rápidamente de todos y emprendió una larga caminata sin rumbo ni destino al cual llegar; simplemente dejó que sus pies lo llevaran por aquellas concurridas calles, llenas de luces, carteles y establecimientos que solo se veían como fugaces borrones a su paso. Su mente era un desastre y el dolor que sentía en su pecho, era insoportable, solo quería que se detuviera, desconectarse y dejar de sentir, ¿acaso era mucho pedir?
Cuando regresó a casa, el sol ya se había puesto y la luna brillaba en la despejada noche. Esperando en la sala, Gaara lucía desesperado y su andar de un lado a otro en una corta distancia era inquieto. Alertando su presencia, Gaara por fin se detuvo y lo miró fijamente, sus labios se encontraban entre abiertos pero no había nada que saliera de ellos. Sai suspiró profundamente, avanzó los pocos pasos que lo separaban del sofá y tomó asiento, esperando a que Gaara se sentara frente a él; entonces, sus labios fueron en automático y de su boca se desbordaron todos los pensamientos que su mente tenía y las emociones que ya no podía contener.
–Desde el principio supe que atar nuestras vidas era una locura –fue lo primero que dijo–, sabía que eras reacio a hablar de tu vida, tu familia, o tu pasado... simplemente eras así y yo estaba bien con eso porque no lo creía importante en ese entonces. Apenas atravesábamos esa etapa en la que nos estábamos conociendo. Ahora me pregunto si aún seguimos en ese punto ¿qué opinas?
Ambos sabían que la pregunta no estaba hecha para ser respondida, pero Gaara sintió el deseo de hablar y darle una respuesta que alivara el interior de ambos.
–En este momento, estoy pensando si todos estos años han valido la pena o he estado perdiendo mi tiempo, gastando mis emociones y sentimientos contigo; esperando, anhelando silenciosamente a que puedas verme realmente como el hombre que te ama, el que está dispuesto a darlo todo solo porque seas feliz y puedas compartir eso conmigo.
La nueva pausa solo provocó que el corazón de Gaara latiera a un ritmo anormal. Los nervios y el temor invadían lentamente todo su cuerpo, los finos labios apretados y las manos empuñadas, eran una pequeña señal de ello. Sai solo inclinó su cuerpo hacia adelante, una de sus manos cubrió su rostro en un gesto que denotaba lo agotado que estaba, no solo física sino también emocionalmente.
–Puedes ser sincero y decirme ¿qué esperas de mí? –preguntó entonces, fijando nuevamente su brillante mirada en aquellos verdes y desesperados ojos–. ¿Si quiera sabes lo que quieres para ti?
El silencio que los estaba rodeando solo fue roto por el nuevo suspiro que escapó de los labios de Sai.
–Estoy cansado –expuso en un bajo tono de voz–. Creo que lo mejor es no seguir con esto...
– ¡Sai!
Sus ojos se cerraron en cuanto escuchó su nombre ser pronunciado con tal urgencia y dolor.
–No puedo Gaara, estoy cansado –repitió, esta vez poniéndose de pie–. Necesitamos un tiempo alejados del otro, solo entonces podrás poner orden a toda tu vida. Te amo Gaara, sé lo que quiero, pero he tenido suficiente.
–Yo también sé lo que quiero –murmuró con un tono de voz apenas audible–. Sai...
El nudo en su garganta era doloroso y le impedía hablar con normalidad. Su ojos estaban empañados, y las lágrimas no tardarían en correr por sus mejillas, mientras la persona que amaba le miraba con tristeza y el alma rota por tomar aquella decisión que a ambos lastimaba pero que era tan necesaria en ese momento. Gaara había actuado mal, fuera conciente de ello o no; todas las acciones y decisiones que tomó en el pasado, solo habían esperado el momento justo para ser retribuidas y hacerle entender que siempre habrían consecuencias que afectarían para bien o para mal, a quienes estuvieran involucrados. Solo que Gaara nunca estuvo consiente de que pudiera ser tan doloroso.
Finalmente, Sai acortó la distancia entre los dos, sus ojos se cerraron y sus labios acariciaron con tristeza la cálida frente de su amado, para luego partir.
Ninguna despedida había dolido tanto como esa. Sin embargo, muy en el fondo de sus almas, ambos sabían que era necesario, que a pesar del profundo amor que se tenían, en épocas donde la crisis solo era resuelta con una separación, era lo mejor. Porque los altibajos también hacían parte de aquellas muchas razones para amar, que una persona tenía el privilegio de vivir.
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