Salidas nocturnas
Diez años atrás…
Naruto se despidió de sus amigos quienes continuaron con su camino luego de asegurarse que estaría bien por su cuenta. Eran las tres de la mañana cuando decidieron que era hora de regresar de la fiesta en la que se encontraban. Rebuscó tras la enredadera que adornaba parte de la pared junto a la puerta, hasta dar con la llave de la casa. Con cuidado, abrió la puerta. Puso las llaves de vuelta en su sitio y después ingresó con mucho sigilo, al menos todo el que a sus torpes dieciséis años se podía permitir; ya más confiado, cerró silenciosamente la puerta y avanzó, atravesando la sala hasta las escaleras que lo llevarían a su habitación. No obstante, se vio interrumpido cuando la tétrica voz de su madre lo llamó.
– ¡Naruto! –gritó Kushina, encendiendo las luces para dejarse ver.
Naruto supo que estaba enfadada.
–Ho, hola mamá. ¿Qué haces levantada tan tarde? ¿También viniste a buscar un vaso de agua? –preguntó tratando de sonar tranquilo y no dejar ver cuán nervioso y asustado estaba.
– ¿Agua? ¡¿Quién sale a buscar agua a las diez de la noche y regresa cinco horas después?! –gritó furiosa–. ¡Te das cuenta de la hora en la que llegas! Y entras como si fueras un delincuente. ¡Tú, pequeño insensible! –exclamó arrojándole lo primero que tuvo a la mano. Para su desgracia, era uno de sus pesados libros. Afortunadamente logró esquivarlo a tiempo.
– ¿Mamá? –Llamó con temor–. Lo siento.
Kushina se le acercó rápidamente y Naruto temió que esta vez no fuera sólo un libro. Pero estaba equivocado; su madre se había acercado para abrazarlo, suspirando con tranquilidad, como si se hubiera quitado un peso de encima.
–Mi niño, me tenías preocupada. Y tus hermanos no sabían nada de ti. Eres un rebelde insensible. Harás que me dé un ataque –se quejó, infligiendo más fuerza en su abrazo–. Ahora, a tu habitación. Estás castigado.
Naruto frunció el ceño pero se abstuvo de decir algo, no quería que su madre se exaltara más de lo necesario, o esta vez sí le iría realmente mal. Se despidió de ella y subió las escaleras hasta su habitación. Ya en ella se quitó la ropa, cambiándola por algo más cómodo para dormir.
Cuando se tiró sobre su cama, escuchó la voz de la otra persona con la que compartía su habitación.
–Eres un zorro tonto –dijo–. Mamá termina de los nervios, a pesar de saber que siempre haces lo mismo.
–Ah, tu cállate –resopló–. Debiste acompañarme.
– ¿Y sufrir la ira de Kushina? No, gracias… Duerme bien –murmuró bajando la voz.
–Descansa –susurró de vuelta.
Había sido una larga y estupenda noche, incluyendo el pequeño altercado con su madre. Le encantaba salir y llegar a altas horas, sólo para emocionarse al encontrar a alguno de sus familiares esperándolo. Usualmente eran su mamá y hermana, quienes a pesar de saber cómo era, seguían repitiendo la misma escena. Y ninguno parecía cansarse, era una rutina que no querían dejar. Porque también dejaba ver que, el preocuparse, era parte de las razones para amar.