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The night is dark and full of terrors por Asmodeo

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The night is dark and full of terrors

Por Janendra

 

 

El largo invierno, 2017



Sebaste abrió los ojos. Miró el reloj sobre el velador, se había detenido en las tres. Respiró profundo, como si aquello fuera un mal presentimiento y lo era, algo dentro de sí se lo decía. 

—El invierno ya está aquí —murmuró.

Sus propias palabras lo sorprendieron. Se rio, consciente de que las palabras de Daniel calaban en sus pensamientos más de lo que admitía. El invierno, Daniel comenzó con aquello varios meses atrás. Se detenía en medio de lo que hiciera, la cena, mientras conducían al trabajo, en el cine, durante el sexo, la lista era interminable. Daniel se quedaba quieto, ponía esa cara de concentración y ladeaba la cabeza, como si escuchara una voz lejana. El invierno ya viene, decía. A Sebaste se le envaraban los vellos del cuerpo y Daniel continuaba, como si no fuera él quien decía esas cosas. Lo peor es que no sabía de qué hablaba. A veces lo hacía a propósito, para asustarlo, pero incluso en aquellas ocasiones, Sebaste intuía que algo de cierto había en sus palabras.

Sebaste se giró en la cama, Daniel no estaba. Se sentó y se pasó las manos por la cara. Ayer comenzó a nevar. Nieve en pleno junio. Sebaste sintió ganas de echarse a llorar cuando los primeros copos cayeron. Caminó hasta la ventana y corrió la cortina. La nieve ya no caía, pero las casas estaban revestidas de blanco y el silencio se extendía por todas partes. Debía dejar de pensar tonterías, se dijo y caminó hacia el baño.

Miró su imagen en el espejo, veinte años ya. Aún tenía un semblante juvenil y la sonrisa constante todavía no le provocaba arrugas. En el radio no sonaba nada. Sebaste intentó sintonizar varias estaciones; solo se escuchaba estática. Quizá era el radio, tendrían que comprar otro. 

—Daniel, ¿qué quieres desayunar?

Sebaste frunció el ceño al no recibir respuesta. Fue a la cocina, a la oficina donde Daniel pasaba mucho tiempo. Por último lo buscó en la estancia. Al acercarse escuchó voces. Se detuvo en el pasillo. Sebaste sintió el temor correr por su cuerpo. Se quedó detrás de la puerta entreabierta. No escuchaba la voz de Daniel. El fuego ardía en la chimenea. Sebaste observó a un hombre que metía un madero al fuego. ¿Serían amigos de Daniel? 

—La tregua durará tres días. No quiero quedarme aquí, no es un lugar seguro. No podemos quedarnos por mucho tiempo.

Era la voz de un joven, pensó Sebaste.

—Será el primer lugar que ataquen —dijo una chica.

—La gente se dirigirá a donde quiera que él esté. Sebaste mismo es el resplandor —dijo el hombre frente a la chimenea.

Sebaste se movió para verlos mejor. Algo en su interior le hacía sentir desconfianza, un miedo que no podía nombrar corría por sus venas. ¿De qué diablos hablaban? Él no brillaba, se miró las manos para corroborarlo. La cara de ese hombre le parecía conocida.

—El resplandor será claro para todos ellos y comenzarán a moverse. Si ya recordaron tendremos ventaja.

El hombre frente a la chimenea se puso en pie. Era alto, de cabellos negros cortos. Sebaste frunció el ceño al ver que llevaba una armadura negra que parecía pesada. ¿Una fiesta de disfraces? La chica dijo otra cosa que no escuchó y un rayo de luz iluminó el cerebro de Sebaste, ¡ella era Sandrine Gollan! Y el hombre de la armadura era Cassius Dunham. En su séptimo año en Hogwarts Sandrine fue secuestrada por aquel hombre y el ministerio los buscó sin parar. ¿Qué hacía en su casa vestido de aquella forma? Ella llevaba una armadura similar, estaba sentada en el sofá con los brazos cruzados y un báculo a su lado.

—Tendrás que decirnos cómo proceder —dijo Cassius a alguien a quien Sebaste no veía.

—Sebaste está en la puerta —dijo una voz que hizo a Sebaste cerrar los ojos. 

Ese tono masculino y dominante, esa voz que era como el acero y cuando se dirigía a él se llenaba de claridad. Una voz que no escuchaba desde hacía tres años. Sebaste sintió que el dolor le cerraba a garganta. Empujó la puerta. 

Los rostros se giraron en su dirección. Sebaste dio un par de pasos. No vio a los hombres y mujeres que vestían armaduras y llevaban espadas, arcos y báculos. Su mirada estaba al frente, en el hombre que habló y ahora lo contemplaba con sus ojos verdes. Llevaba una armadura plateada, en la frente tenía un símbolo extraño y los cabellos largos y rubios le caían por los hombros. Tenía la mano sobre un casco con cuernos. Ya no era el adolescente que lo cobijó en sus brazos en un pasillo frío. Era un hombre alto y guapo que le sonreía.

—¡Dareios!

—Hola pretty boy —sonrió Dareios y le abrió los brazos. 

 

oooooooooooooooooooooooooooooooooooooo


Dareios se giró boca arriba. El sol se colaba a través de los árboles, aunque no era muy fuerte. Se sentó y se frotó los ojos. A su lado dormía Sebaste. Dareios se estiró. Unos pasos allá unos chicos leían un libro y en el otro extremo un grupo de ravenclaws fumaban y reían. Era mayo y hacía poco que Sebaste y él eran novios. Dareios se sentía feliz, cada día era como vivir en el paraíso. Luego comenzaron los sueños. Dareios se soñaba con Sebaste, pero no eran ellos, no como se veían ahora. Tenían otros cuerpos, otras historias, aunque estaban juntos. Y en cada sueño la tristeza de una tragedia inminente apretaba el corazón de Dareios.

No eran sueños, Dareios estaba seguro. Eran demasiado reales, tan llenos de detalles, que no podían ser un invento de su mente. Recordaba el primero como si acabara de verlo. Una chica pelirroja que tenía pecas hasta en la punta de la nariz. El cabello largo hasta la cintura y la más brillante de las sonrisas. Sebaste dijo su mente, y él lo aceptó. Caminaba detrás de aquella chica, se miró las manos que eran negras, en la cristalera de la tienda vio su reflejo. Era un hombre negro, de unos treinta años y Sebaste no parecía tener más de veinte. 

Sobre su hombro apareció otra cara, en el reflejo Dareios observó a la mujer que tenía los ojos pintados de ocre y oro. Su mirada era la de un loco. “El invierno viene y tendrás que protegerla”, dijo la mujer y Dareios despertó.

—El invierno viene —dijo Dareios en voz alta y se llevó las manos a la cabeza. El dolor le atravesó las sienes.

 

oooooooooooooooooooooooooooooooooooooo


Sebaste se sentó en la cama de su abuela. Parecía que se levantó de prisa, sin tender la cama. Sebaste sabía que Sibella no dejaría la cama sin hacer. La habitación lucía impecable, un libro sobre la mesa de noche, una manta sobre un costado de la cama. Parecía el mismo lugar donde estuvo hace unos días, nada cambió, solo que Sibelle no estaba más en el mundo. 

—Lamento hacerlos venir —murmuró.

—Tenías que verlo —respondió Dareios.

Dareios miraba la calle a través de la ventana. No había personas en el mundo, en ningún lugar. La tormenta los hizo desaparecer. Sebaste fue de una casa a otra, hasta que se convenció de que no había nadie más, ni personas, ni animales. Solo ellos en un mundo inmenso. 

—¿Por qué te fuiste? —le preguntó a Dareios.

—Era necesario.

 

oooooooooooooooooooooooooooooooooooooo


Dareios le sonrió de esa manera que hacía hervir su corazón. Lo atrapó en sus brazos y lo besó. Un largo, apasionado beso que lo dejó sin aliento. Sebaste sonrió y apoyó su frente contra la de Dareios. Era en momentos como esos cuando resentía ir en años diferentes. El tiempo para estar juntos se hacía poco y no conseguía saciarse de Dareios. Durante las vacaciones, Dareios iría una semana a su casa y luego viajarían juntos  a New York y tendrían las mejores vacaciones del mundo. 

—Dare, te amo.

Dareios sonrió, aunque parecía triste. 

—Yo te amo más, sweet boy.

Desde finales de mes Dareios estaba diferente, parecía distante y donde antes había sonrisas sinceras ahora habitaba una callada tristeza. Solo con Sebaste recuperaba su alegría, su energía. Juntos causaban caos y se desternillaban de risa. Pero no ese día. Dareios le tomó la cara entre sus manos, le besó la frente. Estuvieron en la sala de los menesteres, donde yacieron juntos y Dareios le dijo una y otra vez que lo amaba.

—Darling —dijo Dareios—, nunca dudes de mi amor. Nunca. Yo haré lo imposible y aún más por ti. Por sobre todas las cosas y las personas, yo te elegiré a ti.

Dareios lo acompañó a su sala común. Sebaste lo observó marchar y sintió que se le desgarraba el corazón. Al día siguiente Dareios no estaba. Se desvaneció del colegio como si no hubiera existido. Sus cosas estaban allí, solo faltaba él.

 

oooooooooooooooooooooooooooooooooooooo


La pequeña ardilla como de cristal se subió a su rodilla. Sebaste sonrió y le tendió un dedo que la ardilla olisqueó. Con el pasar de los días la nieve cubrió todo lo que existía, el mundo mágico y el mundo muggle fueron devorados por la nieve. Bosques de hielo cubrieron la tierra y una nueva fauna de animales de escarcha surgió. Cuando no quedó ningún recuerdo del pasado, las fortalezas de los elementos se formaron. Ellos habitaban ahora en la morada del viento, enclavada en altas montañas y rodeada por nubes.

Personas llegaban de todas partes, hombres y mujeres, niños, jóvenes y adultos. Los ejércitos se formaban. Dareios decía que los oscuros tenían su propia fortaleza y buscaban a su gente. Sin la tregua de los primeros días, oscuros y luminosos atacaban a los que buscaban refugio. Se mermaban unos a otros en un afán de obtener alguna ventaja. Daniel estaba con los oscuros.

Sebaste entrenaba cada día. Él aún no recordaba. Aquellas personas fueron llamadas a través de sueños o visiones, y antes de la gran nevada, la mayoría recuperó sus recuerdos. Eran guerreros que luchaban por la continuidad del universo o por su fin. Destinados a pelear en una guerra de inmensas proporciones. La magia como Sebaste la conoció no existía más. Aquellas personas eran capaces de convocar a los elementos con sus manos. Usaban sus armas revestidas de su propia energía. Y no todos eran magos, por las tardes, reunidos ante el fuego, hablaban de sus vidas, ya fuera como muggles o  magos, y se contaban historias cargadas de melancolía. Solo Dareios se mantenía al margen, como un adulto que ve jugar a los niños. 

—¿Por qué Dareios no cuenta historias? —preguntó una vez.

—Él es el único que lo recuerda desde el principio —dijo Sandrine.

—Todas las vidas y las muertes —añadió Cassius—.  Él no puedo olvidar. Es el primero que despierta y se dedica a buscar a los cabecillas de ambos bandos. Él nos entrena, nos prepara. 

 

oooooooooooooooooooooooooooooooooooooo


Dareios le tendió la mano. Sebaste la tomó y se quedó unos instantes de pie, hasta que Dareios lo hizo sentar sobre sus piernas. Sebaste apoyó la cabeza en su hombro.

—Sweet heart, no desesperes. Eres el último en recordar, y en recuperar tus poderes, porque es una forma de protegerte. 

Sebaste suspiró. Estaba harto de oírlo. La gente lo veneraba como a un dios, pero él no podía recordar. Él era el resplandor, él inclinaría la balanza durante la guerra. 

—No quiero pelear —suspiró.

—Nadie quiere, pretty boy. Pero tenemos que hacerlo.

Dareios le acarició los labios antes de besarlo. Quería decirle: ¿Recuerdas mi promesa? Después de que recordó tuvo que irse, dar inicio al giro de la rueda. El corazón de Sebaste mudó de amor en ese tiempo. Sabía que Daniel estaba vivo y era uno de los oscuros. Dareios no podía pedirle que eligiera sin sus memorias. Quería que recordara sus vidas juntos, sus amargas batallas y sus esperanzas inquebrantables. Quería que fuera solo suyo y temía perderlo.

—Por sobre todas las cosas y las personas, yo te elegiré a ti, pretty boy. No lo olvides.

A Sebaste le habría gustado responder lo mismo.

 


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