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Máscara de luna por mei yuuki

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Notas del capitulo:

¡Hola! Nuevo capítulo, otra vez no olviden leer las notas finales.

También publico el fanfic en ff.net, por si acaso:

https://www.fanfiction.net/s/12194739/1/Máscara-de-luna

   Cascabel 3.

 

  

 

   —Entonces, ¿tú eres Shizuo?

   —Lo soy. Pero, ¿y tú, quién eres?, ¿un conocido de Kasuka? —inquirió confundido—, ¿cómo es que sabes mi nombre?

   —¡Menos mal! Creí que me había equivocado con la dirección, después de todo es la primera vez que vengo —. Sonrió con alivio el hombre extraño. Shizuo entornó los ojos y abrió un poco más la puerta para mirarle de arriba abajo.

   —Explícate —. Exigió. Desde lo sucedido con Izaya años atrás, se había vuelto sumamente desconfiado respecto a sujetos desconocidos como aquel. Estrafalarios y salidos aparentemente de la nada.

   —Claro, claro —continuó el otro con el mismo tono relajado de antes. Era moreno y tenía una curiosa y espesa cabellera que casi le llegaba a los hombros —. Kasuka-kun me dijo que buscas un trabajo, y que considerando tus aptitudes probablemente podrías ayudarme en el mío.

   —¿“Aptitudes”? —No pudo adivinar a qué demonios se estaba refiriendo —Espera, ¿cómo dices que te llamas? Ahora que lo pienso, creo que me comentó algo acerca de un tipo que vendría.

   —Soy Tom Tanaka —se presentó con una ligera inclinación de cabeza—, es un gusto, Shizuo Heiwajima.

   —El gusto es mío. Supongo —contestó de la misma forma después de unos segundos de duda.

   Tras esta seca presentación lo hizo pasar dentro de la casa para escuchar el resto de la historia. Por lo visto Tanaka solía vivir en el mismo barrio que Shizuo y Kasuka -e Izaya también- cuando eran más jóvenes. Shizuo no lo recordaba en lo absoluto, pero considerando su escasa memoria asociativa respecto a nombres y rostros de personas, no le dio mucha importancia al asunto.

   Le sirvió té y este le contó que al encontrárselo hace unos días en el teatro donde Kasuka trabajaba como actor, este le comentó que su hermano mayor acababa de regresar de un largo viaje y necesitaba empleo. Y que él al ser un prestamista, posiblemente no le vendría mal un ayudante como Shizuo para tratar con ciertos clientes difíciles.

   Comenzaba a hacerse una idea de porque Kasuka le había pedido a ese sujeto ir directamente a verlo en lugar de pedírselo a él.

   —Sólo para que lo sepas —lo cortó de tajo al llegar a esa parte del relato—: desprecio la violencia, y no quiero involucrarme en nada que vaya contra la ley.

   —No necesitas recurrir a la violencia, serías como un guardia personal, ¿comprendes? Y este negocio es completamente legal —le aclaró Tom —. No tienes que aceptar de inmediato, puedes pensártelo unos días.

   Observó el vapor emerger desde su taza de té y meditó acerca de su propuesta. A decir verdad, necesitaba un empleo con urgencia. Tenía ahorros, sí, pero no podía seguir siendo una carga para Kasuka por más tiempo, y si quería dar con Izaya, presentía que tendría que dar algo a cambio.

   Izaya. En algún momento de esos diez años desde que lo perdió, su corazón había empezado a idealizarle; a transformarle en una existencia casi ilusoria. Incluso su risa que antaño le fastidiaba, ahora comenzaba a deslavarse en sus recuerdos.

   Debía ser capaz de encontrarlo antes de perderlo por completo.

   —Está bien. Acepto. —Se rindió ante sí mismo — Trabajaré para usted, señor Tom. No necesito pensarlo más.

   —¿En serio? —algo sorprendido por esa repentina resolución y la formalidad inmediata—, pues bien, en ese caso cuento contigo a partir de ahora, Shizuo.

   El mencionado asintió con aire dubitativo. Su vida se había vuelto paulatinamente problemática tras el -desafortunado- descubrimiento de su prodigiosa fuerza. Sucedió un tiempo después de que Izaya fuese apartado de su vida; su enojo rebasó los límites de lo conocido por un niño de diez años y la manifestación física de ello destruyó una de las paredes de su casa y varios de sus huesos. El detonante fue algo tan pueril como una tonta pelea con su hermano. A partir de ese momento aquella descomunal manifestación de su ira no hizo más que aumentar de intensidad y volverse cada vez más recurrente. Tal parecía que había enloquecido y el dolor que sufriera su cuerpo no bastaba para enfriarle la cabeza. Al poco tiempo los vecinos comenzaron a murmurar que el hijo mayor de los Heiwajima había sido poseído por un demonio y los demás niños dejaron de acercársele también.

   Inclusive el mismo Shizuo llegó a pensar alguna vez que quizás sí fuera objeto de una maldición, aunque no era algo que verdaderamente le preocupara ni quitara el sueño por las noches. No obstante no podía evitar caer en la cuenta de que si tan sólo ese poder latente en él hubiese despertado un poco antes, entonces habría sido capaz de proteger a Izaya ese día. ¿De qué otra manera podría haberle sido útil una fuerza destructiva como ésa, más que para proteger a alguien que le importaba? Shizuo siguió preguntándoselo incluso después de dejar su casa para evitarle a su familia mayores inconvenientes.

   —Creí que habías dicho que odiabas la violencia... —Le comentó Tom Tanaka con tono inseguro una semana después de que aceptara el empleo. Para entonces Shizuo ya había enviado a tres de sus clientes al hospital por hacerlo enojar y además había destruido propiedad privada como daño colateral. Cada día a su lado se transformaba en un espectáculo digno de un circo.

   Incluso cuando Tom estaba al tanto de los rumores que anteriormente circulaban sobre el joven, aquel magnífico despliegue de fuerza bruta superaba cualquier expectativa.

   —Lo siento, yo pagaré los daños —. Se disculpó sinceramente el más joven— No importa cuanto tiempo me tarde.

   —Ah, bueno, no me refería a eso, pero está bien —había temido hacerlo enfadar —. Es sólo que me has sorprendido, es en verdad increíble como tú..., ya sabes.

   —Lo siento.

   —No te disculpes tanto, hombre —palmeó su hombro amistosamente intentando animarlo. De pronto los ojos del moreno se iluminaron al recordar algo —¡Es cierto! Casi lo olvido; esta noche unos conocidos tendrán una pequeña celebración, ¿quisieras venir también? —le dio un ligero codazo y añadió lo último en tono sugerente —: Escuché que asistirán un par de geishas.

   ¿geishas? —Shizuo parpadeó.

   —¿No te entusiasma? Mujeres hermosas en elegantes kimonos para amenizar la cena.

   —No especialmente.

   —¡Ah, Shizuo! —exclamó Tom con frustración ante su rostro impávido —Debes aprender a divertirte un poco, no te hará daño, que eres joven.

   —Hum...

 

   •••••

 

   Se sentía fuera de lugar. Quizás había pasado demasiado tiempo evitando a la gente, pero no lograba sentirse del todo cómodo en medio de un salón repleto de caras desconocidas, pláticas alegres y risas cordiales. Shizuo había aceptado acompañar a su jefe para no ser descortés; porque la culpa por causarle problemas en el trabajo continuaba corroyéndole las entrañas como termitas hambrientas y también, claro está, porque no tenía nada mejor que hacer. Inclusive Kasuka estuvo de acuerdo y le prestó un atuendo adecuado para la ocasión. Sin embargo no estaba realmente interesado en entablar conversación con nadie, el ambiente festivo no le sentaba y lo que menos deseaba era enfadarse por algún motivo estúpido y crear un conflicto.

   Aun así, nada más llegar le había sucedido algo inexplicable. Una de las geishas allí presentes había ido a darles la bienvenida y por alguna razón en cuanto sus ojos se posaron en el rostro de Shizuo, se interrumpió a media frase y su semblante pintado de blanco se crispó ligeramente.

   Se sumieron en un curioso silencio. Shizuo le devolvía la mirada con extrañeza. Los brillantes ojos de ella emanaban una agudeza capaz de inmovilizarlo incluso a él en su sitio.

   Sintió como si un recuerdo estuviera a punto de surgir desde los confines de su memoria; sacudido por esa insistente mirada.

   —Oye, Shizuo —le susurró Tom a su lado —, es de mala educación mirar de esa manera a una dama...

   Aquello lo distrajo y el hechizo que dominaba sus sentidos se hizo añicos.

   —¿Qué?

   La joven sonrió imperceptiblemente para sí misma y les interrumpió con voz cálida y cortés.

   —Por favor no se preocupe por eso, señor —les ofreció una leve reverencia para luego señalarles el interior del iluminado recinto con una blanquísima mano —. Síganme por aquí.

   Por el resto de la noche la intriga que aquella muchacha había despertado en él por su forma de observarlo persistió como una espina clavada en su piel. Se le ocurrió la posibilidad de que tal vez ella hubiese sido testigo de alguno de los incidentes en los que se había visto involucrado últimamente en la ciudad y lo hubiese reconocido; eso tenía algo de sentido, pero por alguna razón lo hizo sentirse decepcionado.

   Suspiró sin darse cuenta. El reflejo de la luna creciente era diáfano en el estanque del jardín, la primavera ya se respiraba en el aire y tomaba forma en los brotes del sakura que lo flanqueba desde un lado. Tras haber dejado la bulliciosa habitación a su espalda, Shizuo contemplaba todo aquello con un sereno distanciamiento.

   Inopinadamente un sutil sonido de cascabeles rasgó el velo de su plácido letargo.

   “¿Cascabeles?". Se volteó hacia la dirección del ruido encontrando allí a la misma joven geisha que antes los había recibido. Avanzaba con pasos cortos y discretos sobre unos altísimos okobo* que producían el tintineo propio de un cascabel cada vez que sus pies tocaban la lustrosa madera. Era lo único que delataba su presencia.

   —¿No es algo solitario estar aquí cuando todos festejan dentro—dijo entonces la chica con una voz suave como la seda —, señor?

   En la semioscuridad su rostro maquillado parecía emitir una luminiscencia propia. Su cuello y manos causaban la misma impresión etérea. Vestía un precioso furisode* de seda carmesí con llamativos e intrincados diseños que hicieron pensar a Shizuo en estrellas y lejanas constelaciones. Su cabello profundamente negro estaba peinado de manera impecable y decorado con elegantes kanzashis* y algunos listones. Se sintió aturdido por un momento; a decir verdad, era la primera vez que observaba a una geisha con tanta proximidad y no estaba seguro del todo sobre cual era la forma adecuada de dirigirse a una. El señor Tom ya lo había reprendido por mirarla con demasiada fijeza.

   —No es como si tuviese yo algún motivo por el cual festejar —. Soltó al no encontrar mejores palabras. Enseguida se preocupó por quizá haber sonado demasiado displicente, pero para su sorpresa, la muchacha sonrió antes de decir nada.

   —¿Es así? —musitó como para sí misma —Entonces ha de haber asistido por mero compromiso, algo así como yo.

   —Algo así —convino. Y fue entonces cuando se percató de que la joven geisha traía entre sus manos una copa de sake. Se la ofreció en silencio y él no tuvo más opción que recibirla, pese a no gustarle el licor.

   Al dar el primer sorbo sus ojos se abrieron un tanto.

   —Esto es...

   Ella volvió a sonreír, esta vez con una pizca de autosuficiencia.

   —Al verlo tuve el presentimiento de que no gustaría de bebidas alcohólicas. Se me da bien leer y adivinar lo que piensan los humanos, ¿sabe? Es una habilidad útil en mi trabajo.

   —Con que así es —Shizuo no tenía ni la más remota idea sobre eso. Se le hizo algo extraña la elección de palabras que la muchacha utilizó, pero el dulce brebaje con sabor a frutos rojos le supo tan delicioso que en comparación aquel detalle cayó de inmediato en el olvido para él.

   —Aunque a diferencia de lo que sucede con los otros invitados —continuó la chica nuevamente mirándolo de frente —; no puedo adivinar tan fácilmente lo que usted está pensando.

   —¿En serio? —inquirió sin saber qué más decir. Los ojos de ella poseían un fuerte matiz rojizo, a juego con el carmín de sus labios y de su atuendo. Otra vez capturaban la atención de los suyos, como si buscaran decirle o extraer algo de él desesperadamente.

   —Así es. ¿Por qué será?

   —No tengo idea.

   La joven cortó el contacto visual repentinamente y dirigió su mirada hacia el estanque en calma.

   —Su nombre es Shizuo, ¿cierto? —preguntó tratando de sonar desinteresada luego de unos momentos de mutismo.

   Shizuo asintió.

   —Shizuo Heiwajima, para ser exactos. Pero no hay necesidad de seas que tan formal conmigo. Después de todo tan sólo soy un tipo que vino por compromiso —. Y es que tanto formalismo lo hacía sentirse más incómodo de lo que estaba en primer lugar.

   —Un invitado es un invitado, pero si tú lo dices... —su tono ligeramente mordaz removió algo en el subconsciente de Shizuo.

   Tragó y se aclaró la garganta.

   —Ya que sabes mi nombre, ¿puedo saber yo el tuyo también?

   —Ahora me llaman Kanra, sin embargo antes tuve otro nombre. Hace mucho, mucho tiempo.

   —¿Y cuál es ése...? —sin darse cuenta la distancia entre ambos había ido reduciéndose conforme la plática avanzaba hasta este punto, el aroma del perfume de la chica inundaba el espacio entre los dos. No obstante cuando Kanra abrió la boca para contestar, la puerta corrediza hasta entonces apenas entreabierta a su espalda fue deslizada enérgicamente por alguien desde el interior.

   —¡Kanra! ¿Dónde demonios te has metido?, no puedo hacerme cargo yo sola de tantos invitados —exclamó la voz de una mujer sobresaltando a ambos. Se trataba de la otra geisha, una mujer alta y de estilizada figura enfundada en un kimono de colores blanco y rosa.

   —Voy en un momento, Namie —. Se apresuró Kanra en contestar, recuperádose rápidamente de la impresión. Desde que lo conocía, Namie nunca había tenido tanto éxito fastidiando a Izaya como en esos instantes, aunque eso ella nunca lo sabría.

   —Apresúrate —masculló ignorando olímpicamente a Shizuo tras dedicarle una mirada furibunda a Kanra.

   —Como ves, debo volver adentro —Kanra suspiró luego de que Namie volviese a entrar.

   —¿No me dirás cuál es tu verdadero nombre, Kanra? —inquirió cuando ella le dio la espalda e hizo ademán de encaminarse hacia la puerta corrediza un metro adelante. Se rascó la nuca. Una pesada sensación de desaliento se asentaba sobre él, como si acabara de despertar de un sueño gracias a una cubeta de agua helada.

   —Te lo diré, pero no esta noche —sacó de la manga de su furisode una servilleta con los kanjis de su nombre bordados en ella en rojo y se la entregó.

   —Pertenezco a la residencia Awakusu, ubicada en la hanamachi* al este de aquí, no está muy lejos. —Tomó la taza de sus manos y sus pieles se rozaron fugazmente entre sí —¿Vendrás a verme, Shizuo? Estaré esperando. Procura no olvidarme.

   —Oye, espera un poco —pero eso fue todo. La hermosa geisha y la persona que más deseaba encontrar desaparecieron tras el deslizar de la puerta. El suave tintineo de sus pasos fue devorado por el bullicio.

 

Notas finales:

Okobo: Sandalias de aproximadamente 10 centímetros de alto utilizadas por las maikos. Llevan un cascabel dentro, es por eso que cada vez que “Kanra” caminaba Shizuo escuchaba el sonido de cascabeles. La cinta que va entre los dedos cambia de color a medida que el aprendizaje de la maiko avanza; comienzan siendo rojas, luego rosas y finalmente son de color lila (púrpura pálido), vendría siendo ése último el color de las que utiliza Izaya.

Furisode: Es el nombre del tipo de kimono elaborado y llamativo en cuanto a diseños utilizado por las maikos. Las mangas suelen ser muy largas, pero conforme el aprendizaje avanza se van acortando.

Kanzashi: Especie de orquilla plana forraba en sedas coloridas, de numerosos tamaños, formas y colores.

Hanamachi: “Ciudad de flores"; ciudades o más bien barrios autorizados donde estaban ubicadas las casas de geishas y establecimientos relacionados como las casas de té y otros.


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