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Máscara de luna por mei yuuki

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Notas del capitulo:

Hola, otra vez nueva actualización; gracias por leer y comentar. No olviden leer las notas finales.

   Sacrificio 4.

 

   •

 

   Afirmar que Izaya nunca divagó respecto a un futuro reencuentro con su amigo de la infancia y las posibilidades que podrían desprenderse de eso sería una mentira demasiado grande incluso para él. En el fondo árido de su cínico corazón, la esperanza de que aquello alguna vez sucediera sobrevivía al olvido. Probablemente aunque su mente y alma se corrompieran por completo, un sentimiento tan intrínseco como aquel persistiría cual obsesión. Estaba íntimamente ligado al deseo de recuperar su libertad.

   Lamentaba, sin embargo, que hubiese ocurrido mientras estaba inmerso en su rol de Kanra; cabe aclarar que no esperaba ser reconocido ni mucho menos después de tanto, pero ser visto de esa manera y en tales circunstancias le imposibilitaba cualquier acción; cerraba todos sus caminos. Los grilletes quizás ya no abrazaran sus tobillos, pero aquel disfraz lo encarcelaba de una forma bastante más efectiva. La máscara de belleza y perfección femenina estuvo a punto de ceder en cuanto lo vio; mas consiguió salir airoso y arreglárselas para estar con él a solas por un rato además de incitarle a que le buscara.

   —Shizu-chan. —No lo había pronunciado en voz alta en años. Esa noche algo en su interior fue encendido como una flama; sumergido él en un plácido insomnio.

 

   •••••

 

   Al día siguiente, por supuesto, el precio por soñar despierto con Shizuo se le entregó en bandeja de plata y directamente de manos de su principal carcelero.

   —La decisión está tomada —. Le comunicó Shiki mientras bebían té y contemplaban el jardín en pleno florecimiento desde una de las habitaciones de la casa Awakusu —Tu mizuage tendrá lugar dentro de poco. Las conversaciones con tus mejores clientes y otros interesados ya han comenzado.

   —¿Te cuentas entre esos otros interesados? —se burló Izaya. Con el cabello recogido en una coleta baja y desligado de los modales femeninos rompía las reglas de la casa, pero dado que hablaban ni más ni menos que sobre el ritual de la venta de su cuerpo, aquello no podía importarle menos.

   Su interlocutor ignoró su fútil intento de provocación.

   —En cuanto hayamos seleccionado el cliente te informarán y empezarán oficialmente los preparativos.

   —Ni siquiera tengo derecho de opinar al respecto, eh —musitó como si el asunto no significara nada para él —. Tal como esperaba de ti, señor Shiki. Nunca me decepcionas.

   El mencionado lo miró fijamente, sin variar un ápice su expresión.

   —Durante este tiempo y hasta que la ceremonia acabe, es mejor para ti no intentar nada. Es inútil y sólo conseguirás lastimarte —. Le advirtió —Eres una pieza valiosa de esta okiya y no quiero que eso suceda.

   Izaya sonrió con amargura.

   —Descuida. Tal vez no sea libre, pero todavía poseo sentido común —aseguró condescendiente —. No haré nada de lo que pueda arrepentirme mientras viva.

   Shiki lo observó durante un largo momento antes de levantarse de la mesa.

   —Eso espero, señorita Kanra.

 

   •••••

 

   —¿Izaya Orihara?, ¿quién es ése, un artista del teatro? —contestó el hombre tras escucharlo de labios de Shizuo. Era un comerciante del mercado además de ser la undécima persona de los alrededores a quien le preguntaba ese día.

   Shizuo chasqueó la lengua. Una vena comenzaba a palpitarle en la sien izquierda, augurio de futuros desastres.

   —No lo creo. Es una persona que necesito encontrar.

   —Ya veo —el tipo se frotó el mentón, aparentemente buscando en sus memorias —. No, disculpa, chico. Nunca oí de alguien con un nombre como ése, y siendo tan extraño, estoy seguro de que me acordaría.

   —Comprendo. Gracias por su tiempo. —Se dio la vuelta con desánimo.

   —¡Espera! ¿No quieres comprar algo de pescado? —le ofreció antes de que se alejara dos pasos —Si quieres te hago una rebaja.

   Shizuo simplemente encogió los hombros y aceptó.

  

   •••••

 

   —¿Y esto? —inquirió Tom ante el paquete envuelto en papel que el muchacho le ofrecía.

   —Es pescado. Me lo dieron a mitad de precio —se explicó —. Aunque puede que no esté fresco.

   El moreno echó una ojeada alternadamente a Shizuo y al pescado envuelto en sus manos por unos segundos antes de recibírselo.

   —Ya veo..., ¿puedo preguntarte por qué me pediste que te diera libre la mitad del día?

   Shizuo tomó asiento en el banco de piedra junto a él. Eran pasadas las cuatro de la tarde y la plaza estaba semivacía. El cielo nublado presagiaba lluvia.

   —Señor Tom, hay algo que debo decirte.

   —¿Qué? ¿Acaso te casarás? —el joven negó con la cabeza manteniendo la vista fija en la distancia —, ¿entonces?

   —Estoy buscando a alguien —comenzó —. Es la razón de que volviese a esta ciudad. Su nombre es Izaya Orihara y desapareció de aquí hace diez años.

   —¿Diez años? Eso es...

   —Demasiado tiempo, lo sé. Pero es algo que definitivamente tengo que hacer.

   La resolución que denotaba su voz se reflejaba en sus ojos fieros. Ningún cuestionamiento le haría cambiar de parecer.

   —Comprendo, pero, ¿tienes alguna pista por donde empezar? —preguntó con la misma seriedad.

   —Solamente sé el nombre de uno de los bastardos que se lo llevó —. Pronunció apretando los dientes y contrayendo los músculos.

   —Creo que será mejor que me cuentes esta historia desde el principio —se apresuró en decir antes de que la incipiente ira de Shizuo entrara en ebullición.

   Enseguida éste le relató lo que había sucedido una década antes con Izaya. Un rapto que, incluso hasta ahora, no comprendía del todo debido a que incluso cuando se los preguntó, los padres de Izaya se negaron a decirle cualquier cosa referente al tema.

   Su rostro se ensombrecía conforme las palabras resbalaban de sus labios, precipitadas y aciagas tal cual se sentía. Al finalizar estampó su puño derecho contra la superficie pétrea del banco, sacudiéndolo y dejando en él una impresión cóncava y humeante.

   Al escucharlo, Tom se hizo una idea más clara acerca de cual podía ser la verdadera naturaleza de ese “rapto”. Suspiró y se talló el puente de la nariz. Si no escogía sus palabras muy cuidadosamente, podía convertirse él mismo en el foco de aquella furia tórrida. E incluso así era arriesgado.

   —Shizuo..., en este trabajo he tratado con todo tipo de personas —empezó con tono conciliador, casi como si le explicara algo a un niño —, ya te habrás dado cuenta de eso. Sin embargo, no se trata solamente de los clientes, si no también de los “colegas” o de gente que se dedica a otros tipos de comercio. Siempre suelen haber algunos bastante problemáticos entre ellos.

   Shizuo lo miró con curiosidad y un vestigio de extrañeza.

   —¿Adónde intentas llegar? Por favor sé claro.

   —Está bien —suspiró de nuevo y bajó el volumen de su voz —. Muchas familias que están en la quiebra venden a alguna de sus hijas -o hijos- para cubrir sus deudas. Es algo que nosotros obviamente no practicamos, pero en realidad es muy común.

   —¿Venta...? —atónito —¿Quieres decir que Izaya fue vendido por sus propios padres? —Para alguien naturalmente ingenuo como Shizuo, esa era una noción demasiado atroz que nunca hubiese concebido, aun cuando haya estado presente el día en que el chico fue “raptado” y testificara como sus padres nada hicieron para evitarlo.

   Maldita sea. Aquello comenzaba a cobrar sentido de una forma espantosa. Su respiración se aceleró al igual que su pulso.

   —No estoy asegurándolo, claro que no —intentó tranquilizarlo su jefe al percibir su reacción —. Además, Izaya era un chico, ¿cierto? Usualmente ellos prefieren comprar a las niñas para...

   —¿Para qué? —lo instó a proseguir.

   —... Para llevarlas a los burdeles de Yoshiwara y Yanagibashi*. O si son más afortunadas, alguna okiya de geishas las comprará. —Terminó de decir sombríamente.  

   —Comprendo —. Se puso de pie al instante.

   —¿Eh?

   —Es sólo una posibilidad, pero si voy a esos lugares tal vez lo encuentre —infirió —. En verdad espero no verlo allí... Pero si está en un burdel entonces debo sacarlo de ahí cuanto antes. Y después podré matar a los tipos que se atrevieron a hacerle eso.

   —¿Matar? ¿Dijiste matar? —En definitiva aquella reacción tampoco era precisamente buena —. Como dije, puede que no fuera ése su caso, no podemos estar seguros. —Nuevamente le intentó apaciguar.

   El joven ya había empezado a caminar.

   —Y por eso iré a asegurarme —. Contestó resuelto —Señor Tom, me temo que tendré que pedirte también el resto del día. Es preciso que vaya ahora mismo. Y muchas gracias por tu ayuda —inclinó ligeramente la cabeza.

   —Está bien... —parpadeó y luego sacudió la cabeza. Realmente era imposible detenerlo; era una tontería equiparable a pretender frenar el avance de un tren con las manos desnudas —Sólo no mates a nadie, ¿quieres? Aunque sea inténtalo.

   —Muchas gracias, de nuevo —. Y se fue rumbo al barrio rojo sin perder más tiempo.

   Una vez le perdió de vista, Tom Tanaka echó un vistazo al pescado envuelto que le había obsequiado.

   —En serio, tal vez habría sido mejor no decirle nada.

 

   •••••

 

   —Así que básicamente no tengo escapatoria —. Izaya escupió aquello con cinismo a su imagen en el espejo. Entre la espada y la pared. Su vida, o la farsa que constituía su vida se acercaba a un punto sin retorno.

   Aun así, también podía ser esa una oportunidad. El momento propicio por el que cautamente esperó todos esos años de su adolescencia. Untó el pincel en el recipiente pequeño que contenía el maquillaje blanco y empezó a cubrir su piel metódicamente con ligeras pinceladas. Si contaba con suerte, pronto se vería librado de la carga que conllevaba aquel ritual. Pensó en Shizuo; pareciera que incluso él regresaba a su vida en el momento indicado.

   Aunque él probablemente ya hubiese olvidado a Orihara Izaya.

   Su mano se detuvo y su concentración menguó. Soltó el pincel sobre el tocador sin importarle que la madera se ensuciara. En el espejo, su rostro a medio maquillar mostraba una expresión que prefirió ignorar.

   —Todavía necesito un sacrificio, de lo contrario no funcionará.

 

   •••••

 

   Yoshiwara era un lugar enorme. Tras cruzar la entrada Shizuo se vio inmerso en un mundo desconocido en el que hasta entonces apenas había dedicado algún pensamiento. ¿Realmente se hallaría Izaya en alguna parte de ese colorido y voluptuoso océano de burdeles y otros sitios de similares entretenimientos? La imagen del niño risueño que recordaba apareció ante sus ojos mientras recorría las calles y experimentó una oleada de náuseas al asociarla con semejante entorno.

   En definitiva, mataría a todo aquel que hubiese arrastrado a Izaya a ese sitio.

   Buscó entre sus ropas la caja de cigarrillos. No sabía ni por donde comenzar a preguntar, y cohibirse no le ayudaría precisamente.

   —¿Es una mujer o es un hombre? —inquirió una cortesana que se le acercó cuando le mencionó a Izaya. Vestía un llamativo kimono anaranjado y su maquillaje blanco emulaba al de una geisha, si no fuese por lo recargado de los tonos oscuros alrededor de sus ojos y en sus labios. —Es un nombre extraño. Aunque no me importaría que me llamase Izaya Orihara si lo que desea es algo de diversión conmigo.

   La muchacha esbozó una sonrisa incitadora y Shizuo rechazó su invitación dando un paso atrás. Aquella situación se repitió al menos una docena de veces con distintas variaciones (incluso fue abordado por un par de chicos vestidos de mujer); pero a nadie le resultó ni remotamente familiar el nombre de Izaya, ni su antigua descripción. Tampoco tuvo suerte al consultar en los establecimientos.

   Quizás el señor Tom había estado en lo cierto y al ser un chico había sido llevado a otra parte, lo cual le significaba un gran alivio pese a dejarlo otra vez sin pistas. De todas maneras todavía tenía pensado recorrer Yanagibashi para eliminar sospechas.

   Ya había anochecido y se disponía a emprender el viaje de regreso a casa cuando una nueva posibilidad se abrió paso a través de su cansancio. Acababa de meter la mano dentro de sus ropas en busca de otro cigarrillo y cerillas cuando sus dedos tocaron un trozo de tela diferente a la de su vestimenta. Demasiado suave para ser cualquier cosa que no fuera seda. Extrajo aquel fino pedazo de tela para examinarlo; se trataba del pañuelo bordado en rojo e hilo dorado que la joven geisha le había dado hace dos noches.

   —¿Qué tal si él —pensó en voz alta cuando extendía el pequeño pañuelo blanco entre sus manos. El nombre de Kanra lucía bordado en una de las esquinas junto a pétalos de sakura y una especie de enredaderas —... Cambió de nombre?

   Acarició suavemente los kanjis mientras recordaba el rostro de la chica con inusitada claridad y la singular forma en que lo miraba; la manera inexplicable en que habían conectado y el sentimiento de vacío que lo asoló cuando se marchó. No tenía el más mínimo sentido, y sin embargo...

   Volvió a oír el resto de las palabras que su jefe le había dicho previamente.

   «Si son más afortunadas, alguna okiya de geishas las comprará».

   —No puede ser —se dijo con total incredulidad.

Notas finales:

Yanagibashi: Así como Yoshiwara, Yanagibashi era otro barrio de placer. Existían burdeles y casas de geishas, entre otros. Tampoco existe actualmente; el dibujo de una horquilla decora el puente del mismo nombre como recordatorio de lo que antes fue.


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