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Máscara de luna por mei yuuki

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Notas del capitulo:

Hola ~, tuve algunos problemas con el archivo y tuve que traspasarlo a otro, por eso esta vez me demoré más en actualizar. Espero que no se me haya pasado ningún error, en fin, muchas gracias por sus comentarios, ya nos acercamos al final de esta historia.

Aparte de eso, Amor yaoi me borró (o al menos no me los deja ver, porque siguen apareciendo como que están...) los últimos dos reviews que me habían dejado en este fanfic, uno de ellos lo había alcanzado a responder y el otro no lo pude leer. Lo siento mucho. ;A;

Ilusorio 7.

 

   •

 

   Observó el reluciente filo de la daga durante unos minutos antes de tallarla cuidadosamente con el dedo. Finalmente era el día número siete de la ceremonia de mizuage y su crepúsculo aún incipiente se avecinaba desde el otro lado de la ventana abierta. Supuestamente estaba alistándose para recibir al hombre en la habitación contigua donde se llevaría a cabo la culminación del ritual; que no era otra cosa más que ser poseído gracias al derecho adquirido mediante una buena suma de dinero. Izaya sonrió y fue presa de un sentimiento ambiguo entre el desdén y la más profunda admiración; los seres humanos eran encantadores hasta en lo más intrínseco de su idiotez. Gustaban de urdir enrevesados y absurdos sistemas, similares a telas de araña sólo para acabar atrapados por estos mismos al final. Triste y fascinante, pensó Izaya al alzar el cuchillo y acercarlo a su cabeza. Los amaba, pero decidió que de ningún modo sería devorado por sus contradictorios principios.

   La cascada de cabello negro como la noche danzó a su alrededor mientras cortaba a diestra y siniestra tan velozmente como podía. Por años soñó con hacerlo y ahora debía darse prisa, un total fastidio. Al menos poseía la suficiente habilidad como para no cortarse la piel accidentalmente.

   Alguien tocó la puerta dos veces cuando terminaba de cambiarse. Era Manami y venía a averiguar si ya había terminado y estaba listo para comenzar (o acabar) con todo aquello. La joven vestía el elegante furisode de color azul con estampado floral que le pertenecía a Kanra y sus ojos irradiaban una determinación feroz.

   Sorprendentemente aterradora, Izaya le entregó la daga y esta enseguida se la guardó en el ancho obi del kimono.

   —Es tiempo de que me vaya —anunció el chico de ahora cortos cabellos negros. Vestido con una yukata negra y sandalias bajas, sería irreconocible para aquellos que lo conocían únicamente en su faceta de maiko —. No has olvidado lo que te dije, ¿cierto? Tomarás mi lugar, pero la decisión de qué es lo que harás una vez que él te vea es tuya.

   —No necesitas decírmelo de nuevo, ya lo he decidido —repuso la chica con terquedad —. Es nuestro final y de ninguna manera pienso arruinarlo.

   —Eres increíble, Manami-chan —la elogió mientras se dirigía hacia la ventana y sonreía complacido —. Si es que existe otra vida después de esta, encontrémonos allá y divirtámonos de nuevo.

   Se deslizó sobre la ventana y bajó ágilmente por ella hasta el oscurecido jardín trasero. Aguzó los sentidos y se enfrascó en desplazarse entre los arbustos hasta el límite de la residencia. Nadie deambulaba por los alrededores, de manera que pudo dejar la propiedad sin mayores sobresaltos.

   Entonces, echó a correr.

   Cómo solía hacer de niño en compañía de Shizuo, corrió junto al camino sin mirar ni una sola vez lo que dejaba atrás. El viento fresco lamiendo su rostro y colándose dentro de sus ropas ligeras simbolizó para Izaya la cúspide de su renacimiento. Las pequeñas alforjas llenas de dinero, cosidas a conciencia en las costuras interiores de su vestimenta, se bamboleaban contra sus piernas, pero nada lo detuvo.

   Kanra acababa de morir e Izaya Orihara volvía a nacer. Lo único que faltaba para que la gloria fuera completamente suya era reunirse con Shizuo.

 

   •••••

 

   No mucho tiempo después, Manami aguardaba en lugar de Izaya dentro de la habitación seleccionada para la consumación del acto. El cómodo recinto estaba casi completamente en penumbras; tan sólo una lámpara de aceite colgada de un biombo junto a uno de los muros proyectaba un halo de cálida luz sobre el tatami. Camuflada con el aroma del incienso, una fragancia desconocida se desprendía de las paredes mismas.

   En el momento en que la puerta corrediza que conectaba la habitación con el pasillo se deslizó, Manami, que permanecía dándole la espalda y envuelta en las sombras, sustrajo la daga que hasta entonces guardaba dentro del obi dorado de su kimono. Ciñó sus dedos alrededor de la empuñadura negra hasta que sus nudillos palidecieron; y acto seguido, la ocultó dentro de la larga manga del furisode.

   Tal como “Kanra” le había indicado antes de irse, era su elección llevar aquello hasta el extremo que quería; en el caso contrario, podía simplemente crear una distracción y escapar también. Sin embargo, huir carecía de sentido para ella. Su único anhelo era abrazar el vacío y volverse una con él hasta olvidar sus propios pensamientos y tribulaciones.

   Los pasos se acercaron hasta su posición. Contuvo el aliento, pero no tenía dudas ni motivos por los cuales arrepentirse o dar marcha atrás.

   —Kanra-chan —dijo la voz de un hombro entrado en años cerca de su nuca. Percibió un ligero efluvio alcohólico —, ¿estás lista para...?

   La mano de aquel se posó sobre el hombro delgado de la joven que permanecía sentada en la moqueta, instándola a girarse en su dirección. Ésta lo hizo y el sujeto finalmente cayó en la cuenta de que estaba en presencia de la chica equivocada.

   —¿Quién demonios eres tú? —Inquirió entre confuso y fastidiado. Entrecerró los ojos con la intención de ver su rostro más claramente —¿Dónde está Kanra?

   Sin atender a ninguna de sus dos preguntas, Manami se levantó del suelo. Exhaló profundamente y echó un vistazo a la puerta y después a la lámpara colgante del biombo. Todo estaba bien, podía hacerlo. Acabaría con todo.

   Alzó el brazo derecho descubriendo la daga que su mano sostenía, sin quitarle la vista de encima al tipo que tenía frente a sí.

   —Te agradezco esta oportunidad, Kanra —. Musitó para nadie más que sí misma. Esbozó una aciaga sonrisa, imperceptible en la tenue oscuridad. —Es más de lo que hubiese podido desear.

   —¿Qué mierda estás balbuceando ahí? —Intentó sujetarla por el brazo, no obstante la joven fue más veloz y esgrimió el filo del cuchillo contra él antes de dar un paso al costado y alejarse un palmo. Un corte superficial se abrió en su rostro —¡¿Qué acabas de hacer?! ¡Zorra!

   Enfurecido, se lanzó en contra de Manami. Ésta se dirigía entonces hacia el biombo donde descansaba la lamparilla, a metro y medio del lugar donde había estado de pie hace instantes. Desgraciadamente fue derribada sobre el tatami antes de poder llegar hasta allí y hacerse con ella.

   Forcejearon. Como era lógico, el individuo superaba en fuerza a Manami; la única ventaja que ella poseía era el cuchillo que todavía portaba en su mano derecha. Entre insultos y maldiciones intentó extrangularla mientras ella se removía incansablemente bajo su peso. De un momento a otro se quedó petrificado, reducido al segundo justo en que la chica enterraba la afilada daga en su costado.

   —¡Tú...! —Liberó su garganta para llevarse instintivamente las manos a la herida propia donde la sangre manaba ahora en libertad —Voy a matarte..., no sabes con quién te has metido, t-tú...

   Manami lo pateó en el rostro tan fuertemente como su atuendo le permitió maniobrar las piernas. Con eso terminó de quitárselo de encima, y entre ligeras toses se levantó. Se limpió las manos sucias de sangre ajena en la preciosa seda del kimono y se dispuso a retomar la tarea antes interrumpida.

   Descolgó la lámpara del biombo, y dándole una vez más la espalda al hombre tendido sobre el piso, aventó la misma contra la pared que la enfrentaba, con todas sus fuerzas. El resultado fue instantáneo: al impactar con el muro que ella misma se había encargado previamente de rociar con aceite combustible, la pequeña flama estalló y creció infernalmente en cuestión de segundos.

   Se propagó más deprisa de lo que hubo calculado; alcanzando el techo y lamiendo las paredes contiguas igualmente bañadas en aceite en menos de dos minutos. Por poco no le da tiempo suficiente para arrastrar la mesa ubicada cerca del futón, justo en el centro, hasta la puerta por donde había entrado el hombre, volcando en el proceso el cuenco que contenía un par de huevos crudos para el ritual. De la puerta corrediza que daba al jardín ya se había encargado: desde el comienzo estaba obstruida por el otro biombo perteneciente a ésa habitación.

   Las muchachas en las otras dependencias de la casa Awakusu no tardarían en advertir el humo, antes de que el incendio fuera plenamente visible desde el exterior. Si no fuese porque en un acuerdo tácito se mantenían lejos para darles la debida privacidad esa noche, ya hubiesen acudido ante el escándalo. Sabiendo todo esto, Manami recogió el cuchillo ensangrentado y tomó asiento en el centro del cuarto para realizar la última parte de su ritual personal. Descubrió sus brazos y trazó cortes en ambas muñecas, para después terminar por recostarse de espaldas junto al cuerpo del cliente de Kanra.

   Pronto el sofocante calor aunado al humo tóxico la envió a las profundidades de la inconsciencia; incluso antes que la pérdida de sangre. El superfluo pensamiento de lo irónico que era que aquello pareciera un suicidio de amantes la hizo sonreír mentalmente por última vez, antes de ser devorada por el vacío que tanto ansió.

 

   •••••

 

   Shizuo iba en camino hacia la hanamachi cuando escuchó acerca del incendio. La noche del Séptimo Día de la ceremonia de Izaya había caído hacía no mucho y él se dirigía a toda prisa para reunirse con el chico de cabellos negros; tal cual éste le indicó que hiciera en el mensaje que la joven maiko le transmitió el pasado día en la plaza. Se alarmó a sobremanera. Antes de que lo notara, muchas otras personas corrían en la misma dirección que tomaba él, pues al parecer la situación era grave. Una espesa columna de humo se alzaba en la distancia hacia el límpido cielo nocturno, cubriendo las estrellas.

   El origen provenía exactamente de la casa de geishas donde Izaya vivía. En cuanto se percató de ello, sintió cómo su corazón se contraía de manera dolorosa dentro de su pecho. Era perentorio llegar antes que cualquiera y encontrarlo.

   —¿Adónde piensas que vas? —Una voz tranquila que parecía completamente ajena al caos imperante en su mente y a su alrededor le detuvo en el momento mismo en que iba a echar a correr también —La persona que buscas no se encuentra ahí. Date la vuelta para que puedas comprobarlo tú mismo.

   Como si no hubiese reconocido ya su voz, el joven rubio hizo lo que se le pidió sin objetar nada. La impresión que le causó su nueva imagen esfumó las palabras que pensaba pronunciar. Parpadeó varias veces antes de acostumbrarse a ello, estupefacto.

   —Izaya, ¿qué te ha pasado? —Era una pregunta estúpida, pero no atino a decir más. Se había habituado a verlo vestido de maiko con todo y maquillaje incluido, no obstante el chico que le sostenía la mirada en esos momentos lucía totalmente diferente de eso. Sus cabellos negros eran cortos; enmarcaban su rostro con afiladas puntas, su vestimenta discreta se ajustaba perfectamente a su cuerpo a ojos de Shizuo y su piel era pálida por sí misma sin necesidad de estuco alguno.

   Se veía como un hombre joven absolutamente normal.

   —Me he librado de ese espantoso peinado y del pesado atuendo. He vuelto a ser lo que nunca debí dejar de ser —explicó y su sonrisa rezumó desagrado al referirse a aquello —¿No te gusta?, ¿es que preferías verme disfrazado de chica, Shizu-chan?

   —De ningún modo —repuso enseguida —, pero no entiendo. ¿Qué se supone que ha pasado? ¿Cómo es que estás aquí así?

   Izaya negó parsimoniosamente con la cabeza antes de responder.

   —Supongo que Manami-chan decidió hacerlo a lo grande después de todo; como esperaba de ella —dijo, confundiendo todavía más a Shizuo —. Te lo explicaré todo, pero primero debemos irnos de este lugar. Es peligroso seguir aquí.

   —De acuerdo —contestó, algo inseguro, ni bien lo siguió con premura fuera de la hanamachi en cuanto empezó a andar.

   Dejaron atrás el barrio plagado de okiyas y casas de té, momentáneamente conmocionado por el suceso del incendio ocurrido en la casa Awakusu. Una vez dieron con una callejuela apartada y solitaria, Izaya se detuvo y le miró de soslayo.

   —Te mentí, Shizu-chan —confesó, volviéndose del todo hacia él —; la ceremonia de mizuage es en realidad sobre acostarse con un sujeto que ha pagado un precio alto por esa “pureza”. Las chicas no pueden negarse ni elegir con quien desean hacerlo, bastante cruel, ¿no te parece?

   —Entonces tú... —Su mandíbula se tensó y su sien comenzó a palpitar espontáneamente. Su pulso se disparó —¡¿Qué es lo que te hicieron, Izaya?! —Gritó y lo sujetó por los hombros enjutos, desesperado. —Dime quién lo hizo y lo mataré, te aseguro que lo haré. ¡Se arrepentirá... !

   El chico de cabellos oscuros colocó delicadamente las manos sobre las suyas.

   —No sucedió. Escapé y estoy perfectamente bien, ¿ves? —Dijo despacio con voz tranquilizadora —No te exaltes.

   Shizuo lo contempló fijamente por varios segundos, cómo si intentara comprender lo que le decía. Finalmente su expresión desencajada se relajó en parte y bajó sus brazos.

   —¿Por qué no me lo dijiste antes? —Le reprendió entonces. —Te habría sacado de allí de inmediato.

   —Eso no habría funcionado —replicó Izaya cruzando los brazos sobre su pecho —. Kanra debía morir de una vez y para siempre, como ha ocurrido esta noche. Era la única forma que tenía de recuperar mi libertad.

   —¡Es que no lo entiendo! —Explotó —¿Qué demonios pasó en ese lugar? Necesito que me expliques esto desde el principio.

   Izaya tomó aire y se dispuso a contarle la verdad tras su fuga, sin ambages ni medias tintas.

   —Esta noche cambié de lugar con alguien y escapé; esa chica se hizo pasar por mí y enfrentó a ese tipo. Ella, que deseaba morir más que cualquier otra cosa en este mundo, fue el mejor peón y sacrificio que pude haber hallado. Ha realizado un espectáculo que supera mis expectativas —. Relató con creciente entusiasmo —. También engañé a unos cuantos de mis clientes para que me dieran dinero, haciéndoles creer que escaparía con ellos esta noche. Deben seguir esperándome en el muelle, tal vez. ¿Por que me miras así, Shizu-chan? He hecho todo lo que debía hacer. Durante mucho tiempo esperé la llegada de este día, la ocasión perfecta para utilizar en su contra el esperpento que han creído era mi existencia —Su voz se elevaba debido a la emoción y sus ojos destellaban con crueldad. Una imagen espeluznante de Izaya que Shizuo jamás había visto antes —¡Y he vencido! —Proclamó, extático, extendiendo los brazos.

   Debatiéndose entre el horror y la más absoluta incredulidad, Shizuo lo miraba como a una aparición, o en cualquier caso como algo imposible y ridículo. Simplemente no era capaz de creer que el chico travieso cuyo recuerdo abrazó durante años y que le había salvado en determinados momentos de su vida, hubiese crecido para convertirse en el ser maquiavélico y embebido de sí mismo que ahora tenía delante de sí; que como un demonio se jactaba de sus fechorías.

   Le dio la espalda y se talló enérgicamente el rostro con las manos, como si luchara por despertarse de un mal sueño; y es que así era. No podía estar pasándole aquello; era demasiado terrible, demasiado injusto.

   —Izaya, tú... —Masculló, turbado —¡Maldita sea! ¿Por qué has llegado tan lejos? ¿Por qué no me dejaste salvarte?

 «¿Por qué?»

   Se detuvo en el momento de espetar lo último y blandió su puño de acero contra el muro. Izaya observó en silencio cómo una grieta se abría desde el epicentro del impacto hasta tocar el suelo.

   —Yo no te reconozco.

   El chico moreno cerró las manos fuertemente a sus costados; quiso reír, pero contrariamente a sus ideas un suspiro cansino escapó de su boca. Se sintió repentinamente extenuado, ésa sola frase le había golpeado cual objeto contundente en más de un sentido.

   —¿Qué no me reconoces, dices? —Inquirió no sin cierta dureza, medianamente escéptico —Tú, de entre todas las personas, ¿vas a juzgarme? —Se llevó la diestra a la cabeza con lentitud. Sonrió con pesadumbre. —Estuviste cuando fui vendido, pero no lo comprendes en absoluto. Ellos quisieron que olvidara quien era, limitarme a ser una mercancía sin pensamientos ni deseos propios, pero yo no lo olvidé. Nunca dejé de pensar en la vida que tuve.

   Exhaló profundamente; su nula respuesta decía más que cualquier palabra. Dio un paso hacia el frente y escrutó su nuca, su mirada vuelta un desastre de sentimientos confusos y desazón. La necesidad imperiosa de ser reconocido por quien era se mezclaba con la desesperanza y el disgusto.

   —Soy Orihara Izaya —espetó, llevándose la mano al pecho y estrujando la tela de su ropa entre los dedos —. Soy la clase de sujeto egoísta y ruin que un hombre ingenuo y bondadoso como tú jamás podrá aceptar, ahora lo sé. Soy la basura que se conoce a sí mismo y ama a los humanos sin distinción; puedo mentirle al mundo entero y no pretendo reformarme, es lo que elegí. No lamento ser de esta calaña ni mis acciones pasadas o futuras, pero aun así, incluso con todo esto —su voz se desvaneció en un suspiro ahogado. Ahora se recargaba contra la espalda de Shizuo, oprimiendo en él uno de sus puños. Sentía una soga ceñir su garganta, pero tan sólo eran sus emociones contenidas a punto de estallar y consumirle desde dentro —... Quisiera estar contigo. Pero no puedo ser nuevamente algo que no soy. Lo siento, Shizu-chan; no soy el hombre que pensaste que era. No lo fui ni lo seré.

   En lo que dura un latido, Shizuo reaccionó. Al tiempo en que el cuerpo menudo de Izaya se agitaba contra su espalda en un estado más allá del posible consuelo, tuvo una revelación. Recordó al pequeño Izaya de nueve años cuyo rostro asustado había visto una década antes. En ese entonces parecía temer más por él al verlo allí, en medio de esa pesadilla, que por sí mismo.

   El Izaya ilusorio de sus ensoñaciones se desvanecía como simple bruma barrida por el sol; jamás podría tenerlo entre sus brazos. Comprendió, sin embargo, que el Izaya que sufría y temía al ser abandonado por su propia familia a un destino incierto, su primer amigo al cual no pudo proteger y prometió salvar, tan humano e imperfecto, le necesitaba y estaba allí, justo al alcance de sus manos.

   Y Shizuo, por su parte, lo necesitaba en demasía.

   Se giró inmediatamente, sobresaltando a su antiguo amigo de cabellos oscuros. Éste intentó retroceder con el rostro bajo, casi trastabillando, mas no se lo permitió. Lo sostuvo con una delicadeza que le era ajena y acarició los pómulos con sus pulgares, sorprendiéndolos ligeramente húmedos. Juntó ambas cabezas, y de ese modo permanecieron sumidos en el silencio por unos momentos. Izaya finalmente se superpuso a la sorpresa para sostener sus manos, vacilante.

   —No te abandonaré. Jamás lo haré, Izaya —. Juró desde el fondo de su alma.


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