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Mil Mundos por Rising Sloth

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Notas del capitulo:


Y llegamos al ecuador de la historia con la quinta tanda! Estos capitulos que se vienen son de mis favoritos en el fic, espero que para vosotros también

Recordatorios y aclaraciones:

Hasta cumplir lo cien años, para un yokai es como si cada década fuesen para nosotros unos doces meses. Es decir, un yokai de 70 años es como un humano de 7.

Después de los 100 años el tiempo de vida se alarga más, para un yokai mil años son como para un humano 1. Por lo que un yokai de 4000 años es como si tuviese catorce.

Aclarado esto doy paso al capi. ¡A disfrutar!

Capítulo 17

En el año 4.192 después de Cristo y 12.658 antes de Gada, la evolución tecnológica humana había llegado casi al culmen de su carrera. Sin embargo, aunque la humanidad estuviese en aquella época de auge y ensueño que sus antepasados jamás hubiesen logrado soñar, algunos intelectuales de la ciencia miraban hacia atrás y comprendían que, biológicamente, la raza no se había superado así misma. Hombres y mujeres seguían siendo afortunados con vivir cerca de un siglo, propensos a las enfermedades físicas o mentales, al envejecimiento cerebral y débiles ante las catástrofes. Permanecían, a pesar de todo, siendo una raza frágil.

Al evocar estas ideas, uno de los genios de la época en el campo de la medicina y genealogía, conocido como Hiruluk, trató el asunto. Durante toda su vida trabajó en la forma de crear seres humanos más fuertes, sin embargo, aunque sus investigaciones supusieron otro gran avance de conocimientos, sus ambiciones no quedaron en más que unos documentos teóricos.

En los años posteriores, el legítimo nieto de Hiruluk, Tony Tony Chopper, retomó el trabajo de su abuelo. El más afamado que su predecesor, con sus conocimientos sobre la evolución a lo largo de la historia en todos los rincones del universo conocido, hizo sus propios avances teóricos e incluso pudo llevarlos a la práctica. Chopper gastó todos los ahorros de su vida en uno de los más increíbles laboratorios de la historia. Allí empezó a investigar con células y otros cuerpos más completos. Vertebrados, invertebrados; mamíferos, reptiles; aeréos, acuáticos... Todos pasaron por las manos de Chopper siendo gran motivo de estudio. Con ello pudo descubrir que con algunas alteraciones en el ADN y cruces de organismo diferenciados, el sueño de su abuelo podía hacerse más cercano.

Tras el gran éxito de sus primeras pruebas, Chopper, mostró al público algo que dejó a medio universo con la boca abierta: una estrella de mar con el pelaje de un león. La mayoría de los comentarios en las redes sociales afirmaban que era increíble, otros, que la estrella era adorable y, unos pocos, que los dientes de león del centro de la estrella le daban que pensar antes de plantearse el tenerla como mascota. Fuera como fuese, Chopper resultó aclamado por la población científica al demostrar que su estrella era capaz de sobrevivir en diferentes medios mejor y más tiempo que cualquier otro ser vivo. Pero tampoco se escapó de las críticas que señalaban que su trabajo era contra natura y que un humano expuesto a eso no solo sería una abominación sino que ademas acortaría su vida. Esto motivó al gran científico a seguir fiel a sus convicciones y probar su propio experimento consigo mismo.

Según se sabe, en los primeros años tras alterar su ADN se sentía mejor que nunca e incluso más fuerte. El asma crónica que padecía desde mi infancia ha desaparecido, afirmó él. Nadie supo si realmente había cambiado algo en él puesto que, al menos en apariencia, seguía siendo un humano de pies a cabeza. Por ello, para demostrar que no mentía, hizo llamar a los mejores atletas humanos conocidos. El acontecimiento fue retransmitido a todo el mundo y, Chopper, volvió a dejar sin palabras mas había ganado a todos los deportistas en velocidad, fuerza y resistencia sin derramar una sola gota de sudor. El sueño de su abuelo estaba cada vez más cerca, pero para él aún quedaba muy lejano.

Con los años su complexión física fue cambiando. Su cuerpo se tornó exageradamente fornido, un espeso vello como la selva lo cubrió de arriba abajo. Y su cabeza, considerada en su tiempo como "la más célebre jamás existido"... Fue adornada con astas de venado. Se convirtió en algo que no era ni hombre ni animal. Pero lo peor fue que la deformación también afectó a su cerebro.

Sus psicólogos y psiquiatras estuvieron tratando en él lo que en un principio parecía un brote de esquizofrenia. Algunos dijeron que era la causa del propio experimento, otros al verse cada día como se convertía en un monstruo. Fuera como fuese, su estado solo tenía un nombre: Locura. En un último arrebato ató su cuello a una soga y se quitó la vida en una noche nevada de diciembre. Los titulares de la mañana siguiente hablaron de "el ajusticiamiento del minotauro" y otros, cruelmente más bromistas, "Fin de las navidades, Rudolf a muerto". Muchos pensaron que ahí acababa todo. Sin embargo, Chopper, al igual que su abuelo, dejó una serie de discípulos que retomaron su trabajo, los conocidos como la Tercera Generación.

Estos discípulos descubrieron que el problema de las deformaciones físicas y psíquicas no venía de la alteración biológica, sino de la propia cabeza del ser. Era un cruzamiento entre entidades diferentes, suponía un enfrentamiento de mentes, incluso se pudo decir de almas. Fue entonces cuando la Tercera Generación pensó en la Tribu del Acero, humanos que habían optado por negar los avances tecnológicos, esconderse en la naturaleza y vivir con los animales. Para ellos el acero era sagrado, lo utilizaban para forjar sus armas; decían que, igual que el lobo tiene garras, ellos tenía el metal; basaban sus técnicas de lucha en los movimientos de doce animales, a los que llamaban Protectores y afirmaban que cada uno guardaba a una persona diferente. La Tercera Generación creyó en ellos como los únicos humanos capaces de atesorar la cordura gracias a su capacidad de supervivencia, adaptación y, por su puesto, relación con el mundo animal; los convencieron de que esta evolución artificial permitiría a la raza humana olvidar la ciencia y sobrevivir a la vida como verdaderas personas. Y esa vez, sin lugar a dudas, el experimento fue un éxito. No hubo deformaciones psicológicas, los de la Tribu, tal y como había concebido los discípulos de Chopper, mostraron una fuerza mental más increíble que el resto de humanos que los precedieron. Hubo leve deformaciones físicas; garras, orejas puntiagudas, branquias, visión nocturna; pero la Tribu del Acero no les tomó importancia más la veían como el acercamiento a sus Protectores.

–Y de esa manera es como nacieron los primeros yokais –recitaba la lección un corpulento hombre con rulos en la cabeza. Carraspeó–. ¡La lalala lala la laa! Aunque aún quedaba un gran paso evolutivo hasta ser los definitivos yokais que somos. Cada generación era más fuerte y vivía más años. Éramos más numeroso y...

–Tanto que empezaron las confrontaciones entre nosotros y nos dividimos en las Doce Familias, cada una por un Protector de la Tribu del Acero –dijo con aburrimiento una pequeña niña de pelo azul y corona de plumas–. Ahora vienen todas las guerras... ¿Podemos dejarlo por hoy, Igaram?

–Princesa Vivi –el yokai tórtola se arrodilló para hablar a la niña a la misma altura–. Ya tenéis setenta años. Vais a ser reina. Ave es el reino que ahora gobierna sobre resto de Familias Yokai, pero eso no quiere decir que los once reinos restantes estén satisfechos, debéis saber siempre porqué. No os lo digo y repito para daros la tabarra, sino para que se quede incrustado en vuestra mente.

–El otro día me dijiste que era para que no me creyera eso de que los humanos tuvieron relaciones sexuales con animales.

–... ¿No creeríais eso? Eso son los desfases mentales de una antigua secta ya casi extinta. Lo que ocurre a veces cuando un pueblo como el nuestro prospera.

–He oído que van hacer del acero nuestro enemigo.

–Del acero nuestro... ¡No! ¡La lalala la laa! Eso solo un acero que han creado, nocivo de alguna manera para nosotros –suspiró–. Pero eso os lo contaré mañana princesa Vivi. Parecéis cansada. Podéis iros...

A la pequeña se le iluminaron los ojos, se levantó del pupitre, hizo una más que cortés reverencia y se fue a toda prisa luciendo su kimono azul. Igaram sonrió con cariño al ver como se iba.

–Que buena niña.

Corrió por los serpenteantes pasillos de madera hasta que oyó voces desde el exterior. Asomó la cabeza a la ventana del tercer piso. El maestro de armas Koshiro, un yokai cuervo, se encargaba ese día del entrenamiento de los jóvenes novatos en el arte de la espada. Su hija Kuina, una yokai golondrina, estaba entre ellos; era la mejor de todo el grupo y Vivi siempre la admiraba. Antes, la joven parecía completamente un chico, era "uno" más entre los alumnos. Muchos dijeron que cuando madurara se retiraría del camino de la espada, por falta de interés o debilidad respecto a sus compañeros; sin embargo, en el pecho de Kuina empezaba a asomar la delantera de una adolescente de casi cuatro mil años y seguía siendo admirablemente fuerte, además de una joven realmente bella.

Vivi paseó la mirada por los alumnos. Entrecerró los ojos. También estaba Koza, un yokai gorrión que realmente le estresaba. Este se fijó en la ventana y le hizo una mueca a Vivi con la lengua. Ella le hizo otra, también enseñándole la lengua y achinándose los ojos con los dedos. Entonces empezó una guerra a ver quién ponía la cara más fea que terminó con una pregunta del Maestro Koshiro, más extrañado que preocupado, a Koza por su estado de salud mental. Vivi se retiró de la ventana tapándose la carcajada con las dos manos, hasta se le saltaron las lágrimas. Luego siguió su paseo.

Salió al exterior por la parte oriental del castillo. Un sirviente le preguntó si le sacaba una nave individual, pero ella rechazó la oferta, era incapaz de disfrutar del gran y hermoso jardín dentro de una cabina.

Aunque se fue para no escuchar otra vez la lección de Igaram empezó a divagar sobre ella. La Tribu del Acero había negado todo lo que era tecnología; solo admitieron trabajar con la Tercera Generación para que gente de constitución más débil que ellos pudieran sobrevivir a su forma de vida. Sin embargo, de eso hacía mucho, y los yokais de ese momento no se privaban de determinadas comodidades que podían dar las máquinas. Cierto era que aún se seguía inculcando la sabiduría de la Tribu del Acero, como el Alma de todas las cosas o los Protectores, pero aún así Vivi se preguntaba qué pensarían aquellos ancestros suyos si vieran en lo que se habían convertido.

–¡No creas que te vas a escapar!

El grito llamó la atención de a niña. No muy lejos para un yokai había dos hombres con el kimono de la servidumbre del castillo, rebosando de furia y aporreando algo. El corazón se le subió a la garganta cuando se dio cuenta de que era una persona.

–¡Parad! –gritó con todas su fuerzas corriendo hacia ellos–. ¡Vais a matarle!

Los dos miraron a la pequeña, abriendo los ojos al darse cuenta de que era su princesa.

–¡Parad! ¡ah! –alguien la atrapó por detrás.

–No os acerquéis, Princesa. Puede ser peligroso.

–¡Pelu! –dijo ella al reconocer al yokai halcón.

–¡No lo entiende, señorita Vivi! –se excusó apresurado uno de ellos–. ¡Es un ladrón peligroso!

–¡Cierto, cierto! ¡Mire usted! –se lo decía más a Pelu que a Vivi, agarrando por el cuello de los harapos del ladrón.

No era como ellos, tenía cuatro orejas, dos humanas y dos puntiagudas más arriba, y una larga cola verde igual que su pelo. Al ver que se trataba de un niño, inconsciente por la paliza, a la peliazul se le humedecieron los ojos.

–¿¡Pero que hacéis!? ¡Sois unos asesinos!

–Pe... pero, princesa Vivi. Este niño es un híbrido.

La niña no cambiaba su expresión de enfado y miedo. Los dos yoakis miraron a Pelu.

–Llevadle a que le curen las heridas –dijo éste. Los dos no tardaron en obedecer y, una vez solos, la niña empezó a derramar sus lagrimas–. Sois muy buena, Princesa.

Vivi amaba su reino, pero odiaba todo ese racismos en las mentes de su gente que ni siquiera su padre había sido aún capaz de derrotar. Cuando ella fuera reina lucharía para que las cosas cambiaran.

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Lo último que vio fue a esa niña del pelo azul gritando y corriendo hacía él mientras los palos de madera le atizaban una y otra vez. Esperaba despertar más tarde en un montón de basura, como solía ser, sin embargo, al abrir los ojos, se encontró en una amplia habitación con suelo, paredes y techo de madera, una extensa balconada de puertas correderas que daban a un porche y a un jardín de cerezos en flor. Sentir un mullido colchón bajo su cuerpo no hizo que se sintiera menos extraño.

–¿Te encuentras mejor?

Su cabeza giró a la voz. Sentada de rodillas, estaba la chica del pelo azul. Su primera reacción fue levantarse de golpe, pero su cuerpo magullado no se lo permitió, quedó tumbado de nuevo con una queja.

–Es mejor que no te levantes –le dijo ella, preocupada–. Te las han tratado y vendado, pero las heridas aún tardaran un par de horas en sanar.

–¿Dónde estoy?

–En palacio.

–¿¡En palacio!? –se volvió a incorporar. Su cuerpo le dedicó otra serie de latigazos de dolor, pero esa vez se controló para no tumbarse–. ¿Quién demonios eres tú, niñata?

–Muestra un poco más de respeto a la princesa Vivi –dijo Igaram, sentado de rodillas igual que ella y a su lado, su cara mostraba un contundente desprecio y amenaza para el híbrido–. O pondré fin a tu asquerosa existencia ahora mismo.

–¡A ver si lo intentas! –le retó sin achantarse.

–¡Pero como te atreves maldito niño! –se levantó a punto de abofetearle.

–¡Igaram! –lo detuvo Vivi–. ¡Está muy herido! ¡No le hagas nada!

–Estoy perfectamente y no quiero vuestra compasión para nada. Así que yo...– su palabras fueron interrumpidas por su estomago.

Se hizo silencio. Las mejillas del niño se tornaron rojas.

–¡Es verdad! Los empleados dijeron que habías entrado a robar pan, así que te hemos traído un poco de comida.

Estaba claro que, cuando la chica sacó la bandeja de detrás de su espalda, al chico híbrido se le hizo la boca agua, pero observó de reojo a Igaram y apartó la mirada con tozudez.

–No la quiero.

–¡Pero serás! –fue otra vez a por él.

–Igaram, vete –ordenó tajante la niña.

–¡Pero princesa Vivi! ¡No puedes quedarte...!

–Por favor Igaram –le suplicó bastante seria para su edad.

El de los rulos no se pudo negar, y dejando claro que si necesitaba ayuda que él estaría cerca, muy cerca, salió de la habitación.

–Ten –le volvió a ofrecer la bandeja–. Ya puedes comer tranquilo.

Él la seguía mirando con recelo.

–¿Eres princesa de verdad?

–Sí.

–¿Y sabes lo que soy?

–Sí.

–¿No te importa?

–¿El qué?– tenías una sonrisa realmente inocente.

El pasó su mirada de ella a la bandeja un par de veces. Hacía mucho que no veía tanta comida junta, y menos a su alcance. Alargó, aún si fiarse, su mano.

–¡Mm!– exclamó una vez probó bocado, se le había erizado todo el pelo de lo bueno que estaba.

–¿Te gusta?

–No... No demasiado –se avergonzó de si mismo y pretendió hacerse el duro. No se percató de que sus palabras no concordaban con el movimiento feliz de su cola.

–Si te quedas podrás comer más.

Miró directamente a los ojos de la niña. No mentían ni se burlaba.

–Me llamo Vivi y te invito a quedarte en mi casa –se reverenció de manera cortés–. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?

–... Zoro –respondió cohibido.

–¿Cuantos años tienes?

–... tres mil sesenta.

–¡Vaya! ¡Tienes justo tres más que yo! –le tomó de ambas mano–. Seguro que no llevamos muy bien.

Desde ese día se hicieron inseparables, aunque cabía más decir que la que no se separaba era Vivi de Zoro, le había cogido un gran cariño enseguida al joven híbrido, sentía que debía de protegerlo. Por su parte el peliverde era muy reservado, pero no parecía molesto con ella.

–Ese niño híbrido está embaucando y liando a la princesa Vivi y a su bondadoso corazón –le criticaba Igaram al maestro Koshiro paseando por los pasillos–. Tiene más cara que espalda ¿No dijo que no se quedaría unos días y ya lleva mas de dos semanas?

–Te lo tomas demasiado a pecho. El chico seguramente no lo ha pasado bien, es normal que se resista a irse; y si su motivo fuese hacer daño a la Princesa ya se lo habría hecho.

–Te digo yo que ese niño tiene miras altas y malignas ¿Por qué si no iba a robar al palacio con lo peligroso que es teniendo el resto de la capital para usurpar?

–Es solo un niño, Igaram. Sé lo preocupado que estas por la Princesa pero su padre también es consciente y lo ha dejado estar.

–El rey Cobra también es demasiado bondadoso y...

Callaron al cambiar de pasillo, donde vieron a Zoro arrimado a la ventana, viendo lo que quiera que fuese con ojos iluminados.

–¡Eh, niño! –gritó dándole un susto al peliverde–. ¿¡Que haces en la ventana!? –le regañó el de los rulos.

El híbrido se limitó a mirarle con recelo e irse por otro lado.

–Encima, maleducado ¡la lala lala la laa!

El Maestro miró por la ventana lo que tan atrapado podía tener el pequeño. A fuera, bajo un sol primaveral, los jóvenes aprendían el arte de la espada.

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–Mira, ese es el chico que a adoptado la Princesa.

–Así que era verdad lo de las cuatro orejas. Que siniestro.

Caminara por donde caminara no se libraba de esos constantes murmullos. A veces le daban ganas de girarse y decirles que les oía perfectamente, pero era ridículo, lo hacían precisamente para que eso. Debería irme, pensó, eso bastaría para dejar de oirlos. Pero no podía, aún no. Tenía algo que hacer en palacio. Volvió a su habitación y cerró la puerta que daba al pasillo, dejando abierta la que daba al jardín. Se tumbó en el suelo, viendo como los pétalos rosas caían. A punto estaba de quedarse dormido cuando al puerta se abrió de nuevo.

–¿Otra vez durmiendo? –saludó alegre Vivi. Él le devolvió la cara–. ¿Te pasa algo?– se notaba preocupación en su tono.

Él se incorporó. Quedó sentado, con mala cara, dando la espalda a la chica. Ella también se sentó, a su vera, y esperó que el chico quisiera hablar.

–¿Porqué me salvaste? Para ti no significo nada, y ya sabes la opinión general sobre la gente como yo.

Ella sonrió con un halo de tristeza y puso la vista de cara al suelo.

–¿Sabes algo de la Tribu del Acero?

–Sí, son nuestro origen.

–Ellos no procreaban entre los suyos a menos que estuviesen cobijados bajo la sombra del mismo Protector. Eran una especie de votos religiosos, y a pesar de llevarlos a cabo no había enemistad entre ellos –calló un segundo–. Cuando pasaron a ser yokais mantuvieron sus votos, pero no siempre. Fue entonces cuando nacían los híbridos. Por esa época los yokais aún no estaban tan evolucionados, y esos mestizos morían o se convertían en monstruos. Pensaron que era un castigo de sus Protectores –volvió a mirarle con aquella sonrisa triste–. Pero ya no es así y nadie debería ser odiado por quien sea su madre o su padre.

Hubo otra pausa.

–No es algo que tu puedas cambiar –le avisó él.

–Sé que es difícil. Mi padre, en sus diez mil años de reinado, aún no ha conseguido vencer a esos prejuicios en su pueblo –la tristeza abandonó su rostro dando paso a la decisión–. Pero yo si lo cambiaré. Será lento y duro. Pero cuando sea reina conseguiré que nadie te odie por lo que eres.

Zoro se quedó mirándola, sin dar crédito. Ella era solo una mocosa, sin embargo, le había parecido toda una reina.

–Bah... –espetó con desánimo y poca confianza–. Si no tienes ni cien años.

–¿¡Que quieres decir!? ¡Solo me quedan treinta años para cumplirlos! Y aunque así sea, a Koza que da kendo le puedo.

–¿Seguro que no se deja ganar?

–¡Nooo! –le sacó la lengua.

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Con la espada al cinto, un guerreo paseaba por palacio.

–Ah, Pelu –dijo Igaram al verle–. Buenas noches.

–Buenas noches. ¿No deberías estar en la cena?

–Vengo a buscar a la princesa Vivi, que aún no ha aparecido. Muy raro en ella.

–La habrás agotado con tus charlas históricas. Eres el único capaz de dejar exhausta a una niña tan predispuesta.

–¡Tu siempre tan impertinente! –caminó hacia las habitaciones de Vivi colocándose a su espalda.

Pelu miró como se iba. El mismo había bromeado respecto al asunto, pero había algo que no lo dejaba tranquilo. Siguió al de los rulos.

–¡Pero qué...! –el yokai tórtola se quedó sin palabras. La habitación de Vivi estaba destrozada. El cuerpo magullado de un niño estaba tirado en el suelo–. ¡Koza! –le dio la vuelta y lo tendió con cuidado. Estaba muy mal herido y por encima de su ojo izquierdo la sangre no dejaba brotar. De suerte respiraba.

–Igaram... Vi... Vivi... se la han llevado.

–¿Quiénes?

–No... lo sé. No eran de Ave... Intenté protegerla pero... él.. el chico híbrido vino... le expliqué... ha ido a buscarla.

–Igaram –la voz de Pelu se había vuelto afilada como un cuchillo, no era el mismo de hace un minuto–. Cuida del chico –se acercó con paso firme a la balconada.

–¿Y la Princesa?

–Yo iré a por ella –dijo, desplegando sus majestuosas alas.

Subió al cielo como una flecha. Con su mano derecha aferraba su espada aún envainada. Tenía que encontrarla, sana y salva, costase lo que costase; de cualquier otra manera sería incapaz de perdonárselo. El bosque que rodeaba el palacio y la capital permanecía tranquilo, como si los latidos de su corazón que intentaban romperle las costillas fuese solo un desvarío suyo. Solo han podido ir por aquí, de dijo, salir de palacio para meterse en la ciudad sería estúpido, llamarían demasiado la atención. Sus ojos captaron movimiento bajo los árboles. Desenvainó su espada y bajó en picado. Con el aterrizaje esperaba sorprender al enemigo, sin embargo, al levantar su amenazante mirada, fue él el sorprendido.

–Princesa...

La chica, sin parar de llorar, hacía de apoyo para Zoro, mucho más mal herido que el joven gorrión. Pelu no supo si fue al verle, pero el peliverde cayó desplomado al suelo.

–¡Zoro! –se arrodilló la niña a su lado– Pelu, él... él me ha rescatado.

–Lo sé –envainó a la vez que se acercaba a los niños–. Y por ello estoy en deuda con él. No dejaré que le pase nada.

El guerrero llevó a los dos de vuelta. Zoro fue incapaz de despertar y, mientras tanto, las noticias volaban. Los secuestradores eran un grupo de proscritos provenientes cada uno de una de las Doce Familias, únicamente buscaban dinero, y entre las habilidades de uno y de otro habían conseguido colarse en palacio, pero no vencer al mestizo protector de la joven princesa.

–Entre ellos había un integrante de la familia Buey –le informó Pelu al Rey–, un yokai elefante. El chico le venció con fuerza bruta.

–Es increíble –habló el maestro Koshiro–. Los híbridos siempre han sido más débiles que nosotros. Muchos creían que la lucha de los dos Protectores que cobijaban se enfrentaban entre sí y acababa por abandonar a la par al portador. Sin embargo, es como si sucediese al contrario en este caso.

–Es posible que estemos ante una nueva evolución –opinó Igaram.

–Callad –ordenó Cobra con suavidad–. El chico despierta.

El joven abrió lentamente los ojos, encontrándose con aquellos cuatro hombres.

–Vi..vi.

–No te preocupes –le tranquilizó el Rey–. Ella está bien, gracias a ti.

–Me alegro –por lo menos tenía fuerzas suficientes para curvar a boca en una sonrisa.

–Estoy en suma deuda contigo. Has salvado a la Princesa, así como a mi única hija. Si hay algo que necesites solo has de pedírmelo.

–¿Lo que sea?

–Así es.

La sonrisa se borró, lo ojos parecieron humedecerse un poco.

–Antes vivía con mi madre en Tigre –su voz sonaba quebrada–, ella... ella... me dijo que mi padre era de Ave, un yokai águila. Quiero encontrarlo.

–Sabes su nombre.

–Roronoa.

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El maestro Koshiro estaba sentado frente a las aguas del estanque de palacio. La luz lunar rozaba los alargados cuerpos de las carpas. Esa noche estaba siendo muy dura, demasiado para conciliar el sueño. Él solo anhelaba una cosa, pensó con hastío en el chico híbrido, y no se la pudimos dar.

Hacía dos mil años que Roronoa había muerto de la mano de la Enfermedad de las Cadenas. El Maestro todavía lo recordaba; un yokai águila, fuerte y noble, diestro en la espada, el mejor del ejército real. Se fue sin saber que dejaba un legado. Cuando se lo dijeron al chico sintió que se le partía el alma. No podía llegar a imaginar su dolor. Su madre era de Tigre, allí mataban a los híbridos, seguramente ella lo guardó y lo protegió más que a su propia vida. Si ya no lo hacía estaba claro que Zoro se había quedado solo en el mundo.

–¿Papá?

Koshiro se volvió.

–Kuina ¿Que haces aquí levantada?

–El castillo entero esta levantado –se arrodilló a su lado–. Estaba preocupada por ti.

El sonrió.

–Gracias, hija.

–¿Es cierto lo que cuentan del chico ese? ¿Venció a cinco bandidos y uno de ellos era elefante?

–Así que era eso lo que te inquietaba. Más que la salud de tu padre.

–Solo preguntaba cómo venció.

–Con las dos manos y coraje.

Ella, pensativa, desvió la mirada un segundo.

–Creí que había sido con una espada. Como siempre nos mira en los entrenamientos supuse que sabía.

Él, aún con su sonrisa, miró al cielo.

–Sería un gran guerrero.

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A la noche siguiente, una sombra recorría lo jardines de palacio con cautela y sigilo, pasando de árbol en árbol, de matorral en matorral.

–¿No deberías estar en la cama guardando reposo? –preguntó alguien a su espalda dándole un pequeño sobresalto. Nunca había intercambiado una frase con él, pero sabía que se trataba del maestro Koshiro.

–Ya estoy curado –respondió el medio gato sin levantarse del suelo–. Además, ya no hago nada aquí.

–Mm... por eso te vas en medio de la noche sin ni siquiera un adiós para la Princesa.

–Ella no me dejaría marchar.

–¿Y a donde piensas ir?

–No lo sé, pero tampoco es que importe mucho.

–Zoro –hincó una rodilla en el suelo para hablarle al mismo nivel. El peliverde le miraba fijamente, puede que fuera porque había usado su nombre–. Los yokais vivimos mucho tiempo. Si saltas la valla ahora puede que te maldigas a una eterna soledad.

–¿Y qué me espera si me quedo aquí?

–Un futuro.

–Nadie me aceptará.

–No si no lo intentas, como en cualquier sitio al que pienses ir –el joven puso la vista en el suelo–. Si no lo haces por ti, hazlo por la Princesa.

–Yo solo le causaría problema, por eso me voy ¿Qué podría hacer yo por ella?

–Protegerla, como hiciste ayer.

–Ayer solo fue suerte.

–Eso es algo que también puedes cambiar.

El chico volvió a mirarle, había llamado su curiosidad.

–Zoro, ¿te gustaría aprender kendo?

Continuará...


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