El campo se mostraba hermoso con flores, árboles y animales, disfrutando todos por igual de los primeros rayos del sol de primavera. Había sido uno de los inviernos más crudos en muchos años, pero ahora el mundo se recomponia y volvia a tomar los colores de la paleta de un artista.
El más joven de los Kent disfrutaba feliz de la sombra de un árbol que le servía para descansar. Sonrió apacible cuando los finos cabellos de Damian se colaron por sus orificios nasales, causandole un cosquilleo agradable. Agradeció mentalmente a su mamá por haber regalado un libro tan interesante a su amigo, ya que era cuando leía que más se permitía hacer; como ahora lo hacían, con la espalda de Damian recostada sobre uno de sus costados permitiendo que el brazo de Jon pasara por detrás y lo tomará de la cintura, solo los dos, debajo de ese fuerte y renacido árbol.
-Mañana, volveré a Gotham.
Cerró el libro mientras sus bellos jades observaban el cielo.
-¿Mañana? Pero aún tenemos una semana antes de que las clases inicien.
Se quejo el super chico con el ceño fruncido. Damian bajo lento la cabeza y se separó causando un pequeño malestar de soledad en su amigo que lo miraba perplejo.
-Quiero pasar esa semana con padre y Dick.
Ya empezaba a sospechar la razón por la que esas palabras le molestaban pero qué podía hacer si los deseos del al Ghul eran estar con su familia. Lo tomó del brazo y lo apretó, no supo qué decir y acausa de eso lo soltó. Damian noto la expresión de berrinche y se adelantó a decir de forma escueta antes de levantarse e irse.
-No he entrenado apropiadamente.
Eso le molestaba, realmente le molestaba tener que dar explicaciones y más que eso le fastidiaba que Jon lo mirara de esa forma, como si él fuera el malo. El era el hijo de Batman, el nieto del demonio, no podía ser menos que lo que se esperaba que fuera. Y ahora, después de un tiempo se daba cuenta del error que había cometido, permitió a Jon entrar en sus mundo, un lugar donde al único al que quería era a…
La mano de Jon sobre su hombro lo volteo, esa mirada de nuevo.
-¿Puedo pasar esa semana en tu casa?
-No, sería lo mismo, no me dejas hacer cosas.
Lois se asomo por la puerta y con movimientos de manos llamó a ambos chicos para, lo más seguro, comer algún bocadillo. Antes de que la distancia entre estos creciera, la voz un tanto apagada de Jon lo retuvo.
-Hay un lago cerca, es muy hermoso... no te lleve antes porque se encontraba congelado. Déjame enseñarte antes de que te vayas.
No tuvo que pensarlo mucho para mover la cabeza de manera afirmativa. Despues de comer algo ambos caminaron acompañados de los únicos sonidos que la naturaleza les obsequiaba, no era el silencio cómodo que se presenta cuando dos personas ya se conocen, era uno diferente, como si los dos hubieran hecho algo mal con el otro, y esa ausencia sirviera para disculparse y sanar.
Jon decía la verdad, era un gran lago y desprendía belleza por sí mismo, un lugar pintoresco a unos 20 kilómetros al norte de la granja Kent.
-¿Por qué tiene ese color?
Preguntó Damian. Sujetado por la mano, Jon entrelazo sus dedos con los de Damian y lo jalaba a un bote que había reparado hace mucho con su papá y que ahora usaba cuando quería. Mientras lo conducía explicaba la interrogante.
-Una característica de este lago es el color turquesa, se produce al mezclarse el agua con la lechada que causa el hielo al desplazarse y triturar las rocas en su movimiento.
-Son sedimentos con partículas muy finas, llegan al lago a través del agua del deshielo. Se convierte en polvo en suspensión haciendo que el agua parezca turbia.
Concluyó el mas joven de los Wayne orgulloso de su rápida deducción. Subieron a la pequeña barca, ya en el centro de las tranquilas aguas Jon hablo.
-Pero en un día soleado los tonos son tan brillantes que da la sensación de que lo que se está presenciando es un profundo azul turquesa. Como tus ojos.
Los colores del cielo iban de amarillo a naranja mientras el sol declinaba en el horizonte. Las nubes se volvían las sombras de la noche. El lago deslizaba sus aguas tranquilamente mientras dos bocas se juntaban timidas y temerosas. La inmensidad del sitio se confundía con el paisaje mientras el sol descendía lentamente hasta desaparecer. La oscuridad de la noche dejó brillar las estrellas y el firmamento pareció encender miles de luces.
-Perdón.
La palabra que por mucho tiempo espero escuchar y que ahora acribillaba su interior resonaba en su cabeza de trece años. Esa palabra significaba mucho más ahora mismo. En su primer encuentro eso había sido el contrato no explícito entre ambos. Su amistad había nacido de que ninguno de los dos pronunció aquella triste palabra. Ahora Damian la había pronunciado.
Sus claros ojos mostraban tranquilidad, una aceptación que ya antes imaginada.
Ya iba siendo hora de regresar.