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Locura por mi todo por 1827kratSN

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Squalo jadeaba y apenas llevaba medio camino hacia su casa, su reloj marcaba ya las veintitrés horas de aquel calvario, la tarde estaba ganando fuerza, pero el día amenazaba con acabar pronto porque nubes grisáceas inundaron el cielo en premeditación de una fuerte lluvia.

Y como si fuera poco, tenían a cinco alfas rodeándolos.

Mukuro se reía en una esquina porque se encontró de frente con el rubio al que buscaba y con el que pelearía hasta el agotamiento. Yamamoto estaba frente a Haru protegiéndola de una mujer de cabello azulado que salió de la nada para intentar llevarse a uno de ellos. Fuuta les gritaba indicaciones desde el departamento por medio del maldito celular, Enma e I-pin estaban refugiados en el mismo lugar también. Tsuna estaba con él, sujetándolo y rogándole que siguiera con el camino.

Estaban en peligro, el aire se estaba volviendo más denso en señal de que un alfa de alta casta se acercaba seguido por otros de menor rango. Squalo casi podía gemir en súplica de que alguien lo tomase, pero se mordía el labio y veía de refilón como Nagi corría para auxiliar a Yamamoto. Era un jodido caos y faltaba todavía una hora para que esa estupidez terminase… aunque Xanxus no le dio una hora específica para concluir con su parte del trato.

 

—Vamos, falta poco —Tsuna lo obligó a levantarse.

—Tsuna —jadeó desesperado— conozco esos aromas —Squalo miraba frente a él y se imaginaba al poseedor de esa peste—. Es… es el familiar de Enma… al otro no lo conozco.

—¿Hueles a Hibari? —el castaño tenía esperanzas, no había duda.

—Sí —confesó mirando a su lado izquierdo—, pero también llega Gokudera.

—¡Demonios!

 

Squalo se perdió un poco en medio de los efectos de su celo, sus piernas flaquearon, pero manteniendo su voluntad firme tuvo que cortarse la palma de la mano derecha para volver en sí y poder levantarse y seguir corriendo mientras sujetaba a Haru para que lo siguiera. Sangraba y le importaba un carajo, empezaron a caer pequeñas gotas de lluvia y menos le importó. Sólo quería escapar. Incluso Gokudera estuvo a punto de bloquearlos en cierto punto de su ruta, pero ni siquiera se preocupó por eso ya que Hibari le abrió paso casi al instante.

Era un lío que acabaría pronto, o eso esperaban.

 

—Hueles bien —era un sujeto de cabellera rubia, tal vez teñida, el que se colocó en frente de ellos.

—Aléjate —Tsuna se colocó en frente de Squalo y los demás—. ¡Vete! —vociferó entre su agitada respiración, pero otra persona se unió a aquel desconocido y ocasionó que su cuerpo temblara—. Zakuro —jadeó Tsuna antes de tensarse y buscar el celular entre sus ropas.

—Ve antes de que le avisen —el desconocido sonrió de lado antes de que el pelirrojo primo de Enma saliese en dirección de aquel departamento. Adivinar lo que pasaba no era difícil.

—¡No! —el castaño sacó su celular, pero poco lo sostuvo antes de que, por defenderse, no dudara en soltarlo y en vez de eso sujetar a Squalo y lanzarse lejos de donde atacaba el alfa—. No —jadeó— tengo que avisarle a Enma.

—Mejor céntrate en ti, omega.

 

Aquel alfa sonrió de lado, con prepotencia y burla, antes de arremeter contra ellos. Estaba jugando con el pánico de los cuatro omegas, riéndose cuando esquivó el ataque dado por la espada de madera de Yamamoto, empujando a Haru con tal fuerza que la pobre castaña voló al menos dos metros lejos del grupo, causando pánico, y finalmente centrándose en Squalo quien se posicionaba para defenderse. El alfa hizo burla de aquel “vano” intento dado por el ser humano inferior que le enfrentaba, cosa que no se detuvo ni cuando Squalo intentó apuñalarlo, más bien aumentaba con cada segundo precioso.

Era una asquerosa rata que sólo llegó a reclamar a un omega de la lista alfista porque decía no estar satisfecho con la omega que tenía por esposa y quería algo nuevo que disfrutar.

Asqueroso ser viviente. Remero de ser humano. Asesino indirecto.

 

—¿Qué haces aquí? —la voz de Hibari resonó en medio de esa calle en donde los cuatro omegas intentaban defenderse a la vez que cuidaban a Squalo.

—Oh —las risas del maldito se detuvieron por un momento—, Kyoya —el rubio se dio vuelta hacia el alfa que apareció de pronto y elevando sus brazos hizo gestos con sus manos en pro de burla—, salvador de omegas —rió con sorna antes de exagerar una reverencia—, protector de estas cosas —habló con asco.

—Te hice una pregunta —amenazador, Hibari sostuvo sus tonfas con fuerza, tensando su cuerpo, soltando feromonas debido al enfado que no podía controlar—. Responde ya, herbívoro.

—Vine a buscar un omega —el rubio sonreía prepotente mientras se acomodaba sus cabellos lacios y cortos.

—No digas estupideces, Kato —gruñó acentuando aquel nombre despreciable, ignorando como los omegas se reunían y alejaban para refugiarse en una intersección—. Tú no tienes necesidad de buscar un omega… pues tienes a Liliana.

—Te pesa decir su nombre, ¿no? —Kato se adelantó hasta darle frente a aquel azabache de casta pura—. Liliana —repitió elevando su voz y marcando cada sílaba con un tono de desprecio—. La jodida Liliana —se carcajeó al finalizar su burla.

—¿Dónde la dejaste? —pues si estaba ahí fue porque detectó el olor de Kato, pero no el de su pequeña Lili.

—No sé —sonrió de lado mientras se encogía de brazos—, como rompí el lazo que tenía con ella —sus ojos enfocaron al rostro del Hibari, captando con satisfacción cada mínimo cambio en esa cara—, poco me importa.

—No digas estupideces, herbívoro —su entrecejo se arrugó, elevó un poco su labio superior y su voz se agravó.

—¿No me crees? —el rubio elevó sus brazos un poco— Pues te lo repetiré si quieres… —exageradamente inspiró todo lo que pudo y siguió— ¡ROMPÍ EL LAZO QUE TENÍA CON LA ZORRA DE LILIANA! —sonrió mostrando todos sus dientes frontales—. Ya no somos pareja. La desprecié, la boté a la calle, ya no me sirve, es sólo un estorbo y…

—¡Kamikorosu! —no lo dejó terminar pues no permitiría que tales palabras fueran usadas para definir a su pequeña Lili. Jamás permitiría algo así.

 

El primer golpe dado por Hibari resonó con fuerza pues fue una pared la que se trizó por el impacto. Un gruñido largo fue exhalado, feromonas en el aire, la risa estruendosa del rubio que empezaba a esquivar los ataques en su contra y contratacaba con habilidad forzada. Para muchos eso era normal debido al sinnúmero de peleas entre alfas que habían visto en esos meses, pero pocos sabían que eso no estaba en el rango “normal”.

«La desprecié»

Tsuna dejó caer su quijada al escuchar aquellas palabras, y si bien Haru le informaba que ya avisó a Enma sobre la cercanía de Zakuro, el castaño no escuchó nada. Su mente estaba en otro lugar en ese momento. Mantenía fija su mirada en aquel rubio desconocido y trataba de entender el motivo por el cual usó esas palabras.

Si bien no sabía detalles, Tsuna bien reconoció el nombre de Liliana y lo asoció con la mujer que Hibari llamaba cuando estaba al borde de la inconciencia, la que supuso era quien abandonó a aquel alfa huraño. Pero no le importaba la relación de esa mujer con Kyoya, lo que le impactó fue lo dicho después de ese nombre.

«Ya no me sirve»

Entendía la furia del alfa que peleaba con el par de tonfas adornadas por brillantes partes puntiagudas y metálicas, creía entender el ahínco con el que atacaba pues parecía querer matar al infeliz desconocido, después de todo, ese alfa asqueroso se enorgullecía de haber despreciado a su omega.

En la mente del castaño se repetían las palabras de todas esas personas que le inculcaron desde niño la sumisión requerida en los omegas hacia los de castas superiores, y aunque no estaba de acuerdo con ellos, verificó ya un par de veces la veracidad de esa condena dolorosa.

«Tienes que complacer a tu pareja pues si tu alfa te abandona y repudia, tu único destino será la deshonra eterna, dolor diario o la muerte»

¿Cómo alguien podía ser tan cruel como para jactarse sobre un tema tan delicado como ese? El tal Kato entonces merecía morir a manos de Hibari, lo apoyaría y defendería de ser necesario.

 

—Tsuna, debemos irnos —Haru fue la que lo zarandeó hasta hacerlo reaccionar. 

—Ustedes adelántense —Tsuna miró a sus amigos—, yo me quedo.

—¡Estás demente! —Squalo agarró la mano del castaño para tirar de él—. ¡Vámonos!

—Pero…

—Ningún “pero” … Nosotros tenemos que sobrevivir a esto —Tsuna no tuvo opción. Tenía que irse sin saber cómo terminaría ese asunto.

 

Hibari tenía una especie de misión para con los omegas de la lista negra, lo sabía, pero decidió abandonarla porque ahora como objetivo tenía a Kato. Tenía que sacarle toda la información posible; fechas, lugares, horas, razones. No le importaría romperle cada hueso a ese alfa malnacido con tal de averiguar en dónde y en qué condiciones estaba su adorada Liliana. Tenía que verificar si ese lazo en verdad se rompió, tenía que saber si su Lili aún seguía con vida. Tenía que saber si sus acciones de años no tuvieron valía.

Pero sólo recibió risas estúpidas, pelea barata y desesperación.

«Kyo-san no ceda ante la provocación. Me informaron que Gokudera, el tal Zakuro y Belphegor están ya cerca de esa casa». Sólo Kusakabe logró pararlo y hacerlo entrar en razón, porque en verdad Kato pudo sólo haber mentido para de esa forma convertirse en una distracción tal y como lo fue el herbívoro fumador la vez anterior. Entonces, soportando las ganas inmensas de matar a Kato, Kyoya se dio media vuelta y corrió a la localización pactada.

En su camino se encontró con Mukuro y Nagi quienes aceptaron también el haber sido entretenidos un rato bastante extendido. Los tres olfatearon el aire verificando la existencia de varios alfas desconocidos y conocidos, analizaron las acciones de los mismos y entonces concluyeron que en ese día podrían perder a más de un omega si es que no se apresuraban.

Y a pesar de eso, en su pecho se acunaba la incertidumbre.

Llegaron justo a tiempo para detener el paso de aquel rubio príncipe demente que atacaba a los betas a servicio de Kyoya, se interpusieron y lo alejaron lo suficiente como para evaluar las bajas y heridos. Hibari y Kusakabe verificaron que nadie estaba muerto… y entonces sus alarmas saltaron, porque estaba siendo obvio que era un juego para despistarlos del objetivo principal. Por algún motivo querían hacerlos perder tiempo. Sin embargo, verificaron que todos los omegas estaban en ese departamento, sanos en lo tolerable posible porque escapar de los ataques de alfas siempre tenía consecuencias.

Era extraño.

Squalo se acunaba en un rincón de su habitación, negándose a dormir porque quería estar enterado de todo, esforzándose en soportar los efectos de su celo, ignorando que muchos alfas estaban en su alcance olfativo. Los demás omegas se esparcieron por el departamento para preparar algo de comer y beber para combatir el frío de las futuras lluvias. Los alfas trataban de centrarse en descubrir el plan de sus enemigos.

El perímetro estaba libre de alfas momentáneamente. Gokudera se había retirado de la afrenta. Zakuro había intentado llevarse a Enma, pero no hizo algo notoriamente decente para lograrlo y terminó por desaparecer repentinamente. Belhegor no daba muestras de querer hacerles daño. Xanxus no había dado señales de vida.  

Algo estaba muy mal entonces.

 

—¿Hibari-san? —Kyoya apenas miró al castaño que le hablaba— ¿qué pasó con ese hombre rubio? El tal Kato.

—No te interesa, herbívoro.

—¿Y Liliana? —a Tsuna no le importaba ser inoportuno, tenía curiosidad y un raro dolor de estómago.

—No la menciones —el azabache frunció su ceño y pateó un mueble cercano porque aún no se quitaba aquella rara sensación en su pecho, ese “algo” que le impedía concentrarse al cien por ciento.

—¿Qué sabes tú de Liliana? —Mukuro había escuchado todo debido a lo reducido del espacio en ese departamento y se acercó sin dudarlo—. Oye, niño… responde, ¿qué sabes de Liliana?

—Kato dijo que la despreció —Tsuna mostraba su angustia, mirando a Mukuro en busca de respuestas, preocupado por alguien que sufrió un destino cruel porque al igual que él estaba condenado a ser omega—, quiero saber…

—Kyoya —era la primera vez que Mukuro hablaba seriamente, o al menos Tsuna jamás escuchó ese nivel de respeto, seriedad y preocupación mezcladas en el tono usado por el alfa de cabello azulado—, debiste decirme.

—Ese idiota pudo mentir —el azabache suspiró de forma profunda antes de cubrir su rostro con sus manos—. Lili… estará bien.

—¿Quieres ir a verificar? —palmeó la espalda del alfa—. Yo me quedo a supervisar esto. Tú vete ahora, Kyoya.

—Ella debe estar bien —Hibari lanzó un gruñido por lo bajo captando la atención de algunos de los presentes—. Ella tiene que estar bien porque así me fue prometido.

—¿Prometido? —Tsuna elevó su voz a pesar de que no tenía nada que ver con ese asunto— ¿Quién puede asegurarle que ella está bien?

—Hum —Mukuro y Kyoya miraron momentáneamente al omega, antes de torcer sus labios en una mueca y proceder a ignorarlo.

—Se nota que aún no entiendes cómo funciona el mundo —la tímida voz de Nagi detuvo a Tsuna quien estaba dispuesto a insistir con más preguntas—. Por eso debes venir conmigo —tomó el brazo del castaño para alejarlo de los alfas—, cuida a tus amigos… y déjanos el resto de trabajo a los demás.

—Estoy preocupado por Liliana —aseguró, pero no se negó a seguir a esa mujer porque podía claramente sentir que Mukuro y Kyoya lo querían lejos.

—Eso no te incumbe —Nagi suspiró antes de añadir—. Eso es asunto sólo de Hibari-sama.

 

 

Vidas…

 

 

Faltaba poco para que el infierno terminase, Squalo estaba seguro, por eso miraba por la ventana de vez en vez e ignoraba el intenso calor de su cuerpo, incluso se picaba las manos y brazos con tachuelas cada que sentía la necesidad de ir al cuarto conjunto y pedirle a esos alfas que lo tomaran. Tenía que estar cuerdo cuando todo pasara. Tenía que ganarse ese collar antimarca y la protección de Xanxus. Y si bien era un riesgo muy alto en donde podía ser engañado, al menos lo iba a intentar. Pero el tiempo pasaba y la noche empezaba a acercarse a la vez que las nubes se acumulaban y oscurecían todo a su paso. En cualquier momento llovería a cantaros.

Y entonces pasó, porque siempre, siempre, después de la calma llegaba la tormenta.

Un grito salió del cuarto en el que estaba Squalo, una ventana se rompió a pesar de que el departamento se ubicaba en el segundo piso y era de difícil alcance. Alguien ingresó acompañado de dos alfas que hasta ese punto ninguno de los omegas había visto, sonrió cínicamente antes de lanzarse en contra de sus presas y encender las alarmas.

Se dio una pequeña riña hasta antes de que Mukuro y Kyoya pudieran empezar a dar pelea. Un cuchillo fue lanzado, el grito de un beta que permanecía resguardando el perímetro dio señas de que el ataque iba en serio y el miedo caló los huesos de dos personas.

 

—Zakuro —Enma apenas susurró cuando identificó a su familiar frente a él—, por dios no.

—Te lo dije, Enma —sus ojos brillaban denotando un rojizo más pálido en comparación al iris de Enma. Tomó a su primo por el brazo derecho y en dos movimientos lo arrastró con él hasta la ventana—. Dije que te iba a tomar costara lo que costara.

—No. ¡No! —forzó su brazo e intentó sujetarse de la mesita de noche, pataleó, manoteó, aruñó la mano que forzaba un agarre doloroso en su piel, pero no pudo quitárselo de encima.

—Ya es tarde —abrazándolo por la fuerza, Zakuro saltó por la ventana con su presa cautiva.

—¡Enma! —I-pin intentó socorrerlo, pero fue un pésimo error ya que otro alfa de cabellos negros la agarró por la cintura— ¡Suéltame! ¡Que me sueltes! —intentó golpearlo, patearlo, morderlo, pero tal y como en el caso de Enma, no pudo hacer mucho.

—Tú eres mía, niña.

—¡Todos detrás de mí! —Nagi apenas pudo proteger a los omegas restantes mientras Yamamoto cuidaba exclusivamente de Squalo—. Kusakabe perseguirá a esos dos, ustedes se quedan aquí y no hagan cosas estúpidas —advirtió antes de que alguien más intentara jugara a ser héroe.

 

El tercer alfa fue sólo un cebo, uno eficaz porque retrasó la actuación de Mukuro y Kyoya a costa de ser estampado contra una pared y romperse algunas costillas debido a los golpes. Sin embargo, su trabajo estaba hecho. Fueron dos presas las que se llevaron, las que podían ser tomadas en un segundo precioso. Un fallo que causó la ruptura de ese círculo de protección establecido.

Pero el orgullo era enorme, y estaba en sus intentos el protegerlo.

Kyoya y Mukuro persiguieron a los alfas atrevidos, pero sólo les tomó una cuadra el distinguir en el aire húmedo el aroma de al menos cuatro alfas de sangre pura que se abalanzaron contra ellos de forma sincronizada. Era hora de enfrentar a esos ingenuos que se atrevieron a tomaron al toro por los cuernos. El par de alfas estaban ya cansados de esa estúpida treta, del juego que seguramente miembros de su familia estaban disfrutando, por eso… y aunque se metieran en problemas después… iban a acabar con sus oponentes y humillar a las mentes maestras de esa estupidez.

 

—Nagi —Yamamoto jadeaba porque luchó un poco con el alfa herido que huyó porque al parecer terminó con su parte—, ¿estás bien?

—Tenemos que cambiar de ubicación —se limpió el sudor de la frente y miró a los omegas que quedaban—, y… yo necesito un supresor.

—Ay no —Yamamoto sonrió nervioso mientras miraba la preocupación en los ojos bicolor de una de sus maestras antes de girarse hacia sus amigos—. Por favor … díganme que tienen uno.

—En realidad no —Fuuta miró a sus amigos quienes negaron también—, entonces… ¿estamos en problemas?

—Nagi, ¿puedes aguantar un poco más? —Yamamoto se acercó a la chica y le golpeó las mejillas con delicadeza para centrarla en ese asunto delicado.

—Sólo un poco más —respiró profundamente antes de mirar a Squalo de refilón.

—Ah no mocosa… —frunció su ceño—, a mí no me tocas ni un pelo —jadeó.

—Intentaré estar a dos metros de distancia, pero ustedes deben ayudarme en el traslado —Nagi tragó duro—. Hay una casa de betas a dos cuadras que tiene un jardín amplio y dos pisos, invadiremos sin preguntar siquiera.

—Bien —afirmaron todos, aunque desconfiaban de la compostura de aquella alfa que poco conocían.

—Nagi —Yamamoto le sonrió—, Yo sé que puedes controlarte.

—Lo haré —respondió decidida, no por nada había pasado tanto tiempo entrenando su mente y cuerpo—. No defraudaré a nii-sama.

 

La pelea estaba en su punto de apogeo cuando leves gotitas empezaron a caer del cielo en un aviso del clima cambiante. A lo lejos notaron como Nagi lideraba al grupo de omegas y con ayuda de los betas abandonaban el departamento y edificio pactado como resguardo. Ellos entonces tenían que limitar el paso de esos estúpidos alfas que sonreían al reconocer al premio gordo que les acarrearía estatus en la sociedad alfista. Estúpida ambición que terminaba cuando Kyoya o Mukuro estampaban la inmaculada cara de los alfas contra el pavimento.

Era divertido, tenían que admitirlo, pero eso no duró demasiado.

Kyoya detuvo sus movimientos cuando en el aire percibió el aroma conocido del maldito que le quitó lo más preciado en su vida adolescente, frunció su ceño, dejó de pelear con esos novatos y le cedió el mando a Mukuro. Él iba a enfrentar a Kato quien, a pesar de tener algunas heridas por su pelea previa, se jactaba de una superioridad inexistente. Estaban provocándolo, y cedería, porque quería cortarle el cuello al maldito.

 

—Tomaré a esos omegas.

 

Esa fue la última frase que Kyoya permitió antes de arremeter contra ese rubio idiota sin importarle que detrás de él ciertas voces se agudizaran. Peleó con el desgraciado, lo aventó lejos, iba a desahogar su ira con él, pero Mukuro lo detuvo porque de nuevo una emboscada se estaba acercando.

Dos de los alfas contra los que peleaban hasta hace poco lograron salir de su rango de protección y atacaron directamente a los omegas que apenas y habían entrado a la nueva casa. Los betas a servicio de Kyoya los contenían como podían, Nagi pedía ayuda a su hermano argumentando que ya no soportaba el aroma del celo de Squalo.

Mukuro y Kyoya tuvieron que retroceder para sostener una muralla invisible ante el enemigo.

Todo se volvió caótico en cierto momento porque hubo un estallido en el patio de esa casa. Escombros, ruido, llovizna y miedo. Todos se desorganizaron de tal forma que se repartieron por la calle volviéndose presas fáciles a las que atender.

Mukuro entonces tuvo que recurrir a algo que no le gustaba usar, pero que le daría una victoria fácil. De entre su ropa sacó un arma negruzca y un cartucho de municiones que no tardó en ajustar. Disparó a quema ropa, alejando a todo alfa que amenazara al omega que él cuidaba, se volvió el guardián de los que retrocedían hasta una casa que los betas tomaron como nueva ubicación de resguardo.

Nagi jadeaba y con desesperación buscaba un supresor antes de que perdiera la noción de sus actos, para su suerte fue uno de los betas habitantes de esa nueva vivienda —y quienes accedieron a ayudar sin reclamo—, quien le facilitó un supresor a último momento. Yamamoto verificó que todos estuvieran con él y que Squalo fuera el centro de su improvisada trinchera en la sala. Fue entonces, cuando todo volvió a ser controlado, que Kyoya estuvo dispuesto a regresar con los omegas para brindarles protección directa.

Pero algo pasó.

 

—Hibari-san —Tsuna miraba con desesperación al alfa que estaba a sólo tres metros de distancia de ese patio en el que se quedó para poder visualizar a sus protectores—, por favor —suplicó porque vio a dos alfas acercarse hacia ellos, hacia esa casa, con claras intenciones de llevárselos como fuera.

—Tsuna —Fuuta era quien estaba a su lado admirando lo que pasaba—, Hibari-san ya viene, ahora entra con nosotros.

—Espera, quiero…

 

Fue entonces que todos se detuvieron momentáneamente porque escucharon un grito agudo lejano, lastimero, suplicante y algo entrecortado porque un relámpago cruzó el cielo y prontamente resonó el trueno. Los alfas desconocidos apresuraron su paso para ingresar a la casa donde les esperaba los omegas de la lista cedida. Tsuna y Fuuta sintieron pánico y el aire se les fue antes de enfocar su vista hacia el azabache que se dio vuelta en dirección de los alfas y de aquella voz que se opacó por otro trueno. Kyoya elevó un poco su nariz para captar el aroma que recordaba con claridad desde los años más tranquilos de su vida.

Sólo una palabra se dio en medio de la lluvia que empezaba a caer con ligereza.

 

—Liliana.

 

A lo lejos se denotaba una figurilla femenina que se acercaba con pasos presurosos, quien gritaba algo mientras los rayos empezaban a iluminar el cielo y luego se escuchaban los truenos. Los omegas susurraron el nombre de su salvador en una súplica para que los mirara y ayudara, pero eso no pasó. Kyoya dio los primeros pasos para alejarse de aquella guerra sin sentido, enfocando su mirada sólo en la mujer que caminaba en zigzag e intentaba acercarse hacia el caos en la tierra.

 

—¡Hibari-san! —Tsuna estaba desesperado, estirando sus dedos hasta la figura de aquel azabache que lo salvó del infierno en su primer celo, intentando apelar al lado bueno que cualquier humano debería tener.

—Todos —la voz de Kato resonó desde una esquina alejada, pero fue ignorada por el alfa que empezaba a apresurar sus pasos—, ahora están libres para actuar.

—¡Hibari! —Tsuna y Fuuta lo intentaron de nuevo, pero no hubo caso. Su voz no llegaría a oídos de Kyoya.

—Pueden tomar a los omegas que quieran —estaba claro que Kato era parte de ese macabro juego.

 

Los alfas corrieron y al pasar junto al alfa de sangre pura fueron ignorados. Sonrieron por aquello pues verificaron que las palabras de su contratista fueron ciertas y se sintieron los vencedores de aquella masacre. Rieron a gusto porque percibieron el pánico de aquellos omegas que estaban paralizados a la entrada de ese patio y casa. Eran libres para ganar un puesto alto en esa sociedad alfista.

Tsuna y Fuuta no podían creer que fueron abandonados por aquel alfa que les prometió protección. Sus ojos enfocaban la espalda que se alejaba presurosamente, después se fijaron en los dos alfas que iban hacia ellos, y finalmente apreciaron como Kato sonreía antes de encaminarse hacia el par de hermanos Rokudo para evitar un posible contraataque hacia su gente.

Fue cruel. O tal vez no.

 

—¡Lili! —suplicaba porque fuera sólo una visión, que no fuera ella— ¡Liliana!

 

Kyoya no veía a nadie más que a ella. Corrió tan rápido como su cuerpo se lo permitió, la llamó en cada respiración, suplicó porque el aroma que su nariz percibió tuviera explicación coherente, y rogó porque todo fuera una treta más de Kato. Estuvo a punto de gritar cuando la enfocó de cerca y notó que llevaba apenas una bata de hospital que se humedecía con cada gotita que caía del cielo y que aquellos pies descalzos estaban lacerados y sangraban.

 

—Liliana —jadeó cuando pudo sostenerla por los hombros—. Lili —Kyoya escuchó el primer sollozo salir de esos labios algo agrietados antes de que ese menudo cuerpo se desvaneciera entre sus brazos.

—Kyoya —sollozaba de tal forma que por sus mejillas descendían dos hilillos de lágrimas que incluso se identificaban por sobre las gotas de lluvia que la empapaban—. ¿Dónde está Kato?

—Liliana… por qué —una revisión rápida le bastó como para que se le acelerara el corazón.

—Quiero a Kato —entre quejidos y sollozos, Liliana sujetaba la camisa de Hibari—. ¿Dónde está... Kato?

—No debiste —el azabache ahogó un grito frustrado mientras se arrodillaba en medio de la calle para poder sentarla mientras él se quitaba su abrigo y envolvía el cuerpo tembloroso de Liliana—. No debiste —repitió mientras sujetaba el brazo derecho que estaba tintado de rojo.

—Kato —repetía con insistencia ignorando que sólo se hacía más daño—. Kato… se fue… Kyoya, Kato se fue —sollozaba antes de golpear el pecho del alfa que la sostenía.

—Liliana —sus manos temblaron mientras buscaba la otra muñeca de su pequeña—. Él no merece que hagas esto —apretó los dientes al ver que en esos dos delgados brazos se trazaba una línea larga que separaba la piel, músculos y venas de forma vertical—. Lili… ¡No debiste hacer esto!

—No puedo vivir sin él —sus cabellos alborotados ya no eran largos, estaban cortados sin cuidado alguno, la piel pálida y magullada, ojeras, la sangre brotando de los cortes destinados a un suicidio certero—. No puedo.

—Lili —Kyoya se levantó con ella en sus brazos, negándose a soltarla a pesar de que ella pataleaba mientras repetía el nombre de ese malnacido—, iremos a la clínica porque no te permitiré morir por alguien como él.

—¡No lo entiendes! —la escuchaba incluso por sobre los truenos—. Nunca lo entenderías.

—¡No debes morir! —su nariz picaba porque la sangre de Lili se derramaba a prisa y sin pausa, apuró sus pasos para alejarse de ahí y buscar ayuda en una clínica… pero estaba lejos.

—Sin Kato no quiero vivir.

—Es tu lazo el que habla —la garganta de Kyoya se estaba cerrando, la desesperación lo consumía.

—Kato.

—Él no te merece, nunca te ha merecido —apretó los labios y ahogó un sollozo—. No vas a morir, Liliana.

 

Sin importar la lluvia, los truenos y rayos, la pelea, Kyoya acunó a aquella mujer en su pecho, la cubrió tanto como pudo y se dio unos segundos para verificar la dirección de esa clínica. Apurado, regresó sobre sus pasos porque su destino estaba en la dirección contraria. Escuchó los susurros de Liliana mientras él corría con desesperación dispuesto a cruzar aquel lugar de pelea. Sentía su corazón estrujarse porque una mancha roja ya manchaba su pecho pues esos brazos no dejaban de golpearlo en exigencia porque la bajara.

Ignoró el olor de Kato, pasó recto junto a Mukuro y Nagi, obvió el grito de uno de esos omegas, luchó con rapidez contra quienes le querían cortar el paso en su presuroso camino. Gruñó por lo bajo porque la lluvia empezó a ser demasiado fuerte y le impedía ver bien por donde iba. Maldijo mil veces al desino, a la sociedad y al mundo por ser tan desconsiderado con quien no lo merecía. Sintió su cuerpo tensarse porque los latidos de Liliana iban en disminución demasiado rápido.

La estaba perdiendo y no podía hacer nada.

 

—Kyoya —esta vez fue sólo un susurro, uno dado por quien está cediendo a una libertad eterna.

—No digas nada, Lili —seguía corriendo con prisa, con cuidado, evitando caerse por lo resbaladizo del suelo.

—Kyoya… escucha —aquella mano temblorosa se elevó lentamente y el aire condujo una gotita de sangre para que se estampara en la mejilla del alfa—, por favor —era libre ahora y su mente volvía a deshacerse de las cadenas que por años la mantuvieron atada a una farsa bien elaborada—. No me voy a salvar… porque apreté el bisturí y corté muy profundo —reveló con arrepentimiento porque en ese momento, en esos últimos suspiros, le llegó la lucidez.

—Me niego a perderte —sentía sus ojos arder, pero se negaba a ceder.

—No seas jamás como Kato —entre lágrimas sonrió porque al fin podía decir lo que ella quisiera—. Jamás… jamás.

—Lili —se detuvo entonces, a sabiendas de que la clínica estaba lejos, que la voz de Lili se endulzó y asemejó a la que escuchó en su juventud—, perdón.

—Jamás marques… a… alguien… —ya no sentía dolor, pero tenía que quitarse al menos un poco de culpa.

—No me dejes, Lili —suplicó.

—Perdóname —lloraba en medio de sus palabras.

—Lili, por dios… Aguanta un poco más —caminó de nuevo, pero sentía sus piernas temblar.

—Yo fui tu cruz… a cargar, Kyoya —sus labios se curvaron en una sonrisa melancólica, sus ojos seguían dejando salir lágrimas—. Perdón por no… haber podido… evitar que Kato me marcara.

—Lili… —era la despedida, lo sabía, y tal vez por eso la acercó más a su cuerpo hasta poder juntar sus frentes y hablarle con dulzura—, jamás amaré a alguien como te amo a ti —Kyoya dejó entonces salir un suspiro y su primera lágrima, porque sabía que ya no podía hacer nada.

—Yo fui quien… cambió los planes que teníamos —exhaló mientras acariciaba la mejilla del alfa—. Perdón.

—Yo no fui capaz de protegerte —besó la mejilla pálida, tragó su nudo en la garganta—. Perdóname tú a mí.

—Kyoya —Liliana sonrió mientras su mano perdía fuerza y caía hasta su regazo—, yo también… te amé demasiado.

—No te vayas.

—Nunca… me… iré… del todo.

—Lili.

 

En medio de la lluvia, aquella omega que en su juventud fue la más hermosa joya de la clase alfista y poseedora del amor más puro que Kyoya pudo ofrecer, dejó de respirar, de sonreír. Abandonó el dolor, el miedo, la desesperación y esperanzas. Se hundió en un sueño profundo del que jamás despertaría.

Kyoya se quedó viendo aquellos iris color lila que tanto le gustaron, mismos que acababan de perder brillo y se quedaron mirando al cielo. En medio del ruido de los truenos trató de escuchar el latido de Liliana, pero no halló nada. El aroma de Lili estaba opacado por la sangre, su ropa estaba manchada también, su cuerpo temblaba, pero el de Lili ya no lo hacía. Buscaba pistas que le dieran a entender que todo era una farsa, pero no las hallaba.

Había perdido a su pequeña Liliana, pero no quería aceptarlo.

 

—Lili… responde.

 

Cayó de rodillas, negando repetidamente mientras se acercaba al rostro de su pequeña tratando de escucharla respirar, agudizó su oído para intentar escuchar un débil latido. Nada. No había nada. Desesperado la sentó en el suelo, la sostuvo por los hombros y verificó el pulso en el cuello. Seguía sin sentir algo. La removió, le acarició las mejillas. Nada. Le suplicó, le habló, la llamó decenas de veces. Nada. Nada.

Nada.

Y entonces…

Gritó.

No le importó y en medio de sus lágrimas mezcladas con la lluvia, respiró profundo para proceder a gritar lo más fuerte que pudiese mientras apretaba el cuerpo inerte de su pequeña Liliana contra su pecho. Gritó tanto como le permitieron sus pulmones y su garganta. Tembló con aquel cuerpo desecho entre sus brazos. Lloró como hace años no hacía. Le reclamó al cielo por haberse llevado a su pequeña Lili. Maldijo en lo alto. Desafió a quien le escuchase. Desahogó su dolor como cualquier humano haría.

Lloró.

Estaba destrozado y ni siquiera podía pensar con claridad.

 

—Yo la cuido —no sabía de quien era esa voz, pero su nariz le indicaba que era una amiga—. Kyoya… yo la cuido.

—No —le ardía la garganta y su voz estaba ronca.

—Ya no hay nada que hacer.

—No.

—Quieres vengarte, ¿no? —aquellas manos sujetaron con cuidado en cuerpo inerte de la muchacha a quien le cerró los ojos para darle descanso—. Entonces ve… y yo cuido de su cuerpo.

—Los mataré —declaró al fin mientras apretaba sus dientes.

—Hazlo. Nadie puede culparte pues te han quitado lo último que te quedaba.

—Los morderé hasta la muerte.

—Ve entonces… porque ellos están ahí todavía.

 

Y no dudó. Dejó a su pequeña Lili en manos ajenas y él se levantó y giró en esa dirección. Aun lloraba y poco le importaba que lo vieran de esa manera. Empezó a correr mientras sujetaba sus tonfas con fuerza hasta que sus manos se volvieron blancas. Activó el dispositivo que desataba las púas, así como la cadena en la base y la bola metálica con la que deseaba partirle el cráneo al responsable de todo eso.

Se iba a vengar.

En medio de la lluvia y sonidos de peleas, él llegó buscando a un solo objetivo, deseando destrozar al causante de su desdicha, localizándolo y empezando con una cacería que poco menguaría el dolor de su pérdida, pero que le generaría satisfacción personal. No lo dejó escapar. Sin importan cuántas veces Kato intentó despistarlo y huir, no lo dejó. Ni siquiera le importó acabar con cualquiera que se le interpusiera. No paró hasta que agarró la pierna del maldito y lo estampó contra la pared cercana.

No escuchó súplicas, tampoco acató los pedidos porque se detuviera.

No quiso saber de nadie más que de esa persona a la que pateó tan fuerte que volvió a estamparlo contra la pared. No aceptó las palabras de ese desgraciado que trataba de apelar a un lado humano. No dejó de balancear su tonfa para que la bola metálica y las púas laceraran ese cuerpo. No escuchó un par de gritos conmocionados por la sangrienta pelea que se daba entre dos alfas. No dejó que Kato acertara un solo golpe. No lo dejó hablar porque le rompió la mandíbula. No se detuvo incluso cuando su tonfa estuvo manchada de sangre y su presa pedía piedad entre balbuceos y lágrimas.

Iba a liberar al mundo de ese infeliz. Y así lo hizo.

No se preocupó por las consecuencias porque era bien sabido que entre alfas que pugnaban por un omega en celo, a veces había bajas.

Kyoya entonces asesinó a Kato en venganza por la muerte de Liliana.

Un alfa de casta pura demostró que, al igual que un animal, puede matar a su oponente.

Todos presenciaron las consecuencias de un acto inescrupuloso.

La calle se manchó de rojo por segunda vez en ese mismo día.

El miedo se apoderó de todos, incluyendo a Kyoya.

 

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

 

He de decir que desde aquí todo puede irse a la verga o mejorar. Ustedes serán testigos de eso.

Se reciben teorías, apuestas, galletitas, o piedras~

Krat los ama~

Besos y abrazos~

PD: Estaba ansiosa por llegar a este punto XD.

 


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