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Locura por mi todo por 1827kratSN

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No hablaban más de lo necesario, lo evitaba a toda costa, Tsuna ni siquiera había notado que Hibari tenía una leve herida en su mejilla y esa era la evidencia más grande de su rota “familia”. Eran dos desconocidos viviendo bajo el mismo techo y esa situación no cambió a pesar de los días que pasaban con rapidez. Una semana entera sin siquiera hablar sobre cómo llevarían su “relación” a partir de su matrimonio público. Hibari no avisaba cuando salía ni a donde iría, llegaba en las tardes y sin decir mucho pasaba a su habitación. Tsuna se la pasaba viendo televisión la mayoría del tiempo o revisando la casa por centésima vez para entretenerse de lo que tenía a disposición.

 

—Toma —fue al inicio de su segunda semana cuando algo diferente al saludo matutino se dio—. Úsalo.

—Hum —Tsuna miró el celular que le ofrecieron antes de tomarlo sin ganas—. Gracias… supongo.

—Tus padres saben que estás bien —añadió antes de beber su jugo de naranja.

—¿Aun no puedo salir? —ni siquiera lo miraba, se centraba en sus palillos y en la pantalla de ese aparato que no indicaba notificaciones nuevas.

—Dos semanas, herbívoro —Kyoya era el único de ellos que ponía atención a cada acción o expresión del otro, lo hacía para saber cómo actuar o qué decir.

—Lo sé —suspiró antes de apretar los labios.

 

Y, sin embargo, Tsuna tenía que admitir un par de cosas. Hibari siempre hacía el desayuno en sus horarios e incluso cuando él se quedaba dormido; la comida era buena, la despensa siempre estaba llena y variada. Kusakabe solía hacerle plática algunas veces, los subordinados que custodiaban la casa eran amables desde que él dejó de lado sus intentos de escape, tenía una biblioteca para cuando se aburría, su espacio personal jamás fue violado, no recibía malos tratos y… a veces Hibari le traía noticias de su familia y amigos.

 

 

Casta…

 

 

Estaba incómodo, demasiado, y a pesar de eso estaba siendo paciente. Debía soportar el estrés en su cuerpo ocasionado por esos interminables días en los que tuvo que hacerse análisis de todo tipo, pero ya faltaba poco pues en ese momento atravesaba los últimos estudios y al fin le darían la respuesta que Byakuran tanto deseaba tener. Shoichi no sabía cómo es que su alfa podía estar tan relajado mientras dormitaba en el sillón cercano a la camilla, muy por contrario de él que casi se comía las uñas de no ser porque fue regañado en su primer intento.

Se sobó el estómago porque le dolía, restregó sus ojos que le impedían ver bien pues sus lentes se le fueron quitados desde hace rato al igual que su ropa. Tenía que estar envuelto en esa incómoda bata de hospital a la que ya le hizo un pequeño agujero porque forzó un pequeño hilo salido. Movía sus pies para evitar que se le entumiesen, revisaba todo en ese pequeño consultorio y por milésima vez rogaba porque el médico entrase a decirle que todo está bien y así poder irse a casa a comer algo y a darse un baño.

 

—Lamento la demora —y ahí estaba, el alfa que era el médico familiar de los Gesso.

—Espero me traiga buenas noticias —bostezó Byakuran antes de levantarse del sillón y acercarse al otro alfa.

—Pues estos son los resultados, puede leerlos usted mismo, Gesso-san.

 

Shoichi ya se había acostumbrado a ser ignorando cuando varios alfas se juntaban a su alrededor; se sabía su papel de memoria: quedarse en silencio, esperando la siguiente orden. Pero no dejaba de ser incómodo y por eso prefería su oficina, suya y de nadie más; donde podía ser libre de perderse en sus investigaciones y sólo llamar a algún ayudante cuando en realidad lo requiriese, donde era el jefe de departamento y su posición estaba por encima de algunos alfas y betas que en un inicio lo rechazaron. ¡Joder! Sí que amaba su trabajo en las empresas Gesso.

Aún recordaba el primer día en donde fue presentado como la nueva “cabeza” en la sección de investigación y desarrollo, los nervios, las miradas extrañadas y su corazón latiendo a mil por hora que no lo dejó hablar bien cuando se presentó. Aunque también escuchó el palabrerío que lo acusaba de ser sólo un “estorbo” colocado en esa sección por capricho de Byakuran, incluso en esos días seguía escuchando murmullos en su contra, pero no le importaba demasiado porque era bastante feliz en su trabajo junto con un par de sus colaboradores, unos gentiles betas y un alfa muy carismático que no tenía ningún problema con la casta de sus colegas, sí, Spanner era muy agradable y le daba ideas geniales que a veces se volvían en proyectos en conjunto.

En serio, mil veces prefería su oficina a estar sentado en esa camilla, viendo a lo lejos a dos alfas hablar de dios sabe qué mientras él se moría de frío y ansias por saber qué pasaba con él y su repentino cambio de aroma. Byakuran se quejó mucho durante esa semana por ese pequeño detalle que Shoichi ni siquiera notó, y por eso estaban ahí. Al menos tenía fe en que todo acabaría ese día.

 

—Los dejaré solos para que hablen —el alfa miró a Byakuran antes de reverenciarle y salir con prisa.

—Ten todo listo.

—Como usted diga, Gesso-san.

 

Shoichi entonces se dio cuenta de que algo andaba mal, eso estaba claro porque su piel se puso de gallina cuando los ojos amatistas de Byakuran hicieron contacto con los suyos; ni siquiera tenía que culpar al lazo que los unía porque el ambiente en sí estaba pesado y sus reacciones eran naturales. Tragó grueso, él siempre evitaba que el humor de su alfa cambiase a uno negativo porque tenía miedo de las consecuencias.

Sólo una vez lo vio molesto en un rango normal, cuando los betas bajo su mando se negaron a ayudarlo, a seguir sus órdenes, y para mala suerte Byakuran los descubrió. Shoichi aun percibía el aroma de la sangre que brotó del labio de uno de esos betas después de ser golpeado por su alfa, y de los despidos simultáneos después del incidente. No quería saber qué más podría pasar si es que Byakuran se enfadaba de verdad.

Agachó la cabeza en signo de sumisión cuando Byakuran se paró frente a él, dejó que le acariciaran los cabellos y los acomodasen antes de que las propias manos del alfa levantaran su rostro. La sonrisa que le fue dedicada era falsa, Shoichi lo sabía, conocía a la perfección las expresiones faciales de su compañero de vida. Algo estaba mal entonces y eso debía estar relacionado con su cambio de aroma y el resultado de esos exámenes.

 

—¿Qué está mal? —preguntó en un susurro esperanzado porque todo fuera paranoia suya.

—Sho-chan —el albino deslizó sus dedos por la mejilla del pelirrojo antes de suspirar—. Mi pequeño Sho-chan.

—Estoy asustado —confesó porque bien sabía que a Byakuran le gustaba la sinceridad.

—El médico me dijo una cosa muy básica antes de empezar a hacerte los exámenes —Byakuran trepó a la camilla y se sentó junto a su omega—, me dijo que el cambio de aroma es un indicio claro de que un embarazo está desarrollándose.

—Embarazo —esa sola palabra logró que su estómago se retorciera y que su pecho punzara de forma extraña.

—Sho-chan —tomó las manos del omega entre las suyas antes de continuar—, desde un inicio esperábamos esto.

—Lo sé —Shoichi estaba en shock, pero sabía que un hijo no era el problema, por el contrario, Byakuran debería estar feliz porque era su más grande deseo—, y tú deberías de estar feliz —indagó.

—Debería —suspiró antes de acercarse al rostro ajeno y besarle la frente—. Debería.

—¿Qué sucede? —se le fue el aire.

—Sho-chan —lo abrazó con cuidado, siendo cariñoso y gentil—, ¿recuerdas lo que te dije cuando todo esto empezó?

—Sí —se aferró al pecho del mayor, cerró sus ojos e hizo memoria—. Yo debería darte hijos, cuantos desearas, cuando los desearas… y tus hijos debían ser… —su voz se apagó instantáneamente.

—En mi linaje sólo hay alfas —murmuró en el oído de Shoichi antes de apretar su abrazo un poco más.

—Pero yo no puedo asegurar que…

—Y para eso fueron los exámenes —restregó su mejilla contra los cabellos del pelirrojo que empezó a temblar ligeramente—, para comprobar la casta de ese hijo —habló con frialdad.

—Es nuestro hijo —jadeó asustado.

—No —Byakuran deslizó sus dedos por las hebras rojizas de Shoichi y cerró sus ojos—. No lo es.

—Byakuran —entró en pánico, podía sentir el rechazo de Byakuran y un leve toque de ira en el mismo.

—Es por nuestro bien. El tuyo y el mío —le besó la cabeza y suspiró—. Todo lo que haga desde este punto es por el bien de los dos, de nuestra familia.

—Byakuran…, ¿qué salió en los resultados?

—Todo será rápido, no sentirás dolor.

—Byakuran —suplicó golpeándole levemente el pecho—, ¿qué pasa con nuestro…? —pero sus palabras fueron interrumpidas por el dolor que sintió en uno de sus brazos, una punzada conocida.

—No es nuestro bebé —susurró mientras apretaba el émbolo para que el sedante ingresara al cuerpo de su pequeño Sho-chan—, un beta no será nunca nuestro bebé.

—No —la aguja le generaba escozor y el líquido lo sentía hervir, pero más que eso, su pecho dolía demasiado—, no… no le hagas nada —suplicó apretando sus párpados porque no quería ver a su alfa hacer ese daño irreparable.

—Sho-chan —alejó la jeringa antes de aferrarse completamente al pequeño que temblaba entre sus brazos—, cuando hayas despertado todo estará bien… todo será como antes —le besó la frente y después los labios que se apretaban con fuerza en rechazo a su gesto gentil—. Tú tendrás de nuevo el dulce aroma a malvaviscos, yo seré tan gentil como hasta ahora… y mi linaje seguirá intacto.

—Por favor —una lágrima brotó de su ojo izquierdo antes de que poco a poco dejase de percibir bien su entorno.

—Te amo, Sho-chan —susurró—, y algún día entenderás que lo que hago es por tu bien.

 

Byakuran dejó el trémulo cuerpo de su omega en las confiables manos del médico de su familia. No sonrió, se mantuvo serio y pensativo porque en verdad no pensó que algo así ocurriera tan pronto, pero era una obligación familiar que cargaba y debía cumplir. Chistó varias veces antes de volver a sentarse frente a aquel escritorio y revisar de nuevo el resultado de esos exámenes. Suspiró inquieto porque estaba preocupado por su omega pues a pesar de que no era un procedimiento complicado, no sabía qué repercusiones emocionales tendría Shoichi cuando despertase.

Y aun así no se arrepentía de la decisión tomada. Jamás lo haría porque su linaje familiar intacto debía perdurar por siempre.

 

—Tenga fe en que la siguiente vez un alfa será engendrado.

—Eso espero —Byakuran miró con enfado a su médico—, después de todo, he pagado por el tratamiento de mi pequeño Sho-chan y no ha tenido el resultado esperado.

—Gesso-san, a pesar de la tecnología e investigaciones que tenemos, los fallos son…

—¡Intolerables! —enfureció y golpeó la mesa antes de levantarse y enfrentar al médico—. No quero más fallos —emitió un pequeño gruñido final.

—Fue predecible pues el tratamiento fue aplicado por un tiempo muy corto. Usted debe entender que esto necesita de paciencia y tiempo para que el acoplamiento sea efectivo —sin inmutarse, el médico siguió enfrentando al alfa.

—Que te quede claro una cosa —se acercó al rostro del médico y sonrió de forma aterradora mientras sus ojos mostraban ira absoluta—, no quiero más daños para mi omega, no quiero que sufra un embarazo no deseado más, no quiero que pase por esto de nuevo… o tú y tu familia caerán más bajo que los omegas rechazados.

—Hay cosas que no se pueden controlar, Gesso-san.

—Y hay cosas que sí —se relamió los labios— y en mi posición social sería muy fácil acabar contigo.

—Lo guiaré con su omega para que lo cuide —se giró y encaminó fuera del consultorio. No sería la primera vez que lidiase con un alfa enfurecido y terco, así que sabía cómo actuar.

—Que bien que entendiste mi punto.

 

Silencio absoluto, privacidad y calma. Aquel alfa se quedó junto al pequeño pelirrojo inconsciente, acariciándole los cabellos, suspirando en medio de su espera, recordando las veces que vio a su madre llorar cuando aún era un niño, pensando en la mejor manera para reconfortar a Shoichi y recompensarlo por haber pasado ese mal rato. Pero nada más que el rostro del pelirrojo tomó espacio en su mente… Ahora entendía el pesar de su propio padre.  

 

 

Consecuencias…

 

 

—¡¿Qué haces aquí, mujer?!

—¡Eso debería decir yo! —enfadada, Haru arrojó al suelo la blusa que estaba a punto de mirar y le apuntó al alfa idiota que le agarró el brazo de pronto— ¡Y deja de tocarme!

—Largo —amenazó.

—¡Ja! ¡Yo llegué primero!

—¡Vete! —frunció su ceño— No quiero que estés por aquí.

—Pues qué pena porque soy una cliente y voy a quedarme —bufó antes de darse vuelta para seguir buscando la blusa que quería.

—Mujer idiota, voy a…

—Hayato —la voz de una mujer resonó en aquel pasillo de ropa femenina y Haru, que estaba a punto de gritar algo, se calló—, te alejaste de pronto —sus largos cabellos estaban atados en una trenza francesa, sus ojos mostraban un brillo leve y la edad se notaba en las leves marcas faciales que adornaban sus ojos— Ah… —sonrió al fijarse en la compañía de alfa—, ¿es tu amiga?

—No —Gokudera miró mal a Haru antes de girarse hacia la mujer—. Vamos, no perdamos tiempo.

—Hayato, qué te he dicho de ser grosero con las omegas —regañó y dio muestras de su identidad.

—Lo siento —agachó la mirada mientras apretaba los labios.

—Vamos —suspiró volviendo a estar calmada—, preséntame a la señorita —sonrió con dulzura.

—Ella es Haru Miura —Hayato lo dijo con mala gana, rodando los ojos y gruñendo al final—. Mujer —miró a Haru con los ojos entrecerrados en amenaza porque no dijera nada raro— ella es Lavina… mi madre.

—Es un gusto conocerla —reverenció la castaña algo impresionada por la belleza de aquella mujer, espantada de que la pobre tuviera un hijo como Gokudera.

—Ahora vamos, mamá… Tenemos que ir a muchos sitios —la voz de aquel alfa despreciable, cambió radicalmente hasta entonarse con dulzura y amabilidad.

—Oh, ¿está de visita? —añadió Haru sin poder evitar la curiosidad que sentía.

—No —sonrió la mujer de cabellos platinados—, es que es el primer día en mucho tiempo que puedo salir de casa.

—Mamá —Gokudera suspiró—, no hables de eso.

—¿Y cómo no hacerlo? —rio bajito—. Estoy muy feliz de al fin poder verte de nuevo, mi pequeño Hayato… Y todo gracias a ti que has convencido a tu padre.

—Yo… —el mencionado se sonrojó levemente al recibir una caricia en su mejilla— haría todo por ti, mamá —sonrió cual niño tratando de ser el hijo perfecto de su madre.

—¿Todo? —Haru no tardó en unir muchos de los cabos sueltos que tenía en su mente— ¿En verdad harías lo que fuera?

—Todo —Hayato bufó—. Ahora, si nos permites… tenemos cosas que hacer.

—Fue un gusto conocerla —sonrió Lavina antes de tomar el brazo de su hijo—, y disculpa el mal humor de mi hijo. Es un niño bueno a pesar de que tiene ese genio que heredó de su padre.

—Mamá, vámonos ya —reclamó el alfa antes de tirar sutilmente de su madre.

 

Al quedarse sola, mirando como aquel alfa se sonrojaba por algo que dijo su madre y a aquella mujer que no paraba de reír con dulzura, se dio cuenta de algo: ese era el verdadero Gokudera. Sintió sus manos temblarle porque quiso ir tras ellos e investigar qué pasaba con esos dos, pero en vez de eso sólo boqueó y se aferró a un aparador para no caer. Se acababa de dar cuenta de que la madre de ese alfa era una omega hermosa, risueña, pero algo envejecida por razones que tal vez no se relacionaban con el tiempo sino con pesares del alma.

 

—Él no quería hacer eso… Lo obligaron a hacerlo.

 

Todo tomó sentido entonces, porque ese odio en aquellos ojos verdosos no era lo que imaginó. La mirada de Gokudera siempre mostró disgusto por ayudar a la clase alfista, hacerle la vida imposible a ella y sus amigos. Ahora entendía que tal vez, solo tal vez, Hayato no era malo, sino que seguramente hizo todo aquello para poder sacar a su madre de paseo, que también tenía algo que proteger y cuidar a base de comportarse como un idiota sin corazón.

¿Cuál era la verdad? No sabía, pero quería entenderla, conocerla, analizarla y al final tratar de explicar el por qué la sociedad alfista era tan repulsiva. Y a la vez tenía miedo por la realidad que encontraría detrás de todo eso.

 

 

Emoción…

 

 

Takeshi miraba a su padre concentrado en extremo ante esa partida de shogi que sostenía con Nagi, cómo rogaba porque alguien ganara y se terminara esa tediosa espera. Bostezó disimuladamente para no desconcentrar a aquel par, mentalizaba alguna cosa referida a su último aprendizaje sobre lucha cuerpo a cuerpo, trataba de recordar cuándo volvería su celo y si tenía supresores e inhibidores, pero sinceramente le ganaba más el sueño y terminaba por olvidar en qué pensaba exactamente.

 

—Buenas noticias —aquella voz no se la esperó. Takeshi perdió el equilibrio y cayó de espaldas causando un pequeño alboroto—. No pensé que te alegrarías tanto por verme kufufu —sonreía al ver al muchacho en el suelo.

—Mukuro —el azabache sonrió antes de levantarse y estirar sus brazos—, ¿qué noticias tienes?

—Hablaré fuerte para que me escuchen —Mukuro habló en tono burlón antes de rodar los ojos porque Tsuyoshi y su pequeña Nagi lo estaban ignorando—. ¡Vamos a visitar a alguien!

—¿A quién?

—Me encanta cuando alguien se emociona conmigo —canturreó antes de acercarse a Takeshi y rodearle el cuello con su brazo.

—¿Me dirás a quién?

—A alguien que tú conoces —Mukuro dirigió su camino fuera de esa habitación—, y quien ya no está del todo soltero, kufufu.

—¿A Shoichi? —Takeshi habló esperanzado porque desde hace mucho que no tenía noticias de su amigo.

—Oye —Mukuro se alejó para reírse en susurros—, tampoco esperes tanto de mis pobres conexiones.

—Entonces, ¿a quién visitaremos?

—A tu amigo de cabellos locos.

—¡Tsuna! —Takeshi lanzó un grito elevado para expresar su emoción, de esa forma atrajo la atención del par que dejaron atrás, mismos que se asomaron por la puerta—. ¡Vamos a ver a Tsuna! —le sonrió a su padre

—Espero que el muchacho esté bien.

—Eres un niño grande, Takeshi —Mukuro torció una sonrisa antes de suspirar—. Vamos, debemos alistar nuestras cositas porque también veremos a ave-kun y tal vez nos dé posada.

—Estás pidiendo demasiado, nii-sama.

—No me destruyas las ilusiones, Nagi —fingió entristecer—, prefiero pensar que Kyoya aún me considera su mejor amigo.

—¿Ustedes son amigos? —Tsuyoshi frunció su ceño porque hasta él reconoció la mala relación de ese par.

—Me ofendes —Mukuro fingió llorar, incluso limpió la comisura de sus ojos con un pañuelo, causando la leve risa de Takeshi y la burla de Nagi—. Cómo osan dudar de mi estable relación con esa ave huraña y grosera.

—Eres gracioso —murmuró Takeshi.

—Prefiero que digan que soy guapo, kufufu.

—No tiene remedio —Nagi negó levemente antes de encaminarse a su habitación para prepararse, Tsuyoshi sólo rio antes de seguir a la alfa.

—A veces no sé si bromeas o hablas en serio, Mukuro —Takeshi posó despreocupadamente sus manos detrás de la cabeza y sonrió.

—Entonces —Mukuro miró detenidamente al omega—, me dices que no captas mi sarcasmo y mis indirectas.

—Claro que no.

—Entonces no has notado mis incesantes coqueteos hacia tu persona —y su respuesta fue la risa divertida de aquel azabache—. Wow, es en serio.

—¡Tendrás que esforzarte más, Mukuro-niisama! —se escuchó la voz de Nagi desde el segundo piso.

—Has roto mi corazón, Takeshi —negó antes de sonreír de lado pues eso, en parte, ya se lo vio venir.

—¿Y llevaremos algo como regalo? —interrogó meditabundo antes de cruzarse de brazos— Papá puede hacer sushi y…

—Kufufu… te ganaste el premio por despistado, niño —rodó los ojos antes de suspirar.

—¿Eh? ¿Por qué?

—Esta alma rechazada quiere un chocolate —Mukuro adoraba armar dramas cuando estaba en confianza—, así que iremos a comprarlos antes de llegar a la casa de ese carnívoro prehistórico —se alejó sin prisa, jugando con sus cabellos largos y escuchando los pasos de Takeshi tras de sí.

—¿Compraremos sólo chocolate para llevarle a Hibari y a Tsuna?

—No, eso es para mí. A ellos no les llevaremos nada porque seguro el ave tiene toda la casa abastecida, así que es innecesario.

—Pero creo que es un buen detalle.

—Takeshi —se giró para mirar al mencionado—, yo jamás le regalaría nada a ese alfa grosero.

—Y yo pensé que le tenías cariño.

—Iugh —hizo una mueca de desagrado—. Eso jamás.

 

 

Familia…

 

 

Miraba a las sirvientas preparar la maleta de la azabache, nueva señora de la casa, misma que estaba sentada frente a él y su padre. No hablaban, sólo se miraban de vez en cuando y trataban de ignorar la incomodidad de ese día. Kyoya rodó los ojos cuando su padre empezó a recordarle a I-pin las normas de su puesto, decidió entonces cantar una canción en su mente para distraerse y funcionó casi a la perfección si no fuera porque escuchó la palabra “bebé”. Miró con furia a su padre intentando entender a qué se refirió, pero una de las sirvientas le cortó su investigación silente.

 

—Todo está listo, I-pin-sama.

—Gracias —sonrió y reverenció ligeramente a la beta que le servía.

—I-pin —regañó Fon y la mencionada se tensó—, ¿qué te dije?

—Lo siento —suspiró—, pero sólo quise ser amable.

—Ellos cumplen tus órdenes, no debes agradecerles por hacer su trabajo.

—Vámonos —Kyoya odiaba ese estilo de vida, por eso se levantó y estiró su mano hacia la azabache.

—Sí —nerviosa, accedió a sujetar la mano del Hibari menor sorprendiéndose todavía por la delicadeza con la que era tratada y de la protección que sentía por parte del mismo.

—Dos días —dictó Fon.

—Tres —aclaró Kyoya antes de tomar la maleta con su mano libre y adelantarse sin mirar atrás.

—Regresaré pronto —I-pin apenas pudo girar para despedirse de su esposo, sonreír sutilmente y reverenciarlo como se le fue indicado como norma general.

 

Kyoya bufó molesto, apresuró su paso y salió lo antes posible de esa odiosa mansión para poder respirar aire puro. No dijo más mientras guiaba a la pelinegra a su auto, ignoró totalmente a Fon quien lo vigilaba desde la entrada a esa casa, olvidó que llevaba la misma sangre que ese desgraciado y quiso también hacerse de la vista gorda con las advertencias que le dieron cuando se quedaron los dos solos en la sala. Fingiría tener amnesia.

 

—Gracias —salió de sus pesares cuando conducía y la voz de la muchachita hizo eco en medio del silencio.

—Hum —elevó una ceja sin entender.

—Por… Por sacarme de ahí —no olvidaría la felicidad que le dio al ver a Hibari en esa mañana en una visita que ella jamás esperó.

—Si quieres salir, sólo debes llamarme.

—¿Puedo? —interrogó emocionada, aliviada, agradecida.

—Sí… Cada que quieras —Kyoya no quitó su atención del camino, pero claramente percibió el aroma un poco más dulce de la chica a su lado.

—Pe-Perdón —y entonces, tras tan enorme noticia, sus ojos se aguaron— Perdón, Hibari-san.

—Ahora también eres una Hibari… así que llámame Kyoya o como desees.

—Yo… —sus labios temblaron y sus lágrimas se resbalaron presurosas.

—No fue tu culpa —dictó y la miró cuando se detuvo en un semáforo—. Así que no llores.

—Pero… —gimoteó— yo pude… haber hecho algo… ese día.

—Mientras yo pueda, te cuidaré —estiró su mano para quitar una lágrima derramada y después palmeó la cabeza de esa niña—. Pero tú también debes cuidarte.

—Lo siento… Lo siento mucho.

 

I-pin sollozó todo el camino a partir de ese punto, gimoteó bajito e hipó decenas de veces. Soltó todo el dolor que no pudo soltar desde aquel día, cuando su celo pasó, y se dio cuenta de que su vida había cambiado drásticamente. Ella no quiso eso, no lo imaginó siquiera, lo peor de todo era que se sentía culpable por no haber luchado en contra de un destino como el que tenía en ese momento.

Dolía saber que defraudó a muchos, complicó la vida de otros… y abandonó al amor de su vida.

Pero Hibari tenía razón. No fue su culpa.

 

 

Artimaña…

 

 

Nadie podía imaginar siquiera la dicha que sentía —sintió y seguiría sintiendo—, desde el momento en que fue informado de aquel permiso tan especial que tenía. Ni siquiera le importaba que aquellos dos lo acompañaran como escoltas hasta que lo dejasen en aquella casa, mucho menos le importaba que tenía una hora fija para estar de regreso con los Argento, sólo sabía que al fin iba a ver a sus amigos en medio de la luz del día. Privilegio que le otorgaron sólo a él.

En un inicio quiso preguntar el porqué de esa decisión tan drástica y por qué de la llamada de Hibari, pero después de la primera negativa del niño —que según la sociedad era su alfa—, decidió mejor sólo disfrutar de su ignorancia bien recompensada. Aunque sí escuchó detrás de la puerta sobre algo relacionado con un pacto forzado después de la muerte de una tal Liliana. Bendita fuera esa mujer, hasta deseaba que su alma descansase en paz porque lo estaba ayudando demasiado.

 

—¡Podrías dejar de moverte! ¡Maldita sea! —claro, su siempre adorable custodio era el alma de la fiesta.

—Es que estoy ansioso —y no era para menos, a través de esa ventana polarizada veía las calles de su antiguo hogar. No podía dejar de mover sus pies.

—Estamos por llegar, así que quédate quieto —a veces Lambo se preguntaba si Reborn fue siempre así de amargado o simplemente lo que le pasó durante su vida lo volvió así.

—Esto me trae recuerdos —ahí estaba el otro, aquel excéntrico chico de cabellos violáceos que masticaba un chicle y hacía bombas que explotaban causando un sonido desesperante.

—Y tú… —Reborn frunció el ceño antes de mirar a su colega—, tira esa cosa o yo te lanzaré a ti por la ventana.

—Qué genio —Skull rodó los ojos antes de sacarse el chicle de la boca y envolverlo en un papel—. Extraño al Reborn de seis años que solía jugar conmigo a la pelota.

—¡Cállate! —advirtió.

—Hum… —su mente decía “cállate”, pero su lengua no quería obedecer— ¿Y cómo era Reborn a esa edad? —Lambo no iba a desperdiciar ese momento.

—Fueron buenos tiempos —Skull sonrió con nostalgia antes de pegarse a la ventana de esa camioneta—. Éramos felices, ignorantes y tan ingenuos.

—Tengo una duda —Lambo miró a Skull quien emitió un bufido en señal de que siguiese—, ¿eres de la misma edad que Reborn?

—No —miró al susodicho y sonrió porque iba a soltar su lengüita—. Para que lo sepas él apenas tiene dieciséis y yo ya tengo mis dieciocho primaveras.  

—Ustedes dos paren de parlotear —suspiró Reborn porque sinceramente no tenía ganas de lidiar con esos idiotas— y recuerden que no es un viaje de placer.

—Oblígame a callar —Skull le sacó la lengua al alfa que lo miraba con furia—. Y si estoy aquí, hablando sin parar sobre nuestro lindo pasado juntos, ¡es tu maldita culpa, Reborn! —chasqueó su lengua— Te dije que trajeras a Lal porque yo me aburro en estas visitas formales.

—¿Y con quién se verán? —Lambo adoraba que alguien además de él hiciese enojar a Reborn.

—Eso no te incumbe.

—Pero…

¡Cállate! —Lambo tembló por la voz de mando—. Me obligaste a hacerlo, niño.

—Joder, así que contigo su voz sí funciona —Skull se acercó a Lambo para golpearle la frente y examinarlo de cerca—. Debe ser porque te criaste con betas.

—Y tú… ¿por qué no? —murmuró apenas, aun temblando por la orden que quería desobedecer.

—No lo digas, Skull —advirtió Reborn.

—Reborn —el mencionado miró al menor, pero no diría más de lo permitido, no iba a jugar con fuego porque también iba a salir quemado—, ¿cuándo le comprarás un collar? —señaló a su cuello donde un cuero negro adornado por metales de diferentes formas envolvía su cuello—. Si va a salir del harem es mejor que prevengas una marca y una posible muerte.

—Llegará en dos días.

—Yo pensé que eso era un accesorio —comentó Lambo ya recuperado. Ahora que lo pensaba, el efecto de esa voz no duraba mucho en comparación a la influencia de otros alfas con los que tuvo que verse en su vida. Raro—. ¿No es así?

—Niño —Skull sonrió y estiró su cuello con elegancia—, esta cosita de aquí, que por cierto me luce genial —alardeó orgulloso—, es un collar antimarca y evita que algún infeliz llegue a forzarme un lazo.

—Eres… —Lambo no se la creía— ¿Eres omega?

—Y uno muy hermoso —se jactó con orgullo mientras miraba sus uñas pintadas de negro—. Pagaban miles por mí —deslizó sus dedos por sus hebras violáceas y sonrió.

—No es algo de lo que debas presumir —Reborn pareció incómodo con el tema—, y ya cierra el pico.

—¿Cómo que pagaban… por ti? —Lambo sólo conocía una forma en la que un omega sin marca y joven podía obtener un pago, pero no creyó que Skull… No podía ser.

—Lambo —Skull suspiró antes de dar palmaditas a la cabeza del niño—, no todas las personas nacidas en cuna de oro están destinadas a la comodidad y las riquezas… Lo que has visto hasta ahora, no es nada.

—Estás asustándome.

—De eso se trataba —le guiñó un ojo antes de acomodarse de nuevo en su asiento—. Pues así no cometerás los mismos errores que yo.

—Ya llegamos —Reborn empujó el hombro de Lambo para que cerrase la boca—. Ahora bájate y ya sabes que volveré por ti en tres días. Más te vale estar parado aquí esperando o te irá mal.

—Gracias —Lambo obvió aquella rara conversación antes de bajarse del auto, pero le dio una última mirada a aquel omega ostentoso que le sonreía con prepotencia antes de que le gritase.

—¡No dejes que nadie te toque! Recuerda que ahora le perteneces a los Argento —agitó su mano en despedida antes de que el auto arrancara y él subiera el vidrio para separar sus caminos.

—¿Qué pretendes al decirle eso? —Reborn miró a Skull con el ceño fruncido.

—Animarlo a ser un buen niño —cruzó sus piernas y se acomodó en el asiento—. Deberías agradecerme por eso.

—Tú nunca has sido una buena persona, no veo porqué ahora cambies —arqueó una ceja.

—Él me recuerda un poco a mí —suspiró mirando a las afueras de ese auto— y no quiero que caiga en manos de un imbécil que lo abandone en el momento más decisivo de su vida, lo deje sin apoyo y lo condene a la miseria.

—¿Aun no perdonas a Verde? —se burló con una risa seca— Y yo creí que se iban a casar pronto.

—Ese malparido jamás volverá a burlarse de mí —Skull gruñó en furia—. Y que conste que si sigo con tu maldita pandilla es por ti, porque te debo mi libertad, pero ¡cómo odio que Verde esté ahí todo el maldito tiempo!

—Es un buen peón.

—Te soy más útil que él —reclamó.

—Ya quisieras.

—Eres un idiota, Reborn… —ofendido hizo un leve puchero—, pero ya qué se puede hacer. Igual se te quiere un poquito, aunque estés todo amargado.

 

 

Miradas…

 

 

Fue un instante muy extraño cuando dos autos aparcaron frente a la casa de los Sawada al mismo tiempo y uno más se acaba de marchar dejando a un inquieto azabache de risos y desesperados ojos verdosos que sostenía una maleta pequeña y parecía querer estallar en júbilo al reconocer a quien se desabrochaba el cinturón de seguridad y procedía a bajar de una camioneta. ¡Ya ni respiraba!

Lambo reconocería esa mata de cabellos rojos donde fuera y por eso no dudó en lanzar un grito emocionado tras arrojar su maleta lejos y dar un brinco. Se sentía tan libre que hasta se le olvidó que podía molestar a los vecinos, aunque en ese caso no fue así, por el contrario, sólo causó el alboroto dentro de aquel hogar de dos betas que en esa mañana lloraron con su hijo entre sus brazos. Su hijo aun sano, sin marca, pulcro y con la noticia de que se quedaría dos días con ellos.

Pronto aparecieron algunas caritas conocidas por el portón. Haru, Fuuta y Tsuna tuvieron la misma reacción que Lambo cuando vieron a Enma salir del auto de aquella alfa malhumorada que les frunció el ceño debido al bullicio. No se contuvieron y se abrazaron entre todos en ese pequeño grupo que al menos podía verse de nuevo. No midieron palabras, todos diciendo una y otra cosa, nadie entendiendo lo que los demás decían y simplemente se miraban como una linda familia reencontrada después de años.

Pero faltaba que un auto se desocupara, y cuando la puerta del mismo se abrió, el silencio reinó.

Tsuna vio a su esposo esa mañana cuando lo trasladó a casa de sus padres y le dijo que podía estar con ellos un par de días, después lo vio partir sin decir nada más que un “llamaré cuando esté listo para recogerte”. No pensó verlo de nuevo en ese día, en el mismo auto, y con la elegancia de un alfa de alta clase que incluso vestía un traje formal. Tampoco se imaginó que Kyoya tuviera la delicadeza de rodear el auto para abrir la puerta del copiloto y extenderle la mano a quien fuera que lo acompañara.

Los omegas vieron —como en una escena de película—, el cómo una mano adornada por un anillo se estiró para tomar delicadamente la mano de Kyoya. Notaron la elegancia un tanto forzada de los movimientos de la persona que, con algo de dificultad, sacó primero sus piernas dando a denotar el sonido leve de unos tacones, y finalmente el cómo delicadamente Kyoya ayudaba a la dama a salir y colocarse derecha como correspondía.

 

—I-pin.

 

Era la misma I-pin que ellos conocían, pero a la vez era diferente, no sólo porque le sonrió a Hibari antes de darle una leve reverencia y dejar que el mayor le ofreciera su brazo para empezar a caminar, sino porque usaba un vestido rojo de tela algo brillosa, portaba un par de aretes brillantes, leve maquillaje que la hacía ver más bonita y mostraba el cabello trenzado a un lado de su cabeza que caía elegantemente por su hombro derecho. Ella jamás usaría algo así porque no era su estilo, pero parecía que en realidad no le gustaba usar aquello.

 

—¡I-pin!

 

Fue lambo que —importándole un carajo los protocolos que también le obligaron a aprender—, corrió hacia la chica quien primero miró a Kyoya, quien asintió en respuesta, antes de que su rostro se iluminara y torpemente corriera para responder al abrazo de Lambo quien la elevó un poco en el aire y le dio vueltas. Risas, jadeos, besitos en las mejillas antes de que se les quebrara la voz y hablaran cosas inentendibles al mismo tiempo.

Y después de ese efusivo inicio, el silencio tenso.

La oscura mirada de I-pin hizo contacto con la opaca mirada de Fuuta quien a pesar de sonreír también estaba llorando en silencio. La chica agachó la cabeza sin saber qué hacer o decir, se mordió el labio y tembló. Tsuna, Enma y Haru intentaron decir algo, pero sus palabras murieron porque conocían lo que había detrás de aquel incómodo momento. Lambo rodó los ojos, ya se dio cuenta de por qué vio tan triste a Fuuta en la última ocasión. Oh sí, de lo que se venía a enterar en ese momento.

 

—I-pin —fue Kyoya quien rompió el silencio y se acercó a la mencionada para entregarle la maleta pequeña que trajo para ella.

—Gracias, Kyo-kun —sonrió con ternura que ya no fingía.

 

Sentía una ternura real porque desde que se volvió una Hibari, Kyoya fue el único en brindarle palabras, instantes y silenciosas palmaditas para calmarla. Forjaron un lazo en un instante de dolor para ambos. Los otros no lo entenderían, pero así eran las cosas entre ellos dos.

 

—Dos días aquí —sin gesto facial, Kyoya le informó del tiempo de estadía—, después volverás junto con Tsuna a nuestro hogar.

—Gracias.

 

Todos estaban sorprendidos por ese trato tan cercano y amable entre ese par, ignorantes de que todos ahora formaban parte de un juego torcido en pro del bienestar de un único sector social. Fue mucho más impactante ver a I-pin abrazar a Kyoya y sonreírle como sólo hacía con sus amigos cercanos y familia. Tsuna no pudo procesar bien ese momento porque a más de ver esa relación amistosa entre el azabache y su amiga, en su mente resonó las palabras “nuestro hogar”. ¿Era un chiste? ¿Qué hogar?

 

—Falta alguien aquí —Adelheid había bajado de su camioneta para golpear el brazo del azabache que pretendió retirarse sin saludarla.

—No quiero estar para cuando llegue.

—No le dijiste, ¿verdad?

—No.

—Pobre Mukuro —suspiró la mujer antes de mirar de refilón a esos omegas—, supongo que… me quedo. Necesito hablar con esa piña.

—Suerte.

—Tú eres el que necesita suerte —torció una mueca de disgusto— tratar con Reborn no va a ser fácil, mucho menos si se incluye tu padre y esos otros dos ancianitos delicados.

—Hum.

—También te quiero —se burló antes de que Hibari ingresara a su auto y se largara.

 

Suzuki se limitó entonces a mirar a los omegas, rodar los ojos cuando la incomodad desapareció en ese grupo y se empezaron a abrazar entre lágrimas. Quiso irse, pero era verdad que necesitaba hablar con Mukuro y Nagi sobre el consejo de ancianos que ya empezó a moverse y a darle sutiles amenazas para que regresara a la mansión de su familia. Los querían rodear, emboscar, atraparlos en ese país, y después apuñalarlos con la más mínima excusa. Como fuera, no toleraba ver tanta muestra de afecto, así que se metió a su camioneta a esperar.

 

 

Continuará…

 

 


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