Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Locura por mi todo por 1827kratSN

[Reviews - 84]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

 

Enma le había contado a Tsunayoshi un poco del cómo fue la reunión de Hibari y Suzuki tras la llamada de la alfa, pero no fue algo del otro mundo, aunque sí algo que sorprendió e hizo “sentir raro” a su amigo pelirrojo. Ver o escuchar llorar a Adelheid fue algo que jamás pensaron experimentar, era difícil de mentalizarse, pero así sucedió y según el pelirrojo eso se volvió un caos cuando Hibari la abrazó en modo de consuelo. También dijo que el alfa derramó un par de lágrimas antes de que se perdiera junto a Adelheid en una oficina para quedarse ahí al menos una hora. Después nadie supo lo que pasó, sólo que ambos sangre pura se llevaron la camioneta y estaban planificando cómo detener las atenciones básicas debido a un luto.

Tsuna se quedó en casa con Aiko y, a pesar de que quiso acompañar al alfa, se le fue impedido. Así que no le quedó de otra que esperar sentado, ansioso por saber lo ocurrido con aquel rubio que lo visitó sólo una vez en su casa para conocer a la nueva hija de Hibari Kyoya, mejor conocido como el hermanito menor con el que no compartía sangre. Leo en esa ocasión se veía tan radiante y lleno de vida, sonriente y maravillado con Aiko en brazos. Parecía tan sano. Tsuna no entendía lo que pasó para que aquel alfa abandonara la vida terrenal así, tan de repente, tan pronto.

Quería creer que esa llamada fue una pesadilla, pero no fue así, y lo certificó cuando Hibari llegó esa noche con las mejillas rojizas, los ojos llorosos y un aura cansada.

No sería la primera vez que Tsuna lo veía en ese estado, pero seguía siendo impresionante. Por eso no sabía si preguntarle qué sucedió o simplemente comer su cena en silencio. Hasta Aiko pareció notar el estado deplorable del alfa y no hizo mucho ruido mientras engullía su comidita con las manos o con la cucharita que por lo general balanceaba en el aire. El ambiente era muy pesado, y así permaneció hasta que terminaron de comer.

 

—Mañana es el funeral —la voz de Hibari estaba más bajita, algo ronca y cansada.

—¿Puedo ir? —Tsuna miró con pena al azabache y después a la nenita que tenía la mayor parte de su carita llena de puré.

—Sí —dejó sus cubiertos de lado antes de echar su cabeza hacia atrás y tragar grueso—, Aiko también irá. Leo la adoraba.

—Puede ir a descansar, Hibari-san —apretó los labios porque el ver a ese alfa llorar pareció hacerle entender que Leo en verdad se fue—. Yo me hago cargo de todo lo demás.

 

El castaño no tuvo valor para preguntar más de lo necesario, es más, hasta sintió que debía quedarse junto al alfa y consolarlo…, pero no lo hizo. Le encargó esa tarea a la pequeña bebita a la que apenas dejó en el suelo, gateó presurosamente hasta que llegó a la cama de Kyoya y con mucho esfuerzo se sujetó de las sábanas hasta pararse de forma tambaleante y llamar a su padre para que la cargara. Tsuna vio eso desde el marco de la puerta y tras verificar que el alfa sólo metió a su pequeño pajarillo entre las mantas para luego acomodarse…, se fue. Suponía que Hibari necesitaba tiempo a solas para desahogarse lo suficiente.

Se despertó muy temprano al día siguiente, preparó el desayuno, limpió lo que pudo hasta que su… esposo… bajara junto a la pequeña bella durmiente. Lo recibió con el desayuno colocado, le brindó una sutil sonrisa y se permitió ver que Hibari parecía más estable que la noche anterior. El alfa tenía secuelas del llanto aflorando en su rostro, pero al menos parecía algo más normal. Se alistó con un traje formal negro que Hibari le había comprado antes, vistió a su pequeña con un vestidito de vuelos que combinaba colores negros y blanco para la ocasión, y esperó a que el alfa les dijera que debían irse.

Debía aceptar que fue el viaje más silencioso que había tenido hasta ese punto. Aiko ni siquiera hizo problema y permaneció jugando con un par de ositos de felpa durante la mayoría del camino.

 

—Recuerdas a Baek, ¿verdad?

—Sí.

—Él será a quien debemos darle las condolencias… Ignora a todos los demás.

—Está bien.

 

Tsunayoshi no entendió esa orden hasta que logró entrar por completo a ese pequeño jardín adornado por flores de colores y vio una enorme fotografía de Leo sonriendo, la cual estaba posada junto a decenas de adornos florales que rodeaban al ataúd. Pero más impactante que eso fue apreciar a Baek parado cerca del arreglo recibiendo las condolencias de alguien, y junto a él dos hombres y una mujer de porte regio a quien no reconoció pero que tenían cabellos rubios al igual que Leo. Quiso preguntar quienes eran, pero Hibari empezó a caminar y tuvo que seguirlo.

Aiko había sido despojada de sus juguetes, así que se hallaba jugando con el cuello de la camisa de Hibari quien la cargaba —como casi siempre hacía al salir de casa—, haciendo ruiditos y mirando a la gente a su alrededor. Tsuna le sonrió cuando se miraron y poco después se dio cuenta de que no estaba siguiendo el protocolo que dictaba que él debía estar al menos tres pasos detrás del alfa y no junto a este. Sin embargo, cuando quiso retroceder, Hibari no lo dejó; le sostuvo del brazo y lo hizo caminar a su lado. Se le hizo extraño.

 

—Hibari-san —Baek tenía los ojos parcialmente hinchados y la nariz roja, además, entre sus brazos llevaba un cuadro donde Leo y él sonreían a la cámara—, Tsuna-kun —curvó sus labios en una sutil sonrisa—, y Aiko-chan —la nombrada sonrió y agitó su manita, pero el alfa la detuvo—. Gracias por venir.

—Lo lamento —susurró Tsuna sin poder evitarlo porque al ver todo lo preparado, en especial la fotografía y el ataúd, fue algo que lo golpeó instantáneamente—. Yo… —sintió sus ojos arder y se le hizo un nudo en la garganta.

—Sé fuerte —fueron las palabras de Hibari antes de reverenciar a Baek y Tsuna lo imitó.

—Lo seré —el joven beta ahogó un sollozo—. Se lo prometí a Leo.

 

Tsuna no pudo evitar respirar profundo para contener su llanto, además de desviar su mirada y pegarse un poquito más a Kyoya para sentirse protegido; eso funcionó hasta que se encontró con ese trío de miradas que lo detallaron con desagrado. Tsuna se tensó pues diferenció que esos tres eran… alfas, mucho mayores a Leo y al propio Baek. Se atiesó, porque no estaba siguiendo el protocolo y causaría problemas. Quiso esconderse, bajar la mirada, pero sintió el brazo de Hibari rodearlo y acariciarle los cabellos antes de guiarlo lejos para que el siguiente recién llegado pudiera dar sus condolencias al beta de cabellos negros que fue el novio de Leo.

Hibari ignoró a los alfas parados cerca de Baek, ni siquiera los miró, Tsuna por el contrario sintió esas miradas sobre sí y tembló sin poder evitarlo porque le temía a la clase alfista. Pero al sentarse en las sillas cercanas pudo apreciar que al igual que ellos, los que llegaban ignoraban a los alfas y sólo saludaban a Baek, al menos la mayoría hizo eso. No lo entendió, quería hacerlo, pero no sabía si era correcto preguntar…, al menos hasta que a su lado se ubicó aquella persona de cabello con peinado frutal y al que la lengua se le soltaba con facilidad.

 

—Así que el trío de hermanos estoicos y sin alma vinieron —bufó Mukuro mientras se acomodaba en el asiento y junto a él Takeshi y Nagi lo hacían también—. Pobres infelices, hijos de su…

—¡Nii-sama! —reprendió la alfa antes de suspirar—. Por favor, guarda compostura y saluda al menos.

 

Tsuna ondeó su mano para saludar a su amigo y a aquella alfa, después se fijó en Mukuro quien gruñía a la par de Kyoya con quien se codeaba disimuladamente en una pelea silente —y muy infantil—. No pasó desapercibida la evidencia del llanto en Nagi y en el propio Mukuro, obviamente porque al igual que Kyoya fueron muy cercanos a Leo. En realidad, muchos de los que llegaban tenían las mismas evidencias, incluso Adelheid quien arribó con tres de las enfermeras y Enma para rendir sus condolencias. Todos le eran conocidos y se sentaron en el mismo lado de las sillas divididas en dos secciones dejando un camino central para que los recién llegados circularan y se ubicaran. Cabe decir que donde Tsuna estaba, los lugares se estaban terminando, mientras que del otro lado estaba ocupado sólo a la tercera parte.

 

—Atrevidos —Mukuro siguió murmurando cosas—. Mira que venir al funeral del hermano que despreciaron siempre.

—¿Hermano? —murmuró el castaño, pero la manito de Aiko lo interrumpió y tuvo que cargarla por la exigencia de su pequeña.

—Cállate, piña, en respeto a Leo.

—No me gusta que esa gente llegue —miró al lado donde pocos asistentes se ubicaban, todos con ese porte altivo y sin rastro de lágrimas—. Idiotas… Ni siquiera conocieron a Leo y están aquí sólo para ser “apoyo” de esos… infelices.

—Nii-sama, por favor, ya basta.

—También me disgusta su presencia —Kyoya miró a los alfas de antes—, pero no hay de otra.

—Si se atreven a hacerle algo a Baek —Mukuro gruñó—, me importará un carajo todo y los echaré de aquí.

—Adel me dijo lo mismo —suspiró Nagi antes de sentarse correctamente—. Espero que no pase algo malo.

 

Takeshi y Tsuna no entendían el lío, al menos no mucho porque sus acompañantes no hablaron del tema antes o durante la espera hasta que el sacerdote llegase para brindar las oraciones necesarias antes de la cremación. Lo que Tsuna sí notó fue a un rubio de cabello algo raro que se curva en un rizo a un solo lado —como un rollo de canela—, quien reverenció a Baek y charló un ratito con él, pero a diferencia de muchos sí saludó a los tres alfas restantes y luego dudó mucho tiempo en elegir a qué lado sentarse, eligiendo al final un asiento libre junto a Adelheid quien lo miró por unos segundos antes intercambiar un par de palabras.

Tsuna vio a ese rubio sentarse, suspirar y quedarse mirando la foto de Leo. ¿Sería un familiar?

Después de observar el comportamiento de algunos, lo único que entendió el castaño era que los asistentes del “otro lado” en esa ceremonia eran los malos, incluyendo a los tres alfas que estaban parados cerca de Baek.

Todo pasó sin problemas, silencioso pesar en honor al caído, muchos hablando de Leo y recordándolo en sus buenos momentos, detallando lo humilde y bondadoso que era con todos sus allegados, y del amor infinito que le profesó a Baek con quien no quiso casarse porque no quería dejarle el pesar de un esposo muerto. Al parecer Leo ya sabía de su próxima muerte pues junto a Adelhied había estado luchando para menguarla y extender su plazo de vida por al menos un par de años… Pero no funcionó y un día simplemente se desvaneció en medio de un centro comercial. Murió en brazos del amor de su vida al cual cuidó con esmero.

 

—Gracias por venir.

 

La voz de Baek estaba apagada, sus lágrimas detenidas hace un tiempo, pero aún suspiraba de vez en cuando. Miró a todos sus allegados, conocidos, amigos de Leo que desconocía y les reverenció. Había dejado el cuadro que llevaba en brazos junto al retrato más grande para así tener libertad en sus manos para usar su pañuelo y hablar con más soltura. Quería decir algunas palabras que Leo le mencionó en muchas de sus pláticas —mismas que ocultaron una despedida anunciada— y leer la carta de despedida que Leo le dejó en uno de los cajones.

 

—Leo fue un buen amigo, hermano y aliado para todos —sonrió forzosamente antes de respirar— y me contó sobre cada uno de ustedes con la energía que sólo él podía mostrar, con aquella sonrisa que a muchos nos cautivó. Así que sólo me queda entregarles el mensaje que él me cedió cuando se resignó a que su cuerpo se marchitaría sin remedio.

 

Las manos del beta temblaron mientras sacaba una carta, un papel un poco arrugado por las veces que suponían Baek lo leyó y lloró después de que los paramédicos le dijeran que su amado Leo ya no podía volver. Todos se quedaron en silencio, mirando al chico y al retrato detrás de este, ignorando a los tres alfas que hicieron una mueca de hastío sin siquiera intentar disimularlo.

 

“Mi madre fue la tercera esposa de un alfa de casta pura, la tercera elegida por un hombre de estatus para darle herederos, la tercera desafortunada en caer en manos de alguien como él.”

 

Baek se calló cuando escuchó la protesta de uno de los hermanos de su novio Leo. Tragó duro, sujetó con fuerza la carta antes de darle frente al hombre y exigirle que se callara o se fuera. Fue entonces que Adelheid se levantó de un salto y se acercó a Baek mientras desafiaba con la mirada al mayor de esos tres alfas. Todos se tensaron, quisieron detenerla, pero fue en vano porque Adelheid tal vez era de las más afectadas por aquella pérdida pues como médico no pudo salvar a quien consideró su mentor.

 

—Fue mi hermano y para ustedes no fue nada.

—Te lo advertí —Adel lo empujó y miró como los otros dos hermanos se acercaron también—. Arruina esta ceremonia y te dejaré en la miseria. ¡Y a ustedes también!

—¡¿Quién te crees?!

—Nos creemos mucho —Nagi no pudo detener a Mukuro y por eso el alfa estaba allí, portando un cuchillo de dios sabe dónde sacó y amenazando la garganta de uno de las alfas—. Y ustedes son tan poca cosa.

—No más —Baek sostuvo el brazo de Adel en súplica—. No escándalos o peleas, por favor.

—Claro que no —Mukuro sonrió—. Sólo les pediremos calmadamente a estas basuras que se vayan porque aquí no tienen nada que hacer.

—Espera —Baek suspiró antes de mirar a los tres alfas—. Pueden tomar asiento y escuchar en silencio… o pueden retirarse. Decidan ahora antes de que las cosas pasen a mayores.

—Esas no son las palabras de nuestro hermano.

—Son las palabras de Leo —Baek elevó su voz—, el Leo libre y sin ligamientos con su familia o su apellido —frunció levemente el ceño—. Ustedes nunca fueron sus hermanos, él no los consideró como tal, él dijo que su única familia fue su madre. Y si no les impedí asistir al funeral es porque respeto el lazo sanguíneo que los une…, pero no más.

 

Se quedaron. A regañadientes se quedaron y se ubicaron al lado en el que pocos estaban, muchos menos que antes pues algunos se habían retirado con la primera línea de aquella oratoria que Baek iba a dar. Seguramente se indignaron, o simplemente no querían escuchar sobre la realidad que intentaban ocultar. No se sabía… pero qué más daba, sólo debían seguir y nada más.

 

“Mi madre fue la tercera, pero la primera que se rebeló contra esa injusticia y huyó conmigo a cuestas. Me dio la libertad que ella deseaba para sí misma, me crió como un beta mientras ella misma consumía supresores tan fuertes que a veces la hacían vomitar pero que la convirtieron en una mujer normal también. Ella me inculcó que todos éramos iguales, que nadie era superior, y fue la mejor enseñanza de mi vida.

Fui libre en todo sentido. Fui libre de decidir qué hacer con mi vida, fui libre de crear el camino que deseara. Fui libre de tomar mi primer supresor para omegas a la edad de catorce años, porque yo no quería ser un alfa sino un beta. Quería ser normal para ser completamente libre. Al menos quería alcanzar la libertad que yo en ese momento creía como verdadera.”

 

Cada vez muchos de los “amigos” que estaban ahí por respeto a los alfas de luto, se fueron retirando hasta que sólo los tres hermanos sanguíneos de Leo permanecieron sentados. Todos los demás sonrieron al verse libres del estorbo, Mukuro incluso se rió con ganas a carcajadas audibles que interrumpieron el discurso de Baek —quien sólo negó, pero también se sentía aliviado al no tener más desconocidos en el funeral de su novio—, Adelheid simplemente se cruzó de brazos y siguió escuchando.

 

“Yo sabía que los supresores para omegas me harían daño, me matarían muy despacio, y aun así seguí ingiriéndolos porque jamás quise dañar a un omega o a un beta por un desliz en mis instintos alfas. Yo me medicaba frecuentemente como me enseñó mi propio mentor, y le enseñé esa técnica a los alfas que al igual que yo querían luchar contra su lado animal. Primero fue Adel-chan, la pequeña que se convirtió en médico, juró cuidarme y lo hizo con esmero, la chiquilla a la que le debo los largos años de vida que pude disfrutar. Después fue Muku-chan y con él Hi-chan, dos idiotas, muy idiotas a los que quise como mis hermanitos.”

 

Mukuro rió con ganas a la par que Nagi, algunos los siguieron porque para nadie fue secreto la relación cercana de esos tres. Muchos miraban las fotografías en medio de sus lágrimas mientras reían y halagan las palabras del difunto porque Leo siempre se caracterizó por la sinceridad en cada una de sus expresiones ya fueran verbales o escritas.

 

“Y de ahí la lista se amplió hasta el punto en que no puedo seguir señalando nombres. Todos condenados a una muerte anunciada y pronta. Compañeros en una vida medicada, dolorosa y culminante en el destrozo de nuestros cuerpos. Pero está bien porque la decisión fue nuestra, porque no queremos un lazo, porque luchamos por una igualdad que no nos quieren otorgar, porque no queremos seguir con la estúpida ley que dicta a los omegas como incubadoras y a los alfas como gestores de poder.

Yo elegí la muerte antes que dañar a alguien más. Todos los que estarán en mi funeral también compartirán ese sueño retorcido y muy, pero muy, difícil.”

 

Los omegas que estaban ahí se miraron entre sí, a sus acompañantes, a los que sonreían por las palabras que Baek emitía y que reflejaban las de Leo. Estaban en shock por aquella verdad que se les fue revelada en medio de algo tan doloroso como una despedida eterna. Muchos dejaron de pestañear y en vez de eso empezaron a temblar porque se acababan de enterar de algo tan… tan… irreal.

Los alfas que ahí estaban ingerían supresores para omegas, lo sabían, los respetaron por eso ya que de esa forma se controlaban y los ayudaban…, pero después se les estrujó el corazón porque eso también significaba que se estaban muriendo. Los alfas asistentes a ese funeral estaban resignados a que tal vez el próximo al que le llorarían sería a uno de ellos: un amigo cercano, un hermano, primo, mentor, pareja. ¿Cómo podían estar tan calmados sabiendo algo así?

 

“Treinta y dos años, logré soportar todo ese tiempo y no me arrepiento de nada. Y aun así desearía haber tenido más días para compartir con mi adorado Baek, mi pequeño y hermoso… Baek”

 

Vieron a aquel chico llorar y le dieron tiempo, incluso alguien más se ofreció a seguir leyendo aquella carta, pero Baek negó porque sentía aquello como su responsabilidad. Se recuperó para seguir y cumplir la voluntad de su novio. Era su forma de despedirse también.

 

“A quien amé con todo mi ser, pero que lamentablemente encontré cuando ya mi cuerpo estaba en su última etapa. Mi único deseo era soportar unos años más para hacerlo feliz, pero tal vez no pueda porque mis pulmones están colapsando. Nunca fue mi intención hacerlo sufrir, ni a él ni a nadie, pero fue inevitable. Y aun así me iré feliz.”

 

Tsuna vio de refilón cómo Nagi se ahogaba en sollozos opacados por el pañuelo que cubría su boca, y cómo su amigo Takeshi dudoso de lo que hacía sujetó la mano de aquel alfa de mirada bicolor quien intentaba disimular sin éxito el par de lágrimas que se le escaparon. Miró a Adelheid firme y neutra mientras derramaba dos senderos bien diferenciados de lágrimas…, y finalmente se quedó mirando a Kyoya quien también soportaba el llanto. Aiko se refugió en brazos del azabache, lo abrazó y besó; ella siempre respondió a las emociones de Kyoya y esa no fue la excepción.

 

“Yo no tuve otro camino, pero sé que ustedes sí. Kyoya lo hará posible, ha estado trabajando duro en ello y sé que todos lo ayudarán en eso. Y si no sabían, pues se los digo yo a través de estas palabras: supresores para alfa.”

 

Más de uno volteó hacia el mencionado, muchos sorprendidos y otros rodando los ojos porque hasta para una despedida Leo se entusiasmaba y armaba alboroto. Pero así lo querían.

 

“Sé que mi hermanito logrará crear la medicina que nos librará de nuestro animal interno, que volverá de esta sociedad una cuna de paz para todas las castas. Él creará aquello que pondrá en raya a los alfas y destruirá el sistema social que nos rige. Confío en que él creará esa medicina.

Hi-chan es un cerebrito raro que seguramente necesitará ayuda pero que no la pedirá, y Adel-chan será quien le dé un golpe en la cabeza para que reaccione y haga lo que deba hacer”.

 

—Tan cierto —rio Mukuro a la par que su hermana y algunos más—. Tan cabezota, ave-kun.

—Cállate, piña.

—Yo también te quiero.

 

“Les encargo un legado avaricioso, pero también les dejo a Baek para que lo cuiden y protejan de mis hermanos sanguíneos y de aquel que se hace llamar mi padre. Les dejo mis experiencias y mis memorias, les dejo la muestra de que un alfa puede ser feliz sin un matrimonio forzado o un lazo obligatorio con un omega inocente. Les digo que ya no debe existir esta sociedad clasista. Ya no más.”

 

Muchos rieron antes de elevar su puño derecho cerrado al aire, muchos otros imitaron el gesto sin saber el significado —lo hicieron sólo en apoyo a las palabras dichas—, muchos silbaron y animaron a todos para que elevaran su puño. Baek elevó su puño mientras se limpiaba las lágrimas y reía sutilmente porque claramente podía visualizar la sonrisa de Leo por ese gesto. Adel dio una seña para que todos los omegas que la acompañaron la imitaran. Mukuro sonrió divertido antes de aplaudir. Tsuna miró a Hibari quien imitó el gesto y con una mirada y un asentimiento le permitió hacerlo también. Y al final sólo tres personas se quedaron con los brazos cruzados en reprobatoria a lo dicho.

Leo también les dejó ese momento de compañerismo.

El sacerdote llegó poco después para rezar por el alma de Leo, se encendió incienso y se brindó ofrendas. Se quedaron junto a Baek para defenderlo de los hermanos sanguíneos de Leo que reprocharon el discurso y quisieron llevarse las cenizas del menor de su parentela; pero cuando estos idiotas quisieron armar lio, los echaron sin opción a reclamo porque por sobre todas las cosas Baek era el único con derecho a decidir qué hacer con las cenizas de Leo. Cenizas que tardaron cuarenta y cinco minutos en forjarse, y que fueron cuidadosamente ubicadas en una urna de color blanco.

 

—Leo… quiso darte esto, Aiko-chan. Lo compró para ti como regalo en su siguiente visita.

 

Tsuna se quedó mirando al búho de peluche que Aiko sostuvo entre sus manitas cuando se lo dieron, sonrió cuando la pequeña lanzó un gritito ante de intentar morderle una parte del rostro. Se quedó mirando al alfa a su lado y del cual conoció cierto secreto que aún lo tenía en shock porque por sobre todo… no quería que Hibari tuviera el mismo destino que Leo. No quería que ese alfa muriera tan pronto.

 

—Tú eres Hibari Kyoya, ¿verdad?

—Sí —el mencionado detalló al rubio que se había quedado pero que sólo Adelheid conocía.

—Un placer, soy Spanner, primo de Leo, y desde ahora tu nuevo cuerpo de prueba para los supresores —sonrió—. Si es posible ayudarte para extender mi vida unos cinco años, sería genial.

—Necesito información tuya.

—Soltero, ninguna relación amorosa, veintitrés años, me importa poco lo que los demás piensen de mis decisiones, trabajo con un omega directamente y me llevo bien con otros, mi celo es contante cada seis meses y el que viene es en dos semanas exactamente. Mi salud es excelente y Adel me ha controlado la ingesta de supresores para omegas desde que tengo dieciocho. Ella dijo que soy un candidato a considerar.

—Te veo en la clínica en dos días, a las seis de la tarde.

—Perfecto.

 

Se retiraron de ahí en la tarde, Tsuna estuvo seguro de que todos los asistentes no probaron más que café y un par de galletas sin sabor, y que sólo Aiko fue la excepción pues ella tenía sus pequeños refrigerios preparados. No hubo lágrimas después del discurso de Baek, no discutieron, ni siquiera indagaron en temas relacionados con algo ajeno a Leo o al silencio.

Sólo él y Takeshi de vez en vez se hallaron platicando con Enma o con otros omegas, de los pocos asistentes aparte de los alfas y Baek. Y después cada uno se retiró tras verificar que las cenizas ocuparan la tumba respectiva, de dejar flores en la lápida marcada con el nombre de Leo —enterraron a aquel alfa junto a su madre—, y asegurarse que Baek llegase a su casa a salvo tras que un alfa le ofreciera su entero apoyo por si algo pasaba.

Tristeza y vacío. Era obvio que las cosas estarían así por un tiempo, pero era normal porque muchos habían perdido al que fue su mentor, pilar, hermano y amigo.

 

 

Discusiones…

 

 

Habían sido un par de días muy extraños debido a que Mukuro y Nagi permanecían meditabundos mirando por las ventanas, sentados en el patio o simplemente bebiendo té en la cocina sin decir palabra alguna. Estaban de luto, Takeshi lo entendía, pero aun así tenía tantas ganas de volver a verlos con esa aura divertida y enérgica en las mañanas cuando discutían sobre cosas que él no llegaba a entender por lo somnoliento o cansado que estaba… o porque le interesaba más desayunar primero.

Su padre dijo que los dejara ser, pero no podía simplemente quedarse así.

 

—¿Quieres un poco? —se sentó junto a Mukuro cuando este se hallaba recostado en el suelo de la sala.

—No gracias.

—No has comido nada desde el desayuno —Yamamoto insistió y desenvolvió el pan de chocolate que halló—. Te gusta el chocolate, así que está bien —sonrió.

—No se me antoja —cerró sus ojos.

 

Takeshi estaba preocupado por aquel alfa, de verdad que lo estaba porque si negaba a comer chocolate de verdad significaba que estaba muy deprimido. Pero no era como si se fuera a rendir, así que sacó un pequeño trozo entre sus dedos y lo acercó a los labios de Mukuro. Si lo hacía comer al menos ese pan entero, estaría satisfecho.

Sonrió al escuchar la respuesta dada por Mukuro, un ruidito extraño en negativa a separar los labios, pero aun así deslizó el trocito por sobre esa piel. Insistió a pesar de que Mukuro intentaba negarse al girar el rostro, siguió tentándolo con el aroma hasta que por fin vio esos iris de diferente color tenerlo por objetivo. Ladeó una sonrisa y presionó una vez más hasta que escuchó a Mukuro suspirar y abrir la boca.

 

—¿Satisfecho? —murmuró mientras mordisqueaba el trocito de masa dulce.

—¿Quieres más?

—No —suspiró y volvió a cerrar los ojos.

—De seguro tienes hambre, así que… termínalo —susurró como una súplica secreta—. Lo traje para ti, Mukuro.

—Hoy no, golondrina —se giró hasta darle la espalda al chico y se encogió un poco en su lugar.

 

Jamás había visto a Mukuro así en todos esos meses que convivió con él, en serio estaba preocupado y tal vez por eso quiso seguir intentando. En la cena le preparó algo de sushi junto a su padre, pero los alfas tocaron menos de la mitad de su ración. Intentó con algunos dulces al siguiente día, con pasta italiana, incluso compró los chocolates favoritos del mayor…, pero las negativas seguían. Nada parecía devolverles el ánimo. Lo peor fue al quinto día cuando Nagi avisó que debía irse porque su celo se daría pronto, se quedaron sin un miembro importante pues Nagi asemejaba a la estabilidad en esa casa. Así fue como Mukuro simplemente se quedó recostado en el sofá y no se movió durante horas.

 

—Mukuro —susurró al sentarse en el suelo frente al alfa—, debes comer un poco.

—No me apetece…, pero gracias, Takeshi.

—Estoy preocupado por ti.

—No tienes por qué… —suspiró—, sólo dame un par de semanas.

—No quiero verte así de triste.

 

Pero no le siguieron la plática y eso le dolió porque por lo general Mukuro adoraba platicar durante horas o simplemente hacerle bromas antes de hacer algún plan improvisado y salir de casa. Quería al Mukuro de antes, quería verlo fanfarronear y hacer enfadar a Nagi, quería escuchar esa risa extraña, quería sentirlo acercarse demasiado sin respetar su espacio personal. Pero por, sobre todo, quería saber que Mukuro no sufriría el mismo destino que Leo a quien vio sólo una vez hace tanto tiempo.

Aun recordaba la punzada en su pecho cuando escuchó parte de la despedida que Baek entonó, de las palabras dadas en referencia a lo que los alfas hacían para controlarse y las consecuencias de lo mismo. El significado de una muerte lenta y dolorosa por seguir con sus creencias. Todo eso lo había mantenido inquieto durante todos esos días, y no era el único pues al hablar con Enma y Tsuna le hicieron saber que ellos estaban igual de impactados por saber de un secreto que se guardaba entre alfas. Un secreto que podría ser vital para muchos.

El azabache deslizó sus dedos por los cabellos de Mukuro con lentitud, dejando que aquellas azuladas hebras se enredaran en sus dedos y perdieran esa forma rara por unos momentos. Acarició cada mechón con cuidado mientras escuchaba el respirar calmado de Mukuro quien sólo giraba un poco su cabeza en señal de que no le desagradaba el toque. Takeshi suspiró cuando sus dedos llegaron a sentir un leve cosquilleo debido a que se deslizaron erróneamente hasta la mejilla de Mukuro y su dedo meñique tocó la comisura de esos labios.

 

—No quiero perderte, Mukuro.

 

Murmuró antes de alejar su mano y esperar alguna reacción. Mukuro sólo sonrió sutilmente antes de entreabrir sus ojos por unos instantes y de cerrarlos nuevamente. El alfa estiró la mano en busca de la suya, la dirigió a sus cabellos de nuevo y el azabache sólo pudo seguir acariciando amablemente a Mukuro.

Si con eso lo llegaba a reconfortar, estaría bien por el momento.

 

—Mukuro…, ¿también estás muriendo lentamente? —al fin se atrevió a preguntar.

—No —ni siquiera miró al chico.

—¿Qué te salvará? —sabía que el alfa estaba mintiendo.

—Lo único que necesito es cuidarme… y ayudar al ave huraña.

—Mukuro —Takeshi alejó sus manos y apretó los labios—, ¿me cuidaste porque tenías intención de usarme?

 

La reacción del alfa fue tan brusca que el azabache retrocedió al mismo tiempo que Mukuro se sentaba en el sofá. Aquel rostro mostraba incredulidad, una sonrisa torcida, el ceño levemente arrugado y… estaba enfadado.

 

—Si te hubiese querido usar, lo habría hecho desde un inicio —sus palabras fueron duras, directas y su mirada destelló decepción.

—Lo que entendí con la despedida de Leo —pero Yamamoto Takeshi se enderezó y miró fijamente a Mukuro, sin inmutarse por la clara molestia ajena—, es que ustedes evitan un lazo con un omega y por eso toman supresores.

—¿Y?

—Creo que tú pudiste salvarme y ayudarme porque de ser el caso, cuando ya no pudieras más, yo podría ser tu carta de salva…

—¡No! —Mukuro se levantó del sillón y soltó una risita forzada—. No —negó antes de dar dos pasos para alejarse—. No puedo creer que hayas pensado eso.

—Es a la conclusión que llegué —se levantó para perseguir al alfa.

—¡No voy a forjar un lazo jamás! ¡No quiero y no lo haré! —sus pisadas eran pesadas y rápidas mientras llegaba a las escaleras—. Y no, ¡no planeaba usarte para algo tan… miserable!

—Mukuro —insistió con valentía—, pero de ser el caso tendrías todo el derecho porque…

—¡NO! —se giró para mirar al azabache—. Yo no te traje aquí simplemente para morderte cuando lo necesitara… ¿Acaso no has aprendido que no somos esa clase de alfas?

—Pero… estás muriendo —le dolía pensar en eso.

—¿Y eso qué? ¡Lo he decidido así y me complace haberlo hecho!

—Pero no quiero que mueras.

—Te acuné bajo mi protección porque sentí que eras diferente a todos los demás idiotas que Kyoya intentaba cuidar —manoteó al aire antes de negar y repasar su rostro con ambas manos—, en verdad eres diferente porque tienes sueños y metas que deseas cumplir y yo aprecio mucho eso. Te traje aquí para darte libertad y porque… ¡no sé! —ya había dicho mucho y no era el plan.

—Mukuro —apretó los puños—, puedes enlazar conmigo. Si eso impide que sigas el camino que Leo… —suspiró—. Hazlo.

 

Mukuro miró por unos instantes al omega parado frente de sí, decidido, firme, un poco asustado por lo que acababa de ofrecer pero siendo sincero. Enfureció. Se rio porque tal vez fue un idiota que hizo las cosas erradas por un capricho o por influencia de su lado alfa. Negó porque en serio que jamás pensó estar en esa situación.

Se indignó porque ese niño, a pesar de las largas pláticas, explicaciones y el tiempo juntos, no entendió lo que para él y Nagi significaba ser un alfa libre… o siquiera pensó en que lo único que intentaba era vivir una vida sin complicaciones ni deberes absurdos. ¡Era demasiado!

 

—No necesito tu piedad, Yamamoto —ondeó su mano antes de empezar a subir las escaleras.

—Mukuro —suplicó porque lo escuchara.

—¡No te traje aquí para volverte mi esclavo! —golpeó la pared con fuerza—. ¡No quiero que seas esclavo de nadie!

—Sólo quiero ayudarte.

—No necesito tu ayuda ni la de nadie. No necesito de un lazo para ser feliz o tener una vida digna —cuando estuvo en la cima de las escaleras lo miró—. Y por si no te ha quedado claro, no tengo intenciones de morder a ningún omega… ¡a nadie!

—¡Pero morirás! —tragó en seco— Y no quiero que lo hagas.

—Será un precio justo.

—¿Y qué obtendrás a cambio?

—Dignidad tal vez… o amor —soltó un bufido—. Tal vez tener la certeza de que jamás impuse mi voluntad a un ajeno. Tal vez experimentar lo que es la libertad que Leo y todos nosotros tanto amamos.

—¿De qué sirve eso si dejas todo lo que amas tan pronto? —no lo entendía.

—¡No lo sé! —exasperado cerró sus ojos un momento y respiró profundo—. Y sinceramente no quiero saberlo.

—¡Si mueres no valdrá la pena! —Takeshi ya no podía soportar el dolor en su pecho al pensar que… Mukuro iba a morir.

—¡Lo valdrá! —exhaló con fuerza.

—No lo hará… No entiendo por qué haces algo tan…

—¡Porque quiero que me amen tanto como yo amaría a ese alguien! —jadeó— Quiero amar y que me amen… Quiero que alguien llegue amarme sin importar lo idiota y asqueroso de mi linaje… Quiero sentir amor verdadero y que me correspondan sin obligación… Quiero saber que jamás obligué a alguien a que se quedase a mi lado —apretó los labios—. Quiero que me amen como Baek amó a Leo —sintió sus ojos aguarse—. Porque para todos los alfas que nos decidimos a morir… eso es igual que tener libertad.

—Forma un lazo conmigo, Mukuro.

—¡Jamás! —frunció el ceño—. Y si vas a seguir mencionando el tema, si insistes en algo tan estúpido… —ondeó sus manos—. Ya veré que hacer.

 

Se escucharon los pasos pesados de Mukuro y después el portazo dado por el mismo al encerrarse en su cuarto. Takeshi no estaba seguro de lo que estaba sintiendo, no sabía si era miedo, el sentimiento de rechazo o simplemente estaba enfadado porque no entendía a Mukuro. Sólo supo que tenía ganas de llorar y que se sentía vacío. Lo peor era que no tenía a nadie con quien desahogarse... o que por lo menos lo ayudase a entenderse a sí mismo.

 

 

Celos

 

 

Había estado comportándose un poco más amigable de lo normal, suponía era algo que todos harían para tratar de animar a alguien que estaba triste.

Tsuna no quería ver triste a Hibari, por eso había estado encargándose de la casa y de Aiko casi por completo para darle un descanso al alfa que tenía ahora esa aura melancólica y cuyo aroma le trasmitía tristeza casi todo el tiempo. Hasta Aiko le había estado ayudando al no hacer travesuras ni desordenar mucho, se lo agradecía. La pequeña sabía que necesitaban algo más de calma por esos días.

 

—¿Puedo ayudarle en algo? —miraba al alfa teclear en su computadora desde el marco de la puerta.

—No.

—¿Tiene hambre? Puedo hacerle algo, lo que desee.

—No hace falta.

 

Se veía tan mal, tal vez por eso el castaño ignoró ese comportamiento tan cortante y se adentró a esa habitación sin permiso alguno hasta posarse junto al alfa que apenas lo miró. No estaba seguro de lo que iba a hacer, pero mejor no lo pensaba mucho.

Sujetó la mano que tecleaba, la detuvo y con eso llamó la atención del azabache. Cuando Hibari se giró para mirarlo, Tsuna se inclinó hasta rodearlo con sus brazos en un abrazo dudoso. No es algo que hicieran comúnmente, pero sentía que Hibari necesitaba un consuelo, sentir la calidez de alguien, ser mimado un poquito por alguien que no fuera Aiko.

Tsuna sintió cierta resistencia al inicio, y él mismo estaba algo avergonzado por lo que hacía, pero si quería hacerlo tenía que hacerlo bien. Recordó lo que Enma intentó enseñarle un par de veces y dejó que sus feromonas se soltasen libremente, centrándose en desear transmitir tranquilidad, queriendo ser amable y dulce, tratando de hacerle saber al alfa que no lo dejaría solo. Poco después sintió la cabeza del azabache reposar en su cuello y hasta lo escuchó suspirar. Sonrió, deslizó sus dedos por las hebras ébano y se pegó totalmente a él.

 

—Si puedo ayudarlo en algo, sólo pídalo —susurró cuando sintió que era correcto separarse.

—Quédate así un poco más —sujetó la cintura del castaño para que no se alejara.

 

Tsuna dejó que las manos de aquel hombre le rodearan la cintura, que se acomodara y se dedicó a acariciarle los cabellos como rememoraba su madre hacía para hacerlo sentir mejor… como el propio Hibari a veces hizo cuando lo cuidó en su enfermedad. Se quedó en silencio, escuchando la respiración ajena, percibiendo como se calmaba y dando un vistazo a unas gráficas raras que estaban en el monitor. No supo cuánto permaneció así, pero fue un momento muy agradable porque reconoció el lado sensible de aquel hombre.

 

—Iré a preparar el almuerzo —sonrió cuando el alfa lo soltó.

—Hum —asintió antes de girarse hacia su monitor otra vez.

—Hibari-san —Tsuna lo miró—, yo también creo que usted es capaz de hacer esa medicina.

—Lo haré.

—Y así… juntos podremos ver a Aiko crecer —sonrió ante la idea.

—No me voy a morir así de fácil, herbívoro —soltó en burla.

—Eso espero, Hi-chan —rio divertido antes de salir de ese cuarto—. Lo llamaré cuando todo esté listo.

 

Ya se sentía mejor. En realidad, se sintió mejor al notar que Hibari estaba mejor. Le parecía gracioso que un solo gesto tan simple como un abrazo fuera así de efectivo. Debería hacerlo más seguido. No, mejor no. No quería ser tan… raro. No quería invadir el espacio personal de aquel hombre, no mientras no fuera necesario porque eso sería hostigamiento y su relación estaba bastante bien hasta ese punto.

Era genial volver a cierta normalidad.

Fue a media tarde cuando Hibari se tomó su tiempo con Aiko y Tsuna se quedó junto a ellos dos para ser partícipe de ese momento tan bonito, pero sin pensarlo la puerta fue tocada con insistencia algo extraña y el alfa fue a abrir para echar a quien lo estuviese molestando. Tsuna cargó a Aiko por si es que era una visita indeseada como Fon —a quien vio un par de veces llegar de esa forma—, y se quedó mirando la puerta.

Estaba preparado esta vez.

Pero a quien vio fue a la muchacha de cabellos algo violáceos y de peinado de piña, quien ni bien fue recibida se lanzó a los brazos del alfa. Hibari no reaccionó mal ante ese efusivo saludo —cosa que Tsuna sentía incorrecto porque alguien podría ver eso y crear un chisme que no le convenía a nadie—, le acarició el cabello a la muchacha con ligeros toques, pero no le correspondió el abrazo y permaneció impasible como era común. Eso se alargó durante un rato, un muy largo rato.

Tsuna sintió un extraño nudo en el pecho cuando vio aquello, no sólo porque Hibari no reaccionó mal a la cercanía como generalmente hacía con casi todos… sino que sentía que esa mujer no debía llegar así y aferrarse al alfa. Era inapropiado. Nagi no tenía derecho alguno de invadir su casa y… no le gustaba. Le desagradaba mucho sentir el aroma característico de esa mujer dentro de su casa.

 

—Hibari-sama, pasemos mi celo juntos.

 

Se dio un silencio incómodo. Tsuna se aferró a Aiko, tensó sus hombros y permaneció mirando las reacciones del azabache; estaba ansioso por escuchar la respuesta, quería ser testigo de que Hibari se negaría y echaría a esa niña. Pero por más que los segundos pasaban no sucedía eso y cierto dolor horrible le surcó desde el centro del pecho hacia sus costillas, incluso sintió un sabor amargo en su boca y su piel se erizó. El alfa sólo elevó una ceja, dejó de acariciar la cabeza de Nagi… pero nada más. ¡Quería que Hibari se negara! ¡Lo ansiaba desesperadamente!

 

—¿Y la piña?

—Por favor, por favor —ella suplicaba en serio—. Lo necesito a usted.

—No —Tsuna sintió un alivio inmediato cuando escuchó la negativa de Hibari, una extraña sensación de que sobre sus hombros no había nada.

—¡Por qué!

—Porque no —empujó suavemente a Nagi para mirarla—. Tengo muchas razones, pero no te las voy a volver a repetir.

—Yo…

—Si tu hermano no está contigo, significa que debes ir con Adelheid y aislarte… Y, aun así, tu hermano dejaría a un guardaespaldas a tu cuidado.

—Me escapé de Tsuyoshi y de Chikusa —empezó a temblar a la vez que sus lágrimas caían.

—Te llevaré con Adel.

—No quiero.

—Entonces la llamaré para que te escolte… —sonó autoritario—, pero a mi casa no puedes entrar.

 

Tsuna nunca se sintió más importante que tras escuchar eso…, pero en seguida se desanimó porque no era correcto. No era correcto estar enfadado por una reacción que tal vez sólo era cosa del celo que esa chica estaba por cursar. En vez de enojarse por la invasión a su casa debería apiadarse de ella y cuidarla hasta que se la llevaran. Pero no podía dejar de sonreír.

 

—Puede quedarse en la sala y nosotros subiremos hasta que Adelheid-san llegue —pudo hablar, lo hizo.

—No —Kyoya miró a la chica—. Esperaremos afuera.

—Pero…

—No quiero que dejes tu olor en mi casa, Nagi.

 

Tsuna los vio salir, escuchó a la chica sollozar debido al rechazo tan directo, y se sintió mal por ella. Pero no iba a negar que no le gustaría tener el aroma de otro alfa en su hogar. Sólo le quedaba esperar y entretener a Aiko hasta que Hibari volviera a entrar. Definitivamente había sido un día muy raro.

 

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

 

Krat no podía dormir y les deja una actualización mañanera XDDD

La verdad no recuerdo qué les iba a decir, así que… me despido XDDD

Krat los ama~

Besos~


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).