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Locura por mi todo por 1827kratSN

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Kyoya no toleraba a los ebrios, aunque reconocía que hubo ocasiones que también se dejó llevar por el alcohol por muchas razones —la mayoría el despecho—, y terminaba peleando con Mukuro o Adelheid, incluso acababa siendo el muñequito “abrazable” de Leo quien se ponía muy sentimental con las copas encima. Pero eso no significaba que le gustase lidiar con las personas que, como ese castaño, se volvían más atrevidas, empalagosas y mentirosas cuando les afectaba el alcohol.

En realidad, evitaba hacerse cargo de los borrachos y escapaba a la mínima oportunidad, pero en esa ocasión no pudo simplemente irse de su propia casa y regresar al siguiente día. No. Porque ese castaño risueño que se palmeaba las mejillas rojas en un modo infantil de celebrar su victoria, era su responsabilidad.

 

—Vamos a dormir —se resignó a ofrecerle la mano.

—¡Yey! —Tsuna elevó sus manos en señal de festejo—. Kyoya dormirá conmigo —canturreó.

 

Tsuna no estaba del todo consciente de sus acciones y asemejaba un estado parecido al letargo de su celo en donde las consecuencias o la lucidez no tenían valía. Se dejaba llevar, por eso no dudó en colgarse del cuello de aquel alfa y reírse cuando fue cargado como si fuera un niño. Escondió su rostro en el hueco dado entre el cuello y el hombro del azabache, sintió la leve caricia en su espalda y después el movimiento dado por los pasos del alfa.

No se dio cuenta de en qué momento llegaron a su cuarto.

Mientras miraba a aquel hombre al estar recostado a su lado, sonrió, no podía evitar hacerlo porque Hibari le cumplió su capricho. Cuando lo pidió sólo estaba bromeando, pero en ese momento se sintió orgulloso de sus habilidades de convencimiento. Hibari no lo dejó solo, y aunque tuvieron que dejar a Aiko en su cuna por seguridad, era agradable al menos tener a Kyoya ahí. Porque era verdad que no quería sentirse solo, que necesitaba del calor ajeno para que su omega dejase de quejarse y ronroneara satisfecho porque no fue rechazado.

 

—¿Cuándo es su cumpleaños? —murmuró después de un rato en silencio en donde detalló el perfil del rostro del alfa.

—¿Para qué quieres saber? —estaba boca arriba, mirando el techo en espera de que ese castaño se durmiera para escapar, pero al parecer no sería pronto.

—Para festejarlo —canturreó mientras se acomodaba de lado para no perder detalle de cada expresión ajena.

—No me gustan los festejos.

—Pero a mí sí —sonrió divertido y se acercó un poquito—. ¿Me dirá cuando es su cumpleaños?

—No.

—Por favor… —pero fue ignorado y no pudo evitar hacer un puchero—. Seguiré insistiendo.

—En mayo, el día cinco —suspiró cuando sintió al castaño muy cerca, demasiado—. Ahora duérmete.

—Eso ya pasó —lo pensó un segundo, incluso contó los meses con sus dedos—, y yo no lo festejé —soltó el aire, se sintió culpable e inmediatamente sus ojos se aguaron—. Soy una persona horrible.

—Te dije que no me gustan los festejos —no podía creer que eso le estuviera pasando.

—Pero, aun así, Hibari-san festejó el mío —Tsuna sollozó quedito y cubrió su rostro con sus manos—, y yo no hice lo mismo.

—Lo hice porque quise hacerte feliz —se sentía raro, su alfa estaba raro, y no le gustaba. Odiaba escuchar los sollozos de Tsuna.

—Soy feliz con usted y Aiko —hipó suavecito y se limpió las lágrimas.

—No llores —se giró para mirar al castaño, dudó un poco, pero terminó por abrazarlo. Suspiró, no era normal que actuase así—. Cuando lloras mi alfa se siente raro y yo hago cosas raras también —reprochó con el ceño levemente fruncido.

—Como ¿abrazarme? —descubrió su rostro y elevó su rostro para mirar a Hibari.

—Sí.

—Me gusta que me abrace —sonrió dejando de lado sus lágrimas—. Me gusta —suspiró antes de pegarse por completo al pecho del azabache y aferrarse a esa amplia espalda que en ocasiones le generaba seguridad.

 

Kyoya sintió su cuerpo tensarse por esas palabras y chistó suavemente. No necesitaba muchas más evidencias para entender lo que estaba pasando consigo mismo, es más, estaba dejando de negarlo de poco en poco. Suspiró cuando las feromonas de Tsuna brotaron suavemente demostrando que estaba feliz, calmado y a gusto. Él mismo se contagió de ese estado y dejó de pensar en cosas complicadas para centrarse en deslizar sus dedos por esa cabellera alborotada para intentar que ese castaño se durmiera.

Lo único malo fue que su propio agotamiento le impidió levantarse, alejarse y dejar de lado a aquel castañito que se aferraba a su pecho y suspiraba contra la piel de su cuello. Estaba cansado y muy cómodo también. Se hallaba rodeado por la dulce fragancia de manzanas y jacintos —raras eran las combinaciones de aroma—, lo percibía en cada rincón porque era el cuarto de Tsuna, incluso en la almohada que usaba podía disfrutar de ese perfume entonado por la felicidad ajena. Por ese motivo sintió pesadez, no quiso irse y cerró sus ojos mientras su nariz olfateaba sutilmente los cabellos cercanos.

Se quedó dormido sintiéndose cómodo con el cuerpo que rodeaba con sus brazos.

 

 

Declaración…

 

 

No había sido fácil lidiar con el testarudo omega que seguía sintiéndose culpable de la deshonra sucedida. Es más, Takeshi hasta pidió disculpas y dijo querer dejar a los Rokudo. Pero obviamente Mukuro no lo permitiría, aunque sí fingió estar dolido inicialmente para hacer sentir culpable a Takeshi por haberle robado la pureza de la que se jactaba orgulloso hasta ese día. Admitía que era malvado por creer que Takeshi era lindo al estar alterado, sintiéndose culpable y avergonzado.

 

—Quiero que me acompañes a un lugar —rodó los ojos— y ya deja de lado ese asunto.

—Cómo puedo olvidar que yo… —apretó los labios y el cinturón de seguridad del auto en el que iba con Mukuro—. Que yo… —enrojeció y no pudo continuar.

—Que me exprimiste como a una naranja madura —Mukuro jadeó fingiendo estar muy consternado, hasta se tocó el pecho e hizo una mueca.

—¡No lo digas así! —se tocó la frente.

—Así me sentí —apretó su pecho siguiendo con su drama—. De mí quedó sólo la cáscara y tú saciaste tu sed con mi zumo.

—Mukuro —el azabache cubrió su rostro porque entendió esa analogía.

—Tranquilo, kufufu. No es como si me quejara —sonrió mirando al frente—. Se sintió muy bien, debo decir —escuchó un leve sonido dado por el azabache y rio—, fueron días muy movidos.

—No digas más. Ya basta.

—Sólo si me dices que no escaparás hasta que lleguemos a cierto lugar.

—Bien.

 

El viaje nocturno no fue muy largo, incluso descansaron unas horas en un estacionamiento bebiendo un poco de chocolate y durmiendo unas horas antes de continuar. Mukuro jamás dijo el destino, sólo siguió conduciendo en silencio o tarareando una cancioncita de la radio para no aburrirse.

Takeshi admitía que su reencuentro con su víctima no fue del todo malo. No era como si se sintiera incómodo hasta el punto en que fuera insoportable, sólo estaba avergonzado todavía y evitaba mirar a Mukuro a los ojos, pero nada más. Aceptaba que estaba feliz de que Mukuro declarara que no cambiaría su forma de tratarse sólo por aquel incidente. Se lo agradecía.

El amanecer los sorprendió aun en la carretera, el cielo cambió de color lentamente hasta que pocas nubes le impedían ver el cielo, las casitas seguían apareciendo por un tiempo y al final ascendieron por una colina que Takeshi no pudo reconocer. No sabía dónde estaban ni a donde iban, Mukuro incluso le vendó los ojos porque según él así era más divertido. No se quejó, tenía curiosidad. Dejó que Mukuro tomara su mano, entrelazara sus dedos y lo guiara por lo que reconoció un extenso parque de césped recién cortado.

 

—Quiero presentarte a alguien, madre —la voz de Mukuro se desplazó junto a la brisa cuando se detuvieron.

 

Yamamoto se tensó cuando escuchó eso, pues no creyó conocer a la mujer de la que Nagi hablaba con cariño en ese día, menos en esa situación ni en esos días todavía frescos desde aquel incidente. Quiso irse, pero prometió no escapar. Respiró profundo, apretó más la mano de Mukuro en señal de que estaba alterado y finalmente sintió la cercanía del alfa que le quitó la venda con delicadeza.

Parpadeó muchas veces para acostumbrarse a la luz, restregó sus ojos un poco y al final soltó el aire porque no esperó verse ante decenas de lápidas de diferentes tamaños colocadas simétricamente para dar espacio a la familia del fallecido. Miró a Mukuro sin entender inicialmente, incluso intentó buscar a la mujer a la que le hablaban, pero al final centró su mirada en la lápida que Mukuro señalaba con su mano extendida.

 

—Ella fue mi madre —Mukuro limpiaba el espacio frontal de la tumba, arrodillado sin importarle la humedad del césped—. La mujer más hermosa que haya conocido en mi vida, de ojos azules intensos y un sentido del humor muy singular.

—Es un placer —respondió arrodillándose junto a Mukuro y admirando las letras talladas en piedra.

—Le prometí a mi madre presentarle a la persona que yo escogiera para amar durante toda mi vida. Y ahora puedo hacerlo.

 

Takeshi sintió un escalofrío recorrer su espalda, sus músculos se tensaron y no pudo procesar bien las palabras de aquel alfa. Se aturdió con el sonido del viento y cerró los ojos. Se mareó un poco porque su subconsciente y su omega interno se alteraron porque al parecer ellos sí entendieron lo dicho. Tembló cuando la mano de Mukuro sujetó la suya antes de acariciarla con dulzura.

 

—Madre —Mukuro miró la tumba que hasta ese punto sólo visitaban Nagi y él—, te presento a Yamamoto Takeshi —sonrió—, la persona de la cual estoy perdidamente enamorado.

 

Takeshi tosió y cubrió su boca, se atragantó con su propia saliva y a más de eso su aire se le fue. Intentó guardar compostura, respirar adecuadamente, pero le tomó un poco de tiempo hacerlo, tiempo en el que sintió ligeros golpecitos en su espalda dados por un Mukuro divertido que se burló de su respuesta poco adecuada. No pudo decir nada, ni siquiera miró al de mirada bicolor y se centró en la lápida frente a él.

 

—Siempre dije que buscaba a una persona a la que amar incondicionalmente. La he hallado en él —palmeó la cabeza del omega en shock—. Y me esforzaré en que me corresponda… o me aseguraré de que me abandone por alguien mejor que yo —arrugó levemente su nariz—. Aunque todos sabemos que no hay nadie mejor que yo, kufufu —repasó sus cabellos con sus dedos y los ondeó en el aire.

 

Takeshi rio quedito porque a veces la autoconfianza de Mukuro era graciosa. Negó porque suponía que ese sentido de humor fue heredado por aquella mujer y esperaba que ésta no tomara su risa a mal. Dejó que su cabeza procesara aquellas palabras, se sonrojó sin poder evitarlo, ahogó el ronroneo de su omega interno que deseaba tomar el control de su cuerpo y saltar de dicha. Se sentía tan confundido por estar tan feliz y a la vez sentirse tan inadecuado.

 

—Mukuro —susurró.

—No hay nada que decir —alejó sus manos de las ajenas y le dio a Takeshi su espacio—. Eres la persona a la que amo y eso no cambiará ni siquiera si tú no me amas de igual forma, es más, ya me estaba acostumbrando a tus desplantes hasta hace unos días.

—¿No quieres que te dé una repuesta?

—No —respiró profundo antes de levantarse—. Ya podemos irnos —sonrió amablemente—. Te llevaré a casa con Nagi para que ella verifique que estás bien, le explicaré que Enma te atendió y que te dio la medicina de emergencia, y rezaré porque tu padre no quiera cortarme en pedacitos por lo que pasó.

—No hables de eso aquí —se levantó con ayuda de Mukuro.

—Si mi madre estuviera viva desearía saber detalles de “eso”, te lo aseguro, kufufufu.

—No lo creo.

—Y te avergonzaría con ese tema por semanas —sonrió de lado—. Era mi ejemplo a seguir —tenía buenos recuerdos de su madre.

 

Yamamoto quiso preguntar desde hace cuánto tiempo aquella mujer abandonó ese mundo, también porqué Mukuro y Nagi llevaban el apellido de su madre siendo que en esa sociedad era obligatorio heredar el apellido del alfa; tenía curiosidad por saber la historia detrás de aquel par de hermanos…, pero se quedó en silencio, mirando la lápida y reverenciándola antes de decidir alejarse. Había sido un día muy raro y quería descansar.

 

—Falta algo.

—¿Qué cosa?

—El beso del eterno amor.

 

Mukuro no dejó que el menor se negara, es más, se acercó con rapidez hasta que pudo unir sus labios con los desprevenidos de Takeshi quien los mantenía entreabiertos por una sonrisa sutil. Lo besó con dulzura, un solo toque cariñoso que se repitió por tres besos mariposas. Le acarició las mejillas, sonrió al verlo avergonzado y después simplemente se alejó.

 

—Vámonos, amore mio —empezó a alejarse con calma—. Volvamos a casa.

 

Cuando Takeshi dijo que abandonaría a los Rokudo, mintió. En realidad, se veía incapaz de dejar esa casa, de alejarse de aquel par de alfas que formaron parte de su familia en tan poco tiempo. No quiso hacerlo de verdad y estaba aliviado al saber que aquel par de hermanos lo recibirían con los brazos abiertos.

Por eso siguió a Mukuro, se puso a su lado y, a pesar de la vergüenza, levantó su cabeza para estar a la par que aquel alfa de cabello azulado y muy largo el cual se sentía suave entre sus dedos. Tardaría en acostumbrarse a vivir con la realidad que se presentaba ante él, pero algo le decía que le costaría menos de lo que imaginaba. Después de todo… no le era indiferente a ese alfa sinvergüenza.

 

 

Confesión…

 

 

Le pasaba a veces. Eran cosas que ocasionalmente no recordaba perfectamente al despertar, en otras ocasiones eran imágenes claras que asociaba a su mente jugándole bromas. Pero admitía que muchas veces Tsunayoshi ocupó sus sueños, en ocasiones sólo como un visitante, en otras como alguien que se centraba sólo en él, pocas eran las ocasiones en las que el sueño se desviaba de su tema cotidiano a algo más personal como la cercanía de sus rostros o la escena en donde no existía espacio personal entre ellos.

Admitía haber soñado con aquel omega en escenarios pasados de tono, pero siempre lograba despertarse antes de que pasara a mayores. Por eso no entendía la razón de que, al abrir sus ojos, el rostro ajeno siguiese ahí, tan cerca, y que sus sentidos captaran un perfume conocido.

Poco faltó para darse cuenta de que no estaba soñando.

Las manos de aquel castaño sujetaban suavemente sus mejillas, sus rostros estaban completamente unidos por medio del contacto entre sus labios, las pestañas de Tsuna temblaban levemente por los párpados cerrados, y Kyoya sentía la delgada pierna rodearle la cadera para aprisionarlo. Pero más grave que eso era que el perfume que percibía no era el normal, era más intenso, embriagante y seductor.

 

—Entraste en celo —murmuró cuando pudo reaccionar y agitar su rostro hacia atrás para separarse del castaño.

—Hibari-san —su voz era suave, su aliento cálido y su mirada estaba cristalizada por leves lágrimas acumuladas—, buenos días.

—Herbívoro —advirtió intentando alejar la pierna que se enroscaba en su cintura e impedir que la otra se colara entre las suyas—, suéltame.

—Huele tan bien —rodeó el cuello ajeno y acercó su nariz para olfatear al alfa—. Hibari-san —su voz tembló y sintió un espasmo surcar su espalda.

—Maldición.

 

Kyoya luchó por zafarse del agarre ajeno, pero perdía fuerzas debido a la explosión de feromonas que lo rodeó de repente. Sentía su conciencia nublarse y a su lado alfa aullar para tomar el control de su cuerpo. Tsuna no cedía ante el pedido, se aferraba a su cuello con fuerza, rodeándolo con ambos brazos y pegándose todo lo posible. El cuerpo de ese pequeño herbívoro estaba más caliente a comparación del suyo… y se sentía extrañamente bien.

Los labios del castaño buscaron los suyos con desespero, insistentes, suplicando entre jadeos para que le respondiera, pero el alfa se negaba. Kyoya sabía que tenía que salir de ahí porque no podía mantener el control por tanto tiempo, no desde que su cuerpo empezó a rechazar los supresores para alfas, no cuando hace semanas que no probaba algún supresor de omegas que controlara su estado de ánimo.

Se vio tentado a responder a esos labios que buscaban los suyos. Su nariz cosquilleaba, sus pulmones se llenaban de esa fragancia dulce, su vientre se contraía en señal de que deseaba ceder ante la tentación. Sus manos sujetaron con fuerza las piernas que se enredaron con las suyas y se deslizaron en una caricia que ocasionó un gemido placentero en el omega en calor. Jadeó cuando aquella lengua inexperta repasó sus labios y sintió de nuevo ese impulso por tomar el control.

 

—Hibari-san —soltó un gemidito—. Kyoya, Kyoya.

 

Tan sólo con escuchar su nombre sintió su cuerpo tensarse, su espalda arquearse sutilmente para pegarse por completo al cuerpo del omega y su vientre bajo ardió como si lo quemase el fuego. Kyoya jadeó antes de ceder ante su instinto y atrapar los labios ajenos con los suyos. Cedió un beso tembloroso, uno donde disfrutaba de los jadeos de aquel castaño, donde su lengua repasó los labios ajenos y sus oídos gozaron con el gemido agudo que el pequeño soltó. Lo besó introduciendo su lengua para buscar la ajena y acariciarla, guio el ósculo sensual y lento que hizo a su alfa agitarse en súplica por tomar el control.

Tsuna aprovechó ese letargo, esa falta de negativa por parte del azabache para restregarse contra ese cuerpo, para girarse y empujar al alfa hasta recostarse encima del mismo. Siguió besándolo, intentando hacerlo mientras trataba de recordar cómo se respiraba. Colocó sus piernas a cada lado de esa cadera, se restregó sin vergüenza sobre la ingle para que su propio pene gozara de la fricción. Se aferró a esos hombros y gimió con fuerza cuando su labio inferior fue mordido sin delicadeza.

 

—Kyoya, Kyoya —repetía en su descanso mientras movía sus caderas de arriba hacia abajo y sentía esas manos ascender por su cintura con lentitud—. Kyoya —miró por unos instantes a esos ojos azules—. Ha-hace calor.

 

El alfa estaba en una especie de transe, siendo dominado temporalmente por su instinto, dejando que el castaño hiciese su voluntad. Cedió ante la necesidad de poseer esos labios y explorar ese cuerpo que significaba su tabú personal. Gruñó cuando pudo palpar la piel de esa cintura y la apretó entre sus dedos, soltó un jadeo cuando ese pequeño omega emitió más feromonas y le gimió junto al oído derecho. Pocas veces en su vida se había sentido tan caliente fuera de sus días de celo en donde era un infierno que no podía controlar.

Y era tan tentador seguir.

Pero no podía hacerlo, no quería hacerlo.

Hibari empujó al castaño evitando un nuevo beso que le robara el raciocinio, cubrió su rostro con sus manos, se mordió la piel de su muñeca para entrar en razón, jadeó porque estaba mareándose y no recordaba lo que debía hacer para evitar que su alfa tomara dominio de su cuerpo. Tardó demasiado en darse cuenta que el cuerpo del omega ya no se balanceaba morbosamente sobre su pelvis, y cuando descubrió su rostro apreció por completo la piel inmaculada de Tsunayoshi.

La sudadera y camiseta que formaban parte del atuendo que no había sido reemplazado por el pijama, estaban en el suelo. Tsuna jadeaba suavemente mientras luchaba contra los botones de su pantalón y el zíper porque su intención era liberarse de toda la tela que le estorbaba y le generaba calor. La piel levemente bronceada brillaba con los leves rayos de sol colados entre las cortinas, el color rojizo predominaba en el rostro, hombros y oídos del omega. Y por unos momentos Kyoya se perdió en esa imagen hasta que incluso sintió su saliva acumularse por debajo de su lengua, porque admitía que esa desnudez era sinónimo de lujuria en él.

 

—¿Dónde tienes tus supresores?

 

Pero en vez de que el otro le respondiera, eso causó que el omega se le acercara hasta que sus narices se rozaron. Kyoya apretó sus puños contra las sábanas para evitar que sus manos exploraran la piel a su disposición, se controló y evitó que los labios ajenos lo tomaran de nuevo. Intentó empujar al más joven, pero sintió un espasmo demasiado agradable cuando los dedos ardientes de Tsuna se colaron por debajo de su camisa y ascendieron con rapidez delineando su abdomen.

 

—Lo quiero… dentro.

 

Cuando las manos del castaño descendieron a la hebilla de su cinturón, Kyoya reaccionó y se sentó con rapidez, incluso mareándose por el rápido movimiento. Alejó esas manos, ignoró los gemidos suplicantes del omega así como la humedad de sus cuerpos, trató de no respirar las feromonas que lo rodeaban y sujetó los hombros ajenos. Se acercó hasta darle un suave beso en los labios, el único que estaba dispuesto a darle, y luego lo giró hasta estamparlo contra el colchón. Cerró sus ojos para evitar ver el deseo en ese pequeño cuerpo y se alejó con rapidez.

Sería estúpido quedarse por más tiempo.

Sus piernas temblaban, estaba aturdido por el celo del omega y aun así logró llegar a la puerta. Salió con prisa, sujetándose de las paredes y sacudiendo su cabeza para retomar el control. Intentaba recordar dónde guardaba los supresores de emergencia, los de omegas porque estaba seguro que en su cuarto sólo tenía cápsulas de supresores para alfas. Necesitaba urgentemente medicar al castaño, pero tan fuerte era su aturdimiento que apenas y logró entrar a su cuarto y cayó de sentón junto a su mesita de noche.

Maldijo cuando vio a su lado las pastillas regadas, porque no eran lo que buscaba y aun así tomó tres capsulas y las tragó sin miramiento. Estaba consciente de que no eran efectivas en él, pero tenía la esperanza de que al menos suprimieran su olfato el tiempo suficiente. Cosa que no funcionó, que no se cumplió y por eso volvió a sentirse mareado cuando aquel omega llegó hasta él en busca de alivio para el calor que despedía por cada poro.

Lo peor era que él ya no quería resistirse.

Cerró los ojos para no detallar por completo el cuerpo totalmente desnudo que se inclinó ante él, obvió su propia erección naciente y dolorosa, apretó los dientes suplicando porque el supresor funcionara, pero al final dejó que aquel chiquillo se sentara sobre su regazo y lo besara con necesidad. Le respondió de poco en poco, moviendo sus labios de forma rítmica, deslizando su lengua por esos labios que jadeaban su nombre, mordiendo la piel que pudo sin causarle daño al castaño y dejando que sus manos sostuvieran las caderas que se removían con ansiedad para rozarse.

Quería tomar a Tsuna, lo ansiaba.

Pero no era correcto, porque el omega no era consciente de su situación.

No quería que Tsunayoshi lo odiara después.

 

—No podemos seguir —murmuró tras dejar esos labios ardientes que buscaban los suyos insistentemente.

—Tómeme —siseó mientras movía su cadera para que su necesitada y lubricada entrada se restregara contra el bulto naciente entre las piernas del azabache—. Por favor… tómeme.

—Si algún día te tomo —Kyoya lo rodeó con sus brazos por la cintura, respiró profundo antes de olfatear el cuello del omega cerca de la glándula que despedía ese delicioso aroma—, será cuando estés fuera de tu celo, Tsunayoshi.

 

Algo se estremeció dentro del castaño y la única forma de expresarse fue a través de un sonoro gemido que acompañó a un orgasmo seco. No eyaculó, pero sintió todo su cuerpo saborear el éxtasis de un orgasmo. Esa sola acción le dio a entender que en verdad quería que ese alfa lo tomara durante todo su celo.

 

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

 

Como el capítulo estaba muy largo —además de que tomé la sugerencia de mis lectores dadas en comentarios en Facebook—, corté este capítulo para hacerlo más pequeño de lo planeado y actualizaré el siguiente el otro fin de semana.

Krat ha estado muy ocupada últimamente, y aun no se acopla a su nuevo horario, así que si me demoro es por eso… aunque en esta ocasión fue también porque sigo deprimida por lo de Endgame y no podía escribir algo bonito :’’’’’v

Como fuere, espero les haya gustado la actualización~

Krat los ama~

Besitos~

 

PD: Si alguien tiene curiosidad por lo que pasó con nuestra pareja segundaria favorita —Krat admite que los ama—. El especial 6980 está en el fic titulado “Apocalipsis”, que recopila OS, es el capítulo 7 llamado “Deshonra”.


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