Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Locura por mi todo por 1827kratSN

[Reviews - 84]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

 

Un cambio, Nana lo comentó, Iemitsu lo detectó también, pero no insistieron mucho sobre el tema porque entrometerse en algo que no les involucraba no era correcto. Y, aun así, estaban conscientes que su hijo y aquel alfa habían cambiado tan solo en unas horas, pero les preocupaba el notar que el castaño se veía un poco más… maduro, o aturdido. No sabrían expresarlo con palabras, sólo sabían que su hijo volvió diferente, de una forma extraña pero tampoco era mala. Por eso, al despedirse, lo abrazaron en modo de confort mientras le susurraban que lo apoyarían y amarían sin importar lo que sucediera.

Era un nuevo año, era normal que todo cambiase, ¿verdad?

Su hogar se veía más colorido, lleno de fotografías y cuadros, adornos, juguetes en diferentes sectores, cojines de colores, peluches suavecitos, protecciones para bebés, botecitos de vidrio que antes contuvieron papillas para bebés. Tsuna se fijó en ese cambio cuando llegó a su casa y tuvo tiempo de mirar a detalle. Pero también se fijó en la espalda de aquel azabache que cargaba cuidadosamente a la bebita que suspiraba entre sueños, y quien subía las escaleras despacio.

 

—Es mi hogar —susurró quedito—, y tengo que cuidarlo —sonrió.

 

Decidió cambiar, se mentalizó a eso mientras ayudaba en la limpieza de año nuevo en su casa y separaba lo que ya no necesitaban para enviarlo a la recicladora. Se dio tiempo de pensar en qué cosas debía esforzarse más ese año, hizo una pequeña lista para el supermercado, jugó con Aiko mientras esperaban a que Hibari terminara de alistarse para salir y después simplemente tomó la mano del alfa para caminar por las calles calmadas.

Se dio un respiro.

Escuchó música mientras cocinaba, envió mensajes a sus amigos, se enteró de cómo algunos celebraron esas fechas. Rio por las fotos que Takeshi tomó del festejo con los Rokudo quienes habían estado encendiendo fuegos artificiales; vio una fotografía de la pequeña cena organizada por Mayu y Enma en su departamento, misma a la que incluso Adelheid asistió; se extrañó por la noticia de Haru quien se tomó una selfie con un alfa despistado, el que incluso en ese día le causó repelús; e incluso le llegó un mensaje de Squalo que, a su manera, le deseaba un buen inicio de año.

 

—Tengo una duda —Tsuna miró a quien le acompañaba a ver televisión a media tarde.

—Hum —Kyoya jugaba con las manos de Aiko quien intentaba armar una torre con cubitos.

—¿No era ya fecha de su celo? —Tsuna atrapó uno de los cubitos que se cayeron y se lo devolvió a Aiko—. Digo… su último celo fue hace mucho, y si mal no recuerdo, debió tener otro hace un mes.

—Sí —miró la pantalla del televisor—, pero no llegó.

—¿No es eso preocupante?

—No —mintió—. Ya llegará.

—¿Cuándo?

—En un mes.

—No le estoy creyendo nada —Tsuna se acercó para mirar de frente al alfa—, ¿por qué no me dice la verdad?

 

Se quedaron en silencio un momento, mirándose sin decir nada, intentando que el otro siguiera la plática, pero esa espera terminó cuando Hibari se inclinó y depositó un beso rápido en esos labios levemente separados antes de levantarse y excusarse. Tsuna no podía creer que aquel alfa usara una estrategia tan baja como esa. Su mente perdió el hilillo de sus pensamientos, sólo podía pensar en que aquel azabache era un atrevido y que debía bajar el rojo de sus mejillas como fuera. Olvidaba todo si es que se avergonzaba tanto y de cierta forma odiaba eso.

Pero le gustaba también.

No fue de inmediato, pero poco a poco se fue acostumbrando a esos roces intencionados que Hibari tenía con él. Ya fueran besos en la mañana, unos sencillos toques entre sus labios que le causaban taquicardia, del roce de sus mejillas al darse las buenas noches, de la forma delicada con que esos dedos se deslizaban por sus mejillas, de las miradas llenas de dulzura y que lo avergonzaban, de esas veces en las que la mano del alfa buscaba la suya mientras caminaban, o simplemente cuando sus brazos se tocaban al estar sentados juntos en el sofá.

Hibari ya no ocultaba aquel carácter dulce y protector.

Tsuna ya no sabía qué más esperar de aquel hombre.

 

—Había una vez, un lugar especial donde habitaban todos los seres mágicos del mundo.

 

Tsuna se quedó en el marco de la puerta, mirando fijamente a aquel azabache que estaba acomodado en una mecedora que recién adquirió para adornar el cuarto de Aiko; se fijó en la forma en que la nenita estaba acomodaba en uno de los brazos del alfa y como el libro colorido era cambiado de páginas. Sonrió enternecido porque había escuchado sólo relatos de ese comportamiento paternal, pues ni siquiera su padre fue tan atento como para leerle cuentos antes de dormir.

 

—Entre las hadas, existía una muy pequeña y de blancos cabellos que, a diferencia de sus hermanas, no podía volar, pues había nacido sin alas.

 

Vio que en cada página había un dibujo colorido que llamaba la atención de la pequeña de cabellos violetas quien señalaba con su dedo y después miraba al adulto, quien mencionaba el nombre del color o del objeto que la pequeña curioseaba. Tsuna se quedó prendado de esa bonita escena, sonriendo divertido porque nadie pensaría que Hibari podría ser tan amoroso con su hija, sintiéndose feliz al saber que tal vez algún día… podría ver a Hibari de esa misma forma con un hijo suyo.

 

—Como sólo podía caminar, poco a poco se hizo de grandes amigos que no habitan en las alturas, como las ranas y los conejos.

—Bubu —señalaba interesada.

—Es un conejo —señalaba el gráfico.

—Ejo —repetía antes de que deslizara su manito por la hoja y que Hibari la cambiara.

—Y estos le enseñaron todos los escondrijos y pasadizos secretos de aquella tierra mágica.

 

¿Cuántos padres harían eso? ¿Cuántos alfas serían tan dedicados con sus hijos? ¿Cuántas personas podrían amar tanto a un infante que no llevaba su sangre? ¿Cuántos hombres en ese mundo serían tan… especiales? Tsuna no lo sabía, pero ante él estaba uno de ellos. Un alfa que a simple vista no tenía escrúpulos o alma, pero que podía llegar a verse de esa forma. Y deseó protegerlo, a él y a la pequeña que ignoraba aún los detalles del mundo en que le tocó vivir.

 

—Un buen día, los humanos irrumpieron con espadas y con odio, y sembraron el caos entre todos los habitantes mágicos del lugar. Las hadas, desesperadas, corrieron para salvar sus vidas, pero los hombres más altos lograban capturarlas y encerrarlas en jaulas.

 

La voz de Kyoya era grave, ruda, a veces amenazante, pero cuando estaba con Aiko tomaba un toque muy tranquilo y hasta dulce. La pequeña respondía a eso con dulzura, abrazos, besos, risas, feliz ante quien le entregaba todo ese amor. Tsuna no quería que esa pequeña perdiera esa sonrisa, deseaba que fuera feliz incluso de adulta; deseaba que Aiko viviera sin pensar en que podría ser marcada y tomada por un alfa bruto y sin tacto. Quería que su pequeña bebita creciera en una sociedad que la protegiese y le diera derecho a decidir su futuro.

 

—En ese momento, la pequeña hada que no podía volar, corrió al encuentro de sus hermanas y les indicó la entrada a un túnel secreto por donde podrían escapar de los humanos. Sin embargo, el túnel era tan pequeño, que las hadas no podían entrar con sus alas enormes. Algunas se negaron rotundamente, pero la mayoría quebraron sus alas y escaparon junto a su hermana para ponerse a salvo —Aiko se restregó los ojitos—. Luego agradecieron a la valerosa hada sin alas por haberlas salvado y jamás volvieron a menospreciarla.

 

Tsuna se quedó en silencio mientras el alfa dejaba de lado el libro y acomodaba a Aiko entre sus brazos para mecerla un rato hasta que esta se quedó dormida. Kyoya se centró en la pequeña que hacía muecas cuando la colocó en la cunita, la cubrió con la manta, le acarició la pancita hasta que se aseguró de que durmiera profundamente y sólo ahí se giró hacia quien lo miraba desde hace rato. No dijo nada, pero con una seña invitó al castaño a acercarse para que mirara a la bebé.

 

—A veces siento envidia de Aiko.

—¿Por qué?

—Porque usted la ama tanto, la cuida de esa forma —sonrió antes de elevar su mirada hacia el alfa—, porque tiene a un alfa como usted para protegerla.

—También estoy para ti. También puedo amarte de esa forma.

 

Y eran esas palabras dichas con tanta seguridad y dulzura, las que hacían que el corazón de Tsuna saltara y sus mejillas enrojecieran. El castaño no sabía cómo actuar ante esos arrebatos de galantería sin intención del alfa, no sabía siquiera si Kyoya era consciente de lo que le provocaba. ¿Cómo no encantarse con esos detalles? No había forma, no podía. Cualquiera caería a los pies de aquel hombre y él no era la excepción. Porque le gustaba Hibari.

Por eso terminaba acercándose al alfa hasta abrazarlo, escondía su rostro abochornado en el pecho ajeno, respiraba la suave estela de feromonas que surgía del azabache, se estremecía al sentir esos brazos rodearlo en un cálido abrazo y se avergonzaba más cuando sentía un suave beso en sus cabellos. No podía con tanta dulzura, no sabía de donde Hibari guardaba tanto cariño, y tampoco quería pensar en las personas que fueron testigos de esa parte tan especial del azabache.

 

—¿Puedo quedarme con usted hoy?

—Sí.

 

No estuvo consciente desde cuándo, o de si esa fue la primera noche que pasaban por algo así, sólo sabía que acomodarse entre los brazos de Kyoya calmaba todas sus dudas existenciales, las protestas de su omega interno, y lo relajaba hasta el punto en que sin darse cuenta emitía una suave estela de feromonas llenas de dicha. Porque acomodarse entre las sábanas de la cama de Hibari era un placer culpable que no quería dejar de aprovechar.

Dormía junto a aquella persona, dejaba que esos dedos jugaran con su cabello, rehuía a esos ojos azules por vergüenza y, aun así, se acercaba al pecho ajeno para usarlo de refugio. Dejó de preocuparse por la noche o la oscuridad, dejó de pensar en lo reprobatorio de sus acciones, sólo se quedaba ahí, siendo abrazado por aquel hombre y se dejaba ganar por el sueño pacífico en medio del silencio. Tsuna jamás fue consciente de que Kyoya se quedaba despierto un rato más para mirarlo con detalle, acariciarle la mejilla, y que también se despertaba antes para sonreír al notar el desorden extra en los cabellos rebeldes de ese castaño que logró doblegarlo.

 

 

Pesares…

 

 

Si le preguntaban a Skull porqué siempre se la pasaba con algún tipo de alimento en la mano, este les miraría fijamente, frunciría el ceño y los ignoraría. Eran pocos los que lograban obtener una respuesta; entre ellos Lambo quien simplemente sonreía y le traería algo más que comer al que se convirtió en su maestro y guía; o Reborn quien solo haría bromas, sonreiría de lado y después simplemente ordenaría a la servidumbre algo más para degustar también.

 

—¿Por qué siempre estas comiendo algo?

 

Verde miraba al omega de cabellos violetas y con varios piercings que estaba sentado frente a él en el comedor, tal vez sería una de las pocas ocasiones en que tenía esa rara oportunidad para estar a solas con Skull, más que eso, en solitario, con los ingresos sellados, y dispuestos a mantener una plática larga sobre el tema tabú entre ellos. Por eso se arriesgó a preguntar, pero no se esperó que una cucharita de té le fuese lanzada y casi no la esquiva. El carácter de Skull era difícil, mucho más con él, era comprensible pero inaceptable.

 

—¡Cállate!

—Sólo tengo curiosidad.

—No tengo que ser amable contigo —bufó con irritación.

—Recuerda que sigo sin cederte tu fortuna.

—Así que esperas que, sólo por eso, sea amable —frunció su ceño—, ¿en serio?

—Sólo pido un poco de consideración.

—Bien —Skull se sentó correctamente antes de tomar el último trozo de pastel con sus dedos y comerlo mientras cerraba sus ojos—. Entiendo —tragó despacio.

—Se me hace raro que siempre estés comiendo algo.

—Es porque viví con hambre por años —no miró al alfa—, porque en los prostíbulos que caí no me alimentaban más de una vez al día, así que siempre estaba cansado y hambriento —se relamió los labios—. Esa era su estrategia para que yo no escapase, aunque… —rio bajito— lo intenté muchas veces, pero era obvio que no llegaba muy lejos.

—Yo…

—No tienes idea de lo horrible que es aguantar una necesidad tan básica —Skull jugó con su plato vacío—, sentir que tus tripas rugen, que tu estómago se achica. Estar consciente de que tus papilas gustativas no conocen más que el sabor de la avena o arroz, una sopa aguada con un par de verduras insípidas y nada más que agua de la llave —sonrió antes de mirar a Verde—. Tú no tienes idea de lo que significa vivir en carencia obligada, esposado a una cama, fingiendo ser el mejor en todo sólo para que tus mejores clientes te complazcan en los caprichos que más necesitas… No tienes idea de lo que una persona puede llegar a ser capaz de hacer, sólo por un trozo de pastel o un pequeño filete asado.

—Tienes razón —apretó los labios—, no lo sé.

—Por eso me ves comer a cada rato —sonrió de lado—, porque ya no tengo que pasar hambre. Estoy recuperando esos años en cautiverio… y por si lo dudas… no me da miedo engordar, ¡es más! Lo desearía… —arrugó la nariz—. Para así ser feo y gordo, para que ningún alfa estúpido me mirara con lascivia de nuevo.

—Yo…

—Cállate —lo miró con desdén—. Ya te respondí. Ahora sólo cállate hasta que pueda beber mi té y reúna el suficiente coraje como para escucharte sin sacar mi arma y meterte una bala en medio de las cejas.

 

Verde se quedó callado, no se atrevió siquiera a suspirar, sólo cruzó sus brazos y de vez en vez miró a aquel omega quien bebía su té con tanta felicidad que hasta sonreía sin darse cuenta. Las palabras de Skull eran sinceras pero hirientes, sin ápice de temor o culpa, nada comparado a aquel niño dulce que conoció hace tanto quien solía reírse a vivo pulmón antes de trepar árboles y gritar que sería el rey del mundo. Y todo eso era su culpa. Sólo su culpa.

 

—Ya —Skull carraspeó antes de bostezar—, habla y yo escucho.

—Lo siento.

—Sí, sí, ahórrate las palabras bonitas y sólo escupe lo importante —tamborileó con sus dedos.

—Éramos sólo unos niños, Skull.

—Lo sé —no lo miraba, no quería—. Yo tenía doce apenas…, doce primaveras —miró a Verde— y tú catorce… casi quince.

—Y estaba enamorado de ti.

—No, no —apretó los dientes y cerró sus ojos—. ¡No oses pronunciar esa palabra! —siseó—. O vomitaré.

—Vi la oportunidad para que…

—¡No! —arrojó su taza hacia Verde, pero no apuntó bien y sólo la vio resbalar por la mesa—. ¡No! —respiró profundo para calmarse—. No te atrevas a cambiar la realidad.

—¿Imagina cómo me sentí al saber que eras un omega? —apretó los puños—. Crecimos juntos, pensando que éramos dos alfas que jamás tendrían siquiera la mínima oportunidad de estar juntos por el rechazo social que tendríamos —habló con prisa.

—Jo, jo —rio forzosamente antes de elevar sus manos para detener esa palabrería—. Yo me acuerdo que tú y yo éramos grandes amigos. Dos niños que decidimos ser grandes amigos hasta que algún día… tal vez… —cerró sus ojos ante el recuerdo—, tal vez convencer a nuestros padres para que nos dejaran estar juntos —rio secamente—. Qué imbécil era en ese entonces.

—Yo jamás quise hacerte daño.

—Y yo fui estúpido al creerte.

—Yo sólo quise que estuviéramos juntos.

—¡Lo que tú querías era la aceptación de tu padre! —apretó los puños—. Tu maldito padre… —se frotó la sien—. No te importó lo que me pasara a mí, tú sólo querías que tu padre te aceptara, te viera con orgullo y para eso me usaste a mí.

—¡No fue así! —ya no sabía cómo más abordar el tema. Lo había intentado tantas veces.

—¡Tú eras el títere de tu padre! —acusó—. Eras el niño bueno, el inteligente, el alfa de casta fina que necesitaba sólo la atención de un padre que te consideraba débil —agitó sus manos señalando un punto muerto de la habitación—. Eras Verde…, el alfa que no pudo adjudicar por mí para salvarme de un infierno.

—¡Estaba asustado!

—¡¿Y CÓMO CARAJOS CREES QUE ESTABA YO?! —se mordió la lengua y cerró los ojos—. ¿Cómo crees que estaba yo? ¿Eh?

—No sabía cómo enfrentar a mi padre y así poder ayudarte.

—Sólo tenías… —miró a Verde con rencor—. Sólo tenías que decirle a tu padre, de frente, que te harías responsable de mí… ¡Es más! —se apretó el pecho—. Sólo debiste cumplir la promesa que me hiciste y callarte el secreto de que yo en realidad era un omega en plena transición a alfa por medio del tratamiento… ¡Sólo eso! SÓLO TENÍAS QUE CALLARTE.

—¡Yo sólo vi la oportunidad de que pudieras quedarte a mi lado! —cuánto dolía recordar su estupidez—. Eras un omega ¡por dios! ¡Y yo un alfa! Yo podía…

—¡No! —azotó la mesa— ¡No!

 

Las memorias de Skull volvían con fuerza a la par que aquellas lágrimas horrendas que sólo lo hacían sonar más débil y que le apretaban el pecho para que no pudiera hablar. Los sollozos se hacían presentes, su dolor de igual forma, y terminaba en un estado de histeria donde no quería escuchar a nadie ni ser tocado. No quería recordar. No quería revivir el sabor de la traición.

 

No podemos estar juntos, eso es triste —aun recordaba la voz de Verde a esa edad, con algunos gallitos graciosos de vez en cuando—. Dos alfas no pueden…

—Lo sé. Pero sabes… Tal vez en un futuro podamos…

—No se va a poder —¿cómo no se dio cuenta de que Verde era un cobarde? ¡Si hasta lo escuchó dudar en ese entonces!—. Porque nuestras familias y la sociedad…

—¿Crees en los milagros, Verde? —rió suavemente— Porque yo puedo decirte que soy uno de ellos.

—¿De qué hablas?

—Si te digo mi secreto, ¿lo guardarías hasta que te mueras?

—Sí.

—Jura que no se lo dirás a nadie.

—No lo haré, ahora dime… ¿qué escondes, Skull?

—Yo… soy… —no lo digas, pensaba en ese entonces y cada que lo recordaba pensaba igual, pero no podía cambiar el pasado.

 

En ese día, hace tantos años, él reveló haber nacido omega. Skull Kozlov, heredero de la familia Kozlov, primer y único hijo del jefe Kozlov, “alfa” descendiente de una familia de sangre pura, le dijo a quien consideraba su “primer y verdadero amor” el secreto más grande de su vida. Se atrevió a desobedecer a su padre y pronunció claramente que era un omega en tratamiento para convertirse alfa.

Confió en la persona equivocada.

Porque a esa edad, donde estaba recién pasando por la etapa de pubertad y estaba cambiando a base de medicamentos, era idiota. Porque aún era un niño ignorante de las consecuencias de esas palabras que se atrevió a susurrar a pesar de que lo tenía prohibido, porque él creía firmemente en que todos serían tan leales como él y guardarían bien su más grande secreto. Pero no fue así y esa misma tarde ocurrió algo horrible.

Verde había incumplido su promesa y le había dicho a su padre aquel secreto, el padre de Verde estalló en furia por haber sido engañado y habló con el padre de Skull. Los alfas tuvieron una disputa, misma que se acabó a puerta cerrada y poco después se hizo un pacto. Pero eso sólo fue el silencio antes de la tormenta. Porque los Kozlov son unos malditos bastardos que vivían de apariencias, y fue por eso que el padre de familia desquitó su furia con el culpable de sus males. Porque para acallar su más grande decepción, debía borrar la evidencia.

Tal vez Verde tuvo la mejor de las intenciones. Tal vez aquel chiquillo sólo quiso aferrarse a la persona que amaba y dedujo que, si Skull era omega, él podría ser su alfa. Tal vez Verde sólo quiso expresarle al mundo que el amor que sentía por un mocoso dos años menor que él, no estaba mal. Pero no sucedió así, y sin poder hacer más, sólo tuvo que admirar como su propio padre causaba un desastre que no pudo evitar.

Porque Verde le tenía miedo a su padre, porque tenía miedo del padre de Skull, tenía miedo al rechazo y por eso se quedó callado cuando le dijeron que “ese” omega iba a ser vendido como una ramera.

 

—No tienes idea de cuánto me arrepentí después de eso —habló con la garganta seca.

—¿Y de qué me sirve tu arrepentimiento? —hipaba suavemente— ¿De qué? —apretaba los labios mientras se deslizaba en una esquina de ese comedor hasta sentarse con las rodillas pegadas a su pecho— ¿De qué me sirvió en ese entonces? —sollozó antes de cubrir su rostro y dejar a sus lágrimas brotar— ¿De qué?

—Yo no sabía qué hacer —respiró profundo porque no podía llorar o no podría seguir en ese burdo intento por conseguir el perdón que deseaba—. Yo ni siquiera me sentía capaz de responderle a mi padre o darle frente…, mucho menos a tu padre.

—¿Y yo que? —tragó duro— ¿Sabes por lo que… tuve que pasar? —sollozó—. ¿Sabes del dolor que acuné en mi cuerpo? ¿Sabes… siquiera de las veces… que me quise morir?

—Sólo era un niño —murmuró.

—¡Reborn era un niño también! —y entonces la furia ganó en su cuerpo— ¡Y cuidó de su sobrina hasta el punto de hacer de esta mansión una fortaleza! —se levantó con rapidez—. REBORN ERA UN NIÑO TAMBIÉN Y FUE CAPAZ DE IR CONTRA SU VIEJO.

—Lo siento.

—¡Eres el culpable de mi infierno! —respiró profundo para no ahogarse—. PORQUE NO TUVISTE LOS SUFICIENTES HUEVOS PARA AYUDARME.

—¡Yo lo sé!

—Ya —respiró profundo antes de hipar y limpiarse las lágrimas—. Ya…, ya…, ya, está bien —ahogó un sollozo—. Ya te escuché, ya te disculpaste, ya me diste un millón de excusas y explicaciones —tragó seco antes de mirar a Verde—. Ahora devuélveme mi fortuna y…

—Sigo enamorado de ti.

—¿Qué? —lo miró con indignación— ¡Te reto a repetirlo!

—Desde que te conocí —Verde miró de frente a Skull, sin perderla calma, pero sintiéndose esa basura que sabía era—. Desde que te escuché decir que eras el mejor y otras estupideces.

—Idiota —rio sin poder evitarlo.

—Y si fui cobarde en ese entonces, no lo fui después —respiró profundo—. Te busqué como loco, me fui de casa y me volví la mente maestra de traficantes con tal de tener dinero para…

—¡No! —Skull se cubrió los oídos—. No quiero escucharte más. Ya terminamos y ahora…

—No me importa tu pasado, Skull… Yo sigo viéndote como el niño que me confesó ser un omega.

—Oh —se arriesgó a mirarlo—, sigues enamorado de ese Skull —sonrió forzosamente—. Pues entérate que él ya no existe… porque tú —le apuntó con su índice—, lo destruiste.

—¡No me estás entendiendo!

—¡Tú no entiendes! —le apuntó con el dedo medio—. Yo no te veo más que como una rata. Te odio como no tienes idea. Y si alguna vez te amé… eso… —separó sus manos— desapareció… Puf, explotó —se encaminó a la puerta con pasos pesados—. Porque no voy a perdonar a mi ejecutor.

—Skull, espera, aun…

—¡No! —abrió la puerta y respiró profundo—. Ya hablamos, ahora no falta nada más. No quiero nada más.

—Por favor… espera.

 

Pero los pasos de aquel omega resonaron a la par que la puerta se cerró. Verde sabía que no se merecía perdón por su fallo, estaba consciente de que le ganó el miedo hace años, pero quería recomponer todo eso. Porque quería ver sonreír a Skull como en antaño, porque deseaba de todo corazón que el odio se esfumara de ese ser que siempre fue brillante y próspero. Y sinceramente no sabía qué más hacer, nada aparte de ayudarlo a alcanzar esas metas retorcidas que tenía.

 

 

Proteger lo importante…

 

 

No pudo negarse, es más, ni siquiera quiso negarse. Sólo le bastó con ver el miedo en ojos de esa chica como para recordar su propio desánimo en esa época tan horrenda. Por eso aceptó cuidar de aquella chica de dieciocho años cuyo primer celo se daría esa misma tarde. Les aseguró a los padres de aquella niña asustada que no dejaría que le hicieran daño, y finalmente se mostró suplicante ante Hibari quien no dijo nada y sólo asintió como respuesta a su petición.

Se aprovechó de ese alfa.

Pero no confiaba en nadie más. Sabía que Hibari se mantendría sereno, cuerdo y atento ante cualquier ataque dado por un alfa estúpido que deseara marcar a aquella chica que lloraba presa del pánico, porque era la última omega de su generación que estaba sin marcar. Sí, cada año se contabilizaba cuántos omegas llegarían a su primer celo en esa prefectura, barrio, residencia o lo que fuera. El número jamás sobrepasaba las dos cifras, a veces ni siquiera llegaba a veinte, pero esas pocas personas se preparaban para un destino cruel.

 

—Tranquila, todo estará bien.

—Por favor —se aferraba al cuello de Tsuna—, no quiero que me violen.

—No pasará nada. No dejaré que te pase algo malo.

 

Era territorio de Hibari, más que eso, era el hogar de un alfa de sangre pura. Pocos serían los estúpidos que se atreverían a intentar ingresar en el perímetro. En realidad, fueron sólo tres mocosos ingenuos que probaron su suerte y terminaron con las costillas rotas o inconscientes en medio de la calle hasta que llegase una ambulancia o los familiares de los mismos. Hibari no dejó que nadie traspasara la barrera imaginaria de protección para su hogar.

Lo hizo sólo porque Tsuna se lo pidió.

Fueron días difíciles porque Tsuna tenía miedo de lo que esa chica podría hacer en ese estado, y por eso no la dejó sola si no era netamente necesario… Porque no podía siquiera plantearse la idea de que esa chica intentase seducir a su alfa… No pensó en nada más mientras cuidaba de que esa desconocida a quien deseaba mantener sin mancha. Fue un pensamiento egoísta, o tal vez confuso, pero no se dio cuenta de ello sino hasta que la larga semana terminó y los padres de aquella niña llegaron a recogerla.

Sólo cuando la vio partir se dio cuenta que pensó en Hibari como su alfa. Suyo.

 

—¿Estás bien?

—Sí —Tsuna saltó un poco al escucharlo y no se atrevió a mirarlo.

—Tus oídos están rojos.

—E-estoy bien —sentía su corazón acelerado y la vergüenza en cada poro.

—¿Estás enfermo?

—No —se alejó del alfa—, sólo… necesito ventilar la casa.

 

¿Desde cuándo? ¿Desde que terminó el invierno? ¿Desde finales de enero? No… No sabía. No estaba consciente, ni siquiera podía procesarlo. No podía porque simplemente aún estaba asustado por ese asunto. Considerar a Hibari Kyoya como su alfa no estaba en sus planes, pero al parecer sí en los de su omega, quien había estado muy alterado últimamente porque tenía miedo de que Hibari cediera ante el celo de su inquilina.

Pero ahora estaba feliz porque nada malo pasó.

Porque durante todos esos días Hibari sólo lo buscó a él para confortarse. Porque no dejó de ser dulce sólo con él y por lo general ignoraba a la omega recién llegada. Porque lo priorizaba a la par que a Aiko. Porque eran ellos dos las personas más importantes para el alfa. Porque a pesar de todo, aquel azabache le demostró que sólo lo quería a él, que reaccionaba sólo ante él. Porque se lo dijo claramente mientras lo miraba con dulzura.

Y entonces…

¿Por qué?

 

—Hi… ¿Hibari-san? —miró fijamente a esos ojos azules—. Hibari-san…, esto duele.

 

Miró su muñeca derecha aprisionada por la mano ajena, sujeta con tal fuerza que sentía dolor. Y no sólo eso. Había sido derribado en medio de la sala, arrojado con fuerza al suelo poco después de que había dejado a Aiko en su corralito porque iba a disponerse a preparar el almuerzo, tarea que le correspondía ese día. Ni siquiera pudo reaccionar, sólo sintió la presión del cuerpo ajeno, luego el golpe en su espalda, y ahora sólo sabía que Hibari estaba… así.

 

—Hibari-san… ¿qué está pasando?

 

No le respondieron, sólo escuchó un jadeo irregular y se fijó en la mirada que no dejaba de tenerlo por objetivo. Esos ojos azules que hasta hace poco le mostraron dulzura, ahora estaban opacados y ese brillo ya no existía. Las pupilas de Hibari estaban dilatadas, su respiración era extraña, su aroma estaba más acentuado y… los colmillos superiores e inferiores parecían ser más grandes de lo normal. Tsuna tardó un poco en darse cuenta, pero al hacerlo sintió terror.

 

—Hibari-san —su voz tembló, pero trató de no ser tan evidente—, ¿me suelta, por favor?

—Omega —su mano libre se deslizó hasta que su pulgar tocó la mejilla del castaño—. Mi… omega.

—Hibari-san… me está asustando —confesó sin moverse, porque sabía que negarse a un alfa en celo sería su peor error—. Por favor… trate de controlarse.

 

Pero con cada segundo que pasaba el aroma entremezclado de madera seca y cerezos se acentuaba hasta el punto de ser alarmante. Y no sólo eso. Tsuna sentía la presión en su muñeca y el cómo sujetaron la otra hasta dominarlo por completo. Hibari estaba por completo sobre él, con rodillas y codos sobre el suelo, formando una estrecha prisión sobre su cuerpo. Y se acercaba a su rostro para olfatearlo o sólo respirar sobre él, siendo el contacto de esa nariz en descenso hacia su cuello lo que alertó al omega.

 

—Hibari-san, por favor, deténgase.

—No —gruñó bajito.

—Sé que siente mucha… ansiedad —se removió suavemente en un intento por liberar sus muñecas, pero sintió más presión en las mismas—, pero tenemos a Aiko a pocos pasos… y no estoy listo para esto… Además, usted me dijo que no me dañaría cuando su celo estuviera presente —hablaba en un intento por hacerlo volver.

—No.

—Hibari-san…

 

Y de pronto, la lengua del alfa repasó lentamente la línea de su clavícula causando que su cuerpo temblara irremediablemente. Era un toque cálido, húmedo y suave que repasaba su piel. Ese aroma lo estaba mareando, su cuerpo estaba perdiendo fuerza y sentía un leve cosquilleo en su vientre. Estaba respondiendo al celo del alfa que se entretenía con la piel que rodeaba su cuello y la mordía suavemente.

Estaba asustado.

Pero también estaba excitándose.

Cerró sus ojos cuando aquella lengua ascendió por su cuello, por su manzana de adán, y parte de su piel fue succionada con fuerza. Lanzó una queja suave, trémula, temerosa, porque sentía el dominio que daba el alfa y tenía miedo de desobedecerlo. Por eso cerró sus ojos y fue su piel quien le dio idea de lo que pasaba, de cómo los labios de Hibari repasaban su perfil hasta que alcanzaron sus propios labios. Soltó un suspiro cuando la lengua ajena repasó sus labios para poco después morderlos con algo de fuerza. Tembló cuando aquella lengua lo obligó a abrir su boca y ceder a un beso errático y forzoso.

El aire se le iba, sus piernas temblaron.

 

—Papi —fue la llamada de la pequeña que no entendía lo que sucedía—. Papi… ito, ito.

—Aiko lo está llamando —susurró alterado—. Me escucha, Hibari-san.

—Omega —siseó antes de rozar su nariz con esa mejilla y desviarse hacia ese oído—, omega.

—Papi, papi, pipi —murmuraba la nena agitando su mano para llamar la atención.

—Ella va a llorar —pero no recibía más que suspiros y mordidas—. Hibari-san…, usted me dijo que reaccionaría ante su cachorra… y ella lo está llamando.

 

Hibari no estaba razonando, por alguna razón no lo hacía. Tsuna sabía que el celo de los alfas era duro, difícil, pero incluso en la última vez, Hibari se calmó al escuchar a Aiko… entonces, ¿Por qué ahora no? ¿Por qué Hibari seguía sin escuchar el llamado de Aiko? ¿Por qué seguía pareciendo un depredador? ¿Por qué no detenía esas manos que exploraban sin control?

Tsuna quiso negarse, se removió un poco cuando la mano derecha de Hibari se coló por debajo de su ropa, pero no pudo hacer mucho cuando esa voz de mando se elevó de tal forma que todo su cuerpo vibró. Estaba respondiendo al alfa dominante que intentaba usarlo por complacencia, su cuerpo respondía a esas órdenes porque se quedase quieto y lo dejase seguir.

 

—¡Ya no! —sus lágrimas se derramaron ante el miedo que le recorrió cuando la mano de Hibari intentó quitarle el pantalón—. ¡Ya no más!

 

No le importó, empujó al alfa con fuerza hasta separarlo un poco, respiró agitado y pataleó hasta que esa mano se alejara de la tela que cubría sus piernas. Se negó ante el alfa en celo y sólo vio cómo ese cuerpo sobre el suyo se tensaba. Sintió pánico, sus dedos temblaron, dejó a sus lágrimas brotar y perdió el control de sus feromonas.

 

—¡Estoy asustado! —jadeó— Muy asustado.

 

Fueron sólo dos palabras acompañadas por su leve sollozo, fue sólo eso, pero ese alfa se detuvo y esa mirada tomó un poco de brillo. Tsuna supo que logró hacer reaccionar a Hibari, por eso no dudó en sujetarle las mejillas y suplicarse entrecortadamente para que lo dejara irse. Le dijo claramente que no estaba listo y que no quería que su primera vez fuera violenta… Le dijo al alfa que le tenía miedo a ese celo cegador.

Tsuna vio como el azabache se irguió antes de morderse el brazo con tal fuerza que sangró. Vio cada gota brotar con rapidez y un par de estas cayeron en su rostro. Quiso que se detuviera, deseó suplicarle porque parase, pero era la única forma por la que Hibari retomaría el control.

Sintió que era su culpa… porque aún no estaba listo para dejar que Kyoya lo tomara.

Era su culpa.

Suya.

 

—Corre —Hibari soltó un jadeo cuando sintió el ardor en su herida—. Y llévate… a Aiko.

—Hibari-san.

Corre.

 

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

 

¿Se notó el progreso de esos sentimientos? Por mi cielo, espero que sí.

Iba a darles un capítulo súper largo, pero decidí cortarlo porque weeeee, mejor les adelanto otro borrador y así actualizo seguido XD

¿Algún omega del que quieran saber?

¿Haru, Squalo, I-pin, Enma, Fuuta, Takeshi, Lambo?

¿Quién quiere desmadre del bueno? ¿O prefieren el fluffy intenso y el cuerpeo?

Krat los ama~

Besitos~

PD: La parte de Skull porque me lo pidieron, alv. Ahora sí queda todo claro… o eso espero XD


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).