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Locura por mi todo por 1827kratSN

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Lanzó una especie de gruñido mientras se removía entre sus sábanas. Cómo odiaba los días de su celo, pero más odiaba el no poder tomarse esos malditos supresores porque a su maldito jefe bastardo se le ocurrió la idea de “fingir que te rompo el culo en tu celo”. Sí, cómo no.

Lo odiaba, mucho a veces, pero también lo respetaba porque, aunque fuera un hijo de puta, Xanxus era una de las mentes más ambiciosas de la clase alfista y un demente de tal magnitud que tenía planes de destrucción y reconstrucción mundial. Sí, Xanxus estaba loco, pero qué más daba, era un buen líder.

 

—¿Ya se te pasó la calentura, basura?

—Sí, sí —rodó sus ojos antes de sentarse en su cama y bostezar— ¿qué día es?

—El día para que en serio cumplas con tu “promesa” —gruñó bajito.

—¿Por qué tanto apuro porque yo mate a tu padre?

—Me urge que Ricardo sea heredero y que me dé la parte que me toca.

—¿Por qué? —Squalo se limpió el sudor de la frente y entrecerró sus ojos.

—Porque —sonrió con malicia— después de eso no habrá obstáculos y me apoderaré del mercado negro en Japón.

—Estás loco —sonrió divertido—, ¿qué ganas siendo el líder del bajo mundo si puedes ser el del… mundo de arriba? —bostezó.

—Libertad —rió macabramente—. Algo que los de la clase alta no me dieron ni me darán jamás.

—A veces dices tonterías, jefe bastardo.

—Y a veces tú eres una basura sin visión.

—No los entiendo, sinceramente.

—Digamos que el poder que tú conoces es diferente a mi idealización de poder —se relamió el labio superior—. Yo no me quiero estancar en la clase alfista de este país o de los asociados de los Caruso, mi plan es expandirme y generar el mayor caos posible en todos los continentes.

—Tus delirios de grandeza son tan aburridos —mintió, en realidad era divertido—, así que ya vete.

—Te quiero de pie en diez minutos, escoria.

—Tengo el trasero mojado todavía —Squalo soltó un par de carcajadas por la mueca de Xanxus, a quien sorprendentemente no le gustaban mucho los omegas—, así que dame media hora.

—Veinte minutos, asqueroso tiburón.

 

A Xanxus le importaba que entre sus filas se esparciera el rumor de que él y el llamado tiburón eran pareja de coito, para que así alguno de sus estúpidos subordinados recién ingresados regara el chisme y finalmente la cabeza de los Caruso se enterase y lo dejase en paz. Sí, al padre de Xanxus le urgía que sus dos herederos tuvieran descendientes, y si no lo calmaban se ponía pesado. Como sea, a Squalo poco le interesaba porque su mayor interés por ahora era darle gusto a Xanxus para que este le diera la otra llave de su collar antimarca. Sí, lo iba a gozar. Ya después pensaría en qué más podría hacer para divertirse junto con su jefe bastardo y el hermano imbécil de este.

 

Ya te di la posición de nuestro querido individuo especial.

¿En serio? —sonrió Squalo mientras daba vuelta el auto en una intersección—. ¿Lo vamos a hacer hoy, Skull?

Obvio que sí —del otro lado se reían sonoramente—. Será divertido, te va a encantar.

—¿Y qué hay de lo que me contaste después?

No, no, cariño, ese no es tu negocio. Y si te lo conté fue porque estaba entusiasmado y me emocioné.

—Oye —sonrió de lado—, quería participar.

No, no —bufaron—. El asuntito de I-pin y Fon me pertenece.

—Sólo invítame si vas a asesinar a alguien más.

Mejor cállate y toma posición, Squalo —Skull silbó—. El auto es lindo y lujoso, así que no podrás confundirte… Y recuerda, déjalo como un accidente que podamos disfrazarlo después de la tortura.

—A la orden.

 

Ah sí, su primera presa se convirtió en un premio doble cuando se enteraron que el jefe de los Argento y el de los Caruso pactaron una especie de salida amistosa para afianzar lazos entre potencias. Skull tenía razón, no podían desaprovechar esa ocasión. Y si bien no pasó mucho tiempo desde la muerte accidental del jefe Kozlov, nadie sospecharía y sería considerado como mera coincidencia, porque su trabajo anterior fue impecable. Aunque este sería un poco menos elaborado, como para dejar una leve advertencia en la clase alfista. Estaban planeando bien las marcas que dejarían, las pistas, y por eso adoraba trabajar con aquel demente.

 

—Y pensar que Xanxus no preguntó mucho —Squalo miró su celular para cerciorarse de la ruta que tomaba su auto—. Vaya que Skull sabe hacer tratos con bastardos como esos.

 

 

Decepción

 

 

Permaneció escondido en su habitación, pensando en muchas cosas mientras se revolvía en su cama intentando dormir, recordando las muchas pláticas que tuvo con Skull y deseando que nada de la noche anterior hubiese pasado. Le dolía la mejilla, sentía escozor dentro de su boca, ardor en sus ojos debido a sus pocas horas de sueño… y tenía en el pecho una horrible sensación de que retrasó lo inevitable.

 

—¿Qué fue lo que te dijo, Fon?

—¿Aparte de que soy un saco de reproducción y que se desharía de mí si no me embarazo? —bufó Tsuna.

—Sí —Skull rio—, aparte de eso.

—No es gracioso.

—Lo es cuando has escuchado el mismo discurso por años —mordisqueó su cuchara de plástico antes de seguir con su pastel—. Es tan divertido que nos crean así de inútiles.

—Y a eso, ¿por qué están tan cerca de mí? —miró detenidamente a sus acompañantes—. La otra vez no se acercaron a menos de dos metros.

—Tomamos unas cositas blancas que eliminan nuestro aroma por completo —canturreaba Lambo quien casi terminaba su pudín—. Pero sigue, Tsuna, ¿qué más te dijo tu suegris?

 

A veces Tsuna envidiaba la simpleza con la que Lambo solía tomarse las cosas, de esa personalidad despreocupada que evitaba los problemas. Pero en otras ocasiones envidiaba la fortaleza que tenía Skull, porque era obvio que aquel omega sabía sobre todo lo malo de ese mundo y aun así sonreía y seguía luchando. Tal vez por eso aquella vez en la que se encontró “casualmente” con Fon en el hospital, y después de haberse alejado tanto como pudo del mismo, llamó a ese par para desahogarse un poco. Quizá no debió tener esa reunión con ese par.

 

—Pues… que debería embarazarme y darle a Kyoya la familia que deseaba, que era un inútil por no haber seducido a Hibari-san y que… —apretó los labios— fui una mala inversión.

—Wow —Lambo sonrió—, qué cruel… —fingió estar dolido—. Se parece a lo que me dijo Reborn hace dos semanas cuando le robé su taza de café favorita —le guiñó un ojo—. Te acostumbras, tranquilo.

—Oye, Tsuna —Skull suspiró por el delicioso postre que estaba ingiriendo—, ¿por qué no haces eso que te dijo?

—¿Qué?

—Ya sabes, te acuestas con el alfa y te embarazas —ondeó su cuchara—. Eso.

—¡Estás loco!

—No —Skull sonrió—, es que sólo piénsalo —se relamió—. Si todo lo que nos has contado de Hi-chan es cierto, el que tú te acuestes con él te vuelve el diamante supremo. Él se sentirá obligado a protegerte y más.

—Estás loco.

—Con lo enamorado que esta de ti —sonrió—, eso sería como tomar al toro por los cuernos.

 

Odiaba pensar en que Skull tenía razón, en que la tuvo siempre. Pero era así… Hibari lo consideraba algo intocable, incluso llegando al punto de auto-flagelarse para no ceder ante su propio celo y así evitar dañarlo. Kyoya cumplió con la promesa de no forzarlo, lo hizo de tal forma que hasta Adelheid pareció resignada a lo que pasara. Tsuna no esperó llegar a tanto, pero lo había logrado. Hizo que Kyoya lo amara devotamente.

 

—¿Estás diciendo que debo acostarme con Hibari-san sólo por tenerlo a mis pies? —jadeó indignado.

—¿No te gusta la idea? —sintió ternura por ese omega virgen—. Oye piénsalo. Él te daría todo, te cuidaría de todos, se pondría de rodillas si se lo pides.

—Eso si yo le gustara —contradijo.

—¿En serio crees que no le gustas? —soltó una carcajada—. Por dios —Lambo bufó—. He visto cómo te mira, cómo te trata… —formó un corazón con sus manos—. Te estaba espiando cuando salías, obviamente.

—Pero…

—Sí —Skull apoyó—, y si te embarazas… te dará el cielo —le gustaba esa idea—. Lo tendremos en nuestras manos hasta el punto en que al fin te hagas dueño de su fortuna y te vuelvas nuestra reina en este juego de ajedrez.

—¿Sabes jugar ajedrez?

—No, pero eso qué importa —rodó los ojos—. Sólo digo que serás importante.

—No lo haré.

—Tsuna, el fin justifica los medios… —parecía obvio para él—, además, dudo que te desagrade tener sexo con ese tipo.

—¡No digas eso! —enrojeció.

—Te gustará. Disfrutarás del sexo porque es como la caja de pandora para un omega virgen y recién casado. Hi-chan te tratará bonito y nosotros tendremos a nuestra pieza clave. ¡Todos felices!

—Soy yo el que tendrá que hacer eso —se estremeció, porque no le gustaba esa idea.

—Claro, no hay nadie mejor que tú para ese trabajo —Lambo sonrió—. Yo estoy haciendo lo mismo. No es tan feo como lo piensas.

—Lambo tú… —no quería pensar que su amigo se estaba vendiendo de esa forma—. ¿Con quién?

—Luego sabrás —le guiñó un ojo.

—¿Tú también Skull?

—Yo estoy muy manchado como para eso —negó riendo—. Las probabilidades de que alguien se interese en mí son casi nulas…, por eso mis bebés, ustedes son los encargados de ayudarme.

—¿Qué harás después?

—Ya te enterarás... Ahora sólo céntrate en conquistar a ese alfa y ponerlo a tus pies.

—Pero… —no lo pensaba hacer— ¿Hibari-san no saldrá dañado?

—El que tiene que enamorarse es él…, no tú —Skull lo miró con seriedad—. Recuerda eso.

—Lo sé, pero aun así… me sentiré culpable.

—Se te pasará, tranquilo.

 

No pasaba, seguía ahí. La culpa lo estaba consumiendo. Porque ya logró que Kyoya se enamorase de él, que le cediera todo lo que deseaba y cumpliera sus caprichos, llegó incluso a obligarlo a que le declarara su amor de cierta forma… ¿Y ahora qué? ¿Qué pasaría después? ¿Qué tenía que hacer ahora? Porque con lo de la noche anterior lo había jodido todo y seguramente Kyoya lo vería sólo como un pequeño obstáculo.

Pero eso era, ¿o no?

Hizo todas las cosas mal hasta el punto de haberse puesto en peligro y a todos los demás también. Se había ganado esa agresión que dolía horrores. Había hecho que incluso Irie saliese dañado. Todo lo hizo mal, todo era su culpa, todo… cambió su rumbo.

Jodida clase alfista.

Los odiaba a todos porque eran unos desgraciados, pero desde el día anterior los odiaba aún más. Todos ellos estaban tan manchados que no tenían reparo. Todos ellos merecían desaparecer para que quedasen las personas como Mukuro quien respetaba incondicionalmente a Takeshi, o las personas como Kusakabe quienes protegían a los omegas sin esperar algo a cambio.

Por eso quería seguir con eso a pesar de todo, para acabar con todas esas familias de casta pura y deshacerse de esa mugre. Porque no quería que su pequeña Aiko creciera en esa cuna noble, no la dejaría en manos de esos depredadores.

Los iba a destruir a todos sin importar cuánto le doliera o costase.

Porque lo más importante era ayudar a todos los omegas.

No importaba lo que sucediera con los demás.

No importaba si él o su alfa sufrían.

Ya no debía dudar más.

 

—¿Estás despierto?

 

Tsuna se tensó al escuchar esa voz detrás de su puerta, no respondió porque no sabía cómo actuar desde ese punto. Necesitaba guía, pero no podía llamar a Skull por el momento porque no era conveniente dar siquiera el mínimo chance de que Kyoya se diese cuenta de lo que pasaba… Porque por el momento ni siquiera quería levantarse, no se sentía capaz de enfrentar la vida.

 

—No quise golpearte ayer. Pero tenía que aplicar un castigo… o alguno de los otros lo hubiese hecho en mi lugar… y no hubiese sido tan considerado.

—Lo sé —contestó con la voz entrecortada, sin haberse quitado las frazadas de encima.

—Aun así, te hice daño —podía notar el arrepentimiento en esa persona.

—Duele —sus lágrimas brotaron porque aún estaba sensible por todo lo pasado.

—Déjame curarte —suplicó.

—Estoy bien.

—No lo estás.

 

Tsuna agradecía que Aiko no estuviese en casa, porque lo hubiese escuchando sollozando cuando abrió su puerta y conectó su mirada con la de su agresor. Cuando vio al azabache reconoció las ojeras, preocupación, miedo, culpa, todo englobado en aquel hombre alto y de porte que se inclinó ante él para pedirle una disculpa a la par que lo reverenciaba. No dijo nada, tampoco hizo algo más que llorar quedito, sólo… se dejó curar el alma y el cuerpo a través de los leves toques temerosos que le cedió aquel hombre.

Cada quien se sintió culpable a su forma.

Kyoya le explicó lo sucedido a pesar de que Tsuna entendió lo que pasaba, pero lo dejó hablar, porque él no quería hacerlo. Fue recalcado lo tradicionales que eran los Caruso, de lo extremistas en cuanto proteger su honra, de su falta de decencia, y finalmente de lo que deberían hacer para que el incidente fuera olvidado por completo. Porque debían aparentar que de verdad se dio un castigo acorde a la falta del omega, caso contrario sería una ofensa al organizador de esa reunión exclusiva y se tomarían represalias.

 

—¿Extrañarás al abuelo? —Iemitsu le quitaba los seguros al asiento de bebé donde transportó a su pequeña nieta.

—Bubu —señalaba los seguros antes de mirar por la ventana—. Casa papá.

—Sí, estamos en tu casa —sonrió el rubio embelesado con las palabritas sencillas que la pequeña usaba—. Vamos, seguro que te extrañan… Igual yo que ahora te tengo que dejar.

 

Había ofrecido llevarla para pasar, aunque sea unos minutos más con aquella pequeña y regordeta bebita, cuya sonrisa resplandecía igual que en antaño lo hizo la de su propio hijo. Adoraba a aquella pequeña, era una dulzura de bebita y cuidarla era un sueño. A veces incluso deseaba que ese alfa tuviera más reuniones a las que asistir para que le encargara el cuidado de la pequeña de cabellos violetas…, pero a la vez no quería que eso pasase, porque su único hijo también se vería involucrado.

 

—Gracias por cuidarla.

—No es nada —sonrió antes de dejar a la pequeña en brazos del alfa—, y si me permites, quiero ver a mi pequeño atún por un momento.

 

Iemitsu jamás se esperó que su camino se viera impedido por aquella persona, es más, hasta le pareció una especie de broma hasta que la negativa fue pronunciada nuevamente. Tuvo un mal presentimiento sólo con eso, porque aquel azabache jamás le impidió ver a su hijo sino era un caso extremadamente grave o especial. Se asustó, en verdad lo hizo porque por más que intentó entrar a esa casa, no lo dejaron.

 

—Quiero verlo.

—No es buena idea. No por ahora.

—¿Qué le hiciste?

—Puede volver otro día —Kyoya le evitó la mirada—, por ahora no es conveniente.

—¡Quiero verlo ahora!

 

Iemitsu estuvo consciente que levantar su voz no era adecuado porque asustaría a Aiko, pero tuvo que hacerlo, porque sólo así el alfa se centraría en la pequeña y bajaría su guardia. No se equivocó, el alfa vaciló el tiempo justo como para empujarlo y entrar. Con desesperación buscó rastros de su hijo, y al no verlo en la sala o cocina subió casi a tropezones por las escaleras. Ni siquiera le preocupó que Kyoya se enfadara por la invasión a su privacidad. ¡Al diablo el alfa!

 

—¡Tsuna!

—¿Papá?… que… ¿Qué haces aquí?

 

Los ojos del rubio se centraron en aquella mejilla rojiza y algo abultada que estaba siendo apretada contra un poco de hielo. Perdió el aliento, apenas y pudo acercarse para observar mejor. Porque no era la mejilla lo que le preocupaba, sino era la mancha verdosa que adornaba uno de los ojos de su pequeño atún y esa marca violeta que cruzaba el labio inferior de su hijo. Sus manos temblorosas no pudieron tocarlo, tenía miedo de dañarlo más de lo que ya estaba.

 

—Papá… Déjame explicarlo.

 

Pero eso no tenía más que una explicación, y por eso aquel padre indignado lanzó una queja audible a la vez que retornaba sobre sus pasos en busca del que creía era el causante. Porque nadie le había puesto un dedo encima a Tsuna y no dejaría que ese estúpido alfa fuera el primero. No le importaba si su casta era inferior, ni siquiera le interesaba el estatus del esposo falso que tenía Tsuna… Lo iba a matar. Iba a golpearlo por hacerle daño a su niño.

Bramó el nombre del culpable.

Lo enfrentó en la sala.

Ignoró el tono elevado de su voz.

Y se lanzó sobre ese maldito azabache hasta que terminaron en el patio.

No le importaba su edad o condición física, sólo era su rabia hablando y ganando terreno por sobre su buen juicio. Mataría al desgraciado que golpeó a su pequeña criatura, su único hijo, su legado más preciado. Lo haría pagar con creces. Y por eso armó un escándalo monumental en el patio mientras le gritaba un sinnúmero de reclamos, lo amenazaba y criticaba las marcas en la piel de su hijo. Luchó cuanto pudo y hasta que no pudo respirar bien. Intentó hacer caer a ese infeliz, no midió su propia fuerza. Se desahogó entre bramidos y golpes.

 

—¡Ya no más! —apenas y escuchó el pedido de Tsuna—. Papá… ¡ya detente!

—¡No hasta que lo mate!

—¡Es suficiente! ¡Por favor!

—¡Él te golpeó! —respiró profundo— ¡Cómo quieres que me calme!

 

Iemitsu no estuvo consciente del tiempo en el que se dio su pelea, tampoco el cómo fue dominado por el alfa o cuándo fue obligado a entrar a esa sala y quedarse quieto. Luchó incluso cuando su propio hijo lo abrazó en pedido por que se calmara. Porque era tanta su indignación que ninguna explicación creíble le bastaría. Pero al final terminó abrazando a su hijo, sollozando una disculpa, y escuchando la explicación de toda esa… mala broma.

Sólo escuchó a Tsuna, sólo a él.

Se le fue informado de lo ocurrido en la reunión de la noche anterior, del altercado, los motivos y las consecuencias. Pero antes de que empezara una nueva pelea con el alfa que tranquilamente estaba sentado en el sillón solitario, junto a la cuna donde Aiko jugaba con el ave amarilla que revoloteaba de vez en vez, Tsuna lo detuvo una vez más. Porque la única herida real era la de esa mejilla hinchada, porque lo demás era un intento de maquillaje algo desastroso pero que al parecer funcionó lo suficientemente bien.

 

—Todos deben pensar que castigué a su hijo como es debido —Kyoya habló sin expresar emoción alguna—, y gracias a usted eso ya está hecho.

—¿Cómo que gracias a mí?

—La pelea, papá —Tsuna sonrió mientras sostenía aun el brazo de su rubio padre para que se mantuviera sentado—, gritaste muchas cosas… y fue lo suficientemente fuerte para que los vecinos escucharan.

—Gracias —Kyoya asintió levemente con su cabeza—, con eso… y con unos días de maquillaje en Tsunayoshi, todo pasará sin más amenazas.

—Y lo planearon.

—Yo no fui, es más, lo entendí poco después de que empezaras a pelear con Hibari-san —el castaño hizo una pequeña mueca con su labio.

—Debo admitir que eres inteligente —Iemitsu se limpió el leve rastro de lágrimas y se acomodó el cabello un poco—, pero… para la próxima, al menos avísame.

—Si se lo hubiese dicho, no hubiese salido tan perfecto como lo hizo.

 

No iba a contradecir eso y, aun así, le lanzó uno de los cuadros para al menos así cobrarse el golpe en la mejilla de su pequeño atún. Porque nadie debería tocar de forma ruda a un omega, nadie, ni siquiera esa gente con dinero.

 

 

Pero no a todos les iba mal en ese tipo de reuniones…

 

 

Si mal no recordaba, Skull le dijo que en ese tipo de reuniones a veces se buscaba un prospecto de pareja, pero Lambo también tenía en cuenta que él era una posesión de los Argento… entonces, ¿por qué él y todos los demás omegas del harem estaban siendo obligados a conseguir marido? Bueno, entendía que era parte del plan de su maestro, plan que no le había sido contado en totalidad, no hasta que cumpliera con algunos requisitos, pero no le veía futuro a eso.

 

—Al menos la comida es buena —murmuró al acercarse a la mesa de bocadillos.

 

No podía quejarse de eso, en realidad cada fiesta tenía su buen surtido de suaves bocadillos que eran un deleite para su lengua. A veces incluso deseaba tener un estómago más grande para repetirse todo lo que encontraba, y no era porque en la mansión de los Argento la comida fuera un desastre, por el contrario, pero siempre que se reunían en la alta sociedad —y debido a las diferentes culturas de quienes formaban parte del linaje más alto de la sociedad—, la comida siempre variaba.

 

—¿Por qué ningún alfa te acompaña? —era la pregunta recurrente que debía enfrentar cuando se le daba permiso para alejarse de Reborn.

—Se me ha dado la autorización para interactuar con los demás omegas —reverenció finamente, tratando de que su obi no le perforara las tripas porque estaba muy apretado—, y he terminado aquí, solo.

—Te acompañaré por un rato entonces.

 

Generalmente seguía con la plática, reía ante las bromas mal hechas de sus… obstáculos, y después seguía en su camino hacia los bocaditos. A veces incluso se le daba permiso de bailar un poco con quien le intentara coquetear, pero si el alfa que lo tenía en la mira no era adecuado —o a Reborn no le gustaba—, el propio alfa Argento venía por él y se lo llevaba a otro lado o abandonaban la fiesta. Cuando estaba con Skull las cosas se asemejaban bastante, aunque Skull era un poco más directo en el rechazo y con un par de burlas sobre la vida personal del “pretendiente” se auto concedía el derecho de largarse.

 

—Te sugiero el mousse de limón —esa voz le hizo saltar un poco porque llegó desde su espalda—, te gustará.

—Muchas gracias por la sugerencia —sonrió, porque era la primera vez que una de sus pláticas iniciaba así—, la tomaré —rió sin mirar al alfa antes de reverenciarlo.

—Te ayudo.

—¿Eh? —Lambo se alteró cuando el ajeno le quitó su pequeño plato—. Pero no es… necesario —vio cómo colocaban uno de esos pequeños recipientes transparentes con algo que olía bien.

—Con las mangas de tu kimono, sería difícil hacerlo —el alfa rio suavemente antes de devolver el plato a su dueño.

—Gracias —Lambo dio un rápido vistazo a su acompañante antes de reverenciarlo nuevamente.

—¿Podrías decirme tu nombre?

 

Lambo no había visto a ese alfa en ninguna de las otras reuniones, y podía deducir por aquel tono de voz con un acento marcado, que no era de Japón; tal vez era ruso o de esos países con una lengua de difícil pronunciamiento porque aún le costaba pronunciar bien algunas sílabas. Sonrió. Debía admitir que el sombrero de copa le sentaba bien al alfa en combinación con esos cabellos negruzcos algo desordenados que le llegaban por encima de los hombros, además, esos ojos grandes de un color violeta oscuro, casi negro, eran favorecedores. Ese alfa tenía cierto parecido con Reborn, incluso en esa aura un poco galante que se cargaba en el movimiento suave de sus manos.

Y no sólo le dio su nombre, sino que siguió con esa plática muy “ligera”, porque trataban de temas tan simples como el menú ante ellos, el baile de las personas, la cultura —ahí Lambo certificó que su acompañante no era japonés—, sus trajes y el leve frío que hacía por la lejanía de las personas en esa fiesta algo aburrida. Fue divertido, mucho, y supuso que Reborn lo notó porque este había desaparecido incluso de su campo visual. Tenía vía libre.

 

—Sé que quieres preguntar —el alfa fue muy suave, amable—, así que hazlo.

—Alguien como yo no puede darse esos lujos ante un alfa como usted —agachó un poco su cabeza—, incluso creo que mi comportamiento hasta ahora no ha sido adecuado.

—Me gusta cuando mis acompañantes rompen las reglas —susurró suavemente acercándose al jovencito.

—¿En serio? —se atrevió a levantar su rostro y mirar directamente al alfa—. Oh…, perdón —pero de nuevo volvió a agachar su mirada—. Qué descortesía de mi parte el levantar la voz y mirarlo como a un igual.

—Eres encantador…, pero no te sale tan bien el papel de omega ideal —rio suavemente causando el leve bochorno de Lambo—, y no quiero que sigas intentándolo.

—Creí que ya había perfeccionado esto —reconoció avergonzado—, lamento eso.

—Como dije… me gusta —posó sus dedos en la quijada de Lambo y elevó un poco ese rostro—. Puedes mirarme.

—No creo que…

—Yo te autorizo… Y si el alfa a tu cargo reclama, hablaré con él para sacarte de líos.

—¿Seguro? —pestañeó un par de veces— ¿No me está mintiendo? —elevó su rostro, pero cerró sus ojos— Porque Reborn no es…

—Quiero ver de qué color son tus iris.

 

Lambo suspiró profundamente antes de separar sus párpados y dejar que sus ojos verdosos brillasen con la luz de las lámparas que los iluminaban. Pestañeó varias veces y finalmente se fijó en esos ojos enigmáticos y esa sonrisa ladeada que demostraba porte y malicia. Se quedó estático ante ese alfa que estaba finamente cubierto por un traje impecable, sintiendo cierta incomodidad dada por su primer acercamiento real ante un alfa de casta pura. Sintió como esos dedos viajaron hasta su mejilla y se deslizaron hasta uno de sus mechones rizados para enredarse en este.

 

—¿Qué se siente mirarme a los ojos directamente?

—¿Puedo ser sincero? —jugó con sus dedos.

—Sí.

—Creí que era más alto que yo —se cubrió los labios por su falta de respeto e intentó disculparse, pero aquel hombre sólo rio ante sus palabras—. Perdón… a veces olvido que yo…

—Eres un atrevido.

—¡Lo siento tanto!

—E impertinente —mostró sus blancos dientes en una sonrisa divertida—, lo puedo decir sólo con mirarte.

—De verdad… —estaba en problemas. ¡Podrían hasta golpearlo por imprudente!

—Me gusta así —lo soltó para así mostrar su mano enguantada—. ¿Te parece si te toco adecuadamente?

—Oh —Lambo no estaba muy seguro de lo que pasaba, pero ¡al diablo! De todas formas, ya estaba en problemas—, pues eso suena muy sugerente —se cubrió los labios con la manga de su kimono—, y puedo malinterpretarlo —rio bajito.

 

La risa divertida de aquel alfa azabache resonó en medio de tantas otras, con la diferencia de que esa fue natural y sincera, por lo tanto, hermosa y algo melodiosa. La voz grave no opacó la diversión en aquel alfa, y la risita oculta de Lambo también destacó entre los invitados. Ambos en su pequeño mundo cerca del bufete de bocadillos, siendo nada más que dos personas que olvidaron su casta para disfrutar de su noche.

Lambo permitió que ese hombre se quitara el guante, le brindase una caricia delicada en su mejilla y que jugara con sus cabellos recortados hasta por encima de sus hombros. Sus rizos fueron desorganizados y aquel alfa sonrió encantado mientras lo hacía. Fue un momento agradable que se terminó con el anuncio por el micrófono por parte del organizador y dueño de la fiesta.

 

—Debo volver con el alfa a mi cargo —reverenció Lambo.

—Eres, o muy ingenuo, o muy olvidadizo.

—¿Eh? ¿Por qué?

—No te he dicho siquiera mi nombre —sonrió—, ¿no quieres saberlo?

—Cierto —Lambo sonrió—. Desearía saber el nombre del príncipe azul en esta fiesta.

—No sería un príncipe azul si es que conocieras mi reputación.

—Creo que, si la conociera, tampoco cambiaría de opinión —Lambo galanteó como le fue enseñado por Skull, mientras entrecerraba sus ojos—, porque es el primer alfa que logra encantarme hasta ahora. Entonces sí, podría considerarlo mi príncipe azul.

—Bermuda von Veckenschtein —tomó delicadamente aquella mano que jugaba con la manga del kimono y la besó—, es un placer.

—Fue un gusto conocerlo, Veckens… —rio porque ni siquiera siendo superdotado podría repetir ese apellido—. Su apellido es difícil —se carcajeó suavemente.

—Entonces te autorizo a llamarme simplemente Bermuda.

—No podría —se alteró, porque hasta para él eso era impensable—. Mi dueño se enojaría y seguro me golpearía.

—Y yo obviamente no lo voy a permitir —sonrió con prepotencia, como si en sus manos tuviera el poder de ir en contra de cualquier familia—, porque para tratar negocios con Reborn, pediré como requisito tu buen trato, Lambo Bovino.

—Qué galán —bromeó.

—Me complace que hayas notado mis intenciones —Bermuda se quitó el sombrero de copa para reverenciar al omega—. Sabrás de mí con prontitud… y espero que nos divirtamos tanto como hoy.

—Eso… me gustaría —reverenció antes de ver cómo aquel alfa se alejaba—. Me gustaría mucho.

 

Era obvio que le iba a gustar ver a Bermuda de nuevo, no sólo porque era una compañía excepcional, sino porque… había encontrado a su presa. Cuando se lo contase a Skull, estaría muy orgulloso, mucho más porque al parecer logró captar la atención de aquel alfa tan llamativo. Sí, fue una gran noche. Mucho más cuando Reborn le sonrió antes de “felicitarlo” —a su modo—, por la excelente velada y porque Bermuda no perdió tiempo. Ese alfa pactó una reunión de negocios con los Argento y expresó algunas peticiones más para afianzar sus relaciones.

Sí, fue una de las mejores reuniones a las que asistió.

 

 

Roces…

 

Tsuna admitía que hubo algo bueno de esos días en los que fingió estar recuperándose de su castigo por mal comportamiento, y fue que la atención de Hibari hacia su persona se incrementó. Lo entendía, el alfa quería disculparse de muchas formas, demostrarle que en verdad no quiso hacerle daño e intentaba compensar aquel golpe que no pasó más allá de un par de días de dolor.

El primer día Hibari le cocinó sus platillos favoritos y lo llenó de atenciones cada diez minutos, le trató la herida con sumo cuidado, intentó no tocarlo más de diez segundos y lo abrazó sólo cuando él le dijo que estaba bien hacerlo. En el segundo día le compró pastel de chocolate de la tienda que más le gustaba, le trajo galletas de avena y le besó las manos para demostrarle cariño, además, se volvió a disculpar muchas veces más mientras le secaba el cabello después de su ducha. Al día siguiente le fue entregado un pequeño obsequio acompañado de una rosa roja y una nota de disculpa por no haberle cedido la cita de San Valentín que tanto quiso. Y cada día Hibari tenía un detalle mucho más dulce que el anterior.

 

—Hibari-san —se removió entre los brazos del alfa—, ¿usted me ama?

 

Se escondió en el pecho del azabache sintiendo como aquellos brazos lo acunaban con delicadeza, por eso adoraba dormir con Hibari, porque se sentía seguro. Suspiró en medio de ese silencio, apreció el perfume a madera seca, se dejó embobar por el amor infinito que le ofrecían y decidió aprovechar la oportunidad. Elevó su rostro sonrojado para observar la reacción del alfa quien mantenía sus ojos cerrados.

 

—Sé que no está dormido, Hibari-san —sonrió divertido por ese infantil acto.

—¿Por qué preguntas? —miró a Tsuna un momento.

—Tengo… curiosidad.

—Vas a incomodarte.

—Quiero escucharlo.

—No lo diré.

—¿Por qué?

—Porque no pude cuidarte como fue debido.

 

Lo tenía todo. Estaba en sus manos. No había duda.

El castaño se removió un poco hasta que esos brazos le dieron libertad. Encogió sus piernas, elevó un poco su torso, se sentó en medio de esa cama y miró por la ventana con la cortina mal cerrada.

¿Qué debería hacer con ese tesoro invaluable?

La respuesta era simple: tomarlo.

Sonrió con un poco de tristeza porque su lado omega se sentía feliz al ser tratado de forma tan amorosa por el alfa, pero su mente planeaba algo diferente a sólo corresponder a ese hombre. Decidió no pensarlo demasiado, sólo… hacerle caso a su lado animal.

Ante la atenta mira de esos ojos azules, sonrió con dulzura y poco a poco se acercó de nuevo al alfa. Se acomodó encima de ese cuerpo más grande que el suyo, posó su abdomen encima del de Kyoya, dejó que esas manos lo sostuvieran delicadamente por la cintura, y se acercó tanto como pudo a ese rostro.

Acarició las mejillas del alfa con dulzura y cuidado, cerró sus ojos mientras sonreía al escuchar el suave respirar de Hibari dado entre esos labios separados con sutileza, y finalmente acercó su nariz a la ajena para rozarla sutilmente. No escuchó queja alguna, estaba consciente de que Hibari jamás se quejaría ante esas acciones tan amables. Y finalmente posó sus labios sobre los ajenos para iniciar un beso.

 

—¿Qué pretendes, Tsuna?

—Que me ame —susurró antes de rozar sus labios con los ajenos—, porque quiero sentirme amado.

 

No lo dejó decir más, no quiso, no era necesario. Atrapó el labio inferior de Hibari entre los suyos, cerró sus ojos cuando el alfa le respondió al beso, y suspiró cuando su piel se humedeció en conjunto con la ajena. Siguió con ese beso placentero, disfrutó del roce de esa lengua que quería acariciar la suya, y gimió alterado cuando esos dedos repasaron la piel desnuda de su espalda.

Lo quería.

Quería que le robasen el aliento, que tocaran cada porción de su piel. Quería sentirse deseado hasta el punto de la locura, pero por sobre todo…, quería que el amor que le profesaban se contagiara a su cuerpo. Quería tener a Hibari para él…, pero sabía que sería difícil después.

 

 

Continuará…

 


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