Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Locura por mi todo por 1827kratSN

[Reviews - 84]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

 

—¿Desde cuándo te volviste así de débil, ave-kun?

 

Kyoya cambiaría la respuesta de ese día, cambiaría todo en realidad, incluso cambiaría las decisiones que tomó cuando cumplió la edad suficiente para abandonar la mansión de Fon. Cambiaría tantas cosas, tantas, que a veces se abrumaba por sus propios pensamientos y terminaba mirando la pantalla de la computadora, el celular, la ventana, o lo que fuera sólo para intentar distraer su mente hacia otra cosa.

 

—Cambiaría todo.

 

Mientras en esa mañana contemplaba a aquel castaño durmiendo entre las sábanas de su cama, ocurrió lo mismo que en aquella vez. Pensó en las posibilidades que pudo forjarse, en sus miles de errores, en sus sueños truncados, pero después solamente suspiró al saber que no podía cambiar nada. Solo debía seguir enfrentando todo eso como siempre hizo, ahogando la tristeza de las derrotas y sujetarse a su propio orgullo para no decaer.

Su cabeza dolía, sentía sus encías picarle porque sus colmillos aún no terminaban de contraerse, su lado alfa estaba dormido, su cuerpo se sentía pesado incluso después de haber tomado un largo baño…, y su consciencia le estaba taladrando el cerebro. Había hecho tantas cosas mal que llegó a ese punto, uno del que quería salir, pero que a la vez disfrutaba como pocos momentos en su vida. Tal vez por eso simplemente cubrió correctamente ese pequeño cuerpo y salió de la habitación.

Necesitaba tiempo.

Tiempo que no pudo darse porque cuidar de aquel jovencito era su responsabilidad, velar por su pequeña hija era su responsabilidad, responder ante los padres del castaño era su obligación, redoblar la seguridad de su territorio era una necesidad porque ahora que “eso” pasó no iba a dejar que Fon se enterara. Tenía tantas cosas que hacer que no podía darse un respiro. Pero era mejor así, porque de esa forma no pensaba en los hechos y seguía paso a paso.

 

—Hibari-san, eso me duele un poco.

 

Se mantuvo de rodillas junto a la tina, con las mangas recogidas, tratando de ser lo más cuidadoso posible mientras tallaba la piel del castaño, sin decir más palabras de las necesarias. Se centró en su tarea, intentando no mirar demasiado las marcas en toda esa piel o el rubor intenso que había en las mejillas de quien no se negó a ser ayudado en esa tarea; y cuando terminó, lo envolvió cuidadosamente en la toalla para cargarlo y dirigirlo al cuarto correcto. Le secó el cabello con delicadeza usando la toalla, y solo al terminar, dejó que esos ojos se encontraran con los suyos.

Kyoya no supo si sintió vergüenza por lo que hizo, o una especie de enorme satisfacción y alivio.

Le acarició la mejilla con la finura que usó cuando, por primera vez, sostuvo la manito de Aiko entre sus grandes dedos, lo miró con dulzura y después suspiró. No esperó que fueran las manos de aquel castaño las que le cederían el consuelo que necesitaba. Esos dedos fríos y humedecidos que se deslizaron por sus mejillas y esa sonrisa avergonzada, fueron como la brisa veraniega que calma el calor sofocante. Se lo agradeció mucho. Y le agradeció más el suave beso en los labios que el propio castaño inició.

 

—¿Valió la pena?

—Aún no lo sé.

 

No podría responder a eso, tal vez jamás podría, pero de algo sí estaba seguro, y era que esa sola noche despertó en él una llama intensa de necesidad y un sofocante deseo de marcaje que no desapareció ni a la semana. Era la primera vez que se sentía tan determinado a reclamar a un omega como suyo, tan disgustado por no ver ese cuello deformado por sus dientes o pensar en que Tsuna saldría de casa con riesgo a que otro alfa —o hasta omega—, percibiera ese aroma combinado de flores y manzanas.

Era tan insoportable.

Su lado alfa a veces parecía gritarle y tenía que detenerse a respirar.

 

¿A dónde ha ido tu fuerza de voluntad?

 

Adelheid le reclamó eso y más durante mucho tiempo, pero él no podía responder, porque ni siquiera él sabía lo que estaba pasando. Porque era diferente a todo. Era extraño y hasta un poco aterrador.

Estaba reaccionando a los estímulos que antes lograba ignorar a la perfección cuando un omega intentaba “frecuentarlo”. Cedía ante cosas tan simples como una sonrisa o una mentira. Y no reprochaba cuando bien sabía que lo estaban manejando como a un títere. Lo único que tenía en claro era que quería mimar a aquel chiquillo, para poder percibir esa felicidad reflejada en un manto ligero de feromonas.

 

—Se ven tan graciosos.

 

Tsuna reía, y su risa era tan sincera que Kyoya no protestaba o hacía algún sonido para detener esa acción. Era feliz al escucharlo siendo feliz. Y no le importaba si la gracia era dada a sus costillas.

 

—Sus cabelleras —casi ni podía respirar—, son… un… desastre.

—Manana —Aiko bostezaba en brazos de su padre—. Días, días, mami.

 

Eran un desastre de verdad. Aiko se despertó más temprano en ese día, Kyoya no tuvo ni tiempo de arreglarse un poco, y su cabello era una maraña de mechones desordenados que se asemejaban al de los violetas mechones de Aiko quien pedía una manzana de la mesa. El azabache dejó a su hija en la sillita de bebé, le cedió la manzana y un vasito especial de plástico con adornos de mariposas que contenía un poco de leche tibia con algo de chocolate, mientras él se sentaba junto a ésta para prepararse un té.

 

—Quieo sheta, papi —señalaba Aiko.

—No ahora —dictó Kyoya ante la atenta mirada del castaño quien servía el desayuno.

—Quero sheta.

—No. Es muy temprano para eso.

—¡Quieo!

—Si es sólo una —Tsuna intentó mediar—, no creo que sea malo.

—No —pero el azabache fue firme.

—¡Quieo sheta!

 

Sí, el periodo de pataletas había llegado a ese pequeño cuerpo que se agitaba en la silla asegurada. Aiko manoteaba al aire, empezaba a llorar y repetía lo que quería entre hipidos. Aun así, Kyoya era firme, sin dar muestra siquiera de alterarse, mientras Tsuna intentaba calmar a la pequeña que incluso lanzó su manzana lejos.

Serían largos días o meses, de eso se tenía seguridad.

 

 

Noticia…

 

 

—Quiero hablarles sobre algo importante.

 

Adelheid había convocado a la mitad de su personal a una reunión —eso para evitar que los pacientes quedaran sin supervisión—, y planeaba repetir esa charla con la segunda mitad de sus empleados después de terminar con eso. Enma había sido elegido para estar en el primer grupo, jugaba con sus dedos mirando atentamente la pizarra garabateada y mal borrada, y después tragó duro porque él ya sabía todo eso y, aun así…, aún no lograba creerlo.

 

—Es sobre una cirugía que prácticamente prohibí se realizara en esta clínica —miró a todos con esa postura dura e imponente—, nuestra clínica.

—Si es que estuvo prohibida, ¿por qué hablaremos de eso ahora?

—Porque… a ustedes me confiaré para esta intervención. No permitiré que alguien más se haga cargo de algo tan importante para mí.

—¿Cuál? —Mayu sintió que algo no estaba bien.

—La mutilación genital femenina —la alfa se giró hacia la pizarra y escribió con firmeza—. Mejor conocida como MGF… Y se las voy a explicar a detalle, así que presten atención y no quiero preguntas hasta el final.

 

La estancia se quedó en un silencio tenso, casi asfixiante. Todos permanecieron con las manos cerradas en puños, los labios apretados, incrédulos y pendientes de la explicación oral y gráfica que su líder —la alfa que administraba ese lugar y su protectora—, les daba. Muchos jadearon a la mitad de la explicación, otros intentaron detener sus ganas por expresar su disgusto por el tema, todos intentando ser profesionales e instruirse sobre algo de lo que poco o nada se aprendió prácticamente, pues aquella intervención médica tan inhumana solo era un cuento explicado en los libros de medicina.

Pero, la realidad era otra. Porque aquellas iniciales que representaban la violencia ante un género determinado, estaban estrechamente ligadas a la cultura de la clase alfista, a los hospitales más reconocidos, y era un secreto a voces que se respetaba porque formaba parte de la sociedad por la que se regían. Era un término poco conocido por las personas fuera del campo médico, pero era un procedimiento cedido con la mayor discreción posible en casi todos los centros de atención en su país y en el mundo.

 

—En el caso de omegas y betas es algo cultural dado como castigo o por fetiches, practicado muchas veces sin supervisión médica legal; y, por lo general, nosotros —se señaló a sí misma y a su gente— tratamos de remediar ese horrendo hecho. Pero hay una variante —soltó su marcador—, el dado hacia alfas que serán relegadas a lo que se conoce como “deltas”.

—¿Deltas? —no pudieron soportarlo más. Tenían que preguntar.

—Un delta es una alfa privada de su labor como “padre”. Eso dicho de manera simple significa —se cruzó de brazos, mirando cada reacción en sus oyentes—, la extracción del clítoris y del órgano sexual fecundador en total… o parcial medida, dependiendo de si se llega a un acuerdo con el alfa macho con quien se realizará la unión.

 

La explicación siguió sin prisa, y todos pudieron apreciar como aquella alfa se sentía incómoda con el tema. Adelheid caminaba de lado a lado, evitaba mirarlos, apretaba los puños y seguía explicando. La vieron fruncir el ceño, jugar con sus dedos, suspirar, y al final… apreciaron la resignación en esa mirada.

 

—¿Por qué usted?

—No voy a dar explicaciones de mi vida privada.

—No puede.

—Puedo —miró a su cirujano— y lo haré.

—¡Cómo se va a someter a algo tan cruel! —Mayu se levantó, con los ojos llorosos y la indignación a flor de piel—, ¿por qué?

—Mayu —intentó calmar Enma, pero a la vez, veía en su amiga su propio pesar.

—Ya la hemos visto en relaciones con otros alfas y ¡nunca mencionó este procedimiento hasta ahora! —Mayu sollozó, perdida ante el dolor de un ajeno—. ¿Por qué ahora?

—¿Alguna pregunta médica? —los miró con seriedad.

—¡Responda! —la omega viuda, fue ignorada.

—Esto significa que usted ya no dirigirá la clínica, ¿verdad?  —habló un beta que cumplía como médico general.

—Sí —no pudo evitar apretar los labios—. La clínica pasará a manos de otro alfa, uno de mi confianza y que mantendrá las cosas tal y como han estado hasta ahora.

—¿Se va a… casar?

—Sí —Adelheid suspiró antes de señalar el pizarrón—. Ya lo saben todo… La cirugía se planificó para ser realizada en un mes, preparen todo y…

—¿La obligaron?

—Se acabó la reunión —Adelheid miró a todos—. Llamen al siguiente grupo.

—¿Con quién? —Mayu apretó los labios—. Por favor…, al menos tiene que ser con alguien que usted ame lo suficiente.

 

Pero Adelheid no respondió y les ordenó salir para que el siguiente grupo pasara. Ni siquiera al segundo grupo que hizo las mismas preguntas y reclamos, lo supo. Todo quedó en secreto, porque incluso el propio Enma no conocía el nombre del culpable de toda esa inhumanidad. Lo único que supieron al siguiente día fue que su nuevo líder sería alguien llamado Ryohei Sasagawa, quien se incorporaría con ellos apenas y llegara desde América debido a un traslado apresurado.

Aun así, siguieron insistiendo, tratando de saber el nombre del que se llevaría a su más respetada jefa, buscando alguna razón del accionar de Adelheid, intentando justificar el dolor por el que pasarían al ver a su querida alfa protectora siendo mutilada y quien dejaría de lado su casta para volverse una marioneta más en un matrimonio al que no serían invitados. Pero todo eso acabó cuando aquella persona se presentó por sí sola en la clínica, en una evidente mofa hacia la que sería su futura esposa.

 

—¡Te dije que aquí no entras! —lo empujó con rudeza.

—Quiero familiarizarme con esto —sonrió—, porque tendré que velar por tu recuperación tras la cirugía, querida.

—¡Piérdete!

—No olvides que tú aceptaste esto.

—Y no olvides que puse condiciones que deben ser respetadas —le gruñó.

 

La discusión en la entrada de la clínica fue tan notoria que muchos salieron en auxilio de su jefa, pero se quedaron solamente en la puerta por amenazas de la propia Adelheid y del llanto ahogado de uno de sus compañeros. Porque Enma estaba teniendo un pequeño shock dado tras ver a esa persona y los demás intentaban calmarlo.

 

—¡Vete, Zakuro!

—Nos vamos, querida Adelheid —sonrió antes de sujetar el brazo de la alfa—. Tu padre nos ha llamado.

—¡Que se joda!

—No es la forma de hablar de él.

—Suéltame —se alejó y gruñó—. No oses tocarme, asquerosa rata.

—Apenas firmes el papel —le susurró en el oído a Adelheid—, pasarás a ser la delta bajo mis órdenes, Adelheid.

—Como si pudieras someterme.

—Como si pudieras impedir que esto suceda.

 

Y era cierto. Porque Adelheid ya lo intentó y fue inútil. Fue por eso que dejó la discusión ahí y se encaminó al auto lujoso que la esperaba a ella y a Zakuro. No dijo nada ni miró atrás, quiso ser la misma Adelheid dura de siempre y se subió al auto, esperó a que su futuro esposo se subiera también, y cerró los ojos en busca de paciencia hasta que llegasen ante el cabrón que la orilló a eso.

Porque su padrastro alfa era un infeliz que pudo hacerse de la suficiente información como para chantajearla y colocarla bajo su yugo. Obligarla a casarse con Zakuro solo era el entremés. La amenaza con quitarle la clínica y dejar a todos en la calle, trasladar a todo omega que estuvo bajo su cuidado a la lista diamante de la clase alfista, así como la amenaza por llevarse lejos a Enma y Mayu para encerrarlos en un burdel de Europa —porque el idiota aún no sabía cuál era el omega convertido en el amor de la vida de Adelheid—, fue lo suficiente para doblegarla.

 

—Seremos felices, mi querida Adel.

—No obtendrás nada de mí —sonrió—. Nada.

—Ya lo veremos, querida.

—Te detesto y te mataría si tuviese la oportunidad.

—Y es por eso que tu padre me eligió para esto —sonrió.

 

Adelheid sonrió para sus adentros, porque ese imbécil creía que iba a obtener algo con ese absurdo, pero no era así. Y si bien se sometería a todas las condiciones de su padrastro, también exigió algunas cosas, como que su herencia fuese dada después de la cirugía. Y ella ya planificó todo lo demás a partir de ahí, porque si se iba a casar con ese idiota, no le daría ni un centavo, ni la satisfacción de dominarla de alguna forma.

Zakuro y su padre no sabrían que ella iba a llegar al altar sin un centavo o propiedad a sus espaldas. Ella sería solamente una delta de casta pura que sería utilizada como un lindo adorno del cual presumir. Además, se juró a sí misma que antes de que la ataran por tiempo indefinido, arreglaría al menos la mitad de sus asuntos pendientes.

 

 

Flor…

 

 

Se lo advirtieron, incluso el propio Kyoya se lo dijo, pero él mismo no supo cómo controlarse. Porque había plantado la semilla de esa flor prohibida, y ahora que estaba retoñando no tenía idea de cómo detenerla para que no formara un rosal lleno de espinas. Tan hermoso y dañino.

 

—No se detenga… No lo haga.

 

Quería sentir esa explosión de sensaciones, quería que su mente se mantuviera en blanco, quería escuchar esa voz cerca de su oído, quería… que le quitaran el aliento hasta el punto en que su visión se volviese borrosa. Quería todo. Quiso todo. Y lo obtuvo. Porque entendió que su cuerpo no era el único en llamas, sino que el fuego al parecer se expandía hasta la piel que tocase y al ser que sedujese.

Él inició aquello, tan solo cuatro días después de la primera vez.

Jadeando en medio de las memorias dadas por sus sueños entremezclados con la realidad de su pasado, no tuvo pudor y se metió entre las cobijas ajenas, pero después de un par de veces fue Kyoya quien lo buscó. Siempre era a la media noche, como si ambos desearan negarse ante los deseos de su subconsciente, pero terminasen perdiendo la batalla. Era solamente girar el pomo de la puerta sin seguro, un susurro y una aceptación dada por un beso desesperado.

 

—Ya no…, así no…

—Espera.

 

Mientras se aferraba a las sábanas y ahogaba sus gemidos en la almohada que mordía, deseaba que en alguna oportunidad pudiese gemir y gritar cuanto desease para expresar el placer que sentía cuando aquellos largos dedos hallaban aquel suave punto glorioso dentro de sus entrañas. Pero también le gustaba pensar en la privacidad de su acto a puerta cerrada, del secreto que guardaban entre las paredes de su cuarto, y la desesperación que guardaba por mantenerse en silencio y no perturbar a la pequeña criatura que dormía en el cuarto cercano.

Pero no era fácil.

Porque sentía el pecho ajeno pegado a su espalda, los besos en sus omóplatos, las suaves y cariñosas mordidas en el borde de sus hombros, las rodillas ajenas pegadas a las suyas, sus pieles rozando coordinadas con sus respiraciones irracionales. Tal vez lo que más disfrutaba eran los besos en su cuello sobre aquella parte que le quemaba y deseaba ser marcada con fuerza, de esas manos que sujetaban las suyas mientras sus dedos se entrecruzaban, y de los susurros amables que le cedían antes de la unión definitiva.

Kyoya siempre lo trataba con amabilidad, preparando su cuerpo con calma, entre besos y caricias, cediéndole placer sin límites, y siendo rudo cuando era necesario serlo. Desenfrenado al momento de la fusión de sus cuerpos, pero alternando aquella hambre por compartir el sudor de sus pieles con un calmado vaivén que sólo lograba alargar su desesperación por alcanzar el cielo. Era tan fascinante ahogar sus últimos gemidos entre sus labios, pero también era frustrante que aquello no se extendiera más de una vez por noche… o que, por más que Tsuna suplicara, no le cedieran el gusto de sentir la semilla ajena invadiendo su interior.

 

—¿Estás bien?

—Sí —soltaba una quejita suave porque era la segunda vez que sentía el nudo en su interior—, pero… ¿por qué? —dolía, se sentía tan atiborrado del ajeno, y no entendía por qué no era así siempre.

—A veces no puedo controlarme —jadeaba junto al oído del castaño antes de abrazarlo con cuidado.

—No se controle —suplicaba, porque aquel dolor del nudo le gustaba.

—Tengo que hacerlo.

—¿Por qué? —derramaba sus últimas lágrimas.

—Porque si no… jamás te voy a volver a soltar… Jamás te dejaré ir.

 

Tsuna a veces creía que Kyoya sabía más cosas de las que decía saber, en otras ocasiones solo creía que estaba siendo paranoico, pero después volvía a notar un comportamiento singular, y finalmente se daba cuenta que solo lo deseaban cuidar. Tal vez por eso se desahogó con quien se volvió su confidente y guía, quien le festejó aquella primera noche y quien le fue orientando con lo demás. Y siempre recibió una sonrisa cariñosa a cambio.

 

 

Atentado…

 

 

Se había despertado en medio de un aroma a chicle, y no tenía ni una puta idea de por qué. Sin embargo, mientras los minutos pasaban, cuando su mente se enfocaba en rememorar los hechos y su cuerpo le enviaba señales punzantes de dolor en algunas zonas, pudo sonreír. Había triunfado ferozmente y sin pensarlo siquiera. Había logrado doblegar esa voluntad firme que le impedía a sí mismo ceder ante una manipulación de ese tamaño. Superó la desesperación de un imposible y se enfocó en algo que podía palpar y saborear como caramelo de uva, de esos que le gustaban tanto.

Se sentía en la gloria del infierno.

Sentía una maraña de emociones fulgurando en su pecho y sus lágrimas brotando en medio de la penumbra, pero se armó de valor para así deslizarse por entre aquel brazo que lo dejó libre porque el dueño se removió hacia el lado contrario de la cama. Se levantó entre maldiciones mentales por el dolor de su existencia y el temblor de sus piernas, buscó a tientas el bonito kimono blanco que usó hasta la noche anterior, se ató el obi como mejor pudo intentando que todo estuviera en su lugar. No retornó su mirada hacia quien reposaba a su lado y simplemente se escabulló de esa habitación desconocida.

Sólo se aseguró de llevar su celular, sus medias para no palpar el frío suelo, su cuerpo lo más cubierto posible, los billetes ocultos en una de las mangas de su kimono y la poca dignidad que le quedaba. Se alejó de aquel cuarto tras cerrarlo con cuidado, ni siquiera se dio tiempo de limpiarse un poco o de refrescar su rostro con agua. No. Solo caminó con prisa hacia el ascensor y presionó el botón de la planta baja, sintiéndose dichoso al sentir el vértigo que el aparato le causó al empezar a descender. Sollozó suavemente mientras deslizaba sus dedos por su cuello en busca de aquello que recordaba en medio de borrosas súplicas por más de aquella tortura, y contuvo un grito de victoria cuando halló aquella marca humedecida por su propia sangre.

 

—Lo logré —sollozó junto al teléfono colocado en su oído—. Lo hice, maldición.

Me sorprendiste —sonrió del otro lado—. Y… ¿te dejó ir?

Me escapé —respiró Lambo mientras ignoraba las miradas del personal de ese estúpido hotel—, ahora necesito… que… me digas qué más hacer.

La marca esta recién implantada —se escuchó murmullos al fondo—, estarás sensible por unos días, pero tranquilo. Ven a mí y yo cuidaré de que el lazo que te une con Bermuda sea favorable para ti y no para él.

Voy para allá…, maestro.

 

Sí, había logrado que la marca de su cuello se la colocara aquel alfa excéntrico de firme temple y que le estuvo frecuentando tanto como él lo permitió. Aún recordaba la huida de los centinelas de los Argento sólo para encontrarse con Bermuda en un parque de diversiones, disfrutar todo lo que pudo mientras fingía ser una persona normal, y después cederle a aquel tipo todo lo que quiso mientras aparentaba negarse hasta que simplemente no pudo más.

Sí, fue divertido, pero el resultado dolía como la mierda.

 

—¿Necesita ayuda? —esa voz chillona y desesperada, lo desorientó un poco— ¿Algo malo le pasó?

—¿Puede ayudarme a conseguir un taxi? —le suplicó a la chica que lo auxilió cuando sus piernas le fallaron casi al llegar a la entrada.

—Le… ¿Le hicieron daño? —Lambo vio el miedo en esa mirada, pobre chica.

—No —sonrió antes de levantarse con ayuda de la muchacha—. No fue contra mi voluntad…, pero si mi padre me encuentra ahora —mintió entre risas—, me matará… Por eso… debo irme sin dejar evidencias. ¿Me ayudas?

—Sí, sí… pero ¿estás seguro de que no te obligaron?

—Incluso si lo hubiesen hecho —lagrimeó—, soy un omega —la chica empezó a temblar debido a la impotencia—, así que nadie me defenderá.

—Lo sé —su voz se quebró—, y eso es muy triste.

 

Lo ayudaron a subir al taxi y Lambo les suplicó a los dos betas que lo ayudaron para que no dijeran que lo socorrieron, lo vieron o que memorizaran las placas del taxi. Les dejó unos dólares en agradecimiento por el silencio de aquella noche. Dio las indicaciones respectivas al conductor y luego solo se recostó para ahogarse entre sus propias recriminaciones y alegrías.

Le dolía la marca en su cuello y el pecho, sentía a su lado omega suplicar porque volviesen con su alfa, pero Lambo sólo pensaba en que debía volver al harem y ocultarse hasta el punto en que Bermuda pusiera el mundo de cabeza sólo por tenerlo en sus manos de nuevo. Quería que se armara una guerra por él y para él.

 

—Lo logré.

 

 

Aliado…

 

 

No había sido algo que nació de la nada, a Tsuna le costó demasiado lograr que Kyoya notara su claro interés por saber más sobre los negocios, empresas, administración y demás. Se esforzó mucho aprendiendo por sí solo cuando tenía tiempo libre, intercaló su aprendizaje de inglés con sus conocimientos mal infundados, y se frustró muchas veces al leer artículos en internet. Pero el resultado de todo su esfuerzo se dio en una mañana mientras Aiko se hallaba recostada en medio de la sala fingiendo leer un libro de cuentos.

 

—Te enseñaré todo lo que debes saber de una empresa.

—Wow, pensé que no lograría convencerlo.

—Será algo duro, pero pon atención y podrás llegar a un nivel aceptable.

—Aprenderé rápido, Hibari-san.

—Si te esfuerzas —admiró el entusiasmo sincero del castaño—, te llevaré a una empresa de verdad.

—¿En serio? ¡¿Cuál?!

—Una ensambladora de autos en la que los Hibari son accionistas.

—¿Y eso se puede?

—Sí…, si eres un accionista más y tienes ciertos privilegios por ser de casta pura.

 

 

Cambios…

 

 

Era notorio el cambio que inicialmente no pasó de ser un rumor que se esparció por allí. Fon estaba consciente de todo eso mientras caminaba en medio de esa reunión festiva con sus colegas del consejo.

Aún le era difícil el pensar siquiera que un omega salido de quien sabe qué agujero hubiese podido mandar al carajo todo su sistema establecido durante generaciones, y haber tomado participe en las decisiones de varias empresas. No le gustaba nada, en realidad a muchos no les gustaba. Pero más importante que eso era el rumor paralelo que dejó al “omega de oro” en segundo plano.

 

—Fon-sama —susurró I-pin quien en esa ocasión se le permitió estar a la par del alfa—, escuché algo muy… grave.

—¿Qué escuchaste?

—Alguien dijo que… usted… —respiró profundo antes de acercarse un poco más al mayor—, que usted tuvo que ver en la muerte del antiguo líder de los Caruso.

—Ahora entiendo todo.

 

Tenía que aceptar que quien fuera el “omega de oro” o la familia detrás de este, fue muy inteligente, porque era obvio que esa familia era la causante de todo ese embrollo. Esparcir un rumor era sencillo, pero lograr que los de las más grandes familias se lo creyeran era ya otro asunto.

Se dispersó un rumor cualquiera que tomó fuerza basado en algunas coincidencias o por la veracidad del que esparció el rumor, pero se hizo eso para ocultar el impacto dado por el omega que estaba comandando algunas empresas y cuyos socios se negaban a revelar la identidad para no salir perjudicados en el mercado.

Pero ¿por qué colocarlo a él como el objetivo?

Debía haber algo detrás de esa acusación tan grave, algún interés especial, un enemigo muy peligroso que simplemente quería jugar con su reputación o algo más elaborado que eso. Como fuera, ahora debía enfrentar las acusaciones y desmentirlas para evitar que eso lo llevara a ser la oveja negra del consejo alfista de Japón. Porque si no lograba hacerlo, todos los demás se pondrían en su contra y lo destajarían como a un conejo para servirlo en la cena.

 

—Fon-sama —advirtió de nuevo—, nos acorralaron.

 

Estaban a la mitad de la fiesta, rodeados por varios alfas y betas de servicio especial, los meseros se habían retirado y las copas desaparecieron. Las miradas estaban puestas sobre él y su esposa, a la que sutilmente empujó detrás de él. No era buena señal si es que iban a juzgarlo en medio de esa fiesta a la que asistían miembros lejanos al consejo que se vieron tan sorprendidos como él. Tuvo que amablemente pedirles una explicación para ese accionar y esquivar a su primer atacante, pero al primero le siguió otro, y un pequeño caos se desató hasta que la persona menos esperada lo terminó de raíz.

 

—Ugh…

—Tras de mí, Fon-sama.

 

I-pin actuó de forma sigilosa, esperando el momento adecuado para cortar el ataque del segundo adversario, deslizándose con habilidad de su zona de protección detrás de su alfa para rodearlo y cortar el golpe de un alfa que quiso atacar por la espalda. Para ella fue sencillo deslizar su mano y bloquear la contraria para aplicar un contrapeso, deslizar su pie por entre los del ajeno y hacerlo caer inmediatamente. Su pequeña y delgada contextura la volvía mas ágil, y la fuerza ganada por años de práctica en diferentes artes marciales le supuso una superioridad que supo aprovechar, antes de que alguien intentase usar su voz de mando.

Tenía al alfa enemigo en el suelo, con el brazo extendido en una pose dolorosa, amenazando con romperle el brazo si es que se movía intempestivamente, además, Fon dejó en claro que nadie tocaría a su esposa sin pasar sobre él. Todos entendieron que la elección de la compañera de uno de sus líderes no fue al azar, porque aquella niña que parecía no matar una mosca, acababa de darles frente y defender al alfa que le dio marca. Todo… a pesar de que portaba consigo un pequeño —pero llamativo—, dije adornando una pulsera fina de plata que simbolizaba su maternidad. Para todos fue evidente desde hace un tiempo que la omega esperaba un hijo, tal vez por eso la creyeron una presa y no un problema.

 

—I-pin, tranquila.

—Lamento mucho mi accionar —reverenció a su alfa con la cabeza, sin soltar al atacante—, pero usted estaba en peligro.

—Eres prioridad aquí, querida —la llamó con un movimiento de su mano—. Ven a mi lado.

 

I-pin soltó al atacante, quien seguramente era un servidor solemne de alguna buena familia, y se colocó junto al alfa quien le acarició la espalda y la rodeó con su brazo en forma protectora. Todos los demás empezaron a reírse, algunos se mantuvieron serios y otros pocos dieron la orden de que todo se detuviera allí.

 

—¿Por qué me han atacado?

—¿Has sido el autor de la muerte del antiguo Caruso?

—¿Por qué habría de asesinar al líder con quien tenía negocios rentables en el país y con quien iba a empezar una empresa multinacional? —sonrió antes de acomodar un mechón de cabello de su esposa— y ¿por qué habría de ponerme en riesgo cuando espero un heredero que puede salir afectado?

—Evidencias hay algunas.

—Acusaciones sin fundamento.

—Ten en cuenta que debemos tener la certeza de que no eres un enemigo.

—Lo sé… y ahora me han hecho dudar de su lealtad hacia mí.

—Una jugarreta de un enemigo común —declaró otro alfa—, así que bueno —rio— olvidemos esto y sigamos con la fiesta… Ya después haremos una reunión para intentar hallar al mentiroso.

—Bueno… supongo que me permitirán retirarme —Fon sonrió amablemente, dirigiéndose al dueño de aquella reunión—. Mi esposa se ha alterado y no quiero que esto pase a más.

—Cuida de tu cachorro, Hibari-san.

—Cuide del suyo también —fue una amenaza sutil—, y esperemos retomar la confianza que nos teníamos para la siguiente reunión.

 

Las cosas estaban cambiando, y nadie sabía de donde nacieron las dudas o por dónde ingresó la amenaza. Claramente, era una muestra de que debían poner más atención.

 

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

 

A que creyeron que no iba a haber capítulo semanal, y Krat les sorprendió. Muajajaja.

Ok ya, no me voy a quejar de mi vida, y sólo diré que tal vez —sólo tal vez—, me tome un descanso porque pienso adelantar la R27Week de este año, por si las dudas. Pero ni pex, aquí estaré friega y friega con la telenovela que se armó XDDD.

Krat los ama~

Sean felices~

Besitos~


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).