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Locura por mi todo por 1827kratSN

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La calidez de esa pequeña mitigó todo el dolor por volver a una casa que ya no le pertenecía, esa sonrisa borró toda la soledad de su alma, y el besito en su mejilla lo hizo sonreír. Adoraba tanto a su hijita, a su pequeño pajarillo, a su linda Aiko.

Así como adoraba a Kyoya.

 

—Has hecho un buen trabajo.

 

Hibari no era de palabras románticas u oraciones largas, pero era una persona de miradas brillantes y dulces, de sonrisas sutiles pero cariñosas, y de acciones simples como la caricia en la mejilla que le brindó, o el beso largo que no fue más que la unión de sus labios por un largo rato.

 

—Aiko también quiere un beso.

 

Risitas de bienvenida, cariñosos abrazos, el sonido de las rueditas de la maleta que encaminaban a la entrada, y cuatro pares de ojitos que los espiaban desde la puerta mal cerrada. Tsuna quiso reírse de eso, pero no lo hizo, porque era un momento muy serio e importante.

Porque dejó de ser una autoridad, y volvió a ser un simple chico.

Todo era decisivo, y lo fue más cuando su hija menor salió corriendo hacia él, pero no para abrazarlo, sino para empujarlo un poco y aferrarse a la pierna de Kyoya en protesta. Porque Sara era celosa nata, al igual que sus otros dos hermanos, quienes de forma parecida se aferraron a las manos del alfa para alejarlo del recién llegado.

El cuarto espía, rio.

Lussuria sabía que ese día llegaría tarde o temprano, así que disfrutó mucho de esa bienvenida aparatada por parte de sus angelitos, hasta lo guardó como un recuerdo muy divertido para futuras anécdotas que contarles a sus niños. Porque el regreso del omega era un espectáculo especial.

 

—Le ofrezco mi cuato.

 

Aquella frase hubiese sido una ternura de propuesta, de no ser porque aquellos niños obviamente estaban evitando que el recién llegado entrara a la habitación de su papá. Los dos retoños rubios incluso se interpusieron en el pasillo y señalaron su cuarto en coordinación.

 

—Gio y yo domiremos con papá.

—Tú quédate ahí.

—O puede dormir en el cuarto libre del fondo~ —añadió el que fue hasta ese día, la niñera.

—Lussuria —amenazó Kyoya con una sola mirada.

—Yo solo decía~ —soltó una risita mientras cargaba a su pequeña Sara—. Como sea, hasta que todos se organicen, esta señorita y yo iremos a preparar el almuerzo~

—Yo también voy —ofreció Aiko antes de correr con Lussuria—. Haremos el plato favorito de papi Tsutsu.

—¿Y cuál es?

—No sé —Aiko se volteó para mirar a su papá, a los dos.

—Lo que quieras, está bien —sonrió Tsuna a su pequeña.

—Tonkatsu y un postre de chocolate o fresas —Kyoya miró a Lussuria antes de que este asintiera con una sonrisa, porque era divertido saber que aquel alfa aun recordaba esos detalles.

—Eso será entonces~. Vamos, Aiko.

—Yo me quedo —pero la pequeña pelirroja tenía otros planes, y se removió hasta que la bajaron—, con papá —dictaminó con seriedad.

 

No estaba bien, para nada bien, y Tsuna sabía que los pequeños no lo hacían con intención.

Quería solo un pequeño momento a solas con Kyoya, solo un rato, solo para abrazarlo como era debido y susurrarle emocionado que ya todo había acabado, que fue un éxito. Pero sus hijos no lo permitieron. No le dieron descanso, y le remarcaron numerosas veces que él solo era un extraño que a veces llegaba a visitarlos.

Si Mukuro lo viera, seguro se reiría mucho.

Si Reborn lo viera, seguro diría algo hiriente que acabaría por destrozar su autoestima.

Si su madre lo viera, estaría muy decepcionada.

Suspiró, apretó los labios y de nuevo se dio valor, porque estuvo preparándose mentalmente para ese momento, para ese instante en el que lidiaría con la actitud seca de sus trillizos. Por eso tuvo mucha paciencia y les siguió cada muestra de negación que le dieran, siempre intentando no verse incómodo o triste, solo respetando lo que esos tres niños consideraban como propio.

 

—No puedo obligarlos a aceptarme de un día para otro, o cambiar todo lo que ellos conocen.

—No permitiré que duermas en otro cuarto diferente al mío —pero había alguien en desacuerdo.

—Pues… —Tsuna rio bajito ante esa actitud dada por un alfa adulto, maduro y territorial— vamos a tener que lidiar con eso por un tiempo.

—No.

—Kyoya, se supone que los niños son ellos…, no tú.

 

Cero abrazos, nada de besos, ni siquiera una caricia entre sus manos, sin momentos de privacidad. Tsuna estaba listo para eso, pero al parecer, el alfa de la casa no. Era sumamente gracioso ver el malhumor de Kyoya cuando su intento por estar con Tsuna era interrumpido por sus hijos, y era aún más gracioso verlo suspirar y resignarse porque jamás trataría mal a sus pequeños.

Lussuria reunió pruebas de esos momentos a escondidas, porque tal vez era el que más se estaba riendo de la situación.

Aiko era ajena a todo eso, ella monopolizó casi por completo a Tsuna, enfocada a recuperar todo el tiempo en el que le faltó el cariño de su “madre”; y fue eso exactamente, lo que alivió un poco el pesar tanto de Tsuna como Kyoya. Porque la mayor de las hermanas, duplicó sus dosis de risitas y juegos, de paseos y caminatas, porque presumía a su padre omega cada que podía.

 

—Dos semanas ya —Lussuria ya no le tenía rencor a ese castaño, se le pasó en cuanto vio la grandeza que ayudó a forjar—, lo lamento por ti.

—¿Por qué lo dices? —y Tsuna aprendió que Lussuria solo era una ayuda para todos, incluso para él.

—Porque ni una noche con tu alfa, solitos los dos, has podido tener.

—Los niños han tenido pesadillas.

—Qué aburrido eres —hizo una mueca—, ¿por qué no te avergüenzas un poquito al menos?

—¿Debería?

—Acabo de hacer una insinuación a tu falta de intimidad con tu alfa, y tú ni te alteras.

—No eres tan directo —sonrió.

—¿Debería serlo?

—No, por favor —Tsuna rió divertido mientras seguía en su labor de cocinar algo para los niños—, porque te pueden escuchar.

—¿Y qué importa?

—Son niños.

—Cierto —suspiró.

—Además —Tsuna miró a Lussuria con diversión—, conviví con personas que decían cosas mucho más indiscretas y directas por mucho tiempo… Lo que me llegues a insinuar o decir, no me afectará en nada.

—Hum, qué aburrido —hizo un mohín—. Definitivamente ya perdí las ganas por molestarte.

—Suerte la mía.

 

Pero no todo era malo. No lo era. Porque Tsuna admitió desde siempre, que le gustaba ver a aquel imponente alfa siendo un padre abnegado y cariñoso con sus hijos, lo dijo cuando lo vio cuidar de Aiko, y lo repitió las innumerables veces que vio a Kyoya cargando a uno de los trillizos para calmar su llanto por alguna pequeña caída o mientras intentaba dormirlos para dejarlos en la cama que correspondía.

Sonrió en cada ocasión en la que veía a Kyoya bailar en la sala o en el patio con Sara o Giotto, soportó alguna carcajada cuando veía a su alfa recostado en la sala con todos sus niños dormidos sobre él o a su lado, y se enterneció por las veces que descubrió a los trillizos trepándose a la cama de Kyoya para acomodarse y dormir con él, todo bajo la excusa de tener pesadillas.

Admiró a Kyoya tal y como lo hizo hace tantos años.

 

—Es una fiesta de té —Sara era la guía en ese día, reuniendo a todos en el patio—. Papá es el señor del banco, Giotto es el señor policía.

—No me gusta eso —el rubiecito protestaba—, quiero ser el seño del centro comercial.

—¿Por qué?

—Porque ahí hay dulcedías, tiendas y juguetes.

—Entonces está bien —Sara se encogía de hombros—. Alaude será el señor policía entonces.

—Quiero ser el señor del comité —exigía antes de tomar su taza adornada de flores—, como Kusakabe.

—Está bien —Sara sabía que no podía discutir con Alaude.

—Luss será la reina.

—Ese papel me gusta, cariño~.

—Aiko será la bailarina. Yo seré la chef en jefe.

—Un cargo grande como siempre —Lussuria sonreía ante su pequeña—. Como debe de ser.

—Y Tsutsu… —lo pensaba un poquito—, será el seño de la tele que hace enojar a todos.

—Creo que jamás me quitaré ese papel.

 

Lussuria no podía parar de reír, Tsuna tampoco, pero a Kyoya no le daba tanta gracia porque quería olvidar ese pasado. Eran juegos nada más, pequeñas oportunidades para interactuar, ocasiones para conocer más a sus hijos, y el castaño las aprovechaba al máximo. Porque su misión actual era recuperar, aunque sea, un poco de la familia que dejó atrás.

Y también disfrutar de su serenidad.

A la vez que reía presa de la ironía por vivir un romance secreto con el amor de su vida —eso a pesar de que llevaran casados por varios años—, también aprendió que pequeñas cosas cambiaron en su alfa, quien se volvió mucho más cálido y hogareño. Pero era divertido también, porque simplemente cumplió con uno de esos sueños estúpidos de adolescentes. Así de tonto como sonara, funcionaba para él.

 

—Te extrañé mucho.

—Yo aún más.

 

Eran sus pequeños momentos de silencio y complicidad, donde entrelazaban sus dedos, se dedicaban caricias, cerraban sus ojos y se abrazaban en medio de la oscuridad. Un beso o dos, una risita un poco nerviosa por su travesura, las críticas susurrantes del por qué aun no era hora de ser descubiertos, y los suspiros resignados de Kyoya cuando aceptaba que no podía lidiar con los celos de tres niños de forma adecuada.

Y un baile sin música.

Porque se deslizaban en medio de la sala, del cuarto de Kyoya o el de Tsuna, fingiendo que volvían a ser esa pareja que se estaba conociendo, o repasando la danza de la “bella durmiente” que a Sara tanto le gustaba; todo mientras se susurraban entre secretos que aún se amaban, que dejaron de importar los errores y la distancia, que era hora de necesitarse sin tapujos y ser honestos.

Un beso más, uno largo y lento.

Una mezcla de añoranza, ternura, y ansiedad. Porque en ese momento dejaban de ser padres, aliados, cómplices, alfa y omega, y solo eran dos adultos cuya vida difícil les había puesto demasiadas trabas que afrontar.

En medio de sus respiraciones alteradas, de la dulzura con la que acomodaban sus labios con los ajenos, de las caricias consensuadas y de las miradas furtivas hacia la luna que iluminaba desde fuera, en medio de todo eso, volvían a ser solo Tsuna y Kyoya, dos seres que se enamoraron mucho después de haber firmado un papel que los unía.

 

—Deberíamos casarnos de nuevo.

—Te apoyaría —Tsuna rio bajito—, pero señor alfa —ironizó—, nuestros hijos apenas aceptan que me mires por más de un minuto.

—No es verdad.

—¡¿Qué haces con mi papá?!

—Lo es.

 

Tsuna trató de opacar su risita antes de alejarse un poco de Kyoya para observar el suceso, un acto común y normal desde que llegó a su casa. En parte, le parecía tierno, solo en parte, porque después tenía que lidiar con tres miradas resentidas y una señorita media dormida que quería saber por qué sus hermanos se despertaron tan noche otra vez.

Le iba a costar ganarse a los trillizos, pero se iba a esforzar.

 

 

Aceptación…

 

 

El día en que todo terminó, se le dio la opción de irse de la mansión si así lo deseaba, pero sinceramente no quiso. Se acostumbró tanto a la convivencia entre tantos omegas, a la compañía y la amabilidad, que despegarse de eso le fue difícil, además, convivía con Shoichi y esa era una razón más para quedarse.

Pero se estaba escondiendo de la realidad, y no era justo para Shin, porque le estaba negando la oportunidad de conocer a otros niños, visitar varios lugares, y ser tan normal como la actual sociedad lo permitiera. Y si bien en el harem se le ofrecía a su hijo todas las oportunidades de crecimiento, enseñanza adecuada y más, también quería dejarlo valerse por sí mismo.

Y algo más.

 

—Iremos a conocer un templo —sonreía mientras su hijo saltaba a su lado.

—¿Qué es un templo?

—Lo hablamos ayer y vimos videos, ¿recuerdas?

—Sí, mami —el pequeño azabache elevó su mirada marrón, casi rojiza, para sonreírle a su madre—, pero qué es.

—Cuando lleguemos allá, te contaré todo, ¿está bien?

—Sí.

 

I-pin aún se sentía insegura de salir sola, presa de los miedos que la aquejaron por tantos años, pero tampoco era cobarde, así que poco a poco los estaba enfrentando. Porque sabía que, debido al esfuerzo de mucha gente, ahora podía sentirse un poquito más libre y protegida en su tierra natal. Así que estaba bien tomar de la mano a su hijo y salir, siempre llevando consigo el celular que Skull le dio para cualquier emergencia, y las tarjetas varias para que pudiera defenderse sin problemas.

Así que, en poco tiempo, también se armó de valor para afrontar algo más.

Lo vio una vez en medio de su encierro, Skull le pactó un par de reuniones fuera de la mansión y del harem también, pero era la primera vez que habló con él sin vigilancia y por interés propio. Porque necesitaba aclarar tantas dudas y saber tantas verdades, que olvidó todo lo amargo y solo soltó su voz.

 

—A veces no tengo respuestas, y a veces sí. Pero lo único certero es esto —se tocó el cuello, e instintivamente I-pin lo imitó.

—La marca.

—El vínculo —sonrió sutilmente—, el que aún está ahí.

—Eso no significa nada.

—Para mí lo significa todo.

—Pudo solo conservarlo para usarme después.

—¿Y qué ganaría con eso? —suspiró—. Solo piénsalo.

—Es eso lo que me confunde, Fon-sama —lo miró con recelo—, ¿por qué no rompió el lazo y me dejó morir?

—Porque el vínculo que tengo contigo no es solo el de alfa-omega. Va más allá.

—Siempre creí que fue solo por su hijo.

—Mi hijo viviría de todas formas, no me preocupé tanto por él como por ti.

—Necesito respuestas.

—Te las daré en detalle —sonrió con sinceridad, y eso lo notó I-pin—, solo tienes que escuchar.

 

Dulces frases, manipulaciones, lavado de cerebro… o verdades, miradas sinceras, añoranza y amabilidad. I-pin tuvo la opción de elegir entre creer o no creer, entre dejarse embelesar por un cariño que siempre quiso o por las dudas que aun la atormentaban cada noche.

Pero había forma de elegir, una muy efectiva.

Por eso I-pin tomó a Shin una mañana, le contó lo que planeaba hacer a Skull, y se encaminó a la que sería la prueba más fuerte de confianza por el que era su esposo, su alfa, y su compañero. En ese día, presentaría formalmente a su hijo, y actuaría dependiendo de la reacción del padre, porque Fon sabría lo que ocurría desde el inicio.

 

—Él es…

—Es Shin.

 

I-pin mantenía sujeta la manito del pequeño, y respiraba con calma, lista para tomar la navaja escondida en su cintura si fuese necesario, preparada para lo que pasaría después.

Pero no hizo falta.

Porque a pesar de que Fon pareció entenderlo todo, no hizo más que agacharse, sonreír y ofrecer un pequeño obsequio al niño con el que se presentó. Aun así, faltaría más para confiar en Fon.

 

—Es un omega —I-pin miró al hombre que la ató sin pedirle permiso—, es mi hijo y el tuyo, y no vas a poder cambiarlo.

—No lo hubiese hecho, porque son mi familia.

—No te creo.

—Deberías hacerlo, I-pin… Porque si no te has dado cuenta, ya no tengo quien controle mi vida y acciones.

—¿De qué hablas?

—Ya no hay consejo de ancianos, ya no hay clase alfista —suspiró—, ya no hay presión ni amenazas.

 

Todos habían cambiado para bien o para mal, porque si algo tan grande se destruía, todo lo demás se desfiguraría en igual medida. Solo quedaba comprobar que esos cambios eran reales, y no solo apariencias.

 

 

Locura…

 

 

—¿Y qué debes hacer cuando tu mami Tsutsu te pregunte qué quieres comer?

—Decir que le pregunte a papá.

—Sí, Gio-chan~

 

Lussuria seguía con sus bromas en muchas ocasiones, en otras se portaba bien y ayudaba al castaño con su interacción con los niños, pero algo había que necesitaba recalcar, y es que empezó a alejarse progresivamente de esa familia que consideraba como suya. Su deber se terminaría pronto, tanto como aquel castañito lograra la aceptación de los tres herederos.

Estaba triste por eso.

Pero supo que todo lo bueno se terminaría en algún momento, y aun así lo disfrutó mucho.

Empezó con salidas cada semana, en las tardes, diciendo que tenía que ir al médico, pero en realidad solo iba a perder tiempo en el parque mientras veía a otros niños jugar y suspiraba, porque el derecho de ser padre se le había negado por idiotas que ahora estaban pudriéndose bajo tierra. Se desanimaba mucho, y esperaba a volver con sus niños para retomar su vivacidad.

Luego fueron salidas cada cuatro días, por algunas horas. Después fueron cada dos días, en la tarde o mañana, rotando sus horas en ausencia según los niños fueran reaccionando con el castaño jefe de hogar. Tomó como ruta de destino la guarida secreta de los betas a servicio de Hibari Kyoya, pero después rondó por su antiguo hogar y por la fábrica donde trabajó con dedicación.

Aunque a veces también se dedicaba a espiar y verificar el comportamiento de Tsuna.

Sonrió al notar que poco a poco Tsuna lograba acercarse a Sara por medio de juegos e historias, usando trucos sencillos como un pastelito y una carrera por los juegos del parque. Rio a carcajadas al ver que Giotto y Tsuna eran un completo espejo despistado en muchas ocasiones, y que a veces coincidían en algún pequeño accidente que terminaba con risitas y un raspado de limón. Pero el progreso que esperaba como definitivo, llegó casi al final.

 

—¿Por qué debes recogerme y no papá o nany?

—Porque me ofrecí a hacerlo.

 

Alaude analizaba a Tsuna cada que podía, con esa mirada seria y esa expresión tan parecida a la de Kyoya cuando algo no le gustaba. El castaño padre podía decir que se derretía ante eso, porque en su mente imaginaba que Kyoya era igual a esa edad. Pero al parecer el rubiecito tomaba eso como una afrenta, y se negaba a colaborar.

Alaude no aceptaba la mano de Tsuna para caminar de regreso a casa después del jardín de niños, caminaba separado y por sí solo, contestaba con monosílabos a las preguntas del castaño, no aceptaba sobornos con galletas o algo más, no miraba a Tsuna por mucho tiempo, y dejaba en claro que no le gustaba que su padre lo tratara con tanto cariño siendo que era un recién llegado.

 

—No te voy a quitar a tu papá.

—No podrías, porque eres un herbívoro

—¿Herbívoro? —Tsuna rio bajito porque hace tanto que no escuchaba esa palabra—. ¿Dónde aprendiste eso?

—Papá me lo enseñó —sujetaba con fuerza su maleta—, y con lo que me explicó, yo digo que eres un herbívoro.

—Tienes razón.

—¿Por qué lo dices?

—Tu papá solía llamarme así antes —sonrió—, y era verdad…, pero trabajé mucho para que ya no me dijera “herbívoro”.

—¿Y cómo lo lograste?

—No lo sé bien…, pero lo hice.

 

Esa respuesta no dejó a Alaude satisfecho, pero dejó de preguntar cuando escuchó a alguien gritar a lo lejos y después vio a alguien correr. No fue difícil de entender, porque alguien gritó “detengan al ladrón”. Alaude reconoció aquello como una escena de las películas de policías que a veces veía con su papá, y sintió en su pequeño cuerpo ese impulso de querer ayudar como uno de los héroes que admiraba.

Pero solo estaba él y el castaño intruso de su casa.

Si estuviera Kusakabe o su papá, tal vez gritaría que hiciera algo, pero era decepcionante solo estar con ese herbívoro. Aun así, lo intentó, sujetando de la mano del castaño y señalando con prisa al tipo que corría hacia ellos.

 

—A veces no se debe intervenir.

—¡Pero!

 

Alaude se quedó con las palabras en la boca cuando el ladrón estaba muy cerca, y vio a aquel castaño estirar su pie, hacer un movimiento raro con la mano, y después escuchó cómo ese desconocido gritó y cayó de forma fea en el suelo.

Estaba sorprendido, porque ni siquiera lo vio venir, y por eso se quedó mirando a aquel castaño con duda.

 

—Pero a veces es bueno dar una pequeña ayuda, ¿no crees?

—¿Le pusiste el pie y ya?

—Le puse un obstáculo —Tsuna se encogió de hombros

—Qué decepción —susurró.

—Y… —Tsuna miró hacia el ladrón—. Si se rompió el brazo, ya no es culpa mía.

 

Alaude sonrió al ver al policía que corrió hacia el ladrón en el suelo, se concentró en ver cómo sería capturado, pero poco después protestó porque fue cargado en brazos por aquel castaño y alejado del sitio. A veces odiaba ser pequeño, porque no podía ver cosas interesantes como esa. Pero al menos aprendió que aquel intruso no era tan herbívoro como parecía.

Tal vez deberían darle una oportunidad.

Y cuando lo habló con sus hermanos, ellos opinaron igual.

Solo por eso dejaron de preocuparse tanto porque su papá se quedara tanto tiempo con el castaño, o que se acercaran demasiado, pero los besos estaba prohibidos, porque no les gustaba y no lo iban a tolerar. Pero decidieron que verlos tomarse de las manos estaba bien, y que se miraran raro mientras se susurraban cosas, también, pero aún vigilarían que el castaño no se metiera al cuarto de su papá.

Muchos “peros”, pero poco a poco disminuían.

 

—Si esto sigue así —Lussuria suspiró cuando vio a sus angelitos dormidos en los sillones—, tendré que irme pronto.

—No tienes por qué irte —Tsuna rio bajito porque ya se acostumbró a lo dramático que podía llegar a ser aquel raro beta.

—Sí tengo —Lussuria se limpió las lágrimas con un pañuelo bordado—, porque… soy un intruso con un deber completo.

—Lussuria, yo creo que Kyoya no te va a echar.

—No, pero es mi deber irme —suspiró alejándose hacia la cocina para servirse un vaso de agua—, porque esta familia ya estará completa… y yo tendré que seguir buscando mi lugar en este mundo.

—Ya sé de dónde aprendió Giotto a hacer tan exagerado.

—Ay, extrañaré a mis pequeños —sollozó bajito—, a mis pequeños príncipes y a las princesitas.

—Lussuria, podrías quedarte más tiempo.

—No, no, no quiero lástima de tu parte… Tal vez si Kyo-chan me lo pidiera, me lo pensaría —miró a Tsuna e hizo una mueca—, pero de tu parte no significa nada.

—Qué malo eres.

—Pero bueno —bebió un poco—, si mis niños quedan en buenas manos, estaré feliz.

—Yo los cuidaré. Te lo prometo.

—No confío en ti —bufó— pero si Kyo-chan, Nana-san e Iemitsu-san te ayudan, estoy seguro de que estarán bien.

—Eres terrible —negó entre risitas.

—Solo soy sincero.

—Sabes, sé que no nos llevamos bien por muchos motivos, pero aun así me siento en deuda contigo por cuidar de mis hijos —sonrió—, así que eres parte de la familia.

 

Lussuria no dijo nada, porque probablemente rompería en llanto y antes muerto que débil, así que solo carraspeó, le dio una palmadita al castaño y salió de ahí con una bandeja de vasitos de leche para sus mimados y consentidos. Porque debía aprovechar todos los días que aún le restaban con sus hermosas criaturas, ya que después no las vería tan seguido.

Iba a tomarles muchas fotos, a limpiarles las caritas, a enseñarle a Giotto como obtener lo que deseara solo con su carita bonita y a las princesitas les enseñaría el fino arte de amenazar a alguien sin muchos recursos, con su pequeño Alaude solo apreciaría darle cariños y abrazos porque el chiquito sabía defenderse solo.

Ya los extrañaba y aun no se había ido.

 

—¿Hizo drama?

—Sí —Tsuna sonrió ante la expresión fastidiada de su esposo.

—Aún se va a quedar —miró a Tsuna—, así que lo vamos a usar.

—¿Qué?

—Lo dejaremos a cargo.

—Pero, ¿por qué?

—Porque quiero estar contigo un rato.

 

Tsuna se sonrojó un poquito ante la mirada intensa que Kyoya le dedicó, pero volvió en sí cuando esos dedos se deslizaron por su mejilla y sus labios fueron tomados con delicadeza.

Aceptó la travesura con gusto, porque él también quería su momento a solas con su alfa.

Así que, en esa tarde, con complicidad de Kusakabe, se escaparon sigilosamente y, tomados de las manos, recorrieron las grandes calles de la ciudad que acogió su historia desde el inicio.

 

 

 

Notas finales:

 

Krat dividiendo capítulos largos desde tiempos inmemoriales.

La verdad es que sí estaba súper largo, así que lo corté, en cuando pueda, subo el respectivo final parte 2. XD.

Como siempre, si se me olvida detallar alguna curiosidad, me lo hacen saber~

Krat los ama~

Besos~

 

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