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Cazadores del Mar Celestial por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

Perdonad la espera y gracias por leer :) Espero que os guste esta segunda parte jeje

9. El Olimpo (parte II)

 

—Yo me quedaré aquí. —Hinano, el callado rubio, se había levantado y acercado a los mayores para interrumpirles—. Soy joven y sé luchar lo que Tenma y los demás, es decir, nada. Vosotros, los mayores, tenéis que cuidar de los jóvenes y no quiero resultar una carga. Este es mi papel, ahora.

Goenji, Kidou y Midorikawa se miraron entre ellos. Luego miraron a Ichiban, con quien más amistad tenía Hinano. Él no dijo nada, pues sabía que no le podrían quitar de la cabeza a Hinano su decisión. Tenma, Hikaru, Shindou y Kirino simplemente observaron.

—Bien, entonces… —Kidou se giró a Zeus—. Elegimos a Hinano para que se quede en el Olimpo.

—Que así sea. Lo dejaremos a cargo de un dios neutral, para que no haya conflictos con Hera.

—Yo me encargo del joven —se propuso Apolo—. Mi hijo necesita un poco de compañía, siempre encerrado aquí arriba por la herejía en la Tierra.

Hinano se abrazó de todos sus compañeros, despidiéndose de ellos y prometiéndoles que se verían de nuevo. Fudou y sus cazadores (bueno, excepto Fubuki) esbozaron una sonrisa perversa y de altanería.

—Nos veremos pronto chicos. Os echaré de menos.

—Y nosotros a ti, rubiales —le devolvió Tenma, con alegría.

Mientras Hinano empezaba a caminar hacia el gigante que era Apolo, Kirino se destapó la cara (pues llevaba la capucha puesta) y le detuvo un instante. Fueron solamente unos segundos, pero un haz de energía verde y azul le envolvió.

—¿Qué me has hecho?

—Te he dado un poco de protección natural para que toleres mejor el ambiente de este lugar. No es el mismo que el de la Tierra, es más pesado, y seguro que tendrá un efecto adverso en tu cuerpo.

—Gracias, Kirino.

Todo esto lo vieron Apolo, Atenea, Zeus y Hera (los dioses que aún prestaban atención a la escena) y se sorprendieron al ver el tatuaje laberíntico en el cuello y la cara del joven de pelo rosa. Apolo, que estaba más cerca para recibir a su nuevo huésped, le habló:

—Vaya, eres un hijo de Hécate. Hacía años que ninguno se presentaba por aquí.

—¿Vive aquí mi madre? —preguntó el mago, bajando la cabeza educadamente.

—Siempre es bienvenida, pero normalmente hace como mi hermana Ártemis, deambula por la naturaleza, y también suele estar cerca de la morada de Hades. Lo siento —dijo con un tono compasivo.

—No pasa nada. No esperaba verla.

—Has hecho bien ayudando a tu amigo con ese hechizo. La comida y la bebida aquí es bastante distinta y le podría afectar de sobremanera.

Kirino asintió con una sonrisa y volvió al lado de Shindou, mientras Apolo se marchaba con Hinano. Todo el grupo, cazadores incluidos, vio cómo el dios y el humano se encontraban con otro dios de menor estatura, con el pelo naranja, y los tres desaparecían por un lateral del enorme palacio.

Los invitados estaban esperando ahora el siguiente paso. Algunos dioses hablaban con Zeus y Hera en privado, intentando saber qué se proponía la pareja reinante.

—Iris, ¿estás por aquí? —preguntó Hera, mientras el resto de dioses se dispersaban. Cuando ella apareció rápidamente por su espalda, se sorprendió y quedó recostada en el Toro, que dormitaba—. Quiero que les lleves de vuelta al santuario de invocación.

—Eso está hecho.

Kidou iba a protestar, por esa promesa que Zeus había hecho al joven, pero Atenea se avanzó:

—Les acompañaré hasta allí, padre. Así hablo con el chico.

—Por supuesto.

Cazadores y humanos hicieron una reverencia final a los dioses, en especial a Zeus, y se dejaron guiar por Iris de nuevo, aunque ya sabían el camino.

—Os devolveremos al sitio donde Orión conjuró su invocación —informó—. No podemos enviaros más cerca de vuestro objetivo, lo siento.

—No es problema, tenemos amigos por ahí cerca —dijo Tenma con su alegría habitual.

Empezaron la cuesta abajo mucho más relajados. Estar ante el soberano de los dioses daba mucho respeto. Aunque en ese caso lo había dado mucho más Hera, que parecía que en cualquier momento los fuera a aplastar con el meñique a todos. Y, por suerte, sus cuerpos se habían comportado gracias a ese miedo que sentían. Pero sin esa presión divina, los ojos de los humanos se volvieron a dirigir a Iris, que ni cuenta se daba que varios pares de ojos la devoraban con la mirada. Incluso Shindou y Kirino se admitían mutuamente esa debilidad.

El único humano que parecía no estar afectado era Kidou, pues tenía a su inspiración personificada a su lado. La mismísima Atenea quería conocerle, eso era el mayor honor imaginable para el joven.

—Estuve observándote desde que el artilugio que creamos Hefesto y yo llegó a tus manos. Nunca nadie lo había usado con tanta eficacia.

—Fue un honor recibirlo de mi padre —habló Kidou, siempre con el respeto en su mente—. También fue un gran estratega y aprendí de él. Tomé el relevo cuando murió, hace unos cuantos años.

—Lo siento.

—Murió en batalla, justo como él quería. No estoy tan apenado por ello sabiéndolo. —Hizo una pausa, pero no pudo evitar pronunciar la siguiente pregunta—. ¿Por qué querías hablar conmigo?

—Quería saber cómo se te ocurrió esa formación que creaste. Nunca había visto nada tan efectivo con tan pocos hombres.

—Eh, bueno, pues… —balbuceó, después de oír a Atenea tan entusiasmada con su idea. Era abrumadora la sensación que tenía que la mejor estratega del mundo divino le escuchase con tanta energía. Los que decían que Atenea era insensible y fría, se equivocaban—. Se me ocurrió observando las estatuas en tu nombre en Argos.

—Vamos, no hace falta que seas educado. No estamos en el palacio —dijo ella amablemente.

—No, es que es la verdad. Siempre te representan con el casco, la lanza, la égida, toda bien ataviada para la batalla… Se me ocurrió que nadie luchaba como debería con esas armas.

—Ya hace tiempo que existen y parece que las usan bastante bien.

—Pero luchan solos, el general de batalla va por su cuenta, los distintos grupos chocan contra otros de forma caótica y es fácil que se dividan. Compactando las filas y eligiendo jefes de grupo delante y detrás de cada columna es mucho más fácil organizarse, desplazarse, reagruparse. Y las enormes protecciones convierten a mis hombres en una fortaleza inamovible.

—Impresionante. Vas a cambiar toda la Hélade con este nuevo sistema.

—¿En serio?

—Desde luego. No tardarán en surgir imitadores, cuando vean que tus amigos y tú ganáis infinidad de batallas, con tal organización. Tendréis que ir con cuidado.

—Lo tendremos.

—Antes de que nos despidamos, quiero darte algo por seguir tan bien mis pasos. —Kidou no respondió a eso, solamente la miró, sorprendido. Atenea levantó la mano como si algo fuera a caer del cielo. Al cabo de unos segundos, una enorme lanza se posó algo bruscamente en su mano y empezó a hacerse de un tamaño más normal para Kidou—. Toma. Es una de mis lanzas mágicas. Si la lanzas, puedes hacer que vuelva a ti desde la distancia, tiene una magia que la hace siempre certera, y al estar toda hecha de hierro le da una fuerza extraordinaria. Espero que te sirva.

—¡Por supuesto! ¡Es un grandísimo honor!

—Ha sido un placer, joven Kidou. Ahora debemos despedirnos. Suerte en tus futuras batallas.

Kidou se inclinó un poco como despedida, con su nueva lanza en las manos aún como si la estuviera recibiendo, y Atenea se despidió de todos, caminando de vuelta hasta el palacio.

—Un regalo divino entregado personalmente por tu diosa —comentó Goenji, despertando a Kidou de su ensueño—. Si no lo viera con mis propios ojos, no lo creería.

El resto de humanos (excepto Kirino, que ya había visto antes una acción así) le aplaudieron y le dieron codazos de apoyo, mirando la lanza de hierro como si la analizaran.

Iris se detuvo de repente y se giró, con una sonrisa. La conversación de Kidou con Atenea había sido suficientemente larga como para llegar hasta el santuario donde habían aparecido.

—Espero que no os ocurra nada en vuestros viajes y que nos volvamos a ver —dijo alegremente la mensajera, con esa vocecilla distraída—. Solamente hace falta que os durmáis ahí dentro y volveréis allá de donde vinisteis. Hasta pronto.

Y se fue volando, casi sin dejar decir nada a ninguno, excepto cuatro balbuceos de incomodidad. Mientras volaba, el manto se le subió un poco por el viento y todos vieron una de sus perfectas nalgas. A Tenma y a Hikaru poco les faltó para empezar a sangrar por la nariz. Eran los que estaban haciendo el mayor esfuerzo para contenerse y no perseguir a la diosa para satisfacer sus deseos.

—Pobres humanos —se burló Kariya—. Qué fácil es tentaros con lo prohibido.

Tsurugi y Fudou le rieron la gracia, mientras que los jóvenes, incluyendo a Shindou y Kirino, les miraron con cara de furia. Sí, el ser humano era débil. Pero ¿y lo que lo habían disfrutado?

El grupo se dividió claramente en dos. Los (ahora) ocho humanos y los cuatro cazadores. Parecían una familia peleada. Los grupos se tumbaron en el duro suelo y casi no tardaron nada en dormirse.

Cuando volvieron a despertar, como si hubiera pasado un segundo, volvían a estar todos en el bosque devastado por la furia del Toro. Éste ya no estaba, obviamente. Hinano tampoco, lo que confirmó que no había sido un sueño.

—Le echo de menos ya —dijo con voz queda Ichiban.

—Tranquilo, le recuperaremos —le aseguró Tenma, abrazándole. Su aire amable y mimoso consolaba a cualquiera que lo necesitara—. Ahora debemos mantenernos unidos.

Hikaru se sumó al abrazo, mientras que los mayores y la pareja de Ítaca se lo miraban de lejos con una sonrisa. Los cazadores no hacían caso de nada, obviamente, estaban planeando su siguiente paso.

El sol empezó a hacer acto de presencia. Habían pasado casi toda la noche en el Olimpo, pese a que allí parecía que era siempre mediodía, y recuperándose en el campamento. Y con el sol, llegó también alguien muy esperado.

—¡Kazemaru! —exclamó Tenma, el primero en verle.

—Kazemaru, por fin —dijo aliviado Goenji—. ¿Qué ha pasado?

—¡Eso debería preguntaros yo! Desaparecisteis, y luego el Toro y… ¿Quiénes son? —preguntó, señalando a los cazadores, que estaban sentados en corrillo, mirándole de reojo—. ¿Son más de esos seres celestiales?

—Nos salvaron la primera vez, cuando no nos habíamos dividido. Ellos redujeron al Toro. Forman parte de la constelación de Orión. De momento, tenemos intereses comunes.

—¿Volvéis con nosotros? —preguntó, algo confuso por lo de los cazadores—. Argos está asegurada y se está juzgando a los que han atentado contra la ciudad.

—No —intervino Kidou—. Necesito que les digas al resto de tropas y a Endou en Tirea que nosotros vamos a tardar más en volver. Tenemos una misión muy importante que cumplir. Es largo de explicar y algo increíble, así que sólo diles eso. Pretendemos encontrarnos con nuestros aliados en el centro del Peloponeso.

—De acuerdo. Me ha alegrado veros sanos y salvos, aunque hayáis acabado dispersados —No se dio cuenta de que Hinano no estaba—. Enviaré tu mensaje. Espero volver a veros a todos.

Y echó a correr de nuevo hacia Argos. Cuando estuvo lejos, más de uno tuvo la tentación de preguntar por la decisión de Kidou de seguir solos con los cazadores.

—No quiero involucrar a más tireanos en esto. Tenemos el favor de los dioses, los cazadores de Orión nos quieren ayudar y tenemos al ejército de Corinto marchando hacia el oeste del Peloponeso, justo donde necesitamos ir. Es más que suficiente.

Entre todos, humanos y estrellas, acordaron ponerse en marcha ese mismo mediodía, cuando se hubieran recuperado de las heridas.

Notas finales:

Gracias por leer :) ya sabéis dónde encontrarme :)


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