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Cazadores del Mar Celestial por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

Ya vuelvo a estar por aquí, vengo a dejar el nuevo capítulo jeje ¡perdonad la tardanza! Hoy acabaremos con el primer tercio de la historia :)

10. La larga marcha

 

 

 

Los bosques se mostraban insolentes ante el paso lento y cansado de los guerreros. Hikaru se miraba los árboles con cierto recelo, claro que después de la última excursión fuera del mundo mortal, ¿quién no recelaría de todo? Hasta los árboles podrían tener sorpresas. Cuando pasaron cerca de unos fresnos, Kariya sorprendió a Hikaru:

 

—¿Conoces el cuento de las “melíades”? —preguntó, sonriendo de forma algo macabra, pero contenida.

 

—Son esas criaturas sangrientas, ¿no? —dedujo Hikaru, mirando a su alrededor. Tenma e Ichiban se acercaron a escuchar—. Si es así, no quiero oírlo.

 

—Pues deberías. Las melíades son muy reales. Todos vosotros lleváis armas con sus espíritus.

 

Ahí sí que se perdieron los tres. Tenma le instó a hablar, pero fue su compañero Tsurugi el que empezó a contar la historia:

 

—Las melíades son las ninfas de los fresnos (1). Son las más antiguas de toda su familia y se remontan hasta los gigantes, incluido Orión, pues son hermanos entre ellos.

 

—Entonces no pueden ser nada buenas —le replicó Ichiban, buscándole las cosquillas al cazador.

 

—Pues no lo son —siguió Kariya, sonriendo como si estuviera drogado, acercándose mucho a Hikaru—. Mmm… ellas son tan libres… traen la guerra a los humanos y se deleitan con la sangre de los caídos. Al final, las lanzas hechas de sus propios árboles vuelven a su origen, a la tierra. Acércate a una melíade y no volverás a ver otro color que el de la sangre fresca.

 

El grupo entero se estaba empezando a quedar atrás por culpa de las dudas de Hikaru. Pensaba que sus amigos no se daban cuenta de que estaban caminando entre fresnos y que en cualquier momento aparecería una melíade para segar su vida.

 

—Hace mucho tiempo que no sabemos de la existencia de nuestras hermanas —dijo Tsurugi en otro tono—. En estos tiempos en los que los humanos ocupan más espacio que la naturaleza, probablemente se hayan tenido que esconder y abandonar sus antiguos bosques. Pero sé con certeza que al oeste del Peloponeso aún existen rastros de las acciones de estas ninfas. Sería un bonito reencuentro.

 

Hikaru y Tenma se estremecieron, haciendo resonar todo su armamento. Eso llamó la atención de los mayores, que instaron a los rezagados a correr un poco más.

 

Delante del todo, Fudou observaba a su dolido compañero Fubuki rebuscar entre los árboles alguna señal de peligro o de presencia de alguna otra constelación. Aunque los cazadores podían moverse bajo su forma estelar, conservaban su forma humana por respeto a los tireanos y para no perderles de vista. Aunque ellos se conocieran los caminos, probablemente no sabrían de los peligros, y el perro era el más fuerte de todos los presentes, así que era buena idea usarlo de explorador.

 

Fudou no pudo evitar mostrar una mueca de desagrado, recordando la ascensión del hermano de Fubuki.

 

—¿Puedo pedirte un favor? —preguntó a Kidou, que estaba justo detrás de él, hablando con Goenji.

 

—Claro, ¿de qué se trata?

 

—Creo que eres el más sensato, cauteloso y organizado de todos los que estamos aquí, hasta tienes ayuda divina, así que necesito que cuides de Fubuki y del resto si me pasa algo.

 

—¿Por qué debería pasarte nada? Eres un cazador, y prácticamente inmortal, además.

 

—Lo sé, y me encanta serlo —dijo, con un atisbo de sonrisa, pero desapareció rápido—. Pero tenemos un punto débil.

 

Ambos se avanzaron unos pasos para que el resto no notara la preocupación de Fudou.

 

—Es una de esas constelaciones que aún andan sueltas, ¿verdad?

 

—Sí. Es el Escorpión. Cuando pusieron a Orión en el cielo, le castigaron poniendo a su espalda la constelación del escorpión. Así, ni podía avanzar para atrapar a las Pléiades por culpa del Toro, y tampoco retroceder, pues el escorpión le mataría. Además, mientras estuvo en la tierra, ese mismo escorpión fue un castigo mortal por la arrogancia de Orión (2). Nunca nos va a dejar de perseguir y es nuestro peor enemigo.

 

En opinión de Kidou, el castigo no fue suficiente para que la arrogancia desapareciera, pero se mantuvo callado hasta que estuvo seguro de que Fudou había acabado de hablar.

 

—No te preocupes, nadie más va a morir. Saldremos todos de esta.

 

Fudou no lo vio tan claro, pero agradeció la confianza del líder humano. Los guerreros de su edad que le seguían dieron una respuesta similar. Pocas cosas impresionaban a un cazador como Fudou, y una de ellas era la resistencia y el valor de algunos humanos como los que estaba acompañando. Después de todo, usarlos para salir de su prisión en el cielo podría traer mejores consecuencias: empezaba a caerle bien Kidou.

 

Fubuki seguía explorando los alrededores en esos momentos. De hecho, quiso tardar más de la cuenta en volver. No quería quedarse quieto. Los otros no lo acababan de entender porque no eran hermanos ni nada, pero si se iba paseando con toda la calma del mundo acabaría pensando en Atsuya. Ellos no entendían la muerte.

 

Fue por eso que esperó hasta la puesta de sol para reencontrarse con sus compañeros. Encontró a todo el grupo montando un campamento improvisado al alrededor de  una hoguera. El soldado rubio más forzudo, el que le había apoyado hasta ahora, estaba en los márgenes de la hoguera, vigilando.

 

—Por fin has vuelto. Nos tenías preocupados —dijo Goenji cuando el lobo se acercó.

 

—Lo dirás por vosotros los humanos.

 

—Supongo que sí —bufó, mirando a los compañeros de Fubuki, que no parecían percatarse de su regreso—. Nosotros sí lo hemos notado. Y Fudou también, por lo menos.

 

—Ya, bueno, gracias.

 

Fubuki se disponía a acercarse a la parte de la hoguera donde estaba su particular manada, pero Goenji pensó que era un buen momento para cumplir ese favor que Fudou había pedido.

 

—Espera, oye, no tienes que superarlo solo.

 

Fubuki se giró y vio la cara bronceada de Goenji a la luz de hoguera. De nuevo, reconoció en él el dolor de la pérdida y se relajó un poco. Dejó que le acompañara con los suyos, aunque se tumbó un poco alejado de ellos. Goenji no se atrevió a preguntar.

 

—¿Te importa si me quedo esta noche cerca de ti? —preguntó Fubuki.

 

—No, claro que no, acomódate.

 

Ambos se entendieron cuando dijeron eso, pues adoptaron posturas acomodadas para dormir. Goenji cogió su escudo como si se defendiera y se reclinó en un árbol, posición que recordaba a estar tapado con una manta enorme y rígida. Cubría bien su cuerpo del viento. En cambio, Fubuki se tumbó en el suelo, sin cojines ni mantas más que la capa exterior de sus extrañas ropas de cazador a modo de alfombra.

 

El campamento se quedó en silencio al cabo de un rato, únicamente interrumpido por algún cambio de postura de los soldados, que ocasionaban ruidos de armadura. Los cazadores habían tomado la iniciativa y tenían a Tsurugi vigilando, pero lo dejó al cabo de unas horas.

 

En medio del silencio, Fubuki empezó a removerse en su sitio. Las pesadillas le acechaban. Veía morir de tantas formas distintas a su hermano que le entraban náuseas y no podía dejar de llorar incluso en el mundo real. Al final, despertó sobresaltado, con las manos en la cabeza y temblando de rabia.

 

—Fubuki —le nombró Goenji, entre susurros. El lobo no sabía si estaba despierto ya o era culpa suya que lo estuviera—. Tranquilo, no pasa nada.

 

Éste no supo reaccionar de otra manera que acercándose a él, instintivamente, buscando el calor de un compañero de verdad. Goenji le acarició la cabeza como si de su hermana pequeña se tratase y también se dejó llevar un poco por la emoción, sonriendo con ternura, como en el pasado. El efecto de esas pocas caricias fue extraordinario: Fubuki se transformó (involuntariamente, pensó Goenji) en un perro peludo pero pequeño, como si aún tuviera que crecer. Se escurrió entre los brazos del rubio y se acomodó en un margen entre la parte interna del escudo y el cuerpo del guerrero, hecho una adorable bolita de pelo. Probaba de dormirse de nuevo.

 

—El instinto más primario también pide cariño —susurró, sonriendo, pensando que el invitado a su cama improvisada no había hecho aquello en pleno uso de sus facultades.

 

A la mañana siguiente, Fubuki despertó con calma y muy agradecido. Despertó con ladridos suaves a Goenji, salió del su cobijo en el escudo sin esperar respuesta y dio los buenos días a base de mordiscos al resto de cazadores mientras se iba haciendo más grande. Al final, todos los cazadores acabaron revolcándose entre los árboles con un perro-lobo que les doblaba en tamaño.

 

—¿Y ese buen humor? —preguntó Midorikawa a Goenji.

 

—Es Fubuki. Hoy ha dormido bien.

 

—Le has hecho caso a Fudou —dijo, como una obviedad.

 

—Casi me lo pidió Fubuki mismo.

 

Entonces vieron a Fudou y les sonrió a ambos. Los tres asintieron con complicidad. Parecía que no, pero el líder se cuidaba de que estuvieran todos con buen ánimo. Esa mañana fue una de las últimas que tuvieron con verdadera calma en el ambiente.

 

A la noche siguiente, el grupo se acercaba ya a las montañas de Arcadia, la región central. El buen tiempo les había acompañado y no había habido ningún mal rato por parte de los cazadores, lo que ayudó mucho a avanzar con rapidez. Además, Fubuki estaba bastante más comunicativo con los suyos y con Goenji, cosa que también aportó confianza entre soldados y cazadores.

 

—Estamos muy cerca de Arcadia —anunció Kidou—. Deberíamos acampar aquí. A partir de ahora el viaje será bastante más duro.

 

Todos empezaron a sentarse, excepto Goenji, que fue a buscar leña con Fubuki y Kariya, que se fue a explorar los alrededores.

 

—¿Por qué debería serlo? —preguntó Tenma a sus amigos, por lo bajo. Midorikawa les oyó y se acercó—. ¡Perdón, no quería cuestionar…!

 

—¡Tranquilo! Vengo a contaros algunas cosas de Arcadia, no a regañaros. —La sonrisa de Midorikawa hizo bajar los hombros a Tenma con alivio y le dejó hablar—: Mirad, Arcadia es la menos poblada de las regiones de la isla. Hay pocas ciudades, mucha montaña y bosque. Muchos mitos y leyendas empiezan allí y es común que haya bestias y criaturas siempre rondando los alrededores.

 

—Cuando nosotros vinimos de Ítaca tuvimos que hacer buenos esfuerzos para pasar desapercibidos. Hay una magia extraña en este lugar —añadió Kirino, que hablaba por primera vez en dos días.

 

—El rey de esta región, si es que sigue vivo después de la caída de las estrellas, es Licaón. Es malvado, traidor, falta al derecho de hospitalidad (3) y se ha ganado enemigos por toda la isla. Dicen que por las noches se oyen ruidos extraños y aullidos en su palacio, pero nadie se ha atrevido a comprobarlo. No es un lugar seguro y desde luego no está amparado por ningún dios.

 

—No sé si quiero oír más cuentos de terror al alrededor de la hoguera —balbuceó Tenma, imitando a Hikaru, que se encogía en su sitio.

 

—Perdonad. De momento no estamos aún en Arcadia, pero en un par de días habremos llegado. Es mejor que descanséis.

 

Hikaru se agarró el amuleto instintivamente y buscó a Kariya, que seguro que deambulaba por el bosque. Esperaba que tanto él como el amuleto le protegieran si alguna bestia (o quién sabe qué monstruosidad) se acercaba al campamento.

 

Precisamente entonces, fue Kariya quien apareció al lado del chico.

 

—Eh, corderito, necesito tu ayuda, ¿me acompañas?

 

—¡No me llames corderito!

 

—Claro que lo voy a hacer, monada.

 

—¿Qué quieres? —le preguntó bruscamente.

 

—Tienes el amuleto ese que te protege y me he encontrado una criatura muy lista en el bosque que no se deja capturar.

 

Cuando Kariya nombró el bosque, Hikaru se calló y su cara se puso blanca. ¡Era lo que le faltaba! Meterse en un bosque, en plena noche, con toda clase de criaturas extrañas y peligrosas observándole.

 

—Vamos, no te ocurrirá nada, ya lo sabes —le dijo con confianza Kariya.

 

Hikaru decidió fiarse del amuleto y avanzar en la oscuridad con el cazador. Anduvieron unos minutos escuchando sonidos extraños, como si rascaran troncos o algo así. El pobre chico estaba armándose con el poco valor que tenía cuando vio que Kariya había desaparecido.

 

—¿A qué esperas? —le oyó, de fondo. Se había escondido varios árboles más allá y casi no le veía—. ¡Atráelo hacia ti!

 

La alarma de Kariya le puso en alerta y entonces vio la silueta de un jabalí de un metro de alto acercándose a él a toda velocidad. ¡Era enorme! No podía ser de este mundo. No parecía que fuera a atacarle, pero entonces el Amuleto Alado actuó y le mostró que el jabalí le rodearía para atacarlo por otro lado. Hikaru no tuvo tiempo de tener miedo, giró su cuerpo, escudo y lanza, dejó pasar el jabalí y éste le saltó encima justo después. Hikaru tenía la lanza preparada y le pinchó en un costado, derribando al animal a un lado, al pie de un árbol. Entonces Kariya se abalanzó a él y lo cubrió con su red mágica.

 

—¡Bien hecho!

 

—¡¡Esa cosa ha estado a punto de matarme!!

 

—¿Pero qué dices? Todo ha salido a pedir de boca. Ven, acércate —le dijo animado, agarrándole la mano.

 

La invitación de Kariya parecía algún tipo de broma, pero estaba seguro que si algo pasaba, su amuleto le diría cómo evitarlo. El jabalí respiraba pausadamente, sin revolverse, así que se atrevió a acariciarlo. El animal se revolvió un poco y dejó entrever un pequeño reguero de sangre que hizo que Hikaru ardiera en deseos de matar a alguien de verdad: era la estela celestial de los cazadores.

 

—¡Serás hijo de…! ¡Este animal lo has creado tú! —le chilló, golpeándole con el escudo con poca fuerza—. ¡Podría haberme matado!

 

—No lo hubiera permitido, por algo lo he creado yo, ¿no? Además, ¡mírate! Eres un corderito con muy buenas defensas.

 

—¡No puedo creer que te haya seguido! —seguía gritando el pobre Hikaru.

 

—¡Eh, escúchame! —le detuvo el cazador, haciendo desaparecer al jabalí y la red al instante—. He hecho esto por ti. Siempre parece que tienes miedo de todo y eres tímido, pero ¿sabes lo que he visto yo? Que con ayuda o sin ayuda, todos tus miedos se han marchado cuando te has encarado a esa bestia. Has hecho lo que tenías que hacer para defenderte y sin siquiera matar. He visto en tus ojos confianza.

 

Hikaru se quedó quieto en la oscuridad, casi sin poder ver al cazador, sorprendido. Kariya tenía toda la razón del mundo y le había descubierto su propio potencial. Había sido muy escéptico con los cazadores hasta ese momento, pero a cada paso se daba cuenta de que eran mejor gente de lo que parecían. Kariya se lo acababa de demostrar.

 

—Vaya… ¡Muchas gracias!

 

Y le abrazó con fuerza. Sus palabras habían sido un impulso muy necesario y no encontró mejor manera de devolverle el favor. Kariya enrojeció por la sorpresa y le dio unos golpecitos a la espalda, no sabía si incómodo o agradecido.

 

—Creo que será mejor que volvamos —dijo, por decir algo.

 

—¡Cierto! ¡Vamos!

 

—¿Cómo haces para siempre acabar sonriendo por todo?

 

—Me has demostrado que puedo, ¿verdad?... ¡Un momento! ¿Cómo sabes si sonrío, si no me ves?

 

—Oh, truquitos de cazador —contestó Kariya, riendo, más relajado. Recibió un puñetazo amistoso en un hombro por espiar.

Notas finales:

Notitas finales:

(1): Una ninfa es una criatura mitológica posiblemente comparable de una elfa, pero vinculada a la naturaleza de alguna manera. Hay de muchos tipos. Las melíades son las más antiguas, se relacionan con los fresnos y nacieron de la sangre de Urano (entidad del cielo) cuando fue castrado por su hijo Cronos. Están las ninfas de los ríos, hijas del agua misma (los ríos eran considerados dioses menores naturales), las nereidas, hijas de los dioses del océano, las dríades y hamadríades, ninfas de los bosques, que nacen de ellos (y en este caso son pacíficas, no como las melíades)… la lista es larguísima.

(2): hay infinidad de mitos, variantes, referencias, interpretaciones, etc., etc., sobre Orión y su vida. Lo que yo uso aquí es muy básico: el mito que Orión perseguía a las Pléyades (hijas del titán Atlas) en busca de sexo; y el mito de su muerte, en el que Orión empieza diciendo que es capaz de matar a todas las criaturas de la tierra y Ártemis (o Gea, dependiendo de la versión) le envía el escorpión para que lo mate. En ambos casos el resultado es el mismo: todos ascienden al cielo. Las Pléyades porque fueron salvadas por Zeus; el Toro por éste mismo, como protección a las Pléyades; Orión porque murió; y el escorpión porque incluso después de muerto el guerrero, tenía que seguir acosándole.

(3): Recordad lo que pasó con Hikaru y Shindou y Kirino, cuando se conocieron. Hikaru no se fiaba un pelo pero les ofreció su casa. Faltar al ofrecimiento de hospitalidad es tan importante para los griegos que hay casos (no me hagáis decir cuáles, que no me acuerdo) en los que la simple negación de ese derecho ha causado GUERRAS, en las que el que negó el derecho tuvo en su contra decenas de ciudades (la mayoría de las veces). Es muy peligroso negar la hospitalidad en la Grecia antigua.


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