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Cazadores del Mar Celestial por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

Hola de nuevo :) buah, me he tardado un poquito pero ¡buenas noticias! hacía tiempo que no conseguía avanzar el fic (voy unos 3 capítulos avanzado a lo que publico) y esta semana he podido jeje dos capítulos nuevos, así que tenemos hasta el capítulo 14 ya asegurado :)

Como siempre muchísimas gracias a los que comentáis, a los que leéis, me dais muchas fuerzas para seguir escribiendo y que os lo paséis bien leyendo mi fic :)

Un viento familiar le dio la bienvenida a Kazemaru cuando cruzó los últimos árboles en el camino a Tirea. Nunca había estado tan aliviado y contento de volver a casa. Después de tanta guerra, tanto monstruo y tanto esconderse, hacía ilusión tener un momento de calma por fin.


Además, aunque no iba a admitirlo abiertamente, había echado de menos a Endou. Muchísimo. Hasta ese momento, todas las batallas, cada marcha y cada viaje los había hecho con Endou de algún u otro modo, acompañándole, protegiéndose mutuamente, como fuera. Pero el nombramiento del estratega como jefe de la defensa de Tirea les había obligado a tomar caminos distintos (nunca mejor dicho). Kazemaru aún no estaba acostumbrado al cambio y por ello había sufrido lo indecible desde el viaje a Delfos. Estaba casi ansioso de reencontrarse con Endou.


Se estaba acercando a las murallas ya, a la carrera. Podía ver a varios hombres trabajando allí, todos conocidos (y algunos amigos), pero no estaban solos. Eso fue lo que lo alarmó e intensificó su carrera. Que no estaban solos.


Subió por el camino de la ciudad todo lo rápido que pudo, casi ignorando a los conocidos que le saludaban. Por el camino vio a muchos más habitantes de los que había antes de irse. Fue directo al edificio del Consejo, donde sabía que se estarían reuniendo en ese instante.


—Alto. ¿Quién eres? —le preguntó autoritariamente un fornido guardia.


Kazemaru miró al tipo de arriba abajo. Él, como su inmediato vecino, que flanqueaba la puerta, y como todos los nuevos soldados en Tirea, todos desconocidos, llevaba linotórax, una espada, una jabalina, un casco y escudos de madera pequeños nada típicos de la ciudad. Tenían cara de pocos amigos.


—Soy Kazemaru, mensajero de esta ciudad. Traigo un mensaje para el consejo.


—Oh, adelante. Justamente ahora están reunidos, pero esperan tu llegada.


Pese al buen énfasis de sus palabras, se notaba que muy contento no parecía con la presencia del mensajero. A decir verdad, tenía toda la pinta de estar odiando su trabajo en esos instantes. Y su amigo de al lado tenía una cara similar. A todos esos soldados les habían obligado a quedarse en lo que sin duda creían que era un pueblucho de mala muerte. Kazemaru no quiso tentar demasiado a la suerte y entró apresuradamente.


Cruzó puertas, pasillos e irrumpió en la estancia principal con prisa y sudando. Abrió bastante los ojos cuando, una vez más, no se encontró con lo esperado.


—Qué nivel de osadía muestras, extranjero, para atreverte a interrumpir de esta manera la reunión de hoy.


Eso fue todo el recibimiento que tuvo. Quien lo había dicho era un tipo fornido, totalmente ataviado con la armadura y las armas, todo de metal, como irían Kidou o Goenji en batalla. Había dejado un casco emplumado de bronce a un lado de la mesa central, donde estaba sentado. Aquel hombre pasaba los cuarenta años y tenía una barba rizada bien arreglada, unos ojos fieros y una mueca de mal humor.


El resto del Consejo, incluido Endou, estaba sentado, mal organizado a su alrededor, como de forma improvisada. Estaban totalmente subyugados al soldado.


—Soy Kazemaru Ichirouta, el mensajero. Traigo un mensaje para el consejo de parte de nuestro general en Argos.


—Interesante... Habla.


La furia en la mirada de ese hombre obligó a Kazemaru a cambiar ligeramente su discurso, para no poner en peligro ni su vida ni la de Kidou y sus compañeros.


—Las tropas de Kidou, junto al ejército de Tebas, han asegurado la ciudad de Argos y actualmente están juzgando a los usurpadores que decidieron olvidar a los dioses olímpicos. Los incendios provocados por los meteoritos han sido sofocados. Por desgracia, la columna que lideraba Kidou se dispersó durante la batalla y actualmente él y media docena de soldados más se encuentran desaparecidos.


—Bien. ¿Las órdenes de vuestro ejército son quedarse en Argos?


—Así es.


—Que siga así, entonces —sentenció pausadamente. Para Kazemaru, ese tipo hablaba de forma un poco rebuscada, rara—. Tengo entendido que de uno de los meteoritos apareció un toro inmenso. ¿Es eso cierto?


Aquel hombre sabía mucho más de lo que aparentaba. Kazemaru empezaba a sospechar de su origen y, si acertaba, cualquier respuesta era peligrosa.


—Efectivamente. Los desaparecidos actualmente fueron los que abatieron a la bestia.


—Excelente. No debéis preocuparos por vuestros compañeros perdidos. Ahora mismo, nuestro ejército se dirige al centro de la isla a investigar otro meteorito y es probable que los encontremos.


Kazemaru sintió un escalofrío en su espalda, pese al calor que estaba sufriendo por subir corriendo. Ese hombre solamente transmitía violencia, se mirara por donde se mirase. Era un enemigo.


—¿Se requiere de mi habilidad? —preguntó, conteniéndose todo lo que pudo.


—No. Tú y toda la ciudad permaneceréis aquí. Estamos esperando a nuestro propio mensajero. Puedes retirarte.


Kazemaru no pudo evitar sentirse aliviado, pero a la vez miró con preocupación al Consejo, que tenía un aspecto similar. Endou era el que más mostraba su descontento y le costaba ocultar su energía. Miró a Kazemaru sin siquiera mostrar una pequeña sonrisa, asintió y el mensajero se marchó a toda prisa.


Casi estaba llegando a la salida del edificio cuando una amiga de Tenma le salió al paso. Era Aoi.


—¿Es cierto? —preguntó, temblando—. ¿Es cierto que Tenma y el resto han desaparecido?


—Están bien —le susurró Kazemaru—. Marchan hacia Arcadia con Kidou, todos sanos y salvos.


Ella asintió, a punto de llorar, y se escurrió por un pasillo lateral. El mensajero le sonrió, aunque Aoi no le pudiera ver.


Aunque muy incómodo por la presencia de los guardias, Kazemaru salió más relajado del edificio del Consejo y se dirigió a su casa haciendo estiramientos. Cuando entró tuvo que taparse la nariz. Olía a cuarto cerrado, apestaba, necesitaba ventilar aquello, así que abrió todas las ventanas mientras se preparaba para hacer un poco de ejercicio relajante y darse un baño en el gimnasio (1).


Poco duró el ejercicio allí. Lo que el mensajero quería era destensarse, echarse aceite balsámico para moverse con más soltura y acabar en el agua. De hecho, estuvo tanto rato que, cuando volvió a casa, aún empapado, se encontró con visita. En la puerta le esperaba Endou.


—¿Ya ha acabado la reunión?


—Sí, ya nos han soltado —confirmó él, dejando los formalismos de lado, mientras Kazemaru abría la puerta de casa.


—Pasa. Espera, que voy a cambiarme —le invitó, sin abandonar su porte y su educación.


El invitado vio que Kazemaru andaba con toda soltura por su casa, dejando un rastro de agua, y perdió un poco la cabeza cuando vio de refilón que su mensajero favorito perdía el manto nada más entrar a su habitación. Endou dio un paso adelante.


—Es de mala educación salir de la zona de invitados —le regañó el anfitrión, que había oído ese paso y algunos más—. ¡Y no mires!


—Vaya, ¿tan previsible soy? —preguntó Endou con una risita. No pudo evitar seguir su camino hasta abrazar por la espalda a su atlético compañero, sin ningún pudor por el desnudo—. Te he echado de menos, Ichirouta. ¿No puedo tener una pequeña concesión por una vez?


Kazemaru se puso rojo como un tomate. Su cuerpo reaccionó en contra de su voluntad por todo el tiempo que había pasado separado de Endou, pero... Precisamente por ese tiempo fue por lo que el mensajero reaccionó de una manera que su invitado no esperaría: se giró de cara a él y le abrazó con fuerza, cerrando los ojos y apoyando la cabeza en su hombro.


—Mamoru, ¡te he echado tanto de menos! Hace semanas que no nos vemos con calma y he sufrido tanto por mi vida, y por ti aunque sabía que estarías bien... Temía no volver a verte. Deseaba con todas mis fuerzas que acabara todo esto...


Endou se quedó muy sorprendido. Tardó unos segundos en asimilar que lo había llamado por su nombre, con toda confianza, cosa que muy raramente hacía, y que encima estaba casi llorando, abrazado a él... Endou le correspondió el abrazo como es debido y esbozó una sonrisa tierna, olvidando que Kazemaru estaba desnudo.


—Yo también he sufrido por ti, Ichi. Pero ahora estás en casa y quiero que me invites a tu cama, pero para nada más que hablar y descansar juntos.


Kazemaru se separó un poco de su invitado, sonrió de forma tan feliz como supo mostrar y cogió de la mano a Endou para acompañarle a la cama.


Pasaron horas tumbados allí, a veces en silencio, a veces dormidos, a veces simplemente mirándose o gastándose alguna pequeña broma. Era imposible no besarse, o no reírse por la escenita que casi monta Endou nada más entrar en la casa. También fue imposible que su pequeña utopía chocara con la realidad en algún momento:


—¿Qué ha pasado mientras estuvimos fuera? ¿Quién es esta gente? —preguntó Kazemaru.


—Espartanos. Nada más marcharos vosotros, aparecieron, tomaron la ciudad como un enclavamiento de paso, o eso dijeron, y se estuvieron medio día aquí. Luego se fueron hacia Arcadia dejando a su ejército auxiliar como meros guardias y nos negaron nuestros poderes.


—Así que hemos salido del fuego para caer en las brasas. Ahora somos parte del reino de Esparta.


—Eso parece. Me acuerdo de la presentación del barbudo: "Hemos venido a Tirea en paz para hacer un alto en el camino y controlar los preocupantes disturbios que asolan la zona. Permaneceremos aquí hasta que el orden de Apolo y Ártemis sea restablecido (2)" —Lo dijo poniéndose una mano para simular barba, hinchando pecho y con una voz ridículamente grave para que su chico se riera, y lo consiguió. Kazemaru se hartó de reír y contagió a su compañero. Cuando se calmaron, Endou terminó—: No me fio de ellos. Hace tiempo que tienen el ojo puesto en las regiones vecinas. Todo esto es una excusa para empezar a acostumbrarnos al nuevo orden. Al final, tendremos espartanos por toda la isla.


—No creo que Kidou permita eso —dijo Kazemaru muy seguro—. Entonces... ¿el ejército espartano marcha a Arcadia?


—Sí. Su rey se cree un salvador y piensa que todo esto es una prueba de su diosa Ártemis para evaluar las dotes de liderazgo del rey espartano. Si se encuentra con Kidou y lo que quede de su columna, no va a aceptar ayuda alguna. Querrá hacer frente a sus enemigos como todo un héroe.


El veneno con el que iban cargadas esas últimas palabras hizo reír de nuevo a Kazemaru. Luego, pasaron otro rato descansando, y comentando lo que realmente había pasado con el grupo de Kidou. Endou no se mostró excesivamente sorprendido, pues los espartanos, no sabía cómo, estaban enterados de absolutamente todos los movimientos de los dioses y las criaturas que habían invocado.


—El escarmiento de los dioses va a ser duro —dijo Endou, al final—. Esperemos que Kidou y nuestros amigos sean sensatos y precavidos con ellos...


—Es Kidou, siempre lo tiene todo muy calculado. ¿Qué podría pasar?

Notas finales:

Esto es todo por hoy, espero que os haya gustado este pequeño interludio... y no, no es relleno jeje pero he aprovechado para ponerme tierno :)


Notas:


(1): El gimnasio era un lugar exclusivamente para hombres donde se bañaban, practicaban deporte y se relajaban. Solía ser el único punto de la ciudad en el que había agua abundante y limpia, así que solía estar algo abarrotado. En realidad, era algo parecido a lo que tenemos ahora, pero al aire libre. Nota divertida para contar que los romanos decidieron posteriormente que todo lo del ejercicio era un rollo y simplemente lo dejaron como un enorme sitio donde bañarse. Pasaron de gimnasio a pequeño balneario. No, en serio, fue así.


(2): En cada ciudad se rezaba a unos pocos dioses, aunque todos los existentes en Grecia fueran aceptados como iguales. En Argos, quien más mandaba era Hera. En Esparta, en cambio, había un sistema de civilización/naturaleza que consistía en Apolo, guardián de la civilización, las artes y la política, protegiendo la ciudad, y Ártemis, guardiana de la naturaleza y los caminos, que era invocada fuera de Esparta. Si el rey y su ejército estaban dentro de Esparta, ellos rezaban a Apolo, en los templos. Si se encontraban en una ciudad vecina, rezaban a Apolo, improvisando un ritual o pidiendo permiso a las autoridades del lugar. Si estaban en marcha, en un campamento, en las montañas o en los bosques, rezaban a Ártemis, invocándola con otro ritual. No había ningún tipo de denigración a los dioses de la naturaleza (como sí que hacían los de Atenas cuando incluían la "barbarie" y las mujeres como parte de la naturaleza), simplemente eran muy pragmáticos y supersticiosos a la hora de rezarle al dios concreto en el momento adecuado. Probablemente, Esparta sea la única ciudad documentada que tenga un sistema así.


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