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Cazadores del Mar Celestial por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

La madre de los dioses, sí que he tardado esta vez en hacer actualización XD entre trabajo y despiste, me he ido olvidando de colgarla jaja pero bueno, aquí está :) gracias a todos por leerme de forma tan fiel jeje


Para los que se hayan perdido, el último capítulo conocimos a un espartano muy seriote y a su guardia, que habían ocupado Tirea con una excusa típica de griegos XD y se presagiaba que esos espartanos reaparecerían... y lo harán ahora. ¡A leer!

12. Un puñado de hombres


 


Después de varios días de viaje, el ambiente entre los cazadores y los humanos había mejorado considerablemente.


Goenji y Fubuki eran los que más lo demostraban, pues les encantaba pasar un rato cada noche a solas, en silencio, como si entraran en comunión con los dioses. Cuando Tenma le preguntó al rubio por su actitud, él sonrió con calma y dijo:


—Compartimos algo muy profundo en nuestros corazones.


—Creo que no lo he entendido.


—Debe de hablar de su hermana —le recordó Ichiban, muy observador, cuando Goenji ya no estaba cerca.


—Oh, claro.


Tenma era muy distraído y quizás algo inocente, pero Hikaru (que veía algo raro, con esa inocencia tan característica) y, sobre todo, Ichiban, Shindou y Kirino miraban al perro lobo y al guerrero con otros ojos. Ellos intuían que no era solamente cuestión de familia, pese a lo que hubiera dicho Ichiban.


Por otro lado, Kariya y Hikaru se mostraban más amigables y solían gastar bromas… aunque el de pelo morado era tan inocente que caía en todas las trampas de su nuevo amigo. Esto ayudó a que el resto de jóvenes, humanos y cazadores, se acercaran entre ellos. Era como un reclamo ver que Hikaru ya no le tenía miedo al bromista cazador.


El que estaba más fastidiado era Tsurugi, que solía verse inmerso en conversaciones, en su opinión, absurdas entre su compañero y el resto de humanos jóvenes. No prestaba atención a las bromas ni le interesaba entenderlas aunque las viera. Lo peor era que no podía huir de ese contacto con los humanos a excepción de cuando le tocaba guardia o explorar, así que tuvo que hacer un esfuerzo para aceptar esas conversaciones como un ruido incesante y cargante.


¿Y quién sobresalía entre ese ruido? Tenma, clarísimamente. Tsurugi se dio cuenta de que él era el motor enérgico de todo el grupo humano. Le pareció una pasada (a buenas y a malas) que hablara, animara, se riera, cotilleara un poco y fuera tan niño como para imaginar un futuro estable y pacífico con sus amigos. Era un idealista, feliz de la vida. Le dio algo de pena querer chafarle ese optimismo, así que prefirió dejar que soñara.


Al cabo de esos días de acercamiento, Fudou se acercó al líder humano:


—Qué rápido has cumplido el favor que te pedí —dijo, animado, poniéndose a su lado como a un igual.


—En realidad, todo se ha ido construyendo solo —comentó, algo frío—. Solamente necesitaban algo de tiempo para acostumbrarse. Supongo que Kariya fue el primero en darse cuenta de ello. Ahora Hikaru y él son inseparables.


Kidou no dejaba de tener en cuenta en todo momento que el único objetivo de los cazadores era querer volver a la tierra, fuera para bien o para mal. Eso podía significar que podría haber traiciones, que los abandonarían a la mínima si así lo deseaban. Todo eso podría ser un montaje para que los dioses se lo tragaran. Lo que no podía negar es que esa amistad, fuera real o fingida, les daba moral a sus hombres.


—¿Crees que es bueno que se hagan tan amigos? —preguntó Midorikawa, con la misma precaución que Kidou.


—Es un riesgo que tendremos que correr. De momento nos está ayudando que lo sean.


Esa misma mañana, la marcha se tornó complicada. Había que bordear un pequeño barranco, en medio de un bosque creciendo en una pendiente. Había que ir cuesta arriba y despacio, por culpa de la maleza. Los cazadores no se cansaban, en este aspecto, iban ligeros y su condición celestial les permitía volar hasta cierta altitud, si así lo deseaban. En cambio, los humanos cargaban con toda la panoplia de guerra, era un peso brutal y les hacía avanzar muy despacio. Los cazadores no acababan de entenderlo y se mostraron entre confusos y burlones al inicio:


—Vaya, y yo que pensaba que eras todo un hombre —empezó Kariya, hablando a Hikaru.


Éste no dijo nada, estaba concentrado y reservaba sus fuerzas para dar el siguiente paso. Tsurugi le rió la gracia y siguió ese juego con Tenma, pero él no se contuvo tanto:


—¿Ah sí? ¡Pues toma, carga con esto! —le replicó, aunque sin enfadarse. Más bien quería que lo entendiera.


Tsurugi recibió un escudo volador y, de la sorpresa, retrocedió unos pasos y por poco no se cayó. El pobre quedó muy sorprendido de que cargara con ese plomo.


—Y como esto, imagina el triple —sentenció Ichiban, señalando la armadura de los mayores, los cascos, las armas y las mochilas.


El cazador les dio una sorpresiva aprobación con el dedo, en silencio. De hecho, hizo pasar el escudo de Tenma entre el resto de cazadores para que lo comprobaran ellos. Cuando llegó a manos de Kariya, lo meneó el aire como un tonto y poco le faltó para comerse el suelo por el desequilibrio.


—Retiro lo dicho —admitió el joven cazador, devolviéndoselo a Tenma—. Aunque no alcanzo a comprender a qué viene tanta protección.


—La necesitamos —se justificó escuetamente Hikaru.


—¿Queréis ayuda? —se ofreció Fubuki, que normalmente sólo hablaba con Goenji.


Kidou saltó al segundo, recordando que las normas establecían que cada uno tenía que cargar con lo suyo. Era una forma de fortalecerles, de entrenar. De hecho, a los mayores se les veía sufrir bastante menos. Goenji le sonrió al perro lobo, agradecido por el detalle.


Los que se salvaban de esa tortura eran Shindou y Kirino. Al ir vestidos de viajeros, su nivel de agotamiento era extremadamente menor. De hecho, ellos se habían ofrecido a vigilar la retaguardia, tanto por si detectaban enemigos como si alguno de los tireanos se caía, y así le ayudaban.


Fue precisamente Kirino el que dio una buena noticia:


—Detrás del bosque y el barranco se abre un llano. Allí nos espera un ejército.


Aquella predicción fue como darse un baño en un día caluroso. Los guerreros desafiaron con la mirada la pendiente y aceleraron el paso. Les llevó media hora pero, cuando por fin sintieron que la cuesta acababa, respiraron, se detuvieron y se dejaron caer al suelo.


—Por Zeus, esto sí que es vida —soltó tenma, mirando al cielo, sonriendo.


Los mayores se sentaron también, aunque permanecían alerta, esperando la aparición del ejército que había predicho Kirino. No lo tenían a la vista, pero esperaban a oír algo que les delatara.


—Debo reconocer que tenéis mucha fuerza de voluntad para ir cargando con todo ese peso por toda la isla —comentó Tsurugi a Tenma, impresionado—. Os habéis ganado nuestro respeto.


—No es para tanto…


—¡Claro que sí! —saltó Kariya—. Hikaru esquivó y ensartó a una de mis criaturas con extrema facilidad, incluso con todo ese metal encima.


El halago hizo enrojecer al tímido descendiente de Sísifo. Todos conocían la historia del jabalí de Kariya pero para los cazadores acababa de cobrar una dimensión superior.


El descanso duró poco. Kidou, con su buena percepción (gracias al artilugio divino), pilló a un explorador in fraganti, espiándoles. El líder de la formación ordenó avanzar hacia donde el explorador había desaparecido. Apenas unos minutos después, tenían ante sus ojos el ejército que Kirino había predicho que habría.


—Vaya, no parece que sean muy organizados —soltó Midorikawa.


Todo el ejército estaba sentado en el suelo, con sus bártulos, como rodeando en cuadrado a su general, que tenía una tienda en el centro.


—Pensaba que ya todos los ejércitos llevaban tiendas para descansar, en vez de dormir al raso —continuó criticando Ichiban.


—Se ve que no.


—Deben estar de paso solamente —comentó Kidou.


El ejército desconocido les vio casi de inmediato y la primera línea exterior estaba formando contra ellos. La mezcla de escudos cuadrados y redondos daba un aspecto de desorganización que hacía reír a los cazadores.


—Bajad las armas, compañeros míos —pronunció con mucho teatro el general, que salió de la tienda. Hikaru tuvo medo al ver que era enorme—. Son solamente un puñado de hombres. No es deber de un espartano luchar con tal ventaja.


—Genial, espartanos, es lo que faltaba —renegó Goenji para sus compañeros.


—¿Qué pasa con ellos? —curioseó Tenma.


—Ahora lo verás.


Los espartanos hicieron un pasillo a los recién llegados hasta su líder. Aquel hombre podía perfectamente sacar una cabeza de altura a Goenji, el más alto del grupo, y sus hombros parecían tan anchos como uno de esos escudos rectangulares largos. Hikaru pensó que a ese tipo no le pesaría nada la armadura. Con su barba y su melena rizada bien podría pasar por un Zeus joven.


—Bienvenidos a mi campamento, viajeros. ¿Qué capricho de Artemisa os ha traído aquí? —preguntó con el mismo tono teatral de antes. Cuando vio a Kirino y la marca de Hécate en su cuello, su sonrisa se amargó un tanto—. Pues me temo que no ha sido su capricho. (1)


Kirino le sostuvo la mirada unos instantes, hasta que Kidou interrumpió esa tensión para presentarse:


—Soy Kidou, líder del ejército de Tirea. Por orden de los dioses, hemos venido a ayudar en el conflicto que asola la región de Arcadia.


—Oh, por supuesto, igual que nosotros. Aunque vuestras fuerzas sean significativamente inferiores, podéis uniros a nosotros en esta empresa divina.


Kidou, Goenji y Midorikawa se tensaron al oír esa frase, pero no pudieron hacer nada para impedirlo. Los pequeños no sabían qué quería decir esa frase.


A partir de entonces, empezó una densa y cansina conversación sobre maniobras, por qué no estaban acampados debidamente, los dioses que sí compartían. Era todo muy formal y recargado. En ese proceso, el líder espartano se presentó como “Cleómenes, general y rey de Esparta” y dejó caer un dato que puso aún más nerviosos a los tireanos:


—Ártemis me está poniendo a prueba, y para superarla he tenido que hacer algunos sacrificios. Salimos de Esparta en una marcha pacificadora por la costa, poniendo en orden las poblaciones que negaban a nuestros dioses. Dejamos una parte de nuestras tropas en Tirea a modo de puesto de avanzada. De paso, queda ahora defendida.


—Bien. Espero que este altercado acabe pronto y nuestros soldados vuelvan a casa con sus familias.


Y Hikaru aprendió una forma educada de decir que se largaran de su ciudad natal. Cleómenes se irguió con autoridad y tardó nada y menos en ejecutar su contraataque:


—Estoy de acuerdo. Para solucionar esto cuanto antes posible, os voy a asignar al batallón de mi hijo Hiroto.


El tal Hiroto, quien tenía unas dimensiones bastante más humanas que las de su padre, se levantó de entre el público expectante y se presentó. Todos vieron qué tropas comandaba: el grupo de exploradores y la primera línea de tiro en batalla, la menos prestigiosa de todas. Incluso los cazadores, que no les importaba mucho todo aquello, se sintieron denigrados.


Cuando Cleómenes les despachó, su hijo los recibió inmediatamente con un toque amargo:


—Siento la agresividad de mi padre. Soy Hiroto Kiyama. No quiero quitaros los pocos privilegios que os quedan, así que aquí seremos todos iguales.


—Gracias. Soy Kidou, el líder de estos soldados, y este es Fudou, quien lidera su pequeño grupo de cazadores.


—Encantado. Sentaos con nosotros, por favor.


Después de tantos formalismos y tanta diplomacia falsa, toda la tropa agradeció que alguien hablara en su mismo idioma. Los jóvenes ya habían entendido ese comentario despectivo de Goenji sobre los espartanos. Parecían todos unos falsos, excepto Hiroto, que parecía amable. Cuando estuvieron todos sentados, Kidou entró en tema de nuevo:


—¿Os han encargado tarea ya?


—Aún no. Solemos explorar los alrededores del próximo campo de batalla antes de acercarnos definitivamente.


—Pues parece que hacéis cosas importantes para el ejército —comentó Tenma, algo indignado—. ¿Por qué tengo la sensación de ser un grano de arena?


—En realidad les hemos dado muchas victorias, pero nadie quiere reconocerlo. Estar en primera línea solamente es honorable cuando atacas frente a frente. Esparta está muy anticuada. —Hubo un silencio un tanto incómodo—. Deberíamos descansar, estamos todos muy cansados.


Mientras empezaban a acomodarse, Hikaru y el resto de menores del grupo observaron un par de cosas: la primera, que la mitad del ejército se reía de ellos. Eran unos meros “ocupados”, absorbidos por un ejército mayor y arrinconados en el grupo menos valorado de todos. Incluso parecía que se reían de Hiroto. La otra cosa era que Midorikawa e Hiroto se iban mirando con cierta regularidad, y que el tireano no había dicho o hecho absolutamente nada desde que habían sabido que eran espartanos. Hikaru era muy inocente, pero el resto empezaban a sospechar que el de pelo verde y el hijo de Cleómenes se conocían de antes, y muy bien.


*  *  *


La noche había caído. El grupo, después de un largo día de risas y burlas ajenas, ya estaba descansando. Pero no todos. Midorikawa seguía despierto, nervioso. Daba vueltas en su sitio, sin hacer ruido con todo el armamento encima, esperando el momento adecuado.


Ese momento llegó cuando hubo cambio de guardia. Hiroto era el siguiente en vigilar y el tireano aprovechó el momento en el que se levantó para hacerlo él también.


—¿Qué haces despierto? —preguntó Hiroto, entre susurros.


—Necesitaba hablar contigo. Llevo años sin verte —respondió cuando ya habían salidodel improvisado campamento.


Hiroto le sonrió extremadamente aliviado y ambos se dirigieron a los límites del llano. El de pelo verde empezaba a perder los nervios, necesitaba preguntar.


—¿Qué te pasó?  ¿Por qué no volviste a contactar conmigo?


El hijo de Cleómenes se detuvo en seco, dejó caer su jabalina a la hierba y abrazó con todas sus fuerzas a Midorikawa. Éste cerró los ojos casi sin querer, después de un breve momento de sorpresa. No quería solarle, ya.


—No podía… —empezó—. Sabía que habías sobrevivido, que estabas a salvo y no quería que te involucraran, no quería perderte… Han sido los dos peores años de mi vida y lo último que quería era que fueran los tuyos también. Necesitaba que el resto te olvidara.


Midorikawa entristeció su tez morena, recordando todo lo que ocurrió. Dos años antes, Ambos habían sido diplomáticos para Argos y Esparta, compartieron sus vidas durante mucho tiempo. Aprendieron costumbres, sintieron el fragor de la batalla juntos y también sintieron la embriaguez del amor.


Pero Hiroto era joven, atrevido y orgulloso en exceso, y consiguió convencer al ejército para que se modernizara siguiendo la línea de Argos, desafiando a su padre directamente al no comunicárselo a él. Pese a ese desafío, su padre le dio la oportunidad de probar esos cambios, pero amenazando a Hiroto con un castigo si fallaba.


El desastre llegó durante la primera batalla, en el que el armamento típico de Argos (que ahora usaban los tireanos) y la estrategia fueron totalmente inútiles por culpa de una lluvia torrencial y un campo de batalla demasiado agreste para que funcionara un ejército muy protegido. En esa batalla se perdieron muchos hombres y el mismo Hiroto estuvo a punto de morir por las heridas. Midorikawa se vio forzado a huir de la batalla y volver a Tirea solo, sin saber qué había ocurrido con los espartanos. Un tiempo más tarde, se enteró que Hiroto seguía vivo.


—Pensaba que habías muerto… Me sentí tan agradecido a los dioses cuando me enteré que habías sobrevivido que quise irte a buscar, pero no me dejaron entrar en Esparta.


—Lo sé. Mi padre se negó a dejar entrar diplomáticos de Argos a partir de entonces. Pero todo esto ya ha pasado, porque volvemos a estar juntos. No te voy a perder de nuevo.


El abrazo se mantuvo durante un largo rato, hasta que pudieron mirarse como si nada hubiera pasado durante esos dos años. Nada había cambiado en sus corazones, estaba ahí, intacto, el amor que sentían el uno por el otro. Ninguno de los dos supo si fue él o el otro el que se lanzó a los labios ajenos, pero sucedió y, cuando empezaron ya no pudieron parar.

Notas finales:

NOTAS:


(1): Esto no es casual, no me lo he inventado. En otras notas ya he explicado que en cada ciudad había dioses a los que veneraban como principales, pero no significa que fueran todos tan amigos. Cuando dos dioses compartían papeles (Ártemis y Hécate se identifican ambas con la naturaleza) podía darse una fusión de dioses o una rivalidad. Dado que Hécate es hija de titanes y Ártemis era hija de Zeus, la segunda les parecía más “fiable”. Y en Esparta era una de las diosas más importantes, así que aún más rivalidad.


Espero que os haya gustado y no hayáis desaparecido por mi inactividad jaja


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