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Cazadores del Mar Celestial por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

Bienvenidos a un capítulo rikolino 7v7

14. Seducción

 

Todo había pasado tan rápido…

En segundos había pasado de hablar con una criatura a recibir una herida de lanza en el brazo. Sentía su cuerpo hundirse sin explicación en el río, como si fuera el fondo del oceáno, y no un riachuelo de montaña. Tenía ganas de dormir y esperar que todo fuera un sueño.

—No, no te duermas —le dijo la ninfa, apareciendo en medio de la nada acuática—. No te querrás perder esto.

Qué facultad tenía aquella criatura para tentarle irremediablemente. Su mente debilitada pensó en algo bastante pervertido y la ninfa rio por ello, pero no le dijo qué se encontraría. Cuando pudo fijarse, se estaba acercando a la superficie del agua, en lugar de hundirse, pese a todo el peso que llevaba.

Había perdido su lanza…

—Deja de preocuparte por lo que ya no puedes solucionar —canturreó la ninfa.

—Es una deshonra perder tu arma en el campo de batalla.

—No vas a tener que luchar en un tiempo —dijo menos alegre, ella (o, bueno, él)—. Mira esto.

Ichiban ya podía sentir la brisa del mediodía en su rostro. Le daba la impresión que habían pasado días desde que cayó en el agua, pero la ninfa se encargó de aclararle que apenas habían pasado unos minutos.

—Estamos en mi casa. Los humanos no pueden encontrarlo, está bien resguardado gracias a los dioses. Solamente quien yo desee puede entrar.

Era una laguna pequeña, bastante clara, y protegido por un pico bastante empinado y un bosque denso. No recordaba haber oído nunca nada al respecto en ninguna de las historias que los mayores solían contar.

Un ardor profundo en el brazo le obligó a distraerse de la vista. La herida sangraba aún, y no tenía intención de parar, pese a que no era nada grave.

—¿Tienes algo para curarme?

La ninfa sonrió de forma perspicaz y le acercó a la orilla de la laguna. Ichiban se quedó sentado sobre las piedras y la criatura estaba decidida a ponerse encima.

—¿Qu-qué haces?

—Curarte, tontito —sonrió ésta.

El pobre tireano se quedó horrorizado y sorprendido a la vez cuando vio que la ninfa se acercaba a la herida y lamía el doloroso contorno de la carne separada. Su lengua caliente probó la sangre del humano, que soltó un quejido leve de dolor. La ninfa acabó de reseguir el contorno y se separó ligeramente de la herida. El resto se hizo solo: la herida empezó a cicatrizar y a dejar de sangrar, pero no se cerró así como así.

—Tienes dotes curativas… no sabía que las ninfas…

—Los humanos no deben saber todos los poderes que tenemos. Ya estamos en suficiente peligro normalmente como para que nos persigan.

—Gracias… ¿me llevarás de vuelta con mis compañeros?

—¿Te ofrezco diversión y paz en mi casa y tú quieres morir? ¿Acaso debo enseñarte las otras dotes que tengo con mi lengua? —acabó insinuando, sonriendo, acercándose más a la cara de Ichiban y poniendo sus manos en el torso del griego.

—Y-yo…

—¿Sí?

—Quiero saber que estarán bien.

La ninfa se rio, feliz de la decisión de su invitado. Se lo había tomado como que se quedaba, ante la duda.

—Lo están. Me aseguré de ello antes de traerte aquí. Sé que tú, campeón armado de Tirea —canturreó sensualmente, sin dejar de manosear el pecho de Ichiban—, quieres volver y luchar con los tuyos. Pero si lo haces…

—¿… moriré? —dedujo, intentando no pensar en nada que tuviera que ver en él y la ninfa tumbados en la hierba haciendo el amor salvaje.

—Sí. Estás herido, eres una carga y, bueno, sé cosas que tú no sabes.

—¿Me las contarás?

—A su debido tiempo. Un poder superior a mí me obliga a retenerte hasta que Arcadia quede libre de nuevo. No podemos hacer nada más que…

—¿C-cómo te llamas? —soltó, para hacer tiempo, notando que la criatura se acercaba mucho.

—Mm… tienes razón, no me he presentado —dijo, separándose otra vez—. Me puedes llamar Yoichi. Me prohibieron usar mi antiguo nombre. Esta es mi casa y, hasta que llegue el momento, pasarás un tiempo conmigo y no podrás hacer nada para impedirlo.

Esa curiosa presentación le dejó claro a Ichiban que no podría huir de esos instintos salvajes que le ordenaban domeñar a la criatura. No quería ni que se enfadara por ignorarla ni tampoco quería hacerle daño. Era tan bella… era imposible que se atreviera a ser malo, a decir que no, a que su perfecto cuerpo sufriera ningún desperfecto. Hasta llegó a sentir miedo de que la ira de algún dios cayera sobre él por siquiera pensar lo que estaba pensando.

—¿Me ayudas a quitarme la armadura? —le preguntó el tireano, intentando calmarse—. Si tengo que estar aquí mucho tiempo será mejor reposar.

—Claro —se rio Yoichi—. Por fin mi invitado se deja llevar un poco.

—Espero que no te arrepientas de ello.

Ese comentario iba cargado con algo que Yoichi esperaba ya hacía mucho rato. Mientras Ichiban se desprendía con cuidado de su escudo y se desataba algunas de las protecciones con cuidado de no mover demasiado el brazo herido, la ninfa le ayudó a quitarse la coraza, que estaba atada por los lados.

—Llevo unos días observándote, Ichiban —susurraba la criatura, de mientras—. Eres bello, eres fuerte, eres joven, eres calmado y paciente… Sabes pasar desapercibido, pero no a mis ojos. Y quiero ser tuyo por unos días ni que sea. ¿Podré serlo?

Las manos de Yoichi abrazando por la espalda a Ichiban, la idea de pasar días disfrutando del placer y de ese cuerpo fuera de lo humanamente posible y la imposibilidad de escapar de esa situación fueron suficientes para ceder. El abrazo por la espalda pasó a ser una forma de acorralar en la hierba a la ninfa, que quedó tumbada boca arriba, totalmente desnuda y visiblemente excitada.

—Veo que eres de pocas palabras… —dijo Yoichi con una mirada sensual—. Vamos… no tengas miedo… No pienses.

Yoichi tenía claro que quería desatar a una bestia que llevaba dormida mucho tiempo y no le importaban las consecuencias. Solamente lo deseaba… Igual que Ichiban lo estaba deseando desde que oyó la voz de la ninfa por primera vez.

Y se liberó… Ichiban atacó los labios de la criatura como si fueran un manjar de los dioses. Los quería besar, los quería lamer, los quería dejar llenos de toda su lujuria contenida, y no dudó más de un segundo en buscar la lengua de Yoichi para hacerla suya también. Aquello no era una dulce danza, era una batalla más fiera que las de verdad por invadir la boca del contrario.

No quisieran los dioses detener ese momento, no lo quisieran. Yoichi era un experto y fue capaz de empezar a quitarle otras prendas de ropa a Ichiban sin abandonar esa lujuria. El torso desnudo del humano incitó más a Yoichi y sus manos se pasearon por el pecho, por sus duros abdominales, hasta llegar a las caderas. No sintió que Ichiban le fuera impedir dejarle definitivamente desnudo, y ni se inmutó cuando sintió que su miembro era liberado. La ninfa apretó el cuerpo de Ichiban contra el suyo para sentir el calor de ambos miembros, erectos y húmedos, apretando su piel. El roce contínuo entre ambos, la miel que viajaba de boca en boca y las manos apretándose mutuamente contra el cuerpo del otro provocaban en Yoichi un calor que pareciera que se expandiera y quemara todo a su alrededor. Justo lo que estaba deseando.

—Eres mi invitado y estás herido. Quiero que me dejes satisfacerte a mi primero —dijo.

—¿Por qué?

—Llevas mucho tiempo aguantando. Primero tengo que quitarte las ansias y luego pasaremos a lo interesante —sonrió con picardía.

Ichiban se dejó tumbar en la hierba, con cuidado de no reabrir la herida, y su pareja de juegos se sentó encima de su barriga, con las piernas a los lados. Ichiban no pudo resistir la tentación de pasear las manos por ese cuerpo: le entreabrió la boca a Yoichi con un dedo para que lo chupase y lo mordiese todo lo que quisiera, mientras que con la otra mano exploraba su pecho y sus rosadas puntitas. La ninfa no estaba sin hacer nada, estaba cumpliendo su palabra y ya estaba estimulando al tireano como era debido con su mano.

—Me encanta cómo pierdes el control de tu expresión, Ichiban, me complace tanto…

Y era cierto. Nada quedaba de la seriedad habitual del humano. Todo lo que reflejaban sus ojos y sus mejillas era placer, lujuria y deseo. Y no se atrevía a decir nada, que quizás ese sueño se rompería y despertaría solamente con la entrepierna mojada.

Ahora tenía la mano de la boca libre. Aunque sabía que él mismo no duraría mucho más, la usó para probar el tacto del pene de Yoichi y moverlo a su voluntad. No sería él el único que sintiera una oleada de placer.

—Mm… tienes un tacto muy suave… Tú y yo nos lo pasaremos muy bien estos días.

Y le quitó de su alcance el objeto de deseo. Se echó para atrás, se sentó hacia la pelvis y puso expresamente el miembro de Ichiban entre sus nalgas. Quería darle un avance de lo que estaba por venir. Empezó a moverse hacia adelante y hacia atrás, como si fuera una mujer la que lo estuviera cabalgando, y puso una cara de deseo especialmente lujuriosa para que Ichiban acabara de perder la cabeza con el roce y con la estrechez. Sonreía la ninfa cuando oía que el humano respiraba de forma más acelerada y soltaba aire más bruscamente. Pero parecía que no era suficiente con eso para hacerle llegar al clímax.

—Cierra los ojos —le susurró Yoichi, tumbándose un poco encima de su amante—. Y piensa en mí en la posición que tú quieras, la más pervertida que se te ocurra.

—No pares… —se limitó a decir él, incapaz de decir más.

—No pararé.

Ichiban se encontraba incapaz de imaginar nada, pero cuando notó un calor húmedo muy intenso envolviendo su miembro y jugueteando con él, solamente pudo ver a la ninfa otorgándole su posición más salvaje mientras el humano le hacía precisamente lo que le estaban haciendo a él.

—No puedo más… —alcanzó a decir.

Justo después, ese calor envolvente y húmedo desapareció y notó una mano rápida y agradablemente violenta mover su miembro velozmente mientras notaba que toda su esencia salía sin límite alguno de su cuerpo.

—Aaah… dioses… —soltó, sin ninguna vergüenza. Yoichi se rio de forma traviesa.

Además, la ninfa se conocía bien el cuerpo de un hombre: sabía que su orgasmo duraría unos segundos después de derramar su esencia, así que no se detuvo hasta que Ichiban soltó un buen suspiro de tranquilidad.

—Mmm… esta vez no ha habido premio doble.

—¿Cómo?

—A veces, si el sexo es realmente bueno, un hombre puede llegar dos veces al orgasmo en menos de un minuto. Me pareció que era buena idea intentarlo. —Ichiban se sintió un novato, pues le había parecido que su cuerpo efectivamente iba a llegar una segunda vez, pero se detuvo a medio camino. Pese a eso, estaba satisfecho, a la vez que quería jugar más con Yoichi—. Y como hace tiempo que no te liberas, voy a darte un regalo de bienvenida.

Yoichi se mojó un dedo con la lengua de forma realmente traviesa y lo pasó del pecho hasta la ingle de Ichiban. De repente, todo el agotamiento hormonal desapareció y volvió a sentirse como antes de empezar.

—¿Qué me has hecho?

—Voy a limpiarme un poco en la laguna. Cuando vuelva, seguiremos jugando, mi caballito.

La simple imagen de Yoichi contoneándose hasta llegar al agua y mostrando esas nalgas perfectas fue suficiente para que el miembro de Ichiban volviera a eguirse como un resorte. Y quiso sorprender a la criatura. El humano se levantó, caminó hasta el agua y se metió un par de metros hasta abrazar a Yoichi por la espalda. Él no dijo nada, pero dio un bote de sorpresa, pese a que le había oído. Ichiban encajó de nuevo su miembro entre las nalgas de Yoichi y sus manos apretaron los pezones de la ninfa. Su boca atacaba al cuello sin piedad.

—Hah… Me encanta tu fogosidad…

Una de las manos se desplazó hasta el miembro de Yoichi, como tanteando el terreno, acariciando cada rincón de esa entrepierna. Las manos de la ninfa buscaron las nalgas de su amante, esperando sentir aún más de cerca ese cuerpo fornido. Y, cuando tuvo ocasión, se giró cara a Ichiban y le besó, haciendo chocar a propósito ambos miembros. Ahora era él el que parecía que fuera a perder el control.

—A la hierba… —susurró.

Agarró de un brazo a Ichiban y ambos acabaron rodando por la hierba, con los pies aún tocando el agua de la hierba. El humano movió la mano de nuevo por la entrepierna de Yoichi, mientras dedicaba sus labios a estimular el pecho de la ninfa, pero rápidamente desvió sus dedos hacia la entrada trasera. Yoichi no se quejó al notar los dedos de su amante, más bien le gustó sentir cómo entraban y hacían espacio para lo que vendría.

El pasatiempo principal, mientras Yoichi se preparaba, fue de nuevo el contacto cuerpo a cuerpo, miembro a miembro, de ambos. A Ichiban se le despertaban los deseos más lujuriosos y carnales solamente sintiendo el tacto de la piel tersa de la ninfa. Ya estaba deseando entrar en su interior.

—Acércate a mí un segundo con la cadera —le sugirió Yoichi.

Ichiban hizo caso sin saber que la intención de la ninfa era invadir de nuevo el pene del humano con su boca. La lengua mojó cada recoveco de su pene y todo el lubricante se mezcló con la saliva, haciéndolo más resbaladizo. Yoichi se separó y fue momento para Ichiban de lucirse.

Él no se lo pensó dos veces, hizo un espacio entre las piernas y las nalgas y entró con su cuidado. De nuevo, Yoichi no se quejó y se rio de puro nerviosismo al notar la placentera incomodidad de tener ese cuerpo extraño en su interior. Ichiban no esperó a que le avisaran y empezó a embestir a la ninfa a un ritmo normal, pero acelerando cada poco rato.

—Mmm… aah… así… —iba soltando Yoichi, sin pensar.

El movimiento le producía un escalofrío agradable que le recorría todo el cuerpo, y tenía ganas de que no se quedara agotado su compañero. Lo que no esperaba era que él se cansara. Allí estaba un Ichiban que deseaba ver en la posición más erótica y placentera a su amante, no simplemente un momento de sexo normal. Quería algo más estimulante. Yoichi se encontró al cabo de nada de cuatro patas y de espaldas a Ichiban. Él no tuvo compasión y embistió todo lo bien que pudo empujando las caderas de la ninfa contra las suyas, incluso haciendo ruido.

—Mmm… ¡aah! Dioses… ¡Sigue! —gemía Yoichi, complacido por esa agresividad.

Ichiban no se detenía, aunque se le oía empezar a respirar de aquella manera cercana al orgasmo. Los empujones hacían que Yoichi se doblara hacia la hierba, agarrándose a ella como si fuera un cojín, y no sabía encontrar la manera de ver mejor a Ichiban, pues le parecía que se correría enseguida si veía las caderas de su amante embestir las suyas.

—Aah…

—No pares… estoy a punto de llegar…

Ichiban estaba desbocado, incluso sobrepasaba a Yoichi y ya empujaba realmente como los perros, oliendo la espalda de su amante. Ambos se encontraban gimiendo y no pudieron evitar llegar al clímax dando una última estocada que desmontó totalmente a la pareja. El semen se esparció por la hierba y en el interior de Yoichi sin control y los amantes quedaron unidos y derrotados al mismo tiempo allí, tumbados.

—Tu y yo nos lo vamos a pasar muy bien estos días —susurró Yoichi, cuando se pudo recuperar un poco.

—Eso es lo que espero —sonrió Ichiban, complacido, mientras salía del cuerpo de la ninfa y se acomodaba a su lado.

Qué más daba la guerra. Qué más daba dónde estuviera. Aquello era el paraíso, o poco le faltaba. Los ojos de Yoichi eran todo lo que Ichiban quería ver en ese momento.

Notas finales:

Espero que os haya gustado, pillines!! 7v7 creo que tardaremos un poco en tener más acción de este tipo, así que leed y releed :V


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