Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cazadores del Mar Celestial por Kaiku_kun

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Me he retrasado un poco, lo siento. Dejo aquí lo "ya-no-tan-bonito" de después del lemon ;)

15. Mentiras

 

Lejos de aquella laguna del deseo, el grupo de soldados y cazadores volvía al campamento espartano con sus prisioneros. Éstos habían estado callados y sin quejarse durante todo el viaje, pese a que los espartanos les habían increpado, insultado y humillado varias veces. Hiroto no era capaz de mantener orden entre los suyos y los tireanos eran aún menos importantes en esa escena.

—Son despreciables incluso siendo los de rango más bajo —renegó Goenji, que siempre era el primero en quejarse de los espartanos.

—No busques pelea —le advirtió Kidou.

Hikaru estaba ausente de esa escena. Se había pasado un buen rato intentando sacar la lanza enemiga de su escudo. Necesitó la ayuda de Kariya para deshacerse del arma. Y, al final, resultó que había recibido una herida superficial en la zona abdominal, un arañazo que sangraba poco. Tenma le ayudó a ponerse una venda provisional mientras no se ponían en marcha, pero Hikaru fue sufriendo esa maldita herida enana durante todo el viaje.

Primero él, molesto por el rasguño, y luego Tenma. Era el segundo amigo que perdían ambos, pero era Tenma quien lo sentía más en sus carnes. No estaba acostumbrado a ver caer a sus amigos, aun sabiendo que seguían vivos. No podía dejar de pensar en cómo estaría y no podía esperar a saber quién era esa ninfa, pues su intuición le decía que había sido una trampa preparada por los arcadios.

—¿Es la de Ichiban? —le preguntó Tsurugi, acercándose al afligido.

—Lo es.

Se refería a la lanza del desaparecido. La perdió cuando resultó herido y cayó al agua. No había sido capaz de dejarla allí ni de soltarla en todo el viaje. La conservaría hasta que le volviera a ver, con vida y con su posado serio de siempre.

Tsurugi nunca fue experto en las emociones, pero sabía qué era ver cómo un compañero se alejaba de su lado. Fue todo el rato al lado de Tenma y, en las pocas pausas que hicieron, le tocaba el hombre con compasión. En la última pausa, el tireano se derrumbó y se dejó caer sobre el pecho de Tsurugi, sin llorar, sin cerrar los ojos, solamente… derrumbado.

—Volverá. Está a salvo con esa ninfa.

—¿Quién me lo asegura?

—No era una criatura malvada. Seductora, pero no malvada. Apuesto lo que quieras que deben estar haciendo cosas prohibidas allí donde esté su casa.

—Con lo inmutable que es Ichiban, no sé yo si lo habrá conseguido —sonrió, casi sin querer.

—Oh, vamos, ¿ya no recuerdas vuestra estancia en el Olimpo? Ninguno de vosotros pudo resistir esa belleza—se rio, algo más suelto.

—También tienes razón —acabó Tenma. Recordar el Olimpo también era recordar a Hinano. Procuró no mostrarse afectado, por una vez que Tsurugi hacía algo por él—. Gracias.

Fue débil y casi imperceptible, pero sonrió. Esos ánimos le resultaron suficientes para terminar el viaje de vuelta al campamento.

Cuando por fin llegaron, no hubo risas ni burlas. La tropa caminó en silencio hasta Cleómenes, que se irguió imponente. Hiroto tenía un posado muy similar, igual de duro y sin ganas de cobrarse ninguna venganza por las burlas. La suya había sido una gesta a tener el cuenta.

—¿Son arcadios? —preguntó el rey, con un saludo breve y sin contemplaciones.

—Nos emboscaron, pero los cazadores los atraparon.

—¿Alguna baja?

—Una, tireana.

—Lo siento —hizo una breve pausa. Pese al desprecio que parecía tener hacia todo el que no fuera un soldado espartano hecho y derecho, una vida era una vida, y lo lamentó—. Debemos interrogarlos. Lo dejo a tu cargo. Es tu oportunidad.

Hiroto contuvo las ganas de saltar de alegría, saludó a su padre como uno más y volvió a su sitio con sus compañeros y los prisioneros. Allí no pudo evitar echar su sonrisa, que animó a sus compañeros espartanos. Los únicos que no sonreían eran los cazadores, que les daba igual, y los prisioneros, evidentemente.

—Creo que no es difícil deducir qué es lo que viene ahora —les dijo Hiroto a los prisioneros, recuperando su dureza—. Empezad a responder nuestras preguntas y os dejaremos libres.

—¿Para qué? —bufó uno, mirando al suelo—. Sois espartanos. Lo destruís todo, lo invadís todo, no creo que vaya a quedar nada por lo que luchar después de que paséis por arcadia.

—¡Eso no es verdad! ¿Quién te ha contado esa mentira? —replicó Midorikawa, en defensa de su amante.

—Todo el mundo conoce los propósitos de Cleómenes.

—Entonces sabíais desde el primer momento que Esparta atacaría Licosura —señaló Hiroto.

—El rey Licaón estará loco, pero no es tonto ni ingenuo.

Kidou se acercó a los prisioneros para mirarlos a la cara. Les contó la situación en la que se encontraban ellos mismos, la de su ciudad, para que no se sintieran tan abandonados.

—A nosotros no nos importa nada más que vivir tranquilos. Podemos intentar protegeros, pero debemos acabar cuanto antes con esto. Licaón debe caer.

—Licaón no caerá por más que lo queramos todos —se quejó otro—. Está embrujado por un dios. Y todas las criaturas de la región le hacen caso por ello.

—Un momento, ¿todas? —intervino Tenma—. ¿Y esa ninfa que se llevó a nuestro amigo?

—¿Ésa? ¡Es una traidora y una mentirosa! Dijo que nos ayudaría a emboscaros atrayendo a alguno de vosotros y cuando vio al chico ese perdió la cabeza y nos abandonó. A saber lo que hará… o lo que le harán, si la encuentran.

—Lo sabía, era todo una trampa —susurró, enfadado. Hikaru y Tsurugi le apoyaron en silencio.

—Cuéntanos más. ¿Hay criaturas de los dioses cerca? —siguió Hiroto.

—Las hay. Los antepasados de Arcadia, la Osa Mayor y la Osa Menor, Calisto y Arcas (1). Nos vienen a castigar personalmente por la locura de Licaón. Están permanentemente luchando contra las fuerzas leales al rey.

—¿Y no pudisteis desertar? —preguntó Kidou—. Estabais en una misión solos, podíais haber huido.

—Todos tenemos familia y una casa, no podíamos abandonarlos. Es todo un gran chantaje —repuso el primero de los prisioneros, abatido.

Lo que la guerra siempre olvida: la retaguardia, la familia, el hogar, la calma. Se lucha por todo ello, para defenderlo, se lucha para la paz, pero todo cambia en la batalla. Todo se olvida por unos instantes.

—Recuperaremos vuestras casas y salvaremos a vuestras familias —intervino Tenma, decidido de nuevo—. Derrotaremos a Licaón y a cualquier criatura que esté a su favor.

Los prisioneros asintieron. Les contaron que la ruta que siguieron hasta la emboscada era segura, que solamente esa ninfa traidora y ellos la protegían porque un ejército entero no podía cruzar cómodamente la zona. Les contaron también que la ruta principal daba un rodeo hasta Licosura y estaba protegida por parte del ejército espartano.

—Los refuerzos de Corinto nos ayudarán con eso —pensó Kidou.

—No lo harán, han hecho un pacto temporal con Licaón. Se van directamente a la Élide a por la constelación del Escorpión —negó uno de los prisoneros.

Otra mentira más al saco. Kidou se sintió traicionado, aunque siguieran siendo aliados. Negar la ayuda a otro griego era lo peor que se podía hacer.

Cuando acabaron de hablar con los prisioneros, Hiroto fue a hablar con su padre. Él se mostró extrañamente contento y felicitó delante de todo su ejército a su hijo y sus exploradores por la tarea tan eficaz que habían llevado a cabo.

—Estamos preparados para una batalla frente a frente con el ejército de Licaón —aseguró— pero no podemos jugárnoslo todo a una carta. Hiroto, necesito que tú y los tuyos toméis la ruta del bosque de nuevo. Llevaos a los prisioneros como guías. Hay que hacer salir a Licaón de su palacio para derrotarle y acabar con su locura.

—Bien.

—¡Mañana por la mañana levantamos campamento! ¡Es hora de la batalla!

Todo el mundo vitoreó a su rey, excepto los cazadores, los tireanos y los prisoneros. Con la experiencia que tenían los tireanos con los dioses y las criaturas, no se creían que todo fuera a ser tan sencillo. Había algo allí que olía mal, que no estaba en su sitio. Faltaban piezas. ¿Cuáles eran todas esas criaturas que Licaón podía dominar?

*  *  *

Ichiban despertó, tumbado en la hierba, como los dioses le trajeron al mundo. Se sentía agotado, y feliz, y agotado de nuevo. La energía de Yoichi pasaba factura en su cuerpo, pero sonreía por ello. Hacía años que no se sentía tan liberado. Probablemente el destino le hubiera reservado algún tipo de castigo solamente por estar en esa situación, mientras el resto estaba probablemente en batalla.

—¿Ocurre algo? —susurró Yoichi, que reposaba en su pecho, sonriendo tranquilamente. El atardecer le daba en la espalda y no podía ver bien sus ojos.

—Me preocupan mis compañeros.

—Ya te he dicho que no tienes que preocuparte por ellos.

—También me preocupa cómo es que sabías que estábamos en peligro —dijo, con un tono más acusador e incorporándose.

—Ya veo, primero el sexo y luego las preguntas incómodas… Bueno, supongo que me lo he buscado —se rio la criatura. Ya no parecía tan encantadora—. Lo sabía porque yo preparé la emboscada con los que os atacaron.

—¡¿Qué?! —gritó, apartándolo y levantándose. Ya estaba pensando en armarse—. ¡Nos has mentido!

—Cálmate, tiene una explicación.

—¡Más te vale que sea buena!

—Me envía un amigo tuyo, rubio, serio y tímido. Vive en el Olimpo.

Ichiban suavizó toda su postura y su cara al ver descrito a Hinano en labios de la ninfa.

—¿Está bien? ¿No le han hecho nada?

—No, no, está bien —le tranquilizó—. Mira, no te llamé a ti precisamente porque me gustaras. —Ichiban sintió una punzada en su interior—. Bueno, eso en realidad vino luego, cuando te pude ver de cerca. No creas que lo que ha pasado hace un rato era solamente un juego —aclaró, poniendo una cara complicada. Se estaba liando con sus palabras por miedo a decepcionar a Ichiban—. Te llamé porque un amigo de tu amigo, un dios, obtuvo un mal presagio sobre tu cuerpo. Ambos se presentaron ante mí en sueños y me pidieron como favor personal que te protegiera hasta que acabara la batalla contra Licaón.

—Pero… ¿solamente yo? ¿Y el resto?

—No dijeron nada al respecto. Pero mírate, casi mueres incluso con la advertencia. Suerte que has salido con un rasguño.

Ichiban se miró la herida que había sido medio curada por la ninfa unas horas antes. Hikaru también había tenido visiones sobre su muerte, por eso confió ciegamente en Yoichi y le empujó a ir con él, aunque al final sucediera involuntariamente.

—Has evitado la muerte —dijo Yoichi, muy seriamente—. Los dioses y el destino no suelen estar de acuerdo en que un humano evite su muerte, la verdad, pero aquí estás. Es más, tu amigo y el dios ése dio con la única criatura en toda Arcadia que no estaba de parte de Licaón ciegamente.

—¿Qué quiere decir eso?

—Licaón es un rey poseído. Se volvió loco por ello. Lo causa un objeto mágico que lleva siempre consigo. Nadie sabe cuál de los muchos que lleva puesto es, pero contiene un poder ancestral de un dios antiguo que pone a la naturaleza a su favor a cambio de un alto precio: la cordura y la civilización.

—El peor destino para un griego (2).

—Supongo. Los que os emboscaron lo sabían. Si tus compañeros les capturaron, a estas alturas ya sabrán lo que hay que hacer. Solamente tienes que esperar a que ganen esa batalla. Y, a juzgar por los poderes que tienen varios de tus compañeros, creo que no tendremos que preocuparnos.

—Me siento impotente.

—Pero si sales allí, morirás sin remedio. No quiero que mueras, ¿entiendes?

La cara de Yoichi se veía afligida. No tenía otro remedio que creerle, pese a que había ido sumando mentiras. Además, le daba la impresión que hacía más tiempo que le observaba del que Yoichi admitía.

—Vale, esperaré —sonrió, al final—. ¿Hinano está bien?

—¿Así se llama el rubiales? —preguntó más alegre—. Pues se le veía muy… “resuelto”, con ese dios a su lado, así como tu conmigo.

Ichiban rompió a reír. Supuso que ser presa de cualquier criatura fuera de lo humano era ser perseguido sexualmente, como si para los humanos fueran unas vacaciones eróticas. Ese mundo estaba lleno de pervertidos.

 

Notas finales:

NOTAS:


(1) En el capítulo 3 ya lo conté (nota 7), pero era uno de esos mitos trágicos y otra de las bajadas de bragueta de Zeus. El dios se enamoró de Calisto, y para protegerla de la ira de los dioses, la transformó en osa. Antes tuvo un hijo, Arcas (o Árcade), que se la encontró en un bosque. Zeus decidió no tomar más riesgos y, sabiendo que Arcas ya tenía descendencia, subió a las estrellas a madre e hijo, en forma de las constelaciones de la Osa Mayor y la Osa Menor.


(2): Los griegos eran muy especialitos con eso. Todo lo que no fuera la ciudad y los hombres, específicamente (la mujer era parte de la salvaje naturaleza, según ellos. Sí, eran muy machistas) era considerado una vergüenza para cualquier habitante. Los instintos eran naturaleza, la locura era naturaleza, la barbarie era naturaleza. Los griegos valoraban el orden, la civilización, la racionalidad y el pensamiento como distintivos del ser humano, más específicamente del hombre (aunque en este punto admitían que las mujeres también formaban parte de ello, si podían vivir en ciudades), y veneraban a los dioses de la naturaleza no por gusto, sino por la protección que creían recibir cuando salían de sus ciudades.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).