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Cazadores del Mar Celestial por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

Puntualito. Probablemente para el siguiente tengamos que esperar más, pero bueno, valdrá la pena jaja espero que os guste, y perdonad el desastre de este verano XD

17. Las criaturas de Licaón

 

Nada más ver aparecer los primeros rayos solares, el ejército espartano se puso en marcha, en completo silencio. A parte del ritual de inicio de combate, que fue bastante ruidoso, parecía una marcha fúnebre. Lo único que mantenía despierto a Hikaru era el ruido de las armas y las armaduras y escudos entrechocándose unos con otros. Él iba mirando a sus compañeros. Los jóvenes y los cazadores parecían igual de incómodos que él, mientras que los veteranos entendían esas caras largas y serias.

Por suerte, el desvío hacia el bosque de la ninfa se hizo pronto, y todos los tireanos, exploradores, cazadores y prisioneros por fin pudieron respirar algo de aire limpio.

—Los espartanos sabrán luchar, pero saben aún mejor salir a escena (1) —comentó Kidou a Fudou, que estaba a su lado.

El ambiente tenso pasó factura en especial a Tenma, que se le veía impotente, cargando con la lanza de Ichiban. Hikaru se mantuvo todo el rato a su lado para tener una presencia amiga en la que respaldarse. De hecho, él y Tsurugi se miraron para que Tenma se quedara con quien quisiera. Prefirió a Hikaru.

Los prisioneros guiaron sin ningún intento de huir a sus captores por los bosques. Cogieron atajos que solamente ellos conocían y cortaron media hora de viaje. Llegaron al riachuelo donde Ichiban había desaparecido el día anterior a media mañana, y descansaron.

—¿Tenma? —preguntó Hikaru, cuando vio que su amigo se dirigía al lugar exacto donde había visto desaparecer a su amigo.

—No pasa nada —le arropó Tsurugi con sus brazos—. Volverá sano y salvo.

—Lo siento —susurró Kidou.

—No, no, ellos… le salvaron la vida. Está vivo por ellos —dijo, mirando a Kariya y Hikaru.

Se sentó de nuevo al lado de su mejor amigo y descansó. Entre tanto, Fudou designó a Kariya y a Fubuki como patrulla, para vigilar los alrededores mientras descansaran. Éste último se mostró enormemente agradecido por ello. Solamente Goenji vio que estaba a punto de llorar.

—Voy a adelantarme un poco —avisó Goenji al resto.

—Ve con cuidado —contestó Midorikawa.

Goenji solamente se alejó unos metros, pero los justos para que nadie le pudiera ver, a parte de los cazadores que patrullaban. Al cabo de unos minutos, Fubuki le vio allí de pie, solo, y su instinto de conservación le hizo acercarse para protegerle.

—¿Qué haces aquí solo? Es peligroso. Hay varias criaturas de Licaón por los alrededores.

—¿Cómo lo sabes?

—Están encantados por un dios también.

—Tienes que luchar —atajó Goenji firmemente, yendo al grano—. No puedes dejar que todo te afecte. Desahógate y luego lucha.

Como si hubieran disparado una flecha, la tensión se deshizo en Fubuki y se echó a llorar en silencio. Goenji le abrazó, suspirando un poco. Era una escena que se repetía bastante. Le costaba de creer que un cazador como él no pudiera soportar una simple desaparición, aunque fuera temporal y fuera su hermano.

Y aun así, le dolía también a él. Mucho. Siempre se pensaba que lo había superado, pero ver a Fubuki en su misma situación reavivó viejos recuerdos.

—Vamos a luchar juntos, ¿vale? —le aseguró. Luego hizo algo que nunca había hecho con nadie más que con su hermana: le besó una mejilla. Nunca se había sentido tan necesitado de hacerlo como en ese momento—. Prométeme que lucharás.

Fubuki se separó levemente, sorprendido por la acción del tireano, y asintió. Estuvo tentado de repetir esa acción, pero no fue capaz. Goenji le miraba demasiado fijamente y le intimidaba.

—Perdona —dijo Goenji, bajando la mirada—. He hecho algo que no debía. No es momento para esto.

—N-no pasa nada…

Goenji dio media vuelta para irse. El cazador estuvo a punto de pararle para retractarse y pedir lo que estaba deseando, pero un aullido cercano distrajo a ambos.

—¿Qué ha sido eso? —se alarmó el rubio.

—¡Avisa a tus amigos y formad! —Goenji dudó un instante, cuando vio a docenas de ciervos y lobos corriendo entre los árboles hacia ellos—. ¡Date prisa!

El resto de cazadores se unió a la repentina pelea, cruzándose con Goenji por el camino, mientras que las fuerzas humanas formaron como pudieron a la retaguardia. El rubio se puso en el centro, con Kidou.

—¿Qué ha pasado?

—¡No lo sé, simplemente los ha detectado!

La mayor parte de la jauría de lobos rodeó a los cazadores, que peleaban fieramente alejándolos como podían. Los lobos que quedaron y los ciervos embistieron la pared de lanzas que formaron los humanos, metros más atrás. Shindou y Kirino, que apenas iban armados, quedaron encajados en el centro de la formación, para más protección.

—¡Necesito espacio! —se quejó Kirino—. ¡Haced un círculo y resistid!

—¿Qué planeas? —le preguntó Hikaru.

—Consígueme espacio y nos libraremos de la jauría.

Al oír esa buena noticia, el círculo de guerreros se ensanchó considerablemente y Kirino empezó a recitar los versos mágicos de Hécate. Sus ojos se iluminaron de aquel color mezclado entre verde y azul, y cayó como una cascada de éstos al suelo. Unas finas líneas se trazaron, saliendo del círculo, y atraparon como lianas a todos los animales que les atacaban. Éstos se detuvieron en seco, como si hubieran despertado de una pesadilla, y huyeron en desbandada.

—¡Es la nuestra, hay que salir del bosque! —ordenó Kidou.

—¡Y que lo digas! —gritó desde lejos, Fudou—. ¡Ésta solamente era la primera línea de defensa!

Los humanos no entendieron hasta que empezaron a ver árboles duplicados, demasiado juntos para sobrevivir, y en cada pareja uno tomaba aspecto de mujer.

—¡Son dríades(2)! —alucinó Tenma—. ¡Pensaba que era un cuento de niños!

—Creo que hemos superado hace rato el límite de cuento de niños, chaval —se rio Hiroto, corriendo.

Las dríadas eran veloces y estaban consiguiendo barrar el paso entre los cazadores y los humanos. Kirino apenas podía quitar unas pocas de en medio con su poder, pues sus fuerzas no eran infinitas y, al parecer, las criaturas de Licaón sí.

—¡Kirino! —exclamó Shindou. Hikaru se giró, desobedeciendo las órdenes de no distraerse y correr, y vio a Kirino desmayado en brazos de su pareja—. ¡Sigue corriendo, lo tengo!

El grupo alcanzó a los cazadores y formaron un círculo más grande que avanzó más rápidamente gracias al poder de éstos. No tardaron en dejar atrás el bosque y las dríades (que no se atrevieron a alejarse de su hogar) y a ver Licosura entera.

La ciudad estaba encajada por completo en la montaña, como en una escalera. Apenas había espacio plano para maniobrar, con la muralla y el bosque tan cercano. El ejército espartano no se encontraría en su mejor campo de batalla.

—¡Están allí! —exclamó Hiroto, avistando al ejército de su padre.

—Tenemos mejores cosas de las que preocuparnos —señaló Midorikawa.

—¡Formación cerrada! —ordenó Kidou.

Todos se apretujaron, conservando a Kirino en el centro, para resistir la embestida de nada menos que una docena de jabalíes embrujados y la escasa caballería de Licaón, con sus jinetes gritando a pleno pulmón.

Unos rugidos intensos provenientes del bosque, entre el grupo de tireanos y los ejércitos espartano y de Licosura, alertaron a todos.

—¡Resistid! ¡La ayuda ya llega! —anunció Kidou, con más energía.

Los jabalíes chocaron contra los escudos y desestabilizaron el grupo lo justo para que luego la caballería pudiera dar golpes certeros, pero los cazadores tenían trampas preparadas, con su poder, que frenaron y desviaron la carga directa. Ambos bandos se enzarzaron en un combate impredecible y en constante movimiento en el que Hikaru solamente sabía estar mareado de tanto animal rodeándole.

De lejos, unos osos enormes aparecieron, del mismo tamaño que el Toro. Y eran dos, corriendo hacia el diminuto grupo que batallaba de forma confusa. La Osa Mayor y la Osa Menor alteraron a los jabalíes, que empezaron a huir despavoridos y se enfrentaron cara a cara contra la caballería. Era una batalla muy desigual.

Hikaru entonces tuvo una lluvia de imágenes provenientes de su Amuleto Alado. Eran demasiado rápidas para percibirlas todas y comprenderlas. Solamente supo que tenía que dar dos pasos fuera de la formación y que le iba a doler. Mucho.

—¡Hikaru!

Todo el grupo se dispersó ante un zarpazo involuntario de la Osa Menor, que habría acabado con la vida de Hikaru. A varios de los jinetes se les dio una buena oportunidad de huir, y uno usó el cuerpo mareado del pobre tireano como protección. Sin saber de dónde le vino, algo rebotó contra el escudo de Hikaru, y el escudo dio de lleno en su cabeza poco protegida y cayó como un peso muerto. Otro de los jinetes lo agarró sorprendentemente rápido y lo cargó al lomo de su caballo.

—¡No! —gritó Tenma.

Ya había abandonado la formación, así que no tenía nada que perder, excepto a su mejor amigo. Persiguió por unos metros a la caballería, esquivando las patas de los osos gigantes, pero solamente pudo rezar para que las patas delanteras de esas criaturas no aplastaran precisamente al jinete que se llevaba a Hikaru.

—¡No te vayas, Tenma! —casi le suplicó Kidou.

—¡No puedo quedarme solo! —Estaba a punto de llorar ya.

—Yo voy con él. Me entregaré como prisionero —se ofreció Kariya—. Así le protegeré.

Nadie contestó a eso, lo que el cazador se tomó como buena señal y persiguió a los jinetes, huyendo de las zarpas de las Osas, que aún atacaban a los de Licosura.

—Tenemos que reencontrarnos con mi padre —les aconsejó Hiroto—. Tendrán un frente estable y podremos dejar descansar a vuestro amigo. Por la noche urdiremos un plan para infiltrarnos.

El silencio fue de nuevo la respuesta, y marcharon todos hacia el frente espartano, que no quedaba demasiado lejos tampoco. Las Osas les cubrieron con su cuerpo de las flechas que disparaban de lejos los guardias de la ciudad enemiga.

—Dioses, qué bien nos va ser sus aliados por esta vez —agradeció Fudou, sonriente a pesar de todo.

—Mejor no lo digas muy alto… —le replicó uno de los prisioneros arcadios, que sorprendentemente seguían con ellos.

—Si no os importa, os usaremos de nuevo para entrar en la ciudad —dijo Hiroto, dándose cuenta de que aún tenían posibilidades esa misma noche.

—Mejor. Quiero volver a casa sin que la encuentre en llamas —soltó otro de los prisioneros.

El grupo llegó a paso ligero hasta el frente de la batalla. Al ver el pequeño grupo, el ejército de Licosura se replegó un tanto y retrocedió un poco hasta la ciudad, como si rezaran para que acabara ese día lo más pronto posible (3).

Fue entonces que el ejército espartano también retrocedió, para más sorpresa. Espartanos y arcadios se gritaron mutuamente treguas y la batalla se detuvo justo cuando Hiroto se encontraba cerca de uno de los generales de Cleómenes, en la retaguardia.

—¿Qué pasa? ¿Por qué se detiene la batalla?

—Hemos tenido muchas bajas, más de las esperadas (4) —anunció con pesar—. Entre ellas tu padre.

—¡¿Qué?!

—El rey Cleómenes ha muerto. ¡Larga vida al rey Hiroto!

—¡Larga vida! —vitorearon todos los espartanos.

Y el silencio invadió el campo de batalla.

Notas finales:

Espero que os haya gustado :) aquí tenéis las notas :)

NOTAS:

(1) Desde tiempos de Homero, las batallas se libraban básicamente con un inicio digno de cantante de heavy metal, pues mientras no había contacto físico, los bandos intentaban asustarse unos a otros gritando a pleno pulmón. Solía funcionar bastante bien. Los espartanos eran los únicos (en especial a partir de la época de luchar contra persas) que marchaban en silencio. El ruido de las armas y el silencio tenso causaba un efecto de “gigante” entre los enemigos gritones y se solía ver a los espartanos como “fríos, fortalezas e imbatibles” por su gran capacidad de resistencia al temor y al primer choque.

(2): Las ninfas de los robles, en concreto. Sí, ninfas por todas partes. No son violentas, pero aquí juego con la posesión del rey Licaón para volverlas agresivas.

(3): Los griegos tenían muy claro cuando se tenía que luchar. Solamente durante el día, preferentemente por la tarde, y siempre en verano y primavera como mucho, nunca en invierno. Eran batallas bastante ordenadas para que fueran contiendas no excesivamente largas. En este caso, tampoco lo será.

(4): Reitero, los griegos tenían batallas muy ordenadas. En este caso pongo una nota para decir que habían pausas entre las batallas, si eran duraderas, para una tregua temporal para honrar a los caídos. Si alguien ha visto la película “Troya” (con su Brad Pitt de por medio), lo habrá notado, allí también sucede. Por eso se detiene la batalla. Por motivos religiosos y funerarios.


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