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Cazadores del Mar Celestial por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

Por todos los dioses, hace miles de años que no actualizo este pobre desamparado! XD bueno, he conseguido ponerme las pilas... es que putos otros fics, me tenían absorbido XD

19. Secuelas

 

Espartanos, arcadios y tireanos vieron desde la distancia cómo los rayos destruían e incendiaban el palacio de Licosura. Se podía oír gente gritando, u ordenando la extinción del fuego. Algunos de los habitantes huían de la ciudad en la noche, sin nadie que se lo impidiera.

El ejército arcadio, que esperaba en la parte más alta del campo de batalla, respiraba con inseguridad por los tiempos venideros. Muchos de ellos incluían en sus pensamientos que por fin la pesadilla había terminado, aunque no tenía ni idea de si alguno de los hijos de Licaón tomaría el relevo y seguiría con ese reinado del terror.

Por otro lado, Hiroto y sus exploradores se acercaron al ejército enemigo para establecer pactos. Los arcadios se habían retirado de la batalla, cansados, y estaban dispuestos a negociar condiciones de ésta, pero Hiroto, en consenso con los veteranos de su ejército, no había venido para eso:

—Hemos acordado establecer una alianza con vuestro nuevo rey, si está dispuesto a ello —anunció—. No estaba dentro de los planes de mi padre anexaros a Esparta y no pienso tener ahora a mi primer enemigo como rey.

Los arcadios le ovacionaron discretamente, como si no les interesara la alianza. Estaban pensando, obviamente, en sus familias. Luego, se levantaron y marcharon de vuelta a la ciudad, a ayudar al resto de habitantes, sabiendo que los espartanos ya no tenían intenciones de atacar. Éstos, incluyendo a los tireanos, se asentaron fuera de las murallas con el permiso del general de Licosura.

Fue entonces cuando Kariya y los demás cazadores aparecieron en el campamento, cargando con Hikaru.

—¡Hikaru! —Tenma corrió a abrazarle. Su amigo apenas reaccionó—. Hikaru, ¿cómo estás?

—Está en shock, necesita descansar —habló Kariya por él.

El joven tireano miraba los árboles, con ojos asustados, esperando que nadie más le preguntara. Cualquier visión de un humano implicaba recordar lo que acababa de ver. No le apetecía nada el contacto que hacía ya rato que sentía.

—Dejadle espacio —ordenó Kirino, con autoridad, apareciendo con Shindou—. Que sienta libertad.

Tenma miró al hijo de Hécate a medias entre indignado y suplicando respuestas. Necesitaba el cariño de su amigo, pero éste parecía no responder a nada. Al cabo de unos segundos, empezó a querer coger sus armas, que Tsurugi había dejado en el suelo, así que Tenma le dejó. Hikaru juntó la lanza, la espada, la armadura y el escudo y, con éste último, se cubrió, como si tuviera miedo de nada que no fuera la vegetación o el suelo.

—Hikaru…

—Acaba de presenciar una escena traumática. Voy a ayudarle a conciliar el sueño —dijo Kirino. Cerró los ojos, se concentró, y un pequeño haz de luz verde y azul apareció bajo el escudo, donde Hikaru se encontraba resguardado. Éste no reaccionó, y finalmente acabó tumbado, soltando sus armas, quedando dormido con tranquilidad. Kirino oró por él—: Que Hécate te otorgue un sueño apacible.

Tenma, Tsurugi y Kariya quedaron por unos segundos en silencio, más tranquilos, hasta que el tireano cargó contra los itacenses:

—¿Por qué has hecho eso? ¡Necesitamos saber qué le ha pasado! ¡Tenemos que ayudarle!

—¿Y qué hay que saber? Los dioses han destruido a Licaón y su palacio. La guerra contra Arcadia ha terminado —replicó Tsurugi, con frialdad.

—¡Me importa una mierda eso, quiero ayudar!

—Calma, Tenma, por favor —pidió Kirino—. Ahora no le habríamos sacado nada, rehuía el contacto humano, estaba aterrado. Lo que necesitaba era descansar.

—¿No puedes hacer nada más para saber? —le insistió.

—Mi intención era usar mi don de la visión para ver lo que él ha visto. Así él no se vería forzado a contar nada.

Kirino miró un segundo a su pareja, como si se pidieran mutuamente permiso, y luego se arrodilló al lado de Hikaru. Le puso una mano en la frente, y ese punto emitió la misma luz azulada y verde. Los demás rodearon al de pelo rosa, expectantes de lo que tuviera que decir, pero, pese a la noche y la poca luz que brindaban las antorchas, pudieron ver claramente las muecas de sufrimiento que iba poniendo. Desde luego, no eran unas visiones agradables. Cuando la luz se esfumó, Kirino se sentó, cansado, y Shindou se sentó a su lado, para comprobar que estuviera bien.

—Es… horrible.

—¿Qué has visto?

—Iba a ser sacrificado. Iba a ser la comida de Zeus, pero uno de los hijos de Licaón se interpuso y sus hermanos le mataron en su lugar. —El resto puso la misma cara aprensiva y sufrida que tenía Kirino—. Zeus se dio cuenta y atravesó a todos con el rayo, excepto a Licaón, al que transformó en lobo, con todos sus ropajes y joyas. El Amuleto Alado estaba entre ellos. Luego, Hermes le sacó de allí, y justo después Kariya aparecía.

—Por todos los dioses…

—No me extraña que no pueda mirar a nadie a los ojos —suspiró Tsurugi, más afligido esta vez.

—Le dejaremos descansar el tiempo que haga falta —dijo Kirino, para finalizar. Él y Shindou se fueron para traer sus equipajes hasta el grupo.

—Me quedo con él —dijo Tenma.

—Yo también —se sumó Kariya.

Los jóvenes construyeron un círculo al alrededor del pobre tireano. Cuando los mayores se acercaron a ver (pues habían estado debatiendo sobre su próximo paso) y supieron lo que había pasado, se apiadaron de todos ellos y también se incluyeron. Todo apoyo era bienvenido.

En el momento de más paz en días, una luz se alzó detrás de la ciudad asediada. Dos osos rugieron con fuerza en la lejanía, y esa luz ascendió hasta desaparecer entre las estrellas. Las osas protectoras de Arcadia habían vuelto a su sitio.

—Zeus en persona debe habérselas llevado —comentó Kirino—, ahora que ya no son necesarias.

—A Hikaru le hubiera gustado ver esto —susurró Tenma, con tristeza—. Adora mirar el cielo.

*  *  *

Hacía años que no tenía un sueño tan placentero como aquél. No soñó nada, y eso era lo mejor. Nada que le atormentase, que le persiguiese, ni muerte, ni dolor, ni sufrimiento… Ojalá hubiera durado más. Cuando empezó a sentirse de nuevo sobre la tierra, las horribles imágenes y el recuerdo del estruendo del rayo de Zeus atacaron de nuevo sus tímpanos y sus ojos, levantándose de golpe.

—¡Ah!

—¡Hikaru! —Tenma ya estaba despierto. Era de día, aunque un tanto gris por las volutas de humo que ascendían de Licosura—. ¿Cómo te encuentras?

—Bien —mintió, en un susurro.

De repente, toda la atención se había centrado en él y se sintió incómodo. Se vio rodeado de todos sus amigos, que le transmitían su calor y su agobio a la vez. En contra de todo pronóstico, se acercó a Kirino primero, como si fuera un perro aterrorizado y cauteloso.

—Gracias por dormirme. Cuando vi esa luz me sentí en paz.

—Lo necesitabas.

Hikaru iba a decir algo más que se le acababa de pasar por la cabeza, pero sabía que no era posible, así que se quedó en silencio. Kariya y Tenma le preguntaron más veces cómo se encontraba, pero no conseguían otra respuesta que no fuera ese “bien” tan frío. Los mayores ni lo intentaban. El tireano no se movió del lado de Kirino en toda la mañana.

Entre tanto, las cosas en Licosura avanzaban. Hiroto informó al grupo de cazadores y tireanos que la ciudad estaba ya bajo control. El ejército arcadio había podido volver a sus casas sin problema y, pronto, el nuevo rey bajaría a recibirles. Cuando Midorikawa intervino, fue para dar una mala noticia:

—Chicos, voy a irme con Hiroto.

—¡¿Qué?! —se quejó Tenma.

—Creo que no estamos en posición de perder más soldados de nuestra formación —razonó Kidou, mirando a Goenji—, pero tampoco podemos decidir por ti. Imaginaba que este momento llegaría.

Midorikawa abrazó a sus compañeros de armas y le aseguró a Tenma que se volverían a ver. Por todos era sabido el temor del pequeño a quedarse solo, sin sus amigos.

—Antes, los exploradores y yo pasaremos por casa —añadió—. Tenemos que dar órdenes al capitán espartano que la vigila de que ya puede volver a Esparta. Así que si tenéis algún mensaje para la familia, dádmelo antes de iros.

Hikaru no encontró nada que decir a nadie. Era sorprendente que se diera cuenta que no tenía verdadero contacto con nadie que no fueran los amigos que ya estaban con él o que habían ido perdiendo por el camino. El resto sí que dio sus mensajes a Midorikawa, en cambio, mientras el de pelo morado vigilaba las puertas de la ciudad: esperaba ver salir a su rey.

—Ya viene el nuevo rey —observó Hiroto, al cabo de unos minutos—. Voy a recibirlo.

—¡Te acompaño! —se apresuró a decir Hikaru.

El resto quedaron sorprendidos, pero, aparte de Tenma, nadie vio impedimento a que se fuera con el rey espartano.

Varios guardias escoltaban a ambos reyes. Hikaru deseaba ver al nuevo rey, con la esperanza de que se tratara de quien pensaba, y que su última esperanza en esa ciudad maldita no se desvaneciera. Mantenía ese pensamiento muy fijo, pese a que el ruido de las armas y armaduras le estaba taladrando el cerebro. El repiqueteo del metal le recordaba vivamente la escena de la noche anterior.

—¿Qué esperas del nuevo rey? —le preguntó Hiroto, viendo que el tireano se iba revolviendo, nervioso.

No respondió, no quería gafarse. Y, cuando vislumbró esa cara algo alargada y firme de Níctimo, abrió mucho los ojos y tuvo el impulso de correr hacia él. Níctimo también se dio cuenta de que conocía al acompañante de Hiroto:

—¡Eres tú! ¡Has sobrevivido!

Señal suficiente para Hikaru para correr hacia él. Los guardias arcadios fueron detenidos por Níctimo para que éste pudiera recibir el abrazo del chico con toda libertad.

—¡Pensaba que tú…! ¡Me salvaste!

—Zeus premió mi acción. Me devolvió a la vida.

—Entonces… tú…

—Sí, morí. Pero estoy aquí. Me alegro de que sirviera de algo mi sacrificio.

Hikaru respiró bastante aliviado y con una calma parecida a la que había sentido antes de despertarse.

Hiroto se acabó de acercar con sus guardias, bastante sorprendido por la reacción de Hikaru. Sabía cosas de lo que había pasado, pero no esa parte. Bueno, el chico tampoco lo había sabido hasta ese momento.

El joven no quiso ser impedimento para las conversaciones, así que se apartó y volvió al lado de Hiroto, disfrutando del día soleado, de ver a un amigo con vida y de que el metal no rechinara. No se enteró de lo que hablaron ambos reyes, pues estaba concentrado en atesorar ese momento: sabía que no encontraría otro igual en mucho tiempo.

Cuando las conversaciones acabaron y Hikaru volvió con los suyos, todos notaron la diferencia.

—¿Qué ha pasado?

—El nuevo rey, Níctimo, dio su vida para proteger a Hikaru —explicó Hiroto, mientras el de pelo morado por fin se lanzaba a abrazar a Tenma y a Kariya a la vez—. Zeus le revivió por ese acto.

—Gracias, gracias por todo —susurró Hikaru a ambos amigos, casi llorando.

—Uau, eso no sucede todos los días —comentaba Goenji—. Me alegro de saber que habrá alguien digno de los dioses al mando de Licosura.

—Por lo menos le ha aportado algo de paz a Hikaru —añadió Kidou, sonriendo apaciblemente.

Hacia el mediodía, cuando se aseguraron de que Hikaru estaba en condiciones, Kidou anunció que se pondrían en movimiento al día siguiente a primera hora. Nadie se quejó por ello, ni Hikaru, aunque pensó que lo pasaría bastante mal escuchando cada paso de la marcha hacia el oeste. El resto miraba a Midorikawa con ojos de despedida.

—¿A dónde os dirigís? —preguntó Hiroto.

—A la ciudad de Elis —dijo Fudou, estremeciéndose un poco—. Es el último baluarte de los descreídos. El ejército de Corinto se está dirigiendo hacia allí.

Hikaru, al ver la reacción del cazador, recordó que allí les esperaba un aliado peligroso para esos seres celestiales: el escorpión, el asesino de Orión. No le importaba tanto esa criatura como la forma en la que llegarían hasta allí.

Durante el resto del día, la extraña agrupación se dedicó a hablar, a descansar y a dormir. Hikaru estaba perdiendo ya el brote de alegría que había recibido viendo a Níctimo con vida, y empezaba a aislarse de nuevo de sus amigos. Prefería pensar en una manera de no escuchar los rayos en su cabeza y en el metal de sus compañeros. No tenía ni idea de cómo reaccionaría cuando se viera envuelto en una batalla de nuevo.

—No te encierres —le recomendó Kariya. Tenma observaba de cerca. Hikaru no contestó, casi ni le miró—. Te lo digo en serio. Tienes que hablar, distraerte, sino te atormentarás con tus recuerdos siempre por delante.

—Y supongo que tú lo sabes porque has matado a mucha gente —le replicó el afectado tireano, malhumorado.

—No, lo digo porque he pasado mucho tiempo solo, allí arriba, en las estrellas. Éramos uno, y eran tantos pensamientos y recuerdos resonando a la vez que es un milagro que no nos volviéramos locos todos.

—Lo intentaré —suspiró, avergonzado de su dura crítica.

No volvió a abrir la boca en todo el día, ni para desear buenas noches a sus amigos.

Notas finales:

Espero que os haya gustado :) comentad, mirad links en mi perfil, lo que deseéis :)


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