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Cazadores del Mar Celestial por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

Gracias por todas las lecturas, espero que os siga gustando :D

21. Interludio – Sólo de paso

 

Hinano creía firmemente que habían estado de suerte.

Vale, que les echaran del Olimpo para no volver (por lo menos hasta redimirse de alguna forma) no era precisamente la mejor situación del mundo, pero recordaba las historias que se contaban en Tirea sobre el pobre dios Hefesto, al que su propia madre tiró desde el Olimpo a la tierra y se quedó cojo por la caída. A Taiyo solamente le habían echado. Habían podido salir por su propio pie.

Evidentemente, el dios no tenía tan clara esa suerte. No se quejaba, pero ponía mala cara todo el tiempo y su cuerpo estaba debilitándose: efectos de los descreídos que aún quedaban al oeste del Peloponeso. Ya no tenía ese fulgor especial que tenía como dios, y parecía que hubiera envejecido varios años de golpe. Sus poderes también habían disminuido, pero no lo suficiente como para ir a velocidad sobrehumana por la costa este del Peloponeso.

—Llegaremos este mediodía —le dijo a Hinano con sequedad, cuando hicieron un alto para descansar.

—No pensaba que llegaría a viajar nunca tan rápido.

—Antes podía serlo aún más. Malditos descreídos…

—No te preocupes, mis amigos están en ello —le sonrió, con toda confianza. Taiyo le imitó tímidamente, sin tantos ánimos.

Llevaban unos pocos días viajando. Habían aterrizado al pie del Monte Olimpo, la montaña de verdad, al norte las llanuras de Tesalia. Viajar desde allí hasta Tirea era como dar dos vueltas al Peloponeso, un viaje larguísimo que Taiyo se había encargado de hacer mucho más corto.

Taiyo se había tumbado para descansar. No había amanecido aún. Era un momento ideal para echar una cabezadita. Hinano se tumbó a su lado y le abrazó, para darle apoyo. Era curioso que un dios, ni que fuera menor, necesitara apoyo, pero así era. Taiyo agradeció el abrazo de su amante humano y se quedó dormido abrazándole de vuelta. Hinano aprovechó para sentir el calor del dios. Siendo el hijo del que lleva el sol por el firmamento, algo de su calor heredó, porque era como tener una antorcha siempre a su lado. Le encantaba la sensación.

—Kinsuke —le llamó Taiyo horas después. Se había quedado dormido también—. Hora de irnos.

—Ah, sí —bostezó—. Vamos.

Hinano se subió a la espalda de Taiyo y éste arrancó a correr tan rápido que las formas se desdibujaban a su alrededor. Sabía que cruzaban montañas y bosques, pero era imposible identificar dónde estaban exactamente a esa velocidad.

Efectivamente, el sol estaba en su punto álgido cuando Taiyo empezó a frenar y su compañero señaló las murallas en construcción de Tirea. Parecía que hubieran dejado la ciudad exactamente en el mismo estado en el que la dejaron cuando partieron hacia Argos.

—Qué ganas tenía de volver… —suspiró Hinano, aunque era una sensación agridulce—. Ojalá hubiéramos vuelto todos juntos.

—No te preocupes, lo conseguiréis. No me han echado del Olimpo para que te quedes solo —sonrió, con seguridad.

Los dos caminaron hacia la ciudad. Conforme se acercaban empezaron a tronar voces sobre la llegada de Hinano, y todos notaban la presencia de un dios en su acompañante. El rubio se había acostumbrado ya, pero el poder de Taiyo, por poco que fuera, se notaba en el ambiente. Irradiaba un aura de calor y también de peligro.

Entre todas las personas que salieron a recibirles, sobresalió una:

—¡Midorikawa! ¿Qué haces aquí? ¿Ya han vuelto todos? —se alegró, abrazándole.

—¡Qué bien que te encuentras bien! —Se separó—. Pero no, he vuelto con el ejército espartano. Arcadia ha sido pacificada ya. Nuestros amigos deben de estar ya en la Élide. ¿Y quién es tu acompañante divino?

—¿Cómo que el ejército espartano? ¿Qué ha pasado mientras estaba en el Olimpo?

El revuelo que se armó cuando pronunció el nombre “Olimpo” obligó a Midorikawa a arrastrarles a ambos hasta su casa, para poder tener una charla tranquila. Allí, el mayor explicó el camino que habían tomado hasta Arcadia, la pérdida de Ichiban, el secuestro de Hikaru por el rey Licaón y la final destrucción del palacio de Licosura.

—Fueron Hermes y Zeus. Es tal y como dijeron en la reunión de hace unos días. No han esperado nada en presentarse allí —confirmó Taiyo, la primera vez que abría la boca delante de otro tireano.

—Es Taiyo, hijo de Apolo —le presentó Hinano—. Su don de la profecía nos ayudó a salvar a Ichiban. Puedo asegurarte que está bien.

—El resto están muy preocupados por él, sobre todo Tenma.

—Le dije a la ninfa que se lo llevó que le soltara en cuanto Licosura fuera tomada —explicó Taiyo—. En cualquier momento, vuestros amigos se llevarán una alegría.

—¡Qué bien! Los jóvenes necesitan mucho apoyo. Hikaru es el que peor lo está pasando. Ha presenciado la destrucción del palacio y la ejecución de todos los hijos de Licaón con un rayo.

—Los mortales no pueden soportar una demostración de poder tan grande —suspiró Taiyo—. Si vuestro amigo no se ha vuelto loco, será un milagro.

Se quedaron unos instantes en silencio, afectados por la situación de Hikaru. Midorikawa alzó la cabeza entonces.

—¿Y vosotros? ¿Qué hacéis aquí?

—Le han echado del Olimpo por espiar a los dioses mayores —explicó Hinano—. Pero no sabríamos nada de vosotros si no hubiera sido por ello. Vamos a reunirnos con el resto para ayudar en todo lo que podamos. Quizás Apolo readmita a Taiyo si ve que ha contribuido.

Midorikawa miró al dios menor con algo de reparo. Su poder estaba mermado por el peligro de los descreídos (que podían hacerle desaparecer por completo si eran suficientes), pero igualmente le intimidaba. Se calló algo que pensaba que tendría valor para decir. En su lugar, explicó su situación con Hiroto.

—Me iré con él a Esparta. Ahora que es rey, dudo que le puedan cuestionar. Ni a mí. Me convertiré en diplomático entre la ciudad y Argos.

—¿Eso quiere decir que nos seguiremos viendo? —preguntó Hinano, algo entristecido por la historia.

—¡Claro! Tirea está a medio camino. Parece que haya sido fundada para ser un lugar de descanso para los viajeros de ambas regiones. Además, he pasado mucho tiempo aquí, no podría pasar sin más.

Hinano se fijó en la casa. Ahora entendía por qué estaba más vacía que el resto. Siempre lo había estado. Midorikawa nunca había abandonado la esperanza de volver con Hiroto a Esparta y no había querido formar una vida completa en Tirea.

—¿Te vas hoy? —preguntó Hinano, cuando ya se dirigían a la salida de la casa.

—Sí, ya está todo preparado. De hecho, he pasado un par de días aquí, convenciendo a un grupo de soldados espartanos que hacían guardia aquí de que el rey había ordenado su retirada y Arcadia ya estaba libre.

—¡¿Ocuparon la ciudad?!

—Sí, pero eso ya ha pasado. Endou ya vuelve a estar trabajando duro, como siempre.

—Me he perdido tantas cosas…

—No te preocupes, ahora te pondrás al día. ¡Procurad descansar antes de iros! No encontraréis camas hasta que volváis.

Vieron a Midorikawa marcharse con un grupo de soldados claramente espartanos, pero sin rastro del tal Hiroto. La casa quedó vacía. Hinano fue directo a la suya e invitó a Taiyo para que se quedaran una noche en su casa. Los padres del rubio casi se quedan helados cuando percibieron la presencia del dios.

—Sólo nos quedamos hoy, mañana nos vamos ya. Tengo que hablar con Endou, ¡hasta ahora!

Hinano corrió hacia el edificio del consejo, donde Endou pasaba el rato hablando con Aoi. Después de la obvia sorpresa y la bienvenida, el rubio quiso que le contaran todo sobre la ocupación de la ciudad. Si iba a ver a Kidou, tenía que saberlo, podía ser mensajero por una vez. Y ser mensajero de buenas noticias era la mejor clase de mensajero.

Cuando volvió a su casa, se encontró a Taiyo durmiendo de nuevo en la habitación de invitados. Estaba agotado.

—Es una larga historia —dijo sencillamente a sus padres—. Cuando vuelva lo sabréis todo. Por ahora, necesitamos descansar. Mañana tenemos que cruzar toda la península a pie para ayudar a nuestros amigos.

Se encerró en su propia habitación y durmió tanto como pudo. Se le hizo extraño no dormir al lado de Taiyo. Qué suerte había tenido hasta entonces, comparado con sus compañeros.

Era hora de volver a ser útil.


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