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Cazadores del Mar Celestial por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

Disculpad que tarde tanto en actualizar cada vez, han sido unas semanas moviditas y el fic lleva tanto tiempo en activo que me cuesta bastante avanzar. Pero que sepan que apenas quedan capítulos por escribir :3

Tenma había…


¡No! No estaba muerto. Tenía que seguir pensando que no lo estaba.


Hikaru no dejaba de oír los chirridos de las armas. Otra vez. Le estaban entrando ganas de hacer que todos tiraran todas sus armaduras para que se callasen de una vez.


Miró a Tsurugi. Él cargaba con el cuerpo inerte de Tenma a sus espaldas, armadura incluida. Lo había querido probar él, pero el cazador tenía muchísima más fuerza.


—No está muerto… —susurró, de forma casi inaudible.


Las imágenes en su cabeza y su sensibilidad al sonido del metal entrechocar había vuelto nada más darse cuenta de que Tenma había caído en esa especie de ausencia “no-del-todo-muerta”. Fue como darse un porrazo contra la realidad. Fue como si la reaparición de Ichiban y saber que Hinano estaba bien hubieran sido solamente una ilusión. Ichiban nunca había caído herido en el río, en la mente de Hikaru. Había estado allí siempre, pero su lamento y su propio trauma habían hecho que pasara desapercibido.


Esta vez no se sentía como unos pocos días atrás, que apenas podía moverse. Odiaba ese ruido, odiaba lo que estaba pasando a todos y cada uno de sus amigos, pero, pese al miedo atroz, lo que sentía era ira. No podía pasar absolutamente nada bueno sin que hubiera un horrible desenlace a la vuelta de la esquina. Estaba harto de que le pillara desprevenido. Sentía que cada vez confiaba menos en lo que el mundo y los dioses podían ofrecerle. No le había traído más que desgracias.


Sentía que daba un paso más allá que esos descreídos que habían ido combatiendo. Odiaba a los dioses. A todos. Empezaba a entender a los cazadores.


Se obligaba a mantener la vista al frente. No quería combatir, quería que todo aquello acabara, pero tenía que seguir mirando el curso del camino. Se acabaría pronto.


Shindou y Kirino llevaban la delantera por una vez. Kirino era hijo de Hécate. Sabía dónde buscarla y encontrarla, y probablemente sería quien canalizara la magia que fuera necesaria para devolver el alma de Tenma a su cuerpo. O algo así era lo que había explicado antes de ponerse en marcha.


Él iba en segunda línea. Kariya, cuando no estaba haciendo guardia por los alrededores, le acompañaba. Era el único, además de Ichiban, que conseguía controlar un poco sus nervios y centrarle. No sabía si tenía alguna clase de magia para calmarle o algo así, pero era de agradecer su presencia. Además, por primera vez desde el inicio de ese desgraciado viaje, sentía que conectaba muy bien con él. Habían pasado buenos ratos, y se estaban ayudando en los malos. Y, cuando nadie miraba, Hikaru se abría expresando el horror que sentía y el odio que destilaba hacia sus nuevos enemigos divinos.


—Si te concentras en odiarles, perderás de vista tu primer objetivo —le recomendó en una de esas conversaciones Kariya.


—Cuando recuperemos a Tenma y el Escorpión se marche, no tendré nada que ver con ellos. Salvo vidas porque hay que hacerlo, no porque los dioses me lo pidan por favor.


Los caminos entre las montañas y los bosques empezaron a abrirse al cabo de un día y medio de viaje lento y cansado. Empezaron a verse más espacios abiertos y medianamente planos entre las montañas. Discurrían ya entre valles anchos.


Hubo un punto en el que Kirino frenó en seco.


—Hemos llegado.


Todo el mundo miró a su alrededor. Más allá en el camino se atisbaba un santuario pequeño y un bosque que se encaramaba en una colina.


—¿Es eso? —preguntó Kidou.


—No. Aquí, justo aquí.


Todos inspeccionaban su alrededor con ansias. Lo único que había era un par o tres de desvíos del camino que cruzaba el valle, al lado de un riachuelo que empezaba a cobrar fuerza en ese sitio.


—¿Eso no es el santuario de Olimpia? —preguntó Tsurugi—. Ha crecido desde la última vez que lo vimos. Antes no eran más que un puñado de tumbas al lado de un bosque(1).


—Ya entiendo —dedujo Fudou—. Olimpia es un punto de reunión desde muchas regiones. Muchos caminos. La diosa Hécate protege los caminos y las encrucijadas.


—Pero desde la naturaleza —puntualizó Kirino—. Nunca se acercaría a la civilización más allá de sus puertas. Y para ella, sus puertas son los cruces de caminos fuera de ellas. Hay que esperarla aquí.


Apenas habría una hora de camino hasta Olimpia, y bajo la relativamente pobre cobertura de los árboles en ese cruce de caminos, el grupo de guerreros montó su campamento. Kirino había detallado que era más fácil encontrar a Hécate o a alguna de sus seguidoras durante la noche.


—¿Sus seguidoras?


—Las ninfas del inframundo, las Lámpades —explicó Kirino—. Apenas se las ve, pero atienden a los viajeros perdidos, protegen los caminos más peligrosos y asisten a Hécate en sus viajes y en la magia.


—Y además, están locas —se rio Fudou.


—¿Cómo que “locas”? —preguntó Kidou.


—Su magia induce visiones. Según lo que he oído, su propia experiencia en el inframundo se muestra ante ti si miras fijamente las antorchas que llevan cuando marchan de noche.


—Hay que seguirles el juego hasta que pueda llamar la atención de mi madre —cortó Kirino—. Las ninfas me reconocerán enseguida, pero puede que no me ayuden. Mi madre sí lo hará.


Kirino entonces empezó a dibujar unas líneas en la tierra suelta del camino. Se parecía mucho al tatuaje que tenía en el cuello, pero cuando lo tuvo terminado no hizo nada con él.


Cuando vio que nada sucedía, Hikaru simplemente se despistó. Quería hundirse en sus pensamientos, no oír nada y solamente despreciar a aquellos que le habían hecho pasar a él y a toda su familia y sus amigos por algo tan horrible como la guerra.


Pero, por supuesto, no pudo. Kariya se sentó delante de él.


—No hagas eso.


—¿El qué?


—Atormentarte.


—¿Por qué?


—Porque te intoxicarás.


—Muy poético —replicó Hikaru, fastidiado.


—Lo digo en serio. Ahora puedes salir de tus pensamientos y concentrarte en lo que estás haciendo. ¿Qué pasará cuando no puedas volver a la realidad? ¿Y si tus amigos, los que aún tienes, estuvieran en peligro y tú estuvieras encerrado en tu cabeza?


—Eso no pasará.


—Podría pasarte. Podrías dejarte llevar por tu ego, por creer que todo lo malo te pasa a ti, y podrías despistarte un segundo. Uno. Y con eso bastaría para perder todo lo que te queda.


Hikaru levantó la mirada, sintiéndose culpable de repente. A la vez, una punzada de tristeza le había llegado desde Kariya.


—¿Te ha pasado algo así?


—Atsuya.


—¿El hermano de Fubuki?


—Sí. Su vuelta al cielo fue porque no estábamos concentrados. Estábamos obsesionados en perseguir al Toro, a demostrar a los dioses que no nos merecíamos su castigo, y nos olvidamos de proteger a alguien que acabó dando la vida por nosotros. —Hikaru no supo qué decir, pero Kariya siguió hablando después de un suspiro—. Oye, ya sé que no te puedo convencer de que no hagas algo. Se aprende de los errores, no de las advertencias. Pero somos amigos, estoy aquí, todos lo estamos.


El tireano siguió en silencio, pero asintió. Luego perdió la mirada en el horizonte, donde el sol empezaba a dar señales de querer marcharse de Grecia de nuevo. Kariya tampoco dijo nada en un buen rato, pero permaneció a su lado.


—¿Qué pasará cuando acabemos con nuestra misión? ¿Volveréis al cielo?


—No tengo ni idea —musitó Kariya—. Sólo espero estar haciendo las cosas lo suficientemente bien para que no nos encierren allí arriba de nuevo.


Hikaru no le miró. En su lugar, fijaba la vista en Tsurugi, quien no se despegaba del cuerpo de Tenma. Parecía destrozado por algo que ni siquiera era su culpa y cuidaba de Tenma sobremanera. Justo lo contrario de lo que había estado haciendo él todo este tiempo, que había alejado a todos.


La necesidad surgió de su cuerpo como si hubiera estado acechando durante semanas en su interior: buscó a tientas la mano de Kariya y la garró bien fuerte cuando la encontró. No quería romper a llorar allí mismo, no quería demostrar una vez más lo egoísta que había estado siendo durante ese tiempo.


Notó que Kariya le miraba, pero no tuvo valor de devolvérsela. Sólo se mantuvo así durante un largo rato, hasta que el sol empezó a hundirse en el mar.


—Preparaos. Están al caer —anunció Kirino—. Y no miréis más arriba de sus cinturas.


El crepúsculo trajo consigo niebla de las montañas. Hikaru se levantó, con los demás, intentando buscar a aquellas misteriosas ninfas. Tampoco sabían de donde vendrían, ni su aspecto, así que no sabía a qué atenerse.


Le despistó una luz repentina: Kirino estaba activando con su magia los trazos que había realizado unas horas antes. Todos se movieron con intranquilidad cuando los zarcillos de luz verde y azul se expandieron a su alrededor como raíces hasta encontrar todos los caminos de esa encrucijada. Hikaru levantó la mirada hacia los caminos y, al final, encontró unas figuras iluminadas que se acercaban. Estaban lejos aún, pero podía distinguir sus brazos con las antorchas en alto, así que inmediatamente se obligó  a mirar a los pies.


—¡Que nadie las mire! —ordenó Kirino.


El corazón le latía a mil por hora. No estaba pasando nada de sobrenatural, fuera de la magia de Kirino, así que supuso que estaba a salvo de la locura que transmitían esas antorchas. No había visiones del inframundo, ni monstruos, ni muerte.


Miró a los lados, sin levantar la mirada del suelo. Kariya seguía a su lado; el cuerpo de Tenma estaba expuesto cerca de Tsurugi; el resto de cazadores estaban por delante de Kirino y de sus compañeros de viaje; Shindou estaba al lado de su amante. De ninguno de ellos podía ver si tenían la cabeza gacha como él.


Las lámpades se acercaron entonando cánticos entre susurros en una lengua que Hikaru apenas llegaba a comprender. A saber cuánto tiempo haría que esa forma de hablar desapareció.


—Lamento interrumpir vuestro periplo —les habló con respeto Kirino, aunque se notaba autoridad en su voz—. Necesito hablar con vuestra señora.


Los susurros cesaron. Hikaru notó a las lámpades muy cerca de él, deteniéndose.


—Un alma que ha sido secuestrada —dijo una de ellas, algo aletargada—. Quieres que la Maga te ayude.


—Sí.


—No es a ti a quien va a ayudar —dijo otra—. En cambio, a nosotras nos interesas.


La luz que Hikaru podía ver de las antorchas se volvió azulada y verdosa, como la magia de Kirino, y de repente las seis lámpades se echaron encima del hijo de Hécate. Los cazadores y Shindou se lanzaron a rescatarle, y Kidou ordenó una formación, recalcando no mirar a las lámpades directamente, como si fueran Medusa.


—¡Dejad que se me lleven! —gritó Kirino, envuelto en una maraña de brazos que le apresaban e intentaban internarlo en el bosque de nuevo—. ¡Ellas os guiarán hacia Hécate!


Visto y no visto. Las lámpades y Kirino se transformaron en una gran luz de los dos colores de la magia de Hécate y flotó con rapidez hasta los primeros árboles.


—¡No la perdáis de vista! —ordenó Fudou a los suyos—. Tsurugi, deja al tireano con los suyos.


El cazador cargó con Tenma hasta mí. Ichiban corrió a ayudar a Hikaru cuando empezó a sentir el peso masivo del cuerpo de su compañero.


—Vamos —le instó Hikaru—. Quiero encontrar a Hécate.


Los tireanos avanzaron en grupo, unidos, a paso considerablemente más lento que los cazadores y de la luz de las lámpades, pero se dispersaron hacia la derecha de donde aquéllos se habían dirigido, sólo para cubrir más espacio.


Fue empezar a distanciarse y que los gritos empezaran a extenderse. De repente, Goenji había empezado a gritar. Todos acudieron a su lado, pero él simplemente gritaba, intentaba taparse los ojos. Kidou le atendió enseguida.


Entonces Hikaru sintió el peso completo de Tenma.


—¿Ichiban? No puedo…


Ichiban se había quedado mirando al infinito. Hikaru comprobó hacia donde miraba, pero no había antorchas de la locura y nada parecido, sólo la oscuridad incompleta del crepúsculo.


—¿Kidou…?


Él parecía que se había quedado mudo, pues se arañaba histéricamente la boca, intentando poder sacar algún sonido de ella.


—¡Hécate, déjales en paz! ¡Sólo hemos pedido ayuda! —gritó Hikaru, enfadado—. ¡Sólo queremos que vuelva nuestro amigo!


Pasaron unos tensos segundos hasta que una figura lo oscureció todo con una niebla que desprendía. Eran tres mujeres muy juntas, que permanecían inmóviles a unos metros delante de Hikaru. Dos de ellas no le miraban siquiera. Él quiso acercarse, y fue entonces que se dio cuenta de que de sus amigos no quedaba nada, ni sus cuerpos. El de tenma también había desaparecido.


—Tú no eres así, Hikaru. No he venirte a hacerte daño.


—¡¿Y mis amigos?!


—Están bien. Te lo aseguro. Pero tú…


La niebla se arremolinó mostrando su propio cuerpo tumbado en una cama, a su izquierda. Se movía a duras penas y balbuceaba.


Y era viejo.


—Ese no soy yo.


—Lo serás.


—Quiero a Tenma de vuelta, no que me enseñes mi futuro.


Un ademán de la diosa, y el alma de Tenma apareció al lado de la cama ficticia. El alma estaba intacta, tan joven como siempre, pero con una mirada preocupada. Intentaba hablarle directamente a él, pero tampoco tenía voz.


—Te devolveré a tu amigo. Sois muy jóvenes para sufrir por culpa de unos descreídos. Pero quería hablar contigo. Quería recordarte que el menos cuerdo de todos eres tú.


—Viviré con ello cuando acabe esta guerra —replicó.


—¿Seguro? —lanzó al aire. Dejó pasar unos segundos de duda, en los que Hikaru miró a su figura delirante envejecida—. Podría sanarte del daño que Zeus te provocó al invocar su rayo.


Las palabras de los cazadores resonaron en la cabeza: “los dioses nunca regalan, siempre intercambian”.


—¿Dónde está la trampa?


—No hay. Puedo volver tu mente al estado en el que estaba antes de salir de tu casa. ¿Cómo eras antes de irte de Tirea?


Una figura de él mismo apareció al lado opuesto que su figura enferma y del alma de Tenma. Un chico firme, sonriente, tranquilo. No pensaba que pudiera ser él mismo apenas unas semanas atrás.


Era una ilusión muy convincente. Quería volver a ser lo que era, definitivamente.


Entonces pensó en los consejos de sus compañeros y de los cazadores, en especial de Kariya. Si aceptaba aquella proposición, ¿tendría la capacidad de entender por lo que estaban pasando sus amigos? Sería como si retrocediera en el tiempo, pero ellos siguieran adelante. El simple hecho de pensar que podría quedarse atrás le aterraba. Eran un equipo, estaban juntos, todo porque sabían por lo que cada uno había pasado y se entendían mutuamente. Si aceptaba el regalo de Hécate no sólo quedaría fuera de ello, sino que tendría que volverlo a aprender, quizás de una forma aún más dolorosa que la de Zeus irrumpiendo en su mente con el rayo.


—No puedo aceptar tu proposición —musitó, pensando que estaba equivocándose, en el fondo.


La imagen del Hikaru feliz se desvaneció. El alma de Tenma flotó hacia él.


—Es una decisión dolorosa, pero sabia. Los dioses Olímpicos han hecho bien confiando en vosotros, por una vez.


—¿Era una prueba? —preguntó Hikaru, algo más relajado teniendo a su amigo cerca.


—Podría decirse. Soy la diosa de todas las encrucijadas incluso las metafóricas. Y cada una de ellas implica una decisión, como la que has tomado. Has elegido el camino difícil, pero también te hará más feliz. Tienes mi reconocimiento y por ello te daré un consejo contra esa criatura: el día y la luz debilita su magia. Usadlo en vuestro favor.


Antes de que Hikaru pudiera replicar, todo se desvaneció, incluida el alma de Tenma, y apareció tumbado en la hierba, boca arriba, mirando las copas de los árboles. Al instante, oyó ruido de armas molestándole y a Kidou y a Ichiban intentando hacerle reaccionar.


—Ya vuelve en sí —anunció Kidou.


—¿Qué ha pasado? —balbuceó.


—Te has desmayado —le dijo Kirino, acercándose a él—. Cuando las lámpades han aparecido en el camino te has desplomado.


—¿Qué…? No, eso no es lo que ha pasado… tú… te habían secuestrado…


—Miraste las antorchas sin querer.


Hikaru sintió como si un puñetazo en el estómago hubiera reaparecido de golpe. Se levantó tan rápido como fue capaz, buscando a Tenma.


—¿Dónde está? ¿Está bien?


Tenma estaba durmiendo de lado, a unos pocos metros, nada que ver con la cara pálida y asustada que había tenido hasta entonces. Tsurugi estaba sentado a su lado con mucha mejor cara.


—¿Qué ha pasado? —repitió.


—Las lámpades te han atendido. Hécate no ha aparecido en ningún momento ante nosotros —Kirino sonó dolido ante su propia explicación— pero te oímos hablar aún estando desmayado. Estabas teniendo visiones y hablabas con ella. Casi no te entendíamos, pero en algún punto, las lámpades hicieron aparecer el alma de tu amigo y ésta volvió sola a su sitio. Tenma descansa sano y salvo.


Hikaru miró a su alrededor, casi todos los ojos mirándole, y se dejó caer de nuevo en la hierba.


—Yo también necesito descansar…


Todo había sido una visión. Había sido aterrador. Todo por mirar hacia las antorchas. O quizás porque ya había perdido un poco de su cordura, había atraído a las ninfas y a Hécate.


Sea como fuere, había salvado a Tenma de una forma bastante poco usual. Eso era todo lo que importaba. Viviría con su locura, ya lo había estado aceptando. Pero le agradó saber que no todos los dioses eran como los Olímpicos.

Notas finales:

(1): Olimpia existe desde la época de Troya. Empezó siendo un santuario a los muertos, luego a la naturaleza, y con el tiempo fue creciendo y haciéndose famoso por representar un cruce de caminos entre las montañas y la costa oeste, hasta llegar a tal importancia durante el siglo VIII aC que se inició allí la tradición de los famosísimos Juegos Olímpicos, el 776 aC, con un registro escrito incluso (muy poco frecuente). No serían los únicos juegos (y ni siquiera fueron los primeros), pero eso os indica lo importante de su localización. En esta historia, los Juegos aún no existen, pero el santuario ya tiene cierto renombre.


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