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Cazadores del Mar Celestial por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:  


Bueno, llego ya con el capítulo 25. Según mis planes, el fic se acaba en el 28, así que aprovechad para los shippeos mientras podáis. Debido a que llevo tres años y medio con esta historia en marcha, dudo que me ponga a hacer extras con lemon sólo por el fanservice, así que sólo diré que disfruten de los capítulos finales.

25. Una ayudita de Ares

 

El pequeño campamento se levantó temprano. Nada más rayar el amanecer, el sol pegó con fuerza en la llanura y no hubo manera de seguir durmiendo. Por suerte, eso les convino mucho: un cuerno sonó en la lejanía.

—Tiene que ser el ejército corintio —señaló Kidou.

—Entonces deberíamos movernos antes de que empiece el combate —decidió Fudou—. ¿Qué hay del Escorpión?

—Espera al acecho en las montañas, pero está ya muy cerca de la ciudad. Se ha movido mientras descansábamos —informó Taiyo, que ya volvía a tener el aura luminosa.

El grupo no se anduvo con parlamentos. Recogieron sus cosas, acabaron de apagar el fuego, tomaron sus armas y se pusieron en marcha a paso ligero. Iba a ser un día duro.

Hikaru miró varias veces a Kariya, esperando que él le pillara. El cazador estaba alerta por si el escorpión se veía rodeado y se lanzaba al ataque, así que no tenían ocasión de encontrarse. El tireano se sentía fatal por lo ignorante y poco sensible que había estado el día anterior. Quería decirle que él también le quería, que había sido su apoyo en la mayor parte del viaje, quería hacerle entender que era igual de importante para él, y le mortificaba estar rodeado de soldados listos para la batalla haciendo todos esos ruidos infernales con las armas.

El darse cuenta del sonido del metal entrechocando provocó que no pudiera dejar de pensar en ello. Enseguida empezó a sudar, y pronto los recuerdos le asaltaron. No eran ni mucho menos tan destructivos como hacía unos días en el bosque, pero le seguían provocando temblores. Y se estaban dirigiendo a algo peor. ¿Qué haría cuando entraran en batalla? ¿Cómo reaccionaría cuando el estruendo del metal se multiplicara exponencialmente por el combate? No podría huir. No sabía lo que pasaría con él.

Andar metido en su cabeza hizo que se olvidara de mirar al frente. La ciudad de Elis estaba ya relativamente cerca. Se podían ver sus murallas, algo deterioradas por ataques recientes, y todo su alrededor chafado. El río circulaba con calma al sur de la misma, cargado de agua de todos sus afluentes de las montañas. Vadearlo era imposible hasta por lo menos quinientos pasos a la redonda, lo que le daba protección extra ante ataques de ejércitos sureños.

Las montañas se habían alejado ya, y habían dejado pasar el paisaje marino, en la lejanía, y un montón de tiendas hacia el noreste. Un ejército estaba plantado delante mismo de ellas, preparándose para marchar.

—Allí están, por fin.

—Parece que van a ser tantos como los espartanos.

El ejército empezó a marchar sin ellos. Aceleraron el paso para llegar a su encuentro antes de que el ejército de Elis saliera en defensa de su ciudad.

—Kariya, avisa a quien sea el general del ejército de que vamos —ordenó Fudou.

Kariya le miró, echó un ojo por un instante a Hikaru, y luego usó sus poderes para multiplicar su velocidad. El tireano se sintió a medias entre aliviado y arrepentido.

El grupo vio a los corintios frenar su formación y prestar atención a Kariya. Éste ya se quedó allí, y el ejército con el que estaba no parecía tener ganas de entrar en batalla inmediatamente. Eso dio tiempo a los habitantes de Elis para formar su línea de batalla, aunque estaba dispuesta en dos grandes bloques el uno detrás del otro. Algo que a Hikaru nunca le habían enseñado en Tirea.

—¿Qué hacen? —preguntó.

—Tiene que haber un buen motivo por el que hayan metido ese grupo delante del todo. Fíjate, es más pequeño que el de detrás.

—Podrían ser jabalineros —comentó Goenji—. Peltastas. Se dice que los usan mucho para ataques fugaces y una retirada a tiempo detrás del ejército pesado.

Hikaru sabía que la pelta era un escudo ligero, más pequeño y en forma de luna boca arriba que servía principalmente para cazar y maniobrar mejor. No sabía que pudiera usarse como formación militar de ningún tipo.

Cuando el ejército llegó hasta allí, un hombre con la misma constitución del fallecido rey espartano salió a su encuentro. A cada lado había un chico joven. Uno era rematadamente pequeño, llegaría a la cintura de Hikaru. El otro parecía un mercenario de las costas africanas, con un rostro oscurecido por el sol y rastas.

—Soy Agelas Baquíada, de la legendaria y larga descendencia del rey Baquis, libre de este mundo desde ya hace generaciones. Nosotros y las doscientas familias que formamos la élite de Corinto somos las que os reciben ahora. ¿Fuisteis vosotros los que pedisteis ayuda contra los descreídos?

—Efectivamente —afirmó Kidou, adelantándose—. Soy Kidou, general de Tirea y somos lo que queda de la expedición contra los descreídos. Liberamos Argos y Licosura. Ahora necesitamos ayuda para convencer a Elis de que se rinda.

—¡Magnífico! A eso hemos venido nosotros también. Llevamos días intentando entrar en la ciudad, pero los ríos y las llanuras están en favor de los de Elis. Y, en cuanto el atardecer amenaza, una criatura enorme toma nuestro lugar y asedia la ciudad por su cuenta. Nos obliga a retirarnos antes de hora. Es la responsable de todos los desperfectos en las murallas.

—Es el Escorpión, una de las varias constelaciones que los dioses han enviado por castigarlos. Hacéis bien en retiraros. Es vuestra aliada, pero también es una criatura traicionera. Nuestro trabajo es detenerla una vez la ciudad se rinda y devolverla al firmamento.

—Supongo que sabéis cómo hacerlo.

—Sí. —Se giró levemente para mostrar a los cazadores, incluido a Kariya, que había vuelto con los suyos—. Ellos son fragmentos de la constelación de Orión y sus canes ayudantes. Fueron enviados por error, y se están ganando el respeto de los dioses y su perdón ayudándoles. Capturamos al toro gracias a ellos. —Luego hizo espacio para Taiyo y Kirino—. También contamos con un hijo de Apolo y un hijo de Hécate entre nuestras filas. La combinación de poderes del día y la noche nos pondrá la batalla a nuestro favor.

—Sin duda eso supone una grandísima ventaja —valoró, impresionado—. Os presento a los primogénitos de las familias más importantes de la ciudad. Ares les confirió poderes y una unión más allá de lo carnal que les otorga fiereza ilimitada en batalla. Tetsukado y Shinsuke.

El chico africano y el bajito saludaron respectivamente.

—Tenemos que prepararnos para la batalla —finalizó Agelas—. Han salido ya a nuestro encuentro. Considero vuestro grupo como el aliado que nos dará la victoria, así que dejaré que Tetsukado y Shinsuke se unan a vuestras filas. Los poderes divinos funcionan mejor estando todos juntos.

—Será un honor pelear a vuestro lado —dijo el africano, con una sonrisa feroz. Fudou le sonrió de la misma manera, agradablemente sorprendido—. Os pondremos al día de todo.

Shinsuke se limitó a asentir y sonreír como un niño pequeño, pero iba igual de bien armado que los demás. Se le notaba la fibra y los músculos allá donde se le podía ver.

Los primogénitos corintios formaron con ellos y no hicieron preguntas sobre los poderes de cada uno de los cazadores y los hijos de dioses que les acompañaban. Parecían estar sólo centrados en pelear, y explicaron cada uno de los ataques previos a la ciudad.

—No lo hemos intentado por el río ni por el este. Sus defensas salen demasiado rápido, nos tomaría mucho tiempo formar —explicó Tesukado.

—En nuestros primeros ataques conseguimos diezmar sus fuerzas con nuestros poderes, y desde entonces no se atreven a avanzar más de lo necesario, y ponen a ese batallón extraño entre la fuerza pesada y nosotros —añadió Shinsuke.

—Atacar en esa situación es un suicidio —aclaró Kidou—. Sois un blanco demasiado fácil. Y el río no es una opción tampoco.

—El Escorpión ataca al atardecer, cuando el sol está bajo, y obliga a todos a huir. Ha matado a varios guerreros de ambos bandos, pero prefiere intentar derribar las murallas.

—Intenta darles una lección, presionando para que entiendan que los dioses están ahí, y están castigándolos. En cuanto abra una brecha en las murallas, todo acabará muy rápido —intervino Shindou—. Así es como los dioses destruyeron mi hogar.

El grupo marchó por un lateral del ejército corintio, mientras todos formaban a cierta distancia al noreste de Elis y avanzaban lentamente. Los de Elis no se movieron un pelo.

Mientras avanzaban, Hikaru se puso tremendamente nervioso. Era la primera batalla a gran escala desde Licosura, y aquella no salió nada bien en demasiados sentidos. El metal y su estruendo se le metían en su cabeza. Para distraerse, se fijó en los dos corintios. Estaban adquiriendo un aura roja, parecida a la de Taiyo. Jugueteaban con sus armas como si fueran niños de parvulario y se reían, como si fuera una especie de preparación ritual para el combate. Quizás era el único que lo había pensado, pero creía que eran amantes. Quizás era eso lo que había querido decir Agelas con «unión más allá de lo carnal». Estaban emocionalmente juntos.

—Hacen buena pareja, ¿eh?—dijo Kariya, apareciendo al lado de Hikaru de repente. El tireano dio un bote—. Suerte en la batalla. No te mueras, o te mato.

Le dio un beso en la mejilla y él y sus compañeros se abrieron en el campo delante del particular grupo para resultar más amenazadores. Hikaru no fue capaz de decir nada. Sus compañeros eligieron no comentar absolutamente nada, a pesar de que Tenma lo intentó. Los otros le cerraron la boca.

Visto y no visto, la distancia entre los dos ejércitos se había reducido a unos cincuenta pasos. El sol estaba ya en un punto bastante alto, y ser ya media mañana. El general Agelas dio un paso adelante. Si Hikaru hubiera podido estar cerca de él, habría jurado que miraba hacia el grupo de soldados de detrás del todo entre los de Elis.

—¡Rendíos! ¡El ejército de Corinto acaba de recibir refuerzos y son emisarios de los mismísimos dioses!

Las primeras filas enemigas no se movieron. Hubo murmullos en el grupo más cercano a las murallas. Una voz igual de potente e intimidadora salió de ese grupo.

—¡Eso es mentira! ¡A los dioses no les importamos! Además, qué clase de refuerzos son una decena de soldados jóvenes. ¿Acaso tienen edad ya para acostarse con mujeres?

La burla agradó a los compañeros. Aquello parecía solo un poco de falsa confianza, pero a Hikaru le dolieron esas palabras igual. Tenma quiso plantarles cara y preguntó por los poderes de todos los de su alrededor.

—Taiyo y yo tenemos dones proféticos —dijo Kirino—. Él al ser un dios por completo tendrá otros poderes, supongo, pero hay que reservarlos para cuando lo necesitemos de verdad. Y los cazadores no van a caer en una burla tan tonta.

Eso sentó peor a los jóvenes tireanos, ahora ellos eran los «tontos».

—Me encantaría cerrarles esa bocaza —dijo osadamente el dios solar— pero vuestro compañero tiene razón. Si hay que pelear, no puedo cansarme demostrando poderes sólo para darme el gusto.

Entre tanto, Kidou se había pensado una respuesta a las voces de Elis:

—Sí que les importáis. ¿Quién creéis que ha enviado al Escorpión a atacar todas las noches? ¿Acaso sabéis que Ítaca ha sido arrasada por un monstruo marino? ¿O que Argos y Licosura recibieron ataques similares y ahora los que no creían en los dioses se han rendido? ¡Os habéis quedado solos! Los dioses nos escogieron y venimos aquí a libraros del Escorpión, no a luchar contra vosotros. No queremos derramar sangre.

—¡Mientes! ¿Por qué acompañas un ejército igual de numeroso que el nuestro si lo que quieres es hacernos un favor? ¡Mentiras! ¡Te han engañado, igual que a nosotros con este rey extranjero que tenemos!

—¡A los dioses no les interesan los reyes, les interesan los humanos que merezcan su atención, sean quienes sean! ¡Elis vivió feliz con vuestro rey, Layas, al poder, y ahora está siendo castigada estando vosotros en él!

Se oyeron murmullos en la lejanía, especialmente del grupo delantero. Parecía que Kidou les hubiera convencido, pero no se movían de su posición.

—Tienen arqueros apostados en las murallas —vio Goenji—. Por eso no se quieren mover. Están protegidos.

—Tiene que haber algo más, su formación sigue sin tener sentido —añadió Kidou—. No son peltastas, son guerreros con escudo, lanza y espada, como cualquier otro.

El parlamento no dio para más. Los de Elis ordenaron una carga hacia el lateral de Hikaru y los demás, siendo que parecían más débiles, dispersos y desorganizados. El grupo de detrás avanzó un poco para posicionarse y recibir el impacto de la carga de respuesta corintia.

La batalla se precipitaba rápidamente hacia Hikaru. Estaba a punto de bloquearse.

Entonces Kidou y Goenji vieron lo que estaba pasando.

—¡Mierda! ¡Reducid todo el daño posible a las primeras filas, sólo rompedlas! —dijo inmediatamente Kidou a sus cercanos.

—¿Por qué? —preguntaron los cazadores.

—Porque ellos están de nuestro lado —explicó Goenji—. Los descreídos les están obligando a luchar a primera línea como castigo por no seguir su camino.

De lejos, Hikaru sólo veía caras agrias y furiosas, pero conforme los ejércitos se acercaron a por la primera carga, pudo ver que sus ojos eran angustiosos, dolidos, que rogaban por poder parar el combate y marcharse a casa. No era como los de Licosura, que luchaban siendo chantajeados con su hogar (y eso les hacía más peligrosos). Ellos probablemente habían sido sacados a rastras de sus casas y luego encarcelados. Ya habían perdido mucho.

—¡Arqueros!

—¡Escudos!

Fue muy rápido. A los pocos segundos de que el batallón prisionero de Elis chocara con los laterales del corintio y el grupo de Hikaru, un montón de escudos se levantaron y un montón de flechas cayeron como lluvia torrencial por encima de sus cabezas. Hikaru, que estaba un poco protegido por sus compañeros mayores, se había encogido con el escudo en alto y buscando taparse las orejas por el restallido de escudos y flechas. No, ni de lejos los dioses habían abandonado su cabeza.

—Cazadores, ¡rodeadlos y desarmadlos! —ordenó Kidou.

—¡Marchando una de lanzas rotas!

Hikaru sólo dejó de acobardarse cuando empezó a oír la madera astillándose y a sus (aparentemente) enemigos quedarse si varias de sus armas. Eso fue peor, porque sacaron las espadas, que eran todo metal.

—¡Escudos en alto a la cara! —gritó entonces Taiyo.

Los más jóvenes apenas estuvieron a tiempo de levantar de nuevo los escudos cuando un haz de luz destelló violentamente entre los dos grupos de guerreros. Se oyeron gritos de inmediato al otro lado, como si los pobres guerreros de Elis hubieran visto algo horrible.

—¿Qué has hecho?

—Les he cegado. No puedo hacer eso muchas veces, pero servirá para dejarles indefensos y que huyan.

No eran pocos los guerreros que había en ese batallón de prisioneros. Sin arqueros que dispararan desde las murallas por el posible fuego amigo y con los ejércitos ya peleándose como podían, la batalla avanzaba muy lentamente, especialmente del lado de los corintios. Ellos no tenían ayuda divina, y se enfrentaban a los que estaban más convencidos de que los dioses les habían abandonado.

En cambio, al otro lado, los cazadores trabajaban rápido desarmando a sus rivales. Taiyo lanzaba algún destello de vez en cuando. Tetsukado y Shinsuke, que nunca se separaban el uno del otro, hacían trucos acrobáticos bastante espectaculares con la ayuda de la fuerza de Ares, y podían derribar fácilmente a tres enemigos a la vez cada uno, sólo usando fuerza bruta.

Cuando por fin los prisioneros se retiraron, aprovechando que sus carceleros estaban entretenidos luchando, habían pasado horas. Los cazadores y los corintios empezaron a presionar el flanco local, pero los tireanos, Shindou y Kirino se dirigieron a la retaguardia, a descansar un poco. Lo hicieron especialmente por Hikaru. Apenas se sostenía en pie por el ataque de nervios. Nadie le había visto hacer nada más que cubrirse con el escudo o cubrir a alguno de sus amigos.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Tenma. Hikaru no respondió, así que miró a Kirino—. ¿Puedes usar algún tipo de magia para calmarle?

—Sólo puedo dormirle, y no es seguro aquí.

—La batalla acabará pronto, estamos con mucha superioridad, ¿me oyes? —insistió Tenma a su amigo. Éste asintió levemente—. Pronto tendrás tu descanso.

Al cabo de unos minutos, los vítores estallaron por el bando corintio y vieron al bando de Elis retroceder hasta las murallas. La victoria estaba asegurada.

El problema vino cuando los arqueros empezaron a disparar de nuevo, pero no a sus enemigos.

—¿Qué está pasando? —exclamó Kidou, buscando a los cazadores y a Taiyo.

—¡El Escorpión se acerca!

Hikaru buscó muy nervioso a su alrededor, pero no vio nada en la llanura. Entonces detectó una sombra salir del río. Fue sólo un instante. Estaba tomando la retaguardia de los tireanos.

—¡Cuidado!

Taiyo estuvo a tiempo de soltar un destello solar que hizo que el Escorpión perdiera su camuflaje. Los cazadores corrieron a socorrer al grupo mientras los corintios retrocedían rápidamente y la ciudad disparaba flechas sin parar a la criatura, hubiera quien hubiera delante.

—¡Tenemos que alejarnos del fuego enemigo! —ordenó Kidou, a la desesperada.

—¡Dejadme al Escorpión para mí! —chilló Taiyo, esquivando una y otra vez el aguijón de la criatura—. ¡Os daré tiempo, huid!

Algunos de los arqueros siguieron disparándoles a ellos incluso cuando la mayor amenaza no eran ellos, pero se habían alejado bastante como para que les costara mucho apuntar con precisión. Los corintios ya estaban fuera del alcance, formando filas igualmente.

Cuando por fin ellos se encontraron seguros, Hikaru no pudo evitarlo: se desmayó.


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