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Cazadores del Mar Celestial por Kaiku_kun

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26. Asediados día y noche

 

Hikaru despertó poco rato después. Le dolían las costillas. Era posible que hubiera caído sobre su escudo, eso lo explicaría.

—Uh… —renegó.

—¿Cómo te encuentras? —Tenma y Kirino le observaban. Kariya estaba un par de metros más allá, mirando de reojo mientras hablaba con Ichiban e Hinano.

—Mareado. Bien. No hay ruido.

—El dios está luchando contra el Escorpión —explicó brevemente Kirino.

—¿No debería permitir que atacara a la ciudad? —preguntó Tenma. Kariya y compañía se unieron a ellos tres entonces—. Es decir… fueron los dioses los que enviaron al bicho ese.

—Taiyo no está hecho de la misma pasta que su padre —replicó Hinano, como si fuera obvio—. No le gusta castigar. Prefiere demostrar las cosas por su cuenta. Le echaron del Olimpo por ello, y se está ganando el pase de vuelta por lo mismo.

—Ya decía yo —bufó Kariya.

—¿Qué?

—Sólo lo hace para volver a su casa.

Hinano le lanzó una mirada asesina, pero no respondió.

El día avanzó lentamente. Hikaru se recuperó viendo cómo Taiyo se enfrentaba él solito contra una bestia que era como cinco veces más grande. Peleaba con las manos desnudas, sin armas. Usaba fogonazos de poder solar cuando el Escorpión le tomaba por sorpresa o era más rápido que él, y aprovechaba entonces para darle de puñetazos entre los ojos hasta que retrocediera.

El Escorpión lo que quería era atacar la ciudad, que era su trabajo. Con los cazadores más lejos de él que las murallas, su prioridad había vuelto a ser su misión. Taiyo se lo estaba impidiendo, llevaba horas impidéndoselo.

Hikaru no dejaba de pensar que la de Taiyo era una táctica. Podría vencerlo muy fácilmente, podría agarrarle de cualquier parte en cuanto éste atacara y empezar a constreñirle esa parte hasta inutilizarla. Podría hasta asfixiarlo, si tenía la fuerza que él pensaba que tenía.

—Se está acercando la noche —anunció Tsurugi.

—Debemos prepararnos. Pronto nos tocará tomar el relevo —dijo Fudou.

—¿Qué vais a hacer? —preguntó sorprendido Tenma.

—Mis cazadores, Kidou y Kirino hemos trazado un plan para derribarlo definitivamente. Seguimos el plan del dios: salvamos a la ciudad usando nuestros poderes y llamamos la atención de los dioses. Los ejércitos no tendrán que entrar en batalla, así que estamos salvando vidas.

—Sólo espero que los descreídos de Elis se den cuenta de lo que está pasando —repuso Kirino—. Han tenido que ver a Taiyo luchar durante todo este tiempo. Un humano no duraría ni quince minutos contra el Escorpión.

Hikaru recordó su experiencia con el Toro, en Argos. Todo el ejército de Tirea (aunque no era muy grande) se vio dispersado apenas en el segundo encuentro con la bestia, y si no hubiera sido por los cazadores, que salieron a su encuentro salvándoles la vida, probablemente estarían todos muertos. Bajó la cabeza.

—Oye —le sorprendió Kariya, cuando nadie miraba—. Estaré bien, ¿vale?

—¿Quién dice que estaba pensando en ti?

—Se te ve en la mirada —dijo con una sonrisa torcida. Luego se sentó a su lado—. Deja que pase un rato contigo.

Se sentaron de lado, observando el combate y las murallas. Hikaru se sentía tan pequeñito e inútil, sin poder luchar… Pero supuso que el ejército de Corinto y la ciudad de Elis estarían igual. Lanzarse por ahí con el Escorpión en medio era muerte asegurada.

Entonces se fijó en los dos corintios que les habían ayudado en combate, Tetsukado y Shinsuke. Habían estado sirviendo de mensajeros a lo largo de todo el día, y ahora estaban sentados juntos. Tetsukado detrás, abrazando a Shinsuke. Supuso que debía de ser fácil, con lo pequeñito que era el segundo.

Parecían muy acaramelados.

No sabía qué parte de él era la temerosa, cuál era la que sentía algo por Kariya y cuál la que solamente deseaba un poco de apoyo, pero buscó sin mirar la mano del cazador y se la dio. Éste no dijo nada, pero Hikaru pudo ver su sonrisa de pícaro engreído.

—Dijisteis al inicio de nuestro viaje juntos que volveríais al Olimpo intentando buscar el perdón —susurró Hikaru—. ¿Crees que os lo concederán? A todos, digo.

—No. —Hikaru le miró directamente ante tal contundente respuesta—. Se inventarán algo que siga siendo un castigo pero que nos dé algo más de libertad. Espero que eso incluya que pueda verte después de todo esto.

—Yo también —suspiró.

Estuvieron en silencio el resto del tiempo, hasta que vieron que Taiyo empezaba a perder su aura de luz. Entonces, Kariya se levantó perfectamente sincronizado con sus compañeros y saltaron al campo de batalla junto a Kirino y a Kidou. No hubo tiempo para decir «buena suerte».

—Kidou se ha llevado el arma de Atenea —dijo Tenma, cuando Hikaru se reunió con sus amigos—. Dice que si hay un momento para usarla, es ahora.

—La Sarisa es una lanza mágica —explicó Goenji—. Kidou me explicó que no falla cuando la lanzas, y te guía un poco para infligir el máximo daño posible en un combate cuerpo a cuerpo. Eso es lo que Atenea le dijo.

—Sí que parece que sólo la vaya a usar una vez.

Cuando los cazadores llegaron para proteger a Taiyo de los fieros ataques de la criatura, éste se retiró casi de inmediato. En todo ese tiempo no había mostrado ninguna señal de estar cansado o herido, pero nada más empezar a combatir los cazadores, el dios empezó a caminar con cautela hasta donde le esperaban Hinano y los demás. Fue muy despacio.

—He hecho lo que he podido —dijo resollando cuando llegó al lado de Hinano. Apenas se tenía en pie.

—Ya estabas débil. Deberías haber dejado que te tomaran el relevo antes.

—No habría funcionado.

Taiyo se tumbó en la hierba y se durmió. Estaba tan quieto y parecía tan cansado que Hikaru tenía que mirar dos o tres veces para darse cuenta de que realmente estaba allí. O quizás eran los efectos de que hubiera gente que no creyera en los dioses.

El combate contra el Escorpión era fugaz, allí delante de las murallas. Los cazadores no dejaban de envolverle con redes (las de Kariya) y de asestarle golpes con sus armas, pero la criatura se revolvía. Quizás porque no eran dioses, el Escorpión consiguió acercarse más a los muros y durante todo el atardecer, éstos sufrieron más desperfectos. Las acciones de los cazadores apenas tenían efecto, al contrario que los ataques de Taiyo.

—¿Por qué Kirino y Kidou no pelean? —preguntó Tenma. Hikaru vio en su mirada que también estaba pensando «¿Y por qué nosotros estamos aquí sin hacer nada?».

—No es de noche aún —contestó Shindou—. Kirino es más fuerte cuando la noche es cerrada. Usar sus poderes fuera de su momento álgido es malgastar fuerzas.

—Entonces los cazadores sólo le están entreteniendo hasta que se ponga el sol.

—Sí. Kirino puede atrapar al Escorpión con sus poderes en un descuido, pero cuando sea de noche.

Fue realmente exasperante ver que el sol tardaba toda una eternidad en desaparecer. Todo el grupo estaba sumido en una tensión increíble. Nadie decía nada. Sólo se oía a los cazadores gritarse órdenes y los golpes del Escorpión contra las murallas cuando se acercaba demasiado.

Cuando el sol por fin desapareció, el Escorpión empezó a ser más directo y fiero con sus ataques. Hikaru había olvidado que para la criatura también era mejor la noche. Podría camuflarse a simple vista con mucha más facilidad, pero el hecho de ser un llano sin protección y estar tan ocupado en defenderse de los cazadores le impedía volverse invisible por largos periodos de tiempo.

Entonces hubo movimiento cerca de Hikaru: el ejército de Corinto había empezado a marchar de nuevo hacia la ciudad.

—¿Qué hacen?

Hikaru miró a su alrededor. Tetsukado y Shinsuke no estaban.

—Se han ido… —susurró.

—Lo han planeado todo —dijo Goenji, comprendiendo de inmediato—. En cuanto el Escorpión caiga, los corintios tomarán Elis y apenas encontrarán resistencia. Quieren asegurar la victoria en caso de que crean que Taiyo y los demás no han sido lo suficientemente convincentes.

—¡Eso es…!

—Traición, rastrero y muy lógico.

Había bastante menos moralidad en la guerra de lo que los más jóvenes habían imaginado. Pero sí que era lógico. Parecía que los corintios no confiaran en un dios, pero en realidad era una forma de tomar un segundo relevo. El Escorpión era lo más peligroso. Hikaru se figuró que los cazadores no estarían dispuestos a enfrentarse a la guardia de la ciudad después de derrotarle a él, y para eso estaba el ejército aliado allí.

—Era el plan de Kidou desde el principio. Por eso envió mensajes a las otras ciudades.

—Nosotros solos nunca hubiéramos podido hacer nada para pacificar el Peloponeso —sentenció Goenji.

Cuando el ejército de Corinto se plantó a un par de centenares de pies de distancia de las murallas, los arqueros de Elis se apiñaron en ellas (más de los que ya había, que hasta ahora sólo habían estado vigilando el combate al pie de la ciudad), pero no atacaron.

También fue entonces cuando empezaron a ver luces. Hikaru y el resto estaban lo suficientemente cerca para saber qué pasaba: los cazadores habían empezado a girar al alrededor del Escorpión a más velocidad, y lanzaban sus ataques con más puntería. Kidou se colocó detrás de Kirino, mientras ambos se posicionaban de forma que el Escorpión centrara su atención en ellos.

—¿Qué…?

Kirino entonces invocó sus poderes, y una mezcla de luces azules y verdes acabaron por convertirse en tentáculos salidos del suelo. La sorpresa hizo que el Escorpión se despistara de los cazadores y atacara directamente al mago, que había pasado a ser el enemigo más peligroso y poderoso. Lanzó su aguijón hacia él, pero de repente pegó un chillido tan agudo y estruendoso que obligó a Hikaru y probablemente a todos los que estuvieran al alrededor de la criatura a taparse los oídos.

—¡Por todos los dioses! —renegó Tenma—. ¿Qué demonios ha sido eso?

—¡Mirad el aguijón del escorpión!

Apenas era visible por la poca luz que había, pero del agujón colgaba la Sarisa de Kidou. El estratega había usado el ataque contra Kirino para herirle de gravedad. Su aguijón ya apenas respondía a sus órdenes. El Escorpión hizo trizas la lanza con sus pinzas en un ataque de rabia, pero el daño ya estaba hecho, y fue justo entonces cuando Kirino hizo que los zarcillos de luz envolvieran al Escorpión como si fueran cuerdas. Kariya aseguró la magia de Kirino cubriéndola con sus redes mágicas.

La criatura cayó derribada, inmóvil e incapacitada.

—¡La criatura ha caído! ¡La criatura ha caído! —se anunció desde lo alto de las murallas de Elis.

Todo se precipitó entonces. El ejército de Elis intentó salir a campo abierto justo cuando el de Corinto se abalanzaba sobre las puertas de la ciudad. La superioridad numérica de los corintios era abrumadora, pero estaban en un tapón que impedía que avanzaran con rapidez. Los que habían combatido al Escorpión intentaron ocultarse bajo las murallas, para evitar disparos enemigos.

—¡Tenemos que llegar hasta ellos! —ordenó Goenji—. Los dioses van a reclamar al Escorpión en cualquier momento y tenemos que estar allí para proteger a nuestros compañeros mientras eso pasa.

Hikaru no recordó haber corrido tanto en su vida. A ellos, siendo de noche, no les dispararon. Estaban relativamente lejos, y todos los esfuerzos de Elis estaban centrados en las puertas. Pero el motivo de correr a toda velocidad hasta Kidou y compañía era porque, mientras Goenji decía lo que iba a pasar, esa pequeña profecía se estaba cumpliendo: al alrededor del Escorpión estaba surgiendo una luz que no provenía de la magia de Kirino.

—¡Mi tía Ártemis va a bajar a buscar al Escorpión! —anunció Taiyo, que estaba lo suficientemente bien para aguantar una carrera.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Hinano.

—¡Es su luz! ¡Usa la luz de la luna para manifestarse!

Y no solo envolvió al Escorpión, sino que, cuando por fin llegaron hasta allí, toda la ciudad de Elis estaba siendo iluminada por la Luna, como si solamente ese fragmento de mundo mereciera ser iluminado.

Una mujer vestida de forma muy parecida a los cazadores apareció encima de ellos, flotando en la luz. Era bellísima, con una tez blanca como la nieve y afilado como una flecha, una mirada castaña muy peligrosa y con un manto plateado sobre sus hombros y espalda.

—Has hecho un gran trabajo, Orión. Has cumplido con tu palabra —dijo, dirigiéndose a los cazadores. Ellos la miraron como si no existiera nada más en el mundo, lo que hizo que Tenma y Hikaru se pusieran algo celosos—. También debemos agradeceros a vosotros, humanos, que habéis ayudado a restablecer el orden. Los dioses os invitan a visitar de nuevo el Olimpo.

Ártemis ascendió por encima de las murallas como si fuera una nube y anunció ante toda Elis:

—¡Esta guerra ha terminado! Se os ha demostrado lo suficiente que no habéis sido abandonados y que vuestro rey Layas es quien debe gobernar. ¡Deponed ahora las armas ante mí y seréis perdonados!

A juzgar por el silencio repentino que hubo a continuación, todo el mundo acató esa orden.

Los cazadores seguían mirando embelesados cuando la diosa se difuminó en el aire y la luz en Elis volvió a los tonos normales.

Hikaru no tuvo tiempo de decir nada a Kariya antes de que la luz lunar se los tragara a todos.


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