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Cazadores del Mar Celestial por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

Muy buenas a todos, ya he vuelto después de un par de semanas :) bienvenidos a los nuevos lectores jeje esta vez el capítulo no tiene naaaada de relleno, todo acción jeje os va a encantar, estoy seguro de ello :) espero que me sigáis hasta el final, porque la cosa va para largo juju y que no os engañe el título juju


Esta vez no hay música... es raro en mi que no la haya, pero esta historia tiene poca, a parte de lo del título.


Oh, y solo hay una nota al final, esta vez jeje poco que aprender :)

6. Embestidas


 


En los bosques próximos a Argos, unas sombras voraces se movían rápidas como el viento. Estaban ansiosos, inquietos, más cerca que nunca de cazar finalmente a su presa. La veían en los llanos de la ciudad, arrasando las granjas y cada vez más cerca de chocar violentamente contra Argos misma.


Esa presa era el Toro que la diosa Hera antiguamente había enviado para detener al gigante Orión, porque el último perseguía (en vida y en forma de constelación) a las Pléyades, las hijas del titán Atlas. Orión enfureció de tantas maneras a los dioses que no bastó con castigarle en el firmamento, sino que además nunca podría alcanzar a las Pléyades porque el Toro las defendía. Por eso, lo primero era acabar con él. Sin el Toro de por medio molestando, Orión alcanzaría su objetivo por fin. Ese era el trabajo de los fragmentos de Orión caídos en la Tierra.


—¿Le atacamos ahora? ¿Le atacamos? Dime que lo atacamos —preguntó insistentemente Kariya.


—No. Dejemos que los dioses se queden contentos con el castigo a Argos —sonrió maliciosamente Fudou, de brazos cruzados—. Cuando se vaya de la ciudad le mataremos. Vamos, hay que acercarse.


Fudou abrió camino entre el bosque, bajo una forma humana normal, seguido por sus perros, Shiro y Atsuya Fubuki, y los aprendices de cazador Kariya y Tsurugi. Tener que controlar a cuatro criaturas más violentas e impacientes que él era difícil. Pero como partes del gigante Orión y sus leales perros, todos eran uno y su sincronía nunca fallaría.


Corriendo entre los árboles, los cinco seres celestiales dejaban un rastro nocturno y estrellado en el aire que se difuminaba enseguida (1). Más les valía darse prisa. Era cuestión de tiempo que les descubrieran.


*  *  *


La marcha había sido lenta, densa, cansada y calurosa, pero los soldados comandados por Kidou habían alcanzado al fin las llanuras cercanas de Argos. Allí, se detuvieron para descansar mientras observaban asombrados y algo aterrorizados que todos los campos estaban arrasados o quemados por el impacto del meteorito. Columnas de humo bloqueaban la vista de la ciudad y enrarecían el ambiente. Al oeste de la ciudad, cerca del bosque, otras columnas de humo más apartadas llamaban la atención. Debían de ser las de los otros tres meteoritos, pensó Hikaru.


—Es horrible… ¿cómo ha podido pasar todo esto?


—Cualquiera que fuera el designio de los dioses, se ha llevado a cabo de la peor manera posible —dijo muy solemne Kirino, tocando la tierra devastada con la palma de la mano—. Los meteoritos se habrán convertido en otras criaturas al impactar. Tenemos que estar atentos.


Toda la formación le escuchó, observando a la vez su alrededor, vigilando que una de esas criaturas no se presentara. Hikaru prefirió quedarse en el centro del campamento de descanso, para tener menos probabilidades de que nada o nadie le hiciera daño.


—Vamos, no va a pasar nada —le intentó tranquilizar Tenma. Hikaru negó con la cabeza y se mantuvo rodeado de veteranos, lejos de sus amigos—. Este chico…


Pasaron una hora descansando hasta que Kidou reorganizó de nuevo los grupos para avanzar hasta Argos. Hikaru vio cómo se acercaba demasiado rápido el momento de entrar en combate no solamente contra Argos y su ejército, sino también con criaturas de orden divino. No podía ponerse peor la cosa.


Y se equivocaba.


—¡Un toro enorme se dirige a nosotros! —alertó Goenji, esperando una orden de su estratega. El más valiente de cada grupo hizo lo mismo.


Hikaru no lo podía ver bien, pero los estrategas se desplazaron todos al lado de los veteranos para verlo mejor: era igual de alto que el edificio del consejo y el triple de largo. Era un monstruo.


—¡Seguid avanzando! ¡Formación compacta y lanzas preparadas! —ordenó Kidou.


—Pero… no tenemos ninguna oportunidad, ¡si choca con nosotros moriremos todos! —cuestionó Shindou, alarmado de que nadie más se lo dijera.


—No lo hará si mostramos devoción —intervino Kirino—. El toro gigante es el castigo para Argos, no para nosotros.


—Nosotros formamos parte de Argos, ni el toro ni los dioses pueden haber ido pueblo por pueblo decidiendo quién es devoto o no —replicó otro de los estrategas.


La incertidumbre y la inseguridad ante tal peligro empezó a hacer mella entre los soldados, el primero de ellos el pobre Hikaru, que apenas era capaz de seguir andando.


—¡Alto! —ordenó Kidou.


Apenas estaba a un par o tres de trotes el toro para que arrasara a la formación. Pero este fue aminorando el paso conforme se acercaba. Hikaru veía a su muerte alta, fuerte y violenta, echando aire por la nariz con furia, muchos metros por encima de él. Pero entonces el Amuleto Alado reaccionó. Tuvo una fugaz visión de la formación desviándose a la izquierda y el toro siendo atacado.


—Kidou, ¡el amuleto! —le gritó Hikaru, perdiendo el miedo por unos instantes— ¡Debemos movernos a la izquierda cuanto antes o moriremos!


—Mis visiones dicen que el toro será atacado, pero no por nosotros. Debemos hacer caso a Hikaru —añadió Kirino, como consejo a los estrategas.


Kidou ordenó el cambio de dirección a paso ligero. Apenas unos segundos después, cuando se hubieron apartado un poco del camino del toro, unas flechas dieron de lleno contra el cuerpo del animal divino, que se embraveció con ira ciega, pateando su alrededor.


—Por todos los dioses… ¡el amuleto funciona! —saltó de alegría Tenma, al ver que una de las patadas del toro había caído justo en la posición que habían abandonado los soldados.


El toro siguió rabioso, buscando su enemigo invisible, pero al no verlo salió corriendo, embistiendo en dirección a la ciudad de Argos, que se veía en llamas a lo lejos.


—Hay que llegar a Argos lo más pronto que podamos —aconsejó Goenji—. Si lo que decís del toro es verdad, va a arrasar la ciudad como pasó en Ítaca.


—Y puede que si nos acercamos nos encontremos con los aliados tebanos y corintios —añadió Kidou—. ¡En marcha, paso ligero hasta Argos!


Todos obedecieron, pero el grupo de jóvenes, que estaba en el extremo izquierdo, pudo ver como una luz azulada que venía del bosque se alejaba de ellos. Aquella luz, se dijeron Hikaru y sus amigos, era la que había atacado al toro.


*  *  *


—¿Por qué les hemos salvado el pellejo? —preguntó algo molesto Kariya—. No servían para nada.


—Tú no te das cuenta porque solamente piensas en ti mismo y en cazar —le replicó Tsurugi—. Pero esos guerreros tenían aura devota a los dioses.


—¡Sí que me he dado cuenta! ¿Pero de qué nos van a servir?


—Está claro que tu mejor cualidad no es la estrategia…


—Ya basta los dos —se quejó Fudou, que lideraba el grupo, como siempre—. Hemos atacado el Toro por dos razones: en primer lugar, esos soldados vienen a reinstaurar el orden divino en Argos. Eso significa que echarán a los que hay ahora controlando la ciudad. Si lo consiguen, el Toro no tendrá razón de ser. Entonces le detendremos. Y en segundo lugar, nos podemos procurar unos buenos aliados con esos guerreros devotos y conseguir engatusar a los dioses para que nos liberen al fin.


—¿Liberarnos? ¡Ninguna constelación ha vuelto a bajar al mundo mortal para quedarse! —replicó Tsurugi.


—Pues seremos los primeros. Pero si cualquiera de nosotros cae en batalla, volverá al cielo y quedará atrapado de nuevo. Debemos sobrevivir todos.


La decisión de Fudou era firme y no podía ser discutida. El objetivo ahora ya no era derrotar al Toro por placer. Si conseguían detenerlo sin matarlo y además ayudaban a los humanos, los dioses podrían replantearse su decisión. Un Orión libre (con sus perros-lobo incluidos) era mucho más atractivo que no matar por matar.


Los perros-lobo se acercaron a Fudou entonces y se transformaron en humanos, como sus otros amigos. Los hermanos Fubuki se mostraron decididos a seguir el plan.


—¿Cómo les convencemos? ¡Propongo que les amenacemos! —dijo enérgicamente Atsuya—. Un par de cadáveres harán un buen papel.


—Es mejor ponernos a su nivel —propuso con voz amable Shiro—. Si ven que estamos de su parte sin otras pretensiones nos ganaremos su confianza.


—Entiendo… y luego los manejamos como títeres para conseguir nuestro propósito —dedujo Tsurugi, por su cuenta.


—No era eso lo que…


—Hecho. Una vez controlen la ciudad nos presentaremos —confirmó Fudou—. Dejaremos la violencia para otro momento, lo siento, Atsuya.


Shiro no buscaba hacer daño a nadie, de ninguna manera. Él solamente quería proteger a su hermano y a sus amos. Hacía lo que hacía por ellos, violencia incluida, pero no aprobaba esa treta que los demás parecían aprobar con creces. Él sí quería hacer amigos. Estar en el Mar Celestial persiguiendo y acompañado siempre de los mismos podía ser deprimente.


En lugar de quejarse, hizo lo que Atsuya, se transformó en perro-lobo de nuevo y se puso al lado de las estrellas de Orión, para seguir su marcha, vigilando toda la llanura.


*  *  *


La columna lanceros de comandaba Kidou se había detenido al oeste de la ciudad. Justo al otro lado de Argos, el toro seguía desbocado, luchando contra la guardia. Hikaru y el resto no podían verlo, las columnas de humo tapaban cualquier intento de ver dentro de la ciudad. Pero en lugar de entrar como si nada, Kidou prefirió enviar a Kazemaru al norte de Argos para ver si se encontraba con los refuerzos que tanto necesitaban.


—La ciudad está vacía… —suspiró apenado Tenma.


—Solamente se oye al toro y a los soldados —añadió Ichiban.


Las cinco columnas se habían dividido para cubrir más espacio en los campos y evitar un enfrentamiento desaventajado contra los soldados de la ciudad, pero realmente estaba todo muy en calma. El grupo de jóvenes era el que más cerca del bosque, más al noroeste.


Kidou les había dejado claro al resto de grupos que dependían de su estratega para replegarse y atacar juntos o ir los grupos cada uno por su cuenta. En particular, él prefería no hacer combatir a los jóvenes y esperar a los refuerzos de Tebas y Corinto, y a Kazemaru, claro. Y tampoco estaba seguro de esa ayuda inusitada proveniente del bosque. Tenía que admitir que sentía curiosidad.


La calma no duró mucho. Los temblores de la lucha entre el toro y los guerreros de Argos se intensificaron y no tardaron en ver al toro saltando entre las casas.


—¡En formación, rápido! —ordenó Kidou, sorprendido—. ¡Hay que volver con los demás!


Pero el toro fue mucho más rápido y se interpuso entre ellos y el resto de soldados. Kidou se vio forzado a compactar a sus guerreros en solamente dos filas horizontales, para asustar al toro. Más riesgo para Hikaru, quien estaba acobardado en el centro de la formación.


Shindou y Kirino, que se encontraban algo apartados al resto, alertaron al grupo de Kidou que Kazemaru estaba volviendo por el bosque.


—¡Que se quede allí, es muy vulnerable! —dejó claro Kidou. Luego se dirigió a su tropa—: ¡Dad marcha atrás hasta el bosque! Allí estaremos seguros.


Los más jóvenes, especialmente Hikaru, acataron encantados esa orden.


Mientras reculaban, con las lanzas en ristre, vieron a la guardia de Argos salir de la ciudad para acorralar al toro. Allí fue cuando se encontraron con el resto de columnas de Tirea, que se compactaron de nuevo como Kidou planeó en su momento y entraron en combate, chocando frontalmente contra un enemigo disperso y menos preparado. Hikaru pudo oír el sonido de las armas entrechocar a la vez que el toro mugía con rabia y se encaraba de nuevo a los soldados de ambas facciones.


—¡Kidou! Los corintios se han dirigido a la Élide, allí ha caído otro meteorito —anunció Kazemaru, desde el bosque—. Los tebanos se acercan desde el este de la ciudad y están a punto de tomarla.


—Perfecto. Nos mantendremos escondidos hasta que los argólicos se rindan. Esperemos que mi estrategia sirva para nuestros amigos.


Escondidos en los árboles, los jóvenes acababan de eludir una vez más a la muerte. Su tensión no se desvanecía, por eso. No hasta que no avistaron a lo lejos el asalto de las tropas tebanas a la ciudad. Entonces los argólicos abandonaron la batalla para proteger la ciudad y la tropa de Tirea les persiguió al interior.


—El toro se ha quedado solo y no parece tener ganas de pelear más… Y no ha hecho daño alguno a los nuestros —se fijó Kidou, hablando a los pocos que quedaban, menos de cuarenta.


—¿Qué pasa si no nos podemos reunir con el resto? —preguntó Hikaru, temeroso de conocer la respuesta.


—Enviaremos a Kazemaru a avisar de nuestra posición y de a dónde nos dirigimos. Ellos tienen órdenes de asegurar la ciudad con nuestros aliados y defenderla. Podríamos ir a Argos igualmente o volver a casa.


—Todo está planeado, no te preocupes —añadió Goenji, con voz compasiva.


Desde luego los dioses tenían planeado algo para ellos. El toro se calmaba y les separaba de sus compañeros. No luchaban y estaban solos en un bosque.


Sin embargo, esa calma duró poco. El toro se giró de repente cara los cuarenta de Kidou y se preparó para embestir.


—¡A formar de nuevo! ¡En dos columnas separadas! Así podremos separarnos escapar fácilmente  y el toro seguirá recto por el pasillo —ordenó Kidou.


Y mientras se dividían una vez más, algo ocurrió: una red enorme cayó encima del toro, que le provocó una nueva rabieta y embistió ciegamente contra el grupo de Kidou y Hikaru, precisamente.


—¡Ahora! —ordenó alguien, entre los árboles.


Justo entonces, dos perros-lobo mucho más grandes de lo normal se lanzaron al lomo del toro y lo derribaron, provocando una tercera división entre los soldados de Kidou, pues el animal se llevó por delante muchos árboles, obligando a los soldados a huir en desbandada en medio del desastre y la ola de polvo. Muchos de ellos cayeron al suelo, protegiéndose de la destrucción.

Notas finales:

NOTAS:
(1): Si os fijáis en la imagen del fic, veréis que el guerrero que se desengancha de la pared deja una marca de noche y estrellas. Así debéis imaginarlo, pero como si fuera una estela.

Espero que os haya gustado jeje nos vemos a la próxima, y no olvidéis buscarme en mi perfil y leer más historias mías :D


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