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Cazadores del Mar Celestial por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

Cada vez me retraso en publicar, ¡lo siento! Anecdóticamente lo único que tengo que hacer es subir el capítulo porque está escrito hasta el capítulo 12, así que ya es vagancia la mía XD


Anyway, espero que os guste este capítulo, que vuelve a tener mucha acción y dejábamos un accidente sin resolver :P

7. El ritual de los cazadores

 

Hikaru se levantó del suelo, buscando entre la humareda de arena, polvo y restos de árbol que tapaban la visión. Oía a los perros debatirse con el toro, oía a sus amigos llamarse entre ellos. Él solamente buscaba a Tenma o a Kidou para sentirse más seguro.

Pero se topó con un cazador que se movía con confianza, armado hasta los dientes. Inmediatamente adoptó la posición de combate, temblando como una hoja.

—Vaya, así que vas a ensartarme con esa lanza, ¿eh? —le vaciló el cazador, que siguió avanzando. Hikaru vio que soltaba una estela de noche y estrellas y tembló más por ello, en contra de su voluntad. Ese tenía que ser uno de los meteoritos que habían caído en el bosque—. Veo que atas cabos rápido. Soy Kariya, formo parte de la constelación de Orión. Nos han enviado a cazar este toro. Debe volver a su sitio en el cielo. No te voy a hacer nada. Pero si eres solamente un corderito inofensivo…

—¡No soy un cordero! ¡Soy un guerrero!

—Eso aparentas, desde luego…

Una imagen fugaz del Amuleto Alado le permitió saber a Hikaru que ese tal Kariya iba a desarmarle por la derecha, así que justo en el momento que el cazador se abalanzaba sobre él, Hikaru se apartó y le hizo un tajo en el brazo con la lanza. En vez de sangre, la herida soltó de nuevo esa estela estrellada.

—Vaya, estoy impresionado. Eres ágil. Pero sigues siendo un corderito. No te voy a hacer nada, me rindo.

Con el sonido del toro luchando contra sus dos captores, aún resonando y levantando polvo, Hikaru dejó que el cazador se acercara. El amuleto no le avisaba de nada esta vez.

—¡Hikaru! ¡Ya estamos contigo! —gritó Kidou, a su espalda. De repente, Hikaru se encontró acompañado de Tenma, Goenji, Ichiban, Hinano, Midorikawa y el propio Kidou, formando de nuevo a sus flancos—. ¿Quién es?

El pobre Hikaru estaba sin habla, congelado en la posición defensiva en la que había quedado. La razón: otros dos seres de forma humana pero con esa estela estrellada se presentaron delante de la fila de guerreros.

—Son fragmentos de la constelación de Orión —anunció Kirino, detrás de los guerreros. Shindou debía de estar con él también—. El gigante Orión fue puesto en el cielo por sus horribles crímenes y fue condenado a perseguir eternamente al Toro, que protegía a las Pléyades. Por eso están aquí.

—Tienes toda la razón, hijo de Hécate —se pronunció el más grande de todos—. Soy Fudou, el líder de estos cazadores. Pero no hay tiempo de presentaciones. Necesitamos vuestra ayuda para detener al Toro.

—No os creáis ni una palabra —dijo Kidou a los suyos—. Si lo capturan, lo matarán y serán libres de atacar a las Pléyades.

—Qué listo, pero es más difícil de lo que parece. —El cazador Fudou señaló al toro y a los perros-lobo que aún batallaban y todos se giraron. El toro estaba recuperándose—. En marcha.

Los tres cazadores volaron por encima de las cabezas de los atónitos tireanos, dejando esa estela estrellada a su espalda, y fueron a auxiliar a los dos perros-lobo. El mayor de los cazadores le disparó tres flechas al costado del toro, pero eso solamente sirvió para enfadarle más. Kariya le tiró una red por encima, enorme, de nuevo, pero el toro la rompió. El tercero, un ser con edad parecida a la de Hikaru, con el pelo azul oscuro, sacó una espada y le hizo tajos a las piernas del toro por su lado izquierdo.

—Hay que ayudarles, avancemos con cautela —propuso Kidou, haciendo mover la línea de seis lanzas.

Eso puso en alerta al toro, quien se deshizo de los dos perros en un arrebato. Uno de ellos chocó contra un árbol caído y recibió un tajo importante. Entonces el otro perro se transformó en un humano tan grande como Fudou.

—¡Hermano, no! —El ser corrió casi llorando hacia el otro perro, que sangraba a borbotones esa misma estela estrellada, en vez de sangre normal.

—¡Fubuki, vuelve al combate, pedazo de cobarde! —le ordenó Fudou, pero el tal Fubuki no le hizo caso, estaba intentando detener la extraña hemorragia—. ¡No puedes hacer nada por él!

Fudou y el resto acabaron de inmovilizar al toro, que estaba muy cansado y sangraba la misma esencia estelar que sus cazadores, pero parecía que estaban ahora más preocupados por su compañero perro-lobo.

—Tsurugi, mantenlo sujeto —ordenó Fudou, antes de volverse hacia el quejumbroso Fubuki—. Vamos, está de nuevo en el cielo, no ha muerto.

—No volverá a despertar… —sollozaba el chico de pelo gris, sin soltar el cuerpo de su hermano—. ¡No puedes irte!

Entonces Fubuki se transformó de nuevo en perro-lobo, pero esta vez se hizo más grande y empezó a levantarse sobre sus patas traseras.

—¡Atrás todos! ¡Es muy peligroso! —alertó Fudou a los amigos de Hikaru. Ellos, sin embargo, mantuvieron la posición, con las armas en alto.

Fubuki aulló con todas sus fuerzas y de un zarpazo lanzó a Fudou y a Kariya contra el toro. Tsurugi le hizo frente también, intentándole convencer de que todo iba a ir bien, pero acabó acorralado igual que sus compañeros.

—¡Fubuki, escúchanos! —le alertó Goenji, cuando la criatura se disponía a atacar de nuevo. Se giró y se encaró con los soldados—. Todos hemos perdido a familiares aquí. Puedes verlo en nuestros ojos.

—¿Qué haces, Goenji? —se quejó Kidou, en voz baja, cuando vio que el rubio soltaba sus armas y abandonaba la formación—. Vuelve a la línea, te matará.

—No lo hará —le aseguró él—. Fubuki. Mírame a los ojos. Sé que puedes ver a través de ellos.

La enfurecida criatura le hizo caso, sorprendentemente. Se calmó un poco y miró a Hikaru también. Instintivamente, el de pelo morado puso cara triste, recordando a su familia. Poco a poco, Fubuki fue volviéndose más pequeño hasta que se convirtió en humano de nuevo y se derrumbó a los pies de Goenji. Él se puso a su nivel y recostó la cabeza del supuesto enemigo en su hombro.

—En Tirea lloramos la muerte de cada guerrero como si fuera nuestra familia. Podemos sentir tu dolor.

Hikaru en ese momento pensó que no sabía nada del pasado de Goenji. ¿Quién había muerto en su familia que pudiera sentirse tan identificado?

Cuando Fubuki se hubo calmado, se levantó en silencio y fue hacia su hermano. Atsuya Fubuki estaba cubierto de esa esencia estelar que desprendía su cuerpo. Poco a poco esa sangre espacial se deshizo como arena, junto al cuerpo del difunto y subió hasta el cielo como si se tratara de polvo. Volvía a estar en su sitio en el Mar Celestial.

Goenji se rearmó y descansó al lado de Kidou, quien le miraba en silencio. Fue el estratega, al final, quien volvió a hablar a los cazadores de Orión.

—¿Qué vais a hacer con el toro?

—Matarlo no, si es lo que piensas —replicó Fudou, recuperado del golpe, sonriendo de forma maliciosa de nuevo—. Le necesitamos vivo. Lo vamos a presentar ante los dioses.

—Estás de coña.

—Pues no, no lo estoy —le contradijo. Dio una señal a Kariya y a Tsurugi para que apoyaran a Fubuki y le pusieran en su sitio vigilando al toro y siguió—: Hoy hemos tenido una baja importante y necesitamos vuestra ayuda. Debéis de ser la única ciudad de la región que sigue devota a los dioses. Por eso el toro no os ha atacado. Si mostramos eso a los dioses nos podrían ayudar a todos.

—Entonces es un truco. Usar nuestra fe para que levanten el castigo a Orión.

—Más bien es coacción —dijo sin ningún reparo Tsurugi—. Nos vais a ayudar lo queráis o no. Conseguiremos el favor de los dioses, y si os portáis bien, viviréis. No podéis con nosotros.

Fudou ensanchó su sonrisa y Kariya le imitó.

—Sois unos desgraciados dignos de pertenecer a la constelación de Orión —les reprochó Kidou.

—Pero si cooperamos, todos ganamos. No es como si fuera un chantaje, ¿no? Los dioses podrían recompensaros a vosotros —puntualizó Fudou, plantándose cara a cara con el estratega.

—Yo quiero ayudarles —se avanzó Tenma, en pose oratoria para convencer a sus amigos—. Tirea nunca ha negado nada que pudiera ofrecer. Hikaru hospedó a su familia, hemos reunido tropas para poner orden en Argos, acabamos de mostrar nuestra mejor cara siendo compasivos con Fubuki. Yo creo que podemos confiar en ellos. Deberíamos. Podemos hacer mucho bien juntos.

El discurso de Tenma, tan animado y firme como siempre, convenció a los jóvenes, pero los mayores dudaban de esas sonrisas diabólicas de los cazadores. Pese a todo, no les quedaba otro remedio que aceptar. No podían huir, ni volver con el resto del grupo. Kidou había perdido contacto con los soldados que faltaban en su columna y con Kazemaru, así que estaban solos.

—Bien. Esperaremos a la noche a pedir la presencia de los dioses. Parte del ritual ya está hecho… (1) —bromeó el líder de los cazadores.

Pasaron unas horas tensas. Kidou no se atrevió a llamar al resto de la columna, pero sabía que estaban cerca. Después de que el Toro arrasara montones de árboles con su caída, de cuarenta hombres que formaban la columna, ya solamente quedaban siete. Los otros treinta y tres debían de estar acampados cerca, pues se les oía hablar. Kidou se preguntó cómo no les oían a ellos.

—Humano —le despertó Fudou—. Tú pareces ser el líder de estos soldados. Tienes que saber que los otros que has perdido están a salvo.

—Gracias, es un detalle —contestó sin emoción. Kidou casi desafiaba con la mirada al cazador.

—No te alegres tan pronto. Ellos no os encontrarán. He usado un truco de cazador para que parezca que no hay nadie aquí, ni siquiera la bestia. —Kidou acusó aún más su mala cara, impotente. Fudou sonrió complacido—. Oh, vamos, tenemos que asegurarnos que tú y tus soldaditos nos ayudaréis.

—Hemos dicho que lo haremos —replicó enfadado—. No nos vamos a retractar de ello.

—Sí, sí, el honor del guerrero y bla, bla, bla… Idioteces.

—Vosotros no tenéis idea de eso, claro. Ha muerto uno de los vuestros y os quedáis igual.

—Atsuya no ha muerto, solamente ha vuelto a su puesto en el cielo. Todos volveremos allí cuando acabe esto, si no sale bien.

—Como sea. No tenéis honor.

Fudou borró la sonrisa de su cara, algo molesto, y se dirigió al resto de cazadores, que vigilaban al toro. Allí no estaba Shiro, que seguía sentado en el árbol inclinado en el que su hermano había “muerto”. Estaba solo.

Los cazadores no eran los únicos que le miraban. Goenji, desde su puesto en el círculo de guerreros, al alrededor del fuego, le observaba preocupado. Se recordaba a sí mismo cuando perdió a su hermana pequeña en un crudo invierno. No podía evitar sentirse mal por el ser celestial, que no dejaba de mirar a las estrellas.

El resto solamente miraba con desconfianza al grupo de cazadores, incluidos Shindou y Kirino, aunque éste último estaba también pendiente del momento en el que el ritual empezara.

El único que no prestaba atención era Hikaru, que miraba sus armas y recordaba el miedo al verse enfrente de Kariya él solo. Pero el amuleto le había salvado, le había dicho qué tenía que hacer. Podía sentirse agradecido por eso. Bueno, y porque Kariya había sido compasivo con él. No quería provocar a los dioses ni nadie que tuviera que ver con ellos.

—¿Creéis que realmente veremos a los dioses? —preguntó Tenma a los amigos de su edad, sin dejar de mirar a los cazadores.

—Ellos vienen del cielo —apuntó Ichiban—. Lo han demostrado. Sería un honor que nos trajeran ante ellos.

—No siento que me pueda fiar de ellos —añadió Hinano.

Kidou y Midorikawa les escucharon sin decir nada, atentos a cualquier movimiento de los cazadores de Orión. Goenji seguía distraído.

Al cabo de un rato, nada más ponerse el sol, el estruendo de batalla en Argos se calmó. Se escuchaban gritos de júbilo de vez en cuando, y como ningún soldado salía de la ciudad, los pocos que quedaron de la columna presupusieron que habían ganado. De hecho, el resto de la columna, los treinta y tres que habían huido, salieron de los bosques y se dirigieron a la ciudad con calma, para comprobarlo.

Fue entonces cuando todos los cazadores, incluido el dolido Fubuki, se acercaron a los guerreros tireanos. Era el momento.

—Poneos al alrededor del Toro —ordenó Fudou. Cuando vio que los jóvenes dudaban, viendo al monstruo inconsciente, el cazador matizó, como riéndose de ellos—. Tranquilos, lo tenemos bien agarrado. Si despierta no podrá moverse.

—¿Cómo lo vais a hacer? Invocar a los dioses, digo —preguntó Tenma.

—Les llamaremos la atención con nuestros versos —explicó Tsurugi—. Reconocerán las palabras de Orión. Uno de los dioses servirá de vínculo y entonces vendrá lo mejor.

—¿Qué? ¿Qué será lo mejor? —preguntó más ansioso el castaño.

—No, ya lo verás, os gustará a todos. Vais a ser los primeros en décadas que consiguen algo como lo que veréis.

Tsurugi sonrió complacido ante la ansiedad del joven Tenma y también observó el miedo en Hikaru. Le dio un codazo a Kariya para que mirara a los cuatro jóvenes. El cazador de pelo gris se rio con él.

Fudou miró a sus compañeros cazadores, no sabía si aprobando su desvergüenza o quejándose silenciosamente de su falta de atención. Carraspeó un poco y todos se pusieron al alrededor del Toro, atentos y concentrados. Los cuatro cazadores alzaron los brazos en cruz y con los puños cerrados. Los tireanos les miraban algo asustados, en especial por la gran coordinación que tenían, pese a que el Toro les bloqueaba la visión del resto. Los de Orión empezaron a recitar unas líneas en un idioma que ninguno de los humanos entendió, y de repente el círculo que formaban se iluminó creando sinuosas líneas que acababan formando complejos dibujos y, al final, un enorme círculo.

—Están llamando a los dioses para que vean lo que han capturado —dijo Kirino. Shindou y el resto de tireanos le miraron—. Uso el mismo idioma para invocar los poderes de Hécate.

Los cazadores alzaron su voz hasta que el círculo luminoso fue de un azul intenso y un trueno resonó en el cielo, sin ninguna nube a la vista.

—Zeus, soberano de los dioses, está escuchando ahora —iba informando Kirino, mientras los cazadores seguían con su trabajo. Parecía que estuvieran en trance—. Ahora Fudou le está ofreciendo la sangre del Toro celestial. Si Zeus la acepta, dará una nueva señal y dará paso a la petición de Fudou.

Y como si Kirino lo hubiera predicho con sus poderes, otro trueno resonó sin señales de tormenta. La luz del círculo mágico cambió de color varias veces, una señal que Fudou tomó como momento para hablar. Como ya advirtieron los cazadores a los tireanos, usaron la fe de los humanos y la amistad con Orión para intentar conmover a Zeus.

—Algo va mal —alertó Kirino—. Zeus no parece convencido.

—¡Huid, humanos! —gritó Fudou, mientras él y todos los cazadores echaban a volar.

Hikaru fue el primero en reaccionar, agarrando a Tenma al primero y huyendo del lugar. El resto echó a correr desorganizadamente.

Pero el rayo supera la velocidad de cualquier mortal.

 

Notas finales:

NOTAS:


(1): Esta broma es básicamente porque los sacrificios de toros eran lo habitual para los rituales griegos a los dioses, y como ya tienen a uno desangrándose cerca… En este caso no habrá muerte del animal.


Espero que os haya gustado, como siempre :) y también como siempre, os animo a comentar o a buscarme allá donde haya rastro de yaoi o yuri :V


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