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Eternos Enemigos por kurerublume

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Notas del capitulo:

Agradezco millones a Alcachofa, bluelightofmoon, Bloodywolf17 y Jade por sus reviews y su increíble apoyo :)

Gracias por todas las lecturas.

Ya casi se acerca el lemon jajajaja.

Espero les guste este cap.

CAPÍTULO XXVIII: El acuerdo de paz

 

 

—¿Estás seguro de esto? —me pregunta Domitius muy nervioso.

 

—Claro que sí. Después de todo, es el mejor y único camino, además de que yo lo sugerí y el Consejo estuvo de acuerdo.

 

—Te sigo —me dice antes de subir a nuestros caballos hacia el punto de encuentro. Las puertas de Caesonia se abren lentamente, haciendo que el sol dé de lleno en mi cara.

 

—Vamos —damos marcha tranquilamente hacia el claro donde concretamos con las criaturas.

 

Le pedí al ejército que no se uniera, que mejor atendieran sus heridas y siguieran pidiendo por sus camaradas caídos. Pues han pasado tres días desde entonces. Ha habido rituales, ceremonias, lamentos y oraciones a nuestros dioses. El día de hoy, esperamos cumplir con una de ellas.

 

Solo voy con Domitius, tres soldados y dos integrantes del Consejo. Uno de ellos es mi maestro, que al parecer “convenció” a su compañero para ir. Y no los culpo, normalmente ellos no salen para estas cuestiones.

 

Pero se vieron en la necesidad una vez que la segunda junta se convocó al día siguiente. En ella, Domitius y yo expusimos las pruebas de las acciones de mi padre. Al principio no nos creyeron, uno gritó que los traicioneros éramos nosotros. Pero entre toda la multitud, fue mi maestro el que esclareció toda duda dando su testimonio.

 

Un monólogo que nos dejó a todos sin habla, atónitos ante sus palabras; unas que no eran otra cosa que la verdad en su esencia. En su discurso más puro.

 

Mi maestro expuso con maestría cómo se ataban los cabos, apoyándose de los pergaminos que nuestro señor había escrito. Asegurando que él logró eludir los ataques que realizó mi padre, pues sospechaba de su locura mucho antes que hiciera algo.

 

Que su memoria estaba intacta, pero que la nuestra había sufrido una amnesia tal, que recordábamos muy poco sobre años pasados, llenos de dicha y armonía con las demás criaturas.

 

Relató la cólera que lo invadió al saber lo de los jóvenes que murieron a manos del minotauro que no era otro que nuestro maestro en herbolaria.

 

Y mientras avanzaba, los rostros del Consejo comenzaron a cambiar, reflejaban indignación, pero no hacia él o hacia mí, sino a los actos de mi padre. Se escuchaban susurros y se vieron varios movimientos de cabeza entre la estupefacción y el dolor.

 

Temo decir que, a pesar del tiempo que le tomó a mi maestro relatar lo sucedido, la decisión fue unánime: Nero sería encerrado y sufriría un juicio… aunque muchos ya sabíamos en qué iba a terminar.

 

También me apena confesar que en estos tres días no he logrado encontrar a mi hermano y a aquel joven que llevaba cargando. Pero para ello ya dejé a Domitius a cargo y confío en que lo hará.

 

—¿Qué pasa si nos atacan? —puedo notar el tono de alarma en mi amigo.

 

—No lo harán. Tranquilo. Quien sea su nuevo líder, accedió casi de inmediato. Supongo que también desea… —pero de inmediato me callo. Lo puedo ver a la lejanía, aun a esta distancia, lo distingo de entre todos los demás— Lykaios —susurro con una mezcla entre sorpresa y alivio.

 

—¿No se supone que…?

 

—Pues al parecer no —mi voz comienza a temblar. Incluso siento cómo mi pecho sube y baja con rapidez—, no sé si eso sea bueno o malo.

 

Domitius suspira— Ni yo. Si fuera él, querría que pagaras con la misma moneda. Esperemos que no sea así, hombre.

 

—También yo.

 

Segundos después, estamos a escasos metros de ellos. Son alrededor de siete: tres centauros, dos minotauros y dos sátiros. No veo a nadie más alrededor, así que eso me da más confianza. Pero Lykaios de verdad muestra un semblante casi sombrío, ni siquiera me está mirando.

 

Le pido a Domitius que me acompañe y veo que ese minotauro de la vez pasada, ese maldito que “enamoró” a mi amigo, acompaña al centauro.

 

—Di rápido en qué consistiría este acuerdo —espeta Lykaios, a lo que me pongo muy molesto. No hay necesidad de guardar rencores por algo que ya se quiere eliminar… ¿cierto? Se ve que su herida sigue algo reciente, pero está curando muy bien y eso me alegra un poco.

 

Así que me acerco más para responderle con tono firme— En el fin de la guerra, Lykaios. Y la posibilidad de hacer comercio con ustedes. Ustedes estarán en su territorio y nosotros no lo invadiremos; lo mismo para nosotros. Pero considero que el comercio puede aligerar un poco e incluso ayudar a que este acuerdo se cumpla.

 

Lykaios voltea a ver a los demás— Espera. Es probable que tardemos un poco.

 

Se va acercando a las otras criaturas, los dos sátiros… solo identifico a uno: Bronte, pero al otro, que es más grande y de pelaje muy negro, no lo reconozco. Pero se nota demasiado ansioso y desesperado, por no decir que tiene una apariencia lamentable.

 

Le pido a mis hombres que descansen en lo que ellos debaten su decisión.

 

Para sorpresa de todos, no tardan en decidirse.

 

—Aceptamos, pero hay alguna serie de condiciones para eso —lo miro sin creerme que todavía que les proponemos algo tan bueno, quieran más. Pero de nuevo, no logro hacer contacto con el centauro. Es como si le hablara al aire. Es irritante—: la primera es que den alojo al sátiro de ahí hasta que considere oportuno retirarse, nada de preguntas—dice señalando al más grande—, y segundo, ustedes son los que tendrán que venir a abastecerse. No enviaré a ninguna criatura a Caesonia.

 

Me muestro algo indignado por insinuar que los vamos a traicionar, aunque bueno, supongo que tenemos nuestros antecedentes. Así que suspirando y peinándome un poco, le respondo— Pero no siempre, Lykaios. Comprende que lo mismo va para mí. Una vez al mes será a la inversa, ¿te parece?

 

—Bien.

 

—¿Y por qué habría de alojar a ese sátiro? —pregunto curioso.

 

—Dije que nada de preguntas —responde escueto—. Él tiene sus razones, las cuales, te aseguro no perjudicarán a Caesonia.

 

—¿Y cómo esperas que explique su presencia?

 

—Puedes decir que es un intermediario —afirmo en silencio—. ¿Entonces el acuerdo está hecho?

 

—Aún no, falta hacerlo… oficial —Lykaios entrecierra los ojos, esta vez por fin me mira fijo. Y es penetrante—. Me refiero a que alguien hará el pergamino y ambos firmaremos dicho acuerdo de paz. Bueno, no solo nosotros, también minotauros y sátiros.

 

—De acuerdo, el sátiro que se vaya contigo será el que firme. ¿En cuánto tiempo estará? —pregunta con desdén.

 

—En dos días, me aseguraré que sea perfecto —le digo en un intento de demostrarle que hablo en serio. No sé, siento que de verdad no me cree—. Te lo juro.

 

—¿Como nuestro acuerdo de hace tiempo? —escucho algo de dolor en sus palabras, y no me desagrada lo que me genera. Como si de verdad lo hubiera traicionado. ¿A quién engaño? Lo hice.

 

—Lo cumplí —intento justificarme—, pero…

 

—Lo sé, dijimos que la próxima vez que nos viéramos iba a ser a matar. No estuviste muy lejos de eso —da media vuelta, listo para marcharse, pero algo en mí me impulsa a casi gritar unas palabras que jamás se me hubiesen ocurrido.

 

—¡En dos días también se hará un banquete para celebrar la paz! —escucho exclamaciones de sorpresa. Domitius se acerca ligeramente a mí.

 

—¿Lucius, de qué hablas? ¿Qué banquete?

 

—En dos días se hará un gran banquete para celebrar lo que hemos logrado. Todos están invitados, les aseguro que nadie molestará su estadía —me inclino un poco en señal de respeto—. Ese banquete será para todos nosotros. Espero puedan asistir.

 

Terminando de hablar, soy yo el que se macha con la cabeza en alto. Pero mis piernas y manos tiemblan queriendo delatar mi inseguridad.

 

—¿Es en serio? —pregunta Domitius una vez que volvemos a montar nuestros caballos.

 

—Muy en serio, estoy seguro que los demás me apoyarán.

 

Mi amigo hace una expresión de inseguridad— No lo sé, Lucius. Espero que tengas razón y que ese banquete sirva para fortalecer la unión —comenzamos nuestro camino de regreso.

 

Escuchamos al sátiro de pelaje negro atrás de nosotros—Ah, maldición —detengo mi caballo y me bajo de él—. Por favor, use el mío —le digo al sátiro, quien simplemente niega con la cabeza.

 

—Prefiero que lleguemos de una vez a Caesonia —asegura con una expresión dura.

 

La verdad, espero que esto no sea una estrategia para infiltrarse y salir victoriosos. No creo que sean capaces de algo así. Quiero decir, ellos no suelen hacer algo tan rastrero. Pero por si las dudas, le pediré a alguien de confianza que lo mantenga vigilado.

 

Se lo pediré a Domitius, total no creo que lo conozca y así se mantendrá a una buena distancia.

 

O eso pienso cuando durante el camino noto cómo mi amigo voltea repetidas veces hacia el sátiro y este casi le sonríe con burla. ¿Qué se traen esos dos?

 

—Domitius, ¿lo conoces? —le pregunto intrigado.

 

—N-No… precisamente. Lo vi cuando fui prisionero de Bronte.

 

—Entiendo, será mejor si mantienes tu distancia con él.

 

—Sí.

 

Al ser muy obvia su incomodidad, decido que seré yo quien vigile a ese sátiro, del cual aún no sé su nombre.

 

 

---------

 

Una vez que dejo todo en orden, voy nuevamente al Consejo.

 

Mi maestro al principio no estaba seguro de apoyarme, pero cuando expuse la necesidad de un banquete de esas proporciones y con esos invitados, volvió a estar de mi parte.

 

Y cuando mi maestro toma una decisión, le es muy fácil convencer a los demás.

 

Se hará el banquete.

 

***

 

—¿Cómo les fue, Arion? —le pregunto en cuanto lo escucho llegar— ¿Llegaron a algo? ¿Lucius estaba ahí? ¿Qué dijeron?

 

Arion se me acerca y al plantarse frente a mí me siento algo cohibido— En dos días harán un banquete y se firmará el acuerdo —contesta acercándose aún más a mí.

 

—¿Vamos a ir? —cierro mis ojos y acaricio sus costados.

 

—¿Quieres? —siento cómo acaricia mi espalda y me sobresalto por la sensación tan placentera que me invade cuando hace eso.

 

Elevo mi cabeza para verlo directamente— Me gustaría, pero si no quieres no tenemos que ir —él se agacha un poco y yo me pongo de puntillas para poder besarnos como me gusta. Adoro sus besos, son diferentes, y no porque sea un minotauro, sino porque jamás había besado ni me habían besado de esta manera— Ah —gimo quedito al sentir cómo me aprieta contra él—, Arion —acaricio lo más que puedo de su pelaje. Es tan suave.

 

—Iremos —afirma al tiempo que me carga, haciendo que abra mis piernas para poder agarrarme de él.

 

—B-Bien —titubeo cuando su lengua recorre mi mejilla y baja hasta mi cuello— Mmm.

 

—¿Dijiste que te gustaba aquí? —pregunta abriendo mi camisa y exponiendo así mis pezones.

 

—Sí, me gusta —observo ansioso cómo baja más su cabeza y comienza a lamerlos—. Succiónalos un poco —le instruyo con demasiada vergüenza— ¡Ah, así! Si quieres puedes morderlos.

 

—¿Morderlos? —se detiene medio asustado— ¿Por qué…?

 

—Pero no tan fuerte —le sonrío mientras acaricio su rostro—. Me gusta cuando los muerden suave y los succionan fuerte —de inmediato la gran culpa me pega de lleno. ¿Qué es lo que estoy diciendo sin pensar? Arion debe pensar que soy un lujurioso, qué vergüenza—. Quiero decir… yo… ¡ahh! —me vuelvo a agarrar fuerte de él en cuanto hace lo que le pedí— ¡Ah, dioses! ¡dioses! —comienzo a mover mi cadera sin pensarlo y tomo la cabeza de Arion para pegarla más a mi pecho— Acaricia mi otro pezón —le pido tapándome la boca para intentar dejar de gemir como loco.

 

—Cornelius —exclama ¿excitado? Creo que Arion está excitándose. Y no lo digo solamente porque empiezo a sentir algo en mis glúteos.

 

Ah, maldición, quiero todo de él. Quiero que me haga suyo.

 

—Te amo, Arion.

Notas finales:

En el banquete no solo comerán lo de la mesa xD jajaja if u know ¬w¬.


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