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Leave you alone por Mari-Sponge

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Notas del capitulo:

Segundo capítulo!!!! :DDDD

Ok, mucho drama ¬¬

Y nada, disfrútenlo~

Pasaba más de medio día, y aunque aún era temprano, el sol comenzaba a dar indicios de que de un momento para otro comenzaría su descenso. Las personas caminaban, sin darle importancia al chico con la maleta, que se veía completamente perdido en aquel lugar. Sus ojos esmeraldas miraban por todos lados, con el ceño fruncido. Tal vez esa era la razón por la cual, los transeúntes pasaban de largo a su lado, sin la menor intención de ayudarle. Nadie quiere ayudar a alguien notablemente molesto, y con un aura asesina a su alrededor. –Maldito hotel –murmuraba una y otra vez, ganándose las miradas extrañas de los peatones.

Varias horas habían pasado ya, y el joven extranjero seguía sin encontrar un hotel vacante para su pequeña estadía. Su estómago comenzó a gruñir, exigiendo comida; sus ojos siguieron buscando entre los diferentes letreros de la calle, ahora, buscando por un lugar donde comer. Decidió entrar a un pequeño restaurante familiar, sin embargo, se quedó de pie en pleno establecimiento, completamente perdido. Un joven de castaños ojos se acercó, algo dudoso, al rubio. –Disculpe… ¿le puedo ayudar en algo? –el extranjero pegó un brinco al escuchar aquella voz llamarle. Con un poco de brusquedad, volteó a mirar al chico que le hablaba, encontrándose con una tranquila y penetrante mirada.

El japonés retrocedió un paso ante la reacción de aquel extravagante extraño; por su parte, el rubio soltó una pequeña risa nerviosa. -¡Ah! Lo siento –se disculpó, rascando su nuca. –Solo… buscaba un lugar donde poder sentarme –logró comentar, con cierta dificultad. El moreno rio por lo bajo, a causa de la pronunciación y acento del chico. Esa pequeña e inocente sonrisa, apenas escondida por su mano, cautivó momentáneamente al joven extranjero. –Si quiere, puede sentarse conmigo –propuso el japonés, comenzando a caminar a la mesa que ocupaba, volteando a ver de vez en cuando al rubio. El chico se quedó unos momentos allí de pie, perplejo; y fue la sonrisa del moreno, lo que le hizo reaccionar. Tomó su maleta, y siguió al otro hasta su asiento.

Con un poco de duda, tomó asiento frente a su “benefactor”, sonriendo con cierta timidez. –Muchas gracias… ¿ammm? –alzó una de sus pobladas cejas, esperando por la respuesta del otro. – ¡Oh! Lo siento. Mi nombre es Kiku Honda –respondió el japonés, haciendo una pequeña reverencia. –Mucho gusto… mi nombre es Arthur Kirkland –se presentó el inglés con una sonrisa, extendiéndole la mano a Kiku. Luego de unos momentos de duda, el moreno estrechó la mano ajena. No pasó mucho, para que una mesera llegara a pedir sus órdenes. Kiku volvió a reír por lo bajo, ante la expresión acomplejada de su nuevo compañero de almuerzo, quien gesticulaba ante lo que leía en la carta. –Para él, lo mismo que pedí, por favor –añadió el japonés, luego de hacer su pedido. La chica anotó la orden, y con una pequeña reverencia, y una sonrisa en los labios, se alejó.

El sol ya se había ocultado, y la extraña pareja de chicos, caminaba por la casi solitaria calle. –Muchas gracias por el almuerzo, Kiku –soltó el inglés, sonriendo levemente. –No sabría que haber ordenado su hubiera estado yo solo –la única respuesta que recibió, fue una dulce sonrisa por parte de Kiku. El rubio checó su reloj, y no pudo evitar soltar un bufido. –Aún le queda buscar un lugar donde hospedarse, ¿no es así? –el inglés dejó escapar un gran suspiro. Durante la comida, había terminado por contarle su desventura a aquel “desconocido”. –Puede quedarse en mi casa –soltó casualmente el moreno, mirando al frente, –tengo habitaciones extra, así que no será un problema para mí… ¿señor Kirkland? –volteó a ver al rubio, que se había quedado atrás, a causa de la sorpresa que las palabras del japonés le habían causado. – ¿E-estás seguro? –sorpresa, confusión y desconfianza, esos sentimientos se notaban en la voz del inglés; sin embargo, Kiku se acercó un poco a él, con aquella calma que le caracterizaba. –No se preocupe, como le dije, no tengo ningún inconveniente –una dulce sonrisa adornaba su rostro, –además, no puedo dejarlo en la calle. Es posible que no encuentre un buen hotel por hoy, y menos a estas horas –en eso tenía razón, y Arthur lo sabía perfectamente.

–Pase, por favor –comentó Kiku, mientras cerraba la puerta tras el inglés. Se quitó los zapatos, acomodándolos al lado del pequeño escalón, indicándole a su invitado que hiciera lo mismo, y dejando un par de pantuflas a un lado, dispuestas para Arthur. Ambos entraron, mientras Kiku lo conducía a la sala de estar, Arthur admiraba todo a su paso. Una enorme casa tradicional japonesa, algo completamente nuevo para el inglés. Kiku no podía evitar mirar de reojo a aquel extraño con mala suerte; de alguna forma, su reacción se le hacía, tal vez un poco, adorable. –Por favor, siéntase como en casa. Iré a preparar la habitación que usará, y prepararé un poco de té –dubitativo, el inglés tomó asiento en un pequeño sofá, mientras su anfitrión, tomaba su maleta, y salía del salón. No pasó mucho tiempo para que el japonés regresara con una charola, donde había colocado una tetera, dos tazas y unos pocos bocadillos.

Frotaba su cabello, tratando de quitarle el exceso de agua. Kiku le había insistido con que tomara una ducha caliente luego del té, a lo que el inglés no pudo negarse; y era eso lo que le faltaba: un buen baño caliente, para quitarse el estrés que el día le había causado. Al entrar a la que sería su habitación por los próximos días, se encontró a Kiku de espaldas, hincado en el suelo, inclinado sobre lo que parecía un colchón. – ¿Qué haces, Kiku? –la repentina aparición del inglés le hizo sobresaltarse, llevando una mano a su pecho. –Señor Arthur, me asustó –respondió un poco agitado, a lo que el rubio no pudo contener la risa. –Estaba preparando su futón –añadió con un pequeño puchero, ante la risa del más alto. Luego de varias disculpas por parte del extranjero, y una breve explicación del japonés, se dispusieron a ir a dormir. –Que descanse, señor Arthur –se despidió Kiku, regalándole una reverencia al inglés, seguida de una dulce sonrisa, antes de cerrar la puerta corrediza. –I-igual –logró responder, casi en un susurro. Se acostó en el futón, mirando el techo en plena oscuridad, el rostro completamente serio. Un ruido sordo llenó la habitación; Arthur había llevado sus manos a su rostro, tratando de no gritar, buscando una explicación al fuerte latir de su corazón desde el momento en que vio esa última sonrisa de Kiku.


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