Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Roy Swan por Eowyn Fitzgerald

[Reviews - 22]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Cuando era niño solía darle muchos problemas a Charlie, tanto era así que se podría decir que era un delincuente en potencia, y en más de una ocasión estuve a poco de ir al reformatorio (del que el resto de policías en Forks me solían salvar dejándome ir por lastima a papá). Me apena decir que no le dejé las cosas fáciles... Ni siquiera imagino lo difícil que fue tener que lidiar con un niño enfermizo y conflictivo sin ayuda de nadie. No lo dejaba cuidarme cuando salíamos del hospital y solía pegarle con cada objeto que me encontraba y morderle los brazos cuando se descuidaba, y nunca me reclamó por ello. Cuando mamá nos visitaba con Bella también tenía por costumbre gritarles que se fueran y se murieran... La verdad no recuerdo porque tenía esta actitud pero si recuerdo los abrazos de Renée y Charlie para tranquilizarme a los que me resistía con patadas, golpes. Y yo no estoy del todo seguro de si mi madre también, pero Charlie aún tiene cicatrices de ese entonces.

Por supuesto Bella me odiaba a muerte, en más de una ocasión llegó a decirme que no era más que una carga para la familia, me escondía mis juguetes, me pegaba cuando nuestros padres no miraban, se burlaba de mi y hasta llegó a matar mi ilusión por la existencia de Batman. Está claro que yo también la odiaba, así que le correspondía con bromas pesadas como ponerle un chicle de un kilo en el cabello mientras dormía y rayar sus cuadernos. Nunca me castigaron por nada de eso, supongo que les hacía sentir un mal sabor de boca echarle la bronca a un niño que se estaba muriendo.

Era una noche muy helada y la quinceava vez que me escapaba de casa, de esa vez si recuerdo que me fui porque no quería volver al hospital, era difícil para mí entender lo que implicaba tener un tumor cardíaco primario, yo solo sabía que me llevarían a un lugar donde no paraban de meterme agujas y hacerme pruebas incómodas. Tomé mi bicicleta y conduje hasta la gasolinera donde la abandoné y subí a la parte trasera del primer camión que me encontré.

Me dolía mucho el pecho, tenía las manos frías, y me costaba respirar mientras me cubría con una frazada del Capitán América... Aún así prefería pasar toda la noche en el suelo de metal helado que volver. Mamá y Bella se habían quedado durante un largo tiempo en casa para cuidarme por lo del tumor ya que Charlie no quería tenerme en una camilla en lo que esperábamos que llegará el cirujano especialista de florida, y Bella esa mañana me contó que escuchó a nuestros padres hablando sobre una cirugía y que me abrirían el pecho con un cuchillo, además me asustó recalcando que eso dolía mil veces más que las agujas, no la culpen, éramos niños y ella solo quería asustarme. Estaba muy enojado después de discutir con mis padres sobre ello porque Charlie no me quería escuchar y Renée lo apoyaba en esa locura de meterme en el quirófano, y no volvería para que me siguieran lastimando.

Pasaron al rededor de tres o cuatro horas cuando el camión se detuvo... Fuera del motor aún encendido no se escuchaba nada extraño, llegué a la conclusión de que el conductor había llegado a su destino y me arrastré junto con mi mochila de Spiderman y mi frazada fuera del camión por la puerta mal cerrada y ajustada con un delgado gancho metálico. Estaba en el estacionamiento vacío de un tienda pequeña y desde el cristal de ésta observé al chófer comprar cigarrillos. Claro aproveché para irme.

Ya había llegado a la ciudad y tenía un plan según yo bueno y demasiado simple; tenía cuarenta dólares en el bolsillo regalo de la abuela, una linterna de policía que le robé de la jefatura, mi frazada, un cambio de ropa, un par de sándwiches, una bolsa de dulces y solo necesitaba encontrar algún edificio abandonado donde pasar la noche, claro sin contemplar ni por un segundo el peligro que un lugar como Seattle podía ofrecerle a un niño de mi edad. No estoy muy orgulloso de mí actitud en aquella época pero ese viaje me costó lo suficientemente caro cómo para aprender la lección de que el mundo era más terrible de lo que me hubiese imaginado.

Las calles de la ciudad estaban húmedas, oscuras y llena de gente extraña y vagabundos, pero yo era demasiado tozudo para tener miedo, solo tenía sueño, dolor, hambre y estaba muy dispuesto a ignorar todas esas sensaciones con tal de no regresar al hospital. Caminé como por una hora y media cuando me encontré lo que parecían las ruinas de una vieja iglesia abandonada, tenía una enorme cruz derrumbada en la entrada casi tapando toda la puerta, los cristales rotos y muchos graffitis con groserias. Afortunadamente yo era lo suficientemente pequeño como para pasar por el hueco entre la cruz y la entrada.

En el interior estaba todavía más oscuro que en la calle pero la luz de una farola de afuera alumbraba lo suficiente para no hacerme pisar los vidrios rotos del suelo, y caminé entre las bancas de madera usando la linterna, era una iglesia muy extraña con figuras que yo suponía eran letras en otro idioma adornando cada pared, excepto por la pared tras el altar, y dónde imaginaba que debía estar la cruz del principio estaba dibujado un enorme rombo con astas, es la única forma en la que podría describirlo. No le tomé mucha importancia y lo que si tomé fue un puñado de periódicos que estaban arrumbados en una esquina y me hice una cama, usé mi mochila como almohada y me cubrí con mi frazada, si que hacía frío. No pude dormir en ningún momento por los ruidos de afuera y de las ratas corriendo en los rincones, me sentía intranquilo, incluso el ambiente de la habitación parecía más pesado de lo normal, entonces un gato gris con la cara aplastada y de ojos amarillos me gruñó desde el marco de una de las ventanas rotas antes desaparecer, eso solo me provocó un susto que aceleró mi ritmo cardíaco.

Me levanté de mi cama improvisada después de unas horas para poder orinar, y de alguna manera me entró conciencia por no hacerlo en la iglesia así que salí del edificio y dirigí a una tienda de veinticuatro horas en la calle de atrás. El encargado era una especie de extraño ser adulto con múltiples granos, cara brillosa por la grasa y que parecía atorado en la pubertad, el tipo me miró mal desde que entré y escupió al piso cerca de mi posición antes de tragar una dona con glaseado Rosa y chispas.

—No le vendo alcohol a los mocosos —dijo con una voz nasal antes de voltear a ver a una anciana que revisaba las estanterías de medicamentos—, ¡la estoy vigilando señora! Más le vale no robar nada que aquí tengo una escopeta conmigo.

La mujer solo le devolvió la mala mirada y tomó un paquete de laxantes y otro de mentas antes de ir a pagarlos a la caja e irse.

—Necesito usar el baño —dije muy irritado y muy dispuesto a causar problemas, aunque también muy consciente de que si me arrestan en Seattle la policía le avisaría a Charlie, y todo el esfuerzo no habría servido de nada—

—Solo clientes, niño —y apuntó a un letrero con faltas ortográficas que se encontraba atrás del mostrador—.

—Será rápido...

—Compra algo o lárgate —de mala gana tomé un chocolate de la estantería más cercana y le tendí un dolar, él por otro lado tomó mi dinero casi arrebatándomelo de las manos y me arrojó las llaves casi a la cara—, es la puerta al fondo entre los congeladores.

La tienda estaba sola, pero justo antes de entrar al baño se escuchó la campanilla de la puerta anunciando otros clientes. Me encerré en el baño y en medio de mi enojo con el cajero tuve la grandiosa idea de orinar en todo el piso y parte de las paredes, me reí silenciosamente por mi estúpida travesura.

Antes de abrir la puerta del sanitario y salir escuché un gran estruendo en la tienda acompañado por gritos y disparos, mi mano se detuvo en seco en el pomo de la puerta antes de retroceder instintivamente un par de pasos y tragar grueso, ahora sí tenía miedo...

Mis manos temblaron antes de ponerle seguro a la puerta, me senté en el retrete y subí los pies intentando no hacer ruido, mi corazón bombeaba a mucha velocidad y a cada momento me dolía más. Escuché una serie de pasos cerca de la puerta y no tardó mucho para que viera el pomo moviéndose ligeramente, recuerdo que me puse a rezar y pedí a los cielos y a cualquier deidad disponible que me protegiera de quien sea que estuviera afuera.

Se escuchó un silencio prolongado antes de que una mano rompiera la puerta y la sacará casi volando del marco... Era un chico pálido de unos veinte años con cabello azabache y unos ojos rojos como la sangre que me perforaban el alma. Me tomó de la chaqueta y me alzó sin ningún esfuerzo antes de romper a reír.

—Mira nada más, un pequeño bocadillo —me acarició la mejilla e intenté morderle la mano—, que horribles modales.

—¡Suéltame monstruo!

Entornó los ojos aburrido y a pesar de mis pataletas no tuvo problemas para ponerme de bajo de su brazo como una carga y solo utilizó cinta de uno de los anaqueles para taparme la boca.

—Eres tan molesto —se volvió a sonreír—, pero tienes la suerte de ser tan bonito... Me quedaré contigo un tiempo, bueno el tiempo que te quedé, por la forma en que ese corazón tuyo late dudo que se traer mucho en pararse. Así ganó doble, tengo una mascota y una merienda deliciosa.

Seguí peleando por mí libertad hasta que llegamos a la entrada del local y pude ver al cajero tirado en el suelo muerto o inconsciente siendo mordido por una mujer rubia igual de pálida que él hombre que me llevaba en brazos, pero con los ojos más negros que jamás vi. Desde ese momento no hice mucho más que quedarme quieto.

Derek y Mónica eran hermanos, eran vampiros, eran unas bestias horribles, Mónica que era mucho menor siempre tenía hambre, y yo estuve con ellos una semana. Una semana viendo a Mónica cazar y devorar a más de un centenar de personas, soportando a un Derek cuyos ojos comenzaban a oscurecerse como los de ella pero que actuaba como si no pasará nada y me trataba como un perrito... Yo tenía mucho miedo y cada vez me sentía peor, era como tener un balón atorado en el pecho.

El último día que los vi caminábamos por una calle transitada de noche, íbamos con prisa, Derek ya tenía los ojos negros pero seguía comportándose como era normalmente, algo aterrador pero sin comer, aún así podía verlo moviendo la nariz como si el olor de algo lo lastimará, pero no se tapaba porque con una mano me sostenía a mí y con la otra controlaba a Mónica. Habíamos salido a comprar ropa para ella y para mí porque Mónica nos había manchado de sangre. Y de pronto de la nada nos detuvimos

Frente a nosotros un hombre alto y guapo, con cabello dorado y ojos azules que brillaban con el sol no paraba de mirar a Derek, quien apretó un poco más mi mano e intentó seguir caminando y pasar de largo, pero el tipo lo tomó de la muñeca haciendo que ese pedazo de piel le brillará a Derek.

—Sueltale —dijo con una sonrisa y casi cantando—, no querrás que los ponga en evidencia cuando ya tienes a esos buscándote.

—No te metas, ésto no es tu asunto.

—Derek...

—Déjanos en paz, que no entendiste el mensaje cuando nos transformamos.

—Te guste o no siempre van a ser mis hijos. Déjame ayudarte.

—No puedes hacer nada.

—Puedo llevarlo a casa —dijo el rubio apuntando a mi dirección—, eso ya es algo.

—No tienes la menor idea de lo que quiero.

—Sé que no quieres matarlo, pero te estás muriendo de hambre.

—Los vampiros no mueren.

—Déjame hacer ésto hoy y olvidaré que existen.

Y de alguna manera eso bastó para que Derek me soltara y se fuera abrazando a Mónica, miró hacia atrás un par de veces antes de seguir a un ebrio a un callejón oscuro. El tipo raro y guapo me subió a su espalda antes de ponerse a cantar algo sobre sobre hijos perdidos que nunca iba a recuperar. Era con un raro acento español.

Me quedé dormido sobre su espalda y cuando desperté estaba en el hospital con Charlie.

Estuve teniendo pesadillas con Mónica por meses, incluso llegué a orinarme en la cama. Por otro lado a ese tipo extraño lo seguí viendo por un tiempo pues me visito casi todos los días en el hospital cuando Charlie se dormía, y cantaba mucho, recuerdo que me decía que era un público muy atento e insistía en que lo llamará Tio Lester y me sugirió hacerle una ofrenda al guapísimo dios Apollo.

Nunca le conté nada a nadie, quería decirle a Charlie pero cuando me abrazó llorando cuando desperté, supe que no era buena idea.

Al llegar de la Push Charlie me atrapó en el sofá por un partido importante de basketball, y  no presté atención al televisor ni me importó que nuestro equipo fuera ganando. Los deportes ya no tenían un lugar en mi cabeza en esos momentos.

Todo lo que me tenía absorbido era el terror, y gracias a los dioses Charlie estaba lo suficientemente entretenido para no notarlo. Odiaba mucho no poder decirle algo a Charlie... Era imposible pedir ayuda ahora y unas enormes ganas de llorar me estaban ahogando.

Esa semana me cambió toda la vida, y no podía ver a los estúpidos vampiros ni en plaza sésamo sin sentir pánico.

Solo quería que Edward me dijera que no era cierto, podía aceptar muy feliz incluso si me dijera que era un extraterrestre, porque yo quiero a Edward y no quiero tener miedo.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).