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El plan B por Charly D

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Once años después…

 

 

 

La luz era tenue, las sábanas estaban revueltas, el par de hombres desnudos aún se besaban con frenetismo, la sesión sexual había terminado hacía unos cuantos minutos. Lejos de sentir saciedad querían intentar la segunda ronda, finalmente aún no era muy noche. Pese a que la oscuridad ya reinaba en la calle, para ellos la fiesta apenas iniciaba. Los musculosos sujetos abrazados y rozando sus narices con parsimonia degustaban de los carnosos labios el uno del otro.

-- Estoy listo para la segunda parte – comentó lujuriosamente el chico de cabellos rubios y revueltos que estaba al lado derecho de la cama.

-- Estoy seguro que sí, porque aún tengo energía y mucha pero mucha vitalidad por ofrecerte – Braulio Alanís sonrío ladinamente luego de contestarle. Ese muchacho era la conquista de esa noche, luego de conocerse en un parque y quedar esa misma tarde, justo en ese instante estaban reposando luego de tener relaciones.

-- Pues no digas más y…- no terminó su frase debido a que el imprudente teléfono de Alanís comenzó a sonar – No… no respondas… anda…- suplicando y besándolo al mismo tiempo, el rubio fogoso pedía toda la atención.

-- Aguarda, es importante… - separándose un poco para aceptar la comunicación, puso el auricular en su oreja izquierda – Fábrica de sueños, donde todas sus fantasías eróticas gay, lésbicas y bisexuales se pueden cumplir… ¿Con quién tengo el gusto? – respondió con un tono sumamente sensual.

-- Creo que equivoqué la llamada, yo quería comunicarme con mi promiscuo amigo – el interlocutor mencionó riendo.

-- ¡Oye! No soy tan promiscuo – dijo con un fingido tono de ofendido.

-- ¿Enserio? Supongo entonces que no estás en la cama de un hombre hermosamente esculpido por los dioses ¿cierto?- preguntó Mario sabiendo la respuesta.

-- Bueno… lo que puedo decirte es que…- su compañero sexual de esa noche se había levantado para tomar un poco de agua que tenía una botella colocada en el peinador frente a la cama, lo cual le daba una vista perfecta de las redondeadas y blancas nalgas que acababa de disfrutar – No está tan esculpido, digamos que solo es un lindo trasero – comentó en voz baja para evitar ser escuchado.

-- Lo imaginaba, a Braulio Follatodo no se le puede ir uno vivo – el otro soltó la carcajada.

 

 

Mario Vanegas se encontraba sentado mientras esperaba en la mesa de un restaurante italiano de muy buen gusto. La cita que había pactado con un varonil chico de ojos verdes, que conoció en una oficina que visitó una semana antes, tenía una hora de retraso. Miraba de un lado a otro esperanzado en ver la cara del que sería su acompañante, sin embargo por más que veía entrar gente, ninguno era el sujeto que esperaba. Su cara de incomodidad reflejaba la preocupación que sentía.

-- Ya sabes, una buena dosis de amor físico a nadie le hace mal, y tampoco una buena lasagna, pero un mortal no lo puede tener todo en esta vida – comentó de forma casual Braulio al otro lado de la línea. Al no querer esperar como tonto, Vanegas optó por llamar por teléfono a su mejor amigo con la firme intención de hacer tiempo - ¿Y tú que se supone que haces? – preguntó al otro muchacho.

-- Pues… espero – contestó el muchacho mientras veía la entrada, pues alguien acaba de ingresar al restaurante – Mi cita a un no llega – remató su idea cuando comprobó que no era.

-- ¡Oh vaya! Con que cita y toda la cosa ¿Es el de los ojos verdes más hermosos que hayas visto en toda tu patética y jodida existencia? – preguntó en tono burlón, pues con esas mismas palabras Mario se había referido al chico con el cual saldría.

-- Sí, él, pero aún no llega, y me preocupa, porque ya se demoró, quizás y le pasó algo malo – el chico del restaurante en verdad estaba afligido por esa idea.

-- ¿En verdad? ¿Y cuánto llevas esperando? ¿No me digas que una hora? – no aguardó por respuestas, la última pregunta la hizo soltando una risotada que hizo sobresaltar al muchacho desnudo que tenía enfrente.

-- Pues… yo…- con temor de responder, Mario titubeaba.

-- ¿Llevas una hora esperando? – el tono de la pregunta fue de incredulidad, lo que provocó más incomodidad en el joven que esperaba a su cita.

-- Algo… tal vez… sí – afirmó apesadumbrado.

-- Ya veo…- una risa se escuchó por el auricular - ¿Estás en el restaurante del Italiano que me vetó por haber tenido sexo oral en su baño?

-- Sí, ese mismo, de hecho, el dueño me dijo que si te veía por aquí te metería su escopeta por donde se supone te gusta, se puso algo intenso, se quedó quince minutos en la entrada asegurándose que no vinieras conmigo, porque gracias a que sabe que eres mi amigo piensa que yo soy igual de sucio que tú – contestó risueño.

-- De acuerdo, aguántame diez minutos y te caigo por allá, bye – sin esperar la despedida colgó.

-- ¡Oye! ¡¿No escuchaste…?! – era tarde, la llamada había finalizado. Negando solo esperaba que no se metieran en problemas.

 

 

 

 

Levantándose de la cama, Braulio rebuscaba entre las sábanas enredadas su bóxer color negro. Luego de encontrarlo y ponérselo llegó la hora de hallar los pantalones, los cuales por extraño que pareciera le resultaron más complicados de localizar.

-- ¿Qué haces? – el rubio de cuerpo desnudo y escultural que tenía enfrente le preguntó con sorpresa.

-- Cariño, me debo ir, mis deberes me llaman – se cruzó de brazos mientras con los ojos escudriñaba el cuarto para ver sus pantalones por algún rincón - ¿Te acuerdas si llegué a aquí con los pantalones puestos? – pensando e intentando recordar, le preguntó a su compañero.

-- Creo que sí los traías…- un poco desanimado el chico le respondió.

-- ¡Ah sí! Están sobre la lámpara, con razón casi no había luz – y en cuanto quitó su prenda de ahí, la luz del foco alumbró completamente toda la habitación – Con razón teníamos un ambiente muy romántico… En fin…- se colocó los jeans, luego la playera que llevaba.

-- ¿En verdad te vas a ir?

-- Baby, tengo qué, hay algo importante que debo hacer…- se acercó y lo besó levemente en los labios – Lamento no follarte de nuevo, pero en verdad me debo ir.

-- ¡Ay! ¡Qué malo eres! ¡Íbamos por la segunda ronda! – Con puchero le reclamó - ¿Te volveré a ver? – preguntó ilusionado.

-- ¡Oh baby! – Se acercó nuevamente para besarlo – Claro que no, pero fue divertido hacerlo contigo, con todo respeto, tienes uno de los mejores culos que haya probado, te felicito – se dio la vuelta para salir de ahí – Solo te recomiendo que no aprietes tanto… ¡Adiós, bonito! – y sin más se marchó, dejando a un rubio algo confundido y un tanto molesto.

 

 

 

 

El nerviosismo de Mario era notorio, sabía que si alguien en el mundo tenía estrictamente prohibida la entrada a ese lugar luego de que una mujer encontrara su amigo recibiendo una felación por parte de uno de los meseros, ese era Braulio. Olvidó por momentos a su cita que aún no llegaba por prestar atención al muchacho promiscuo que prometió arribar.

-- ¿Quiere ordenar, caballero? – un mesero lo sacó de sus pensamientos.

-- No, no aún no…- y entonces su temor aumentó, su amigo, a través del cristal de la entrada le hacía señas obscenas con la mano, como si estuviera repitiendo lo de los baños - ¡Ay Braulio! – comentó en voz alta y preocupada, el chico que lo atendía volteó y lo vio.

-- ¡Señor Donatti! ¡El del baño! ¡El del pene! ¡El chupado! – exclamó escandalosamente el mesero, logrando que un anciano de unos setenta años saliera de la cocina con un chuchillo cebollero en las manos.   

-- ¡Disgraziato! ¡Immorale! – En cuanto Braulio lo vio, como niño que acaba de tocar un timbre salió disparado - ¡Per lì omosessuale! – El hombre no pudo siquiera seguirlo, pues se cansó en cuanto salió del lugar, se encontraba fatigado - ¡E non tornare! – respirando agitado y negando con la cabeza, entró lentamente a su negocio. Para ese momento, Mario ya había dejado un billete pagando todo lo consumido más la propina y salió de ahí antes de que el viejo fuera contra él.

 

 

Sentados en un parque, mientras comían jarabe de chocolate con cucharas desechables, el par de amigos discutían.

-- ¡Eres un inconsciente Braulio! Pudiste ocasionarle un infarto al pobre señor Donatti.

-- ¿No me digas que no fue divertido? – soltó una carcajada

-- No, además me sacaste de ahí y probablemente mi chico va a llegar y no me va a encontrar – comentó un poco deprimido Mario.

-- ¡Ey! No me culpes – sonrió y luego se puso serio, como pocas veces lo hacía – Él no iba a llegar, ¿lo sabes verdad? – le cuestionó cara a cara.

-- Pues, a lo mejor se le atravesó algo… - bajó la mirada y veía atentamente su cuchara desechable color blanco embarrada de chocolate - ¿No iba a llegar, verdad? – miró entristecido a su amigo.

-- No te preocupes, es un idiota, él se lo pierde – sonrió y le puso la mano en el hombro en forma de conforte – Así que hoy nos vamos de fiesta ¡Los hombres en tubo nos esperan! – exclamó alegre levantando los brazos.

-- ¿En tubo? – algo horrorizado preguntó.

-- ¡Sí! No hay nada cómo ir a meterle billetes en las tangas a los hombres bailarines, bueno, en primer lugar es el chocolate, pero hoy nos olvidamos de todo eso ¿De acuerdo? – la propuesta estaba hecha – En verdad, mira, te va a animar que un hombre te baile así – se puso delante de él y poniendo sus grandes manos en la nuca de Vanegas, comenzó a bailarle sensualmente, haciendo que los dos sacaran grandes carcajadas - ¡No te rías! Esto es sexy – continuó moviendo su cadera a la altura de la cara de su amigo, en un momento dado, bajó el cuerpo hasta quedar frente a frente. Sus miradas se encontraron, sus respiraciones se sentían una frente a la otra, sus bocas estaban demasiado cerca… muy cerca.

 

 

 

CONTINUARÁ…

 

 

 

 

 

Notas finales:

¡Gracias por su lectura!


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