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Una nueva oportunidad por Jazmine Fenton 137

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Despertó agitado y sudoroso; era la segunda vez que le pasaba esa noche, los recuerdos lo atormentaban. Pensar en los sucesos del día anterior solo lograban hacerle un nudo en garganta.

Se había despertado con los primeros rayos del sol aquel día, esa mañana de verano le pareció ideal para salir a explorar antes de que saliera el sol con todas sus fuerzas. Termino en uno de los montes que rodeaban al Santuario mientras apreciaba el paisaje a su alrededor hasta que un descomunal gruñido llamó su atención y curioso decidió seguirlo, quería saber qué tipo de criatura hacia ese ruido. El extraño sonido lo llevo a una cueva; al principio pensó que tal vez se había equivocado pues al entrar al lugar reinó el silencio, hasta que escucho unos pasos que se acercaban a gran velocidad. No sabía lo que estaba pasando pero se puso en posición de combate, no había llevado su armadura aun así se sabía capaz de enfrentarse a lo que fuera… Pero que estúpido se sentía ahora, por tomar esa decisión.

La silueta del Guardián de Sagitario en la puerta de la habitación interrumpió el hilo de sus recuerdos. Se quedó quieto y en silencio con la esperanza de que el otro pensara que seguía dormido, no tenía ganas de hablar con nadie desde que volvió al Santuario.

Para su suerte los daños físicos habían sido curados en su mayoría por Aioria dejando solamente algunas heridas que sanarían rápidamente y un gran agotamiento físico que todavía no menguaba, por desgracia esto también significo un serie de interrogatorios por parte de todo el mundo. ¿Dónde había estado? ¿Qué le había pasado? El joven se había limitado a decir que existía algo peligroso en el monte y debían detenerlo entren varios caballeros de ser posible, pero las preguntas a su experiencia personal en aquel lugar seguían.

Parecía que nadie podía entender que el extrovertido Pegaso ahora no tuviera ganas de hablar, irónicamente la única persona que no lo había cuestionado fue quien lo rescato, el Santo de Cáncer se había limitado a curar su heridas lo mejor que pudo y lo llevo a salvo hasta sus amigos sin hacer preguntas ni mostrarse curioso. Se quedó hasta que el de bronce fue curado por el Guardián de Leo y luego desapareció despidiéndose de el con una pequeña sonrisa y un “Nos vemos”. Hubiera deseado que todos sus allegados hicieran lo mismo, aceptarlo de nuevo sin ninguna pregunta.

Dio un suspiro de alivio cuando vio al dorado alejarse de la entrada de su cuarto, prefería quedarse solo con sus pensamientos que enfrentar a los demás con su historia.

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Habían pasado algunas semanas desde la extraña desaparición y nadie lograba dar con la cueva descrita por los únicos testigos. A todos les resulto extraño las anomalías que ambos caballeros habían tenido en sus cosmos en aquel lugar, lo que volvía esta cueva un punto de interés para todos. Al ver que la búsqueda del lugar no daba resultados, decidieron acudir a los libros. Este cambio de planes hizo a algunos caballeros sentirse fuera de su elemento, ellos estaban hechos para la acción no para quedarse sentados.

Un desinteresado Caballero de Cáncer formaba parte de este grupo, por lo que decidió quedarse en su templo, al final de cuentas lo llamarían cuando lo necesitaran. Se sentía en parte aliviado por no tener que tratar con los otros, no le gustaba hablar mucho y nunca se había sentido “parte del grupo” con sus iguales.

Otro caballero que ahora parecía pasar por lo mismo que él era el joven del Pegaso, quien se mantenía distante, solo iba y venía con el objetivo de esquivar a otros. Por eso cuando sintió el cosmos pasando por su templo ni siquiera se molestó en salir a recibirlo.

_ Death Mask, ¿Estás aquí? _ Pregunto con voz insegura.

El adulto se extrañó con esta conducta, pero decidió mostrarse.

_ Ahí estas, Aioros me dijo que está muy ocupado ahora y quería que buscara provisiones en el pueblo ¿Me acompañas? _ Dijo esto de forma rápida y esquivando la mirada sorprendida del mayor, deseaba la compañía de la única persona que hasta entonces lo había tratado con normalidad pero ahora en frente de él se sentía fuera de lugar.

Un incómodo y largo silencio se hizo presente antes de que el dorado aceptara la invitación.

Las caras de sorpresa y los murmullos que se oían por lo bajo resultaban algo graciosos para el cuarto custodio mientras bajaban por los templos pero incomodos para el de bronce que solo deseaba salir de ahí lo antes posible. Parecía que todos hablaban de él se sentía como un objeto de observación.

Cuando finalmente estuvieron en el pueblo la actitud del chico cambio totalmente siendo más extrovertido y charlatán lo que resultaba un alivio para el mayor que solo tenía que escuchar y hacer algún comentario ocasional para que el otro se sintiera cómodo, hablar nunca había sido su fuerte por suerte Seiya lo hacía bastante bien por ambos.

Cuando vieron que él sol comenzaba a bajar decidieron volver, había sido un día agradable por un momento ambos se olvidaron de sus problemas y pudieron sentirse a gusto con alguien más.

Volvieron al silencio cuando llegaron al cuarto templo.

_ ¿Qué pasa? _ Pregunto el adulto, extrañado por el cambio de su acompañante.

_ Estaba pensando que… Es decir quería saber… Yo… _ Hacía tiempo que deseaba hacer esa pregunta pero no se atrevía _ ¿Cuál es tu verdadero nombre?

Una risa de parte del dorado siguió a esa pregunta, cosa que hizo sonrojar al muchacho y sentirse como un tonto.

_ ¿Eso es lo que te tenía tan preocupado? _ Observo al chico rojo como un tomate antes de responder _ Me llamo Dante, no es ningún misterio. Es solo que me gane mi apodo y todos están acostumbrados a decirme así. _ Respondió con tono resignado.

_ Es verdad que te ganaste ese apodo pero ahora yo no veo que tenga nada que ver contigo _ Respondió el Pegaso volteando su mirada a las paredes del templo, lisas y sin ningún rostro desde la resurrección de los santos. _ Estoy feliz de poder llamarte por tu verdadero nombre _ Dijo, con una mirada sincera.

El adulto devolvió el comentario con una sonrisa y agradeció internamente el que alguien le preguntara por su nombre, parecía tonto pero nadie se había tomado la molestia de preguntárselo y él se sentía incómodo cada vez que alguien lo llamaba por su apodo era como un recordatorio de todos su errores.

Fue el mejor día que ambos habían tenido hacía tiempo y decidieron que lo repetirían.

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