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ÉL CONDE DE TOLEDO por Ryoshin Di Juri

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Como una fiera enjaulada se encontraba Juan caminando por toda la habitación.

Después de la decisión de su padre este había ordenado a un criado que lo llevase a su habitación.

La angustia era enorme.

Pasado el miedo y la aceptación, la angustia cayó encima de él como la lluvia por su ventana en ese momento.

Renuente e insolente no había salido de su habitación por más llamados que le hiciesen, incluso había logrado poner un mueble y uno de sus baúles más pesados contra la puerta para evitar la entrada forzosa de cualquier intruso.

Por eso, ahí parado junto a su ventana, la angustia lo empujaba de forma desesperada a buscar una vía de escape, un plan que le permitiera la libertad que tanto ansiaba.

Con los ojos fijos en la tormenta, sus dedos índice y medio golpeando su clavícula mientras temblaba, pensaba desesperado la forma de salir de las garras de don Agustín y ese horrible destino que estaba maquinando para él.

Debía salir lo más rápido, eso lo sabía, el cómo es lo que su mente aun no podía lograr aun.

Tal vez fue la desesperación que la angustia provocaba, lo que le hizo tomar un morral pequeño y llenarlo de todo lo que creía pertinente, tomar su capa más vieja y su ropas más gastadas para ponérselas, abrir la ventana a su balcón y salir por ella, debajo de toda la lluvia sin mas plan que huir de ahí lo más rápido y discreto posible.

Un trueno le hizo mirar al horizonte, suspiro y empezó a bajar usando el enrejado de flores bajo su balcón.

Esta vez no se acercó al establo por su yegua de forma inmediata, en su lugar puso en marcha un arriesgado plan de hurto entrando a la planta baja a tomar las cosas de valor que pudieses cargar. En la odiada oficina de su padre tomo el saco de oro que sabía se encontraba escondido entre los estantes de libros que el hombre solo tenía como decoración. Después se dirigió a la cocina por provisiones.

Con todo lo necesario y que podía cargar, se dirigió a las caballerizas con cautela.

Juan sabía que casi nunca estaba el encargado cuidando a los caballos, ese criado era un flojo y casi nunca se encontraba en su puesto; a pesar de su reciente intento de huida, como siempre, no se encontraba en su puesto.  Tomo lo necesario para preparar a canela, le ensillo y se aseguró de poner dos morrales a los costados para acomodar las cosas que ya había tomado y volver por más suministros.

Una vez todo listo, le hizo ir hacia la parte más alejada de la casa a paso lento para evitar el sonido de sus pasos. Esta vez no fue por la vía que mejor le escondía, opto por la ruta más rápida valiéndose de la oscuridad y el sonido de los truenos para esconder el trote de canela.

Llego a las afueras de la propiedad de su padre y tomó dirección hacia la izquierda, al pueblo más cercano.

Cabalgo sin saber tiempo ni la distancia, la tormenta ya había calmado cuando logro vislumbrar el farol de una propiedad pequeña.

Calado hasta los huesos se acercó a la propiedad en busca de refugio. Llegando a la puerta toco rogando internamente tener la suerte de que le dejasen pasar ahí lo que restaba de la noche y que no la reconociesen.

Toc toc.

El golpe seco en la madera provoco el grito de una mujer que seguramente tendría el humor de su muy detestada dama de compañía.

Le abrió la puerta una persona diferente a lo que su muy hiperactiva imaginación le había hecho pensar. Una chica como de su edad, pelirroja y de ojos castaños con semblante inexpresivo lo miraba de pies a cabeza.

-buenas noches, disculpa que te moleste a estas horas pero me he perdido y por la tormenta me he mojado- hizo una pausa para arrebujarse más en su capa –me preguntaba si es posible que pueda pasar lo que resta de la noche en su granero-

La chica siguió viéndola con rostro inexpresivo, volvió a examinarlo y con una mueca de hastió le dijo.

-puedes quedarte ahí, pero al alba as de largarte sin llevarte nada ¿entendiste?-

-perfectamente- una gran sonrisa de felicidad surco el rostro de Juan, tomo sus manos y las estrecho con cariño –muchas gracias por dejarme quedar, ¿señorita..?-

-Marta, pero eso no importa- soltó sus manos de las de Juan y con un azote le cerró la puerta.

Él solo pensó en la falta de modales de Marta y en el sueño que no se había dado cuenta que tenía hasta ese momento.

 

 


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