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Cuando Solo Falta Uno por DanyNeko

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Notas del capitulo:

Yugi-oh! Y sus personajes no me pertenecen. Si fuera así Yami no se hubiera ido y terminaría estando con Yugi, igual que Ryou con Bakura y Malik con Marik.
Además Tea se iría al tártaro por p*rr* xD.
Denle like a mi página de face, se los agradecería un montón, allí se entraran sobre los fics que subo y cuando actualizo, también subo imágenes de Yugioh =3 
https://www.facebook.com/pages/DanyNeko/786629491430778?ref=hl

"No lo comprendo" acomodado entre cojines y mantas de su tibia cama, Malik reflexionaba con el libro de Ryou en manos "¿por qué siento esto? ¿Qué es esto?" se apretaba el pecho con una mano, justo sobre el corazón "¿por qué me tiembla la respiración de pensar en él? Pero no siento miedo, tampoco ira... Solo hay... Un vacío" entre más analizaba todo, más le temblaba la respiración, más se le abría un agujero en el estómago... Más se le desestabilizaba el corazón.

Suspiró y se cubrió los ojos con un brazo.

Había leído ya el libro entero, le había generado incomodidad saber la amplia posibilidad que tenían, personas cómo él, de terminar rendidos a los brazos de... seres como él.

La piel se le erizaba y sensibilizaba ante la sola idea de volver a sentir esa presencia pululando a su alrededor.
De volver a sentir esa seguridad y protección. Esa oscura y tentadora calidez envolviéndolo. Aquella cálida voz asegurándole que, juntos, podían enfrentar todo... Ser felices... Libres.

Malik ya sabía de verdad lo que de sentía la libertad... Pero bajo ese preció ahora él era un prisionero peor de lo que habían sido antes... Y saberlo le dolía.

Porque después de haber probado la libertad, sabía que quería compartirla con él, como lo habían prometido alguna vez. No le importaba lo mucho que se hubiera equivocado para conseguirlo antes.

Malik deseaba compartir lo que ahora tenía y lo que ahora era, con su yami.

Pero... ¿Cómo explicarle eso a sus hermanos?

Ese era el dilema.

Sabía que sus amigos lo comprenderían y, además, esperaba que si los demás había sido capaces de aceptar a Bakura, pudieran darle la misma oportunidad a Marik.

Se mordió los labios "¿Qué hago?"

Un golpe en su puerta lo hizo saltar en su cama. Torpemente ocultó el libro bajo una almohada y tomó su teléfono, abriendo un juego al azar mientras cedía el permiso a quien estuviera fuera de su puerta.

Ishizu entró con su característico andar suave y elegante.

—Hermana —Malik se movió un poco, dándole espacio a su hermana para sentarse a su lado.

— ¿Mucho frío? —consultó la oji-azul con una sonrisa.

—Solo un poco —admitió, devolviéndole la sonrisa — ¿ocurre algo? —a Malik le llamó la atención una caja alargada que la morena tenía en manos.

Ishizu de pronto se puso seria — ¿pasó algo cuando fuiste a ver a Yugi? —le contestó con otra pregunta.

Malik tragó en seco. Cuando sus amigos lo acompañaron hasta el museo, solo Ryou y Yugi habían entrado con él; el faraón no se había acercado, Malik no quería tener que explicar a sus hermanos que los dos yamis estaban vivos, eso les haría sospechar inmediatamente del suyo.

—Nada relevante, charlamos un poco y me dijeron que pensaban hacerme algo como 'una fiesta de bienvenida' para que los demás supieran que estoy aquí —atinó a decir — ¿Por qué lo preguntas?

—Bueno, quizás podrían decirme por qué estos aparecieron entre las cosas del museo —Ishizu abrió la caja — 'como por arte de magia' —ironizó.

A Malik por poco y no se le dislocó la mandíbula. Allí frente a él estaban el rompecabezas, la sortija y el cetro del milenio, en perfecto estado los tres.

—Ah... Qué... Cómo fue… —Malik se obligó a callarse un momento para que su cerebro volviera a trabajar correctamente —Increíble ¡Yugi y Ryou estarán felices! —atinó a exclamar.

Ishizu enarcó una ceja — ¿por qué lo dices?

— ¿Bromeas? ¡Ryou ha tenido la sortija prácticamente la mitad de su vida! Para él es como una parte de sí mismo —exclamó con una ligera sonrisa, pensando en la alegría de sus amigos cuando vieran de nuevo sus amados collares —y Yugi… todos saben lo apegado que era al rompecabezas.

— ¿Qué hay de ti?

Malik la miró. Dudoso, acercó una mano a los artículos, sintiendo la magia en ellos —no me importaría quedarme con el cetro… se siente bien —lo tomó con la mano derecha y acarició con la yema del índice izquierdo.

Ishizu lo miró más seria — ¿Vas a entregárselos?

—Sí, hermana —el menor retiró la caja de las manos femeninas —yo me encargo.

Ishizu acarició los cabellos de su hermano con cariño y besó su frente antes de levantarse —de acuerdo, ten cuidado —Malik la miró, extrañado por la advertencia, mientras se iba —y baja en 20 minutos a comer.

El egipcio asintió con una pequeña sonrisa.

-o-

Bakura estaba que se caía de sueño, sentado en la cama luego de un baño caliente y con Ryou cepillando su rebelde cabellera con cuidado y mimo.

— ¿Seguro que estás bien? Sabes que puedes quedarte en casa si quieres, no tienes que acompañarme a clases.

Bakura negó con la cabeza, agradeciendo el aire tibio de la secadora con que Ryou se ayudaba para alistar su pelo —tienes clases de deporte, no voy a dejarte solo con Karita, además, es clase en la piscina y qué mejor oportunidad de verte en traje de baño durante el invierno —le dijo coqueto, dándose la vuelta para abrazar la cintura de su luz.

Ryou se ruborizó —no digas tonterías, Kura —reclamó, dejando el cepillo y la secadora sobre el velador.

Bakura entrecerró sus ojos en él y lo jaló para tumbarlo en la cama, acorralándolo bajo su cuerpo con brazos y piernas. Ryou se ruborizó hasta las orejas.

—B-Ba-Kura —balbuceó.

— ¿Qué has dicho? —retó el mayor, inclinándose lentamente hacia su luz, rozando nariz con nariz y tentando los labios ajenos con su cálido aliento.

Ryou se mordió el labio inferior. Como siempre, Bakura aprovechaba sus reclamos para hacerle temblar y someterlo.

Y vaya que lo hacía temblar.

Bakura deslizó la punta de su lengua por los labios sonrosados de Ryou, sensibilizándolos más, pero en vez de besarlo pasó de largo hasta su cuello, recorriendo la tersa piel con esporádicos besos mordelones y lengüetazos que hacían que su yadonsuhi se derritiera como helado al sol de verano.

Cada lamida era un cosquilleo directo a su vientre y le hacía remover las piernas con inquietud, al estar cercadas por las de Bakura. Su mano voló al cabello que había estado acicalando sin importarle destrozar su trabajo al revolverlo con sus dedos y presionar su cabeza en señal de que no quería que parara.

Su cuello era muy sensible y por poco no lo hacía sollozar… ¡Pero era jodidamente delicioso!

—Bakura —jadeó en calor, con los ojos cerrados y dejándose llevar por la mano que ahora se adentraba en su pijama, erizando la piel de su estómago y tanteando alrededor de sus pezones.

El aludido mordió el hueco entre su cuello y hombro derecho con suavidad, ganándose un dulce gemido —eso, gime por mí, pequeño.

—N-no deberíamos… tú estás~ —Ryou sabía lo poco que había descansado realmente su pareja con toda esta cuestión de las pesadillas y si estaba tan terco en acompañarle a clases no quería que estuviera tan cansado; si ellos…

—Calla —le interrumpió tanto sus palabras como su línea de pensamientos, deslizando su mano ahora en medio de los muslos cubiertos por el pantalón de pijama otoñal.

Ryou arqueó el cuerpo hacia Bakura, y un apasionado beso en que devoraban sus bocas lo hizo olvidarse de cualquier cosa.

-o-

Malik se revolvía inquieto en su cama, la colcha se enredaba y desenredaba de su cuerpo según las vueltas que daba, incluso estuvo a punto de caer por el borde de la cama un par de veces, pero se regresaba enseguida.

Aunque la noche estaba algo fría, el temblor en el cuerpo del egipcio no se debía a la temperatura, o por lo menos, eso daba que pensar el curioso brillo dorado que emanaba del cetro milenario, el cual descansaba intacto sobre el velador junto a la cama de Malik.

.

El frio era atroz, las ropas le pesaban como si anduviera con ellas mojadas y la brisa fría no tenía piedad alguna con el delicado cuerpo que se paseaba sin rumbo por las arenas del desierto. Rodeado por sus propios brazos, en un inútil intento de mantener algo de calor, seguía andando sin rumbo pero sin detenerse y sin querer mirar atrás, como si algo en él le dijese que no debía hacerlo.

Que por ningún motivo debía voltear.

Parecía que arrastraba algo, sentía el contrapeso de una masa inerte acaparando sus fuerzas y, si tuviese que adivinar, diría que se hallaba atado a sus pies, pues no podía verlos, enterrado hasta los tobillos en la arena.

No se preguntó el por qué, solo sabía que debía seguir caminando.

Siempre sin mirar atrás.

En algún momento se le hizo raro no sentir las puntas de su cabello rozarle los hombros y el cuello pero, para ser honesto, apenas si sentía sus orejas del frío, así que no le dio demasiada importancia.

La garganta se le cerraba, seca y adolorida, apenas si podía pasar saliva; los ojos le pesaban y ardían ligeramente, por suerte, la suave luz de luna era gentil con ellos; los músculos le ardían con cada paso más y más.

Todo era como una lenta tortura que aumentaba por segundos.

La acumulación de frío escalofriante detrás de él era un recordatorio constante de que no debía mirar atrás, aún si no recordaba qué estaba arrastrando.

Llegó a la cima de una duna, desde donde alcanzó a ver la salvaje ribera del rio. Con ilusión, quiso apurarse a llegar, moría por llevar agua a su garganta y descansar un poco; con algo de suerte hallaría una fruta que llevarse al estómago, pero…

Fue a dar un paso, y calló.

Todo se volvió oscuro de repente.

.

Despertó escuchando el murmullo del agua correr y olfateando los lirios que crecían a su alrededor. 
Había algunos fennec y gatos de arena cazando o jugueteando por allí; flamencos y cocodrilos dormían al límite del rio.

La belleza natural del paisaje era preciosa, digna de admirar y enmarcar o retratar.

Se levantó, sintiéndose totalmente desorientado y fuera de lugar; mirando hacia abajo notó las exquisitas prendas que lo cubrían: fresco algodón egipcio en la zona de las caderas, velos de seda recubriéndolo y adornando sus brazos y torso, además de brazaletes, gargantillas, tobilleras y demás accesorios de oro y plata.

Una fuerza invisible o quizás, algún tipo de conexión, lo hizo levantarse y caminar hacia el desierto, lejos del acogedor abrazo de la abundante flora que poblaba la orilla del rio.

A los pocos pasos se dio cuenta de lo familiar que se le hacía el camino que recorría, sintió como si lo hubiera visto antes, desde otra perspectiva, pero antes de que pudiera atar cabos notó un cuerpo desplomado en la arena, en la cima de una duna cercana; no se veía muy bien por la oscuridad de la noche, pero no dudó en correr hacia aquel cuerpo que parecía inerte, más allá de la forzosa y agitada respiración.

Entre más se acercaba, más fuerte le latía el corazón, más insoportable se le hacía el hueco en el estómago, más sentía el pulso latirle en las orejas.

Cuando estuvo más cerca, lo suficiente para reconocer el cuerpo tirado en la arena, sintió marearse.

— ¡Marik! —gritó, casi desgarrándose la garganta.

Corrió hacia él y, sin importarle sus ropas o la posibilidad de herirse las rodillas, se tiró a la arena, justo frente a la cabeza del nombrado.

Comprendió entonces el por qué se había sentido tan fuera de lugar durante aquella caminata… ¿era Marik quien constantemente cargaba con esa condena?

Los ojos le ardieron de las lágrimas que empezaban a formarse.

—Marik… —sollozó. El joven egipcio dirigió sus manos, temblorosas, al rostro masculino y marcado de pequeñas cicatrices superficiales que no se alcanzaban a ver a la luz lunar —Marik —repitió con desesperación, pasando sus inestables pulgares por los pómulos ajenos limpiando la arenas y sintiendo la piel ligeramente cuarteada bajo su tacto.

Una lágrima calló del ojo derecho del moreno con vestiduras elegantes —mi Marik —le tembló la voz.

Los párpados del nombrado temblaron, luchando por abrirse, pero sin poder lograrlo —hi… kari —susurró con voz tan ronca como débil.

Malik emitió un quejido y ya no contuvo las lágrimas — ¿Cómo…? —el leve resoplido del caído le hizo saber a Malik que el yami no comprendía de que estaba hablando — ¿Cómo puedes seguir llamándome ‘luz’ cuando yo… cuando he sido yo el que te ha condenado a todo esto? —se aquejó, asqueado de sí mismo, sintiendo el camino ardiente de las gotas que bajaban por sus mejillas.

El menor abrió los ojos como platos cuando una mano fría se posó lentamente sobre la suya.

Los ojos lavandas de Marik se empezaban a entreabrir muy lentamente — ‘ant wa’ana* —le susurró en árabe, esforzándose por darse a entender y transmitir candidez.

Malik se mordió el labio inferior.

—Perdóname, Marik… por favor, perdóname —entrelazó sus manos, acariciando la ajena, transmitiéndole calor.

—Estaba… buscándote —logró susurrar el yami —pero creo… que tú me has hallado.

—No es justo… Marik, te hecho tanto daño —inclinó la cabeza y le dio un beso en la frente, dejando la marca de sus labios húmedos del llanto.

—No llores… mi bello ángel —le apretó débilmente la mano, por fin abriendo los ojos por completo, aunque estos se notaban ligeramente nublados.

A Malik le encantó y le dolió a partes iguales ver sus ojos.

Y de repente, se acordó de algo — ¿Qué es lo que llevas detrás? —levantó la cabeza para mirar, pero el apretón de manos del mayor re-atrajo su atención.

—No mires… hagas lo que hagas… no mires de cerca —advirtió como suplica.

Para calmarlo, Malik le levantó cuidadosamente la cabeza, colocándola sobre sus rodillas y empezando a acariciar el cabello, empolvado, pero aún con su estilo erizado.

Ambos soltaron un suspiro sincronizado, sintiendo como tímidos lazos empezaban a atarse entra ambos, y las heridas a cerrarse.

El corazón se les encandilo, agradeciendo por la cercanía del contrario.

Paz flotó por un momento entre ellos.

Pero dicen por ahí que la curiosidad mató al gato. Malik no pudo contenerse de levantar la cabeza y mirar aquello que reposaba sobre la arena tras Marik.

Un sarcófago fue lo que halló. Tallado para representar a Anubis, con la llave y la balanza del milenio, una en cada mano.

Estaba rodeado por cadenas de energía color violeta brillante; a Malik le provocó un furioso escalofrío y una sensación de incomodidad constante.

—Ore no hikari —reclamó de nuevo su atención, y en cuanto el aludido bajó la mirada, se topó con unos ojos reprochantes.

—No me he movido —aseguró de inmediato, sintiéndose como un niño regañado y formando un mohín.

Marik se estremeció levemente, deseoso de morder esos labios.

—Te... Necesito —murmuró, sin ser consciente de ello.

Malik se ruborizó ligeramente -y Marik envidió el calor de sus mejillas- pero sintió esas palabras golpear directo en su corazón.

—Yo también a ti —le acarició, con las yemas de los dedos, el rostro; la piel sensibilizándose a su paso —yo... Te extraño, mi Marik.

El mayor sonrió, contento con el posesivo junto a su nombre.

Malik admiró el gesto, notando los labios secos y maltratados del otro, y siendo embargado por el deseo de juntarlos con los suyos.

Y eso lo sorprendió.

No es que no aceptara el tipo de lazo que, sabía, se había formado y estaba creciendo entre ellos -era inexperto, no tonto- pero jamás había sentido atracción por otra persona, así que cada sensación, cada emoción y cada sonrojo, cada retortijón en su vientre era nuevo, sorpresivo... maravilloso.

No se resistió a sus impulsos, si así se lo dictaban cuerpo, corazón y mente ¿cuál era el punto de buscarle explicación?

Bajó el cuerpo y buscó la boca de su compañero con suavidad, delicadeza e inseguridad.

Marik solo lo dejó proceder.

Malik juntó, experimentalmente, su boca con la del mayor, sintiendo los labios secos y agrietados; no le desagradó en lo más mínimo, por el contrario, sacó su lengua para recorrerlos lentamente y humedecerlos.

El yami se quedó quieto, hasta que Malik consideró hecha su auto-impuesta tarea, solo entonces entreabrió los labios, apresando juguetonamente la lengua ajena entre ellos para luego estirar ligeramente el cuello, en busca de hacer lo mismo con los suaves y dulces labios que habían estado mimando los suyos.

Empezaron entonces un tierno juego de inocente seducción, donde Marik chupaba y mordisqueaba el labio inferior de Malik, soltándole ligeros lengüetazos de cuando en cuando, y Malik intentaba seguirle el ritmo, haciendo lo mismo a su labio superior.

Era un juego donde no había un perdedor, pero Marik se anotó un punto al oír el sensual jadeo que su luz dejaba escapar.

—Mghhh... Marik

El nombrado sonrió de lado —te noto un poco diferente, hikari.

—Tengo un carácter más tranquilo supongo... que he madurado un poco —expresó ligeramente apenado.

Sus manos volvieron a buscarse y entrelazarse —me hubiera gustado... estar a tu lado —murmuró el yami, arrepintiéndose se inmediato al notar el dolor y la culpa en los ojos de su luz.

Quiero que lo estés de ahora en adelante.

Los ojos de Marik se abrieron de golpe y el sarcófago tras de él tembló. Sobresaltado, el menor le dirigió una mirada interrogante.

— ¿Lo dices en serio? —cuestionó el mayor, con duda y anhelo en su voz.

El menor arqueó una ceja, aún confundido, pero respondió — ¿lo dudas? Mira mis ojos, Marik ¿quién me conoce mejor que tú?

—Mi luz… —el mayor movió levemente la cabeza, buscando reiniciar aquel dulce juego de caricias, pero un firme tirón desde las cadenas del sarcófago lo retuvo y le provocó un quejido.

Malik sintió que la mirada de Marik se tornaba tan cargada como la de un gatito o un cachorro tierno de esos videos virales que había por todo internet; le miraban desconsolados, como un niño al que le han negado su galleta favorita. Le hizo temblar el corazón.

Se agachó para besarlo, notando como sus labios se sentían incluso mejor contra los suyos y el cosquilleo en su vientre le erizaba cada centímetro de piel, pero así mismo se sintió dopado, como si todo a su alrededor empezara a deshacerse como una tela de araña que cedía a la lluvia; o como los granos que caía lentamente por un reloj de arena.

Y supo que estaba despertando.

Enfocó sus ojos en el rostro de Marik, reticente y dolido de dejar ir ese momento que por fin había logrado compartir con él.

—Prometo que te sacaré de aquí, mi yami —murmuró, a milímetros de sus labios —no volverás a sufrir, yo me encargaré de ti.

Marik negó con la cabeza —dado el caso… seremos tu y yo juntos, yo también voy a cuidar de ti —le tiró del labio —mi vida es tuya —susurró muy bajo.

Malik no estuvo seguro de escucharlo. Sintió un suave tirón de los dientes de Marik en su labio inferior junto a la presión de sus dedos cariñosamente entrelazados; un instante después, lo único que sintió fue la suavidad de la tela envolviendo su cuerpo con tibieza.

.

.

.

Malik despertó justo al borde de su cama, con un brazo acalambrado bajo su almohada y una pierna cayendo por el filo de la cama hasta el piso -que estaba frio, todo sea dicho-.

Un escalofrió lo recorrió desde la punta de los dedos del pie hasta el pelo a lo que se apresuró en reacomodarse al centro de su cama, envuelto en las sabanas como un bollo, y con las manos a su alrededor, como abrazándose a sí mismo.

—Marik… —fue el suspiro que escapó de sus labios, directo de su corazón.

El brillo de su cetro milenario le llamó la atención al joven egipcio. Muchas ganas de dormir no tenía ya, así que se dejó llevar por su curiosidad y se sentó entre los almohadones de su cama con el artículo en sus manos, sintiendo y asimilando de nuevo la magia que, en algún momento, había sido parte de su día a día.

Practicó viejos hechizos, sencillos, de los primeros con que había curioseado tras obtener la reliquia mágica; también practicó nuevos, volvió a aprender a manipular la energía como una extensión de sí.

Para cuando se quiso dar cuenta, el sol ya despuntaba al alba.

Quiso probar suerte y se aplicó un hechizo de invisibilidad antes de salir de su habitación, cuando supo que sus hermanos se preparaban para irse al museo.
Al bajar y no notar reacción alguna se plantó frente a su hermana, haciendo muecas y mofas por las que la mayor, muy seguramente, lo habría reprendido; la azabache solo tomaba su desayuno.

Hizo lo mismo con Odion, divirtiéndose al notar las caras que este ponía al hallar su taza un par de centímetros más allá o más acá de donde la dejaba mientras leía el periódico.

Tuvo que taparse la boca para ahogar las risas al ver la tez confundida y crispada de su hermano mayor, mientras que este juraba notar como algunos trastos se arrastraban sutilmente de vez en cuando sobre la mesa o el mesón de la cocina.

Después de todo, estaba cubierto a la vista, no al oído. Y le aguardaría un castigo seguro si sus hermanos lo pillaran.

Así que volvió escaleras arriba hacia su habitación y se tumbó en la cama con una pequeña sonrisa satisfecha, planeando lo que haría ese día.

.

.

.

—Yami ¿seguro que te sientes bien? —preguntó Yugi por segunda o tercera vez en la mañana, cuando notó a su yami bostezar como cinco veces en, apenas, dos minutos, mientras caminaba con él hacia la escuela.

—Por supuesto, Aibou —Yami ahogó otro bostezo, estirando los brazos al cielo —disculpa, ya sabes que las mañanas frías me dan pereza —se excusó, tratando de que su pequeña luz no se preocupara de más.

—Está bien —Yugi solo pudo tomar las manos de su otro yo entre las suyas para frotarlas y soplar su tibio aliento en ellas —tal vez deberías empezar a traer guantes —opinó.

Con un ligero rubor en las mejillas, Yami solo pudo asentir embobado —lo que tú digas… Aibou —accedió, muy poco consciente de sus palabras, a decir verdad.

Siguieron caminando, tomados de una mano, un par de cuadras más, hasta que una voz familiar atrajo su atención.

—Anda, póntela, la necesitas más que yo —insistía Ryou de forma risueña, tratando de atar una bufanda negra a cuadros blancos por el cuello de su adormilado yami.

—Vas a coger frio, yadonushi —reclamaba el otro sin muchos ánimos.

—Con mi abrigo me basta, anda, no seas necio Kura —insistió para, luego de un poco de forcejeo, sonreír victorioso al ver la prenda cubriendo el cuello de su pareja —mejor.

El aludido solo rodó los ojos, dejando escapar un gran bostezo que, casi de inmediato, fue replicado por el ex-espíritu tricolor.

Sus luces se miraron entre sí, resignados, cuando ambos se dirigieron una mirada chocante.

Continuará….

 

 

Notas finales:

*’ant wa’ana: tú y yo.


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