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Ni tan casados por jotaceh

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Día 80: Fabricio

 

Al final, la única persona que no quiso cooperar fue Anastasia. Para poder conseguir el permiso municipal, todos los chicos con quienes trabajo deben tener su carnet de sanidad al día, y como además sirve para hacerse un chequeo médico, todos aceptaron gustosos. Todos, menos la alharaca de Anastasia.

 

-¿Pero por qué no quieres ayudarnos? Si es muy sencillo –traté de convencerla.

 

-Eso es mentira, no me gusta que me saquen sangre –hacía berrinche como si se tratara de un niña.

 

-¿Estás segura que es por eso? ¿No nos estás ocultando nada? –algo me parecía extraño en todo eso.

 

Nos observó un tanto apenada, para luego reconocer lo que tanto le daba miedo.

 

-Lo que sucede es que no he hecho los trámites en el registro civil, por lo que todavía tengo mi nombre de hombre y me da mucha vergüenza hacerme exámenes siendo que aparecerá otro nombre… No quiero que se den cuenta que nací como varón… -dijo mirando al piso, sin poder levantar la cabeza.

 

Estábamos en mi cuarto, reunidos con Clarisa, a quien observé tras escuchar la confesión. Intentamos no largarnos a reír, sin embargo, no pudimos.

 

-¿Qué les causa tanta gracia? –la muchacha se enfadó.

 

-Lo que sucede… es que es evidente que eras hombre. Lo siento, en serio… pero no creo que hagas ningún ridículo –la mamá de Gabriel intervino.

 

-Solo por curiosidad… ¿Cómo te llamabas antes? –me mataba la curiosidad.

 

-Luis Miguel…- susurró sonrojada.

 

-¿En serio? –preguntamos al unísono con Clarisa.

 

-Sí, ¿qué tiene? Mi mamá es su fan…-respondió.

 

Lo bueno, es que aceptó hacerse las pruebas y ver si no poseía ninguna enfermedad contradictoria con la labor que realizamos. Y bueno, tal como había mencionado, le tiene miedo a las inyecciones. La enfermera introdujo la punta de la jeringa, tan solo la punta, y Anastasia se desmayó de inmediato.

 

-Que terrible, tenemos que llamar al doctor –se alarmó la joven enfermera.

 

-Sí, pero antes sáquele la sangre… Aprovechemos que está dormida –le aconsejé y es que era el último requerimiento que necesitábamos para abrir nuestro burdel.

 

Aunque me observó de mal modo, la muchacha aceptó mi petición y le sacó la muestra de sangre. Tampoco fue menester llamar al doctor, porque la pobre de Anastasia despertó poco después de la muestra.

 

-¿Qué sucedió? –preguntó adormilada.

 

-Que resistes cosas más grandes en el orto y no una pequeña jeringa en el brazo… Palurda…- me reí de ella.

 

Ya nada nos podía impedir realizar nuestro trabajo, estaba dichoso porque contábamos con lo solicitado por la burocracia del lugar. Tan solo que, como suele sucederme, algo tenía que salir mal.

 

-Necesitamos que la junta de vecinos apruebe su negocio –fue un nuevo requisito que me mencionó el encargado.

 

-Pero si todos nuestros vecinos son unos ancianos de mierda que hicieron una protesta para sacarnos de ahí… Es obvio que no nos apoyarán –estaba indignado.

 

-Entonces no podrá abrir su “negocio” –dijo frunciendo la boca.

 

-Eres cruel ¿sabes? –lo encaré antes de marcharme.

 

Averiguando supe que la esposa del hombre a quien atendí la primera noche era la presidenta de la junta de vecinos. Como leen, tenía que pedirle permiso a mi más acérrima enemiga.

 

No tenía de otra, no podía perder la inversión ni tampoco la confianza de los muchachos con quienes trabajamos. Por eso, me armé de valor y fui hasta la casa de aquella estirada.

 

-Miren a quién tenemos aquí…-es lo primero que dijo aquella vieja odiosa. Solo sonreí fingidamente, aunque en realidad quería ahorcarla.

 

-Por lo que me contaron, usted es la presidenta de la junta de vecinos… Quería pedirle un favor, que me firme este pequeño documento –intenté de hacerlo lo más sencillo.

 

-Claro, con gusto –sentenció sorprendiéndome.

 

¿Qué? ¿Qué le había sucedido? ¿Acaso ahora nos iba a apoyar? Tal vez no era tan mala persona después de todo.

 

Tomó el papel que le entregué, lo leyó, sacó un bolígrafo y cuando estaba a punto de firmarlo, comenzó a reír como Úrsula de La Sirenita.

 

-¿Acaso crees que soy tan tonta? –dijo antes de romper la hoja por la mitad.

 

-¡Nunca voy a permitir que llenen con el pecado este barrio decente, consagrado al señor! –gritó cual extremista religioso.

 

-Vieja de…-no pude decir nada más y es que me cerró la puerta en la cara.

 

Estaba perdido, no tenía cómo entablar el burdel. Desanimado me fui caminando a la casa, cuando de pronto, como obra de Dios, apareció frente a mí la solución a mis problemas.

 

Una muchacha delgada, vestida con ropas anchas y de postura encorvada, como si quisiera esconderse, se interpuso en mi camino. ¿Y a esta loca que le pasaba?

 

-¿Eres el del burdel? Tengo un negocio que ofrecerte –ya veía, otra vecina mojigata que quería contratar nuestros servicios en privado, pero que públicamente gritaba en nuestra contra.

 

-Mira, no podemos atenderte porque nos han clausurado, y como no tenemos la aprobación de la junta de vecinos, no podemos hacer nada… Lo siento, adiós –no quería continuar pensando.

 

-De eso mismo quería hablarte… yo soy hijo de la presidenta y puedo conseguir que te firme la aprobación –esto se ponía interesante.

 

Sonreí dichoso y me llevé a la casa a quien sería nuestra salvación. Es extraño que me termine enredando con toda esa familia, soy el enemigo de la madre, puto del padre y amigo de la hija.

 

-Bien, cuéntame… ¿cómo te llamas? –la senté en la sala y comenzamos a entablar una conversación.

 

-Fabricio…- respondió en tono casi inaudible.

 

-¿Fabiola? –no había escuchado bien.

 

-Que no, Fabricio… Soy un hombre –ahora entendía  qué estaba sucediendo aquí.

 

-Ah ok, está bien… entonces quieres transicionar y pensaste: claro, qué mejor que hacerlo en la casa de putas… Muy bien ahí –hablé con sarcasmo aunque el muchacho no comprendió.

 

-Sí, eso quiero… -fue directo.

 

Respiré hondo antes de encontrar una forma de responder. ¿Qué le sucede a esa familia?

 

-Mira, que hayan chicas trans trabajando de prostitutas en la calle no significa que todas ellas tengan que serlo. Muchas veces la sociedad les cierra las puertas y no encuentran otra forma de mantenerse… pero no porque tú seas un chico, significa que tengas que estar aquí. ¿Entiendes? –le hablé tranquilamente.

 

-Pero quiero hacerlo… quiero follar con mujeres, mostrarme tal como soy y que se exciten conmigo –lo dijo de tal manera que se asemejó a un púbero cachondo.

 

-¿Y por qué no mejor hablar con tus papás? Ello son los más indicados para guiarte –es lo que corresponde.

 

-¿Estás loco? Jamás me van a entender…- dijo asombrado por mi consejo.

 

Está bien, tiene razón, con la madre que tiene no podrá ser libre nunca, ¿pero eso significa que nosotros tenemos que ayudarlo?

 

-Y si te aceptamos, ¿cómo vas a lograr que tu mamá firme la autorización? –no entendía todavía su punto.

 

-Fácil… ya soy mayor de edad y ella lo único que quiere es deshacerse de mí por lo “raro” que soy. Así es que le diré que ustedes se harán cargo de mí si es que ella acepta aprobar el burdel… Y si no acepta, la chantajeo con mostrar las fotos en las que está follando con el jardinero –me gusta la iniciativa del chico.

 

-Ok, hagamos lo que propones… Bienvenido a esta gran familia –le tendí la mano para cerrar nuestro trato.

 

Y de esa manera, es que todo se solucionó.

 

 

 

 

 

 


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