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Bendita Maldición por chibigon

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Bendita Maldición

Por Ladygon

 

Capítulo 6: El tiempo entra en sospecha.

Gracias  a que pudo identificar una anomalía, que solo un ángel como él, estando en la Tierra, podría rastrear, encontró  a la bruja en Nueva Orleans.

—Hola, soy Castiel.

—Sé quién eres —dijo la bruja.

—Necesito tu ayuda con una maldición.

—¿Qué tipo de maldición?

Castiel dudó si contarle o no sobre eso, porque después podía tomarlo contra los chicos, ahora que estaban indefensos. Sin embargo, no tenía opción al respecto, la única forma de curarlos era con la ayuda de una bruja y si no podía curarlos, le borraría la memoria a ella para que así, el problema de los chicos no se hiciera conocido.

Sin tener más remedio, contó todo el problema a la bruja. Así como, las edades y características de los chicos.

—Necesito volverlos a la normalidad —concluyó el ángel.

—¿Estás seguro de eso? —preguntó la bruja.

—Es lo que son y el mundo los necesita. Ellos son los protectores de este mundo.

—¿No estarás exagerando? Lo sucedido ha sido gracias a ellos.

—Sin la voluntad de los Winchester este mundo ya habría terminado.

La bruja se quedó pensando unos instantes.

—Te ayudaré, con una condición.

—¿Cuál?

—Que me des una de tus plumas de ángel.

—¿Para qué la quieres?

—Es para un hechizo de sanación.

—No necesitas pedirme eso a mí, puedes encontrar una pluma de ángel en cualquier parte.

—Sí, pero no una pluma tuya. Creo que tiene más poder.

—¿Lo crees?

La bruja asintió con la cabeza.

—Te la daré si me ayudas —dijo Castiel.

—Bien, pero es una magia muy poderosa y complicada —previno la bruja.

—¿Es muy peligroso?

—Podría dañarlos.

Comenzó a explicar el poder de ese hechizo y que una o dos brujas en el mundo podrían hacerlo. Ella mantenía su guarida oculta, pero le ocurrió un accidente mágico. Nada grave y que solo un ser sobrenatural como él pudo llegar hasta ella, así que estaba a salvo de ser descubierta por otra bruja o persona. Sin embargo, el tiempo era crucial en su caso y no conocía otra forma. La bruja decía la verdad, lo comprobó con sus poderes.

—No puedo dejar que los lastimen, son muy pequeños todavía.

—En ese caso, deberás esperar un tiempo. Entre más fuertes estén, más resultados de éxito se podrán lograr.

—Entiendo. Ahora borraré de tu memoria esta conversación.

—No me parece justo —refutó la bruja.

—Es que no confío en ti.

—Pues haces bien. Ven cuando te sientas preparado.

La bruja le sonrió y Castiel tocó su frente para luego desaparecer.

Así pasó esa oportunidad, pero una oportunidad no segura, era lo mismo que presentar a los chicos ante los demonios. Eran unos niños, que a lo mejor no resistirían. Sam recién iba al jardín de niños, tenía tres años y era muy despierto, es decir, inteligente para su edad, pero en cosas de armas era nulo. En cambio Dean, tenía siete años y era todo un guerrero, bueno, lo que se puede decir de un niño que puede manejar un arma sin filo.

Las cosas no estaban muy a su favor. Entre más tiempo pasaba, más peligroso se ponía el vivir una vida normal de humano. Sin embargo, no quedaba de otra por el momento, y Castiel volvió a la rutina de su casa, de su familia, de “sus hijos”.

El tiempo marchó rápido y los chicos se fueron afianzando a sus vidas. Castiel imponía el régimen de entrenamiento, aunque dejaba a Sam con sus aires de erudito, pues sabía de su tendencia por Los Hombres de Letras. Por eso cuando Sam entró a primaria, Castiel lo alentaba a leer cosas en otros idiomas. No era ningún problema en encontrar esos textos en el búnker, prácticamente, existía un montón de ellos por ahí y Sam estaba en el paraíso de la lectura. Por otro lado, Dean practicaba con Castiel todos los días, e iba a clases de artes marciales a un club de karate y era un adelantado.

En realidad, los chicos eran unos adelantados, en todo sentido, en sus disciplinas. Vale decir, en aquello que destacaban: en cuanto a las letras, por parte de Sam y en cuanto a los deportes, por parte de Dean. Ambos unos genios que Castiel esperaba no se volviera algo malo, pues leyó al respecto en internet sobre lo que la incomprensión le hacía a estos tipos de niños y estaba preocupado al respecto. 

La soledad siempre acompañó a los hermanos Winchester y no quería que eso sucediera  de nuevo con estos dos, aunque parecía no importar, porque cuando le preguntaba a los niños si se sentían solos, ellos respondían que no.

—Te tenemos a ti —decía Dean.

Eso era extraño, si bien él era una figura paterna, siempre la tuvieron: a su padre John y a Bobby. Tener una figura paterna no aseguraba a estos chicos no sentirse solos. Con estas dudas fue a preguntarle a la sicóloga de la escuela. La única persona que quizás podía darle alguna luz al respecto. Lamentablemente, no podría explicarle todo el problema, pero  sí, sobre la crianza de los pequeños.

—Los niños están desarrollándose como corresponde. No hay ningún indicio de soledad o lo que dice usted. Es cierto que crecen sin una figura materna, pero usted hace un gran trabajo y compensa muy bien el vacío. No es el primer padre soltero del mundo.

Eso era cierto, había cientos, miles de millones, padres solteros en el mundo, pero ninguno de ellos era un ángel inmortal.

—Eso es correcto, pero el problema que tengo es que no sé cómo van con su… ¿nivel social?

No sabía cómo explicarlo.

—En eso también están bien, insisto, no hay de qué preocuparse. Ha hecho usted un trabajo estupendo señor Smith.

Castiel no supo si enorgullecerse por eso o preocuparse. Debía confiar en las palabras de una experta, por algo estaba ahí, ¿no?, para orientar. Volvió a su casa con los niños, un poco más confiado de que lo que estaba haciendo, era lo correcto.

Durante estos años, solo se dedicó a los chicos y si alguien le preguntaba a qué se dedicaba, debía decir que trabajaba desde la casa. Cosa que era cierta, pero ocupaba las tarjetas de crédito de los chicos hasta que un día vio que esas tarjetas, ya no daban abasto y debería falsificar algunas, pero eso no era su fuerte. Desconocía la forma de hacer dinero, salvo trabajando fuera de casa en alguna tienda o limpiando algo. Si hacía eso, dejaría a los chicos solos durante mucho rato. Eso era bastante peligroso.

Buscó algún contacto que pudiera ayudarlo. Sabía de algunos cazadores en el mundo que apreciaban a los Winchester, pero dudaba de en cuales confiar, porque al revisar la libreta de contactos, no se le hacía ninguno conocido, salvo dos o tres, pero un nombre destacó: Garth.

Recordaba ese nombre, porque era en el bote de Garth donde Kevin pasó un tiempo escondido de Crowley y solo escuchó ese nombre de los muchachos algunas veces. Sin embargo, también era el único que llamaba de vez en cuando, para preguntar por los chicos y al principio Castiel le respondía, aunque nunca le dijo el principal problema del cuento. Después, no respondió más, porque sabía de su condición de hombre lobo, de una de esas veces que escuchó hablar a los chicos. Pero ahora no tenía opción y probó con llamar.

—Aló, ¿Garth?

La voz al fondo le respondió afirmativo.

—Soy Castiel, el amigo de los Winchester. Me gustaría hablar contigo sobre ellos.

—¿Les pasó algo? Hace tiempo no me responden ¡Años!

—Mis disculpas por eso, pero tienes razón en pensar que algo les pasó. Nada grave, aunque un tanto complicado, por eso te llamo.

—Ok, ¿dónde nos juntamos?

Castiel quedó en silencio. Primero debía comprobar si era seguro juntarse con ese tipo, así que le preguntó:

—¿Estás solo ahora?

—Sí, ¿por qué?

—¿Dónde estás?

Garth comenzó a dar las indicaciones por teléfono y enseguida apareció al frente del hombrecillo.

—¡Dios! —chilló asustado Garth.

Era la primera vez que veía al ángel. Sabía de su existencia a causa de los Winchester, y las veces que habló con él por celular, pero no tenía el gusto. Castiel no le contó nada de los chicos por el momento, pese a la insistencia de Garth. El ángel fue bastante claro en decirle que estaba comprobando que el tipo era seguro y no los lastimaría. El hombrecillo tuvo que contarle la historia de su vida y pasearlo por la villa para que se convenciera. Estaba completamente, fuera del mundo de los cazadores, por lo peligroso que era para él acercarse por su condición. Solo confiaba en Sam y en Dean, quienes eran los únicos que lo sabían. Ahora confiaba en el ángel y eso tranquilizó a Castiel. Si los llegaba a lastimar sabría cómo atacarlo.

—¿Podré verlos entonces? —preguntó Garth ya medio angustiado.

Castiel asintió.

Se pusieron de acuerdo en una cafetería cerca de la carretera. Castiel fue por los niños y los llevó a ver a tío Garth.

—Sam, Dean, les presento a Garth —dijo Castiel frente a un anonadado hombrecito.

—¿Es una broma?

—Por supuesto que no.

—Hola tío Garth —dijo Dean.

—Hola —dijo el pequeño Sam, metiendo su puño en la boca, porque todavía no se le quitaba la maña.

Garth se acercó mucho a Castiel, pero este como no le importaba el espacio personal y al otro tampoco, nadie se retiró y quedaron muy juntos.

—¿De verdad son ellos?  —susurró.

Castiel movió la cabeza, afirmativamente, mirándolo a los ojos.

—¡Por Dios! —exclamó otra vez Garth— ¡Son adorables!

Y partió a abrazarlos a ambos con efusividad. El hombrecito estaba fascinado con los pequeños y los pequeños a su vez, fascinados con su nuevo tío.

Castiel recién le contó su problema a Garth, principalmente, que el dinero se le estaba acabando y no sabía qué hacer, puesto que trabajar, dejando a los chicos sin cuidado era muy arriesgado. El cazador comprendió el asunto y se ofreció a ayudar.

Para el ex cazador fue muy fácil conseguirle tarjetas falsas, que las autoridades no pudieran rastrear. También le facilitó papeles falsos creíbles de la identidades de los tres, como por ejemplo, certificados de nacimiento, acta de matrimonio, seguro social, licencia de conducir, entre otros. Además, de darle sus números telefónicos para contactarlo por si necesitaban otras cosas. Garth también se mantendría en contacto con ellos, después de todo era el tío Garth y ahora formaba parte de la familia de los niños.

—Tío Gath, ¿volverás a visitarnos otro día? —preguntó Dean.

—Claro que vendré y traeré a mi esposa para que la conozcan, su tía.

—Sííííííí, tenemos tía.

—Tía, tía, tía —dijo Sam.

—Sí, Sam, tía —le respondió Garth.

No pudo evitarlo, volvió a abrazarlos emocionado con sus nuevos sobrinitos tan adorables. Sam rio con dulzura, Dean un poco asustado.

Castiel hizo un espléndido trabajo todos esos años, pues los niños crecían fuertes e inocentes y lo seguiría haciendo en unos años más, gracias a las tarjetas de créditos facilitadas por tío Garth. El plan seguía como estaba, puesto que los chicos debían crecer para el hechizo. Garth sugirió buscar otro método, pero Castiel insistió en lo peligroso que era y además, no había otra solución, al estar la magia involucrada. Es decir, debía ser esa bruja. Una o dos brujas en el mundo, eran capaces de hacer ese hechizo y la otra debía ser Rowena, y él no quería meterse con ella por nada del mundo. Tampoco Garth. Como era un buen plan, siguieron con él.

Castiel procuraba celebrar los cumpleaños de ambos en las fechas correspondientes. El problema eran los invitados a la fiesta, debía hacerlo en algún restaurante, porque en su casa, en el búnker, definitivamente, no podía ir nadie.

Por esta razón, ocupaban las partys en un lugar de comida rápida,  con todos los compañeritos de Dean o los compañeritos de Sam, dependiendo de quién estuviera de cumpleaños. Lo pasaban muy bien y lo disfrutaban mucho, ya que iban muchos niños y había un montón de regalos. Dean fascinado abría todos ellos y se los pasaba a su pequeño hermano como si se los regalara.

Castiel observó con ternura a esos dos niños que pese a estar  hechizados, eran normales en todos los sentidos posibles para un futuro cazador de seres sobrenaturales. Niños que estaban destinados a salvar el mundo del mal.

Los chicos continuaron creciendo con los años y seguían siendo felices o por lo menos eso decía la sicóloga de la escuela primaria. Sam y Dean eran unos brillantes, lindos y listos niños normales.

¿Normales? Eso nunca lo escuchó como adjetivo de los Winchester. Ellos eran muchas cosas, menos normales, en lo que se considera tener una vida como todos los demás, sin hechos extraordinarios, ni sobrenaturales en su mundo. Vivían en un búnker con secretos sobrenaturales custodiados por un ángel. Sam debía estar descontento con su vida y extraña familia, al igual que antaño; Dean, aburrido del entrenamiento poco práctico que se le daba. Sin embargo, pese a todo, los chicos eran normales, ¿qué pensarían los anteriores Sam y Dean al respecto?

Pero era algo imposible. Eso se demostró en los siguientes años. Dean era todo un adolescente hormonado que seguía a las chicas como abejas a la miel, pero, no lograba tener ninguna novia fija. Otra cosa, es que los chicos comenzaron a rondarlo y eso nunca sucedió con el Dean grande, que él conoció. Además, que se comportaba de forma extraña a su lado. Extraña solo porque, antes no las hacía y ahora sí.

Esas cosas extrañas lo traían nervioso, ¿acaso Dean padecía de alguna enfermedad? Quizás debía llevarlo al médico para tratar eso, porque parecía una enfermedad mental, del comportamiento y no física. Estas últimas las mantenía a raya con sus poderes curativos.

Dean lo acariciaba de manera nada fraterna. Si bien, era considerado como su padre, los chicos no lo tenían tan claro.

—Cas, iré a una fiesta mañana, ¿quieres acompañarme?

Castiel ladeaba la cabeza, extrañado.

—¿No se supone que debes pedirme permiso para eso?

—No tengo que pedirlo si vienes conmigo —dice Dean.

—Pero, ¿estás seguro que puedo ir yo?

—¡Claro!

Castiel arrugó el ceño muy confundido con lo que le decía Dean, pero decidió acompañarlo a la fiesta. No muy convencido, porque no tenía ni idea de lo que se hacía en una de esas. Partiendo por la ropa. Él iba a ir con lo mismo de siempre, pero Dean insistió en que se la cambiara por algo más juvenil. Al parecer, Dean ignoraba los siglos que tenía encima como para usar la palabra “juvenil”. Sin embargo, no le había dicho nada de su naturaleza de ser un ángel, porque trató de comportarse como humano en todo este tiempo, pero algo sospechaban, ya que Castiel no parecía envejecer como debía y quizás alguno que otro recuerdo de la niñez, cuando se descubrió e utilizó sus poderes para poder ayudarlos. Él era muy cuidadoso al utilizar sus poderes para que no lo vieran.

Al menos todavía parecía un padre de adolescente, pero en unos añitos más, tendría que cambiar, de padre a hermano, ya que se haría muy evidente el no cambio y debería decirles la verdad a ambos.

Fin capítulo 6

Notas finales:

Hola, gracias por leer y comentar este fic. Ya queda poco para terminarlo ^^


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