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Bendita Maldición por chibigon

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Bendita Maldición

Por Ladygon

 

Capítulo 7: Problemas adolescentes.

Preocupado, fue a cambiarse la ropa por algo “juvenil”. Tomó una camisa blanca, unos pantalones negros, botines negros y se puso una chaqueta del mismo color. Se arregló el cabello con las manos y salió al veredicto de “su hijo”.

Cuando lo vio, Dean aguantó una exclamación, pues pareció que el aire colapsó en sus pulmones.

—Te ves… te ves… fabuloso…

Castiel ladeó la cabeza, extrañado del tartamudeo de Dean. A eso se refería sobre el comportamiento raro.

—¿Estás bien, Dean?

—Claro que estoy bien ¡Vamos a la fiesta juntos! Es razón para celebrar.

Castiel arrugó su ceño preocupado, últimamente, era lo único que hacía con ese adolescente, que no lo entendía para nada.

Partieron a la fiesta y lo recibieron un grupo de chicos, los cuales Castiel ubicaba como los amigos de Dean.

—Hola —dijo Dean como si nada.

Los chicos quedaron petrificados, pero uno reaccionó.

—Hola, Sr. Smith. Nos disculpa un momento. Debo hablar  con Dean.

Un chico tomó del brazo a Dean y lo llevó aparte.

—¿Qué, estás loco? No puedes traer  a tu papá.

—¿Por qué no?

—¡Qué!

—Un momento —dijo otro chico que se les había unido— ¿Acaso estás preguntando por qué no lo puedes traer?

—Creo que eso fue lo que pregunté.

Suficiente, Castiel escuchó toda la conversación pese al alejamiento. Sabía que algo no estaba bien en todo esto, así que intervino en el asunto.

—Chicos, debo irme. Solo vine  a dejarlo. —Castiel dio media vuelta y caminó hacia la calle.

Unos pasos más allá, Dean lo alcanzó.

—Oye, no te vayas. Los convenceré para que te dejen entrar.

—No es necesario Dean. Ellos tienen razón. Los padres no pertenecen a las fiestas de sus hijos.

—Pero si tú siempre has estado en mis fiestas.

—Eso eran cumpleaños. Ahora eres un joven que sale solo, no me necesitas para esto.

—Claro que te necesito —dijo con una significancia especial, apretó su brazo.

—¿Dean? ¿Qué te sucede? —Castiel arrugó su lindo ceño.

No entendía lo que le pasaba al humano. Siempre fue raro, pero ahora ganaba un concurso de esos de la televisión. Entonces, sintió un calor sofocante en sus labios, para cuando se dio cuenta, fue un beso de Dean.

El chico se separó de él con una mirada anhelante. Castiel estaba petrificado con la experiencia.

—Sé que no eres mi padre —anunció el chico como si nada.

Castiel sintió que se abría el piso y aparecía el camino al infierno. Era curioso, porque conocía perfectamente esa sensación por experiencia. No supo qué decir, abrió la boca, luego la cerró, lo miró con extrañeza y luego la abrió de nuevo para cerrarla otra vez.

—Co…cómo…

—¿Cómo lo sé?

Castiel asintió con la cabeza.

—Bueno, no estaba seguro, pero tú me lo has confirmado.

Perfecto, ahora estaba en un verdadero problema.

—Nooo…

—Descuida, no le diré a Sam.

Al menos, algo es algo.

—Te quiero solo para mí —dijo el chico con malicia.

Castiel volvió a arrugar su frente.

—¿Qué hay con Sam? También tengo que cuidarlo.

Esto lo estaba confundiendo. Dean jamás de los jamases, pondría a Sam en segundo lugar, eso no tenía sentido. Tampoco lo dejaría sin cuidado.

—Puedes cuidarlo, pero solo yo seré tu novio.

Castiel abrió grande los ojos.

—¿Novio? Pero si a ti te gustan las mujeres.

Dean sonrió.

—No, nunca me gustaron —declaró el chico.

—¿Cómo?

Ya esto parecía la Dimensión Desconocida, ese programa que veía en la televisión, en esas repeticiones antiguas de series de culto ¿A Dean no le gustaban las mujeres? Eso era imposible, si él veía una falda y corría hacia ella.

—No juegues Dean, a ti te gustan las mujeres, no los hombres. Ves una mujer y te vas corriendo a acostarte con ella —dijo ya medio enojado.

—¡Qué! ¡Pero si yo nunca he tenido sexo! Soy… soy… virgen —terminó con un susurro avergonzado.

Otra vez Castiel abrió los ojos grandes y quiso pegarse de cabezazos contra la pared. Era verdad, este niño, que tenía al frente, no era el Dean de antes de la maldición.

—¡Oh, es cierto! —dijo mirando al cielo.

Y ahora qué hacía con ese adolescente con las hormonas alborotadas, queriendo acostarse con él.

—¿Por qué no te acuestas con alguien de tu edad? Debe haber muchos que lo desean, eso sí, usa condón. He leído que hay enfermeda…

—No quiero acostarme con nadie más, solo contigo.

Castiel ladeó la cabeza. Eso debía ser algún tipo de capricho, como esa vez que quiso el peluche de la tienda de bebés para Sam y después terminó secuestrando al osito. Lo volvió su juguete favorito, que todavía tenía encima de su cama.

—¿Y por qué?

—Porque… te amo…  —dijo avergonzado.

Un momento, ¿qué dijo?

—¿Qué dijiste?

—Que te amo, estoy enamorado de ti.

Espera, ¿cómo pasó eso sin verlo? Trató de recordar algo, alguna cosa que le diera la explicación, pero nada. Ninguna pista, no parecía ser real ese momento.

—Quizás estés un poco confundido, Dean. No soy tu padre, pero soy lo más parecido que has tenido durante estos años.

—No es lo mismo. Tú eres especial. Puedo verte y tú no eres humano.

¿Qué lo podía ver? ¿Desde cuándo? Decidió que esa conversación que tenía pospuesta, llegó al punto de inicio.

—Si lo sabes, no tengo que esconderme.

Miró  a su alrededor y puso su mano en el hombro de Dean. De inmediato aparecieron en el búnker. Dean se sorprendió.

—¡Qué! ¡Wow! —chilló feliz.

Eso le recordó a Dean cuando era niño y lo teletransportó por primera vez. Nunca sintió miedo, sino todo lo contrario.

—Dean, quiero que me escuches atentamente. Iba a esperar un poco más de tiempo, cuando tuvieras la edad suficiente para defenderte solo. También esperar a Sam, puesto que es muy niño todavía, pero dado a tu forma de pensar, no me queda otra opción.

—Cas, me asustas.

—Siento que te asuste Dean, pero es la verdad. Es cierto, no soy humano. Soy un ángel.

—¿Un ángel? ¡Wow! ¡Eso es fabuloso!

Ni siquiera lo dudó. Castiel arrugó el ceño, así no era Dean.

—Espera, ¿me crees?

—Claro que te creo. Muéstrame tus alas —dijo entusiasmado.

—¿En serio crees que soy un ángel?

Es que Castiel no lo podía creer, que Dean le creyera así tan fácil, cuando la primera vez que se vieron le costó mucho, varios días y múltiples muestras de poder para lograr eso. A lo mejor tenía algún recuerdo cuando eran bebés.

—Claro que sí —dijo con seguridad.

—Pero… ¿Por qué?

—¿Por qué no? Si tú lo dices.

Castiel abrió los ojos. Era la confianza lo que lo hacía creer. El antiguo Dean no le creyó, porque no lo conocía, pero este pequeño Dean, fue criado por él y lo conocía demasiado.

—Te lo mostraré.

Castiel se hizo para atrás cerca de la pared y proyecto su magnificente aura, alas, voz, que dejó atónito al chico. Este lo demostró con un aullido de asombro.

—¡Wow y re wow, eso fue lo más fabuloso que he visto en mi vida!

Castiel iba a decir que había visto más cosas, pero fue callado con un beso del chico, el cual se le lanzó, literalmente a los brazos para comerle la boca. El ángel lo apartó con suavidad de él.

—Dean, eso no es todo. Ya me viste antes así. Ven, siéntate y hablaremos.

—Lo recuerdo.

Dean sonrió ladino. Así que lo supo todo el tiempo, pero de todas formas Castiel debía conversar con él. Se sentaron alrededor de la mesa del mapa central. Ahí el ángel le contó todo sobre la maldición, la bruja y cómo fue que terminó criándolos. También les dijo quiénes eran y que debían volver a su forma original, pero como eran demasiado pequeños todavía, no había querido hacer nada aún.

Dean lo miró casi estupefacto con todo lo que le decía Castiel. Él, quien creyó toda la vida que sufría un caso grave de incesto, por estar enamorado de su padre, aunque siempre supo que no era su padre, de todas formas era el hombre o “el ser” que lo crio, ahora se daba cuenta que la cosa era complicadísima, alucinante.

Sin embargo, pese a todo el enredo, Dean comprendió algo positivo, muy beneficioso para sus intereses.

—Entonces, me estás diciendo que yo soy tu amigo humano y no soy un “niño”, ¿verdad?

—Sí, Dean, no eres un niño, eres un adulto. Tienes treinta y…

—¡Fabuloso! Soy un hombre maduro que puede tener sexo contigo.

Castiel quedó inmóvil, con la mente en blanco, sin saber qué responder a eso.

—¿No es cierto? —insiste el chico.

—Esteee, ¿Sí? —respondió confundido el ángel.

—¡Fabuloso! Debemos quitar esta maldición lo más pronto posible. Yo te ayudaré a buscar la cura.

Ahora estaban avanzando, por fin podía pedir ayuda humana. Es cierto que Garth, también ayudaba y que estaba al pendiente de la bruja que los ayudaría, pero, ¿no sería todavía muy niños para resistir dicho encantamiento?

Le explicó la cura que tenía con esa bruja, a la cual vio hace años atrás.

—Podemos intentar con ella —dijo Dean.

—No lo creo, están muy pequeños todavía.

—Cas, somos adolescentes. Tengo quince y tú todavía me ves de cuatro años —explicó Dean—. Ya podemos con algunas cosas.

—No lo sé —dijo dubitativo Castiel.

Dean  rodó los ojos. Luego, suspiró con fastidio.

—Preguntémosle a la bruja a ver qué dice —propuso Dean al final.

—No es mala idea. Tendremos que llevar a Sam para ver si soportará esa carga o es muy joven para enfrentarla.

Quedaron en probar si resultaba la idea que tenían. Fueron hasta la cabaña en el bosque y le pidieron a la bruja lo mismo, que hizo Castiel años antes. Castiel puso su mano en la frente de la mujer, quien inmediatamente de verlo, recordó.

—Has decidido ya hacer el ritual, pero los niños no están maduros —informó la bruja.

—¿Quieres decir que todavía hay riesgos? —preguntó Castiel.

—Los hay, para esto deben ser maduros o no resistirán el hechizo.

—Nosotros somos fuertes —dijo Dean—. Estoy seguro de que resistiremos ese hechizo.

Tanto Castiel como la bruja lo quedaron mirando.

—Es cierto —dijo Sam.

Sam no tenía idea de lo que estaban hablando, pero secundar a Dean era su religión.

—¿Ven? —aseguró Dean.

Un poco de discusión entre la bruja y el ángel.

—Puede que tengan razón los chicos —concluyó la bruja.

—Yo no estoy tan seguro. No quiero perderlos, solo porque no supe esperar el momento adecuado.

—Esa es tu decisión ángel —dijo la  bruja.

Castiel quedó angustiado. Debía pensarlo bien, porque cualquier cosa que saliera mal, los niños lo pagarían y eso no quería.

—¿Para cuándo puede ser entonces?

—Cuando el menor esté como este otro —señala la bruja a Dean.

—¿Cuándo tenga quince años?

—Esa edad está bien.

—Entonces, yo puedo hacerlo —dice Dean.

—Tú puedes, pero tu hermano no y para este hechizo necesito de los dos en perfecto estado, sino no resultará.

Castiel lo volvió a pensar. No podía arriesgarse a eso y solo cuatro años más, no era mucho tiempo.

—Prefiero esperar cuatro años para deshacer el hechizo con seguridad.

—¡Eso es mucho tiempo! —chilló Dean.

—¿Quieres arriesgar a Sam? —le pregunta Castiel a Dean.

El chico no supo qué decir, porque sus sentimientos se confundieron.

—No, claro que no, pero…

—Pero nada, no podemos arriesgarlo, mejor esperar.

—¡Pero es mucho tiempo! —alega Dean.

—En realidad sí —dice la bruja—. Cuando recobren la normalidad este tiempo estará perdido.

—¿Cómo a qué te refieres? —preguntó Castiel.

—Que ellos no recordarán nada de esto. Volverán a la normalidad, pero sus recuerdos de su tiempo de niños lo olvidarán, así como ellos olvidaron sus recuerdos de antes.

—¡Qué! ¡Olvidaré a Cas! —chilló Dean.

—A este Castiel, quien los crio sí, pero al Castiel amigo de ustedes lo recordarán.

—No quiero olvidarlo —alegó Dean.

—Yo tampoco —dice Sam.

—Es inevitable, porque es parte del hechizo.

—No me gusta. No quiero. Dejemos las cosas como están —decidió Dean.

—¿Cómo? —pregunta Castiel sin creer lo que decía el chico.

—Ha pasado mucho tiempo, ¿no? Nadie nos molesta. Si es como dices, antes estábamos siempre en problemas y ahora somos felices, ¿por qué cambiarlo por una vida que no nos gustaba? —razona Dean.

—Bueno, eso es cierto.

—¿Entonces? Volver a lo de antes estaremos perdidos —asegura Dean.

—Es cierto —secunda Sam.

—¿Por qué dicen eso? —preguntó Castiel.

—Porque serán quince años. El mundo ha cambiado en todo este tiempo y nos sentiremos fuera de época. Cuando volvamos a nuestros yo antiguos, su mundo no existirá —explicó Dean.

—El chico tiene razón —dice la bruja.

—La verdad, no lo había pensado ¿Ustedes creen que esos Sam y Dean se sentirán mal? —preguntó Castiel.

—Las posibilidades son altas —respondió la bruja—, que al no ver su mundo como lo dejaran, se sentirán desarraigados.

—Eso no es bueno.

Se miraron los unos a los otros.

—Cas…

—Está bien. Esperaremos y veremos —concluyó Castiel.

—¡Bien! —gritó Dean.

Castiel nunca entendió por qué Dean estaba tan feliz con eso. Sam solo los vio y sonrió.

Borró, otra vez, la memoria de la bruja. Volvieron a su casa y la vida continuó como siempre, solo que con el conocimiento de lo que fueron antes, las cosas cambiaron imperceptiblemente. Por ejemplo, Dean tomó en serio su entrenamiento, aunque antes lo tomaba en serio, pero esta vez fue a nivel profesional. Sam por su lado, comprendió las cosas tan interesantes y extrañas del búnker, comenzó a leer como loco todo lo que encontraba.

Así Castiel se encontró en medio de un entrenamiento intensivo, para cazadores y Hombres de Letras especializados. Él no sabía mucho de esas cosas de cazadores, pero tenía el entrenamiento básico —ese fallido—, el cual, era mejor a no tener nada.

 

Fin capítulo 7


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