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El camino de las estrellas por Athena Selas

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III.

Purificación


Los labios de Saga se dedicaban a devorar la caliente boca de Milo mientras ambos descansaban sobre una suntuosa banca acojinada dentro de la gran casa del gemelo.



Aquel encuentro al que el espartano se resistió por días enteros resultó inevitablemente fatal y a pesar de que Saga experimentó un infinito regocijo cuando el militar aceptó visitar su casa para intimar, el triunfo le duró poco pues el apodado Escorpión no se derritió en los brazos del mayor inmediatamente pudieron aprovechar de una agradable privacidad. De hecho Milo, continuó jugando a provocar al sacerdote mientras le regalaba miradas insinuantes, pero sus fornidos brazos rechazaban al mayor.



Arles se estaba volviendo loco por tan poco y la humillación dejó de importarle, pues saboreaba emocionado aquel juego de poder y gallardía que el guerrero había establecido desde su primer encuentro.



El espartano se contuvo hasta lo saludablemente posible hasta que no pudo resistirse a devorar los labios del otro con el objetivo de arrebatarle el aliento al enigmático sacerdote.



Entretanto las rasposas y calientes manos del militar aprovecharon para explorar debajo de la túnica del mayor sin pudor alguno delineando aquel torso poderoso, bajando hacia el plano abdomen y pronto llegó hasta los muslos torneados de Saga, arrancándole suspiros excitados al mellizo.



— Tienes una complexión admirable, Saga — le lanzó el cumplido en pleno beso —. No pareces un típico ateniense ocioso.



El mayor soltó bufidos satisfactorios mientras sus manos palpaban con firmeza la espalda del espartano con alucinante lujuria, disfrutando cada pliegue endurecido y bien entrenado, excitándose por completo de que cada rincón del militar expresara lo que era virilidad para los helénicos. Entre sus dedos, Saga percibió gruesas cicatrices provocadas por látigo, muestra de severos castigos militares recibidos por el rebelde Milo a lo largo de su vida y Arles sintió crisparse de furia al pensar en el maltrato sobre aquella bronceada piel, pero su cólera fue calmada con las arrebatadas atenciones sensuales del menor.



— No soy  un ateniense, ya te lo había contado, manzanita — respondió utilizando un apodo que a su joven compañero le pareció completamente odioso y como castigo le mordió furiosamente el labio inferior al sacerdote. 



Arles al sentir la airada réplica del Escorpión mientras saboreaba el metálico de su propia sangre soltó una carcajada y sus manos se dirigieron al cuello de Milo, como si tuviera la intención de asfixiarlo, pero no fue así, únicamente utilizó aquel agarre para controlar con furia su intercambio de alientos y saliva.



Dejaron las palabras para otro momento y decidieron entregarse a consumar aquel fuego que estalló desde el momento en el que sus miradas se cruzaron. 



En cuestión de minutos los dos se desprendieron de sus túnicas y sus pieles se abrazaron desnudas, suspirando inevitablemente ante tan exquisita sensación de sus pieles ardientes en contacto.



La boca de Saga recorrió tanto de la anatomía como pudo, agasajándose con aquel banquete. La naturaleza de Arles deseó únicamente morder y succionar en los rincones que mayor tentación le provocaban, acentuando aquellas furiosas acciones en los hombros del espartano, sus tetillas, sus bíceps y su ombligo, pero inevitablemente el lugar más asediado por el sacerdote fue en anguloso y bronceado cuello de Milo. Jaló, además, con ligera saña la muy ligera capa de vello color azul cobalto que adornaba tentadoramente desde el ombligo hasta el pubis mientras mordisqueaba la nuez de la garganta del espartano.



Por su parte, el menor se defendió como pudo de aquel asalto y rasguñó la espalda del sacerdote para castigarlo por sus acciones, incluso le jaló el cabello para detener aquel atraco a su piel de guerrero, pero aquello solo excitó más a Arles y la verdad era que el militar no parecía realmente enojado o incómodo por los actos descarados del mellizo.



Finalmente ambos cedieron al poderoso erotismo y se tocaron los miembros viriles casi simultáneamente. Ambos falos ya estaban endurecidos por el calor de la situación e hizo falta muy poco para levantarlos como mástiles de grandes embarcaciones.



Masturbaron al otro simultáneamente mientras sus calientes bocas se abrazaban y sus lenguas se exploraban sediciosas, buscando el dominio del acto.



Continuaron por un largo rato, disfrutando del delirio de las caricias y del episodio desbordante de placer sexual, pausando cuando era necesario para no culminar demasiado rápido.



Ninguno de los dos parecía ceder al otro aunque los dos se morían por practicar coito hasta el éxtasis realizando la parte activa, parecía un laberinto sin salida.



— Mierda, Saga, te voy a follar tan duro que no vas a poder ofrecer tus ritos a los Olímpicos por unos días, quizá sea un buen momento para aprovechar y conquista Atenas finalmente con tu místico poder fuera de juego — bromeó Milo mientras estrujaba impúdicamente los tentadores glúteos del mayor entre sus manos.



—  ¿Que tú me vas a follar a mí? — Arles soltó unas carcajadas tan afiladas que fue escalofriante, pero al mismo tiempo sumamente sensual —. Mi manzanita, eres tan adorable — se mofó el perverso demonio.


 
Un segundo después Saga mando a llamar a uno de sus esclavos el cual acudió al llamado de su amo, presenciando con apatía el acto sexual. El mellizo ordenó le trajera vino y manteca los cuales llegaron en seguida a sus manos.



A continuación vino un campal forcejeo entre ambos hombres, el cual los tiró al suelo lejos de los cómodos cojines de la banca. 



Milo demostró por qué era un hijo orgulloso de Esparta de corte marcial, pero Arles no se quedó atrás e hizo gala de su admirable poder físico entrenado bajo los estándares atenienses. Hubo golpes, sangre y dolor durante la aquella lucha por el dominio. Al finalizar la batalla sus cuerpos quedaron enredados, sudorosos y jadeantes. Estaban más excitados que nunca y sus proceder fue automático, ninguno rechistó, simplemente se hundieron en el gozo.



Milo se recostó sobre el suelo con las piernas abiertas y Saga tomó una copa de vino para a continuación verterla sobre la verga del espartano provocando que el hombre más joven se arqueara por el la fría sensación emitiendo también un gemido de queja. Pero Arles apaciguó esto de inmediato y su boca se dirigió a saborear la virilidad de aquel delicioso guerrero disfrutando de su fuerte sabor viril entremezclado con el vino. 



Entretanto complacía oralmente a Milo, el mayor hundió sus dedos en la manteca y con las falanges ya lubricadas se dirigió a la entrada anal de su amante, penetrándola con dedicación sin parar la felación. El espartano, echado, se limitó a morderse los labios, reprimiendo vergonzosos sonidos más allá de suspiros y gruñidos. Pronto tuvo que morderse el antebrazo a modo de mordaza.



No muchos minutos después Arles se incorporó hambriento y erecto entre las piernas del más joven. El demonio elevó las piernas de su manjar de ojos azules y finalmente inició la cópula de una sola estocada y el guerrero resistió mirándolo a los ojos con bravura, apartando su antebrazo de la cara. Comenzaron entonces un bestial coito desbordante de orgullo y testosterona, al mismo tiempo que una sinfonía de gritos y maldiciones inundó la habitación por un buen rato.



Pero el demonio quería más, simplemente más y más de aquel sublime escenario. Así que luego de disfrutar el joder violentamente aquel perfecto culo, sacó su erección del interior de Milo y utilizó más manteca para masturbar el falo del espartano hasta endurecerlo satisfactoriamente dejándolo oleoso y brillante.



El siguiente movimiento de Saga fue sorprendente incluso para sí mismo, pues tumbó al guerrero completamente sobre el piso y el sacerdote se penetró a sí mismo, sentándose sobre la verga de Milo, arqueándose estrepitosamente en el acto.



Arles se encontraba en pleno delirio desenfrenado, pues solamente deseaba tener al Escorpión espartano de mil maneras diferentes hasta la eternidad.



 

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La visita de la corte diplomática espartana permaneció por unas semanas más de visita en Atenas, buscando extender y mejorar la alianza que permanecía por el momento entre ambas Ciudades. Las autoridades militares del estado castrense mantuvieron largas charlas con los políticos atenienses sobre estrategias contra enemigos en común, así como el estado de sus relaciones políticas y defensa de sus enclaves comerciales de los fenicios y persas.



Milo acudió a casi todas estas reuniones de alta política, pero siempre detrás de la representación espartana en silencio y atento. El Escorpión apenas había alcanzado la madurez de acuerdo a las normas sociales de su patria y fue gracias a las grandes hazañas militares que realizó en su juventud temprana que se le permitió acompañar a sus superiores con más décadas de experiencia que él para aprender a desarrollar artes más sutiles de guerra como la diplomacia, aunque aquel no era precisamente realmente el campo predilecto de Esparta.



El sumo sacerdote de Atenas aprovechó cada instante en el que Milo no se hallaba atendiendo sus ocupaciones oficiales para cortejarlo con suntuosidad y más tarde devorarlo en la comodidad sus aposentos.



Pero la miel duró demasiado poco y una ocasión posterior a uno de sus lujuriosos festines el espartano habló con claridad al mayor.



— Saga, espero que tengas presente que soy un orgulloso espartano y esto que sucede entre nosotros solamente es una aventura pasajera. Volveré a mi patria y mi vida será dedicada únicamente a Esparta hasta mi último aliento.



Milo dijo aquello en voz alta para convencerse a sí mismo que creía en su propia declaración o al menos para instar al sacerdote a hacerlo dudar. Innegablemente el olvidar treinta años de estricta educación espartana representaba una compleja hazaña.



Pero aquella sutileza no fue captada por Arles quien estalló en furia y sacó al guerrero de su lecho y pronto de su casa.


 

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Horas más tarde, el demonio salió de su hogar preparado para un largo viaje. Cubría su silueta y su rostro con una capa de color café, haciéndolo lucir todavía más sombrío de lo que sus facciones reflejaban.



Galopó a pelo por horas a un majestuoso corcel negro hasta alcanzar unas sombrías cavernas célebres por su misticismo. Ahí pactó una conexión de magia negra con espíritus perversos, aquellos que su madre le prohibió contactar jamás, pero los recuerdos de aquellas insignificantes islas estaban por borrarse junto con su esencia de luz y bondad. 



Cuando finalmente aquellas existencias malignas se le revelaron les solicitó atar a su obsesión espartana a él para siempre, pero los espíritus retorcidos fueron inflexibles y violentos. Así que comenzó una batalla campal de poder y voluntad dentro de esas cavernas, el dañino encuentro duró horas. Aquellas esencias pérfidas codiciaban dominarlo y no lo contrario. Eran muy antiguas y a pesar de que Arles se encontraba en la cúspide de su fuerza lograron perjudicarlo gravemente.



Finalmente, el demonio se sobrepuso con violencia a ellos exigiéndoles amenazadoramente cumplir su mandato. 



Las escenas malignas ya apaciguadas dieron su veredicto al vencedor: existía el rito que hechizaría al espartano para atarlo por siempre a su lado, pero el precio de ello era alto. Arles debía entregar el corazón y la sangre de la inocente sacerdotisa Saori como prenda.



El demonio verificó que aquello no fuera un juego casual de aquellos entes tan oscuros como él y confirmó que el precio a pagar por aquel rito era completamente cierto. Lo pagaría sin chistar.

 

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Arles llevaría a cabo el fatídico sacrificio sin falta y la fecha elegida para cometer su crimen fue una noche antes de que partiera la comitiva diplomática de Esparta. De aquel modo con suerte podría culparlos de asesinato de la luz de Atenas.



Pero la pelea con los espíritus perversos de las cavernas dejó demasiado debilitado al demonio y fue la oportunidad de la parte bondadosa de Saga para volcarse sobre el control nuevamente. Arles y la parte luminosa de Saga pelearon con frenesí por el dominio de la conciencia del cuerpo que compartían y el demonio fue derrotado momentáneamente luego de tantos años.



Así que Saga aprovechó aquel momento de lucidez para arreglar el asunto de una vez por todas: se suicidaría y se llevaría consigo al demonio Arles para siempre.



Escribió algunas cartas de despedida mientras realizaba los preparativos para la inevitable solución. 



Dejó su testamento en orden para cuidar de todos los buenos esclavos y sirvientes que permanecieron leales a su lado y no deseaba dejarlos desamparados tras su defunción; posteriormente escribió una carta dirigida a su gemelo Kanon agradeciéndole por todo lo que le dio siempre y escribía deseos de bendiciones y felicidad para su amado hermano; por último redactó un mensaje para Milo y no supo qué decirle realmente así que siguió el impulso natural que le invadió por escribirle toda la verdad sobre su dilema demoniaco en aquel pergamino y no se quiso preguntar demasiado si el espartano lo tacharía de chiflado, mentiroso o simplemente ‘un típico ateniense ocioso’.



Salió solemnemente de su suntuoso hogar y dejó instrucciones a sus sirvientes para entregar la primer carta a las autoridades administrativas de Atenas al cabo de tres días; la segunda deberían abrirla dentro de una semana y cumplir al pie de la letra cada instrucción para entregarla a Kanon el día que visitara a la Ciudad sin importar si tardaba años, pues el hermano mayor estaba seguro que el menor volvería con la esperanza de visitarlo; y por último la tercera debía presentarse a Milo el espartano en cuanto fuera posible, pero aquello debía cumplirse esa misma noche pues la corte diplomática partiría al día siguiente.



Saga vistió con modestia y recato. Se deshizo asqueado de las finas túnicas de seda que Arles gustaba lucir y recuperó una vieja pieza de lino común escondida en el fondo de sus pertenencias junto con unas sandalias sencillas y gastadas. Todos los habitantes de la casa se sorprendieron ante el cambio de apariencia de su amo, pues además de la ropa el sumo sacerdote lucía inquietantemente diferente y no podían responder concretamente porqué. 



El hombre de larga cabellera cobalto accedió al centro religioso que fungía como antesala protectora del Templo sagrado de Atenea. Ahí laboraban permanentemente todos los encargados de los ritos de la Ciudad.



Saga  solicitó con suma amabilidad a sus aprendices que suplicaran a la sacerdotisa Saori que le concediera unas palabras. Todos quedaron asombrados por aquella actitud tan afable de su superior quien por primera vez no les infundió temor e inquietud, sino que los hizo sentir a salvo y seguros. De cualquier forma acataron en seguida las órdenes se su maestro y por fortuna la hermosa chica de apenas trece años acudió temblorosa a la oficina privada del supuesto hombre que debía protegerla y guiarla, pero no hacía otra cosa que amenazarla y torturarla emocionalmente cada día.



— Mi divina doncella, Saori — la recibió el sacerdote con lágrimas inundando aquellos hermosos y claros ojos verde esmeralda. Saga se tiró a sus pies y le suplicó perdón a la jovencita quien su maestro Shion le encomendó proteger, pero Arles falló a su promesa desde que le clavó una daga en las vísceras mientras le juraba a su maestro que la violaría y vejaría hasta que la estatua de Atenea llorara sangre. La verdad el demonio nunca hizo tal cosa, pero le pareció sumamente divertido que el viejo escuchara eso antes de morir.



— Sumo sacerdote Saga — la sacerdotisa se llevó una mano temblorosa a la boca sin saber qué hacer.



El gemelo arrodillado en el suelo relató a la jovencita la verdad: que desde pequeño un demonio perverso habitaba dentro de él y que el monstruo devoró su conciencia casi por completo. Él había asesinado al sabio Shion y desde entonces Arles supo utilizar la buena fe de los habitantes de Atenas a favor de su maldad y ambiciones personales. Pero el demonio se había debilitado y era hora de terminar con él. Por lo tanto Saga suplicó a la sacerdotisa Saori bendecir la famosa daga dorada que hasta los Dioses temían y era una de las reliquias de la Ciudad de Atenas, para acabar de una vez por todas con la maldad en su interior.



Terriblemente confundida, pero también conmovida, Saori aceptó y se recluyó en el Templo con sus doncellas por un largo rato mientras invocaban a la compañera victoriosa de Atenea, la Diosa Nike, y le suplicaron imbuir en victoria a aquella poderosa daga dorada.



La sacerdotisa volvió con el objeto de oro envuelto en un paño bermellón y se lo entregó a Saga preguntándole cómo es que se desharía de semejante ser maligno. El sumo sacerdote le sonrió amargamente y ella comprendió impactada.



— Que la victoria esté contigo — lo bendijo Saori antes de dejarlo partir.



El gemelo menor se inclinó sumamente agradecido ante la jovencita de larga cabellera lila y entonces Arles comenzó a despertar aturdido ante el recuerdo de una profecía celeste.



“Tras un largo recorrido que te partirá a la mitad y te hará inclinarte ante el arma de la victoria, encontrarás a un escorpión de piel dorada que te traerá la calma que tanto ansías para siempre.”



Saga, desesperado por el poco tiempo que le quedaba, corrió a montar su corcel negro y se alejó a galope desbocado de la Ciudad de Atenas.

 

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Morir no resultó tan horroroso como se lo imaginaba. En su caso era como quedarse dormido a causa del frío que la pérdida lenta pero continua de sangre comenzó a provocarle lentamente.


 
Recordó todas las enseñanzas que había recibido hasta ahora sobre la purificación espiritual y procedió a cometer el suicidio que lo limpiaría de una vez por todas. 



Acudió a un paraje boscoso que era atravesado por el sagrado río Ilissos y a orillas de él invocó a sus espíritus guardianes y a la Diosa Nike suplicándoles le ayudaran a rematar al debilitado Arles. Entonces, guiado por sus protectores, se abrió las venas de las muñecas con la poderosa daga dorada y se sumergió en las aguas de la corriente calma del Ilissos.



De haber sabido que sería tan fácil hubiera practicado aquel ritual mucho tiempo atrás, específicamente cuando Kanon partió en busca de su felicidad.



Sintió a Arles pelear exasperadamente contra su consciencia para salvarse, pero la Victoria estaba de su lado y los encolerizados intentos del demonio fueron inútiles. Cuando el color de la sangre que se escapó de sus venas abiertas tornó las aguas del río de un espeso color negro, por primera vez Saga se sintió liberado y se regocijó con esa sensación que jamás había podido gozar en su vida. Todo valió la pena por respirar por primera y última vez libre de aquella maldición.



Durante sus últimos momentos recordó su vida y sonrío con los ojos cristalinos ante las memorias de su feliz niñez, su desventurada juventud como marinero y su próspera carrera de hombre espiritual que lo llevó hasta la Ciudad de Atenas hasta obtener una posición respetable.



A pesar de que Arles lo dominó por tantos años, no había sido tan funesto del todo, pues fue gracias al lugar tan privilegiado al que Arles alcanzó que conoció a Milo el espartano.



El demonio nunca entendió por qué aquel guerrero de cabellera azul añil lo obsesionó tanto que terminó siendo su perdición y la sencilla respuesta era porque a quien verdaderamente Milo conquistó a primera vista había sido a Saga. 



El gemelo recordó como un seño lejano todos aquellos ardientes encuentros carnales con el hombre de mirada azul y sonrío con travesura.



Cómo le hubiese gustado disfrutar más tiempo juntos, cómo le hubiese gustado haberlo cortejado él y no Arles, cómo le hubiese gustado ir a Esparta a su lado, cómo le hubiese gustado presentárselo a Kanon algún día, como le hubiese gustado hacerle el amor a Milo cada mañana y cada noche, como le hubiese gustado…

 

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Milo recibió aquella inesperada carta y al leer el nombre del remitente, el sacerdote Saga, quiso quemarla sin leerla. Pero un ardor en su pecho se lo impidió y luego de que sus hermanos lo convencieran de saber qué era lo que quería su amante en Atenas aquella última noche, abrió el recado. 



Tuvo que leerla tres veces. La primera creyó que era una estúpida broma, pero se apoderó de él una sensación de inquietud en el estómago que le obligó a leerla por segunda y tercera vez. Luego quemó la carta en la fogata principal de su campamento y con resolución brillando en sus ojos azules vistió su peto y faldón de metal dorado, dispuesto a buscar a Saga. 



Sus hermanos espartanos se inquietaron y quisieron saber qué diablos estaba ocurriéndole al Escorpión. Le exigieron explicaciones e incluso le impidieron salir de las caballerizas en donde Milo ya había elegido a su semental castaño.



Escorpión se excusó, pues era una emergencia, pero les juró contarles todo luego de resolver la crisis.



— Sólo no provoques una guerra o los viejos te arrancarán las bolas. De verdad son capaces de eso — le aconsejaron permitiéndole salir.

 

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Milo acudió a la casa de Saga para buscarlo y de ahí se dirigió al centro religioso de Atenas sin éxito, pero pudo pescar el rastro del corcel negro del sacerdote y lo rastreó sin error.



De alguna forma recibió una guía divina para dar con el hombre de ojos verdes al primer intento, inusualmente aquella noche tuvo la sensación de que las estrellas brillaban con mayor fuerza que nunca sobre su cabeza, iluminándole el camino hacia el paradero de su amante.



Contempló a Saga desangrándose con las muñecas abiertas dentro del río. Milo experimentó un sobresalto gigante que le quitó el aliento y le hizo reaccionar con ímpetu.



Bajó del corcel sin atarlo y acudió con todo y armadura al rescate del otro. Cuando estuvo a punto de sumergirse en el río fue testigo del sobrenatural cambio de color de las aguas transparentes a un denso y fantasmagórico color negro que despedía suma maldad y peligrosidad.



El espartano cayó de espaldas al suelo a causa de la conmoción y entonces todo rastro de duda sobre la historia de Saga fue eliminado. Pronto, las aguas se volvieron a tornar cristalinas y entonces Milo reaccionó, introduciéndose al río para salvar al otro hombre.



—  ¡Por la verga de Zeus! ¡Saga, eres un idiota! — fue lo único que se le ocurrió gesticular al espartano arrastrando el cuerpo del otro sobre su hombro hasta tierra.



Ahí Milo lo tiró de espaldas y se arrancó con apremio tela de la túnica para aplicar poderosos torniquetes de emergencia alrededor de ambas muñecas heridas. 



El espartano nunca se sintió más nervioso y desesperado por salvar a alguien. Ni siquiera en el campo de batalla de las guerras que peleó sintió tanto angustia por perder a alguien.



— Saga, te lo ruego, no te mueras. Quédate aquí, vuelve, quédate conmigo… 

 

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Igual parece a los eternos dioses
Quien logra verse frente a ti sentado:
¡Feliz si goza tu palabra suave,
Suave tu risa!
A mí en el pecho el corazón se oprime
Sólo en mirarte: ni la voz acierta
De mi garganta a prorrumpir; y rota
Calla la lengua
Cúbrome toda de sudor helado:
Pálida quedo cual marchita hierba
Y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte
Parezco muerta
- Safo de Lesbos


 

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Uvas.



Nunca antes le habían gustado tanto los frutos de las vides, pues siempre le parecieron de sabor ácido.



Quizás porque nunca había probado las célebres uvas espartanas tan frescas. O probablemente porque nunca había probado aquellos frutos directamente de los labios de Milo.



De cualquier manera a Saga le parecía maravilloso recibir los buenos días de aquel modo. Siendo despertado por los apasionados besos del Escorpión quien acababa de comer dulces uvas recién cortadas y el jugo de ellas aún reposaba deliciosamente en los labios y lengua de Milo.



Saga podría acostumbrarse a las ocurrencias del espartano para despertarlo con aquella clase de apasionados asaltos por el resto de su vida.

 

FIN

Notas finales:

Hay tanto que quedó por explorar en este relato, pero debía concluirlo antes de una fecha límite para un evento de la pareja Saga x Milo.

 

Me hubiese encantado haberle dedicado aunque fuera un extra a la historia de amor entre Radamanthys y Kanon. Quizás algún día me anime a realizarla.

 

Los espartanos eran los reyes del poliamor libre y consensuado, pero era una imposición moral darle hijos a Esparta a pesar de cómo sus ciudadanos decidieran vivir sus relaciones sexoafectivas de manera individual (después de todo el Estado se apropiaba de los niños a los 7 años); así que me imagino a Milo atendiendo sus deberes reproductivos (y Saga también), pero amando a su gemelo tórridamente hasta envejecer. Caso parecido aunque no igual me imagino que acordaron Kanon y Rada en su vida como pareja.

 

También quedé pendiente de escribir que Kanon sí visitó a su mami en sus islas de origen y lo hizo varias veces (se conquistó a un magnate del comercio fenicio bitch plz) uvu)/

 

Muchas gracias por haber seguido esta historia hasta el final, espero haya sido de su agrado.

 

Un saludo afectuoso a Letheb por su apoyo.


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