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Traslape por Marbius

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11.- Almas gemelas.

 

Afirmar que la transición de mudarse a vivir juntos fue sencilla sería mentir con todo descaro y sin miedo a las consecuencias, pero tampoco se convirtió en la piedra angular sobre la cual descansó el cimiento de su relación. Más bien un punto medio entre lo uno y lo otro, que propició entre ambos algunas discusiones, pocas más peleas, pero ninguna tan fuerte o contundente como para representar un quiebre en lo que día a día fortalecían más.

Por completo decididos a hacer lo más de sus circunstancias peculiares a las que estaban por enfrentarse como pareja, apenas pasó la época navideña fueron al centro comercial más cercano y se hicieron de una dotación de maletas suficientes para transportar su guardarropa entero y no tener excusas suficientes cuando de ir y venir entre ciudades se tratara. Una colección de más de veinte piezas fue el saldo final, y aunque en un inicio Tom consideró exageradas las estimaciones de Bill al respecto, pronto comprendió que se habían quedado cortos… Y compró tres maletas más para quedar en tablas.

Ya que era Bill a quien más facilidades se le presentaban en su trabajo para hacerlo desde lejos, fue él quien primero abandonó su departamento en Berlín y se mudó con Tom a su edificio en Hamburg, todo bajo el acuerdo de establecer residencia con él por un periodo que comprendería mínimo un mes y máximo seis, según lo estipulado por ambos como inquebrantable regla de oro.

Dentro de ese reglamento que juntos habían escrito una madrugada luego de hacer el amor y bebiendo vino de una botella que se pasaron para consumir directo del envase, las reglas eran simples: No había necesidad de vender sus viviendas actuales, habría un intercambio total de llaves entre ellos, las estancias debían de cumplir mínimos y máximos de tiempo, y las visitas a su lugar de origen estaban permitidas siempre y cuando no fueran huidas. Eso y comunicación, también sinceridad.

Así que básicamente la dirección oficial de Bill seguía en Berlín y la de Tom en Hamburg, pero a cambio se volvió costumbre dormir cada noche abrazados y de día llevar una convivencia como la de cualquier otra pareja que se amara y estuviera dispuesta a demostrárselo a pesar de los inconvenientes.

A tres meses de estar en Hamburg, Bill pidió el cambio, y a Tom le tocó empacar sus pertenencias y mudarse con él a Berlín, convencido de que apenas cumpliera el mes reclamaría por su cuenta el derecho a volver, pero para su sorpresa inicial soportó cuatro meses en la capital antes de por su cuenta hacer válido el trato y volver juntos a Hamburg.

En un ir y venir entre ciudades que pronto se volvió una norma para ellos dos, juntos descubrieron que no era exactamente la locación la base de su felicidad, sino su compañía mutua, creando un hogar dondequiera que estuvieran juntos y con sus mascotas, aceptando lo bueno que con ello venía y apartando lo malo.

A la vuelta de un año, eran pocos y a la vez muchos los cambios por los que habían pasado.

Ellos, por sí mismos, habían decidido hacerse uno de esos tan temidos tatuajes de pareja de los que en caso de terminar habrían de arrepentirse por el resto de la vida, pero que igual que cualquiera otra pareja enamorada, no les hizo mella sentarse en la silla del estudio de tatuajes, y con una mano entrelazada para darse valor, y extender la otra para tatuarse la hora de nacimiento que por una sola cifra no era idéntica a la del otro.

Más adelante habría nuevo turno para otros tatuajes que ensalzaran su relación, pero de momento, salir de la tienda de tatuajes con tinta fresca en los nudillos y sonrisas en el rostro lo significó todo para los dos.

Claro, no todos los cambios que se presentaron fueron exclusivos suyos, pues en el proceso de encontrarse en Berlín y trabajando en su propia música, Tom se vio atacado por la repentina inspiración que unas letras de Bill escritas en un cuaderno que se deshojaba le proveyeron. Una tonada pronto se convirtió en un tarareo, que a su vez se magnificó hasta pasar a ser una canción completa a la que no le vendría mal un bajo y la batería, o mejor dicho… Una bajista y un baterista que apenas enterarse de su proyecto, aceptaron unírseles con la condición de llevar a cabo esa banda con la que tanto habían soñado de críos.

A Bill le pareció lo justo, y los cuatro compusieron algunas canciones que sin muchas pretensiones compartieron por internet y que se convirtieron en éxito instantáneo incluso antes de que saliera a la luz que el vocalista era Billy y el guitarrista A~TomiK. Bajo ese recién estrenado reflector, no tardaron en ponerle nombre a la banda (que tras muchas deliberaciones y bromas tontas pasó a ser Tokio Hotel), y a planear en serio un disco debut que oficializara su unión.

Y mientras tanto… Gustav y Georgie se casaron una segunda vez en una ceremonia que fungía como renovación de votos, y no tardaron en procrear familia, siendo una niña la que primero vino a sumarse a su familia, y de paso a plantear entre Bill y Tom cuál era su posición al respecto.

—No es que no quiera hijos en un futuro —dijo Tom cuando Bill sacó a colación el tema en una tarde perezosa donde los dos estaban acurrucados en el sofá—, pero ahora mismo… Antes preferiría una endodoncia que un crío corriendo con un pañal sucio a nuestro alrededor.

—Phew, menos mal —se tranquilizó Bill, que había seguido con ojo atento los mimos que Tom le daba a la pequeña bebé de sus amigos y se temía que eso derivara en más—. Yo tampoco quiero ser padre, al menos no en esta década.

—Da igual, ya tenemos a nuestros propios bebés de quienes cuidar —dijo Tom, y para muestra, Capper y Pumba se les unieron moviendo la cola y lamiendo todo a su derredor.

Acordando no volver a darle una revisión a ese tema en al menos diez años a futuro, Bill se acurrucó en brazos de Tom y soltó un suspiro de satisfacción que no pasó desapercibido para su novio.

—¿Qué? —Cuestionó éste, que como siempre, tenía un radar integrado que le permitía identificar hasta su más mínima variación de ánimo, pero por cortesía preguntaba.

—Soy feliz.

—Y no eres el único —dijo Tom, que desde su posición actual tenía acceso ilimitado a su cuello y lo besó justo ahí.

—Hablo en serio.

—Y yo igual.

Bill giró el rostro y se enfrentó a Tom, apenas a unos centímetros de distancia. —No, no. Me refiero a feliz, como en… Aterrado de no haberte conocido… Maravillado de que así fue… Agradecido por las coincidencias… Encantado por… ti… que has hecho posible esto.

—Bill… —Se acercó Tom y rozó sus labios en un beso cándido—. Lo sé… Es lo mismo para mí.

—¿En serio?

—Rotundo sí. Tanto que… podría pedirte matrimonio. —De la boca de Bill emanó un leve jadeo—. Pero no lo haré, no al menos todavía, porque sé que quieres algo romántico y único, y yo no había estado seguro de estar a la altura de las circunstancias, hasta ahora…

—¿Pero antes dudabas? —Inquirió Bill con un temor que Tom se apresuró en desdeñar.

—Dudaba de mí, si era capaz de significar todo lo que tú ya eres para mí. No quería estar en desventaja siendo el que más invirtiera en esta relación, pero… Eso ya no tiene importancia. Si te amo, y me amas de vuelta, el resto no me podría importar menos.

—Entiendo bien ese sentir… —Confesó Bill, con los ojos húmedos y un leve pinchazo en el corazón que le hizo recordar lo agridulce de un amor como ese—. Y es una tontería, Tomi. Te amo más que a la vida, porque tú eres mi vida.

—En ese caso, te amo eso y un poquitín más —dijo Tom con humor, buscando aligerar el ambiente cargado que se había posado en ellos dos.

—Un pellizco más que tú.

—Un gramo más que tú.

—Al infinito más que tú.

—Siempre uno más que tú.

Volviéndose a besar, al separarse fue Bill quien tomó nota del patrón.

—Parecemos dos críos peleando por quién quiere más al otro. Nunca tuve hermanos, pero siempre imaginé que así serían esas competencias.

—Ugh, Bill… Si fuera tu hermano, jamás podría hacer esto —dijo al unir sus bocas de nuevo en un beso apasionado.

—No —declaró Bill con otro beso—, pero incluso si lo fueras… No me importaría.

—Esas son palabras mayores.

—Ya, pero éste es un amor mayor. Y harían falta más que lazos sanguíneos y los mismos padres para separarme de ti.

—Eso lo dices porque no estamos emparentados de ningún tipo.

—Ponme a prueba —le desafió Bill—. Incluso aunque fuéramos, no sé… Gemelos. No me importaría. Te amaría igual.

Tom lo miró primero con arrobo y después con comprensión antes de dar su veredicto final. —Seh… A mí tampoco. Sentiría lo mismo por ti que siento hoy.

Y no mentía, ninguno de los dos lo hacía. Aunque ahí, en ese universo en particular, no era necesario pasar por una prueba de tan duro calibre. No era su destino.

Porque en otro espacio, otro tiempo… Sí habría de serlo.

 

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