Iba manejando a casa desde la Universidad, después de tramitar unos documentos que necesitaría para el próximo año, así que estaba distraído y no era completamente su culpa no haber notado que no tenía suficiente gasolina… mientras atravesaba el bosque oscuro, en la noche. Dejó salir un gran suspiro y pensó “Esto es todo. Aquí es donde un asesino viene a apuñalarme.” Oh, genial, su celular estaba muerto y no tenía el cargador en el auto. Golpeó su frente contra el volante, demasiado fuerte, hizo un sonido agudo. Vio venir otro auto a través del espejo retrovisor, sospechó que podría ser un asesino, cuando este redujo la velocidad. Había visto suficientes películas de terror. A lo que el hombre descendió del auto y caminó hacia su ventana, él bajó el vidrio un poco.
─ ¿Estás bien? ─preguntó el desconocido, cuya voz era ligeramente grave y no podía ver bien su aspecto, debido a la falta de luz.
─Sí, lo que pasa es que se acabó la gasolina. ─ respondió, aunque su voz era más grave que la del otro hombre, le intimidaba.
─Yo podría regalarte algo de mi gasolina, claro, si es que quieres salir de lugar y llegar pronto a casa.
No tuvo más opción que aceptar. De verdad, quería irse rápido y alejarse de ese extraño sujeto.
Regresó al vehículo, lo parqueó al lado del suyo y sacó un largo tubo de plástico. ¿De dónde lo obtuvo? ¿Por qué? Amablemente le regaló de su gasolina y le dejó ir… vivo. Sin percatarse, ojos observaban la escena completa y, después, desaparecieron.
Cuando llegó a casa ─una residencia de apartamentos para estudiantes─, puso su celular a cargar, tiró sus cosas, sin importar adónde fueran a parar y se acostó en su cama. Había sido un día pesado.
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Cuando despertó, enfrentó uno de los peores desafíos que un joven pueda enfrentar estando en casa: el aburrimiento. Ruki ─como sus amigos apodaban─, fue a su tienda de libros favorita, era vieja y pasaba desapercibida, pero le encantaba estar allí. Mientras buscaba libros que captaran su interés, un hombre de traje inmóvil, junto a un estante de tesis de medicina, tenía los mismos ojos que aparecieron en el bosque. Más que poco perturbado por aquel sujeto, Ruki abandonó la tienda.
Una vez en casa, vio televisión, leyó un par de libros ─ninguno de los que compró ese día, tenía poseía muchos libros─, conversó animadamente con sus amigos mediante un chat grupal. Era casi media noche, cuando decidió dormir, pero escuchó un estruendo provenir del exterior; él sabía que no era buena idea acercarse a ver, así que, fue al baño por una píldora para dormir, después, cayó en un profundo sueño.
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Una semana después, una vez más se preparaba para salir de la casa. Recordó las noches de la semana pasada, todas llenas con ruidos estridentes y molestos, que causaron tomara más píldoras para dormir de las que debería. No sólo era eso, tampoco quería exponerse afuera, se sentía observado; sin embargo, su banda favorita liberó un nuevo álbum y ni su paranoia le impediría hacerse con ello.
A lo que Ruki indagaba entre los pasillos de la tienda, limpios y brillantes, el puestesillo de los discos, los ojos oscuros y casi sin vida de aquel ser estaban frente a él, otra vez. Ocultando su temor, tomó la cajetilla que resguardaba el disco, pagó y caminó veloz hacia cualquier sitio, lejos del que le causaba temor.
Esa noche fue igual a las anteriores, escándalo y como si arrastraran algo por la tierra. Estaba cansado de eso, se acercó a abrir la persiana y vio hacia afuera… no había nada. Revisó hasta donde su vista le permitió… nada. Ya harto, gritó tan alto como le era posible.
─ ¡No te tengo miedo, imbécil! ¡Lárgate a joder a otro lado y déjame dormir tranquilo! ─cerró la persiana, un con bufido exasperado giró sobre sus talones para dirigirse a su cama, justo en ese momento, escuchó una voz que apenas reconocía.
─ Así que, no me tienes miedo, ¿eh?
─ ¿Quién eres? ¿Cómo entraste aquí?
─ Dime, ¿tienes a alguien cercano? ¿Familia, amigo, novio? ─ignoró la pregunta y continuó hablando. ─ Según lo que sé, no mantienes contacto con tu familia, tus amigos no están en la ciudad, todos viajaron, excepto tú y… tu novio murió hace tres meses. Qué manera tan triste de pasar las fechas festivas. ─suspiró decepcionado, como si en verdad le afectara la situación de Ruki.
─ ¿Eres un acosador obsesivo o parecido? ¿Es una broma? Porque si es así, permíteme decir que no tiene ni una pizca de gracia. ─Ruki estaba pasando del enojo a la furia, el miedo también estaba presente.
─ Obsesivo, tal vez. ─se encogió restándole importancia. ─Soy un elfo, pero yo nunca bromeo. ─aquella mueca de gravedad, rompió el escepticismo inicial del humano.
─ ¿No se supone que los elfos cuidan el bosque, juegan con las hadas o algo parecido? ─tragó grueso, luego de terminar de hablar, al ver que el autodenominado elfo sacó una daga de entre sus ropajes. Vestía como un humano común, ropa color negro de pies a cabeza, gracias a la ligera luz que se colaba de la calle podía ver un par de orejas puntudas que sobresalían de la melena azabache. ─Oye, tranquilo. Los elfos son amigables, ¿no?
─Depende de qué libro infantil lo hayas leído. ─cada vez se aproximaba hacia Ruki, con postura relajada, pero amenazante, con la daga en alto. ─Hay libros que describen a los elfos como seres de bien, otros, como ayudantes del gordo imaginario come galletas y están aquellos libros que los describen como seres de apariencia horrible, que hacen maldades; a los duendes y los elfos, de hecho, nos ponen en la misma categoría. No obstante, no hay nada más alejado de la realidad. Para no entrar en detalles, diré que hay una parte de nuestra raza a la que no nos importa romper las leyes de la naturaleza.
─Espera, espera. ─pidió, con la respiración agitada. ─ ¿Por qué yo, por qué no otra persona? ─ El miedo le carcomía. A pesar de jamás haber creído en esas mierdas mitológicas, un maldito duende iba a matarlo… por pura diversión.
─ La pregunta verdadera es: ¿Por qué no tú? ─la maldad se dibujó en las facciones de aquel hermoso rostro de piel pálida, labios gruesos, ojos rasgados y mirada inyectada en ─lo que le pareció─ deseos de muerte. ─Bueno, es hora de hacer unos cuantos regalos.
Una mano fue puesta en su boca, sellada con magia. La otra mano empuñó la cuchilla, posó el filo en la piel de su cuello y rasgó su garganta, lentamente, haciéndole sentir intenso y nítido el dolor. Empezó a moverse desesperado, en busca de aire e intentaba evitar seguir sangrando. Su cuerpo fue arrojado al piso sin compasión, entonces, en el dorso de la diestra del intruso distinguió… ¿una marca? No, era similar a un tatuaje… en el cual rezaba AOI.
Un apenas perceptible toque sintió sobre sus labios, era cálido. Entre abrió los párpados, todo estaba oscuro, sólo un brillo azul intenso pudo ver durante unos cuántos segundos. Quiso gritar cuando una intensa corriente abarcó su costado derecho. Su pierna… ya no estaba. Perdió la consciencia, no soportó más.
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El 25 de diciembre, la familia Matsumoto reunió a primera hora a todos sus integrantes, en la casona cabía perfectamente. A ninguno se le hizo raro que faltara alguien en especial, ellos celebraban normalmente. Cuando los infantes se dirigieron al gran árbol decorado a pelear por los regalos respectivos, notaron que había uno dirigido a nadie específico, llamaron a los adultos, curiosos por saber cuál de ellos tendría un juguete extra.
El patriarca de la familia agarró la caja envuelta en papel de regalo, la ubicó encima de la mesa de centro y comenzó a destrozar la envoltura, adentro había una bolsa negra y una hoja blanca que decía: “Espero que les guste mi obsequio, me esforcé mucho para conseguirlo. A lo largo de esta semana enviaré las partes faltantes.”
Sin firma ni remitente. No sabían qué pensar, el señor Matsumoto decidió abrir la bolsa, la cual casi avienta debido al susto. Ordenó que sacaran a los menores de la sala, los demás adultos observaban con horror y asco el contenido, unos apartaron la mirada, otros no podían. Un brazo incoloro, yacía curvado para alcanzar en el pequeño espacio, del dedo índice colgaba un cartelito: “Takanori Matsumoto - Ruki”.
La familia alertó a las autoridades, solicitaron protección y la debida investigación. Los periodistas explotaban la noticia cada que una nueva extremidad era recibida.
Transcurrió la semana, el cuerpo estaba casi completo, sólo faltaba una pieza.
El día 31 de diciembre, diez minutos antes del repique de medianoche, una caja envuelta en papel lustrillo dorado apareció en el recibidor de la casona. De nuevo, el patriarca fue quien tuvo el valor de desvelar el contenido, teniendo una reacción peor a las anteriores. Lloró, no lo hizo cuando le confirmaron que, efectivamente, eran los restos de su hijo; en cambio, al tener frente suyo la cabeza de Takanori ─aquel muchacho que despreció por no comportarse como le dictaban─, se quebró. No era una pesadilla, esta era la realidad. Un cartelito diferente estaba atado a un mechón de cabello cobrizo, esas palabras… no querría volver a escucharlas lo que le restara de vida.
“¡FELIZ AÑO NUEVO!”