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Romanesque por Aomame

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Romanesque

 

Le deseo desconocido

 

La Luna blanca y redonda, brillaba en el cielo apenas estrellado aquella noche. Hideto salió de la casa del brazo de Atsushi hacia el carruaje que les esperaba justo en la entrada. 

 

El cochero abrió la puerta y le tendió la mano para ayudarle a subir, tras un pequeño instante de duda, el muchacho agradeció la ayuda y subió con cuidado al vehículo. Atsushi subió detrás suyo y se sentó a su lado, el cochero cerró la puerta, escucharon sus pasos y sintieron una ligera sacudida del carruaje cuando subió al pescante. Otra sacudida indicó el inicio de su camino, Hideto volteó a ver a su compañero, Atsushi mantenía un rostro neutro, con la mirada hacia el frente, pero al sentir su mirada giró el rostro y levantó ligeramente la comisura izquierda de sus labios.

 

—¿Sucede algo? —le preguntó. 

 

Hideto negó enérgicamente con la cabeza y desvió la vista hacia la pequeña ventanilla del carruaje, tiró de la cortina que la cubría y se dio cuenta del camino por el que transitaban. Uno más bien despejado, casi desierto, lo único que podía ver por momentos eran las sombras de los árboles recortadas en el cielo nocturno un poco más claro que ella; en otras ocasiones sólo había oscuridad.

 

Si sucedía algo, pero no era algo con lo que quisiera importunar a su pareja. Era algo ya común en él y era qué, simplemente, estaba nervioso. Nunca había ido al teatro y no creía que contaran las representaciones de Kabuki de algún festival de primavera en las cercanías de la casa de té. Por supuesto, nunca creyó que asistiría y mucho menos en compañía de un Conde, de alguien tan importante como lo era Sakurai. Temía muchas cosas, pero entre éstas, la que más le preocupaba era hacerlo quedar mal ante, lo que estaba seguro, era la crema y nata de la sociedad japonesa de la época. 

 

A medida que el carruaje avanzaba las sombras de los árboles fueron sustituidos por luces y casas, en tanto que se acercaban al centro de la ciudad. Las calles comenzaron a ser invadidas por el murmullo de las personas, de los zori sobre la madera o los adoquines, de los caballos y carretas que desfilaban por la calle. Y mientras que eso ocurría, el nerviosismo de Hideto se iba incrementando; y sólo atinó en repetidas ocasiones a estrujar entre sus dedos el abanico que hacia juego con su indumentaria.

 

Atsushi percibió el ligero temblor casi imperceptible de los hombros del muchacho, y justo antes de llegar al teatro, deslizó su mano suavemente sobre los nudillos de Hideto que apretaban con fuerza el abanico. El toque aunque sutil, sobresaltó un poco al omega, quien dio un respingo y volteó a verlo con sorpresa en el rostro. Sakurai le sonrió suavemente e insistió en su caricia. Hideto respiró un poco más tranquilo y aflojó su agarre sobre el abanico, de esa manera, Atsushi pudo tomar su mano, acunarla entre sus dedos y llevarla lentamente sobre sus labios, le besó el dorso y al levantar el rostro volvió a sonreírle. Aquella acción sosegó un poco el ánimo de Hideto, pero no eliminó las preocupaciones. 

 

El carruaje se detuvo y tras unos instantes el cochero volvió a abrir la puerta, Atsushi soltó la mano de Hideto y en su lugar tomó su sombrero de copa, su bastón y sus guantes. Bajó tranquilamente del carruaje. Se colocó el sombrero y se acomodó la capa sobre los hombros antes de apoyar el bastón sobre el suelo con esa elegancia innata suya. Las personas alrededor de la entrada al teatro detuvieron sus charlas por un momento al verlo llegar, como si les hubieran cortado la respiración. Hubo una expresión general de solemnidad y admiración, ahí, frente a ellos estaba el famoso Cuervo Negro, el hombre de guerra y de paz. Ahí, estaba el Conde viudo semi-auto-exiliado, quien trabajaba junto con otros nobles en la recuperación del país tras la guerra que los había desgastado en gran medida. Ahí estaba y al parecer no llegaba solo. Las miradas curiosas aguardaron, aunque impacientes y ávidas, para ver quién era la persona que bajaba del carruaje. Esperaban a una noble dama e hicieron sus conjeturas en silencio, había bastado un solo segundo para fabricar decenas de opciones.

 

Hubo una exclamación general contenida cuando Hideto bajó del carruaje. No esperaban que fuera un desconocido, pero tampoco esperaban que se tratara de alguien tan hermoso. Vestido con ese elegante kimono oscuro con flores violetas, con zoris laqueados y tabis pulcramente blancos; con el pelo negro cual ébano recogido sencillamente y adornado con una peineta; y con un rostro de finas facciones, armoniosas, suaves y más que sólo agradables; aquel joven con toda la apariencia de un omega de elite se ganó los susurros de los ahí presentes. ¿Quién era? ¿De dónde provenía? ¿A qué casa de la nobleza pertenecía? Era una hermosa flor que parecía opacar y marchitar a todas las demás. Ninguno habría podido imaginar siquiera que meses atrás había sido una flor escondida en una casa de té de Gion; ninguno habría podido imaginar que aquella flor juvenil y delicada, antes fregaba pisos, lavaba ropa y preparaba comidas para las geishas y maikos. 

 

Hideto miró a su alrededor un poco deslumbrado por aquellas personas tanto como ellas lo estaban de él y el Conde. Vio con asombro los elegantes kimonos, o los trajes occidentales. Notó que había extranjeros y entre ellos mujeres con vestidos hermosos que sólo había llegado a ver en las revistas estadounidenses de Tommy. Se sujetó del brazo de Atsushi y caminó con él lentamente hacia la entrada del teatro. La distancia no era mucha, pero le pareció mucha. Durante el corto trayecto, varias personas se acercaron a ellos y saludaron con profundas reverencias y palabras formales a Sakurai, quien contestaba los gestos con una educación que más que rígida, resultaba natural en él, tan elegante que valía la pena saludarlo sólo para contemplar su respuesta.

 

Se acercaron hombres de estado, y de sociedad. Una mujer anciana de rostro severo y en un kimono de bordados dorados se acercó con una joven y la presentó como su nieta, una omega de alto linaje o algo así escuchó Hideto, al tiempo que sentía una mirada despreciativa por parte de la anciana. Atsushi hizo gala de ser un caballero, saludó con formalidad y suavidad, pero no prestó más atención a la insinuación que Hideto pudo leer, y continuó su camino hacia la entrada del teatro.

 

Algunos otros personajes se acercaron o saludaron a la distancia, incluso hubo ligeros roces por parte de aventurados omegas, quienes a pesar de ver a Hideto a su lado, no perdían la oportunidad para hacer (o intentar hacer) avances con el codiciado Conde. Pero todo ello paró cuando la pareja alcanzó los escalones que conducían al pasillo principal del teatro. Atsushi hizo un alto ahí, sabía que todos detrás de él tenían sus ojos puestos en ellos. No dijo nada, no volteó a verlos. Suavemente deslizó su mano por el cuello de Hideto, tras su nuca y como no queriendo la cosa, apartó la tela del cuello de su kimono, lo suficiente para dejar entrever las marcas de sus dientes en la blanca nuca del muchacho que le acompañaba. Para Hideto fue solo un gesto cariñoso que lo hizo sonrojar, pero para los demás fue una declaración clara y contundente. Tras ello, Atsushi volvió a darle el brazo e ingresaron en el recinto.

 

*** Hideto quedó no sólo maravillado, sino deslumbrado por el teatro y la historia que en el escenario se representó. Salomé le había dejado un nuevo gusto adquirido y sin duda alguna había disfrutado de la experiencia, en especial por la presencia que tuvo en todo momento a su lado, como una sombra protectora a su alrededor. Cuando salieron del reciento, algunas personas, de nuevo, saludaron a Sakurai, un par de hombres de edad, concertaron una reunión con él, por lo que Hideto pudo dar cuenta, eran para tratar temas de negocio o sobre política. Él poco entendía de ello, así que aguardó colgando del brazo de Atsushi mientras él charlaba con ellos. Sakurai, sin embargo, no demoraba mucho, en primer lugar, porque detestaba ser importunado cuando estaba teniendo un momento de recreación o en compañía de alguien más; y en segundo lugar porque no quería que Hideto se sintiera incómodo en una situación más bien sosa. 

 

Tras esquivar a un puñado de gente, volvieron al interior y seguridad de su carruaje. Atsushi golpeó un par de veces con el puño de su bastón en la pared opuesta, para indicarle al cochero que se pusiera en marcha. Los cascos de los caballos resonaron en el suelo y poco a poco tomaron velocidad.

 

—¿Te gustó la obra? —preguntó Atsushi a Hideto, puesto que no había tenido oportunidad de hacerlo. 

 

Hideto sonrió y asintió.

 

—Aunque es un poco trágico —dijo —. Es triste como un amor no correspondido puede llevarte a matar aquello que amas. Es triste.

 

—Así sucede con las obsesiones —opinó Atsushi.

 

Hideto asintió entusiasmado, y continuó hablando de la obra, de lo maravilloso de la escenografía y de los vestuarios, las actuaciones y hasta las butacas del recinto. Estaba completamente emocionando narrándolo todo, dando sus impresiones y logró sacar una sonrisa en el rostro serio del Conde. Cuando se dio cuenta no pudo evitar sonreír también y en ese momento sintió calor. Un calor que pareció surgir de su interior hacia el exterior. Fue como un bochorno o algo parecido, lo atribuyó a su emoción y a esa sonrisa que había provocado. Sintió las mejillas rojas y también algo de vergüenza, desplegó el abanico y se echó aire, tratando así de disminuir el calor que sentía en todo el cuerpo. 

 

Hideto se sintió todo el camino de regreso algo inquieto, aunque no podía explicar la razón de ello, sin embargo hizo todo lo que estuvo a su alcance por mantenerse tranquilo, al menos, en el experior, puesto que no quería causarle ninguna molestia a su Danna o, debería decir (como éste le había dicho) su pareja. El pensamiento lo hizo sonrojarse más y trató de ocultar su turbación mirando hacia la ventanilla.

 

Al llegar a la mansión, Sakurai tomó la mano de Hideto y le llevó directo a su habitación. El muchacho se sintió un poco preocupado ahora. Otra vez estaba en ese lugar que no era la habitación que le habían destinado, entendió que era bienvenido ahí cuando el Conde quería tener intimidad con él. No era algo que le molestara, aceptaba ese hecho, porque de alguna manera esta predispuesto a ese trato. Pero, por otro lado, le gustaba pensar que estaba ahí por una razón diferente, una que quizás involucrara eso que Atsushi le había dicho sobre ser pareja. Cosa que aún no podía creer. 

 

Como fuese, no tenía la iniciativa para preguntar. Si Atsushi era sólo su danna, ¿con qué derecho cuestionaba sus deseos? ¿No sería merecedor de un castigo por ello? Y si era su pareja, no tenía objeción alguna con estar ahí, por el contrario, le hacía feliz y quería yacer con él.

 

Atsushi, ajeno a los pensamientos de Hideto, al cerrar la puerta, comenzó a desnudarlo. Le quitó una a una las prendas de su elegante atuendo, y en todo momento percibió el ligero temblor que sacudía a su flor de Alelí. No le dijo nada, para no ponerlo más nervioso, pero le causaba cierta hilaridad que a pesar de no ser la primera vez que compartirían cama, seguía siendo tímido. 

 

Entonces, fue cuando se disponía a quitar el fondo blanco, la última prenda antes de descubrir, finalmente, algo de piel; que notó algo diferente. Y lo comprobó al retirarla y descubrir el cuello blanco y grácil del muchacho. El aroma característico del omega se había concentrado un poco más y la marca en la parte trasera de su cuello tenía los bordes un poco rojizos, incluso se sentía caliente más ahí que en el resto de la piel circundante. Comprendió que el celo de Hideto estaba por llegar. Sakurai reconocía el momento; tenía experiencia en ello. Había vivido los calores de su esposa y la manera en la que el lazo le afectaba a él también, así que no tardaría en sentir lo efectos.

 

—¿Lo puedes sentir? —preguntó Sakurai, rozando con las yemas de sus dedos las tetillas del muchacho, quién levantó el rosto hacia él, completamente rojo.

 

—¿Eh? ¿Qué cosa?

 

Sakurai sonrió, sabía que Hideto no sabía nada de aquello, que incluso se consideraba defectuoso, por lo tardío de su celo, pero éste estaba por llegar, al fin. Y aunque el celo era algo instintivo y orgánico, Hideto no tenía noción de éste ni de sus señales. 

 

Atsushi deslizó sus manos hasta la cadera del muchacho y lo atrajo hacia él, contra su cuerpo; y le atrapó los labios en un largo beso, que subió un poco más la temperatura del omega y tensó todo su ser. El beso del Cuervo Negro se deslizó hacia la oreja de Hideto, donde le susurró:

 

—Tu celo está próximo. 

 

Hideto se estremeció y sintió que algo oprimía su pecho. No podía ser, se dijo, él pensaba que nada de eso pasaría ya. Además, no tenía idea de porque Atsushi decía aquello, ¿cómo podía darse cuenta? En la casa de té nadie hablaba del celo, puesto que todos ahí eran betas, bueno, a excepción suya; y aunque la señora Arikawa hiciera incapie en su condición de omega y le dijera algunas cosas al respecto, ciertamente, la información nunca se profundizó en sus conversaciones, dedicadas en su mayoría a sus tareas domésticas.

 

—No... no puede ser...—murmuró. 

 

Atsushi le sonrió y lo llevó a la cama, donde lo depositó y empotró. Lo besó de nuevo en la boca como diciéndolo que ya lo vería, no podría escapar de ese momento. Llegaría pronto y el institnto le diría qué hacer, aunque por el momento tuviera muchas dudas al respecto. Sakurai sabía lo que pasaría con el lazo que habían formado. Había tardado tanto tiempo en desear formar otro, después de la muerte de su esposa, de sentir como el lazo desaparecía... había sido una agonía particularmente dolorosa y sin el merecido descanso que suele traer la muerte. Podía recordar la frustración, el dolor, la culpa que albergó dentro de sí cuando la tragedia sucedió, creyó perder la cabeza y quizás lo hizo.

 

No había querido nada, hasta que ese joven apareció frente a él. No pudo dejar de verlo, era como una joya brillante en medio de la oscuridad. Lo quiso para él casi de inmediato, como si algo dentro de sí hubiera encontrado lo que necesitaba para salir a la superficie. Sobreponerse al dolor no era suficiente para vivir, ahora tenía que retomar esa vida. Y quería retomarla, reconstruirla, con ese chico que se retorcía sobre sus sábanas blancas.Recorrió con sus manos aquel cuerpo suave y lentamente, parecía reaccionar con más presteza e intensidad ante las caricias. Cuando lo giró sobre su estómago y le instó a apoyarse en sus rodillas comprobó que ya estaba bastante húmedo. Deslizó sus dedos entre las nalgas del joven omega y se dio cuenta de lo resbaladizo que estaba el camino a su interior, y no tuvo que invertir demasiado tiempo en dilatarlo. 

 

Hideto tenía el rostro hundido en una almohada, la espalda arqueada, y el trasero bien arriba, mientras sus piernas temblaban dando cuenta del placer que sentía. Atsushi le separó las nalgas y lo penetró sin pausas, con cierta premura. Llegó hasta el fondo y Hideto tembló, se sentía al borde, a nada del orgasmo. Luego, el miembro grueso y caliente salió de su interior para volver a él y golpearle por dentro. Se sentía tan bien que gimió y lloró incontrolablemente, y cuando se corrió se estremeció por completo. Atsushi sintió como lo apretaba y supo que llegaría a su orgasmo también, cuando se sintió ahí, retiró su miembro y eyaculó sobre la baja espalda del muchacho. No supo por qué, puesto que bien pudo haberlo hecho dentro de Hideto. Aun no, pero pronto, podría impregnarlo y...

 

Hideto no lo notó, estaba demasiado inmerso en el orgasmo aún, que sólo reaccionó cuando Atsushi lo atrajo hacia sí y lo abrazó en la cama. Algo era seguro, poco a poco el lazo se volvería más estrecho.

 

 

 

Esa semana, la convivencia fue amable, tranquila y muy agradable. Hideto estaba contento de poder pasar mucho tiempo con Atsushi y se sentía cada vez más seguro de sí mismo frente a el Conde. Un día, después de que Sakurai se había marchado a una junta de algo que Hideto no entendió, pasó algo que lo asustó. 

 

El calor que había sentido después de la ida al teatro, regresó. Pero el bochorno no pasó, se intensificó. Sintió su cuerpo arder, tembló y de pronto su mente se llenó de un solo deseo: ser tomado. Deseaba que Atsushi llegara y le arrebatara la ropa, que lo pusiera sobre sus rodillas o sobre su espalda, que le separara las piernas y las nalgas, que lo penetrara profundo y fuerte. Deseaba tanto ser llenado por el pene del alfa, sentir su bulbosa cabeza, su grueso tallo frotando su interior, pero, sobre todo, deseaba que derramara en su interior toda su simiente, hasta que el semen goteara y resbalara por el interior de sus muslos.

 

Tales deseos tan impropios e impropios lo estremecieron, lo intimidaron de sí mismo. No entendía que le estaba pasando y corrió asustado a su habitación, donde se ocultó. ¿Acaso era su celo? ¿Así era cómo se sentía? ¿O estaba enfermo y no lo sabía? ¿Acaso se estaba muriendo?

Notas finales:

Espero que les haya gustado. 

Disculpen el año de espera XD

Mi amiga y yo andamos retomando proyectos jaja a ver cuanto nos dura la inspiración. 

¡Nos estamos leyendo!


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