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50 Juegos de Codicia y Poder (Ego contra Ego) por ErickDraven666

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Capítulo 11

Entre semana

Pasaron los días y tanto Christian como Edward estuvieron constantemente en contacto el uno con el otro, y aunque ninguno de los dos intentó planificar un encuentro furtivo, tampoco hicieron el esfuerzo por verse, ya que para ambos parecía ser más que suficiente el tener que soportarse dos días y medio cada fin de semana, aunque la realidad era que aquel par de tercos deseaban verse tanto que no conseguían el modo de hacerlo casual y no tener que expresarlo con palabras.

Christian desde su oficina no dejó de pensar en la contienda de ajedrez, la conversación entre ambos y como Edward lo había dejado boquiabierto ante la extraordinaria explicación musical que había hecho de su funesta composición, la cual el magnate intentó reconstruir durante todas las noches en su piano, escribiendo la partitura pero al parecer, se le dificultaba recrear algo que había salido en su momento, completamente improvisado.

“Espero tenerla lista para el próximo fin de semana” Pensó el ocupado hombre, quien releyó varios de los contratos finiquitados el día martes, alegrándose por las extraordinarias ganancias que darían todo aquel nuevo negocio que tenía entre manos, tarareando la melodía con la que intentaba hacer una partitura de piano, nombrándola exactamente como Edward la había llamado, 50 sombras de Grey, recordando lo que el chico le había dicho.

—… Ocultas muchas cosas, Christian… te escondes tras las sombras de un pasado que intentas dejar atrás pero no puedes… muchas sombras perturban tus sueños. —Suspiró mirando a un punto muerto, sintiendo que de algún modo bastante incomodo, Edward parecía estar aprendiendo a desnudar su mente y su espíritu.

“Eso que estás haciendo conmigo no es bueno, Edward” Se dijo así mismo internamente, odiándose por dejar que un jovencito leyera así su interior, aunque por supuesto Christian no sabía que el vampiro podía exactamente estar dentro de su cabeza. “No solo has aprendido a leerme en tan poco tiempo, has conseguido perturbarme toda la semana restante, aunque he intentado en lo posible, no pensar en ti” Bajó la mirada para seguir leyendo el documento, escuchando su celular timbrar varias veces, notificándole una llamada entrante.

Respondió sin tan siquiera ver la pantalla de su Android, manteniendo los ojos enfocados en los contratos, respondiendo como siempre lo hacía, con total frialdad.

—Christian Grey al habla… —Pasó cada una de las hojas del contrato que releía, dándole los últimos vistos buenos, escuchando la respuesta del otro lado de la línea.

—Tan petulante como siempre, Christian… jamás cambias. —El aludido, dejó de leer el contrato al percatarse de que se trataba de Elena, su mejor amiga y ex amante.

—Hola… Lo siento, nunca imaginé que serías tú… jamás me llamas a esta hora —Se recostó de su elegante y confortable silla ejecutiva, sonriendo con total agrado.

—Bueno querido, ya que Mahoma no va a la montaña, la montaña llama a Mahoma. —Aquel refrán hizo sonreír a Christian—. Cuéntame, pequeño… ¿Cómo van tú y tu “hipotético” sumiso? —La forma en la que Elena había dicho aquello, consiguió cierta incomodidad en Christian, acotando a continuación.

—Pues mi hipotético sumiso, comenzó sus días de sumisión con un “no” tan hipotético desayuno de doscientas calorías, para luego comenzar un falso rol de sumisión que terminó con un Ball Gag destrozado, una fusta rota y mi frustración por el suelo—. Christian pudo escuchar la risa siseante de la rubia, prosiguiendo con su relato—. Luego quise darle por el lado bueno y lo intenté deslumbrar con Charlie Tango.

—¿Y funcionó? —Christian le explicó que en su momento había funcionado pero que luego el chico terminó destrozando una de sus barras extensoras, al igual que la cama, la cual habían ido a reparar en el transcurso de la semana—. ¡Vaya!... Si no hubiese conocido al joven en cuestión pensaría que me estás hablando de una bestia. —Christian puso los ojos en blanco ante la acotación de su amiga, deseando decirle que él también pensaba lo mismo, aunque el archivo médico del muchacho, mostrase tantas anomalías que lo hacían ver ante sus ojos, vulnerable.

—Edward es un poco desconcertante he de admitir. —Se incorporó de su puesto, encaminándose hasta la ventana panorámica, introduciendo la mano que tenía libre, dentro del bolsillo de su pantalón—. Unas veces es tan agradable su compañía y en otras ocasiones deseo arrojarlo por el balcón del pent-house. —Elena rió por lo bajo.

—Bueno querido debes darte cuenta de algo. —Christian preguntó sobre que debía de percatarse—. Edward no es Elizabeth, ni Patricia, ni Leila y mucho menos es Anastasia. —El pensativo hombre contempló toda la ciudad desde la hermosa vista panorámica, escuchando la acotación de Elena—. Él es un hombre muy inteligente, educado y con estudios, muy guapo, y bastante seductor, hasta me pareció enigmático, como si ocultara algo… ¿no te parece? —Sin duda el magnate pensaba igual que su amiga.

—Si… de hecho le he pedido a Taylor que lo investigue pero ha logrado muy poco. —A lo que Elena alegó.

—Y es justamente ese misterio lo que lo hace atrayente, sus enfermedades y padecimientos me hacen pensar que son solo disfraces que intentan disipar la verdadera imagen de lo que es Edward Cullen. —Christian alzó una de sus cejas, preguntándole a continuación.

—¿Desde cuándo eres pitonisa? —A lo que la despampanante rubia respondió.

—Más sabe el diablo por viejo que por diablo, Christian querido y si algo me ha enseñado la vida es que todo lo atrayente, lo enigmático y deslumbrante, guarda en su interior un lado oscuro… sino, mírate a ti mismo… con tantas sombras y resultas ser la manzana con la que Eva termina provocando a Adam, incitándolo al pecado. —Christian no pudo evitar soltar una risita odiosa, negando con la cabeza—. Ríete, Chris… Pero cuando tus sombras y sus misterios se fusionen dándole paso a la apertura de la caja de pandora, seré yo quien se ría al final. —El serio e incómodo magnate no supo que decir, bajando la mirada—. Faltan veinte minutos para la hora del almuerzo, ¿Por qué no sales de tu oficina, compras sushi en cantidades sustanciosas y vienes hasta acá?, nos deleitamos con un buen vino y de paso te cortó el cabello y la barba que ya deben estar bastante crecidas.

Christian rascó su quijada, percatándose de cómo en efecto su barba estaba comenzando a crecer, sonriendo al ver como Elena parecía tenerle un GPS estético, el cual le notificaba cuando el multimillonario necesitaba de sus atenciones de estilista, respondiéndole después de ver la hora en su costoso Rolex.

—Perfecto… te llevaré el mejor Sushi que hayas probado en tu vida, Elena. —A lo que la señora Robinson respondió, antes de culminar la llamada.

—Y yo te esperaré con el mejor vinotinto que has bebido en tu vida, mi adorado Christian.

 

Edward por su parte, se encontraba con su grupo de estudio, el cual debía entregar en equipo un trabajo sobre los posibles medicamentos a recetar, dependiendo de cada uno de los trastornos, de acuerdo a los parámetros establecidos en la Asociación Estadounidense de psiquiatría.

—¿A ver qué te parece esta conclusión sobre el primer tema, Edward? —preguntó Cecilia, una de las compañeras más aplicada de la clase, intentando llamar la atención del apuesto vampiro, el cual respondía uno de los mensajes de su padre—. El cambio de antipsicóticos es un hecho frecuente en la práctica clínica y está sujeto a potenciales complicaciones clínicamente relevantes… Un grupo de expertos seleccionados por la Asociación Estadounidense de psiquiatría ha revisado y discutido las pruebas provenientes de los ensayos clínicos y otros artículos relevantes para llegar a unas recomendaciones de consenso sobre el cambio de antipsicóticos. —Edward guardó el celular dentro de su bolsillo, tomando la libreta de la chica, tachando las palabras redundantes, notificándole por cuales debía cambiarlas y explicándole que debían extender un poco más la conclusión, dándole unos cuantos consejos más, escuchando los pensamientos de uno de sus compañeros.

“¡Ahí sí, soy un genio!… el mejor de la clase y por eso todas quieren conmigo” El chico volteó la cara de mala gana después de darle una mirada desdeñosa al vampiro. “Maldito idiota, como si no supiéramos que tienes un papá rico que paga para que todos los profesores te la chupen” Edward apretó los labios, ante los envidiosos pensamientos de aquel muchacho, tomando la libreta de la chica, posándola frente al cretino.

—A lo mejor Dylan tenga mejores ideas que nosotros. —El aludido abrió los ojos en un gesto de asombro, contemplando a Edward y luego a Cecilia—. ¿Qué dices, Dylan?... ¿nos ayudas? —El joven tragó grueso.

—Aaammm… yo solo me encargo de la transcripción y buscar las imágenes, ustedes de redactar y conseguir la información… ¿No?... en eso acordamos. —Quiso salirse por la tangente.

—Así cualquiera aprueba, Dylan. —Acotó David, el cuarto integrante del grupo, mirando de malas al envidioso muchacho—. Nosotros hacemos el trabajo intelectual y tú el fácil… así cualquiera se gradúa. —Edward sonrió ante la acotación del muchacho, mirando retadoramente a Dylan, esperando alguna respuesta de su parte, siendo Cecilia quien hablara.

—Es mejor que Edward y yo hagamos el trabajo de redacción, con lo inútil que es Dylan, de seguro reprobaremos. —El odioso muchacho se incorporó de la mesa, notificándoles a todos que iría a comprar algo de comer, mientras David contempló la pared de vidrio que dividía la cafetería con el exterior, justo cuando Edward se percató de los pensamientos de los recién llegados.

—Aamm… Creo que las dos personas que nos miran fijamente desde afuera son tu familia, Cullen. —Edward volteó el rostro hacia atrás, encontrándose a Alice y a Emmett contemplándole con una amplia sonrisa en sus labios.

—Aahh… sí, debo irme. —Se incorporó de su relajada postura—. Vas bien encaminada, tú sigue redactando y luego David y yo te daremos el visto bueno o vemos si hay algo que cambiar… ¿Vale? —Cecilia asintió, regalándole una de sus tontas sonrisa de niña enamorada—. Nos vemos mañana chicos, bye. —Edward salió de la cafetería, observando cómo sus hermanos comenzaron a acercárseles, sin dejar de darle miradas furtivas a los nuevos amigos del vampiro—. ¿Puedo saber que hacen ustedes aquí?

Preguntó el apuesto vampiro dejando que Alice se le guindara como monito circense del cuello, llenándolo de besos, siendo Emmett quien chocara su mano en contra de la de Edward, para culminar su saludo con un apretón de manos.

—Vinimos para que Alice te avergüence delante de tus nuevos amigos. —Emmett señaló al interior de la cafetería, mostrándole a Edward como sus compañeros de clase le observaban.

—No digas tonterías. —Acotó la vampiresa sacándole la lengua a su atolondrado hermano—. Vinimos porque queríamos verte. —Por alguna extraña razón Edward no creía en las palabras de su hermana, ya que la chica no dejaba de tararear una canción en su cabeza, intentando no pensar en lo que se estaba tramando—. Vinimos en el auto de Carlisle por si hacia sol, pero hoy está nublado, perfecto para que los tres demos un paseo. —Alice se aferró del brazo de Edward, encaminándolo hasta la salida del complejo universitario, mientras Emmett se percataba de cómo varias chicas les observaban.

—Esto me recuerda a los años en Ámsterdam en donde Rosalie y yo estudiamos en la universidad de aquella hermosa ciudad. —Para ese entonces, ambos vampiros se encontraban de luna de miel y habían decidido separarse un tiempo del clan Olympic, siendo aquel nombre con el que se le conocía al clan de los Cullen. —¡Por cierto!... Rosalie está empeñada en un nuevo viaje a Vancouver… —Emmett arrugó la cara—. Yo no quiero ir, le dije que porque no se iba con Jasper, ya que a ambos les encanta tanto viajar y conocer el mundo.

Tanto Edward como Alice se vieron las caras sin decir nada, siendo la dulce vampira quien bajara la mirada, observando sus pasos, mientras los tres salieron de la universidad rumbo a las calles de Seattle, siendo el apuesto joven de cabellos cobrizos quien se percatara por medio de los pensamientos de su hermana, lo que había pasado justo cuando Emmett se había rehusado a aquel viaje.

Toda la familia Cullen se encontraba reunida en el salón principal, Alice estaba frente al computador escribiendo una de sus tantas historias, intentando olvidar los recuerdos de aquella tarde de lectura junto a Sam, ya que al parecer, Jasper podía percibir sus inquietantes sentimientos de júbilo y dicha que embargaban a la hermosa inmortal, intentando no demostrarle a su esposo que algo la tenía realmente feliz, no siendo él, aquel motivo de dicha.

Rosalie ojeaba una revista turística, mientras Jasper simplemente pasaba el rato intentando canalizar los sentimientos de todos a su alrededor, sin dejar de mirar tanto a Alice como a su hermana Rose, siendo ellas dos el motivo principal de su malsano juego, mientras Carlisle leía y Esme miraba una película romántica, recostada del hombro de su esposo.

Emmett arribó a la casa todo lleno de grasa y gasolina, notificándole a su esposa que había estado cerca de la reservación con Sam, Seth y Bella, intentando arreglar varias de las motocicletas de los Quileutes, disculpándose por las fachas.

—Pero querido… ¿Desde cuándo eres tan amigo de los perros? —preguntó Rosalie, mirándole de arriba hacia abajo, negando con la cabeza ante su impropio comportamiento.

—Yo no le veo nada de malo, Rosalie. —Acotó Carlisle cerrando el libro que lo había mantenido bastante embelesado—. Siempre he intentado que esa rencilla entre ellos y “los fríos”, como nos llaman los Quileutes se termine de una vez por todas. —Esme se incorporó de su calmada postura sobre el hombro de su esposo, mirando a su hija.

—Carlisle tiene razón, Rosalie… de hecho veo la adopción de Bella como algo positivo. —La odiosa rubia arrugó la cara, al escuchar aquel nombre—. Bella tuvo dos hijos con uno de ellos y por más que Jacob diga que no le dejara verles, ella tiene derechos sobre los niños. —Señaló a Jasper—. Ya tu hermano está resolviendo ese inconveniente… ¿No es así Jasper? —El aludido se sobresaltó al verse expuesto delante de su amada hermana Rosalie, ya que Esme le había pedido el favor de resolver aquel inconveniente legal con los niños, de lo que por supuesto Rose no tenía el más mínimo conocimiento.

—Aaamm… sí, Eeemmm… —Miró a Rosalie y luego a su madre adoptiva, asintiendo a sus palabras—. Estoy tratando el caso de Isabella como me lo pediste, Esme. —La aludida, asintió más que complacida, mientras Rosalie lo fulminaba con la mirada.

—Muchas gracias, querido. —La dulce mujer le sonrió maternalmente a su hijo, aunque el vampiro jamás le hubiese llamado madre o padre a Carlisle—. Así que quieras o no emparentaremos con los lobos, Rosalie… porque tu nueva hermana…

—Yo jamás querré a Bella como una hermana, Esme. —El esposo de la malhumorada vampira se acercó a su mujer, exigiéndole que se calmara—… No me da la gana de calmarme, Emmett… el que tú o Alice estén fascinados de tener a Bella como hermana no quiere decir que yo deba estar saltando de dicha. —Se incorporó del sofá al igual que lo habían hecho sus padres, dejando la revista turística a un lado—. Jamás he cuestionado sus decisiones, pero está en verdad es la peor que han tomado. —A lo que Alice alegó, sin dejar de estar enfocada en su computador.

—Pensé que la peor decisión que habían tomado Carlisle y Esme había sido transformarte, Rosalie. —La aludida clavó sus iracundos ojos sobre Alice, quien siguió editando su nuevo capítulo, como si nada pasara—. Tú misma lo dijiste un día… hubieses preferido estar muerta a ser lo que eres.

—Eso fue hace mucho tiempo atrás, Alice. —Espetó la colérica rubia, mientras Emmett intentó controlarla por medio de besos y abrazos—. Ahora valoro cada día de vida inmortal que tengo. —La ofuscada vampira le dio una mirada furtiva a Jasper, el cual percibió de su melliza un fuerte sentimiento de gratitud hacia él, al devolverle la vida con la que ella siempre había soñado tener, el amor incondicional de un hombre que besara el suelo por donde ella pisaba y no la vida de casada que tenía junto a Emmett, quien era tan infantil que su insistente empeño de ser madre, se había desvanecido por completo al tener que lidiar durante tantos años con un niño grande.

—Imagino por qué. —Respondió Alice dándole una mirada de soslayo a su esposo, el cual se había percatado de ello, mirando a otro lado.

—¿Alice? —Llamó Carlisle la atención de su hija, ya que todos en la casa habían acordado que no se diría nada sobre aquel tema, dejando que el destino se encargara de abrirle los ojos a su tonto y ciego hijo Emmett.

—En todo caso, Rosalie… no me interesa si detestas a Bella o no, ella ahora es una Cullen y vas a tener que soportarla. —Notificó Esme en un tono de voz nada maternal, sino completamente autoritario—. A ella, a sus hijos y a los Quileutes… ya que…

—No emparentaré con esos sacos de pulga, Esme… no puedes obligarme. —Tomó entre sus manos la revista que había dejado abandonada en el sofá, mostrándosela a Emmett—. Quiero que tú y yo viajemos de nuevo, cariño… ¿Qué dices? —Comenzó a mostrarle varias opciones—. Me encantaría regresar a Vancouver… o a donde tú quieras, siempre y cuando estemos lo suficientemente lejos de Bella y de estos sarnosos perros. —Emmett arrugó la cara.

—Pero amor… a mí me gusta estar aquí… —Miró a sus padres—. Esme tiene razón, no entiendo por qué el empeño de odiar a los chuchos… ellos son bastante cool, ¿sabes?... deberías tratarlos… Sam es un tipazo y Seth es tan gracioso como yo… —Rió roncamente—. Cuenta chistes como nadie, es un mocoso bastante agradable… sé que si te propones a lo mejor… —Pero a Rosalie ya se le había revuelto el Hale con el Cullen, espetándole de mala gana a su esposo.

—¿Prefieres quedarte aquí y escuchar las idioteces de un montón de perros zarrapastrosos a tener un viaje romántico con tu esposa? —Alice puso los ojos en blanco, no solo al escuchar la odiosa y manipuladora pregunta de su hermana, sino al ver como su esposo los contemplaba a ambos de mala gana, imaginando que él deseaba tener la suerte de su hermano y poder así tener el privilegio de viajar con Rosalie a cualquier parte del mundo.

—No, amor… claro que no, yo te amo… tú lo sabes… es solo que…

—Entonces prepararé todo para el viaje. —Lo abrazó, depositando un dulce beso en sus labios—. Te amo, mi grandote. —Jasper bajó la cara, intentando no canalizar los sentimientos de todos, los cuales por supuesto emanaban cierto estupor y rabia al ver lo manipuladora que podía llegar a ser Rosalie, tan solo para intentar mantener las apariencias.

La rubia se encaminó hacia las escaleras, realizando las llamadas pertinentes a la agencia de viaje, mientras Emmett simplemente bajó la mirada, retirándose del salón principal hacia el garaje, siendo Jasper quien hablara.

—A lo mejor tú y yo deberíamos hacer lo mismo, Alice. —Tanto Carlisle como Esme se vieron las caras, tomando asiento nuevamente en el sofá de tres plazas, esperando la acotación de la muchacha, la cual no dejó de teclear sobre la notebook, respondiéndole a su esposo.

—No, Jasper… no quiero viajar… —El serio vampiro se incorporó de su relajada postura sobre el sofá en donde se encontraba, acercándose a la mesa en la que Alice escribía—.  De hecho te diré algo, Jas… —Dejó de escribir, contemplando el inmutable rostro de su pareja—. Ya sé cómo terminará este viaje de Rosalie a Vancouver. —Guardó el documento y apagó el computador portátil, notificándole al impertérrito vampiro, después de tomar la notebook entre sus manos—. Y te deseo buen viaje, Jasper… y por favor… no me traigas nada… esa horrible blusa que piensas regalarme para resarcir tus errores no la quiero… regálasela a Rosalie… a ella sí le luce el negro. —Se encaminó hacía el bosque en busca de la única persona que al parecer, la hacía sonreír, ya que Jasper ya no la hacía feliz.

Edward abrazó fuertemente a su hermana, mientras Emmett no dejó de parlotear acerca de todo el trabajo mecánico que estaba realizando con los Quileutes, sin percatarse de la complicidad entre ambos vampiros, los cuales deseaban que su hermano abriera los ojos de una vez por todas, y aunque todos sabían que en su momento Emmett se los reprocharía, ellos preferían estar en posición neutral, dejándole todo el veredicto final al corpulento inmortal, aunque Alice sabía que Carlisle no dejaría que su familia se desintegrara por un desliz entre hermanos.

—Bella quiere ser una de las primeras en probar la Mash 125 Black Seven del 2017 que sacamos del deshuesadero. —Aquello llamó la atención de Edward—. Menos mal que ahora es vampira, con lo tarada que es Bella lo más seguro es que se terminara partiendo la cabeza. —Alice no pudo evitar sonreír ante la acotación de su hermano, negando con la cabeza.

—Bueno… parece que Isabella está viviendo la vida que jamás pudo tener de mortal. —Ambos asintieron—. Me alegra que estemos haciendo las paces con los lobos. —Alice alzó irónicamente una de sus cejas.

—Bueno, Eddy… según Bella, Jacob quiere la custodia total de los niños, no creo que eso sea precisamente hacer las paces. —Aquello consiguió el ceño fruncido de Edward—. Pero ya Esme y Carlisle le exigieron a Jasper que intercediera legalmente, ya sabes… aunque deteste a Bella, su odio por los lobos es aún mayor ante cualquier desprecio existente hacia nuestra nueva hermana. —El chico asintió a sus palabras—. ¡Oh… allí está! —Alice señaló hacia su derecha, justo al cruzar en una de las esquinas por las que transitaban, sonriendo con alegría—. Quiero visitar ese salón de belleza, me han dicho que es la delicia de todas las féminas de Seattle.

Edward se tensó al ver que se trataba del salón de belleza de Elena Lincoln, aquel que llevaba por nombre “Esclava”.

—Aaammm… ¿Por qué no vamos a otro? —preguntó bastante preocupado, siendo Emmett quien le mirara bastante extrañado.

—¿Y qué tiene este que no tengan otros?... —Edward no supo qué responder, observando cómo su hermana ya estaba cruzando la calle, sin intención alguna de detenerse, sonriendo con total agrado—. Vamos, hermano, sea este u otro sufriremos igual... —Edward no le quedó más remedio que encaminarse hasta el salón de belleza, rogando porque Elena estuviese lo bastante ocupada como para que su presencia pasara desapercibida, mientras Emmett concluía sus quejas— …Una interminable espera y un montón de mujeres hablando de moda o de lo mal que las tratan sus maridos. —Palmeó la espalda del resignado vampiro, cruzado al fin la calle, rumbo a la estética más prestigiosa de la ciudad.

 

Bella no podía dejar de contemplar lo hermoso que se encontraban sus dos hijos. Anthony, a pesar de su ceguera, sonreía a cada tanto con una dulzura infantil que tenía derretido a más de uno, mientras que Saralie chupaba uno de sus dedos con total deleite, mirando a su madre, la cual los mantuvo a ambos entre sus brazos.

—Están tan bellos mis bebés. —Tanto Billy como Jacob no dejaron de mirar a la neófita, uno tranquilo y sosegado y el otro con total desprecio y prepotencia, deseando quitárselos de encima, pero la chica había conseguido el permiso de los tribunales para ver a sus hijos y Charlie estaba en la puerta de la casa Black con rifle en mano, consiguiendo que aquello se cumpliera por las buenas o por las malas—. ¿Los viste, Charlie? —El orgulloso abuelo sonrió, asintiéndole a su hija.

—Tan bellos como tú, Bella. —Acotó el policía.

—Saralie se parece mucho a Sara, mi difunta esposa. —Bella no dijo nada ante la acotación de Billy, contemplando ensimismada a sus dos hijos—. Pero el pequeño se parece a Jacob. —Aquello consiguió la desdeñosa mirada de la vampira.

—Anthony no se parece a Jacob. —Tanto Charlie como Billy estuvieron atentos a la posible reacción de sus dos hijos, quienes parecían odiarse tanto como una vez creyeron estar enamorados.

—No se llamará Anthony, Bella… se llamara Jacob Steven y ni tú ni nadie va a cambiar eso. —Espetó el iracundo muchacho sentado frente a Bella—. No pienso permitir que le pongas el nombre de tu chupasangre favorito a mi hijo. —A lo que Bella respondió, incorporándose del sofá en donde se encontraba, entregándole a ambos niños a Billy.

—Te recuerdo que ahora Quil está ciego y que estuve a punto de sacarle la lengua a Paul en Port Angel´s, así que no me retes, Jacob. —Se apartó de la silla de ruedas, mirando retadoramente a su esposo.

—Ya basta, Bella… —Exigió su padre al ver como su hija fulminó a Jacob con la mirada—. Eso no ayudará en nada, sé que puedes matarlos a todos si te lo propones, pero eso solo acarrearía más discordia y disputas entre las razas. —Charlie aún se sentía extraño al hablar de lobos y vampiros, pero esa era su realidad ahora y debía afrontarla—. No creo que Jacob sea tan idiota como para transformarse frente a un jurado y exponer a toda su tribu a la extinción… ¿No es así, Jacob? —El molesto joven bajó la mirada sin decir nada—. Bien… aclarado todo será mejor que nos vayámonos… —Charlie tomó la fría mano de su hija, sintiéndose un poco extraño al respecto.

—Pero, papá… quiero quedarme más tiempo con ellos. —A lo que Charlie respondió, posando su rifle sobre uno de sus hombres, manteniendo la mano de su hija aferrada.

—Podrás verlos cuando gustes ahora, Bella… no tienes restricciones legales que te lo prohíban y en cuanto a las limitaciones que te impusieron los lobos, ya no aplican con mi hija… ¿No es así, Billy? —El mejor amigo de Charlie asintió—. Perfecto… mientras tú no vuelvas a atacar a ninguno de los lobos, puedes entrar a la reservación. —Bella asintió, soltando la mano de su padre, y después de acercarse nuevamente a sus hijos para darles un maternal beso a ambos, se despidió de Billy amablemente, pasándole por un costado a Jacob, notificándole a continuación.

—¿Sabes, Jacob?... Quiero que sepas que fingí cada orgasmo que tuve contigo. —Todos los presentes abrieron desmesuradamente los ojos, siendo Charlie quien más se avergonzara al respecto, mientras Jacob comenzó a temblar, amenazando con transformarse—. Es cierto lo que escuché decir un día de la boca de Jessica, no importa qué tamaño tenga, sino cómo lo sabes usar. —Billy cerró sus ojos con pesar, negando con la cabeza, mientras Jacob le rugió, pretendiendo atacarle, siendo Charlie quien le apuntara al joven con su arma de reglamento, exigiéndole a su hija que dejara de atizar la candela y se controlara.

—No creo haber sido un mal amante, Bella… —Espetó Jacob de mala gana, encimándosele a la joven neófita—. Es solo que tú eras muy… Mmm… fría… —Intentó hacer alusión a que ella siempre había amado a los inmortales, convirtiéndose en un ser frío igual que ellos—. Mírate… —Se apartó de ella, contemplando su nuevo look de cabello cortó y ropa gótica, vistiendo unos pantalones de cuero y una camiseta atada a la cintura, dejando al descubierto su ombligo—. Pareces una marimacha. —Ella sonrió con ironía.

—¡Ay… Jacob!... ¿Crees que eso me duele? —Negó con la cabeza, mientras Charlie le exigía a su hija que ya dejara sus rencillas con Jacob—. Para tu información, es lo que soy… —Miró a su padre y luego a Jacob, culminando sus palabras—. Me gustan las mujeres y no me avergüenza decirlo. —Charlie cubrió su rostro negando con la cabeza, siendo ahora Jacob quien riera irónicamente.

—Entonces no era mi culpa, Bella… era tuya… mi tótem indio puede hacer aullar a más de una mujer. —Jacob, al igual que la mayoría de los muchachos Quileutes, también había fornicado con Leah, la cual en su momento, había vanagloriado el imponente pene del muchacho, alegando que era uno de los mejores que había probado en su vida—. Pero eso no era lo que tú querías… ¿Cierto? —Bella sonrió con desgano—. Tú querías era jugar a la tijereta… ¿cierto?...

—Bueno… ya basta ustedes dos. —Exigió Charlie, tomando a Bella del brazo, incitándole a salir de la casa—. No quiero seguir escuchando nada más al respecto, ustedes dos quieran o no deben congeniar por el bien de esos dos niños o seré yo quien pida la custodia de mis nietos y no dejaré que ninguno de los dos tenga acceso a ellos.

—Pues no creo que Bella les dé un buen ejemplo ahora que es lesbiana, Charlie. —Si algo detestaba Isabella era aquella palabra tan despectiva que usaban las personas para llamar a las mujeres homosexuales o gays, jurándose a sí misma que jamás dejaría que alguien le llamara de aquel modo, el cual ella escuchaba tan vulgar.

—No vuelvas a llamarme lesbiana, maldito perro poco hombre… —Bella pretendió arrojársele encima, pero la rápida transformación de Jacob se lo impidió, abalanzándose sobre la iracunda vampira, posando sus dos patas delanteras sobre ella, manteniéndola a raya sobre el suelo.

—Ya basta, Jacob… aléjate de Bella, ahora. —Charlie le quitó el seguro a su rifle, apuntando directamente a la cabeza del descomunal lobo, el cual miró retadoramente a su esposa, rugiéndole al igual que ella lo hacía con él—. He dicho que la sueltes.

—Suéltala, Jacob. —Exigió el padre del muchacho, justo cuando ambos niños comenzaron a llorar, consiguiendo la repentina reacción de sus progenitores, quienes dejaron de maldecirse con la mirada, para contemplar a ambos bebés llorar a causa de lo que estaba pasando entre sus padres.

Jacob se apartó de Bella, comenzando a transformarse nuevamente en humano, mientras que la preocupada chica se acercó a ellos, tomando entre sus brazos a Anthony mientras que Jacob, después de cubrir su desnudez, cobijó a Saralie sobre su pecho, siseándole para que se calmara.

—Así me gusta… Que ambos piensen primero en los niños antes que en sus estúpidos egos. —Ambos esposos se miraron fijamente a los ojos, sin dejar de mecer entre sus brazos a cada infante, odiándose como jamás imaginaron llegar a hacerlo antes.

—Quiero el divorcio, Jacob. —Espetó Bella.

—Lo tendrás, Bella… no te afanes… —respondió Jacob, mientras ambos abuelos se observaban, poniendo los ojos en blanco, negando con la cabeza.

—Esto jamás parará… —Espetó Charlie, volviendo a ponerle el seguro a su arma de reglamento—. Te espero afuera, Bella… —Tanto Jacob como Bella no dejaron de maldecirse con la mirada, mientras Charlie acotó, antes de marcharse—. Nos vemos luego, Billy.

—Hasta pronto, Charlie… —El anciano se apartó un poco de ambos jóvenes, esperando a que dejaran de mirarse como lo hacían, rogando porque las cosas al fin se calmaran entre ellos y pudiesen congeniar por el bien de sus nietos.

 

Elena volvió a limpiar la filosa navaja con la que afeitaba a Christian, secándola en la impoluta toalla que reposaba sobre el pecho de su apuesto amigo, intentando mantener en él una imagen pulcra e impecable, siendo la hermosa mujer la única persona a la que Christian le permitía tocarle con tanta familiaridad como para dejarse acicalar por ella.

—Entonces el joven Cullen es todo un chico prodigio. —Acotó la rubia, mientras pasaba delicadamente la navaja de afeitar por una de las mejillas del relajado hombre, el cual estaba disfrutando de los mimos de su amiga.

—En cada conversación que tengo con Edward, me demuestra que no es un joven cualquiera, es muy inteligente, incluso podría decir que mientras converso con él siento que estoy hablando con alguien mucho mayor que yo. —Elena sonrió, limpiando nuevamente el exceso de espuma de afeitar y vellos en el agua tibia del lavabo, secándola una vez más con la toalla.

—Yo también lo noté, incluso podría decir que Edward es un poco chapado a la antigua. —Christian se asombró ante la acotación de su amiga—. Ya que con lo que me comentaste en el almuerzo, debo decir que me parece muy extraño que un joven de su edad se niegue a decir palabras impúdicas como mamar o coger… cuando la mayoría de los chicos de hoy en día solo saben decir vulgaridades, incluso son muy usadas en las letras de esas horribles canciones de Reggaetón. —Christian sonrió, asintiendo a sus palabras—. Es un poco mojigato he de admitir.

—Sí, lo es… —Pensó en todo aquello, observando cómo su mejor amiga tomó una de las dos copas de vino que reposaban en la peinadora de la peluquería, bebiendo gustosa de esta—. Creo que en parte ese debe de ser un poco su atractivo. —Elena alzó una de sus cejar, dejando la copa nuevamente en el mobiliario, sonriendo con socarronería—. No mal interpretes mis palabras, Elena…

—Yo no estoy mal interpretando nada querido, es solo que eso se escuchó tan sexy que hasta me dio escalofríos—. Ambos rieron, siendo Christian quien negara con la cabeza.

—Jamás cambias, Elena.

—¡Oh… Y jamás lo haré, rey!... Si no lo hice con mi esposo cuando estábamos casados, menos ahora que estamos divorciados y no tengo que rendirle cuentas a nadie—. Bebió nuevamente de su copa de vino, acercándose una vez más a Christian, comenzando a afeitarle el otro lado del rostro, posándose a sus espaldas—. Y dime algo… —Pasó lentamente la hojilla por la mejilla de su amigo, apartándose de él para limpiarla nuevamente en el lavabo frente a ellos— …Después de su repentina erección, ¿no pasó nada más entre ustedes? —Christian negó con la cabeza.

—Después de aquel embarazoso momento para él, fue que lo traje hasta acá para que le conocieras. —Elena asintió—. Luego ocurrió lo de la disputa por el pago del juego de ajedrez…

—La tonta disputa por un estúpido juego de ajedrez… —Acotó ella intentando sonar odiosa y molesta.

—¡Como sea!… Luego jugamos un partido que terminó en terapia hasta el momento de su partida. —Christian no se percató de aquel semblante triste que había puesto al decir aquello, pero Elena ya había notado a la perfección como su amigo parecía haber sentido cierta añoranza y tristeza al recordar que después de eso, no se habían visto más.

—Pero se han hablado por teléfono… ¿No? —Christian asintió a la pregunta de su amiga—. ¿Y porque no han quedado para verse entre semanas? —El serio magnate no dijo nada, contemplando a su amiga por medio del espejo—. Mmm… imagino que tu orgullo y el de él miden lo mismo. —Al decir aquello pasó la navaja por la entrepierna de Christian, haciendo alusión al tamaño de sus penes, lo cual era igual que decir, el tamaño de su orgullo y arrogancia masculina.

—Bueno, Elena… —Se tensó un poco ante la leve caricia del filoso artefacto—. No se ha dado la oportunidad, tanto él como yo hemos estado un poco ocupados y la verdad es que… —Justo en aquel momento la puerta de la prestigiosa estética se abrió, dando paso a tres clientes nuevos o eso pensó Elena, alzando la mirada, mientras Christian concluía— …No sé qué pretexto poner para que nos veamos. —A lo que la despampanante rubia de traje rojo escarlata y tacones altos, argumentó con una amplia sonrisa.

—Creo que ya no tienes que poner ninguna excusa… querido mío. —Aferró del mentón a Christian, movilizando su cabeza hacía un lado, para que se percatara del arribo de su nuevo amigo y sumiso, consiguiendo que el asombrado multimillonario se tensara, sintiendo un vuelco en el estómago y una repentina arritmia cardiaca.

—No puede ser… —Soltó Christian por lo bajo, intentando incorporarse de su puesto, contemplando tanto a Edward como a sus acompañantes, sin saber a ciencia cierta quienes eran—. No vayas a hacer o a decir algo que… —Pero Elena ya había comenzado a caminar hacia los recién llegados, los cuales se habían acercado a la parte de la estética en donde se realizaban las manicuras, siendo Alice quien hablara con la encargada de aquella zona, mientras que Edward era el primero en percatarse tanto de la cercanía de Elena como de la presencia de Christian en el local.

—Quiero hacerme la mejor manicura del mundo y me dijeron que aquí son especialistas en eso. —Acotó Alice, siendo Elena la que respondiera por la joven del otro lado del mostrador.

—Y no se equivocaron al decirte que somos los mejores en eso, querida. —Edward volteó a ver a la exuberante rubia de labios prominentes y caderas redondeadas, sonreírle a su hermana—. Nosotros no hacemos manicure, creamos arte en tus manos. —Alice comenzó a dar saltitos de alegría, mientras que Emmett no dejó de ver a la voluptuosa mujer, la cual enfocó rápidamente sus ojos en Edward, alegando a continuación—. Hola querido, que gusto verte. —Posó un par de besos en cada una de las mejillas del tímido vampiro, aquel que correspondió con una sonrisa y un abrazo.

—Hola Elena. —Fue el corto saludo del muchacho—. Me alegra mucho volver a verte. —La sonriente rubia asintió, alegando que ella también estaba encantada de verle por su estética—. Mi hermana se empeñó en venir a tu salón de belleza y…

—¿Tu hermana? —Edward asintió, mientras Elena observaba a Alice—. Vaya… tan guapa como su hermano. —Se acercó a la menuda chica, saludándola con un beso—. Y tan fría. —Se estremeció.

—Sí… es que Emmett sufre de calor y venía con el aire acondicionado a todo lo que daba. —Señaló a su musculoso hermano.

—¡Vaya!… —Se acercó a Emmett mirándole los monumentales brazos que se gastaba—. Esta familia sí que tiene buenos genes. —A lo que el atolondrado vampiro acotó con su típica jocosidad.

—Y eso que somos adoptados. —Soltó una de sus risotadas, consiguiendo que Elena no solo se riera junto a él sino que también se asombrara.

—¿En serió?... entonces tú y Christian tienen más en común de lo que pensé. —Emmett volteó a ver a Edward, el cual rogó internamente porque sus hermanos no fuesen a decir nada indebido delante de Elena, siendo precisamente ella quien volviera a hablar—. Por cierto… —Señaló con la navaja de afeitar a Christian, quien esperaba a su amiga para que culminara su trabajo— …Allí esta tú… —Edward abrió desmesuradamente los ojos al darse cuenta de que pretendía decir, amo… negando con la cabeza— …Tu amigo, Christian. —Tomó la mano del tenso vampiro, posando la navaja en la palma de su mano—. ¿Por qué no vas a saludarlo mientras yo le enseño a tu hermana las obras de arte que hacemos en “esclava”.

Edward asintió, tomando la navaja entre sus manos, observando cómo Alice y la rubia se apartaron de ambos hombres, hablando de todo el laborioso trabajo que ejecutaban sus especialistas, siendo Emmett quien señalara al magnate, el cual bebió varias veces de su copa, dándole a cada tanto, miradas furtivas a los recién llegados.

—Anda… ve a saludar a tu proyecto de loco. —Por supuesto aquello lo dijo en voz baja, intentando permanecer serio e inmutable—. Con razón no querías venir, no solo se la chupas al loco sino que te estás tirando a la vieja… eres un cochino, hermano… mira que pasar de reprimido a pervertido… —Negó con la cabeza—. Seattle te está afectando. —Edward golpeó uno de sus hombros, exigiéndole que no dijera tantas pistoladas—. Ve hermano, ve… yo me quedó aquí a ver.

Justo en aquel momento una de las estilistas dejó caer las tijeras, inclinándose para recogerlas, permitiéndoles a todos los presentes ver sus nalgas, ya que al parecer, la joven no traía ropa interior, sonriendo con total desvergüenza al ver como Emmett se percataba de su carencia de bragas.

—Mmm… Este lugar parece entretenido. —Se sentó, mientras que Edward por supuesto no tuvo que ver lo que había pasado, pues su hermano se lo había mostrado en resolución HD y en 3D desde su cabeza.

—Ahora vuelvo… —Se acercó lentamente a donde se encontraba Christian, quien ya se había percatado de su cercanía, dejando su copa casi vacía a un lado, recostándose nuevamente de la inclinada silla—. Hola, Christian… —El aludido volteó a verle intentando verse calmo, pero los acelerados latidos de su corazón lo delataban delante del muchacho.

—¡Edward!... Que gusto verte. —Extendió su mano hacia él, y lo que al principio le había resultado incómodo y extraño, ahora le parecía tan familia y gratamente agradable, al mantener la fría mano del muchacho entre la suya.

—Igualmente… —respondió sin dejar de aferrar la mano de Christian—. No pensé encontrarte aquí a estas horas de la tarde. —Lo que para todos parecía haber sido una simple coincidencia, para Edward era más que obvio al percatarse de las confabulaciones de su hermana, quien de seguro ya sabía que aquel hombre iría esa tarde hasta el salón de belleza de Elena, siendo la menuda y ladina vampira, la que se encargara de hacerlo, furtivo.

—Aaamm… sí, bueno… me di una escapada de la oficina y ya que Elena estaba deseosa por comer Sushi y yo de verla, decidí almorzar, aquí con ella. —Edward Asintió—. ¿Y quién es la hermosa joven que te acompaña? —Quiso saber el intrigado hombre, volteando a ver hacía atrás.

—Es mi hermana, Alice. —Christian se sorprendió gratamente, no solo al saber que no era una posible conquista, sino al darse cuenta que era familia del muchacho.

—La famosa Alice… ¿eh? —El sonriente vampiro asintió, sin entender por qué Christian se sentía tan feliz de verlo y sobre todo de saber que aquella chica era su hermana y no su pareja—. ¿Y el grandote? —preguntó mirando al corpulento vampiro.

—Es mi hermano Emmett. —Se sorprendió aún más—. Ambos quisieron venir a verme, me trajeron más ropa y la comida de mamá. —Mintió, para no tener que justificar el arribo de sus hermanos a Seattle, ya que en realidad ellos habían ido a patrullar la zona por lo que sucedía con Victoria y por supuesto a finiquitar aquel encuentro no tan furtivo, entre Christian y su hermano—. Ella sabe cuánto la extraño.

—Imagino que sí. —Sonrió. —Demonios… ahora Elena me ha dejado a medio afeitar y… —Edward le entregó la navaja, notificándole que la señora Robinson se la había enviado para que él culminara el trabajo que ella había dejado a medias, pero lo que Edward no sabía y de lo que se estaba percatando junto en aquel momento era que a Christian no le gustaba afeitarse, ya que solía ser atacado constantemente por nefastos recuerdos de su infancia en los que su padrastro lo amenazaba con su navaja de afeitar—. Aammm… —Tragó grueso, mirando el filoso instrumento como si aquello se fuese a arrojar por si solo sobre él, siendo Edward quien lo tomara nuevamente entre sus manos.

—Sé que me dijiste una vez que no soy ese tipo de esclavo, pero… —Movió un poco la silla, consiguiendo que esta callera hacia atrás, recostando aún más el cuerpo de Christian— …Por lo que veo eres un desastre para esto, así que yo te ayudaré. —El asombrado multimillonario pretendió rehusarse, pero Edward ya había comenzado a pasar la filosa cuchilla por debajo de su barbilla, rasurándole desde el cuello hasta la quijada.

—Eeemmm… ¿Sabes lo que haces? —preguntó un poco asustado.

—Tranquilo Christian, si pude pilotear un helicóptero con verte conduciéndole una sola vez, puedo hacer esto. —Limpió la navaja dentro del lavabo, secándola sobre la toalla que Christian había quitado de su pecho, posándola en una de sus piernas—. Una vez más y estarás listo. —Pasó la hojilla del otro lado, arrastrando tanto la espuma como los vellos del rostro de Christian, repitiendo aquel proceso de limpiar y secar el artefacto—. Listo… Ya puedes lavarte la cara. —El aun asombrado multimillonario, se incorporó, limpiando su rostro con una toalla húmeda para luego secarse con la que había estado en su pierna, dejándola sobre la silla.

—Gracias, Edward… No tenías que hacerlo. —El chico negó con la cabeza.

—Sé que no, es solo que te vi un poco desconcertado con la navaja, y temí que fueses a cortarte una arteria. —Christian sonrió tomando la loción de afeitar, humedeciendo sus manos con estas para luego pasarla por su recién rasurado rostro.

—Gracioso… —Edward sonrió intentando no mirar a Emmett, el cual ya se había percatado de lo que su hermano había hecho, contemplándole con cierta malicia, exigiéndole mentalmente a tímido vampiro que levantara la mirada y le viera por el reflejo del espejo, lo que por supuesto Edward acató lentamente, observando como el desvergonzado de su hermano movió la mano derecha frente a su boca, pretendiendo sostener un objeto tubular imaginario, haciendo alusión a una sobreactuada felación.

“Diablos Emmett… compórtate por todos los cielos” Pero el degenerado vampiro no puso evitar soltar una risotada, al ver la cara de vergüenza de su virginal hermano, ante sus vulgaridades. “Creo que es hora de ser yo quien esta vez sea ridiculizado por sus hermanos” Pensó, observando cómo Christian comenzó a caminar hacia Emmett, el cual tomó compostura delante del acaudalado hombre de negocios—. ¿Christian?... te presento a mi hermano Emmett… —El aludido ya se había puesto de pie, estrechando la mano del sonriente magnate, quien se percató de aquella peculiar temperatura corporal, muy parecida a la de Edward.

—Mucho gusto, Emmett… —Intentó hacerse el desentendido, aunque Edward ya se había percatado de sus pensamientos.

—¿Qué tal, men?... Así que tú eres… —Edward negó con la cabeza a espaldas de Christian, mirando a su impertinente hermano con deseos de atestarle un puñetazo en la boca, ante lo que estaba a punto de decir— …Eeemm… eres el dueño de Charlie Tango… ¿eh? —Edward suspiró aliviado.

—Aaamm… sí. —Christian volteó a ver a Edward, el cual sonrió ante la infantil pero al mismo tiempo rápida respuesta de su hermano, intentando cambiar de contexto lo que en el principio pensaba decir, que era el loco al que su hermano estudiaba—. Y tú eres el mecánico. —Aquello consiguió una ceja en alza de parte del corpulento vampiro.

—Bueno… esa es mi afición, no es mi carrera. —A lo que Christian preguntó a que se dedicaba—. Pues la verdad a nada en particular… Carlisle y Rosalie administran todo mi dinero y creo que lo hacen muy bien, ya que tengo todo lo que necesito y más. —El asombrado hombre de negocios, miró a Edward, el cual soltó por lo bajo, aun a  sabiendas de que Emmett lo escucharía.

—Acciones… Carlisle es bueno para eso. —Christian asintió bastante complacido de saber  que no solo él apostaba a la bolsa de valores.

—Ya veo… —Miró hacia donde se encontraba Alice hablando amenamente con Elena, quien solía detestar a las mujeres, incluso ella se auto llamaba así misma como una persona misógina, detestando cada una de las sumisas que Christian pretendía tener como pareja, llamándolas patasucias, chiruzas, percusias y un sinfín de agravios que a Christian a veces le incomodaban—. ¿Me presentaras con Alice o temes que haga lo mismo que Mía hizo conmigo en mi oficina? —Edward rió.

—Me arriesgaré. —Caminó hasta donde se encontraba su hermana, la cual estaba tan deseosa de conocer a Christian en persona que no disimuló en lo más mínimo su pícara sonrisa—. Te presentó a Alice… ¿hermana?... él es…

—Christian Grey… lo sé… he visto revistas de farándula y economía en donde apareces… —Aquello sorprendió tanto a Edward como a Christian, mirándose a las caras—. El soltero más cotizado de toda la ciudad. —El apuesto magnate no pudo evitar ruborizarse, alzando irónicamente una de sus cejas.

—¡Oh, sí!... recuerdo ese reportaje. —Arrugó la cara al recordar que aquella entrevista la había hecho Anastasia, siendo Kate quien la vendiera a una revista de chismes—. En fin… es un placer conocerte. —Alice sonrió, arrojándole uno de sus besos voladores, como si conociera a Christian desde hace años.

—Te daría la mano, Christ… pero si arruino esta obra de arte que están haciendo con mis uñas moriré de decepción y tristeza. —Tanto Christian como Edward sonrieron con socarronería, siendo el magnate quien hablara.

—¡Oh no, por favor!... nadie quiere que mueras de tristeza y decepción… y menos yo. —Elena se percató de lo seductor y carismático que estaba siendo Christian con todos los presentes, como si intentara caerle bien a los hermanos de Edward, aunque al magnate siempre le había importado un rábano la familia de sus sumisas, manteniéndose en el anonimato.

La puerta principal del salón de belleza notificó el arribo de un nuevo cliente, siendo Edward el primero en percatarse de quien se trataba, mirando rápidamente a Christian, justo cuando la joven se hizo sentir en toda la estética, llamando a Elena con total familiaridad.

—¿Elena?... Sé que vas a matarme por no llamarte antes y reservar primero… —La aludida se incorporó de su relajada postura junto a una de las vitrinas de cosméticos, mirando el pálido rostro de Christian, aquel que ya se había percatado de quien se trataba, volteando a ver a su loca y descerebrada hermana, intentando lidiar con un manojo de bolsas de diferentes tiendas, intentando cerrar la puerta sin dejar caer ninguna de ellas— …Pero mi madre es un dolor de cabeza… “Mía, has esto… Mía, has aquello”… y la verdad es que… —La impertinente chica detuvo su parloteo al ver a su hermano en aquel lugar—. ¿Christian? —Volteó a ver a Edward.

—Hola, Mía… —El calmo y relajado vampiro le sonrió, pretendiendo ayudarle con las bolsas, pero justo cuando iba a quitarle la primera, la joven soltó un estruendoso grito, consiguiendo no solo el repentino brinco del vampiro; tanto Emmett como cada uno de los presentes la observó como si la chica fuese el mismísimo espanto de la llorona.

—AAAAALIIIIIIICE… —Le arrojó todas las compras que había realizado a su hermano, el cual terminó con una de las bolsas en la cabeza y unas pantimedias enredadas en los brazos, mirando a Mía con ganas de estrangularla—. ¡Oh my God!... Jamás imaginé encontrarte aquí… —Abrazó a la menuda vampira, la cual no dejo de sonreír, notificándole que no correspondía a su abrazo para no estropear el arduo trabajo de la manicurista—. ¡Oh por favor!... Ni te muevas, Rebecca hace unos trabajos impecables, vas a quedar fascinada con tus uñas.

Mía siguió parloteando y hablando de moda con Alice, mientras Christian intentó deshacerse de todas las compras de su hermana, dejándolas sobre las sillas de espera, siendo Emmett quien hablara, después de que la señora Robinson pusiera los ojos en blanco ante el inesperado arribo de la muchacha.

—¿Quién es la loca? —Edward golpeó el brazo de su hermano, al percatarse de que lo había dicho en voz alta y junto a Christian.

—No seas tan impertinente, Emmett…

—No, no… déjalo… él tiene razón… se comporta como una desquiciada, no es nada raro que la gente piense eso de ella. —Christian se acomodó las fachas—. Yo me retiro… no creo poder soportar las extensas conversaciones de Mía sobre moda y estética de las que tanto le gusta hablar. —Se acercó a Elena—. Nos vemos, hermosa… me encantó compartir el almuerzo contigo. —La despampanante mujer le asintió, abrazándole con premura.

—Igualmente bello… nos vemos… —Christian se acercó a Emmett, extendiendo su mano hacía él.

—Fue un gusto conocerte, Emmett… —Por unos segundos pensó en su hermano Elliot y sintió cierta añoranza de verlo, transmitiéndoselo a Edward—. Me recuerdas a alguien muy querido por mí. —Sonrió—. A uno de mis hermanos… espero poder vernos en alguna otra oportunidad—. El corpulento vampiro asintió, estrechando la mano del magnate.

—Seguro men… el placer fue mío. —Christian se acercó a Alice, intentando cubrir su oído derecho, el cual estaba siendo seriamente afectado por el parloteo constante de su hermana.

—¿Alice?... debo volver a la oficina. —La pequeña vampira asintió, siendo Mía quien hablara.

—¿Ya te vas, Christian? —El aludido asintió—. ¿Por qué?

—Porque llegaste tú y la verdad es que temo que entre Alice y tú nos pongan a Edward y a mí en algún predicamento vergonzoso que nos deje mal parados delante de todas las trabajadoras de “Esclava” —Alice sonrió con picardía, mientras que Emmett soltó una de sus estruendosas carcajadas, alegando que Christian sabía perfectamente como era su atolondrada hermana, imaginando que la suya era igual.

—Eres un tonto, Christ…

—No Mía… soy muy astuto, prefiero que digan, aquí corrió que aquí murió de vergüenza por culpa de su alienígena hermana. —Emmett volvió a reír, contemplando como el magnate besó a Alice en la mejilla, apartándose rápidamente de ella, observando a Edward—. ¿Quieres huir conmigo o prefieres seguir arriesgándote? —Por alguna extraña razón el chico se sintió expuesto delante de sus hermanos, ya que la forma en la que Christian le había hecho aquella pregunta, lo hizo sentir como si entre ambos hubiese algo más que una relación de amistad, mirando a cada uno de los presentes, quienes esperaron en silencio la respuesta del agraciado vampiro, siendo Elena quien sonriera como una desgraciada, imaginándose los más impropios encuentros sadomasoquistas entre su ex amante y el muchacho.

—Creo que esta vez no me arriesgaré. —Fue la tímida respuesta de Edward, observando la desinhibida sonrisa de Christian, el cual lo tomó del brazo, llevándoselo consigo hasta las afueras del salón de belleza, llamando por teléfono a Taylor para que fuese a recogerlo, mientras que cada uno de los presentes hizo sus propias elucubraciones al respecto, siendo Alice la única que supiera con exactitud como terminaría aquella huida entre Christian y su hermano.


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