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50 Juegos de Codicia y Poder (Ego contra Ego) por ErickDraven666

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Capítulo 20

Entre Cullens, Greys y Quileutes

Tanto Edward como Jacob, llegaron al fin a la editorial S.I.P., percatándose del arribo de Alice y de Jasper, quienes habían rentado un pequeño pero lujoso auto, aparcándolo en la acera de enfrente, esperando a las ex parejas de Bella.

—Si no lo hubiese visto con mis propios ojos no lo hubiese creído. —Acotó Jasper, sacando su teléfono celular, tomándole una foto a ambos, antes de que bajaran de la motocicleta.

—No te hagas ilusiones, Loki… tú hermano y yo nos seguimos odiando como el primer día. —Notificó Jacob bajando del vehículo de dos ruedas, después de que Edward lo hiciera.

—¡Oh vaya!... y yo que ya me sentía tu mejor amigo. —Comentó Edward en un tono de voz irónico, recibiendo de parte de Alice un beso, al igual que uno de los intercomunicadores, colocándoselo en la oreja.

—No abuses, Cullen. —Espetó Jacob de mala gana, siendo la voz de Bella la que el vampiro escuchara de primero, acotando a continuación.

—Quien tenga las pruebas de que mi ex esposo y mi antiguo novio pasearon juntos en motocicleta, que por favor me las haga llegar. —La estruendosa risotada de Emmett consiguió que los intercomunicadores emitieran un chillido, haciéndoles gritar a todos.

—Por todos los cielos, Emmett, nos vas a dejar sordo… —Acotó Alice.

—Lo siento enana. —Se disculpó Emmett—. Pero me acaba de llegar la foto de ese par juntos y no puedo evitar reír ante un posible shippeo de tu parte.

—Ni lo sueñes mastodonte… —Aquel apodo hizo reír a los Quileutes—. Soy muy macho para eso. —Tanto Bella como Seth, e incluso Alice, abuchearon al machista lobo—. Bueno, bueno… pongámonos serios. —Exigió—. ¿Cómo entró allí y les digo que vengo por el trabajo, si ni siquiera sé si eso aparece en algún clasificado y mucho menos… —Jacob pretendió decir que no estaba preparado para pedir el empleo, pero tanto Jasper como Alice le entregaron un periódico y una carpeta, notificándole a continuación.

—En ese periódico aparece el clasificado. —Acotó Alice.

—Y este será tu curriculum. —Alegó Jasper—. Solo entra y diles que vienes por el empleo, trata de que la tal Anastasia te vea, si te conoce de seguro te ayudará a entrar en la empresa. —Jacob miró a uno y luego al otro, sin poder creer lo rápido que habían conseguido todo.

—Ustedes sí que asustan en serio, ¿lo sabían? —Abrió la carpeta, encontrando documentación suya y un currículum falso, comenzando a leer entre líneas—. Yo no he trabajado en ninguna pizzería y ¿qué coño es eso de Cullen y asociados? —Edward apretó los labios para no reír, mirando a su hermana.

—Es una empresa falsa, si llaman pidiendo referencias tuyas, seré yo quien atienda… ya que no posees muchas experiencias en cuanto al mercado laboral se refiere y el ser guardián de la reservación no cuenta. —Las carcajadas por parte de todos se dejaron escuchar por los intercomunicadores, haciendo enfadar aún más a Jacob.

—Váyanse todos a la mierda. —Espetó de mala gana, introduciéndose al fin en la editorial, acercándose al cubículo de información, notificando que venía por el empleo de Office boy.

—Un momento por favor. —Tanto las burlas de Emmett como los reproches de Paul en contra del corpulento vampiro, estaban comenzando a incomodar a Jacob, quien tuvo que quitarse el intercomunicador, suspirando para controlar sus crecientes nervios—. Puede pasar joven. —Notificó la delgada y atractiva recepcionista, señalando las escaleras.

—Muchas gracias. —El nervioso y ansioso muchacho comenzó a subir, llegando al segundo piso de la editorial, preguntándole a una joven alta y morena a dónde debían ir los que eran entrevistados para los empleos.

—¿Tu eres el que viene por el empleo de Office boy? —Jacob asintió—. Ven por aquí. —El serio joven de chaqueta de cuero y Jean desgastados le siguió, olfateando todo el recinto, al percibir el efluvio de la vampiresa en aquel lugar, aunque no lo bastante fuerte como para darle a entender que estaba justo ahora en aquel lugar, pero si lo suficientemente perceptible para el privilegiado olfato de los lobos, como para percatarse de que había estado allí—. Permiso. —Pidió la linda secretaria, notificándole a la dueña de la oficina al final del pasillo—. Un chico viene interesado en el trabajo de Office boy.

—Hazlo pasar, Ros —Exigió la voz de quien Jacob deseaba volver a ver, introduciéndose en la lujosa oficina, observando a la hermosa joven de cabellos castaños y mirada triste que había conocido en Port Angel's, aquella que leía ensimismada unos cuantos manuscritos.

—Buenos días. —La joven que había encaminado a Jacob hasta aquel lugar salió rauda de la oficina, dejando a ambos a solas.

—Buenos días, joven… —Anastasia levantó al fin la mirada, dejando que su diosa interior saltara de dicha, demostrándole al muchacho lo que aquella imprevista visita le había causado—. ¡Oh por todos los cielos!... Jacob, que gusto volver a verte. —La chica abandonó su relajada postura frente al escritorio, rodeándole para saludarle.

—Hola guapa. —Saludó con aquella encantadora sonrisa suya, la cual él sabía que poseía, usándola como arma de seducción—. Qué pequeño es el mundo, vengo a Seattle en busca de posibilidades y el primer anuncio que me llama la atención del periódico resultó ser en la editorial donde tú trabajas. —Anastasia no se lo pensó ni por un segundo y al acortar distancia entre ellos, le abrazó como si le conociera de toda la vida, depositando en cada una de sus cálidas y bronceadas mejillas, un sonoro beso.

—Esto sí que es una grata e inesperada sorpresa. —Jacob aprovechó para abrazarle, consiguiendo que la sonriente y encantada chica, golpeara uno de sus hombros, exigiéndole que le soltara.

—Lo siento. —Se disculpó, aunque lo menos que sintió fue remordimiento ante aquello, disfrutando de aquel abrazo—. Pero en verdad me siento emocionado de volver a verte.

—Y yo… —Señaló uno de los sillones vinotinto frente a su escritorio, exigiéndole que se sentara—. Pensé encontrarme con cualquiera menos contigo. —Anastasia volvió a su escritorio, después de quitarle el currículum—. Por mi estás contratado de una vez. —Jacob sonrió más que complacido, deseando que Bella estuviese escuchando los elogios y las agradables palabras de Anastasia—. Pero debo leer tu hoja de vida… ¿vale? —El joven y apuesto Quileute, asintió.

—Tómate tu tiempo, Ana hermosa. —Sin duda Jacob estaba disfrutando todo aquello, añorando saber que estaba pensando o mejor aún, que estaba sintiendo su ex esposa.

—¡Oh vaya!... eres muy versátil, Jacob. —El chico asintió, aunque no supo qué demonios significaba aquello—. Has trabajado como estilista, es grandioso. —El lobo palideció al escuchar aquello, recordando quien de los dos vampiros, le había entregado el falso currículum, maldiciendo en su interior.

“Maldito hijo de puta… estás me las pagas, pedazo de basura inmortal” por más escondido que estuvo el intercomunicador, Jacob pudo escuchar perfectamente las carcajadas de todos, quienes por supuesto oían atentos la entrevista de trabajo.

—Bueno… todo me parece perfecto y tus papeles están en orden. —Anastasia se levantó de su asiento, consiguiendo que Jacob le imitara, sin dejar de sentir tanta vergüenza ante lo de ser estilista, que pudo percibir como toda la sangre de su cuerpo emigró hasta su apenado rostro—. Estás contratado, Jacob. —El apuesto joven agradeció de antemano toda su amabilidad y ayuda, estrechando con firmeza la mano de quien sería su jefa.

—Muchas gracias, Ana. —La joven le notificó que no había nada que agradecer, preguntándole si podía comenzar de una vez—. Por supuesto. —Acotó el muchacho, recibiendo de parte de Anastasia un sobre, señalando varias cajas.

—Necesito que reparta cada una de ellas en las direcciones correspondiente. —Apuntó su dedo índice hacía una en particular—. ¿Ves los seriales numerológicos de cada caja?... Pues el sobre te indicará en qué dirección entregar cada una de ellas—. El joven Quileute tomó la enorme bolsa que contenía varios paquetes cuadrados, imaginando que eran libros.

—Listo… lo tengo…. hago esto y nos vemos luego, Ana. —La chica asintió—. Hasta pronto. —pretendió salir, pero la acotación de la joven lo frenó de ipso facto frente a la puerta.

—Un día de estos que no haya mucho trabajo, podríamos encerrarnos en mi oficina y… —Jacob volteó bastante entusiasmado ante lo que creyó que Anastasia le pediría, creyendo que se le estaba insinuando— …podrías hacerme un buen peinado. —Las carcajadas hicieron rechinar el intercomunicador, el cual guindaba en su cuello.

—Aaammm… seguro. —Acotó el apenado y por demás iracundo muchacho, el cual a duras penas pasaba un peine por su cabeza todas las mañanas—. Nos vemos. —La sonriente chica asintió, dejando que el colorado joven abandonara su oficina y por consiguiente la editorial, bajando lo más rápido que pudo las escaleras, despidiéndose de la recepcionista, saliendo como alma que lleva al diablo, arrojándole la pesada bolsa llena de libros a Edward, quien pretendió interponerse entre el colérico lobo y su hermano Jasper, aquel que por primera vez en su vida reía ante la fechoría que había ejecutado.

—¿Jacob?... cálmate. —Exigió Edward, abandonando la bolsa sobre el asiento de la moto.

—Esta me las pagas, maldito desgraciado. —Mientras que Jacob parecía una locomotora a punto de impactar en contra de Jasper, el sonriente y por demás divertido vampiro, se apartó de su camino , sin dejar de verlo y de sonreír con toda la intención de incomodarle.

—Acostúmbrate a leer toda la documentación personal que te den perro… sabía que solo leerías entre líneas… ¿qué se siente ser ahora el hazme reír? —Jasper había estado conteniéndose todo el día de ayer ante la insistencia de su esposa a ignorar los mal sanos comentarios de Jacob y su amigo en contra suya, después del altercado que hubo entre él y Paul.

—Me dejaste como un maldito desviado delante de Anastasia, eso no me lo pienso aguantar. —Jacob comenzó a convulsionar, a punto de transformarse en plena calle, siendo Edward quien tomara cartas en el asunto, abriendo bruscamente una de las tantas toma de agua ubicadas en la ciudad, bañando de pie a cabeza al incontrolable Quileute, calmando su creciente descontrol.

—No vamos a llamar la atención más de lo necesario, Jacob… necesito que te calmes. —Exigió Edward, cerrando el hidrante, mientras Alice regañaba a su esposo por la sucia jugarreta, exigiéndole que subiera al auto y dejará que tanto Edward como ella, calmaran al iracundo muchacho.

—¿Lo dice quien saltó desde un séptimo piso hasta la calle tan solo porque el muñequito de torta de su amigo estaba en problemas? —Edward miró retadoramente a Jacob, quien sacudió violentamente su chaqueta, intentando quitar el exceso de agua sobre ella—. Ten cuidado, Edward… cualquiera podría pensar que te importa demasiado el ricachón. —Se acercó a su motocicleta reorganizado la bolsa de libros detrás de su asiento, subiendo de mala gana, percatándose de como el vampiro intentó mantenerse inmutable, aunque ciertos gestos como tragar grueso y bajar levemente la mirada, eran indicativos de que sus palabras habían causado el efecto deseado… incomodarle y dejarlo en evidencia—. Me largo, puedes irte con tus hermanos, yo iré a entregar esto y volveré a ver qué más puedo averiguar. —Arrancó la motocicleta, perdiéndose de vista, dejando a los tres vampiros en la solitaria calle, intentando ponerse de acuerdo sobre cuando sería oportuno la presentación de los Quileutes frente a Christian, y sobre todo, delante del estricto, serio y recatado jefe de guardaespaldas... Jason Taylor.

 

Jack se paseó de un lado al otro en uno de los tantos edificios abandonados del lado suroeste de la ciudad, en donde Victoria le había citado, ya que el ingenuo hombre había regresado a su mesa después de hablar con la vampiresa y discutir con Anastasia, percatándose de que había sido descubierto, llamando nuevamente a la pelirroja, notificándole lo sucedido.

“Estoy en problemas” Pensó el intranquilo y alterado hombre, tratando de controlar su creciente nerviosismo. “No podré volver a mi casa, tampoco a la editorial y mucho menos a...” Pensó en que tampoco podría ir al departamento de Anastasia, pero unos cuantos rugidos, junto a fuertes golpes al final del abandonado edificio llamó la atención del perturbado hombre, mirando hacía todos lados, preguntando con un hilo de voz poco audible—. ¿Hay alguien allí? —Diversos golpes sobresaltaron al asustado rufián, volviendo a escanear todo a su alrededor, adentrándose a paso lento al interior del enorme edificio sin terminar, preguntando una vez más si había alguien en aquel lugar, sin obtener una respuesta.

Bajó por una pequeña escalerilla de oxidados fierros, los cuales rechinaron ante lo vieja y desgastada que estaba toda la estructura, logrando llamar la atención de aquello que parecía estar escondido en aquel lugar, asustado aún más al temerosos y cobarde hombre.

 —¿Hay alguien allí? —Volvió a gritar—. Victoria… ¿eres tú? —Nuevos rugidos junto a unos cuantos gritos detuvieron los pasos lentos y temerosos de quien había apostado por una nueva vida como vampiro, temiendo que Victoria le estuviese jugando una mala pasada, pretendiendo regresar por donde había arribado, chocando en contra de la silenciosa pelirroja, consiguiendo que el aterrado hombre gritara tan fuerte, que logró llamar nuevamente la atención de lo que fuese que estuviese en aquel lugar deseando salir.

—Hola, Jack. —Saludó ella de lo más normal.

—¡Por todos los cielos, Victoria!… casi me defeco del susto. —Aquella acotación tan poco ética y masculina de su parte, consiguió dibujar en el rostro de la vampiresa un semblante molesto y bastante decepcionado, ante lo cobarde que parecía ser aquel hombre—. ¿Puedo saber que hay allí? —preguntó señalando la trampilla de acero reforzado que había en el suelo, la cual parecía ser la entrada de un refugio antibombas, escuchando nuevamente diversos rugidos y fuertes golpes en el interior, asustando una vez más al estúpido hombre.

—Es una pequeña sorpresita que les tengo a los Cullen. —Sonrió con malicia y cierta arrogancia de su parte, exigiéndole a Jack no moverse de aquel lugar, subiendo a velocidad sobrehumana las oxidadas escaleras, bajando nuevamente en compañía de un grupo de locales, los cuales fueron llevados por la vampiresa a punta de engaños, notificándoles al peculiar grupo de jóvenes, que aquel era el edificio fantasma del que les había hablado.

—¿Dónde?... —preguntó uno de ellos, observando como la vampiresa señaló la trampilla de acero, justo cuando varios golpes y escalofriantes gritos se escucharon desde el interior de aquel lugar, consiguiendo que todos, incluso Jack, se asustaran.

—Allí abajo está lleno de fantasmas, almas errantes que esperan ser liberadas… ¿quieren verlas? —Todos asintieron, menos una delgada y aterrorizada joven de largos cabellos negros, la cual jaló una y otra vez el brazo de su amiga, exigiéndole que se marcharan lo más pronto posible, al sentir el inmenso terror que le causaba todo aquello.

—¡Oh vamos, Bree!... Alócate por una vez en tu vida. —Le exigió la estrafalaria niña de cabellos cortos, la cual mostró en su rostro, diversos piercing, al igual que unos cuantos tatuajes en sus brazos.

—Tengo miedo. —Notificó la menuda chiquilla, mirando tanto a Jack como a Victoria, temiendo lo peor.

—Y deberías. —Acotó la pelirroja, acercándose a la temblorosa joven—. Serás tan sólo un simple aperitivo para ellos, espero que no sufras mucho y que tu muerte sea rápida y sin dolor… Bree. —Victoria abrió a velocidad sobrehumana la trampilla debajo del suelo, dejando escapar a una docena de neófitos recién creados, los cuales estaban frenéticos ante la irracional sed de sangre que los apresaba—. Buon appetito, mis pequeños engendros… —Victoria tomó a Jack entre sus brazos, subiendo con él hasta lo alto de la destrozada edificación, apartándolo del festín de sangre y muerte que se dejó apreciar desde su privilegiado puesto, siendo resguardado por la vampiresa.

—¡Por todos los cielos! —Exclamó Jack, completamente pálido y sin aliento, observando toda aquella masacre, percatándose del ascenso de un joven apuesto de cabellos castaños y ojos escarlata, los cuales escanearon con hastío y cierto aire de despreció a cada uno de los inmortales que conformaban el grupo de guerra de la pelirroja, espetando de mala gana, después de arrojar violentamente la cabeza ya cercenada de uno de ellos.

—¿Qué les he estado diciendo sobre el control y los modales, malditas bestias? —Entre los gritos de los humanos que intentaron huir sin éxito y los desgarradores alaridos de quienes se desangraban a manos de los sedientos neófitos, parecían haberse esfumado sus intentos por ser escuchado—. Voy a tener que enseñarles quien manda, malditos animales. —Tomó por el cuello a uno de ellos, arrancándole la cabeza de un tajo.

—¿Y ese quien coño es? —preguntó el aterrado hombre junto a Victoria, intentando no vomitar ante tanto degollamiento y sangre derramada.

—Es mi mayor logro… él es el segundo al mando, Riley Biers. —Jack volteó a ver a la vampiresa un poco malhumorado.

—Pensé que yo sería tu segundo al mando. —La vampiresa aferró a Jack con fuerza, arrojándose junto con él al suelo, apartándolo de la masacre, susurrándole tan cerca, que los labios de ella y los de él se rozaron.

—Yo soy la abeja reina, Jack… y toda reina… necesita un rey. —Besó los labios de su secuaz, logrando que el temeroso e intranquilo hombre se estremeciera.

—¿Mí señora? —Interrumpió Riley el inesperado beso, arrodillándose frente a su creadora—. Aún están muy descontrolados, hoy tuve que matar a dos y si se siguen comportando así, tendré que… —Un pequeño y tembloroso bulto debajo de varios fierros arrumados, consiguió llamar la atención del apuesto vampiro, el cual ya tenía casi un año de haber sido creado por Victoria, quien volteó a ver que observaba.

—¡Oh!... Mira que astuta nos salió la pequeña Bree. —Acotó la vampiresa en un todo de voz falso e hipócrita—. Ve por ella, Riley querido… disfrútala, mientras Jack y yo hablamos sobre lo que “no” debió hacer hoy, exponiendo nuestros planes delante de un vampiro con poderes mentales.

—¡Oye!... Tú no me dijiste que ese vampiro podía leer la mente, solo me notificaste que era télepata. —Tanto Riley como Victoria se vieron las caras, sin poder creer lo idiota que era aquel hombre.

—¿Y qué crees que eso significa, Jack… pedazo de estúpido?... —Tomó al pensativo hombre por el brazo, llevándoselo consigo hacía otro lugar, dejando a los neófitos, disfrutar de su banquete, siendo Riley el único realmente tranquilo y sosegado, controlando muy bien su sed de sangre.

—Ven aquí… pequeña… —Exigió el muchacho, extendiendo su mano hacía la aterrada y llorosa joven, la cual supo perfectamente que no valdría de nada huir, saliendo de su escondite, acercándose completamente petrificada de miedo hacía el vampiro, gimoteando ante el llanto que la apresaba—. No llores, princesa… alégrate, porque hoy dejarás está vida para renacer en otra, donde el llanto y el temor no existen… —Tomó la húmeda barbilla de la muchacha, apartando su rostro a un lado, susurrándole al oído, antes de beber de ella, pidiéndole internamente a su lado cuerdo que se controlara al último momento— …una vida en donde hermosas niñas como tú, se transforman en letales, vampiresas, capaces de todo por una simple y deliciosa gota de sangre.

Un fuerte alarido se dejó escuchar por todo el lugar, logrando que el aleteo de diversas palomas retumbaran en un eco incesante, el cual solo se pudieron escuchar por quienes contemplaban todo el espectáculo a la distancia, en donde unos penetrantes, inquisidores y enigmáticos ojos escarlata, admiraban la proeza de aquella vampiresa, pensando si era mejor dejar que todo siguiera su curso o simplemente acabar con todos sus planes.

—Decisiones, decisiones… —Siguió analizando los pro y los contra de detener aquella guerra entre ella y los Cullen, mientras la voz sutil de un joven a su diestra le exigió dulcemente al oído.

—Decide ya… hermana…

 

La noche cedió paso desde el ocaso, trayendo consigo una nueva preocupación por parte de Edward, ya que no aprobaba la decisión de Sam de que fuesen Paul, Leah y él mismo líder, quienes se prestarán para trabajar en conjunto con Taylor, alegando que tanto Embry como Seth, eran demasiado jóvenes para dar la talla como agentes de seguridad y Jacob ya tenía una tarea que hacer, dejando a los chicos con libertad para ejecutar otras tareas como patrullar las zonas y estar atentos por si Jack dejaba ver su cara de malnacido por algún lugar.

—No te ofendas, Paul… sé que tienes porte para ser un guardaespaldas pero temo que tu irá explote en cualquier momento delante de los Greys y quedemos todos expuestos. —Explicó Edward, conduciendo su Volvo hasta el edificio donde Christian vivía, en compañía de Alice, y de los tres Quileutes, los cuales iban en el asiento trasero del veloz auto.

—Paul sabe controlarse cuando se requiere. —Respondió Sam a favor del tercero al mando en la manada—. ¿No es así? —preguntó, volteando a ver al muchacho.

—Por supuesto. —respondió el musculoso Quileute. —Una de nuestras mayores prioridades como guardianes de la reservación es resguardar la integridad física de los locales. —Sam asintió, corroborándole al vampiro que así era.

—Bien… —Acotó Edward sin querer dar por sentado que aquello era cierto, sintiendo que en cualquier momento uno de ellos podría salirse de control.

—No te preocupes por Paul, de él me encargo yo. —Notificó Sam—. Ahora quien me preocupa realmente es Leah. —La aludida volteó a verle con el ceño fruncido, consiguiendo que Alice asintiera ante lo que el líder de la manada, pensaba acotar a continuación—. Rodeada de tantos hombres, temo que su lado de ninfómana nos dé una muy mala reputación. —Paul río por lo bajo, ganándose de parte de la joven Quileute unos puñetazos, mirando con el ceño fruncido a su alfa.

—No escucho quejas de tu parte cuando está ninfómana salta sobre tu verga, Sam. —Paul no pudo controlar una risotada, apartándose un poco de sus hermanos de manada, recostándose de la puerta derecha, mientras ambos vampiros se contemplaban, siendo Edward quien alzara una de sus cejas, negando con la cabeza.

—Pues espero que la señorita Leah mantenga su libido controlado, no quiero que piensen mal de quienes “según” trabajan para mí desde hace muchos años. —Tanto Sam como Leah habían accedido a actuar aquel papel de guardaespaldas personal de los Cullen, siendo Paul quien odiara todo aquello, bancándoselo tan solo por la orden dada por su superior en la manada.

—Lo siento pero mi libido tiene vida propia. —Todos menos Paul, voltearon a ver a la desinhibida chica, retándola con la mirada, justo cuando el apuesto vampiro introdujo el Volvo en el estacionamiento privado de Christian, después de anunciar su llegada por medio del intercomunicador de la entrada, siendo Taylor quien los dejara pasar.

Edward estacionó su auto en uno de los puestos libres, dejando que los lobos fueran los primeros en bajar, para que ambos hermanos quedaran a solas un par de segundos, los cuales con tan solo contemplarse a los ojos se hablaron con la mirada, en donde uno de ellos demostró la angustia que le causaba aquella entrevista, mientras que la otra le hizo saber con su resplandeciente sonrisa, que todo saldría bien.

—Subamos. —Exigió Edward después de salir ser su auto, señalando el ascensor, siendo Alice quien guiara a los muchachos, mientras que el serio y pensativo vampiro les siguió a sus espaldas, sin poder dejar de sentir cierto temor ante lo desconocido.

Entraron al aparato mecánico, siendo Edward quien pulsara el botón que los trasladaría al piso en donde Christian vivía, sin tan siquiera imaginarse que el magnate se encontraba igual de ansioso y temeroso que el joven psicólogo, ante dicha reunión.

Al llegar a su destino, el primer rostro que vieron fue el de Taylor, quien los esperaba en la entrada al pent-house, mientras Christian degustaba un trago de Whisky en las rocas para calmar las ansias, sentado a sus anchas en el sofá de tres plazas.

—Buenas noches, Taylor. —Saludó Edward cortésmente, acercándose al jefe de seguridad de los Greys.

—Buenas noches, joven Edward… —Miró a quienes acompañaban al vampiro con cierto recelo, siendo Alice la única en abrirse paso entre los inertes cuerpos dentro y fuera del ascensor, acercándose con una amplia sonrisa a Christian.

—Hola, Christian… me da gusto volver a verte… ¿Cómo estás? —El sonriente y complacido hombre se incorporó del sofá, acortando distancia entre él y la vampiresa, besando a la joven en ambas mejillas.

—Estupendamente bien ahora que tengo el gusto de volver a verte, Alice. —Edward fue el segundo en salir del ascensor, siendo Paul quien acotara entre dientes, tratando de incomodar al alfa.

—¡Vaya!... que amor parecen tenerse el uno al otro… ¿no? —Sam por supuesto no dijo nada, pero demostró tanto en su semblante serio y ceñudo, como en su desdeñosa mirada, que aquello lo había cabreado.

—Pues con semejante espécimen yo también andaría de regalada. —Acotó Leah, apartando a ambos hombres de su camino, acercándose a Christian—. Mucho gusto, guapo… mi nombre es Leah Clearwater y estoy aquí para cuidarte, protegerte y amarte “si así lo quieres” hasta que la muerte nos separe. —Alice dejó caer por inercia su mentón ante las inadecuadas y por demás desinhibidas palabras de la joven Quileute, consiguiendo que tanto Edward como Christian se contemplaran; uno con el rostro avergonzado y el otro con una pícara sonrisa.

—Aammm… Mucho gusto, señorita Clearwater. —Tomó su mano, mientras Paul intentó contener una carcajada y Sam una puteada de magnitudes insospechadas de su parte, ante la desfachatez de la muchacha—. No sé si sentirme alagado o preocupado. —Aquello hizo sonreír a Leah, la cual no tenía la menor intención de soltar la mano del apuesto hombre frente a ella.

—¿Leah?... —Llamó Sam la atención de la desubicada chica—. Deja de incomodar al señor Grey. —La joven al fin soltó la mano del caballero de camisa azul celeste y pantalón negro de corte italiano, abandonando tanto la corbata como su trago a un lado—. Lamento el comportamiento de uno de mis agentes, caballeros… en Forks solo los Cullen tienen ese porte de personas adineradas y Leah es solo una casa fortunas así que, no la tome en serio. —La molesta chica pretendió decir algo a su favor, pero Sam ya le había dado una orden directa a Paul para que apartara a la desubicada chica del incómodo hombre—. Vinimos a entrevistarnos tanto con usted como con el señor Taylor porque nos hemos enterado de que Victoria ha vuelto a molestar a los Cullen y tanto ellos como nosotros llevamos mucho tiempo intentando detener a la peligrosa mujer, y creemos que lo mejor es introducirnos en su cuerpo de seguridad para resguardarlos a ambos de un nuevo atentado en sus contras. —Christian, asintió.

—Me alegra que quieran trabajar en conjunto con nosotros… tomen asiento, por favor. —Todos comenzaron a sentarse en los confortables sofás que adornaban la sala, siendo Christian quien designara los puestos de cada uno de ellos, exigiéndole a su sumiso, después de tomar asiento en medio del mueble de tres puestos junto a Alice, palmeando el otro espacio disponible—. Siéntate aquí conmigo, Edward. —Aquello no solo incomodó al joven vampiro, sino que hizo sonreír tanto a Alice que no pudo disimular la dicha que aquello le causaba, al ver lo atrapados que ambos estaban en aquel torbellino de sentimientos encontrados entre ellos—. La verdad es que no tengo ningún inconveniente con todo esto, señor… —Christian miró al líder de la manada, aquel que se disculpó con el magnate, por no haberse presentado con antelación.

—Mi nombre es Sam Uley, señor Grey.

—Pues no tengo inconvenientes en que tus hombres, trabajen con los míos, Sam. —Miró a Taylor—. El único problema es que mi jefe de seguridad no está muy de acuerdo en que…

—No es que no esté de acuerdo, señor Grey… —Interrumpió Taylor—. Es solo que no veo la necesidad de introducir más agentes de los que ya tenemos, mis hombres y yo somos lo suficientemente capaces de manejar esta situación y la verdad es que… —Sam le interrumpió, tratando de ser lo más amable posible.

—Con todo respeto, señor Taylor… pero ustedes no están capacitados para lidiar con esa mujer y sus secuaces. —Aquello consiguió el ceño fruncido de Jason—. Ella ya ha matado a varios de mis hombres, entre ellos el padre de Leah. —Señaló a la chica, quien asintió con pesar—. Casi mata a Bella y sigue intentando acabar con los Cullen y sobre todo con Edward… ella no se detendrá y jugará sucio y usted me parece un hombre demasiado correcto, señor. —Taylor asintió—. Así que déjenos entrar y demostrarle de lo que somos capaces de hacer. —Jason miró a su jefe, quien espero pacientemente su respuesta, la cual no se hizo esperar.

—Bien… acepto que entren en mi grupo de seguridad. —Paul no dijo absolutamente nada, mirando a todos los presentes con deseos de marcharse de una vez por todas y dejar tanto parloteo a un lado—. Pero seguiré siendo yo el jefe. —Sam asintió.

—No esperaba desplazarlo de su puesto de líder, señor. —Sam se incorporó de su puesto—. Pues por mi podemos comenzar ya. —Miró tanto a Paul como a Leah, quienes asintieron a su acotación.

—Bien… pueden seguirme. —Exigió Taylor, levantándose de igual modo de su puesto, observando como Sam se acercó al sofá grande, extendiendo su mano hacía Christian.

—Un gusto conocerle, señor Grey.

—El gusto fue mío, Sam… y bienvenido—. El apuesto y musculoso hombre de tez bronceada agradeció enormemente sus palabras, acercándose a Alice con una leve sonrisa, extendiendo su mano hacía ella, susurrándole por lo baja.

—Le espero abajo, señorita Alice… no dejaré que vuelva sola hasta el hotel Paramount. —La pequeña vampira sonrió con picardía.

—Gracias, Sam… bajaré en un momento. —El joven Quileute asintió, retirándose al fin en compañía de los demás, dándole una última mirada a Alice desde el interior del ascensor, logrando que la vampiresa bajara coquetamente la mirada, sin dejar de sonreír.

—¡Vaya!... no sé si solo yo me percaté de ello pero, creo que a Sam le agradas mucho. —Tanto Alice como Edward, sonrieron ante las palabras del magnate.

—No digas tonterías, Christian… —La vampiresa se removió un poco incómoda en su puesto, jugando coquetamente con su gargantilla, la cual mostraba el escudo Cullen—.  Sam solo quiere hacer bien su trabajo, nada más.

—Ya veo. —Acotó Christian volteando a ver a Edward—. ¿Y tú como te encuentras? —preguntó, posando su brazo izquierdo sobre el espaldar del sofá, dejando que su mano tocara el hombro del muchacho

—Aammm… bien, estoy bien… más tranquilo ahora que sé que tendrás más seguridad. —Christian sonrió—. ¿Cómo está tu mano? —preguntó Edward, refiriéndose a la herida que se había hecho en su despacho con los trozos de cristal roto del vaso.

—Bien, no fue tan profunda como lo pensé. —Le mostró tanto a su sumiso como a Alice el vendaje que tenía en su mano derecha, cambiando rápidamente de tema, retomando la conversación anterior—. Mi prioridad es que seas tú quien tenga la mejor seguridad, Edward. —Aquello hizo que el vampiro mirara a su hermana, la cual sonrió con socarronería.

—Gracias, Christian… pero fui yo quien te metió en todo este aprieto y no quiero que te pase nada por mi culpa. —El magnate negó con la cabeza.

—Nada malo va a pasarme, Edward… quédate tranquilo que entre Taylor y Sam darán con el paradero de esa demente. —Miró a Alice—. No sé cómo han podido soportar tanto tiempo todo esto. —La chica se encogió de hombros.

—Es culpa de Edward… él nunca quiere que uno lo ayude y cree que apartándose de nosotros, va a conseguir que esa loca no nos lastime, mientras el pobre es quien sufre. —Puso su mejor cara de melodrama, lo cual molestó a Edward, al darse cuenta de lo que la chica pretendía, despertar el lado amable y preocupado del magnate.

—Pero ahora será distinto, Alice… porque él me prometió que está vez no huiría. —Volteó a verle—. ¿No es así, Edward? —El vampiro asintió, bajando el rostro completamente avergonzado.

—Así es. —Alice comenzó a aplaudir como niña tonta, dando saltitos sobre el sofá, agradeciéndole a Christian toda su preocupación y sobre todo su empeño por hacerle ver a su hermano, que huir nunca ha sido la mejor opción ante los problemas, sino que hay que afrontarlos.

—Gracias por todo, Christian. —Se incorporó de su asiento, consiguiendo que ambos caballeros se levantarán junto con ella—. Debo irme. —Le dio un par de besos al magnate, acercándose a su hermano. —Dame las llaves del auto. —Edward miró un poco extrañado a la menuda vampiresa, la cual extrajo de uno de los bolsillos de su pantalón las llaves del Volvo, al ver que no pretendía entregárselas—. Me llevaré tu auto… Christian puede llevarte mañana a la universidad. —Aquello no solo sorprendió a Edward, sino también al magnate, quien no pudo evitar sentir una fuerte arritmia cardíaca, al saber que el chico se quedaría en su casa.

—¿Qué?... no, yo no pienso quedarme.

—¿Por qué no? —preguntó Christian—. Me parece una estupenda idea. —Edward negó una y otra vez con la cabeza, rehusándose a ello.

—No traje mis cosas… además, no creo que sea prudente ir a la universidad… —A lo que Alice acotó, jugando despreocupadamente con las llaves del auto.

—Tus cosas están en la maleta del carro, además… estás en los últimos meses y no creo que sea buena idea que…

—No, definitivamente no iré a la universidad, creo que…

—Alice tiene razón, Edward. —Interrumpió el magnate, las negativas del muchacho—. Tal y como tú mismo me has exigido hoy en la oficina que trate de llevar una vida normal, yo te exijo a ti, que sigas con tus estudios. —Christian acortó distancia entre ellos—. Debes seguir con tu vida, Ed… no puedes dejar que esa mujer destroce todo por lo que has luchado.

—Escucha a tus mayores, Ed. —Aquel diminutivo fue dicho de un modo bastante irónico, consiguiendo no solo la desdeñosa mirada de parte de Edward por sobre el hombro del magnate, Christian giró su cabeza lentamente, sonriéndole a la ladina mujer detrás suyo, temiendo que la joven supiese más de la cuenta, y por supuesto así era—. Christian tiene razón… ya perdiste el día de hoy y estás en exámenes finales, así que deja que él te lleve mañana temprano antes de ir a su oficina y así todos seremos felices. —El sonriente y aún preocupado hombre volteó a ver al pensativo y ceñudo muchacho, el cual dejó escapar el aire de sus pulmones, resignándose a darle la razón a ambos.

—Está bien… me quedo. —Aquella positiva respuesta de parte de Edward, consiguió tanto en Christian como en Alice el efecto deseado, regalándole al consternado muchacho una amplia y sincera sonrisa.

—¡Excelente!... —exclamó Christian—. No se hable más del asunto. —Tomó a Alice por los hombros, encaminándola hacía el ascensor, pulsando el botón para que el aparato subiera a recogerla—. Mañana me encargaré de que Edward llegue a la universidad, sano y salvo… no te preocupes por eso, Alice. —La encantada chica agradeció enormemente tanto su amabilidad como su comprensión, despidiéndose del magnate con un par de besos, introduciéndose rápidamente en el interior del artefacto mecánico, arrojándole un beso volador de su hermano, pulsando el botón que daba al estacionamiento, exigiéndole a ambos caballeros.

—Diviértanse. —Edward no pudo evitar demostrar su creciente vergüenza delante del magnate, aquel que volteó a ver al chico justo cuando el ascensor comenzó a bajar, después de haberse cerrado ambas puertas.

—¿Diviértanse? —Edward se desplomó sobre el sofá, negando una y otra vez con la cabeza—. ¿Le has dicho algo a Alice sobre lo que está pasando entre…

—Claro que no, Christian… ¿por quién me tomas? —preguntó el molesto e incómodo muchacho, interrumpiendo al magnate—. Ya sabes cómo es Alice, un espécimen de otro planeta… ella es la reina del shippeo, de seguro debe estar creándose unas historia extraña entre tú y yo… es una enferma. —Christian sonrió, acercándose al incómodo vampiro.

—¿La reina del shippeo? —preguntó sin saber de qué demonios le estaba hablando su sumiso, el cual le notificó en una corta y concisa explicación, el porqué de aquel apodo y sobre todo lo que significaba aquella extraña y peculiar palabra—. Entiendo… —Fue lo único que pudo decir ante lo dicho por el vampiro, sin dejar de sonreír como lo hacía, aunque ninguno de los dos supo a ciencia cierta si era por las locuras de Alice o al saber que el joven psicólogo se quedaría en casa—. Me alegra que te quedaras. —Edward volteó a verle, observando los resplandecientes ojos grises del magnate—. No pudimos conversar nada más después de la interrupción de mi madre en la oficina. —El incómodo muchacho se incorporó rápidamente del sofá, al ver como el magnate tomó asiento tan cerca de él, que sus piernas se rozaron.

—Aaammm… sí, bueno… yo pensé que ya todo estaba zanjado. —Carraspeó un poco, intentando aclarar su garganta, caminando despreocupadamente hacía el piano de cola que adornaba elegantemente la estancia—. Tú dejaste que nuestras bocas hablarán entre sí. —Citó los pensamientos del magnate, el cual se sorprendió al darse cuenta que habían sentido lo mismo, aunque la realidad era otra—. La verdad es que no sé porque estoy accediendo a quedarme hoy aquí, ya que no creo que sea buena idea que estemos solos. —Tomó asiento frente al elegante piano negro, dejando al descubierto el teclado.

—Y a mí me sorprende que hayas accedido a quedarte y sobre todo que estemos hablando calmadamente del tema. —Christian contempló ensimismado, como el joven estudiante de psicología, comenzó a pasar los dedos sutilmente por el teclado, arrebatándoles varias notas discordantes al piano.

—Prometí no huir, Christian… ¿lo recuerdas? —El magnate asintió.

—Y me complace enormemente que así sea y que quieras hablarlo. —Edward negó con la cabeza.

—¡Oye!... yo no dije nada sobre hablarlo, una cosa es prometer que no huiría y otra muy distinta el no desear hacerlo, estoy a punto de saltar por la ventana pero intento contener mis ansias. —Christian rió, incorporándose de su puesto.

—Es bueno saberlo, Edward. —Acotó sin poder dejar de reír, completamente encantado con el muchacho, quien comenzó a tocar una de sus canciones favoritas—. La conozco. —Notificó el magnate, acercándose al piano—. Es claro de luna. —Edward asintió.

—Es una de mis canciones favoritas. —Argumentó Edward sin dejar de ejecutar la hermosa melodía, mientras que el magnate no pudo parar de observar cada uno de los movimientos del muchacho frente al piano, comparando la forma de tocar del apuesto estudiante de tan solo veinte años de edad con la de un concertista profesional de más de cincuenta años.

“Sus movimientos son tan elegantes” Christian contempló como los delgados y largos dedos del muchacho parecían flotar sutilmente sobre las teclas, dándole el vibrato justo a cada nota, consiguiendo crear una atmósfera soberbia y bastante agradable entre ambos. “Sabía que tocaba mejor que yo, pero jamás imaginé que sería a este nivel” Christian acortó distancia entre él y el muchacho, observándole completamente fascinado.

“Deja de contemplarme de ese modo, por favor” Rogó internamente el vampiro, al percatarse no solo de los aduladores pensamientos del fascinado hombre, sino también de la embelesada mirada que el seductor magnate le daba; culminando al fin la tonada, ganándose de parte de Christian unos cuantos aplausos.

—¡Wow!... tengo la piel de gallina. —Frotó enérgicamente sus brazos, intentando calmar su erizada piel—. Estoy verdaderamente fascinado. —Edward sonrió, agradeciendo sus amables y sinceras palabras, levantando el rostro para contemplar el del magnate, quien no pudo dejar de verlo con aquella admiración con la que lo hacía, incomodando al muchacho.

—Creo que alguien está subiendo. —Christian dejó de observar al incómodo vampiro, el cual agradeció enormemente la interrupción, percatándose de como en efecto, Taylor dejó ver su serio e inmutable rostro nuevamente por el pent-house, notificándole a Edward, mientras extendía el brazo con el que sostuvo el bolso que Alice parecía haber escondido en el Volvo con toda la intención de dejar a su hermano con el magnate.

—La señorita Alice le envía esto, joven Edward.

—Muchas gracias, Taylor. —Agradeció el muchacho, siendo Christian quien tomará el bolso entre sus manos, mientras Edward bajó lentamente la tapa que resguardaba el teclado, incorporándose de la butaca frente al piano.

—Debo decir que sus hombres son realmente buenos en lo que hacen. —Edward buscó en la mente del jefe de seguridad que lo había asombrado tanto, percatándose de como Sam y Paul, les habían mostrado sus habilidades de defensa, sin tener que transformarse—. Quien me preocupa un poco es la joven Clearwater, parece estar más interesada en Sawyer que en mostrarnos que es digna del puesto. —Edward se sintió un poco avergonzado al ver en los pensamientos de Taylor, como la chica había estado coqueteando con el atractivo agente de seguridad y segundo al mando después de Jason.

—Leah es buena, es solo un poco calenturienta. —Aquello consiguió una socarrona sonrisa de parte de Christian, quien acotó rápidamente, deseando que el guardaespaldas se marchara.

—Muchas gracias, Taylor. —Le entregó el bolso a joven psicólogo.—. Mañana escoltaremos a Edward hasta la universidad y de allí iremos a la oficina. —Jason asintió.

—Con todo respeto, señor… creo que es hora de que le notifique a su familia lo que está pasando, ya que todos ellos deben ser resguardados.

—Tienes razón. —Soltó Christian, asintiendo a las palabras de su guardaespaldas—. Después de llevar a Edward iremos a la casa de mis padres. —Aquello perturbó un poco a ambos hombres, ya que ninguno de los dos sabía cómo se lo tomarían, y sobre todo, si era buena idea decirles la verdad u omitir los detalles escabrosos—. Gracias Taylor… puedes retirarte. —Jason le deseó buenas noches a ambos, retirándose al fin del lujoso pent-house, dejando a los dos caballeros, nuevamente a solas.

—Será mejor ir a dormir, Christian. —Acotó Edward, posando el bolso sobre su hombro.

—Sí, vamos arriba. —Ambos comenzaron a subir las escaleras, después de haber apagado las luces de la planta baja, deteniéndose frente a la puerta del cuarto de Edward, siendo precisamente el vampiro el primero en despedirse.

—Buenas noches, Christian. —El nervioso vampiro se percató de como el magnate le observó, rememorando el último beso que le había dado al muchacho, sin saber si debía retar a su suerte y volver a intentarlo o dejar que fuese Edward quien lo buscara, dándose cuenta con cierto pesar de como el chico le dio la espalda para abrir la puerta sin tan siquiera esperar una respuesta del magnate.

—Espera un segundo, Edward. —Aquella petición de parte del magnate, estremeció cada fibra del cuerpo del vampiro, sintiendo que en cualquier momento perdería la falsa puesta en escena que había estado ejecutando desde su llegada, haciéndose el superado, intentando olvidar todo—. Hoy después de que te fuiste, Mía organizó una salida entre Elliot, ella y yo. —El intranquilo chico volteó a verle, sonriendo gratamente—. Fuimos de compras, algo que en realidad detesto. —Edward le confirmó que el sentimiento era mutuo—. Te entiendo perfectamente, es todo un caos salir de compras con Mía, la cual suele probarse toda la tienda para adquirir una o dos prendas.

—Ni que lo digas, Alice es mucho peor. —Ambos rieron tontamente, sin deseo alguno de llegar a donde el magnate quería ir con aquel comentario, mientras Edward rogaba internamente para que lo dejara marchar y así poder huir de él.

—Nos hizo entrar en una tienda de ropa íntima y mientras Elliot coqueteaba con una de las cajeras, Mía se probó toda la lencería fina, dejándome a mis anchas en aquel peculiar lugar, en donde conseguí algo que me hizo pensar en ti. —Edward no supo que hacer y mucho menos que decir, pensando en que a lo mejor, el magnate le había recordado al ver unos bóxer Calvin Klein, equivocándose al respecto, ya que los pensamientos de Christian le mostraron al vampiro un maniquí masculino que mostraba lo que parecía ser un pijama juvenil.

—Dime que no me recordaste al ver unos bóxer con rellenos en la retaguardia.  —Aquello consiguió el efecto que Edward había deseado crear en ambos, distendiendo todo aquel momento de tensión entre ellos, al lograr que tanto Christian como él, rieran ante aquel jocoso comentario.

—No, no… por todos los cielos… —Christian no pudo parar de reír, observando aquella deslumbrante sonrisa de Edward, la cual era más hermosa en persona que en aquel único cuadro que quedaba del apuesto vampiro, el cual aún estaba en manos de los agentes, quienes intentaban revisarlo exhaustivamente por si a las dudas—. Espera aquí… ya vuelvo. —Aquel delicioso y cálido momento de risas entre ellos, consiguió que Edward bajara un poco la guardia, abriendo la puerta de su recámara, entrando al ya conocido lugar, en donde estuvo jugando ajedrez con Christian, rememorando aquel momento en el que ambos intentaron tener una nueva terapia, la cual jamás llegó a su fin, culminándola por culpa de Victoria y del inesperado arribo de los lobos a Seattle.

“De nuevo aquí, Christian… en tus dominios” Suspiró, intentando mantenerse calmo, escuchando el regreso del magnate, quien entró rápidamente a la recámara del muchacho, extendiéndole una bolsa de regalo.

—Pensé en dártelo este fin de semana, pero ya que te tengo de vuelta en casa me gustaría que lo usaras estás noche. —Edward tomó con cierto recelo el paquete, sin tan siquiera haber imaginado que Christian había adquirido el pijama, ya que en ningún momento dejó entrever entre sus pensamientos que lo hubiese comprado, sorprendiendo al vampiro.

—¿Lo compraste? —El magnate asintió—. No debiste molestarte, Christian. —El aludido negó con la cabeza.

—No es gran cosa, me recordó a ti por muchas razones. —Edward abandonó su bolso sobre la cama, extrayendo del interior de la bolsa de regalo, los costosos, suaves y juveniles pijamas de algodón italiano color azul, los cuales mostraron un peculiar estampado—. Primero me parecieron bastante apropiados para ti. —Mientras Edward sostuvo la holgada camiseta de manga corta, Christian le mostró los cortos pero masculinos short a juego, los cuales cubrían hasta la mitad del muslo—. Son muy de tu edad, nada anticuado y muy a la moda.

“Me gusta lo anticuado” Pensó Edward, rememorando los largos pijamas de su época, los cuales cubrían todo el cuerpo con una incómoda tela rígida y calorosa, haciéndolos realmente insufribles.

—Y lo otro es por el estampado. —Por supuesto Edward ya se había percatado del particular patrón de imágenes, en donde no solo se pudieron apreciar diminutas corbatas grises con líneas blancas en diagonal, sino también pequeñas piezas de ajedrez que parecían flotar en aquel fondo azul marino, intentando armonizar en todo aquel tapizado, haciéndolo bastante llamativo.

—Corbatas y ajedrez. —Christian asintió a la acotación del vampiro—. Solo faltaban las esposas o unas pequeñas fustas y juraría que el estampado era obra tuya. —Aquello consiguió una nueva oleada de risas por parte del magnate.

—No creo tener esas habilidades de diseñador. —Edward posó la camiseta que conformaban el pijama sobre la cama, siendo esta vez el joven y apuesto vampiro, quien hablara.

—No tenías por qué molestarte en comprarme algo así, pero gracias. —Miró nuevamente el particular estampado—. En verdad me ha encantado. —Aquello complació enormemente al apuesto multimillonario, quien acortó distancia entre ellos, pretendiendo entregarle el short al temeroso e incómodo inmortal, el cual tomó la suave pieza de vestir, tensándose al sentir como Christian aferró sus dos manos, mirándole fijamente a los ojos.

—He pasado todo el día recordando lo que paso hoy en mi oficina. —Edward quería desaparecer, apartarse de Christian lo más lejos que pudiera, pero sus entumecidas piernas parecían no querer moverse, manteniendo al petrificado vampiro en su puesto—. Sé que lo que está pasando entre tú y yo es impropio. —Acortó aún más la distancia entre ellos, sin dejar de aferrar las manos del inerte muchacho, el cual no pudo entender como con aquel pequeño gesto, el magnate lograba desarmarle por completo—. Y aun así me sigo preguntando… ¿Por qué no intentarlo una vez más y salir de dudas de una buena vez? —Tanto Edward como Christian se contemplaron por unos segundos, los cuales parecieron eternos para ambos caballeros, siendo el vampiro quien bajara la mirada, al darse cuenta de cómo el magnate pretendió besarle nuevamente.

—¡No por favor, Christian!… no lo hagas. —Pudo sentir como los dedos del desinhibido hombre se entrelazaron entre los de él, consiguiendo que el perturbado vampiro dejará caer el short al suelo.

—Dame un motivo de peso para no hacerlo, Edward… solo uno que en verdad calme mis ansias de averiguar qué demonios es todo esto que estoy sintiendo por ti y juro darte tu espacio y respetar tu decisión. —El apuesto vampiro sintió por primera vez en su vida lo que era sentirse intimidado, y aquella sensación fue tan placentera como perturbadora, que no pudo más que ser lo suficientemente sincero con Christian como para demostrarle que sus sentimientos eran tan reales como los del magnate.

—No quiero que lo hagas porque sé que no tendré las fuerzas suficientes como para detenerte. —Mientras Christian le observó fijamente al rostro, Edward contempló sus manos entrelazadas—. Me tomaste de improvisto en el ascensor, y me agarraste desprevenido en tu despacho, pero si lo haces justo ahora, aún a sabiendas de que conozco tus intenciones es porque lo que estas sintiendo es real y temo que lo mismo me esté pasando a mí, Christian… porque apartando todo lo impropio, lo inadecuado y el hecho de que ambos somos hombres, siento que si me besas justo ahora podría pasar algo de lo que luego nos arrepentiremos. —Levantó con gran esfuerzo su avergonzado rostro encarando al pasmado magnate—. Porque temo que si apresuramos los acontecimientos que se podrían suscitar después de un tercer beso, cabría la posibilidad de romper no solo nuestra sincera y grata amistad, también se perdería la estupenda relación que llevan el esclavo y su amo todos los fines de semana y no quiero que eso pase.

—Ni yo… —Alegó Christian tan rápido como Edward le había notificado todo aquello con una elocuencia y una inteligencia que lo mantuvo todo este tiempo ensimismado ante sus certeras palabras—. Es lo que menos deseo perder… —Edward bajó nuevamente la mirada— …A mi mejor amigo, a mi sumiso y tampoco a mi terapeuta, el cual aunque no me agrade mucho es parte esencial del ser humano que se ha convertido, a partir de ahora, en la persona más importante en mi vida.

Ambos desenlazaron lentamente sus dedos, siendo Christian el que estrechara entre sus brazos al tímido muchacho, el cual no opuso resistencia a aquella nueva muestra de cariño de parte del magnate, quien acobijó a Edward con sus largos y masculinos brazos, dejando que el vampiro recostara la cabeza sobre su hombro derecho, escondiendo su nariz entre el hombro y el cuello de su amo.

“No puedo creer que esto esté pasando” Pensaron al mismo tiempo ambos hombres, siendo Christian quien acariciara los cobrizos cabellos de Edward, mientras que el turbado y aún inseguro vampiro olfateó no solo el delicioso aroma de la costosa fragancia varonil que usaba el magnate, sino también el perturbador y al mismo tiempo embriagador olor de su sangre, tragando grueso ante su insistente sed.

—Tengo miedo, Christian.

—Y yo también, Edward… —Ambos suspiraron—. Pero no voy a retractarme, justo ahora.

—Ni yo… —El tímido vampiro levantó la cara, observando a Christian tan cerca de su rostro que sintió cierto temor ante un posible beso, bajando rápidamente la mirada—. Sólo te pido paciencia y sobre todo calma, estamos pasando por muchas cosas al mismo tiempo, está toda esta locura que Victoria ha creado, también están nuestras familias. —Negó con la cabeza—. Yo no me siento capaz de decirle a ninguno de ellos sobre esto, el solo pensar que se pudiesen llegar a enterar es algo que me hace desear jalarme de los cabellos. —Edward pretendió precisamente aferrar su cobrizo cabello con ambas manos, consiguiendo que Christian lo aferrada por las muñecas, impidiéndoselo.

—Cálmate, Edward… que yo siento los mismos temores que tú. —El desquebrajado rostro del apuesto estudiante de psicología le demostró a Christian, cuán aterrado se encontraba—. Hagamos algo. —Edward logró posar sus temerosos y tristes ojos sobre la mirada penetrante del magnate, a la espera de su pronta acotación—. Comencemos a resolver cada uno de nuestros problemas, y cuando estemos menos saturados de tantos inconvenientes, decidiremos que hacer… ¿te parece? —Edward asintió.

—Me parece perfecto. —Sonrió gratamente.

—De lo único que no deseo prescindir es de mi sumiso. —Edward se apartó un poco del magnate.

—Pero Christian…

—Christian nada, Edward… sé que el loquero es persistente y de él no podré librarme, y lo acepto. —Aquello hizo sonreír al vampiro—. Pero así como yo acepto y respeto al psicólogo exijo que mi sumiso también este presente… él es mi cable a tierra y siento que si lo pierdo me perderé a mí mismo. —Los dos se miraron fijamente a los ojos, comenzando a sentir como en ambos nacía a cada minuto, nuevos y arraigados sentimientos, siendo Edward quien hablara.

—Creo que el psicólogo ha fracasado. —Bajó la cara, avergonzando—. Ya que no ha sido muy correcto que mezclara su ámbito profesional con el personal. —Christian negó con la cabeza, acortando nuevamente distancia entre ellos.

—El loquero fue el que consiguió que se arreglarán las cosas entre Elliot y Grace, también ha estado presente en mis momentos de turbación y descontrol emocional. —Edward sonrió levemente, mientras Christian lo aferró de ambos brazos—. Y no conforme con eso, fue precisamente el arrogante, odioso y prepotente psicólogo el que entró aquel día en mi despacho, trayendo consigo al sumiso más extraordinario que cualquier amo pudiese haber deseado. —El chico no pudo evitar sentir aquel hormigueo en su rostro ante la vergüenza.

—Un sumiso que parece ser más arrogante, prepotente y tozudo que su amo. —Aquello hizo sonreír a Christian.

—Y es precisamente eso lo que hace que sobresalga por sobre las demás sumisas que tuve, ya que todas fueron tan fáciles de dominar que a final de cuentas lograron aburrirme ante su simple y rápida entrega.

—Menos Anastasia. —Aquello consiguió que Christian tornara el rostro serio. —Ella no lo soportó y te abandonó—. El magnate apartó sus manos de Edward—. Supongo que ella soñó con un príncipe azul. —El incómodo hombre no supo que pensar al respecto, pero lo que menos deseaba el apuesto vampiro, era importunarle—. Lo que Ana no sabe es que muchos príncipes suelen traer una maldición a cuesta y quien persevera es quien al final descubre que detrás del feo sapo o la horrible bestia, se esconde el verdadero ser humano, al lograr disipar todas sus sombras. —Christian no supo que decir, contemplando el avergonzado, pero al mismo tiempo sonriente rostro del muchacho, aquel que mantuvo la mirada agachas.

—Y después tienes el tupe de preguntarme porque diablos deseo tanto comerte a besos. —Aquello consiguió de parte de Edward una nervio sonrisa, cubriéndose completamente apenado el rostro, el cual aunque no se enrojeciera, dejaba bastante claro lo abochornado que se encontraba—. ¿Cómo no sentir cosas impropias por ti, Edward… si a cada tanto me muestras que no soy la basura que creo ser? —Se acercó al tímido muchacho, aferrándole de las muñecas para apartar las manos de su rostro—. Yo no buscaba princesas, ni doncellas que me conquistaran con su dulce cantar o su elegante gracia… —El vampiro alzó levemente la cara, contemplándole— …tampoco buscaba un apuesto príncipe pero… —Sonrió con cierta picardía— …Me he topado con un joven que tiene absolutamente todas las cualidades de alguien que podría llegar a hacerme feliz.

Edward no pudo evitar sentir tantas cosas juntas, aprecio, simpatía, afecto, apego, y un inmensurable agradecimiento ante sus palabras, pero al mismo tiempo un irrefrenable temor atenazó la boca de su estómago, al sentir que Christian podría llegar a odiarle si se llegase a enterar de su verdadera raza, sintiéndose realmente preocupado.

—Sera mejor ir a dormir, Christian. —Susurró por lo bajo, tratando de apartarse un poco del encimoso hombre—. Es tarde. —Recogió del suelo la prenda inferior del pijama, sentándose a orillas de la cama, percatándose de como el magnate le observaba—. Tú en tu cama y yo en la mía, Christian. —El divertido hombre asintió.

—Yo no he dicho otra cosa, Edward. —Caminó con cierto desgano hacia la puerta.

—Pero lo pensaste… ¿recuerda que soy legerement? —Aquello hizo sonreír a Christian.

—¡Oh no!... mejor me voy… los Potterhead me dan urticarias. —Ambos rieron.

—Ya sé cómo deshacerme de ti, Malfoy. —Aquello detuvo la rápida huida de Christian, quien acotó aferrando el borde de la puerta, al pretender cerrarla.

—Un Slytherin jamás se dejará amedrentar por un Gryffindor, recuerda muy bien eso… Potter. —Le guiñó un ojo y salió azotando la puerta, consiguiendo que Edward muriera de risas, negando una y otra vez con la cabeza, recostándose de largo a largo sobre la cama, aferrando ambas prendas de vestir.

—No te gusta la saga pero bien que recuerdas hasta el nombre de las casas, Christian Malfoy. —Sonrió por demás divertido, sintiéndose, después de muchos años, como lo que aparentaba ser, un adolescente lleno de dudas y temores pero al mismo tiempo con aquel revuelo de sentimientos encontrados que lo hicieron sentir tan tonto y abrumado, que olvidó por unos minutos que era el depredador más temido del mundo, dejando que su humanidad perdida le entregara un poco de vida a su triste, fría y solitaria existencia inmortal.


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