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50 Juegos de Codicia y Poder (Ego contra Ego) por ErickDraven666

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Capítulo 19

Cambio de planes

Christian y Edward arribaron al Luna Park Café a eso de las nueve de la mañana. Un lugar acogedor en Avalon, retro y nostálgico que evoca los años 50, rindiéndole homenaje al famoso parque de atracciones que adornaba el oeste de Seattle hace más de un siglo.

El dueño del restaurante saludó cordialmente a Christian, invitándole a tomas su habitual mesa, lo que le dio a entender a Edward que el magnate solía ser un hombre de hábitos, lo que por supuesto era contraproducente para él, ya que era blanco fácil para que Victoria lo atrapase con facilidad, en cualquiera de los lugares que él solía frecuentar.

—Un par de capuchinos, por favor. —Ordenó Christian, consiguiendo que el diligente hombre saliera a paso acelerado hasta la cocina, exigiendo dos capuchinos, mientras ambos hombres intentaban ponerse lo más cómodo posibles, pero la tensión entre ellos se podía cortar con una filosa hoja de acero, siendo Christian en dar el primero paso para comenzar la tan postergara conversación—. No he dormido muy bien que digamos… ¿sabes?

Acotó, justo cuando el caballero regresó con los capuchinos, colocando uno frente a Christian y él otro junto a Edward, quien agradeció la amabilidad del caballero, revolviendo vigorosamente el espumante líquido caliente, para integrar la crema con el café, mirando a todos lados, un poco paranoico.

—No fuiste el único, Christian. —Edward supo que aquello era jugar sucio, ya que aunque por más que lo intentara el jamás dormía, pretendiendo demostrarle al magnate, que no era el único intranquilo ante aquel asunto.

—Y lo entiendo, Edward… —Suspiró, revolviendo de igual modo el capuchino, integrando todo en el interior de la lujosa taza—. No sé en qué estaba pensando cuando lo hice, pensé que tú te opondrías y… —El chico levantó la mirada en un gesto de total incredulidad.

—¿Perdón?... ¿Me estás culpando de lo que pasó porque no me opuse a ello?... —Christian negó con la cabeza—. Esto es el colmo. —Acotó Edward de muy mal humor, mientras se dejaba escuchar la campanilla de la puerta, aquella que anunciaba el arribo de un nuevo cliente.

—No, no te estoy culpando… simplemente quise demostrarte que cuando me retan, suelo ser bastante competitivo.

—¡Oh bueno!... eso es un alivio. —Alegó Edward—. Si eso fue un beso competitivo pues de seguro no tiene validez alguna para ti… ¿cierto? —Quiso saber el apuesto vampiro, justo cuando uno de los meseros se acercó a ellos, preguntándoles que ordenarían, retrasando la respuesta de Christian.

—Tráiganos la especialidad del día a ambos… ¡Por favor! —Soltó, tratando de librarse del molesto hombre, quien tropezó con el recién llegado cliente; un hombre de barba poblada, con demasiada ropa encima y un sombrero que no encajaba con todo lo demás, disculpándose con el empleado, agachándose muy cerca de la mesa, para intentar recoger lo que se le había caído al mesero, mientras Edward percibió unos pensamientos que llamaron su atención por completo.

“¡Vaya!... no sabía que uno de los hijos de Carlisle, tuviese gustos diversos” Miró a todos lados, mientras que el mesero y el desaliñado hombre, lidiaban con el enredo entre lo que se le había caído al muchacho y lo que le pertenecía al caballero, el cual se disculpó con el empleado, apartándose al fin de la mesa de Edward y de Christian, el cual estaba a punto de perder los estribos ante el incómodo y molesto predicamento.

—En un momento le traigo su orden, señor Grey. —prometió el muchacho, mirando a Christian.

“Por mi puedes tardarte todo lo que te dé la gana, impertinente” Pensó el molesto hombre, percatándose de cómo Edward parecía estar buscando algo o a alguien con la mirada, exigiéndole a continuación—. Deja la paranoia, Edward… creo que con lo que hizo hoy, Victoria… es más que suficiente, no creo que sea tan estúpida como para intentar hacerme daño dos veces en un día, esperará a que bajemos las defensas para atacar de nuevo. —En cierto modo, Christian tenía razón, y aunque no era a Victoria a quien el vampiro buscaba, comentó sin dejar de escudriñar en las mente de cada persona que le pareciera sospechosa, en busca del dueño de aquellos impropios y delatores pensamientos.

—Siempre hay que estar alertas, Christian. —Miró al encorvado hombre que comía en la barra, el cual parecía estarle observando por medio del rabillo del ojo, sonriendo con entera diversión.

“Me atrapaste… Edward” Pensó el entretenido vampiro de barba descuidada y cabellos castaños claros, los cuales caían en capaz sobre su masculino rostro. “No nos conocemos, pero sé de los poderes de cada uno de los que conforman el clan Olympic, y sé que eres Edward, el primer hijo adoptivo de Carlisle, y el único con el don de leer la mente”. Tomó una de las tostadas francesas que adornaban su plato, dándole varios mordiscos, como si aquello fuese lo más sublime del mundo. “Soy Garrett” Aquello sorprendió al chico.

—¿Edward? —Intentó llamó Christian su atención, percatándose de como el muchacho observó a Garrett, quien a su vez, le devolvió la mirada—. Lamento interrumpir tu idilio con el caballero pero… —Aquello consiguió una desdeñosa mirada de parte de Edward y una carcajada por parte de Garrett, quien negó una y otra vez con la cabeza.

—No es ningún idilio, Christian… ese caballero lleva el caso de Victoria, ya que por si no lo sabes, nuestra familia ya ha hecho la denuncia y Garrett es el policía que está intentando dar con ella. —El molesto magnate volteó a ver al divertido policía, quien limpió su boca con una de las servilletas de papel del servicio, haciendo girar su banco para encararles.

—Mucho gusto, señor Grey… al fin tengo el agrado de conocer al hombre más deseado de Seattle. —Miró a Edward. “No sé cómo lo has conseguido pero muchas mujeres van a querer prenderte en llamas si se llegan a enterar que has logrado desviar los gustos sexuales del soltero más cotizado de la ciudad” Edward no supo que hacer, miró a Christian y luego al antiguo nómada, quien parecía estarse divirtiendo con los gestos de total vergüenza del vampiro, y la cara de celopata insufrible del magnate.

—Que tal. —Fue su seca y odiosa respuesta—. Veo que está haciendo un exhaustivo trabajo de investigación, oficial. —Espetó de lo más déspota, ironizando sus palabras.

—¡Christian por favor!... —Exigió Edward completamente avergonzado—. El oficial Garrett ha hecho un estupendo trabajo…

—Sí, se nota… —Ironizó nuevamente el acaudalado hombre de negocios gesticulando los brazos—. Mientras el señor policía está aquí atragantándose de lo lindo, la loca de tu ex está planeando otro atentado en mi contra. —No fue sino hasta que Edward cubrió su avergonzado rostro y Garrett rió, que el iracundo magnate se percató de su impropio comentario— …Quiero decir… en contra de Edward. —Señaló al chico.

—La verdad es que la pelirroja es de armas tomar. —Acotó Garrett—. “Engreído y celoso… ¿eh?... veo que te gustan los patanes, Edward” —El vampiro palideció más de la cuenta, notificándole a Garrett, después de incorporarse de su puesto, dejando el capuchino sobre la mesa sin tan siquiera probarlo.

—¿Podemos hablar en privado? —Edward se acercó a la puerta, esperando a que Garrett abandonara su asiento, pero el sonriente hombre contempló el pasmado y colérico rostro de Christian, preguntándole al magnate.

—Siempre y cuando el señor Grey me permita hablar a solas contigo, claro… —Edward abandonó el restaurante sin ninguna intención de escuchar la respuesta de Christian, la cual no se hizo esperar.

—Como si Edward necesitara mi aprobación para hacer lo que se le dé la gana. —Aquello hizo sonreír al policía, abandonando al fin su puesto frente a la barra—. Y no crea que no me estoy dando cuenta de sus insinuaciones. —Christian se levantó, encarando a Garrett—. No sé a qué está jugando, policía… —Ambos hombres se contemplaron a escasos centímetros de distancia— …Pero más le vale que deje sus insinuaciones, Edward y yo solo somos amigos y no entiendo porque usted cree que…

—Nooo… si yo no creo nada, señor Grey… estoy cien por ciento seguro de ello, ojo de loca, no se equivoca… con su permiso. —Se apartó del impertérrito hombre, quien maldijo por lo bajo al policía, tomando nuevamente asiento, justo cuando el mesero regresó con el pedido, depositando dos platos de huevos benedict, los cuales reposaban sobre un par de tostadas de pan de sésamo, aquellas que en conjunto con la ensalada Cesar y el aderezo cremoso de salsa blanca al pesto, era el mejor desayuno de Luna Park Café.

Garrett salió con una taimada sonrisa, mirando el ceño fruncido de Edward, apartando sus desgreñados cabellos hacia atrás, los cuales parecían ser bastante rebeldes, cayendo nuevamente sobre su pícaro y masculino rostro, acercándose al aun molesto vampiro.

—Quiero que dejes tus impropios pensamientos, el señor Grey es tan solo mi paciente y gracias a eso es que Victoria le ha atacado… quiere exponerme delante de los humanos con los que estoy conviviendo. —Garrett asintió, recostándose de una de las paredes de vidrio del establecimiento—. Imagino que Jasper te ha llamado y te ha contado los pormenores de lo ocurrido esta mañana, tal y como se lo he pedido. —El policía volvió a asentir.

—En efecto, el mayor Whitlock me llamó a primera hora de la mañana notificándome lo que pasó y lo que están haciendo unos canes en Seattle, rastrear a la nómada. —Tal parecía que Jasper no soportaba la presencia de los lobos y sobre todo el tener que convivir con ellos por un bien común—. Dime una cosa, Edward… —Se incorporó de su relajada postura acercándose un poco más al muchacho—. Pudiste tomar algo de ella, cabello… que se yo, cualquier cosa que la inculpe. —El joven vampiro negó con la cabeza—. Mmm… entiendo. —Sonrió nuevamente con malicia—. Imagino que tu prioridad era defenderlo a él en vez de atacarla a ella… ¿cierto?

—En efecto… —respondió intentando sonar relajado, pero los perturbadores pensamientos de Garrett lo estaban cabreando—. Como ya te dije es mi paciente y solo quiero su bienestar, ya que…

—Sí, sí, si… como sea. —Interrumpió sus innecesarias explicaciones—. El punto es, que si no logramos inculparla de algún modo, tarde o temprano mi jefe se dará cuenta de lo que estoy tratando de esconder, que tanto tú como tu familia, están involucrados en todo este rollo de los asesinatos y no quiero a los Vulturis en mi jurisdicción, impartiendo su “supuesta” justicia. —Edward asintió, dándole la razón.

—Pues creo que los muchachos fueron a rastrear el lugar, si se consigue algo de ella podríamos entregártelo y… —El sagaz hombre se acercó un poco más al muchacho, interrumpiendo su fluida explicación.

—Dime algo, Edward… ¿Cómo hiciste para que el señor Grey se interesara en ti? —Si hubiese podido ruborizarse, el vampiro hubiese pasado de aquel color pálido a uno amoratado en cuestión de segundos, negando una y otra vez con la cabeza.

—Yo no he hecho nada… ya te he dicho que entre el señor Grey y yo… —Garrett volvió a interrumpir.

—Hace unos segundos le llamabas Christian y hablaban sobre un competitivo beso… ¿ciento? —Edward lo fulminó con la mirada.

—¿Eres policía o periodista de farándula, Garrett? —Aquello consiguió una desinhibida carcajada de parte del ex militar.

—Me gusta el chisme, Edward… es divertido cotillear a las personas, es lo bueno de ser vampiro. —Palmeó el hombro del muchacho.

—Pues espero respeto de tu parte para con mi persona, ya que yo no te he dado pie a ello. —pretendió entrar nuevamente al restaurante, siendo Christian quien saliera a buscarle.

—Se te enfría la comida, Edward. —El chico asintió notificándole que ya se disponía a entrar, pidiéndole al magnate que lo esperara dentro, ganándose no solo una iracunda mirada de parte de Christian, Garrett también obtuvo lo suyo, observando con una divertida sonrisa de medio lado, como el malhumorado hombre de negocios le contempló con total desprecio, entrando con parsimonia al restaurante.

—Llamaré a mi hermano y le exigiré que revise exhaustivamente el parque en compañía de los lobos. —Garrett le confirmó que sería lo mejor—. ¡Por cierto!... tengo curiosidad… ¿Por qué comes comida humana?... es decir… yo lo hago porque necesito mantener mi puesta en escena, pero tú. —Se encogió de hombros, esperando una respuesta de parte del sonriente y afable vampiro.

—El comer las porquerías que los humanos llaman, alimento… me ayuda a controlar mi sed de sangre. —Aquello sorprendió a Edward. —El licor es lo mejor… inténtalo… es mejor que la comida y somos difíciles de embriagar… yo hice la prueba. —Sonrió rememorando su hazaña—. Mientras que el grupo de humanos con los que salí, bebieron dos botellas de brandy cada uno, yo me bebí cinco y aún estaba sobrio. —Palmeó el hombro de Edward, pretendiendo entrar nuevamente al establecimiento, para pagar la comida y culminar su ingesta—. No fue sino hasta la botella ocho que pude sentir, después de varios siglos, lo que era estar embriagado. —Entró junto a Edward, quien se percató del ceño fruncido de Christian, junto a unos crispados y tamborileantes dedos sobre la mesa. “Lo peor fue cuando todo ese alcohol quiso salir de mi cuerpo, fue asqueroso” Le dejó ver al incomodo vampiro por medio de sus pensamientos, el desastre que había causado después de toda aquella ingesta de comida y alcohol, sintiéndose asqueado. “Hablaremos luego, Edward, fue un placer conocerte”

El vampiro no dijo nada tomando asiento frente a Christian, quien lo fulminó con la mirada, mientras el serio muchacho rogaba internamente porque no hiciera verbal cada uno de los reproches que tenía atragantados en su garganta, volteando a ver a Garrett quien terminó de comer sus tostadas, dejando un fajo de billetes sobre la barra, despidiéndose de ambos, sin recibir de parte de ninguno de los dos, una retribución igual ante ello.

—Huevos benedict, mis favoritos… gracias. —Le sonrió a Christian, quien pasó de iracundo e irracional a complacido y sonriente, controlando toda su rabia interna al ver como por primera vez, había dado en el clavo en cuanto a los gustos culinarios del muchacho.

—¡Vaya!... Al fin pegué una. —Edward le sonrió nuevamente y aquello fue la cereza que adornó el postre de manipulación y total adulación hacia el magnate, consiguiendo que el caballero bajara la guardia—. Buen provecho. —Edward agradeció sus buenas intenciones, deseándole exactamente lo mismo, comenzando a comer.

“Esto no puede ser más asqueroso” Escuchó Edward desde los pensamientos de alguien más, sonriendo ante la similitud de sus sentimientos en contra de los huevos, los cuales los sintió un poco pastosos y pegajosos. “No puedo entender cómo es que pasó de ser el mujeriego número uno de Seattle al maricón número uno de la ciudad” Aquello detuvo la ingesta de comida de parte de Edward, quien comenzó a escanear nuevamente todo el lugar. “Ya quiero acabar con tu maldita existencia, Grey” El intranquilo vampiro volteó a ver hacia atrás, enfocado sus ojos en el desalineado hombre de barba y sombrero que había chocado con el mesero, lo que consiguió que el tipejo volteara rápidamente el rostro a otro lado. “Victoria me dijo que los vampiros tenían buena audición, pero no me dijo nada de poder leer la mente” Volteó a ver nuevamente hacia la mesa de ambos hombres, justo cuando Christian acotó, sin dejar de disfrutar del delicioso desayuno, llamando la atención de su acompañante.

—Mientras hablabas con el impertinente oficial me llamó Taylor. —Edward asintió, sin dejar de estar atento a los pensamientos de aquel hombre, sin tener aún la certeza de quien se trataba—. Envió los cuadros a analizar y ¿a qué no sabes que encontró? —El pensativo y alerta vampiro le preguntó que era, esperando su respuesta—. La sangre que usaron le pertenece a uno de los trabajadores del museo. —Edward miró perplejo a Christian—. Parece que lleva justo dos días desaparecido, y las únicas huellas que encontraron en los cuadros, fueron las de ese hombre y las de José Rodríguez, el amigo de Anastasia. —Fue la primera vez que Christian se sintió tan relajado al decir el nombre de su ex, sonriendo levemente ante aquel sentimiento de libertad que lo embargaba, al darse cuenta que estaba superando a la mujer que una vez había logrado cautivarle.

—Taylor es bastante bueno, ¿en tan solo un par de horas ha obtenido tanta información? —Christian asintió.

—Taylor trabajó para el FBI… se retiró porque quería un trabajo menos demandante y desde que me lo recomendaron hace ya muchos años atrás, jamás he presidido de él. —El vampiro asintió, justo cuando el incómodo hombre a sus espaldas se levantó, pretendiendo ir al baño, mientras pensaba.

“Así que ya saben que mataste al empleado del museo, vampirita… esto lo tienes que saber, ahora mismo” Entró al cuarto de baño de caballeros después de terminar su taza de café, realizando la llamada.

“Esa voz la conozco” Rememoró la noche del evento de caridad, trayendo a su mente el momento en el que había tenido la desdicha de conocer a Jack Hyde y a su prometida. “¿Así qué te estás valiendo de ese imbécil para ejecutar tus planes de venganza?... te creí más astuta, Victoria” A su mente regresó el momento exacto en el que aquel hombre se había agachado junto a ellos para recoger las cosas del mesero y las que él había dejado caer a propósito, con la única finalidad de colocar algo en la mesa para espiarles, ya que aquel hombre por más buena audición que tuviera, jamás alcanzaría a escuchar su conversación a aquella distancia, imaginando que traía un dispositivo de audio, comenzando a tantear los bordes de la mesa, consiguiendo llamar la atención de Christian.

 —¿Ocurre algo? —Edward posó el dedo índice sobre sus labios, incitando al magnate a callar, consiguiendo al fin el dispositivo, mostrándoselo a Christian—. No puede ser… —El silencioso vampiro le exigió entre señas que no hablara, pidiéndole entre susurro que pagara la cuenta y así poder marcharse sin que aquel hombre se percatara de su huida.

Christian asintió, encaminándose en busca del dueño del restaurante para finiquitar la cuenta, mientras el vampiro caminó hacía la mesa que había estado ocupando Jack, dejando el micrófono dentro de la taza de café, tomando una de las servilletas de papel, pidiéndole amablemente a uno de los meseros que le prestara su bolígrafo, pretendiendo dejar una nota, escuchando claramente al malviviente hombre notificarle a Victoria acerca de lo que había estado espiando, disculpándose unos segundos con la vampiresa, afirmando que tenía otra llamada entrante, respondiéndola justo cuando Edward terminó de escribir la nota, dejándola debajo de la taza.

(Dile a Victoria que vamos en el marcador una a una… esta mañana logró asustar a Christian, veamos que tanto pueden asustarte a ti los vampiros del bando contrario… Jack)

Dejó la nota después de devolverle el bolígrafo al mesero, percatándose de como Jack comenzó una acalorada discusión por teléfono con su prometida, la cual le exigió que consiguiera con suma urgencia un Office boy para la editorial, mientras Christian le notificaba en voz baja al vampiro que todo estaba listo para marcharse, abandonando el tranquilo y acogedor lugar, subiendo rápidamente al auto de Christian, el cual había decidido prescindir esa mañana de Taylor, dándole tiempo a que investigara lo de los cuadros ensangrentados, aunque ya no correría más riesgos. Llamó por teléfono a su guardaespaldas, mientras Edward hizo lo mismo con su familia, marcando el número de celular de Alice, intentando notificándole a la vampiresa lo ocurrido, pero su hermana le preguntó por el bienestar de Christian.

—Él está bien, Alice… quiero que me escuches atentamente. —La chica afirmó verbalmente a sus exigencias—. Hay cambio de planes… —Christian siguió hablando por teléfono con Taylor, acercándose a la avenida principal, virando el auto hacía la izquierda— … Ya sé quién es el nuevo secuas de Victoria. —La sorprendida vampiresa le preguntó de quien se trataba, escuchando atenta su respuesta—. Es Jack, el prometido de Anastasia, la ex de Christian. —El magnate siguió conversando con su mano derecha, sin tan siquiera percatarse de los susurros inaudibles de su acompañante, aquel que no deseaba que Christian se enterara de ello—. Debes enviar a uno de los lobos hasta la editorial, que olfateen la zona, que averigüen lo que puedan y de ser posible, si lo ven llegar que lo secuestren… yo no puedo actuar delante de Christian, pero ustedes, sí.

Culminó la llamada al mismo tiempo que Christian terminó la suya, dejando que el magnate lo llevara hasta la torre empresarial de Grey Enterprise Holding inc. elucubrando sobre todo aquel macabro complot que se estaba tramado la pelirroja, quien decidió apoyarse justamente en el hombre que más odiaba a Christian Grey, temiendo lo peor sobre todo aquel juego de venganza.

 

Charlie meció una y otra vez entre sus brazos a la pequeña Saralie, quien lloraba a todo pulmón, pataleando ante la rabia que la embargaba, al no tener lo que deseaba… su biberón a tiempo.

—¿Charlie?... El niño está llorando cada vez más fuerte… ya el juego del rostro cubierto con la toalla no lo anima… ¿quieres apurarte con esos biberones? —El atareado policía volteó a ver hacía la sala con el ceño fruncido.

—¿Crees qué estoy jugando a las muñecas con Saralie?... intento enfriar los biberones lo más pronto posible, Billy… —Espetó Charlie de mala gana.

—Lo sé, hombre… pero si te apuras sería estupendo ya que los berrinches de estos dos pequeños me están enloqueciendo. —Charlie siguió batiendo y sumergiendo ambos biberones dentro del fregadero lleno de había con hielo, probando la temperatura del contenido, al dejar caer unas gotas del blanquecino líquido sobre el dorso de su mano, maniobrando con la iracunda niña.

 —Creo que ya está. —Sacó el otro biberón, corriendo hasta la sala, arrojándole uno a Billy, el cual lo atrapó en el aire—. ¡Qué buena atrapada de los pieles rojas de Washington, señoras y señores! —Exclamó Charlie como si narrara un partido de fútbol americano, haciendo sonreír a Billy, quien destapó rápidamente el biberón, dándole de comer al niño, haciéndole callar al fin.

—¡Oh, por todos los espíritus de mis ancestros!... pensé que jamás se callarían. —Acotó el minusválido hombre después de que Charlie tomara asiento y comenzara a alimentar a la niña.

—Creí que mis tímpanos comenzarían a sangrar con tanto berrinche. —Ambos rieron—. No comprendo como los Cullen alegan adorar cada segundo con estos pequeños berrinchudos… ¿será que los inmortales tienen un don especial con los niños?... porque lo que soy yo estoy agotado. —Billy sonrió.

—A lo mejor ellos son más rápidos a la hora de preparar los biberones, que un par de viejos mortales —Charlie hizo una mueca con sus labios, lo que consiguió que su denso bigote se crispara.

—Viejo es el Chevy de Bella y aun así anda. —El padre de Jacob sonrió, asintiendo a sus palabras.

—Tienes razón… a demás… aquí el más viejo e inútil de los dos soy yo. —Charlie palmeó una de sus piernas.

—No digas eso, hombre… que hoy por hoy hasta Sue parece preferirte a ti que a mí, y mira que lo he intentado. —Acotó dejando de mirar a Billy, enfocando sus ojos en Saralie.

—Y mientras todas quieren conmigo y tú intentas rehacer tu vida con cualquiera de ellas, yo sigo intentando recuperar a la única persona a la que sigo amando. —Por alguna extraña razón, Charlie supo de sobra que su amigo de toda la vida diría algo como eso.

—No empieces con eso de nuevo, Billy… —Exigió, sin dejar de observar como la pequeña se alimentaba con glotonería—. Pensé que eso ya había quedado en el pasado. —Levantó la cara, observando al fin a su amigo.

—Yo también lo creí, Charlie… —Acotó el líder de la tribu de los Quileutes, sin dejar de mirar al policía—. Cuando te alejaste y volviste comprometido con la madre de Bella, imaginé que todo había terminado entre tú y yo. —Charlie contempló una vez más a su nieta—. Yo decidí volver con los míos y fue allí cuando conocí a Sarah, mi imprima y supe que todo había llegado a su fin. —Todo aquello estaba comenzando a incomodar al padre de Bella, recordando su adolescencia junto a Billy, quien para aquel entonces había sido el líder de los lobos, ocultándoselo a su joven y apuesto amante, el divertido estudiante de cuarto año de la secundaria de Forks, aquel que solía escaparse de su casa todos los fines de semana para ir hasta la playa de La Push, en busca de adrenalina, retando a los nativos de la zona a competir con él en clavados desde el acantilado, siendo justamente Billy quien detestara tenerlo en su zona, enviándolo de vuelta a su casa, después de tener varias disputas con el muchacho.

—Y así fue, Billy. —Acotó Charlie—. Lo que ocurrió entre tú y yo, debe quedar exactamente en donde se quedó, en el pasado… en el olvido, jamás existió un nosotros simplemente porque…

—… porque tú ya no me quieres, Charlie. —Argumentó Billy, interrumpiendo su alegato—. Pero cuando Sarah murió y sus hermanas decidieron encargarse de Rachel y de Rebecca, dejándome a Jacob a cargo, yo pensé que a lo mejor… —Charlie le interrumpió.

—¿Volvería contigo?... —Negó con la cabeza—. Yo ya había olvidado lo que había pasó entre nosotros, Billy… y no quiero que nuestros hijos se enteren de lo que pasó…

—Pero Charlie, Bella es…

—No me importa que Bella sea lesbiana… no deseo que nadie lo sepa, Billy… ¿está claro? —El consternado Quileute no dijo absolutamente nada, dejando el biberón ya vacío sobre la mesa central de la sala, colocando al ya dormido Infante sobre su hombro, palmeándole sutilmente la espalda.

—No diré nada, Charlie. —Acotó Billy con pesar—. Pero sé porque decidiste olvidarlo todo. —El policía realizó las mismas acciones que su amigo, abandonando el biberón de Saralie junto al de Anthony, recostando a la aún despierta niña sobre su hombro, sin deseo alguno de seguir escuchándole—. Porque no me perdonas lo que te hice delante de tus padres. —Lo menos que aquel hombre deseaba era recordar cuando todo aquel romance entre ambos jóvenes había sido descubiertos por sus progenitores, siendo Billy quien les informara que había sido Charlie el insistente sobre toda aquella impropia relación, cuando la realidad había sido otra completamente distinta y había sido el apuesto Quileute de aquel entonces quien enredara al jovencito de la preparatoria para que terminara entregándose al líder de los lobos de aquella época, enamorando a Charlie.

—He dicho que ya no quiero seguir hablando de esto. —Se levantó del sofá, llevando a Saralie hasta su coche, acercándose a Billy para quitarle al inconsciente niño, notificándole que lo llevaría hasta la cuna, percatándose de como su amigo enfocó sus tristes y arrepentidos ojos sobre el semblante serio del policía, exigiéndole en voz baja y quejumbrosa.

—Perdóname, Charlie… —El aludido contempló al triste Quileute, respondiendo a sus disculpas.

—Yo ya te perdoné hace mucho tiempo, Billy… sino fuera así no te estaría hablando justo ahora. —Tomó al niño entre sus brazos, apartándose del melancólico minusválido—. Pero no me pidas que lo intente de nuevo contigo, ese romance de verano entre dos jóvenes curiosos e inseguros quedó enterrado en el pasado, estamos muy viejos para esto, Billy… tu hijo y mi hija fueron esposos, tuvieron hijos y somos los abuelos de estas dos criaturitas… ¿Qué crees que pensarían todos si se llegasen a enterar de lo que ocurrió entre nosotros. —Ha lo que Billy respondió, tomando ambos biberones ya vacíos de la mesa, movilizando su silla de ruedas hasta la cocina.

—Qué somos un par de viejos maricones y anticuados que no pudieron manejar su maldita homosexualidad y simplemente decidieron esconderla detrás de la imprimación y de una falsa heterosexualidad. —Charlie no dijo nada, pero aquel duro alegato de parte de Billy consiguió que tanto sus removidos recuerdos así como aquel doloroso pasado golpearan su pecho, dejando que una gruesa y amarga lágrima rodara por su mejilla, cayendo sobre la ropa del  pequeño infante al recostarle sobre la cuna, limpiando rápidamente su rostro, suspirando para retomar la careta que había estado llevando durante casi veinte años y la que parecía no querer aminorar la dura carga que llevaba acuestas, haciéndola cada vez más insufrible de llevar.

 

Tanto el aterrado multimillonario, como el aturdido estudiante de psicología, arribaron a la torre empresarial “Grey”, en donde Christian tuvo que reorganizar todas sus juntas para la tarde y otras fueron pautadas para el día siguiente en la mañana.

—Debes mantenerte ocupado, Christian. —Le exigió el apuesto vampiro, intentando controlar su incesante vaivén a cada lado de la amplia ventana panorámica—. Si te aíslas de tu vida cotidiana vas a colapsar y no es bueno que…

—Deja al loquero fuera de esto, Edward… lo menos que quiero ahora es que mi psiquiatra me esté analizando… ¿No te das cuenta? —preguntó, deteniendo su apresurado caminar—. Esa mujer parece tenernos vigilados o ¿Cómo crees que se ha enterado ese hombre, que tú y yo estábamos en aquel lugar? —Sin duda Christian tenía razón, si algo mantuvo pensativo a Edward era justamente los adquiridos hábitos del magnate, haciéndolo presa fácil.

—Sin duda te ha estado estudiando, sabe tus rutinas a la perfección, así que debes cambiar eso. —Se acercó a Christian—. Lo que no debes dejar de hacer es concentrarte en los negocios, eso es algo que te mantiene tranquilo y en perfecto equilibrio mental y antes de que mandes nuevamente al loquero a comerse una sopa de espárragos, también tu amigo cree que necesitas mantener la mente ocupada en cosas positivas, deja que Taylor, los lobos y mi familia se preocupen por Victoria. —Aferró el hombro de Christian, consiguiendo que el pensativo hombre le mirara—. No dejaremos que te toque ni un cabello. —Ambos se contemplaron mutuamente—. Ni a ti, ni a ninguno de tus familiares, eso te lo juro. —El aún intranquilo hombre asintió muy a su pesar, en busca de su privilegiado asiento presidencial, encendiendo el computador, mientras Edward se encaminó hasta el impoluto sofá al final de la pared lateral de la izquierda, tomando entre sus manos el periódico local, dejando el New York Times sobre la pequeña mesa frente al inmueble, hojeándole justo cuando la puerta se abrió precipitadamente, dejando ver el iracundo rostro de Grace, sosteniendo el mismo diario local, espetándole a su hijo.

—¿Puedes explicarme qué demonios es esto, Christian? —El aludido miró completamente perplejo el irracional rostro de su madre, la cual sacudió enérgicamente el periódico frente a él, consiguiendo que el aún asombrado hombre, contemplará el periódico.

Frente a él se encontraba la foto de ambos en el evento de caridad, donde se podían apreciar tanto los cuadros de Edward como a los dos hombres contemplándoles con una amplia sonrisa.

—¿Y bien? —Volvió a preguntar, mientras Edward comenzó a buscar aquel artículo en el suyo, intentando no hacer ruido, ya que la molesta mujer no se había percatado aún de la presencia del otro implicado en aquel reportaje.

—Soy yo en un evento de caridad al que fui el viernes. —Grace apuntó al rostro de Edward sobre el periódico, enfatizando que la pregunta era específicamente, dirigida hacía su acompañante de esa noche—. Él es Edward Cullen… mi nuevo terapeuta, madre. —Sonrió ampliamente, contando internamente hasta diez, a sabiendas de que la mujer explotaría, interrogando a su hijo, sobre lo que ambos hombres ya sabían que preguntaría.

—¿Tú nuevo qué?... ¿Te volviste loco, Christian?... Tu terapeuta es Flynn. —El magnate negó con la cabeza, dándole una fugaz mirada a Edward por el rabillo del ojo, percatándose de como el chico les observaba, haciéndose el que leía el diario.

—Pues no sé qué reportes te estará entregando últimamente Flynn, madre… pero desde hace casi un mes, tu chismoso amigo ya no es más mi terapeuta. —Grace bajó el periódico, negando una y otra vez con la cabeza, sin poder creer en las palabras de su hijo adoptivo—. ¿Crees que no sé qué es Flynn el que te mantiene al tanto de mis cambios de ánimo?... ¿Crees que no sé qué es él quien te dice cómo voy con mis fantasmas del pasado?... Vamos Grace, dame un poco de crédito y no me creas tan estúpido. —La asombrada mujer puso su mejor cara de reservada, manteniendo un semblante serio e inmutable.

—Sigo sin saber de qué me estás hablando, Christian. —Acotó Grace, dejando el periódico sobre el escritorio—. Flynn no me cuenta absolutamente nada sobre sus terapias. —El magnate alzó irónicamente una de sus cejas.

—¿En serio?... —Tomó su teléfono celular, marcando el número de su hermano, mientras Edward siguió leyendo el amarillista artículo, en el que el reportero se preguntaba a sí mismo, si los gustos sexuales del soltero más cotizado de Seattle habían cambiado o si tan solo se trataba de una puesta en escena de ambos hombres, para atraer a más mujeres hacía ellos, ya que describían al “joven modelo” y musa del fotógrafo, como un Adonis proveniente del mismísimo Olimpo—. Mamá está aquí… ¿puedes venir? —Su hermano le contestó que estaban de compras cerca de la torre Grey, prometiéndole que llegaría lo más pronto posible, culminando al fin la llamada.

—¿Con quién hablabas? —Quiso saber la incómoda y molesta mujer, arrojando de mala gana, su costoso bolso importado, sobre uno de los muebles frente al escritorio, esperando la respuesta de su hijo, quien volvió a ver a Edward, el cual sonrió levemente al imaginarse lo que la madre de su paciente diría al verle.

—Ya lo veras. —Christian tomó el arrugado ejemplar que reposaba sobre su escritorio, leyendo el artículo sin dejar de sonreír con ironía—. ¡Oh madre!... ¿En serio lees estás cosas?... este periódico lo único que sabe es difamar a los ricos y famosos. —Arrojó el diario nuevamente sobre la lisa superficie de madera.

—¿Pues qué puedo pensar yo si vas a un evento de esa índole sin notificárnoslo a nosotros?... a tus padres, quienes amamos tanto los eventos de caridad. —A lo que Christian respondió, dándole la espalda, mirando por la ventana panorámica.

—Que tu hijo no necesita ir a todos los eventos de caridad con sus padres y que soy un digno representante de la familia Grey, la cual es reconocida como una de las más nobles y acaudaladas de los Estados Unidos. —Volteó a ver nuevamente a su madre—. No soy el débil ser humano que crees, Grace… Ya superé mi dura infancia y no necesito que compres mi felicidad por sobre la de tus otros hijos. —Edward cubrió su rostro, pensando que Christian estaba siendo muy duro con su madre.

—No sé de qué me estás hablando, Christian. —El magnate abrió una de sus gavetas, extrayendo de su interior el doblado y arrugado cheque que ella le había entregado en su momento a Kate, extendiéndoselo a la pensativa e incómoda mujer.

—Espero que eso te refresque la memoria, madre. —La inerte mujer no quiso tomar el doblado y arrugado cheque, sospechando lo que podía ser, negando una y otra vez con la cabeza, sin intención alguna de tomarlo, siendo Christian quien lo abriera, posándolo sobre el periódico local, cubriendo la foto de ambos—. Sabes lo que es… ¿cierto? —Justo en aquel momento la voz de Mía se dejó escuchar del otro lado de la puerta, notificándole a Andrea que la princesa Mia delospalotes había arribado al castillo Grey y que si no la dejaba pasar, le arrancaría su horrendo cabello de Barbie descontinuada, abriendo rápidamente la puerta, gritando al ver tanto a su madre como a su hermano en el mismo lugar.

—¡Oh, god!... me alegra verlos a los dos aquí. —. Entró sacudiendo su nueva y extensa cabellera rubia, saltando como niña mimada cuando está modelando su ropa nueva delante de sus padres—. Miren… ¿Qué tal me ha quedado el cambio de Look? —preguntó la atolondrada y estrafalaria chica, agitando nuevamente su cabello.

—Te vez muy… —Christian miró de nuevo a Edward por el rabillo del ojo, quien no pudo dejar de sonreír ante las loqueteras de la chica, esperando la acotación del magnate— … Rubia. —Mía sonrió.

—¡Aja!... ahora si convino con tu empresa, donde todas son rubias. —Río por demás divertida, siendo Grace quien preguntara a continuación, cambiando por completo el tema.

—¿De dónde sacaste ese cheque, Christian? —El magnate se apartó de su silla ejecutiva, acercándose a ambas mujeres, sin dejar de darle miradas furtivas a Edward—. No sé a qué estás jugando… pero si crees que con esto me vas a cambiar el tema sobre quién es ese joven y lo que hacía contigo en ese museo, estás muy equivocado. —Mía se acercó al escritorio, tomando el periódico, gritando como si hubiese visto a su artista favorito, notificándole a su madre.

—Él es el apuesto psicólogo de Christian… es adorable mamá, tienes que conocerlo. —Mía siguió enumerando cada atributo de Edward, consiguiendo que el chico se avergonzada un poco, bajando la mirada.

—No me interesa si es apuesto, tampoco si es modelo en sus momentos de ocio y mucho menos si es un recién graduado de la facultad de psicología, es demasiado joven para ser un reconocido médico… si cambiaste a Flynn por ese pelafustán tan solo porque crees que vas a librarte de mis cuidados para con tus problemas mentales, estás muy equivocado, Christian… te conseguiremos un terapeuta adecuado, que no parezca salido de una revista de moda masculina, uno que esté capacitado para llevar cada uno de tus males… —La mujer siguió despotricando en contra de Edward, quien no dejó de sonreír, percatándose de como Christian le contemplaba por sobre el hombro de su madre, siendo Mía quien delatara la presencia del por demás divertido muchacho.

—¡AAAAHHH… EDWARD!... —Corrió hasta donde se encontraba el silencioso joven, aquel que se incorporó de su asiento, abrazando a la muchacha, mientras Grace palideció más de la cuenta, mirando a su entretenido hijo.

—Hola Mía… Me alegra mucho verte de nuevo. —La atolondrada joven se prendió de su cuello, llenándolo de besos, mientras Grace volteó a ver al muchacho, reprochándole a su hijo entre dientes.

—¿Cuándo pensabas decirme que ese chico estaba allí? —A lo que Christian respondió, acercándose a su madre.

—Eso es para que tanto a Mía como a ti, se les quiten la mala maña de introducirse en mi oficina como si esto fuese el servicio público de atención al cliente y aprendan a respetar mi privacidad. —Tanto Edward como Mía siguieron conversando, siendo Christian quien interrumpiera su amena conversación, comentándole al chico en voz alta—. ¿Edward?... ella es mi adorable madre, Grace Grey. —El entretenido vampiro volteó a verles—. ¿Mamá?... Él es mi nuevo terapeuta, Edward “pelafustán” Cullen. —Aquello consiguió que la avergonzada mujer se ruborizarse aún más, golpeando el hombro de su impertinente hijo, siendo Mía la única que riera, cubriéndose la boca ante sus carcajadas.

—Ahora si te pasaste, mamita. —Acotó la chica sin dejar de reír.

—Es un gusto conocer al fin a la madre de mi paciente. —Edward se apartó de Mía, para estrechar la mano de la por demás apenada mujer.

—Un gusto, joven. —Tomó su mano, soltándola rápidamente al sentir la frialdad en su piel, lo que por supuesto a Christian ya no le incomodaba y a Mía ni siquiera le importaba—. Créame que no tengo nada en su contra, es solo que me parece muy joven para ser un psicólogo capacitado para manejar el problema de Christian… —Justo en aquel momento llegó Elliot en compañía de Kate, espetándole a su madre.

—Justo a ti te quería ver, Grace… —La sorprendida mujer volteó a ver a su hijo pródigo, sin poder creer que estuviese al fin en Seattle y en compañía de la señorita Kavanagh.

—¿Cariño?... ¿Cuándo llegaste? —Pretendió acercársele, pero ya Mía le había saltado encima a su hermano como si este fuese un árbol de bananos y ella una chimpancé.

—Hermanito… regresaste. —Por poco consigue tumbar a Elliot al suelto, pero los apresurados movimientos de Christian, detuvieron la posible caída de ambos—. Te extrañábamos. —En otras circunstancias Kate hubiese reído, pero en aquel momento se sentía tan incómoda que no hizo más que mantenerse apartada de la reunión familiar.

—Yo también te extrañaba, Mía… pero ahora es necesario ponernos serios, ya que Grace me debe a mí y a Kate una explicación. —Elliot pudo deshacerse al fin de su hermana, acercándose a su novia, tomándola de la mano, justo cuando Christian se apartó de ellos, en busca del olvidado cheque sobre el periódico, entregándoselo al muchacho—. Quiero que me expliques por qué le diste un cheque a Kate, exigiéndole que se apartara de mí para siempre. —Mía fue la única en cubrir su boca ante el asombro, mirándoles a todos.

—Cariño… lo lamento mucho. —Miró a Elliot y luego a la señorita Kavanagh, quien la observó con cierto recelo—. No fue nada en contra tuya, Kate… pero Christian había quedado tan devastado por la ruptura entre Anastasia y él, que lo primero que pasó por mi cabeza fue intentar alejar todo lo que le recordara a ella, manteniendo su estado mental lo más calmado posible.

—¿A costa de nuestra propia felicidad? —preguntó el molesto chico, retando a su madre.

—Tú tienes la culpa, Elliot, querido… eres un mujeriego, yo simplemente pensé que Kate era una más del interminable repertorio de conquistas y solo era cuestión de tiempo que la despacharas como a todas las demás. —Ambos novios se abrazaron, siendo Katherine quien hablaba.

—Pues hubiese dejado precisamente que fuera el tiempo quien decidiera, sin tener que adelantar las cosas de un modo tan egoísta, pensando sólo en el bienestar de Christian. —La mujer miró a Edward, quien había estado callado, observando toda la disputa.

—Tienes razón… no tengo palabras para disculparme con ambos… es solo que si supieran todo lo que he tenido que pasar con Christian y sus descontrolados cambios de ánimo, a lo mejor me entenderían un poquito. —El magnate se sintió un poco avergonzado, mirando a Elliot, quien negó una y otra vez con la cabeza, espetándole a su madre.

—No sé si pueda perdonarte, Grace… me has demostrado una vez más tu preferencia en cuanto a hijos se refiere. —Todos negaron con la cabeza ante las suposiciones del muchacho, siendo Edward quien hablara.

—Disculpa que me entrometa en su disputa familiar, pero no creo que sea cuestión de favoritismos. —Todos miraron al joven psicólogo, esperando su acotación ante lo que estaba pasando—. Más bien es cuestión de amor maternal y ese fuerte sentimiento a veces se suele mal interpretar. —Se acercó a Elliot, comentándole al muchacho—. Por ejemplo mi madre Esme es muy sobreprotectora conmigo. —Miró a Christian—. No solo ante mi lacerante forma de ser, sino al padecer de muchas anomalías. —El vampiro se valió del reporte medio que Carlisle había realizado para él—. Pero no creo que mis otros hermanos se sientan menos queridos por ella...  al contrario, Esme tiene una forma distinta de expresarnos a cada uno el amor que nos profesa. —Palmeó el hombro de Elliot—. Y aunque creas que ella te ama menos por lo que ha hecho por Christian, a lo mejor tú mismo le has dado pie a que la señora Grace actué de ese modo tan frío contigo, mostrándoles a todos a un Elliot mujeriego, sin amor y sin una madurez suficiente como para enseñarle a su madre que puedes ser un hombre de fuertes y sinceros sentimientos hacía una mujer como para forjar una relación basada en la fidelidad y el respeto mutuo.

No solo Christian estaba fascinado con la elocuencia, sagacidad e inteligencia innata de aquel joven estudiante de psicología, tanto Mía como Grace quedaron con la boca abierta, contemplándole completamente asombradas.

—A lo mejor tienes razón, Edward… —Elliot bajó la cara—. He sido muy inmaduro y bastante promiscuo, pero siento que Kate es la indicada para mí. —Ambos se miraron a las caras, sonriéndose el uno al otro.

—Y se lo estás demostrando con creces. —Acotó Edward, quitándole el arrugado cheque de las manos—. Entonces solo déjalo ir, Elliot. —Rompió el cheque, arrojándolo dentro de uno de los lujosos contenedores de basura—. Porque el amor de Kate ya lo tienes, pero estás dejando de lado el de tu madre y ese es un grave error, porque cuando todos los demás te fallen, solo ella estará allí para ti. —Madre e hijo se contemplaron, dejando que las lágrimas hablarán por si solas, acercándose el uno al otro,  demostrándose en un fuerte abrazo cuanto se amaban.

—Lo siento mucho, cariño. —Se disculpó Grace llenando de besos a su amado hijo.

—Está bien, mamá… te perdono. —Mía dejó escapar un chillido de dicha ante lo que estaba pasando, abrazando a Kate, dándole nuevamente la bienvenida a la familia Grey, mientras Christian se acercó sigilosamente hacía Edward, susurrándole entre dientes.

—Debería tenerte un sueldo… eres mucho mejor que Flynn. —Aquello hizo sonreír al vampiro.

—Dejémoslo así… con lo que ocurre con Victoria creo que tu deuda está más que saldada, es más, creo que yo soy quien te debe mucho, así que estamos a mano. —Christian asintió a las palabras del muchacho, sin dejar de ver toda la escena, en la que Grace se disculpó de igual modo con la señorita Kavanagh, quien recibió sus sinceras disculpas, notificándole a su suegra que ya todo estaba olvidado.

—Bueno… ya que todo se ha aclarado entre ustedes… me gustaría que abandonaran mi oficina, ya que no solo interrumpieron mi día de trabajo sino mi sesión terapéutica con el pelafustán de mi psiquiatra. —Aquello hizo sonreír tanto a Elliot como a Mía, mientras Grace y el apuesto vampiro lo miraron retadoramente, negando con la cabeza, ante sus impropias y odiosas palabras—. Admítelo, madre… te has equivocado con Edward. —La mujer asintió.

—Soy alguien que sabe asumir sus errores. —Se acercó al apuesto vampiro, después de intentar secarse las lágrimas sin correrse el maquillaje—. Eres un joven muy talentoso, Edward. —El aludido agradeció sus amables palabras—. Lamento haberte insultado, es solo que a veces Christian hace cosas que me crispan los nervios, como esto de cambiar de psicólogo. —El mangante le interrumpió.

—Pues esto no fue mi idea, Grace, fuel Flynn quien me trajo a Edward hasta acá. —La mujer no pudo creer aquello—. Tal parece que tu colega no quiere saber nada más sobre mis males. —Comenzó a arrearlos a todos como ganado, hasta la puerta de su despacho—. Pero gracias a la providencia Edward tiene bastante paciencia y como te habrás dado cuenta, también posee bastante inteligencia como para saber llevarme las manías. —Kate fue la primera en abrir la puerta, saliendo rápidamente del despacho en compañía de su novio, el cual notificó ante de abandonar la oficina de su hermano.

—Dale crédito madre… el simple hecho de tener que soportar a mi hermano es ya un logro y admítelo… Christian se ve mucho más tranquilo y sociable que antes aunque tal parece que sus horas de socialización se terminaron y muy sutilmente nos está echando de sus dominios. —Tanto Mía como Kate rieron ante las sinceras palabras del muchacho, mientras que el magante le mostró el dedo medio a modo de grosería, siendo Grace quien los retara a  ambos, ante sus impropios comportamientos.

—Bueno, basta… ¿Qué pensara el joven Edward de sus horribles modales?  —A lo que Mía alegó, lo mismo que pretendía decir Christian.

—Pero mamá… si fuiste tú quien lo llamo pelafustán… —Grace la regaño, exigiéndole que no fuera tan impertinente— …No le hagas caso a nuestra madre, Edward… ella no es una persona prejuiciosa, simplemente es muy sobreprotectora. —La mujer sonrió, acariciándole el cabello a su hija.

—Gracias Mía, querida… ¡Por cierto! Te vez mejor con ese nuevo look que con esa horrenda peluca corta que trajiste de parís, ya no soportaba vértela puesta. —La chica agradeció los piropos de su madre, contándole acerca de todo el procedimiento que le hicieron en el salón de Elena, mientras Christian siguió empujándoles hasta la salida, acotando de un modo bastante hipócrita.

—Bueno… fue un placer tenerlos acá, que pasen un lindo día y por favor… no vuelvan tan pronto, bye… se les quiere… —Cerró la puerta, suspirando pesadamente, recostándose de la pulida superficie de madera, colocándole el cerrojo.

—Eres muy odioso con tu familia, Christian. —El aludido mantuvo los ojos cerrados, intentando encontrar su equilibrio mental, el cual se había desestabilizado ante la inesperada visita de sus parientes, odiando no tener el control de la situación, al no saber que vendrían, siendo acordonado en su lugar de confort por un grupo de persona que aunque eran conocidas, a veces lo sacaban tanto de contexto que lo hacían sentir extraviado.

—Solo me gusta manejar la situación, Edward… odio que me acorralen en mi propio cuartel general. —El sonriente chico asintió.

—Entiendo tu punto, pero ellos solo quieren lo mejor para ti y tú le has demostrado lo mismo, que les importas. —El magnate asintió, abriendo al fin los ojos para contemplarle—. Intenta relajarte, has pasado por muchas cosas hoy y te siento tenso y pareces no sentirte a gusto. —Edward se acercó a la licorera que Christian había adquirido para sus imprevistas reuniones en la oficina, tomando uno de los elegantes vasos de vidrio, pretendiendo servirle un trago.

—Como tu bien lo dijiste en el pent-house, hoy no es viernes por la noche, Edward... así que no tienes que hacer eso. —Aquello hizo sonreír al vampiro.

—Pues hoy haremos una excepción. —Christian comenzó a acercarse lentamente al entretenido psicólogo, quien a pesar de poder leer su mente, en lo único que estaba concentrado era en servir un buen trago de brandy, girando sobre sus pies, después de creer que lo tenía perfectamente preparado, ofreciéndoselo al ensimismado hombre, notificándole con una amplia sonrisa—. Aquí tienes, Christian… algo fuerte para que logres centrarte y volver a la acción en la bolsa de valores. —El magnate siguió observando al muchacho, enfocando sus ojos un poco más debajo de su nariz, notificándole después de atenazar su pétreo y pálido rostro con ambas manos.

—Creo que un brandy no ayudará está vez, Edward… necesito algo mucho más fuerte que eso. —Y dicho aquello posó sus habidos, sedientos y desinhibidos labios sobre los del vampiro, el cual dejó caer el vaso al suelo rompiéndose en mil pedazos.

“No, otra vez no” Expresó el lado cuerdo de Edward, pero la experta y curiosa boca de Christian acalló sus quejas, dejando que su lado irracional y carente de afecto fuese el protagonista principal de aquel segundo e inesperado beso, el cual no solo despertó la sed de sangre del vampiro, sino su deseo sexual, posando lentamente sus manos sobre los prominentes hombros del caballero que muy sutilmente saboreó los labios ajenos, aquellos que por supuesto no opusieron resistencia alguna, al igual que la primera vez.

“¿No quieres hablar sobre el tema?... bien, dejemos que nuestras bocas discutan entre ellas y se demuestren la una a la otra que demonios pasa entre nosotros” Edward se estremeció, no sólo ante los desinhibidos pensamientos de Christian, sino ante lo impropio de toda aquella situación, ya que no solo era el hecho de que ambos eran hombres, sino que el chico era su terapeuta, rompiendo todo aquel juramento hipocrático de jamás mantener una relación sentimental con ninguno de sus pacientes bajo ninguna circunstancia, apartando a Christian lo más sutilmente que pudo, dejando escapar un leve jadeo de su garganta, justo cuando el magnate pretendió usar su lengua.

—¡Oh vamos!... ¿es en serio?... ¿Por qué siempre lo detienes en lo mejor? —Edward se sintió irreal, como si habitara un mundo completamente ajeno al auténtico, al darse cuenta de cómo Christian pretendía actuar de lo más normal, aunque estaba tan o más confundido que el joven inmortal.

—¿Qué estamos haciendo, Christian? —preguntó Edward, aferrándole aún por los hombros.

—Nos estamos… —Lo analizó por unos segundos, apartándose lentamente de Edward, acotando con un hilo de voz casi inaudible— …¿besando? —Concluyó al fin, cerrando sus ojos con cierto pesar—. Dios mío… ¿Qué estoy haciendo? —Se recostó del escritorio, cubriendo su afiebrado rostro con ambas manos

—Es lo que intento que analices, Christian… ¿a qué demonios pretendes jugar? —El magnate negó una y otra vez con la cabeza.

—¡Oh no!... No quieras echarme toda la culpa a mí, Edward… es la segunda vez que accedes al beso. —Edward no supo que alegar en su defensa, bajando la cara, completamente avergonzado.

—Tienes razón, esto no puede volver a pasar. —pretendió huir como siempre lo hacía, pero Christian se lo impidió.

—¡Ni creas que voy a dejar que te vayas sin aclarar antes todo este embrollo! —Exclamó el confundido hombre, interponiéndose entre el chico y la puerta—. Solo contéstame una sola cosa, Edward. —El tímido muchacho no pudo sostenerle la mirada, bajando levemente la cara, a la espera de la pregunta que el magnate estaba comenzando a formular en su cabeza—. ¿Qué sientes?... —Christian acortó la distancia entre ellos, preguntándole a escasos centímetros de su rostro, lo que consiguió que el temeroso joven levantara la mirada— …¿Qué has sentido las dos veces en las que… —Christian bajó la mirada, contemplando nuevamente los delgados y llamativos labios del apuesto muchacho— …nos hemos besado? —Concluyó al fin, esperando la respuesta del encogido y asustado chico.

—No sé ni lo que siento, Christian… no tengo ni la menor idea de cómo terminamos en todo este enredo… yo jamás he sentido nada por un hombre.

—Ni yo… —Acotó Christian—. De hecho… me lo han preguntado muchas veces a causa de mi reticencia a casarme. —Edward asintió, entendiendo perfectamente el por qué el magnate le había huido al matrimonio, no sólo por su particular forma de amar, sino ante la negativa a formar una familia y tener hijos.

—Lo sé… —Bajó nuevamente la mirada, percatándose del destrozo que había causado, al dejar caer el vaso de brandy, al suelo—. Creo que estamos jugando con fuego… estamos llevando esta hipotética sumisión a otro nivel y la verdad es que… —Christian le interrumpió.

—…Se nos está saliendo de control. —Edward asintió—. Y aun así, por alguna extraña razón, no quiero parar. —Aquello sorprendió y asustó tanto al vampiro, que sintió nuevamente aquel vértigo del que había estado hablando con Bella, sintiéndose irreal.

—Somos hombres, Christian.

—Eso ya lo sé, Edward. —Acortó un poco más la distancia entre ellos, acorralando a Edward entre su cuerpo y la licorera—. Pero ¿quién lo va a saber? —El vampiro sintió por primera vez la necesidad de respirar aire fresco, sin poder creer que Christian le estuviese proponiendo tener un romance a escondidas, ante la curiosidad y aquel insistente sentimiento de apego que sentía el uno por el otro, sin poder creer que unas semanas atrás se llegaron a detestar como a nadie en el mundo.

—No, no estoy entendiéndote, Christian. —El magnate se apartó un poco, frotando nerviosamente sus manos

—Ni yo me estoy entendiendo. —Rió nerviosamente—. El punto es que tú sientes algo… —Señaló al muchacho— …yo siento algo y ambos tenemos curiosidad de saber que es. —Edward negó con la cabeza.

—No, tú sientes curiosidad… yo sólo quiero huir y no volver nunca más a tu pent-house. —Aquello consiguió una irónica sonrisa de parte del magnate.

—¡Si, claro!... y yo quiero volverme hare Krishna y raparme la cabeza. —Ironizó el odioso hombre—. Sé que eres tímido e inseguro, eso se te nota a kilómetros, Edward pero tu curiosidad es tan grande como la mía. —El vampiro negó una y otra vez con la cabeza, intentando convencer no solo a Christian, sino también a sí mismo.

—No, estás equivocado. —Se apartó de él, pisando el charco de brandy, percatándose de su torpeza—. Yo… yo no quiero esto… no creo que debamos seguir viéndolos. —Miró sus zapatos mojados y el destrozo en el suelo, pretendiendo hacerse el desentendido, inclinándose para recoger los trozos de vidrio, justo cuando Christian hizo lo mismo, quitándole al temeroso y tímido muchacho, los pedazos que había recogido, exigiéndole a continuación.

—Deja eso allí, alguien más vendrá a recogerlo. —Pero Edward insistió en tomarlos nuevamente, jalando bruscamente uno de los trozos que el magnate le había quitado, consiguiendo que la filosa pieza de cristal cortara uno de sus dedos, el cual comenzó a sangrar.

—Aagr… ¿vez?... puedes llegar a lastimarte. —El fuerte olor a sangre consiguió que el sediento vampiro se tensara, dejando su inclinada postura, apartándose de Christian—. Rayos… parece ser profunda. —Apretó su dedo, consiguiendo que la sangre saliera a borbotones, desestabilizando el poco autocontrol del chico, quien se vio a si mismo destrozándole el cuello al magnate, mientras drenaba toda su sangre.

—Debo irme. —Notificó Edward mientras que los persistentes latidos del corazón de Christian retumbaron en los sensibles oídos del vampiro, incitándolo cada vez más a masacrar a aquel hombre frente a él, quien se percató no solo del pálido rostro del muchacho, sino de su tenso semblante, mirando la cortada en el dedo de Christian como lo más temible de este mundo.

—¿No me digas que le tienes miedo a la sangre? —Edward pretendió huir nuevamente, pero Christian fue lo suficientemente rápido como para detenerle, exigiéndole que se quedara.

—No lo entiendes… en verdad debo irme. —Miró nuevamente la ensangrentada mano del magnate deseando arrancársela de un mordisco, apartándose de él—. Hablamos luego. —Abrió rápidamente la puerta, huyendo de aquella fuerte tentación, concentrándose en una sola cosa, en los sentimientos que comenzaron a nacer por aquel hombre, lo cual había sido lo que ayudó al sediento y descontrolado vampiro a calmarse. “Sin duda hay algo más que un simple sentimiento de empatía… si no fuese así ya estarías muerto” El simple hecho de imaginar un mundo sin Christian Grey fue lo que calmó su creciente sed de sangre, abandonando al fin la torre empresarial del acaudalado hombre de negocios, deteniéndose justo en la avenida principal para tomar un taxi, percatándose de como una motocicleta se interpuso en su camino, asombrando enormemente al vampiro, al ver de quienes se trataba.

—¿Sube?... —Exigió Jacob, después de que Paul abandonará el asiento trasero, con un semblante serio y arrogante.

—¿Qué hacen ustedes aquí? —preguntó el aún asombrado vampiro.

—Los muchachos y yo hemos estado patrullando la ciudad después de lo que ocurrió esta mañana en el parque. —Señaló su oreja, mostrándole a Edward el intercomunicador que traía puesto—. Tu hermana nos dio estos jugueticos para que estuviésemos comunicados entre sí. —El chico volvió a asentir—. Nos notificó que tenías problemas de autocontrol y que necesitaba que alguien llegara lo más pronto posible hasta acá.

Edward no supo que pensar, por un lado estaba toda aquella puesta en escena de parte de cada uno de los que habían arribado a la ciudad de Seattle con la única finalidad de acabar con Victoria de una vez por todas, y por el otro lado toda la colaboración y el mutuo acuerdo entre ambas razas, congeniando en perfecta paz y armonía.

—Yo era el más cercano y como la llamada de alerta era para detener un posible asesinato de tu parte,  no iba a perder la oportunidad de darte una paliza si era necesario. —Aquello hizo sonreír a Paul, asintiendo a las palabras del beta—. Pero veo que pudiste controlarte. —El serio vampiro asintió, frunciendo el ceño—. Lástima, será en una próxima ocasión. —Jacob miró a Paul, quien simplemente se encogió de hombros—. Vamos, sube… —Insistió el chico.

—¿Y Paul? —Preguntó Edward, señalando al musculoso Quileute.

—Él se quedará aquí… ya que tú no estarás protegiendo a la carnada, dejaremos que Paul lo cuide. —Aquello de llamar “carnada” a Christian no le agradó en lo más mínimo, clavando su desdeñosa mirada en el por demás divertido lobo—. Vamos, sube y no me hagas pedírtelo una cuarta vez o juro que voy a atarte al guardafangos trasero y te arrastraré por toda la maldita calle. —Jacob se despidió de su mejor amigo con un choque de puños, notificándole que debía de seguir al magnate hasta su casa, prometiéndole que habría un nuevo cambio de guardia.

—Perfecto, Jacob… nos vemos. —Se despidió Paul comenzando a patrullar todo el lugar, caminando despreocupadamente por la acera, mientras Edward decidió al fin subir a la motocicleta, escuchando la odiosa petición del muchacho.

—No vayas a abrazarme… ¿Quieres?... ya el simple hecho de tenerse cerca me enferma. —Desde el intercomunicar de Jacob, Edward pudo escuchar como Sam lo regañó, mientras que Paul y Embry reían, siendo Emmett quien le llamara maldito perro mierdero, consiguiendo que varios de los conectados a la señal se carcajearan.

—No pretendía hacerlo, Jacob… —Acotó Edward, aferrándose de la parte trasera de la motocicleta—. Apestas demasiado y aún no he sido vacunado en contra del Lyme. —Quiso hacer alusión a la enfermedad que transmite la garrapata, consiguiendo las carcajadas de algunos y las quejas de otros, al llamarle indirectamente, pulgoso.

Jacob arrancó a toda velocidad su motocicleta, notificándole a Alice que había recogido el paquete, preguntándole si lo llevaba hasta el pent-house del hotel Paramount o lo dejaba en algún otro lugar, siendo Edward quien le exigiera al odioso muchacho, inclinándose un poco hacía adelante para que le escuchara.

—Vamos a la editorial S.I.P. —Jacob le notificó que Sam ya había estado allí, después de que él les informara quien era el secuas de Victoria, en busca de Jack Hyde tanto en la editorial, como en su casa, ya que Jasper había investigado donde vivía con la ayuda de Garrett, dejando en cada punto a uno de ellos por si aquel hombre decidía regresar—. Perfecto… veo que han estado trabajando, pero quiero infiltrar a uno de ustedes en la editorial.

Aquello sorprendió a todos, ya que ninguno supo bajo que concepto lograrían hacer eso, siendo Alice quien preguntara que planes tenía y quien sería el infiltrado.

—Serás tú, Jacob. —El chico viró la moto hacía su derecha, tomando la calle que daba hacía la prestigiosa editorial—. Conoces a Anastasia, la prometida de Jack… ¿cierto? —El chico asintió mirando a Edward por medio del espejo retrovisor—. Pues cuando descubrimos a Jack, Anastasia le había hecho una llamada exigiéndole que consiguiera lo más pronto posible a un Office boy… ese serás tú, Jacob. —El chico no dijo nada, y aunque lo que menos deseaba era trabaja de mandadero, no se opuso ante la simple idea de ver a la hermosa joven que había conocido en Port Angel´s y sobre todo de cuidarla, ya que tanto Jacob como Edward pensaron lo mismo, que de ahora en adelante, la chica también corría peligro.

—Bien… —Fue la seca y odiosa repuesta del beta de la manada, complaciendo enormemente al vampiro, aquel que por más que no quisiera admitirlo, sintió una enorme gratitud hacía cada uno de los lobos, no solo por ayudarles a destruir a Victoria, sino porque cada uno de ellos estaba exponiendo su vida, para que la de Christian Grey siguiera su curso sin que el magnate se percatara de ello.


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