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Punto de Inflexión (Provisional) por Pipo

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Se acercó al hombre que se encontraba postrado en la cama, dormido profundamente como si nada más importase. Su piel no tenía el resplandor rosado, color melocotón que recordaba. Una mascarilla respiratoria se encontraba conectada a él, como el montón de aparatos que lo mantenían con vida a costa de unos cuantos dólares en el banco.

Su abuelo ya no era consiente. Era un cadáver que no le permitían morir. A ella la mataba esa cruel verdad, puesto que por capricho prolongaba su mísera existencia.

La mano de su abuelo, caí afuera de la cama.  En un impulsó la tomó y la junto con la de ella, sollozó tratando de contener el llanto. La conciencia le decía que lo dejase partir, pero su deseo de egoísta se lo impedía.

Ella amaba la sonrisa de su abuelo, la manera en como la miraba con tanto amor, la manera en como la trataba, su voz, su carisma, cada parte de él. Un hombre que ella recordaba con tan fuerza y salud. Pero ahora era un hombre desahuciado, sin virtud de vida o salud, a la merced da la muerte, a la merced de ella.

Paso en esa habitación por mucho tiempo, para ella el tiempo no tenía importancia. Se olvidaba de todo, ignoraba todo, lo único que importaba era ella y él. Aunque al final todo era lo mismo, un bucle sin fin de acontecimientos dolorosos y esperanza quebrantadas.

 

 Nunca soltó su mano, aun guardaba la esperanza que él abriera lo ojos y con su voz le dijera: «Hija mía, mi pequeña gotita.»

Entonces pensó: «¿Cuándo fue la última vez que escuche al mi abuelo hablar?»  Ni ella se acordaba. Un nuevo temor se albergó en su ser, y el simple hecho de imaginar que llegaría al punto en que terminaría olvidando esos pequeños detalles la asusto.

Sin en él en su vida dejara existir, significaría que se encontraría sola en el mundo. La simple idea de ello, la hizo llorar, la hizo maldecir, la hirió.

Luego de un rato, una enfermera de turno paso por la habitación del Sr. Julián Leonor, tocó gentilmente la puerta para no interrumpir nada. Asomó su cabeza y lo primero que vio fue a Irene recostada a los pies de la cama.  

--- Querida, será mejor que salgas, necesita un baño --- explicó la enfermera.

--- ¿puedo regresar después? --- preguntó Irene con los ojos hinchados de tanto llorar.

--- Por su puesto que puedes. --- Irene contempló a su abuelo antes de alejarse. Por alguna razón sintió una corazonada.

--- Enfermera… --- llamó a la mujer de espalda a ella. --- ¿Creé usted que despierte? Con sinceridad… ¿creé usted que él vuelva a la vida?

--- No está muerto hija, aun respira.

--- Lo sé, esas máquinas lo mantienen con vida. A lo que me refiero es que… si algún día estará nuevamente consiente de su entorno.

--- Probablemente.

--- Una probabilidad demasiado vaga e incierta.

--- Los milagros ocurren cuando uno menos se los espera.

--- Mantener la esperanza… la esperanza es lo último que se pierde. ¿verdad?

Sin nada más que decir, Irene se levantó del pequeño banco donde había pasado las dos ultima horas y se dirigió a la salida. Cerrando la puerta se topó con el medico a cargo de su abuelo.

Era hombre joven o al menos eso aparentaba, llevaba su característica bata de doctor con el estetoscopio colgando de su cuello, al verla este sonrió mostrando su perfecta dentadura.

--- Srta. Leonor, ¿podemos conversar? --- preguntó el Dr. Brito.

--- Sí --- afirmó ella.

---Sera mejor que me acompañe.

Sin más, Irene lo siguió. Un escalofrío le recorrió toda la espalda, tenía una corazonada, que al parecer no era para nada bueno. «Debo de ser fuerte, por él, por mí, por nosotros.» pensó. Sin embargo, el presentimiento de que algo malo iba suceder no abandonaba su mente.

--- Por favor tome asiento --- Ella inmediatamente se sentó al frente del escritorio del Dr. Brito --- Lo lamento, pero… debemos replantearnos la condición de su abuelo.

Ella sonrió sin mucha gana. Aquellas palabras las estaba esperando desde hace mucho tiempo. Había tratado negarlo, había tratado de evitar pensar en ello, pero lo inevitable, era muy difícil de ignorar.

--- Está bien --- El Dr. Brito la observó lo suficiente como para replantearse la palabras exactas que debía decir.

--- Como usted sabrá… --- y así empezó su maldito monologó.

 

 No había comido desde que había abandonado el consultorio de Ana, así que se fue a la cafetería. El día no podía ir de mal en peor. ¿Qué estaba pagando Irene, para sufrir tanto?

Mientras esperaba en la fila para ordenar la cena se sorprendió en encontrarse con su tío.

--- ¿Tío Efraín? --- dudo por un segundo.

Él hombre alto y de cabello negro como el carbón, miró sobre su hombro para observar quien lo llamaba. Al girarse se llevó la sorpresa de mirar a su sobrina.

--- ¡Irene! --- gritó con emoción --- ¿Qué haces aquí? --- cuestionó sin perder la sonrisa.

El tío Efraín no era exactamente su tío, al menos no por parentesco de consanguineidad. Más bien, su afecto era un sentimiento que se había desarrollado con el pasar de los años, puesto Efraín había sido el mejor amigo del padre de Irene.

Él había perdido a su mejor amigo, le dolió el alma cuando se enteró que su pequeña niña quedaba desolada en el mundo. Concluyó entonces que su papel en la vida de Irene no debía de limitarse en ser solo un amigo casual de la familia, sino algo aún más profundo. Llamó a la pequeña como sobrina y ella respondió del mismo modo.

 Él era diferente, su amor si era sincero y no la había abandonado. Si era cierto que se había alejado, pero siempre la visitaba para brindar su apoyo, él como su esposa.

--- Mi abuelo… --- no sabía si era buena idea decirle. --- pues… mi abuelo está aquí

Él se mostró sorprendido.

--- ¿Está bien? ¿Nada de qué preocuparnos? ¿verdad?

--- Está en coma desde hace poco más de un año --- admitió.

El hombre perdió los colores del rostro al oír tal afirmación. Trató de controlar el impulso de abrazarla y consolarla. Él la conocía muy bien y sabía de antemano que su acto de bondad se malinterpretaría como lastima y no como compasión genuina.

Se sentaron en una de las mesas vacías de la cafetería. El silencio los invadió y los acompaño por unos minutos como si de un viejo amigo se tratase.

Quien quebranto aquel silencio infernal fue Efraín pues no podía contener su curiosidad. «La curiosidad mato al gato, ¿estás seguro que quieres saber?» meditó.

--- Cuéntame, ¿Cuándo ocurrió todo esto? --- Efraín trató de sonar calmado.

--- Mi abuelo sufrió infarto en día que cumplí dieciocho años, fue leve. Al año siguiente sufrió otro, pero esta vez lo dejo en coma, luego de eso todo se complicó.

--- ¿Se ha enterado tu madre? --- Irene negó con la cabeza.

--- Dejó de ayudarme desde que cumplí la mayoría de edad --- espetó con desagrado notable.

Efraín sintió como una rabia enorme comenzó a surgir en su ser. Que justificación tendría esa mujer despreciable para tratar su hija así.

--- ¿Cómo haces para pagar las facturas de hospitalización?

--- La mitad del seguro de vida de mi abuelo cubre los gastos, lo demás lo pongo yo con mi dinero --- explicó con los ojos llorosos.

--- ¿Con que dinero? --- Cuestionó Efraín. Sabía que algún punto estaba siendo muy brusco, pero necesitaba toda la información para matar a esa maldita mujer llamada Elsa.

--- Tengo un trabajo de medio tiempo en el ministerio público.

--- ¿Aun estudias?

--- Sí, aunque no como me gustaría.

Por un momento nadie dijo nada más, cada uno se sumergió en sus pensamientos. Luego de un par de minutos Irene fue la primera en continuar.

--- El Dr. Brito… --- sollozó --- me ha dicho… --- susurró --- que debemos… no que debo de tomar la decisión de desconectar a mi abuelo.

Y las lágrimas recorrían su rostro como si de un rio se tratase. Al pobre hombre al frente de ella, no tenía la menor idea de que decir o hacer. 


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