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La mujer más linda del mundo. por Yukino

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Notas del capitulo:

Capítulo 18 en Wattpad

LA MUJER MÁS LINDA DEL MUNDO

Fanfic por Yukino

Viktor x Yuuri

Capítulo 18.


 

«Es el momento equivocado para alguien nuevo...» (*)





 

Tomaron una ducha y se prepararon un café. Viktor le prestó ropa para dormir a Yuuri para que no tuviese que usar la que traía en sus maletas, seguramente no estaba tan limpia. Parecía que hacían todo el preámbulo para ver una película, y en cierta manera lo era, la película de la vida de Viktor Nikiforov.

Cuando ya tuvieron la taza de café en las manos, se dirigieron a la cama y se sentó cada uno en partes diferentes de la cabecera. Yuuri entonces viendo cómo el horizonte escondía por fin el sol, empezó a escuchar la historia que tenía que contarle su novio, su amante, su todo.

—Bueno, por donde puedo comenzar... —Dijo Viktor tomando un gran sorbo de café —mi madre murió cuando yo aún era un chico y quedé al cuidado de mi padre. Ella siempre quiso que mi vida se viera enfocada en las artes, me decía que el arte, cual fuera que fuese, era lo mejor para un mundo que se devastaba en guerras, por eso desde muy pequeño me incentivó en toda clase de actividades, desde tocar el violín hasta el teatro, pero fue en el Ballet donde me destaqué. Ella estaba feliz y la verdad yo disfrutaba mucho el danzar. El General nunca vio problema en eso...

—¿El General? —Interrumpió Yuuri muy curioso

—Verás, El General es como le dicen a mi padre, o mejor como le decimos a mi padre. Él realmente no es General del ejército, pero sí hizo parte de la policía secreta de Moscú, y le apodaron así por ser rígido e implacable en su trabajo. Según me contó, cuando conoció a mi madre dejó atrás toda su vida en la policía y se hizo maestro. Creo que por eso yo también tenía esa tendencia, mi madre también era maestra —. Yuuri tenía la boca muy abierta, ya desde sus orígenes Viktor tenía una vida muy interesante, quiso hacerle mil preguntas a cerca de su padre y de su madre pero en ese momento solo se dedicaría a escuchar, Viktor lo pedía a gritos—. Mi madre enfermó y nunca supimos la razón de su deterioro y muerte pero mi padre fue el más afectado con su partida. Se encerró, se acorazó mejor, y ya nadie pudo traerlo de donde estaba, la amaba demasiado. Pero me dejó a mí a la deriva esperando por él para que pudiéramos compartir el dolor juntos. Y así entonces la brecha entre nosotros se hizo más extensa, más profunda y sé que llegó el punto en que me odió con su vida y aún debe hacerlo. No sé exactamente los motivos, pero llegué a ser su punto negro. Aun así afortunadamente no estuve solo, Manini era una gran amiga de mi madre, casi como su hermana y se hizo cargo de mí. Intentó darle a mi vida la alegría y la calidez de una verdadera mamá y por eso El General se casó con ella, dudo que la amara, pero lo hizo para que se hiciera cargo de mí. Ella intentó que yo dejara de danzar  pues sabía que eso molestaba a mi padre, el Ballet no era para hombres. Yo me desilusioné un poco y un día solo por casualidad, tendría tal vez doce o trece años, vi por la televisión un programa estilo libre de una final de patinaje artístico; no te imaginas lo que sentí... como si mis pies se movieran solos ante aquellos saltos y ver como se deslizaban sobre sus patines como si levitaran, fue mágico.

Le pedí a Manini que me llevara a una pista de patinaje y empecé mi instrucción en la parte artística. Al inicio me fue fatal, un horror, danzar sobre mis pies era muy diferente a danzar sobre unos patines y viví un grado de dificultad enorme que me gustó. Se me convirtió en un reto que amé de principio a fin. Yo tenía el cabello muy largo, mi madre amaba que lo tuviera así pero Manini me dijo que era mejor cortarlo. Yo le hice caso en todo, en todo lo que me dijo, ella me salvó cuando era pequeño y es mi madre ahora. Nunca entendí por qué El General la trataba y la trata tan mal si lo único que quiso fue ser esa madre que yo perdí. En fin... Resultó ser que era muy bueno en el patinaje y empecé muy joven mi carrera, a los dieciséis años ya estaba compitiendo en mis primeros olímpicos en la categoría de adultos.

No gané esa primera vez una medalla de oro, me llevé el tercer lugar. Todos estaban sorprendidos con mi talento, mi entrenador era un viejo cascarrabias pero me apreciaba mucho y me enseñó todo lo que sé y con lo que ahora me defiendo para enseñar a esos muchachos. Algunos muy torpes para mi gusto —Yuuri lo miró con una medio sonrisa, sus alumnos eran excelentes pero Viktor siempre quería más de ellos.

—¿Cómo le pareció a tu padre que fueras un patinador? —Preguntó Yuuri dejando su taza en la mesita de noche, mirándolo fijamente.

—Creo que no le importó. La verdad su cordura empezó a flaquear con los años y Manini me decía que entraba y salía de estados de conciencia y no se sabía si estaba en el presente o en el pasado. Recuerdo que una vez me invitó a cenar y me dejó plantado. Realmente yo quería conversar con él, lo esperé por horas en el sitio que Manini me indicó pero nunca llegó. Quizás fue la última vez que esperaba poder hablar con El General como un hombre, se escuchaba tan entusiasta cuando me dijo que deseaba celebrar conmigo mis victorias, y por un segundo creí reconocer a ese padre que me amó como nadie antes que mi madre falleciera. Yo lo amaba Yuuri, pero él destrozó mi vida como no tienes idea.

—¿Qué fue eso tan grave que hizo? Hasta el momento lo único que escucho es que es un hombre con el corazón roto por la muerte de su esposa y que no quiso hundirte en su propio dolor. Estuvo mal que te alejara de su vida, pero hay tanto resentimiento en tus palabras que no imagino lo que pasó —Viktor lo miró con algo de sorpresa, se suponía que con su relato, Yuuri también en ese punto debería sentir desprecio por El General.

—Ahora es cuando comienza mi verdadera historia Yuuri, esa que deseas escuchar, la que de verdad deseas escuchar—. Hizo una pausa como intentando buscar las palabras con las cuales comenzar a hablar. Yuuri viendo todo ese debate interno, lo tomó por una mano y se la estrechó fuerte, con ese simple gesto le hacía saber que él estaba ahí para escucharlo y quedarse a su lado. —Yuuri, cuando yo tenía veintitrés años conocí a alguien... que llenó mi vida de color, de alegría y de sueños. Llegué a sentir tanto amor por él, que no me importaba enfrentar al mundo y pelear con quien fuera por su amor... sin embargo la realidad fue una maldita... pero bueno, empezaré por el inicio.

La federación rusa de patinaje hizo un cambio en casi todo su personal técnico, dejando solo los entrenadores más experimentados, entre esos el mío por supuesto, pero los asistentes de ellos fueron reemplazados por personal más joven y entre esos, estaba él —. Viktor miró a Yuuri, que estaba muy atento a lo que estaba contando. Era la hora de ser honesto pero no sabía cómo le caería a su amante hablar de alguien a quien amó tanto. —Se llamaba Marco, era un año menor que yo y se acercó a mí admirado por mi destreza y por mis triunfos. Al inicio por supuesto lo creí un oportunista que quería solo acercárseme para sacar provecho de alguna forma, Manini siempre me dijo que tuviera cuidado con las personas muy amables—. Yuuri empezaba a creer que «Manini» era quien había mantenido a Viktor prevenido de todas las cosas del mundo y de  alguna manera lo había alejado, pero él hablaba con tanto entusiasmo de esa mujer que por ahora lo mejor no era cuestionarlo. —Él era diferente. Siempre tenía una sonrisa, siempre parecía que una luz iluminaba su cuerpo cuando caminaba, incluso su aroma, era como estar en medio del bosque en tranquilidad y satisfacción total, como cuando sientes todo el universo soplar en tu cuello... y durante un año insistió e insistió hasta que por fin yo respondí a toda su amabilidad.

Al inicio éramos amigos, yo me sentía feliz y pleno de poder contarle mis tristezas y frustraciones y que en su rostro siempre hubiera una expresión entusiasta que me levantaba el ánimo y me hablaba con calidez y ternura. Anhelaba que las prácticas terminaran e ir a tomar un café con él y hablar horas y horas, siempre yo, porque la verdad yo no dejaba que él hablara mucho y sin embargo, él siempre me escuchaba con una sonrisa como si las cosas malas jamás sucedieran, como si con esa simple sonrisa intentara que todo mi mundo fuera diferente.  Y lo fue, él lo hizo diferente, lo llenó de tanta paz, yo siempre estuve solo, pero con él me sentía en medio del bullicio, de la vida. No puedo explicarte cómo era su forma de ser, siempre tan entusiasta, tan positiva... tan él. Tan Marco. Fue entonces que yo sentí que la amistad me sobrepasó y me encontré masturbándome pensando en él. Fue tan vergonzoso, yo había tenido un par de relaciones con chicas, pero nunca llegaron a nada en concreto... sin embargo jamás por ninguna de ellas llegué a sentir todo un complemento de sentimientos, incluido el deseo, como lo sentí por él. Pero me asusté, no era normal sentir cosas de ese tipo por un hombre, no era posible que una pareja así fuera aceptada y normalizada, no en este país. Así que intenté alejarlo siendo un odioso total, incluso intenté empezar una relación con una patinadora para lograr sacar de mi mente esos pensamientos ridículos de amor por otro hombre. Pero él no se fue, incluso con mis rechazos siguió mostrándome esa sonrisa preciosa, llena de esperanza, de luz. Me mortifiqué horrible por que según mi propio pensamiento él solo quería ser mi amigo y yo en cambio deseaba ya tenerlo en mi cama. No tienes idea los meses difíciles que pasé intentando hacerme a la idea que estaba equivocado y que amarlo era un error, que esos sentimientos debían ser aniquilados de cualquier forma... pero no me fue posible.

Y una noche, una cuando ya todos se habían ido a casa y yo estaba en la pista intentando evitarlo, se subió a unos patines y fue tras de mí. Yo me quedé como paralizado sin saber que hacer mientras lo veía venir hacia mí y casi que de manera instintiva abrí los brazos y él corrió aún más rápido y me abrazó;  fue en ese momento en el que supe que ya no quería sacarlo de mi vida nunca. Que no me importaría que tan fuerte fuera la tormenta, la sobreviviríamos y nos amaríamos. Él levantó su rostro y me besó, ya entonces no había dudas yo le gustaba como hombre y me sentí muy tranquilo, feliz como hacía mucho tiempo que no lo estaba. Esa misma noche, en el piso frío de los casilleros lo hice mío, con todo mi deseo, mi furia, y jamás mi cuerpo y mi corazón se sintieron de esa forma, como si cada suspiro fuera vida e ilusiones, como si cada gemido le diera a mi cuerpo energía para seguir amándolo... yo era un total inexperto con los hombres pero no hubo necesidad de casi nada, él se puso sobre mí y dejó que yo entrara a su vida en medio de lágrimas y dolor, para ya no sacarlo a él nunca de la mía. Por primera vez sentí que algo me pertenecía, que no podría dejar ni un segundo de estar a su lado, ese era el amor, ese sentimiento de complemento con otro ser humano y creo que nunca... —Viktor sabía que no debía terminar esa frase.

Por instantes regresó del mundo de los recuerdos de Marco en el que se sumergió muchísimo tiempo y que le daba paz en sus momentos de incertidumbre. Pero ahí a su lado había otro ser humano al que creía amaba, tanto o más que al mismo Marco y no se permitiría hacerle daño, o crearle dudas sobre su relación hasta ahora furtiva. Volteó a ver a su profesor de Historia y se topó con una mirada gentil que esperaba que siguiera con su relato, una mirada expectante que no lo estaba juzgando y solo escuchaba todo aquello que tenía que sacar del alma. Viktor le sonrió y le acarició la mejilla, sencillo y hermoso gesto que Yuuri agradeció con un beso en la palma de la mano del hombre de ojos de océano. Viktor por instantes, por fracciones de segundo quiso ver en Yuuri el cabello castaño y rizado de Marco, sus ojos enormes y azules, sus pestañas largas, sus cejas gruesas que enmarcaban la belleza de su rostro, pero no pudo. Ahí frente a él, estaba un hombre de piel muy pálida, de ojos de avellanas y de un cabello que adoraba, negro como una noche sin estrellas, alborotado y sedoso. La perfección de sus labios, el arco de su nariz, sus manos amplias, su aroma... ese exquisito olor a nostalgia que lo había embriagado desde que lo conoció. Y se alegró de no haber visto en Yuuri, a ese que tanto amó.

—Mi relación con él fue muy intensa. Yo lo adoraba y él a mí o bueno eso deseo creer y guardar en mi corazón. Marco era todo lo que yo no era, me sacó de mis tristezas y me abrió a un mundo que yo no imaginaba, fuera de los campeonatos y las medallas. A su lado gané dos medallas más y ver su sonrisa orgullosa era lo mejor del mundo para mí, mi vitamina. Decidimos vivir juntos, por supuesto todo por debajo de la mesa, de haberse enterado la federación de patinaje, seguro hubiéramos sido despedidos por muchas medallas que yo tuviera, acá son implacables. Pero a él no le importaba y a mí tampoco, yo gozaba cada instante a su lado, nuestro departamento estaba lleno de color, mandó hacer urnas de cristal para mis medallas y escogió un clóset para los trajes que usaba en mis presentaciones, para que no se mezclara con el resto de la ropa. Cuando hacíamos el amor... nos filmábamos, para cuando teníamos que salir de viaje, vernos y ya sabes... en fin, mi vida por dos años fue perfecta, era un ganador, tenía el amor de una persona incondicional, perfecta y era feliz. Pero no había un «más allá» para mí ni para él. La desgracia debía caernos encima como la tierra cae sobre los ataúdes, sin que nada ni nadie quiera detenerla. Una noche cualquiera, una en la que yo debía llegar temprano no pude estar a su lado para protegerlo, para esconderlo y apartarlo del mundo...

Viktor apretó los puños y los ojos empezaron a aguárseles. La voz era temblorosa, la respiración se le hizo pesada y un tanto agitada. Yuuri no supo qué hacer, no podía detener aquella revelación, no deseaba hacerlo, pero presentía que aquello no era más que un trago de cianuro para su amante de cabellos del color de la luna. No movió un músculo, respiró profundo y dejó que del espejo roto de los recuerdos, Viktor trajera un pedazo.

—Esa noche... yo llegué igual que siempre, con algo de dulces en mis bolsillos para darle, con la sonrisa amplia y con las ganas de hacerle el amor que me poseían al verlo, abrí la puerta y todo estaba normal pero mortalmente silencioso, él no estaba ahí. Se notaba... lo llamé tan normal como de costumbre y cuando abrí la puerta de nuestra habitación... su cuerpo, su precioso cuerpo, colgaba al viento... del techo... — Y Viktor Nikiforov el inamovible profesor de Ballet, el pragmático, el de expresión adusta, ese que se caracterizaba por ser frío e inaccesible, exhaló un grito desesperado al igual que esa noche cuando vio a su amante, a su amor, colgando del techo por la garganta con lo que parecía ser un trozo de sábana. Sin refrenarse, empezó a llorar desesperado, ahogando gritos y furia con la almohada.

Yuuri estaba en shock. Lo último que esperaba escuchar era del suicidio de Marco. Tenía la boca muy abierta, mirando a Viktor ahogar su dolor en la almohada que ya había recibido sus lágrimas muchas veces antes. Reaccionó un poco después y se lanzó a abrazar a ese hombre que ahora era un pajarillo mojado y desesperado por encontrar calor y no morir mientras sus alas se secaban. Viktor Nikiforov había envuelto su vida en un paquete con un enorme moño negro y se lo había regalado a Yuuri Katsuki, todo lo que era el profesor de Ballet estaba ahora en manos de un profesor de Historia que había tumbado su muro como acertadamente dijo Otabek. Y ahora Yuuri era el responsable de Viktor.

Yuuri se llenó de pánico, de ansiedad, pero en ese momento él tenía que estar en un segundo plano. El corazón aún sangrante de Viktor estaba ahí por fuera de su pecho esperando ser rellenado y zurcido de amor para que volviera a funcionar y ese sería el deber de Yuuri.

—El General había ido a verlo... yo sé que él hizo algo, le dijo algo que desencadenó esa decisión... por eso... por eso... —Viktor se echó a llorar de nuevo con furia contenida por casi ocho años, años en los que no pudo decir a nadie el amor que ese hombre le había tenido ni el amor que él le había tenido a Marco —No pude ir a su funeral, vi de lejos cómo su ataúd caía en la tierra y cómo su familia lloraba, pero nadie lo hacía tanto como yo... —Yuuri no lo soltaba del abrazo. Viktor intentando relajarse recostó su cabeza en el regazo del muchacho de ojos sesgados y así estuvo un largo rato, mirando al infinito mientras sentía cómo las manos de Yuuri le acariciaban el cabello, como peinándoselo. Ya no deseaba hablar más, aún faltaba mucho por contar pero parecía que las palabras por ese momento se habían acabado. Sin embargo algo más salió de sus labios, algo que tomó a Yuuri por sorpresa—. Un día hace como año y medio, llegó al salón de profesores un hombre de cabellos muy negros y de ojos castaños, que me miró y me sonrió a mí, solo a mí en medio de todo del mundo. Su sonrisa era cautivadora y encerraba todo el deseo de paz y armonía que yo deseaba. Yo intenté rechazarlo, no quería por supuesto involucrarme con otro hombre jamás, ya tenía un plan para el resto de mi existencia, casarme, tener hijos e intentar amar a una mujer, eso era lo permitido, lo bien visto, lo normal. Pero ese hombre me cautivó y caí en la trampa cuando lo vi danzar, cuando vi sus piernas elevarse como si tuvieran alas en sus pies; y ahora ese hombre que logró que apartara todo mi triste pasado por momentos, sostiene mi cabeza en su regazo... y estoy aterrorizado de eso...

Yuuri sabía que hablaba de él, pero aún no podía decirle nada. Viktor se incorporó un poco más calmado y se posó frente a su amante, de rodillas en la cama. Lentamente se acercó a su rostro para de nuevo poder respirarlo, sentirlo, y fue cuando buscó sus labios para fundirse en un beso con él. Yuuri lo abrazó con desespero pues así le hacía saber que estaba con él y gustoso cargaba sus tristezas también. Viktor subió un poco el tono del beso y le quitó la camiseta de llevaba dejando su pecho descubierto, recorriendo las marcas que le había dejado y que a penas empezaban a desaparecer. Una a una las besó, las lamió como si se tratasen de la más exquisita miel y Yuuri gemía complacido de todo aquello. Esa era su manera de decirle que era y siempre sería de él, que entendía su dolor así no hubiera estado presente en ese atroz momento en que Viktor vio a su amante colgar del techo. Que si hubiese sabido, no habría tardado casi siete años en llegar a su vida para mitigar un tanto el dolor que lo consumía día a día.

Viktor lo sabía, que Yuuri se quedó sin palabras no porque no tuviera nada qué decir, sino porque en ese momento no podía decir nada que sonara bien, agradable o esperanzador, pero que su presencia era un todo en el alma lastimada del hombre de mirada zafirina. Viktor con toda la delicadeza del mundo bajó despacio el pantalón de dormir de Yuuri y empezó a besar su abdomen con deseo, con ternura acumulada, y con toda la gentileza que pudo le abrió las piernas para entrar en su cuerpo una vez más, pero esta sería la primera desde que descargaba su alma. Yuuri gritaba su nombre desesperado pidiéndole más en cada embestida e hizo lo de siempre, tomarlo muy fuerte por el cabello como si aquello simbolizara un lazo. Viktor se movía cada vez más rápido y más fuerte, un nuevo orgasmo llegaba a aquellos infortunados muchachos que ya mucho habían sufrido y Viktor en un último gemido fuerte y alto, descargó todo dentro de la humanidad de su Yuuri, haciendo en ese momento un nuevo vínculo, uno que protegería por encima de su vida.

Viktor se quedó dormido sobre el pecho de Yuuri, con la expresión tranquila y el cuerpo relajado; Yuuri en cambio se quedó pensativo, asustado. Nunca imaginó que tras ese hombre que se veía tan seguro y tan perfecto estuviera semejante historia de horror. Le empezó a acariciar los cabellos al dormido profesor de Ballet, sabiendo que debía ser algo más que el amante que abría las piernas, debía ser más para Viktor, más de lo que fue Marco, más de lo que sería cualquiera. Cerró los ojos para intentar dormir, convencido que pronto era su turno para contar su propia y desdichada historia. 





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Con Amor: Yukino.

(*) Fragmento de la canción Nine Crimes de Damien Rice.

 


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