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La mujer más linda del mundo. por Yukino

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LA MUJER MÁS LINDA DEL MUNDO


Fanfic por Yukino


Viktor x Yuuri


Capítulo 26.


«Es el tipo de lugar equivocado, para estar engañándote...» (*)


 


 


 


Y desde el otro lado del pasillo con la mirada desafiante; ese que le robaba los cabellos a la luna,  invitó al profesor de Matemáticas a pasar a un salón. Y ese de ojos sesgados también le miraba, con el pecho erguido, con los puños apretados, como si estuviera a punto de entrar en una confrontación por Yuuri. Pero Otabek por dentro temblaba. Viktor de la nada, le estaba invitando a charlar, cosa que no había hecho jamás. Y dibujó el joven de Kazajistán mil escenarios posibles, incluido el de la súplica. Si tenía que tirarse de rodillas para pedir perdón por su tarado amigo, lo haría.


Ambos, con el pecho muy firme, caminaron dentro de aquel salón vacío, igual que lobos, con los ojos desconfiados, y las garras dispuestas. Pero desde abajo, no sospechaban que tenían un espectador más. JJ, estaba en la fuente, cuando vio que Nikiforov abría una puerta e invitaba a pasar al hermoso profesor de Matemáticas. Se le hizo sumamente extraño, Nikiforov no parecía llevarse con nadie, no tenían un área en común para nada, y supo que la conexión de aquel encuentro, tenía nombre y apellido: Yuuri Katsuki. Solo que Leroy, tenía las historias un poco confundidas.


JJ creía firmemente que, Yuuri y Otabek, eran amantes, y creía haberlo confirmado el día que le invitó a la obra de teatro. Además su peculiar comportamiento en la universidad los delataba, según él. Yuuri se veía siempre a gusto, y Otabek era su sombra. Muchas veces, con el dejo de la nostalgia, el simpático profesor de Historia del Arte, veía a su antiguo compañero de cama, añorando todo aquello que tuvo alguna vez. Y luego levantaba la vista, y tras ese sueño imposible, estaba ese de cabellos oscuros, de hombros anchos, de lentes perfectos y de labios incitantes. El profesor Otabek Altin, que le devolvía la mirada, con una clara advertencia: «ni siquiera lo pienses».


Y por supuesto, Leroy ya no intervendría jamás en nada. Sentía muy en el fondo, lo que creía que era amor por Katsuki, pero cualquier posibilidad estaba agotada. Sin embargo, verlo día tras día se le estaba convirtiendo en una tortura, que tenía que alivianar con sus manos, casi que todas las noches, en la soledad de su cama. No intentaría nada, la fatal casualidad lo había llevado a la misma Universidad que su ex amante, para que se torturara por su estupidez. No se perdonaría nunca, el haber caído en la bajeza de inculpar a Yuuri de acoso, para salvar su propio patético pellejo. Pero tuvo miedo. Había logrado mucho en Estados Unidos, y perderlo todo en ese momento no era opción. Y entonces, dañó la vida de su chico japonés, lo desterró, y lo empujó directo a los brazos de ese profesor de Matemáticas. Y ahí parecía que ya no había nada qué pelear. Y se alegró que Altin, fuera tan decidido y determinado a proteger al de cabello de azabache. Seguramente por eso entró con Nikiforov a ese salón, para dejarle los puntos sobre las íes; pues era bien sabido el horrible trato que Viktor le daba a Yuuri.


—¿Y bien? ¿Qué decides? ¿Me ayudarás? —preguntó Viktor Nikiforov, a Otabek Altin, quien no salía del estupor.


—No puedes estar hablando en serio —respondió Beka después de un rato—¿Estás totalmente seguro?


—Lo estoy. Y no perderé ni un segundo más. ¿Cuento contigo? —El sorprendido hombre de las Matemáticas, quien estaba sentado en uno de los lugares para alumnos, se devanaba la cabeza intentando entender todo. Pero veía la seguridad en los ojos azules de ese hombre, que estaba desesperado por Yuuri Katsuki. Beka, no sabía exactamente qué decir, qué hacer, cómo confrontarlo, siendo cómplice él mismo, en una farsa tan horrible como la de Sora, cosa que Viktor ignoraba por completo. Sin embargo, supo que ese momento, no era para ella. Y quizás esa sería la oportunidad para hacerla desaparecer.


—Lo haré —respondió Beka levantándose y caminando hacia la puerta—. Solo una cosa más Nikiforov, prométeme que sea lo que sea que haga Yuuri, lo perdonarás, y lo protegerás. Promételo.


—¿Qué podría hacer Yuuri...?


—¡Promételo! —interrumpió el kazajo, con la voz y el gesto, ambos alterados. Viktor no entendió muy bien, pero sabía del afecto que le sentía aquel hombre, a su Yuuri.


—Lo prometo—. Otabek movió su cabeza con aprobación y justo cuando giraba la perilla de la puerta, Viktor atacó con otra pregunta. Una que en ocasiones, no le dejaba dormir—. ¿Lo amas?


—¿Qué insinúas? —respondió Beka, deteniéndose de inmediato, pero sin virar a verlo.


—Quiero saber si amas a Yuuri como hombre... si estás enamorado de él. —Viktor por fin sacaba eso de su alma. Por fin creía que se liberaba de un peso, de una duda que alimentaba sus inclementes celos. Otabek, giró un poco su cabeza, apenas para poder ver a la cara de ese hombre de ojos de océano. Luego sonrió ampliamente, cosa que Viktor no entendió.


—Lo amo. Eso es todo. —Otabek abrió la puerta y salió de allí, sin aclarar nada, sin dar explicaciones. Viktor sintió que la furia se le acumulaba en el cuello, y quiso soltar un puñetazo en la puerta, que seguro rompería; hasta que recordó la promesa que le había hecho, y se calmó. Entendió que Otabek se lo estaba entregando, y que debía proteger a Yuuri. Beka no era ningún rival, ningún amante. Beka, era su amigo.


Mientras Viktor intentaba calmarse y salir como si nada de aquella aula, Otabek iba riendo, totalmente divertido de la cara de Nikiforov. Le parecía increíble que sintiera celos de él, Yuuri ya era completamente de ese hombre de cabellos cenizos, no entendía por qué se encelaba tanto. Pero haberlo dejado en la duda, lo estaba divirtiendo mucho. Sin embargo, esa molestia de quien esconde la verdad, lo estaba matando. Era una bomba de tiempo, que estallaría y mataría a todos. Sin piedad.


 


 


Desde aquel horroroso domingo que por poco había dejado al descubierto a Yuuri, habían pasado tres semanas. El chico del Japón se estaba esforzando al máximo en sus clases, y en la cátedra que dictaba para una de las maestrías del área de Humanidades de la Universidad. Aparte, estaba haciendo en informe completo de su gestión en San Petersburgo, para su sustentación en Estados Unidos. En pocas palabras, estaba exhausto. Llegaba muy tarde en las noches, y sin haber cenado, caía rendido en la cama. Viktor muchas veces tuvo que quitarle la ropa y ponerle la pijama, para que descansara mejor. En la mañana apenas tomaba café y salía corriendo, para aprovechar las horas tempranas, y trabajar en su escritorio en la Universidad, y no llegar tarde a sus clases. Vitkor estaba ya muy preocupado con el incesante ritmo que su amado estaba llevando. Ni qué decir del sexo, que se había reducido a besos apasionados, antes que Yuuri cayera en coma. Y sin proponérselo, habían llegado al estatus de viejo matrimonio.


A Viktor, el pensar así lo llenaba de alegría. No el hecho que Yuuri se estuviera esforzando tanto, si no el hecho que ya convivieran y compartieran de esa forma. Yuuri era quien acostumbraba cocinar, y ahora era Viktor quien salía corriendo para tenerle la cena lista, aún si no la probaba. La comida no se perdía, el buen amante de cabellos como la luna, se la empacaba para que la llevara al almuerzo. Otabek se reía muchas veces de esa situación, pero admitía que Nikiforov cocinaba exquisito. Solo serían un par de semanas más, e irían a Estados unidos juntos para pasar una semana lejos de los prejuicios y el miedo. Y por eso también trabajaba duro el chico del Japón. No quería que su tiempo libre esa semana en que rendiría cuentas, se viera afectado por nada. Quería estar con Viktor cada minuto de día que estuvieran allá; y adelantaba su trabajo todo lo que le era posible.


El día llegó, esa semana tan deseada, tan planeada. Viktor y Yuuri tendrían que irse por separado, y llegar al aeropuerto casi como una casualidad. Yuuri llegaba con Otabek, y subirían a la modesta clase económica, mientras Viktor iría en primera clase.


—¿Cómo demonios es posible, que tu marido viaje en primera clase, y nosotros vayamos así de ajustados? —Reclamó Beka, mientras intentaba poner en posición su silla del avión —Es un miserable contigo.


—Beka por favor, no digas eso. Por supuesto que se ofreció a pagar nuestros asientos en primera clase, pero no lo acepté, primero para no levantar sospechas, y segundo, porque él lleva sus gastos y yo los míos. Discúlpame por ser un pobre profesor asalariado. —Dijo Yuuri en broma, con gestos de reclamo.


—Yuuri, qué tonto eres. Debiste aceptar su invitación, ¿Sabes cuál es la posibilidad de que nosotros vayamos en primera clase alguna vez? En fin, voy a intentar dormir en mi asiento para Hobbit, espero que disfrutes de tu película —rezongó el amigo Kazajo, mientras se ponía una máscara en los ojos y se una cobija encima—. Ten buen viaje.


—Tonto Beka. Al menos deberías esperar al despegue. En fin, cuando sea decano te invitaré a viajar en primera clase, ojalá en un vuelo nacional muy corto —Yuuri rio, mientras Beka seguía rezongando.


Viktor estaba muy lejos en el avión, que era gigante. Constantemente veía hacia atrás, esperando ver a Yuuri, pero eso no sería posible entre la multitud de asientos.


—¿Quieres calmarte? Estamos en el mismo avión, no va a pasar nada. ¿Por qué es que no viaja con nosotros en primera clase? ¿No quisiste pagarle? —Quien le hablaba a Viktor no era otro que su amigo, Chris. Él era esencial en ese viaje también, así que lo invitó con todos los gastos pagos, cosa que su rubio amigo no rechazó, y no solo por las comodidades que pudiera obtener, si no por la razón principal que le dio su amigo patinador, que lo conmovió hasta los huesos.


—Chris, me siento terrible. Claro que le ofrecí asientos con nosotros, para él y para Otabek, pero dijo que mientras estuviéramos en Rusia, era mejor tener la mayor distancia posible; yo lo tomé así, pero creo que lo que Yuuri no deseaba, era generarme un gasto. Fui un idiota.


—Bueno ya nada qué hacer. Yo creo que tu amante piensa en todo, y cuando menos estrés te genere mejor. Igual, esto es lo menos relevante... ¿De verdad quieres hacer esto Viktor? —Chris lo tomó de una mano, de manera sutil, para lograr captar su atención total, en la pregunta que acaba de hacerle. Ese hombre hermoso, atlético, y que había robado al mar una parte para adornar sus hermosos ojos, le sonrió y le respondió con la cabeza, de manera positiva. Chris entendió que ya nada tenía vuelta atrás. Y oró para sus adentros, que esta vez, todo lo que tenía que salir bien saliera bien. Ya no cabía más sufrimiento en un corazón tan frágil.


El vuelo no tuvo contratiempo, más que las constantes quejas de Beka, que quería su asiento en primera clase. Yuuri se reía ante cada puchero infantil de su mejor amigo, y pasó las horas viéndolo a él dormir, pelear, reír con alguna tonta comedia en el diminuto televisor, o leer alguna revista. Parecía nada más aquello que un viaje de placer, pero por dentro, el terror era persistente. Yuuri, no podía ni por un segundo quitarse la imagen de ese horrible día, en que el General lo descubrió, y antes que delatarlo, le pidió ayuda.


Y el buen muchacho, estaba haciendo lo suyo. Pero tuvo que empezar de la nada. Lo primero fue buscar los registros de esa época en que Viktor era patinador, para lograr obtener un nombre, más allá que el del de Marco. Pero el chico suicida, parecía más una sombra. No había nada en concreto de él, casi ni aparecía en las fotos de los archivos, de las diferentes competencias. Encontró el nombre de una escuela, pero nada relevante. Parecía que no le quedaba de otra, más que intentar hurgar en las cosas de Viktor, pero eso lo llenaba de mucha vergüenza, así que intentaría buscar todo lo posible por su cuenta, para no tener que recurrir a eso. Incluso los datos del General y su familia, parecían haber desaparecido de la tierra. De Viktor Nikiforov en cambio, encontró mucha información, desde su estatura, hasta el número de su calzado, pero todo, absolutamente todo, a nivel profesional. Nada de


sus padres, de su escuela, o de sus romances. Yuuri estaba en el desierto, buscando un oasis.


La llegada al país de la libertad, fue algo diferente. Se encontraron los cuatro y se saludaron muy alegremente. Pasaron migración, tomaron sus maletas y salieron a buscar un taxi. No había problema alguno en el idioma, era un alivio para ellos escuchar algo más familiar, que el estricto idioma ruso. Viktor y Yuuri pidieron un momento para ir al baño, mientras los amigos los esperaban en la salida.


—Otabek, sabes lo que Viktor pretende, ¿verdad? ¿Qué piensas de eso? —preguntó sin protocolo alguno, Christopher.


—Creo que es muy valiente, y espero cumpla sus promesas —respondió Beka, también sin tapujos. Chris lo miró algo intrigado.


—Y Yuuri no tiene nada que ocultarle... ¿Verdad? —Otabek, volteó a verlo con toda la severidad de sus ojos, incitantes y hermosos. Pero esa seguridad iba acompañada de un puñal en las vísceras. Esa cruz, de falda y zapatillas, aún no había podido dejarla atrás, Yuuri. Sabía que Chris, también cuidaba de su propio amigo, cosa totalmente razonable. Pero el de cabellos dorados esperaba una respuesta. Y la obtuvo por supuesto, de una media sonrisa socarrona, y una mirada de zorro.


—Nada en lo absoluto—. Christopher no supo como tomar esa respuesta, pero se sintió tranquilo, pues parecía sincera. Entendió, solo con aquello, que Otabek era muy receloso con respecto a Yuuri, y se le hizo increíble que nunca hubiera sido el rival de Viktor.


Por fin los amantes salieron del baño, y pudieron dirigirse al hotel. A Yuuri casi le da un infarto, cuando supo que al menos por esa noche, compartiría el cuarto con Otabek, pues parecía haber una confusión. Viktor le pidió que por favor tuviera paciencia, mientras se solucionaba el impase, y los acompañó hasta la hermosa habitación. Pero el niño de cabellos oscuros estaba confundido y triste por aquello, pues pensaba que Viktor lo hacía a propósito, para que no los vieran juntos.


—Para mí también es un «gusto» compartir la habitación contigo, Katsuki —le dijo Beka, fingiendo enojo —Ya deja de ser tan dramático, seguro tu novio está desesperado buscándote un penthouse.


—No lo sé, ¿y si realmente vino conmigo, para terminar nuestra relación? Sabría que yo ya no podría volver a Rusia... —Yuuri se sentó en la cama, con el rostro pálido de angustia.


—Mira Yuuri, descansa un poco. Es sábado, tu ponencia es hasta el lunes, ya tienes todo preparado. Este fin de semana relájate, y salgan a un bar a ser lo que son, una pareja.


Yuuri siguió el consejo de su amigo. Era muy temprano aún, comerían algo y dormirían el resto del día, para en la noche salir a divertirse un poco. Y mientras eso pasaba en el cuarto Altin-Katsuki, El señor Nikiforov y su amigo, corrían por la ciudad, para que el plan resultara como ese soñador de cabellos cenizos, lo había añorado.


De manera sutil, y horas después, cuando el ocaso caía en el horizonte de aquella iluminada y ruidosa ciudad, Otabek despertó a Yuuri y le dijo que Viktor le había dejado un recado. En este, le pedía que subiera al penthouse en el piso 20, que lo estaría esperando, y que el ascensor lo llevaría directo. Yuuri, perezoso, sonrió ante aquello. Se levantó, se puso los zapatos y se dispuso a salir a la cita.


—¡No me dirás, que piensa ir así! —Dijo Otabek algo sorprendido —¿A dónde crees que vas? ¿A la tienda por dulces?, por favor Yuuri, date un baño, ponte algo mejor, Nikiforov quiere una cita contigo en un sitio especial, no vayas así.


—Tienes razón, se nota que quería darme una sorpresa, me alistaré mejor...—hizo una pausa algo larga —no tengo ropa para nada especial, y todavía no compro el traje para la ponencia el lunes. Creo que iré igual que siempre.


—Ah, no te preocupes por eso, tengo ropa mía que puede servirte. Anda, date un baño y perfúmate mucho. ¿No te has quejado por semanas, que no has podido intimar con Nikiforov? Bueno, es tu momento.


Yuuri obedeció, se dio una ducha, usó su mejor loción, se peinó el cabello hacia atrás y se puso la ropa «prestada» de su amigo. La camisa negra algo ajustada, el pantalón también negro, de línea recta y que resaltaba tanto su trasero, era una tentación. Su ropa era casi exacta a la que llevó ese día a la obra de teatro, pero esta vez, era para deslumbrar a la luna de su vida, a ese que ya era dueño de su todo. Ese hombre que al inicio lo trató con tanta indiferencia, el mismo que lo vio danzar, ese que lo arrinconó contra una pared y le pidió que lo detuviera, porque de dejarlo seguir, ya no se iría nunca. Y hasta ahora lo cumplía a cabalidad. Ese, Viktor Nikiforov.


Subió por el ascensor que le indicó Beka, para el piso indicado. Estaba algo nervioso, nunca, había tenido una cena romántica con Viktor, ni siquiera en el departamento. Lo más romántico que había vivido con él, fue esa maravillosa primera vez en el estudio de Ballet femenino, donde todo lo había acomodado tan bellamente. Estaba expectante y feliz, sucedían muchas cosas en muy poco tiempo, y eso, le hacía sentirse vivo. Sonrió cuando el ascensor se detuvo y abrió sus puertas. A primera vista no había nada más que un pasillo, y después de este, estaba la gloria.


Yuuri no podía creer lo que veía. Una hermosa habitación, adornada de rosas muy rojas, un camino de sus pétalos que se dirigía a lo que parecía un balcón. Candelabros deslumbrantes por su camino, y al final de este, con las miles de luces de aquella ciudad adornando esa obra maestra, estaba él, sentado en una mesa muy pequeña, con una botella de lo que parecía ser champaña, vestido como para la mejor función de su vida. Agradeció mucho internamente el haberle hecho caso a Otabek, y haberse vestido fuera de lo común del día a día. Viktor se levantó con una sonrisa que deslumbraba en su bello rostro y se acercó a él, para invitarlo a sentarse en la pequeña mesa, que estaba llena de chocolates. Justo al lado, habían unas charolas cubiertas, que supuso era la comida. Yuuri estaba feliz, y agradecido por esa hermosa sorpresa. Sentados ya, uno frente al otro, el muchacho de aroma a césped húmedo, tomó la mano de su amante, y se la besó tiernamente.


—Viktor, esto es tan lindo, que parece un sueño... —murmuró Yuuri, sonrojado.


—No hemos tenido oportunidad de compartir algo así, quería que este viaje fuera algo especial. Muy especial. Y sobre todo, que este momento, no lo olvidaras jamás.


Yuuri Katsuki, el profesor de Historia con maestría en Filología, de cabellos negros, ojos castaños, piel muy pálida, con leve miopía, de cuerpo atlético a pesar de no aparentarlo debajo de la ropa; de manos prolijas, de dedos largos y uñas perfectas, de pómulos sonrojados, de ojos sesgados y cejas gruesas, de labios perfectamente delineados, de sonrisa hermosa, a veces ingenua, de voz gruesa, de cuello largo; ese Yuuri Katsuki, no imaginó nunca lo que Viktor Nikiforov haría. No pudo su cabeza, con todos sus estudios, entender lo que pasaba, cuando ese hombre con el que compartía su vida, se hincó ante él y de su bolsillo, sacó una cajita negra, y al abrirla, dentro habían dos sortijas.


El viento frío le llegó al rostro, lo ojos se le quedaron fijos en aquellas relucientes joyas, que brillaban doradas, perfectas. Todo pareció detenerse en ese momento, incluido su corazón. Viktor aún no decía una palabra, pero Yuuri ya tenía toda una historia de fantasía, alrededor de aquello.


—Yuuri, ya no quiero separarme de ti... ya no quiero esperar, para saber qué nos depara el futuro; el futuro que sea lo quiero contigo. Y es por eso, que quiero saber... si... —Viktor se sonrojó y tomó un poco de aire, mientras Yuuri estaba paralizado con los ojos y la boca muy abiertos ambos, mirando fijo las argollas —si ahora que estamos en este país, querrías... querrías... casarte conmigo...


Y entonces, ya todo estaba dicho. Viktor seguía hincado esperando una respuesta, pero Yuuri seguía paralizado. Sin embargo las lágrimas respondieron independientes de su cuerpo, y cayeron a sus manos, haciendo que su tibieza despertara un poco al dueño de las mismas. Yuuri se arrodilló frente a Viktor, y se le lanzó encima en un abrazo, que no quería que terminara. El hombre de cabellos como la luna, estaba un poco asustado, pues Yuuri no dejaba de llorar muy fuerte, y no entendía muy bien, por qué estaba tan conmovido. Cuando por fin Yuuri sintió que ya era momento de hablar, se separó un poco, y con algo de melancolía en su mirada, acarició el rostro de su Viktor.


—Entonces, al parecer voy a ser el «Señor de Nikiforov» —Dijo con el rostro sonrojado, bañado en sus lágrimas, y una sonrisa en los labios.


—Y yo seré el «Señor de Katsuki» —respondió Viktor, mientras tomaba la mano que lo acariciaba, cerrando sus ojos. Yuuri lo abrazó de nuevo, ya no con la misma intensidad, pero seguro que no querría alejarse de ese hombre jamás.


Un año atrás, nunca nadie se hubiera imaginado que la historia del profesor de Ballet, y el profesor de Historia, llegaría a ese punto. Después de negarse tanto lo que sentían, después de los desprecios, de las dudas, de los celos, de los ex amantes, de la búsqueda de la «mujer perfecta», todo terminaba, o mejor, comenzaba ahí. Era idílico lo que estaban viviendo, y Yuuri, que estaba metido en la peor tormenta de su vida, por cuenta de Sora, Manini y el General, en ese momento no pensó en ninguno de ellos. En ese momento, que no soñó nunca, vio un retrato sobre una chimenea, donde estaban él y su Viktor, la familia, que ahora formarían.


 


 


 


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Con Amor: Yukino.


(*) Fragmento de la canción Nine Crimes de Damien Rice.


Nota de la autora: A todas aquellas personas que leen mi historia, que me comentan, que la votan, mil gracias. Ese es el pago a quienes escribimos. Leo todos sus comentarios claro que sí, y los agradezco en el alma. El tiempo y las circunstancias en ocasiones no me permiten responder, pero estoy pendiente de todo lo que me hacen saber. Gracias, desde el fondo de mi corazón.


Yukino. 


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